Este miércoles (29) se cumplieron los primeros cien días del segundo mandato de Donald Trump. Aunque es un corto lapso de tiempo, fue suficiente para que el magnate estremeciera el viejo orden mundial.
“La primera vez, tenía que hacer dos cosas: dirigir el país y sobrevivir, tenía a todos estos sinvergüenzas a mi alrededor”, declaró en una entrevista a la revista The Atlantic, en alusión a los ministros y asesores que tuvo en su primera administración (2017-2021), los cuales provenían del viejo republicanismo conservador, pero que no eran de extrema derecha. “La segunda vez, lidero el país y el mundo”, complementó.
A diferencia de su primer paso por la Casa Blanca, en esta ocasión está rodeado de un séquito de fieles escuderos del movimiento MAGA (acrónimo de “Make America Great Again”), los cuales aplauden todas sus medidas y bravuconadas.
A continuación, analizaremos los tres elementos que, a nuestro entender, totalizan su actual gestión. Nos referimos a la política migratoria, sus rasgos autoritarios y la guerra arancelaria.
Una “blitz” contra los migrantes
Tras el retorno a la Casa Blanca en enero, Trump adoptó una serie de disposiciones para perseguir a los migrantes sin importar su estatus migratorio.
Documentados e indocumentados están en peligro por igual. Basta tener una tonalidad de piel “latina” o un nombre árabe, para ser candidato a la deportación por parte de los agentes del Servicio de Migración y Aduana (ICE, por sus siglas en inglés).
Amparándose en la “Ley de Enemigos Extranjeros”, las autoridades migratorias no se preocupan en dar pruebas que verifiquen las acusaciones que utilizan para las detenciones. No tiene sentido, pues dicha ley faculta al gobierno a detener y expulsar a las personas extranjeras sin necesidad de un debido proceso.
En otro artículo informamos sobre los casos de estudiantes extranjeros que, pese a contar con la Green card o una visa de estudio al día, fueron detenidos y están en proceso de deportación por participar en los campamentos universitarios en solidaridad con Palestina. También, podemos señalar el caso de Kilmar Armando Ábrego García, un obrero salvadoreño que fue deportado “por error”, al cual acusaron de pertenecer a la pandilla MS-13 y que actualmente está confinado en el CECOT (la mega cárcel que construyó Bukele en El Salvador, reconocida por la violación de los derechos humanos).
Dada la intensidad de los ataques, The Economist los calificó como una “blitz de nuevas políticas migratorias”, a la cual era difícil seguirle el paso. La analogía no es gratuita: da cuenta del ritmo frenético de las medidas de Trump, pero también las asocia a la campaña militar del nazismo.
Según el semanario británico, en sus primeros cien días de presidencia, el magnate norteamericano trató de eliminar el otorgamiento de la ciudadanía por nacimiento, revocó la visa de más de 1700 estudiantes extranjeros y, en una muestra inaudita de xenofobia, clasificó a seis mil migrantes como “muertos”, con lo cual pudo cancelar sus tarjetas de seguridad social y, de esta forma, forzarlos a “auto-deportarse”.
Aunado a eso, todo indica que la cacería interna de migrantes se incrementará en los próximos meses. El endurecimiento de las medidas migratorias provocó un descenso del paso de indocumentados por la frontera con México. Este dato es significativo, porque durante el año fiscal anterior, un 87% de las deportaciones fueron producto de arrestos en la zona fronteriza.
Esto obliga a las autoridades migratorias a aumentar la presión a nivel interno, pues ocupan alcanzar la meta de un millón de deportaciones que la Casa Blanca estableció para 2025. Para esto requieren más presupuesto para financiar los operativos e instalaciones migratorias. Se calcula que el gobierno necesitará $45 billones para edificar nuevas cárceles y centros de reclusión.
Por ello, los Republicanos negocian un proyecto para aumentar el presupuesto de los servicios migratorios, para que pase de los $90 billones actuales a $175 billones en la próxima década. Es decir, recortan en salud y educación para invertir en represión a los migrantes.
Asimismo, el gobierno está coordinando el aparato represivo federal y de los estados conservadores para contar con más agentes de migración. Por ejemplo, reforzó los “acuerdos 287”, por medio de los cuales miembros de las fuerzas de seguridad locales pueden actuar como agentes federales de inmigración.
Más preocupante aún, es la pretensión de la Casa Blanca de emplear las fuerzas armadas para la detención de migrantes. Legalmente eso no procede, pues no se puede usar el ejército para atender asuntos internos, tal como estipula la “Posse Comitatus Act”.
Sin embargo, Trump permanente está probando artimañas que le permitan traspasar los límites legales. En este caso desplegó 10 mil soldados en la frontera y ordenó al Departamento de Defensa que controle una pequeña franja del territorio al norte de una sección del muro fronterizo. De esta forma, pretende hacer pasar ese terreno por una “instalación militar” y, por tanto, cualquier migrante que sea detenido en la zona puede ser deportado sin violentar la ley (esa es la interpretación de la Casa Blanca).
Junto con esto, no se descarta que recurra a la “Ley de Insurrección”, con la cual anularía la “Posse Comitatus” y podría usar el ejército en las redadas urbanas. Aunque de momento esta opción se ve lejana, no se puede descartar que sea invocada por un gobierno que emplea una narrativa de guerra para lidiar con los migrantes.
En conclusión, durante sus primeros cien días de mandato, Trump confirmó que la persecución en contra de los migrantes tiene un lugar central en su política interna. La xenofobia es un punto ideológico central del movimiento MAGA. Por tal motivo, está reorganizando el aparato represivo, con la finalidad de aumentar la escala de sus redadas en las ciudades y gestionar de forma más eficiente las deportaciones masivas.
Esto lo sintetizó de forma cínica Todd Lyons, actual director de ICE, para quien la agencia debería asemejarse a una compañía de logística, “como Amazon, pero con seres humanos”. La lógica con que opera la extrema derecha trumpista no se diferencia mucho del fascismo: emplea métodos racionales para alcanzar fines irracionales, en este caso, expulsar a millones de seres humanos porque son “indocumentados”.
Un giro autoritario y la pugna con el poder judicial
El 25 de abril, el FBI arrestó a la jueza Hannah Dugan de Milwaukee, Wisconsin, por el cargo de obstrucción a una operación migratoria. Esto constituye un nuevo manotazo autoritario de la administración Trump, cuyo objetivo es someter las instituciones que contrapesan o cuestionan su poder presidencial.
Por este motivo, la Casa Blanca está librando un pulso con los jueces federales y estatales que suspendieron varias de las medidas asumidas unilateralmente por Trump, particularmente aquellas que exceden los atributos del poder ejecutivo y violentan el debido proceso.
A esto se suman los ataques contras las universidades y la detención ilegal de centenares de estudiantes extranjeros por manifestarse en contra del genocidio sionista en Gaza (ver Trump intensifica sus ataques contra las universidades y los activistas estudiantiles). Trump quiere amedrentar a sus rivales y enviar una señal: o colaboran con la Casa Blanca o serán blanco de su ira.
La detención de la jueza Dugan abrió un debate en los Estados Unidos sobre el proceder autoritario y vengativo de la actual administración. Darren Soto, un congresista Demócrata por Florida, calificó este hecho de “cosas propias de un dictador de un país del tercer mundo”.
Además de su marcado prejuicio imperialista, esta declaración ilustra la preocupación que cunde entre sectores del establishment estadounidense en torno a los métodos empleados por el actual gobierno, los cuales apuntan a establecer una nueva correlación de fuerzas entre los tres poderes del Estado.
Desde su retorno al poder, Trump no paró de testear los límites del régimen. Constantemente trata de cruzar “líneas rojas” en aras de extender los atributos del poder ejecutivo. Es más, aunque conquistó una amplia mayoría en el Congreso y el Senado, reiteradamente pasa por encima del poder legislativo y prefiere gobernar por decreto.
A lo largo de estos cien días firmó 140 decretos, superando con creces a sus predecesores de los últimos setenta años. Para tener una perspectiva comparada, la administración Trump 2.0 solamente está por detrás de los ex presidentes Franklin Roosevelt (1937-1945) y Harry Truman (1945-1953), los cuales firmaron 906 y 2023 decretos, respectivamente. Es importante acotar que ambos gobernaron en un periodo de muchísima turbulencia política, donde tuvieron lugar eventos disruptivos como la crisis económica de los años treinta, el estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la guerra de Corea (1950-1953).
Junto con esto, es claro el cambio con respecto a su primer mandato, pues en ese entonces firmó un total de 220 decretos en cuatro años; de continuar con el ritmo actual, superará esa cifra en menos de tres meses.
Trump utiliza los decretos para ejercer su poder sobre prácticamente cualquier área que se le ocurra; un día firma una orden ejecutiva para declarar la guerra comercial a todo el planeta, el otro para regular la presión del agua en las duchas.
Sin embargo, su anhelo de transformarse en un César que gobierna por encima de las instituciones, es el motivo de la acalorada oposición por parte del poder judicial. Por ejemplo, de los 140 decretos que firmó, en la actualidad 122 se encuentran suspendidos y a la espera de lo que decidan los jueces de diversas instancias que examinan su validez constitucional.
Lo anterior es sintomático del carácter de los decretos de Trump 2.0. Peter Shane, profesor adjunto de derecho de la Universidad de Nueva York, declaró a la Folha de São Paulo que “la producción de Trump es anormal tanto por el volumen (emitió 39 decretos en su primera semana) como por el ataque pragmático a las estructuras, programas y normas existentes del gobierno”.
Un caso ilustrativo es el polémico Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE en inglés), un órgano ad hoc creado por Trump y liderado por Elon Musk. Aunque nadie votó por el dueño de Tesla en las pasadas elecciones, hoy es una de las principales figuras de la Casa Blanca y lidera una campaña de despidos masivos de funcionarios del gobierno federal, a la vez que pretende cerrar o recortar abruptamente el presupuesto de varias instituciones públicas.
En suma, Trump impulsa una ofensiva para modificar la relación entre los tres poderes en lo Estados Unidos, con la perspectiva de fortalecer el poder ejecutivo y debilitar los contrapesos desde el poder judicial y legislativo. Además, en varias ocasiones mencionó que hay formas para reelegirse para un tercer mandato, a pesar de que eso está explícitamente prohibido por las leyes del país.
El “Día de la Liberación” y el retorno de la política por encima de la economía
En materia de política exterior, el gobierno de Trump también llegó a patear el tablero. El 2 de abril, en una conferencia en los jardines de la Casa Blanca, el presidente estadounidense anunció las tarifas que impuso a las importaciones de productos provenientes de 185 países y territorios.
El “Liberation Day”, como fue bautizado por Trump, dio inicio a una guerra comercial y, más importante aún, entró a la historia como un acontecimiento estratégico que une lo inmediato (la disputa con China) con lo estructural (la puesta en pie de un nuevo orden mundial).
La mayor parte de los analistas económicos y de los medios de comunicación burgueses se muestran desconcertados a la hora de analizar el comportamiento de Trump, al cual suelen calificar de irracional y caótico.
A primera vista eso es cierto. Trump es una figura disruptiva y sus rasgos personales se magnifican porque está al frente de la principal potencia mundial. En ese sentido, su personalidad se transformó en un factor que interviene activamente en el desarrollo de los acontecimientos mundiales.
Al respecto, es muy sintomática la portada de la revista The Economist (abril 12-18), titulada “The age of chaos” (La era del caos) y que está decorada con varios rostros de Trump con una tonalidad naranja.
No obstante, su comportamiento errático tiene una explicación, o, mejor dicho, va más allá de la simple suma y resta que realizan los analistas burgueses. Para entender la guerra comercial en curso es necesario comprender que no se trata de un diferendo económico, sino que ante todo hace parte de la lucha por la hegemonía mundial en medio de una nueva etapa mundial.
Trump encarna un sector de la burguesía imperialista estadounidense que optó por un “cambio de carril”, es decir, una nueva forma de ejercer la hegemonía y dirigir las disputas con sus contrincantes. Por este motivo es tan disruptivo; no se trata solamente de su personalidad, también representa un proyecto estratégico para reordenar el mundo, inclusive manu militari.
Por otra parte, es innegable que Trump denota una falta de método e improvisa todo el tiempo. Para decirlo con una frase popular, transita por el mundo con la “delicadeza” de un elefante en un bazar. No obstante, sería un error reducir la crisis actual a las estupideces de Trump y no dar cuenta de cómo eso encaja en la apertura de una nueva etapa en la política y la lucha de clases internacional.
Como se apuntó en un artículo que publicamos en Izquierda Web, la segunda administración de Trump aspira a reeditar una forma de “acumulación primitiva”, según la cual “lo que no se puede ganar más o menos en lo inmediato por la vía de la inversión productiva y la productividad, se podría ganar mediante métodos de acumulación primitiva: la colonización directa de territorios incluyendo (evidentemente, muy a largo plazo) Marte y la conquista del espacio según Elon Musk” (ver “Liberation day” (¿o el día del “derrumbe” del viejo orden?)).
La geopolítica del trumpismo refleja un retorno a la lógica de la territorialización imperialista con áreas de influencia, la cual se contrapone al consenso neoliberal del libre comercio sin restricciones y desterritorializado. Es decir, implica el retorno del Estado y del imperio de la política sobre la economía (ver La geopolítica del trumpismo).
Es más, mientras continuaba la guerra mediática por los aranceles, el secretario de Defensa norteamericano, Pete Hegseth, visitó Panamá y advirtió que los Estados Unidos no permitirá que China amplíe su influencia sobre la zona del Canal, pues “es vital para el comercio global y para nuestros intereses estratégicos (…) “Quiero ser muy claro. China no construyó este canal, no opera este canal. Y China no armará este canal. Junto con Panamá a la cabeza, mantendremos el canal seguro”.
A lo anterior se suma la visita que realizó hace unas semanas a Groenlandia el vice-presidente norteamericano, JD Vance, donde arremetió directamente contra el gobierno danés en un tono provocativo. “Nuestro mensaje a Dinamarca es muy sencillo: no han hecho un buen trabajo por el pueblo de Groenlandia. No han invertido lo suficiente en la población de Groenlandia y no han invertido lo suficiente en la arquitectura de seguridad de esta increíble y hermosa masa continental”.
Posteriormente, el Secretario de Estado, Marcos Rubio, declaró que no permitirán que Groenlandia se torne un territorio dependiente de China, ya sea como territorio autónomo adscrito al reino de Dinamarca o como Estado independiente.
Estos casos ejemplifican las aspiraciones expansionistas del gobierno de Donald Trump. La guerra de tarifas se inscribe en esa lógica, pues su objetivo es la imposición de aranceles que encarecen artificialmente el costo de los productos de países competidores, a la vez que los utiliza para chantajear a los demás países: les levanto las tarifas si compran los productos de los Estados Unidos y no los de China, aunque los últimos sean más baratos.
En resumen, la guerra comercial hace parte del proyecto estratégico encabezado por Trump para reposicionar al imperialismo norteamericano; es una táctica ofensiva de un imperialismo en retroceso, con la cual busca un reordenamiento político, geopolítico y económico, para lo cual precisa destruir la arquitectura comercial y política que rigió el mundo en los últimos setenta años.
Lo anterior explica la intensidad de los cambios en política exterior que contrajo el retorno de Trump a la Casa Blanca. Su administración no pretende continuar con las reglas del viejo orden mundial; por el contrario, quieren remplazar la libre competencia entre empresas globalizada por la lucha directa entre Estados.
El aprendiz de brujo y la reversibilidad dialéctica
“¡Maestro Brujo! ¡Oiga mi llamado! /¡Ah, ahí viene el Maestro!/ ¡Señor, es una emergencia!/ Los espíritus que invoqué/ No logro detenerlos”.
“El aprendiz de brujo”, Johann Wolfgang von Goethe
En 1797, Johann Wolfgang von Goethe escribió un poema titulado El aprendiz de brujo, en el que narra la historia de un aprendiz de magia que, ante la ausencia de su maestro, tuvo la osadía de convocar a los espíritus para ordenarles que hicieran lo que él mandase. Pero su soberbia le salió muy cara, pues perdió el control sobre el agua que pretendía dominar y terminó implorando por la ayuda de su maestro.
El accionar de Trump se asemeja a la del aprendiz de brujo. De forma caótica y atropellada intenta cambiar abruptamente el orden de las cosas; quiere configurar un mundo nuevo a imagen y semejanza de sus anhelos políticos.
Con la soberbia que caracteriza a los magnates que nunca recibieron un no por respuesta, amenaza a todos sus opositores y, como denotan las declaraciones que citamos al inicio, considera que en este segundo mandato “lidera el país y el mundo”.
No obstante, la sociedad es un cuerpo vivo y, como tal, resiste los ataques que vienen desde la Casa Blanca.
Además de las pugnas con el poder judicial, también crece el malestar por abajo con un gobierno cuyas principales referencias son dos multimillonarios (Trump y Musk). Esto quedó demostrado el 5 de abril en la jornada de “Hands Off”, cuando cientos de miles tomaron las calles de los Estados Unidos para repudiar las políticas de la Causa Blanca (ver Hands off!: el grito contra Trump y Musk que movilizó a cientos de miles en los Estados Unidos).
Las últimas encuestas, además, indican un desgaste pronunciado de la figura de Trump. De acuerdo a un sondeo publicado por The Washington Post/ABC News/Ipsos, solamente el 39% de los estadounidenses «aprueba» la gestión del presidente, y un 64% considera que está yendo «demasiado lejos» en sus intentos por ampliar los poderes presidenciales.
Asimismo, el 53% de los estadounidenses desaprueba la gestión de Trump sobre los temas de inmigración (un aumento de 3 puntos porcentuales con respecto a febrero), mientras que un 42% de los encuestados consideró que Abrego García, el obrero salvadoreño deportado por “error”, debería ser repatriado a los Estados Unidos.
Estos datos son importantes, considerando que el ataque a los inmigrantes fue la principal bandera de Trump en la campaña electoral y, además, es el principal “vehículo” para avanzar con la agenda reaccionaria del movimiento MAGA.
Ante el marcado retroceso en las encuestas, Trump respondió calificando a las empresas que las realizaron y los medios que las publicaron como “criminales negativos”; a la vez que exigió una investigación sobre los métodos que utilizaron para realizar el sondeo.
Pero sus bravuconadas no pueden ocultar que sus ataques reaccionarios contra los migrantes, las mujeres, el movimiento estudiantil, la población LGBTQI+ y las libertades democráticas en general, están provocando un malestar entre amplios sectores de la población estadounidense.
Además, se prevé que la guerra comercial genere un aumento de los precios e interfiera en el abastecimiento de algunos productos, lo cual seguramente incrementara el malestar entre los trabajadores, inclusive entre quienes votaron a Trump porque prometió bajar la inflación de la administración Biden. De hecho, ya los indicares económicos comenzaron a caer; por ejemplo, el PBI del primer trimestre de 2025 cayó un 0,3%, en contraste con el aumento del 2,4% que experimentó en el segundo semestre del año anterior.
Todo lo antes expuesto denota que la realidad es más rica y compleja de lo que se ve a primera vista. La situación en los Estados Unidos es reaccionaria, como reflejaron los primeros cien días de Trump 2.0. La Casa Blanca lidera una ofensiva interna para avasallar varias conquistas democráticas, como la libertad de cátedra en las universidades, la libertad de expresión y de organización del movimiento estudiantil, y el derecho al debido proceso de las personas migrantes detenidas.
Pero la reversibilidad dialéctica está inscrita en la nueva etapa de la lucha de clases. Hay reservas de lucha en la sociedad estadounidense, la cual cuenta con una rica tradición de resistencia de los trabajadores, las mujeres, la juventud y la población afroamericana. Los ataques reaccionarios pueden generar respuestas desde abajo.
En 2020, la primera administración Trump recibió un fuerte golpe con el estallido de la rebelión de “Black Lives Matters”. Esperamos que la segunda no sea la excepción, y la lucha de clases ponga en su lugar al aprendiz de brujo de extrema derecha que está en la Casa Blanca.