Trump patea el tablero mundial

“Liberation day” (¿o el día del “derrumbe” del viejo orden?)

“Ninguna explicación será satisfactoria si no toma en cuenta el carácter repentino del cataclismo. Como si las fuerzas del cambio se hubiesen represado durante un siglo, un torrente de eventos se está desatando sobre la humanidad. Una transformación social de alcance plantario está desembocando en guerras de un tipo sin precedente en las que chocaron muchos Estados, y de un mar de sangre están surgiendo los contornos de nuevos imperios. ¡Pero este hecho de demoníaca violencia esta sólo superpuesto a una corriente de cambio rápido y silencioso que devora al pasado, a menudo sin provocar la menor ondulación en la superficie! Un análisis razonado de la catástrofe deberá explicar la acción tempestuosa y la disolución callada por igual”

Karl Polanyi, La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo

 

“El impacto global de las tarifas de Trump lleva el promedio de las tarifas de importaciones de bienes de los Estados Unidos al 26%, el nivel más alto en 130 años”

Michael Roberts, “Trump’s tariffs -some facts and consequences-from various sources”

En lo que sigue haremos una rápida cobertura lo más conceptual que podamos de los recientes y dinámicos sucesos que se descargan a borbotones a partir del acontecimiento denso en significados que está demostrando ser la segunda presidencia de Donald Trump en general y el “Liberation day” en particular. Lo haremos siguiendo textos anteriores de nuestra autoría como “El nuevo gobierno de Trump. Primeros apuntes”, “La geopolítica del trumpismo” y, de Marcelo Yunes, “La economía internacional y los cambios geopolíticos”, así como otros artículos recientes de nuestra corriente internacional, todos en izquierda web.[1]

1.

Es cuanto menos extraño que un país imperialista hable de un “día de la libración”. Es lógico que los intelectuales marxistas de los países imperialistas no agarren espontáneamente ese ángulo, pero a los que militamos y estudiamos desde el Sur global la cosa nos llama la atención. Estados Unidos alguna vez fue colonia inglesa y se liberó con la Revolución Americana de 1776. Luego vivió casi un siglo de desarrollo, conquista de parte enorme del territorio mexicano, guerra civil, conquista del oeste, conquistas territoriales con la presidencia de fin del siglo XIX de Mc Kinley (los despojos de lo que quedaba del viejo imperio español: Puerto Rico, Filipinas, Cuba, las islas de Guam, etc., así como a comienzos del siglo XX se hizo cargo del Canal de Panamá) y se transformó en una potencia imperialista e industrial emergente de las más importantes.

Lógicamente, hay otra interpretación en el norte del mundo del «Liberation day» («Día de la Liberación»), que es el festejo del final de la Segunda Guerra Mundial, concretado formalmente el 8 de mayo de 1945. De cualquier manera, ese ángulo, que posiblemente sea el que quiere explorar Trump, es ridículo para las actuales circunstancias, hasta por el hecho de que Estados Unidos no vivió los rigores de en su territorio de ninguna de las Guerra Mundiales.

En ambas guerras mundiales entró algo más tarde que el resto de las potencias “aliadas”. En la Primera Guerra Mundial entró en 1917 en el bando de la Entente, contribuyendo a la derrota de las potencias del centro (el Segundo Reich de Alemania, el Imperio Austrohúngaro y lo que quedaba del Imperio Otomano). En la Segunda Guerra Mundial entró en diciembre de 1941, inmediatamente después del ataque japonés a la base de Pearl Harbor, donde por casualidad la flota de portaviones estadounidenses, que no estaban en la base al momento del ataque, salvó de la destrucción total a la flota norteamericana del Pacífico.

El triunfo aliado en la Segunda Guerra Mundial dejó a Estados Unidos como la potencia hegemónica del centro imperialista. El país no sufrió ataques en su territorio, a diferencia de todo el resto de las potencias imperialistas (Gran Bretaña, Francia ocupada, Alemania destruida, Italia humillada, Japón sufriendo dos bombas atómicas y bombardeos terroríficos) y la ex URSS (que sufrió la mayor cuota de destrucciones y la pérdida de 26 millones de vidas al servicio de derrotar al nazismo).

Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial como la potencia hegemónica indiscutida. La ex URSS, que apareció con ganancias territoriales en el este europeo, nunca llegó a recuperarse del todo de las pérdidas materiales y humanas de la Segunda Guerra; la destrucción fue inmensa. El “polvo” fue barrido bajo la alfombra y la lucha del pueblo soviético contra el invasor fue de un heroísmo sin nombre (con elementos de guerra civil debido a la guerra de exterminio que sustanció el nazismo en su territorio), pero las destrucciones físicas y sobre todo humanas tardaron en superarse o nunca lo fueron del todo: desde el punto de vista demográfico, restauración mediante, la Rusia actual sigue teniendo menos habitantes que los que había en la ex URSS en 1939, antes del desencadenamiento de la Segunda Guerra. Hay que recordar, a la vez, que la URSS había pasado por las destrucciones de la Primera Guerra Mundial y la guerra civil posrevolucionaria, amén de los desastres estalinistas de la colectivización forzosa del campo –seis millones de asesinados– y las Grandes Purgas –un millón de asesinados más–.

Japón quedó por un tiempo con el estatus de colonia estadounidense con el general Mac Arthur al frente, y Alemania dividida hasta 1989; ambos se recuperaron rápido industrialmente debido a la política estadounidense de ayudarlos para contener la “amenaza comunista”, pero en gran medida desmilitarizadas prácticamente hasta el día de hoy.

En Estados Unidos las cosas fueron distintas: a la salida de la guerra era una potencia económica sin igual, produciendo el 50% del PBI mundial y rediseñando las instituciones internacionales de comando de la economía mundial al servicio de un orden mundial crecientemente globalizado. El FMI fue puesto en pie para mantener en orden las finanzas mundiales. El Banco Mundial para controlar los flujos de reconstrucción económica y asistencia a determinados países. Se puso en pie el Plan Marshall para recuperar la economía de la Europa imperialista. A la vez, se puso en pie la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como fachada de una suerte de “gobierno mundial” encargado de la paz y el derecho internacional.

El dominio económico y político internacional bajo la batuta de Estados Unidos y con el acompañamiento de Gran Bretaña, Francia, Canadá, Alemania occidental, Japón e Italia, dio lugar a lo que se llamó posteriormente la “triada” que gobernó el imperialismo tradicional hasta nuestros días (en realidad, algo antes de nuestros días). Multitud de pueblos lograron su independencia nacional en un proceso de descolonización. Entre ellos China, la revolución anticapitalista más importante de la segunda posguerra y la segunda mayor revolución social del siglo pasado junto con la Revolución Rusa; la segunda una revolución obrera y socialista con todas las letras, la primera una gran revolución campesina anticapitalista.

Mientras tanto la URSS, todavía con Stalin al mando, se hizo cargo de un vasto imperio en el este europeo ocupando la ex RDA, Hungría, Polonia, Rumania y Bulgaria, y los países bálticos. Grecia fue entregada, traición mediante, a Gran Bretaña y los Estados Unidos, y la ex Yugoeslavia de Tito se rebeló frente a los designios de Stalin y siguió un curso burocrático independiente, llegando a ser uno de los países cabeza del “movimiento no alineado”, que tuvo cierta fuerza en los años 50 y 60.

El derrumbe-desmoronamiento de la ex URSS y demás países no capitalistas del este europeo por el efecto combinado de la pudrición interna, la presión del capitalismo internacional y la imposibilidad de renovación de dichas experiencias por el aplastamiento estalinista de las revoluciones antiburocráticas, dejó a Estados Unidos, por un breve lapso, como la única superpotencia mundial. Los 90 fueron los años de la hegemonía estadounidense indiscutida y su correlato en la economía mundial: un proceso de globalización económica como nunca se había visto en la historia; el antecedente fue la Pax europea del siglo XIX y el ascenso de la primera fase liberal al mando de Gran Bretaña.

Sin embargo, hubo procesos subyacentes que fueron minando la hegemonía norteamericana tanto en el plano económico como en el político. La ampliación del mercado mundial producto de la restauración capitalista en la ex URSS y el este europeo pero sobre todo en China, la recuperación de un tercio del mundo para la economía capitalista mercantil, significaron una enorme oportunidad de reexpansión del capitalismo mundial. Los capitales estadounidenses se volcaron en masa a invertir en China, y también lo hicieron los capitalistas chinos de ultramar, como analizó Giovanni Arrighi en Adam Smith en Pekín. Japón ya había vivido su revival y en los años 80 significó un cierto desafío económico para los Estados Unidos. Corea del Sur también fue parte de este revival capitalista y se transformó en una gran potencia económica hasta el día de hoy. A su nivel, ocurrió lo propio con Taiwán, gran potencia en materia de construcción de semiconductores, y centros financieros como Hong Kong, hoy bajo el control total de China, Singapur y otros países o ciudades Estados (islas Estados). Incluso Vietnam se recuperó como país capitalista de las destrucciones de la guerra por su independencia (1945/1973, con intermitencias y división previa del país en dos), lo que junto con la emergencia creciente de China como potencia económica mundial fue trasladando el centro económico del mundo al Pacífico, al sudeste asiático, aunque el foco atlantista, digamos, no dejó de ser parte del otro gran foco económico internacional –tengamos en cuenta que la UE monopoliza el 30% del comercio internacional hoy–.

La Pax americana de los años 90, las oportunidades de inversión en el inmenso mercado chino –China e India son los mayores países del mundo por población–, la búsqueda de abaratar costos “en casa” (es decir, en Estados Unidos), llevaron a una gran deslocalización económica en gran medida hacia China, posteriormente a Vietnam y otros países del sudeste asiático, y también a Canadá y México. Por su parte, la Unión Europea se fue expandiendo hacia el este. Alemania deslocalizó industria automotriz y otras a Polonia y otros países.

La lógica del capitalismo imperialista en el apogeo de la edad dorada del neoliberalismo, años 90, fue entonces la de un capitalismo des-territorializado, con cadenas de abastecimiento mundiales, con los flujos de capital retornando a los Estados Unidos, Alemania, etc., y el dominio de las instituciones internacionales por parte del G7.

Sin embargo, fue forjándose, en paralelo un proceso subyacente. En China el PCCh nunca perdió las riendas del poder. Aprendió del derrumbe de la URSS y dejó que se procesara una vuelta al capitalismo sin perder el control del proceso: se transformó en un capitalismo de Estado y en un imperialismo en ascensión que hoy, claramente, le disputa la hegemonía mundial a los Estados Unidos, con un PBI que, haciendo un mix entre las dos mediciones (en dólares y por paridad de poder de compra), se asemeja al de Estados Unidos (no nos interesa dar cuenta acá de cuánto más o cuánto menos es China respecto de los Estados Unidos; solo dar cuenta del “hecho bruto” de su ascensión).

Por su parte, industrialmente muy debilitada y vuelta a un país básicamente exportador de materias primas, pero con una gran industria militar y tecnológica heredada de la URSS y una enorme geografía a su alrededor, con la llegada a Putin al poder a comienzos de los años 2000 Rusia comienza a recuperarse, con el proyecto de volver a convertirse en un país imperial-imperialista, haciéndose fuerte en los atributos antedichos (la guerra en Ucrania desde febrero del 2022 es parte de esto).

Gran Recesión del 2008 y pandemia mediantes, llegamos al punto actual: la llegada de Trump a la segunda presidencia. ¿Y con qué se encuentra? Con un evidente debilitamiento de la hegemonía mundial de los Estados Unidos. En realidad, con uno de los rasgos que marcaran este siglo XXI: un conflicto cada vez más duro y sangriento por la hegemonía mundial entre los Estados Unidos y China (eventualmente aliada a Rusia y otros países), con la Unión Europea que comienza a decir presente con su plan de acelerado rearme, con otros centros hegemónicos regionales como Arabia Saudita, India, Pakistán, Turquía, todas ellas potencias sub-imperialistas, etc.

Es decir: un escenario profundamente modificado, tanto a nivel del mercado mundial capitalista globalizado como a nivel del sistema mundial de Estados.

Y entonces aparece la gran pregunta que divide a la burguesía estadounidense, además de los desarrollos internos complejísimos en los propios Estados Unidos, un país con muchísima más riqueza y diversidad de tradiciones de lo que se suele observar desde el Sur global: ¿Qué hacer para detener la pérdida de hegemonía que está viviendo Estados Unidos en relación al mundo?

Y acá aparece Trump y su “Liberation day” (que para la revista liberal The Economist aparece como un “Ruination day”, día de la ruina).[2]

2. 

Los primeros dos meses de Trump fueron caóticos. Desató ofensivas en varios frentes así como mentiras y bonapartismos varios: a) habilitó a Netanyahu a completar una nueva Nakba en Gaza y Cisjordania, desarrollos que están en pleno curso en estos momentos; b) amenazó a Groenlandia, Panamá (más precisamente, el Canal de Panamá) e incluso a Canadá, con ocuparlos; c) desató una caza de brujas dentro de Estados Unidos contra los inmigrantes y los activistas pro-palestinos en las universidades; d) colocó de forma bonapartista a Musk al frente de la DOGE, un organismo paragubernamental, para realizar un ajuste brutal y sin razones coherentes del gasto exterior humanitario y del gasto interior estatal norteamericano, con un ángulo oscurantista; e) declaró que no reconoce a las personas transgénero y que echará de las Fuerzas Armadas al personal que se autopercibe de esa manera; f) intentó, por ahora sin éxito, el reparto de Ucrania con Putin; y g) lo que es el centro de este artículo, desató la guerra comercial internacional más importante en un siglo con su “Liberation day”, que está haciendo derrumbar los mercados en todo el mundo y amenaza con un doble efecto: nuevo aumento de la inflación –como ocurrió en la pos pandemia afectando a todo el mundo imperialista tradicional– y tendencias a la baja del PBI en los Estados Unidos y el mundo todo. En síntesis: estanflación.

Los aumentos tarifarios y la guerra de tarifas cruzadas están en demasiados artículos –que publicamos en esta edición de nuestro suplemento teórico-político “Marxismo en el siglo XXI”– para que los desarrollemos in extenso acá. Lo que nos interesa es abordar una serie de definiciones más de fondo sobre los desarrollos en curso, un marco conceptual para intentar caracterizar más globalmente lo que está ocurriendo dentro de la masa de información que se está produciendo dado el carácter epocal del acontecimiento.

3. 

Que los aranceles recíprocos de Trump abrieron una crisis y un caos cuyas consecuencias aún no se pueden cuantificar, es obvio: el tema es interpretar de la manera más concreta y al mismo tiempo más conceptual posible, qué es lo que está pasando.[3] Lo concreto es que las medidas proteccionistas de Trump muestran que se abrió una brecha entre los Estados y la economía mundial. De una hegemonía estatal o paraestatal (la de Estados Unidos más el G7) que iba acorde con una hegemonía económica internacional en la idea de un único mercado mundial globalizado y unificado por una serie de reglas de comercio internacional establecidas por la Organización Mundial de Comercio, una hegemonía –sobre todo estadounidense– que tiene el dominio en materia de comercio exterior, en materia de productividad, en materia de balanza de pagos, en una serie de índices, pasamos, con Trump I y sobre todo con Trump II, a una dinámica en la que el Estado norteamericano y un sector de su burguesía sienten que están perdiendo la carrera hegemónica con el resto del mundo (a priori con China, aunque Trump se enemista con todo el mundo) y patea el tablero desatando una guerra económica, tarifaria, comercial. La política y el Estado imperialista tradicional intentan hacer valer sus fueros sobre la economía: ahora la política pasa a dominar sobre la economía, así como bajo el neoliberalismo y el liberalismo clásico la economía dominaba sobre la política: de la economía sobre los Estados a los Estados sobre la economía. El economista marxista inglés Michael Roberts lo define bien: volvemos a una lógica donde “cada Estado está por su cuenta”, la típica circunstancia del conflicto interestatal en el contexto mundial.

Como señalamos en el punto 1, hubo dos grandes periodos de globalización, uno liberal y otro neoliberal. El primero fue el de la hegemonía inglesa en el mercado mundial en la segunda mitad del siglo XIX. El segundo fue la hegemonía estadounidense de segunda posguerra con el apogeo en los 90 cuando la caída de la URSS; recordemos el impacto impresionista en Negri y Hart de esta circunstancia en su influyente y al mismo tiempo efímero libro Imperium, donde se afirmaba que no había más Estados: el dominio del imperialismo estaba desterritorializado (lo que recogía una miga de verdad del momento transitorio que fueron los años 90), algo que llevó a muchos autores que se consideran marxistas, como Claudio Katz, a afirmar en su momento que las guerras interimperialistas se habían vuelto “imposibles” dado el carácter internacional de las cadenas de aprovisionamiento (una definición economicista que perdía el carácter de la época abierta por el imperialismo y que debatimos en su momento con Katz).

Lejos del panorama idílico de Imperium, Trump está tomando medidas de afirmación del Estado nacional imperialista estadounidense que tienden a romper o “desordenar” la armonía de la cadena de abastecimiento globalizada, y buscan –¡de manera rústica y brutal!– hacer valer el interés del Estado norteamericano por encima de los flujos de capital. Algo pasó en EE.UU. en las últimas décadas que hizo que los flujos de capital del exterior dejaran de compensar la deslocalización económica, la inversión fuera del territorio norteamericano.

Acá se rompen, o por lo menos se cuestionan, el “consenso de Washington” de economía neoliberal plena de los 80 y el consenso de las instituciones internacionales de comercio, el FMI, Banco Mundial, acuerdo de Breton Woods, etc., de la segunda posguerra.

Es difícil igualmente terminar de entender la maniobra y cómo EE.UU. sacaría ventaja de esto, porque es un manotazo brutal y pleno de consecuencias inintencionales.[4] Pero desata una tendencia –que hasta hace poco estaba afuera del panorama internacional– a la ruptura del mercado mundial, donde se pueden armar subregiones o lo que sea pero tendiendo a romper la unicidad del mercado internacional, la homogeneidad que hemos visto en las últimas décadas (tener presente que la OMC no acepta tarifas por encima del nivel bajísimo del 3% y hoy Trump ha llegado a imponer tarifas recíprocas a las importaciones que alcanzan, en algunos casos, el 48%).

La Unión Europea no se va a romper por esto, más bien Gran Bretaña está lamentando el Brexit.[5] Pero si esto desencadena una dinámica de tarifas recíprocas, el mercado mundial puede llenarse de tantas tarifas que puede romperse o fragmentarse; de la competencia económica entre empresas se pasa más a una competencia entre Estados. La competencia económica se politiza y, eventualmente, se militariza, porque en la lógica de las relaciones entre Estados están, lógicamente, las relaciones de fuerzas, y el caso extremo para medirlas es el enfrentamiento militar.

La competencia económica entre empresas es “incruenta”, pero la competencia entre Estados puede ser cruenta: las ganancias que no se obtienen desde el punto de vista económico, ¿cómo se van a obtener? Trump reivindica a McKinley –el último presidente estadounidense del siglo XIX–, que aumentó las tarifas casi un 50% en el nacimiento imperialista de EE.UU., en lo que se llama “la época de las industrias infantiles”. Michael Roberts dice que el problema es que hoy EE.UU. no tiene “industrias infantiles”, es una economía madura con una decadencia industrial. Pero Trump también reivindica que McKinley logró conquistas territoriales para EE.UU.: “Trump se refirió a McKinley cuando anunció sus órdenes ejecutivas para aumentar aranceles: ‘Bajo su liderazgo, los Estados Unidos disfrutaron de un rápido crecimiento económico y prosperidad, incluida una expansión de las ganancias territoriales para la nación (…) Hay que mirar atrás a las décadas de 1890, 1880, McKinley, y echar un vistazo a los aranceles, que fue cuando fuimos proporcionalmente más ricos’, dijo Trump” (Michael Roberts, “La guerra comercial de Trump y el debate sobre sus consecuencias”).[6]

En el mismo sentido se manifiesta nuestro compañero Marcelo Yunes en un valioso texto de su autoría publicado en izquierda web: “Trump amenaza con poner en acto la concepción de que EE.UU. ‘debe ser una nación que crece’, esto es, que ‘aumente su riqueza y expanda su territorio’, formulada nada menos que en su discurso de asunción de cargo (…) El único presidente de EE.UU. que Trump mencionó en su discurso [de inauguración] (…) oscuro y desconocido para la mayoría [fue] William McKinley (…) [Su] presidencia estuvo atravesada por dos políticas: la expansión territorial y la imposición de aranceles proteccionistas” (“La economía internacional y los cambios geopolíticos”). Y Yunes agrega: “(…) salvo conmociones gigantescas, no hay forma de que ‘Hacer a EE.UU. grande otra vez’ signifique incorporaciones significativas de territorios”… ¿o sí? (ídem).

Su vasallo, Israel, está claro que está tratando de sacar a la gente de Gaza y eventualmente de Cisjordania. Entonces, ¿cómo gana Trump esta batalla proteccionista?, ¿ganando territorio? Roberts afirma convincentemente que es imposible ganarla con aranceles; que el problema subyacente de los Estados Unidos es la falta de inversión estratégica y el estancamiento de la productividad, y cita a un autor hablando de un “colapso inversor” en los EE.UU. en las últimas décadas; si esto es cierto, quizás tenga que ganar la batalla con enfrentamiento militar (métodos de acumulación primitiva, ya volveremos sobre esto). Los regímenes de enfrentamiento militar son más bonapartistas; en la UE la militarización empezó con todo, aunque el régimen es mayormente –al menos todavía– democrático burgués.[7]

4. 

Se desató una dinámica de fragmentación del mercado mundial y una situación de “reemplazo” de la competencia entre empresas por la lucha entre Estados: “(…) la fuente y matriz [del liberalismo en su época clásica] era el mercado autorregulado. Fue esta innovación la que originó una civilización específica. El patrón oro [hoy, todavía, el imperio internacional del dólar amenazado por las medidas proteccionistas de Trump] era sólo un intento por extender el sistema de mercado interno al campo internacional, el sistema de la balanza de poder era una estructura erigida sobre el patrón oro y en parte forjada a través del mismo; el propio Estado liberal era una creación del mercado autorregulado. La clave del sistema institucional del siglo XIX se encontraba en las leyes gobernantes de la economía del mercado” (Polanyi, 2007: 49).

Roberts afirma que hay dos efectos inmediatos sobre la economía mundial y en particular en EE.UU.: uno es el aumento de precios –como el que vino después de la pandemia y debilitó la presidencia de Biden– y el otro es la recesión, la caída del producto del 0,5 al 1% que se espera en los EE.UU. para 2026. Entonces hay una contradicción, porque Trump dice “Make American Great Again”… y termina perdiendo desde el punto de vista económico (al mismo tiempo, su popularidad ya está cayendo en Estados Unidos).

Las bolsas mundiales siguen cayendo (el 4 de abril fue un “viernes negro” para los mercados mundiales) y se adelanta una dinámica recesiva como acabamos de señalar. Es difícil volver a una economía de “fronteras nacionales”, mercado internista como en la inmediata posguerra, cuando se viene de una economía globalizada, desterritorializada. “Desenterrar” capital fijo, que es de lo que se trata la inversión dura, “hundir capital”, es difícil y costosísimo. Así las cosas, es muy complejo relocalizar de nuevo toda la producción, mucho más así en forma abrupta –esto es algo que solo ocurre en las guerras; por ejemplo, el estalinismo relocalizó manu militari prácticamente toda la industria del oeste de la URSS detrás de los Urales para que no fuera arrasada por los nazis–.[8]

En esta guerra arancelaria, hay productos no terminados que entran y salen varias veces por las fronteras hasta que lo están; decir que aumentar las tarifas va a significar una relocalización automática de la inversión en EE.UU. es una brutalidad económica que no resiste el menor análisis: “(…) Pettis no acepta lo obvio: que Estados Unidos en el siglo XXI no es una potencia industrial emergente que necesite proteger a las nuevas industrias florecientes de poderosos competidores. En cambio, es una economía madura con un sector industrial en declive que no será restaurado de ninguna manera significativa por los aranceles sobre las importaciones chinas o europeas (…) Este punto de vista es un falso análisis keynesiano que ignora las fuerzas del lado de la oferta de una fuerte inversión en tecnología que reduce los costes unitarios de la producción para obtener una ventaja competitiva en el comercio internacional. Alemania y China están superando a la industria estadounidense a través de una tecnología cada vez mejor y un crecimiento de la productividad” (Roberts, “La guerra comercial de Trump y el debate sobre sus consecuencias”). Y en otra nota, agrega el mismo Roberts: “La razón por la cual Estados Unidos ha venido teniendo profundos déficits comerciales es que su industria no puede competir contra competidores mayores, especialmente China. La economía de los Estados Unidos no ha visto cualquier crecimiento significativo de la productividad en 17 años (…) [El analista económico Obstfeld lo dice claro]: ‘lo que estamos viendo mayormente es un colapso inversor [en EE.UU.]” (Roberts, “Liberation day”).

5. 

Señalemos, antes de proseguir, que nos parece que Roberts hace dos afirmaciones demasiado categóricas respecto de Alemania y China en relación a su competitividad: las coloca a ambas por encima de los Estados Unidos.[9] Respecto de Alemania, no da cuenta de que vive una crisis industrial: “Alemania del oeste, ex RFA, heredó en la posguerra bajos salarios, así como una capacidad industrial y nuevas tecnologías de la economía nazi que, contrariamente a las hipótesis largamente repetidas, sobrevivió a la guerra de manera casi intacta (…) [Sin embargo] (…) Las importaciones de petróleo y de gas [de Rusia] que durante largo tiempo fueron miradas por suspicacia por los EE.UU., son sin duda la parte más significativa del comercio de Alemania con Rusia, pero no solo son eso. Dividida entre su alineamiento político con los EE.UU. y sus intercambios comerciales gananciosos, el gobierno alemán (…) dirigido por Olaf Scholz rompió sus vínculos con Rusia después de la última invasión de Ucrania. Esto se sumó a un nuevo aumento de precios de la energía que después de la recesión del COVID ya habían quedado más altos. En el cuadro de los esfuerzos de Estados Unidos por contener y hacer retroceder a China, así como una presión sobre Alemania para que ella reduzca su comercio con China, que es el principal partenaire comercial de Alemania y destino de privilegio para las inversiones directas alemanas en el extranjero (…) el giro de los Estados Unidos de la globalización neoliberal a la escalada de sanciones y proteccionismo en nombre de la seguridad nacional, ha provocado altos niveles de incertidumbre en el seno de la burguesía alemana. Sumado al estancamiento secular después de la muy corta recuperación que siguió a la crisis del COVID y al desinfle del boom chino, esta incertidumbre ha conducido a una baja en la tasa de inversión (…) The Economist nuevamente ha designado Alemania como ‘El hombre enfermo de Europa’ y luego el autor explica que ésta es la base del ascenso de la extrema derecha en ese país, ascenso por ahora más limitado de lo esperado” (“Les espectres du fascisme et du communisme hantent la politique allemande a l’ere de l’incertitud”, Ingo Schmidt, Inprecor, 4/02/25).

Y respecto de China, Roberts, simpatizante del régimen de dicho país, afirma demasiado categóricamente que China ya habría ganado la carrera competitiva, mientras que otros especialistas en el país oriental, como Pierre Rousset, tienen una opinión distinta. Por nuestra parte, además de tener claridad de que China es un “imperialismo en construcción”, ascensión o ya relativamente construido y modernizado en forma monumental en sus urbes (el atraso campesino subsistente en su gran hinterland es otra problemática), dejamos un poco más abierta esta cuestión que, de cualquier manera, está siendo una presión detrás del comportamiento de Trump (un elemento de racionalidad en su “irracionalismo”). A nuestro modo de ver, solo un conflicto militar podrá demostrar la fuerza comparada real de estas dos potencias en el siglo XXI.

Afirma nuestro compañero Marcelo Yunes: “El atractivo de China a la vez como centro de producción y como amplio mercado para los productos viene perdiendo brillo desde la pandemia. Pero lo hace desde muy arriba: el volumen de producción manufacturera chino es superior al de los nueve países siguientes juntos, y equivale al 31% del total global. Mientras que a EE.UU. le llevó casi un siglo llegar a la cima del rubro, a China le bastaron 15-20 años. Desde 2020, la economía china creció un 20%, contra 8% de la economía de EE.UU. La comparación es, por supuesto, todavía menos halagüeña para los países europeos, algunos de los cuales tuvieron en este periodo una contracción del PBI per cápita. El verdadero lastre improductivo de la economía china es el sector inmobiliario, que lleva una parte desproporcionadamente grande de la inversión y del PBI. Es difícil medir la situación económica real de China, y no sólo por la relativa opacidad de sus estadísticas. En un país tan vasto, la respuesta depende también de a quién se le pregunte (…) Dicho esto, es innegable el avance chino en acortar la brecha tecnológica con EE.UU. Decimos EE.UU. y no ya ‘Occidente’ porque ni Japón ni Europa están en condiciones de competir con China en la mayoría de los rubros de alta tecnología. Esto incluye en primer lugar lo vinculado a semiconductores, computación cuántica y transición energética. Esto se vincula ante todo a la prioridad que la planificación [burocrática y esclavizadora de sus trabajadores y trabajadoras, R.S.] del PCCh le dio a la formación científica de primer nivel (…) El antiguo orden científico mundial, dominado por EE.UU., Europa y Japón, está llegando a su fin (…) La número uno del mundo en ciencia y tecnología es la Universidad de Tsinghua” (Yunes, ídem).[10]

El análisis de Roberts y Yunes parece ser coincidente en este sentido; no tenemos a mano en este momento los textos de Pierre Rousset. En todo caso, no podemos dejar de citar un reflejo de las urbes chinas dejado por la reciente visita del histórico editorialista de The New York Times, Thomas Friedman, que parece sostener el análisis de Roberts, hay que decirlo, aunque de manera descriptiva: “(…) el enorme nuevo centro de investigación, del tamaño de aproximadamente 225 campos de fútbol, construido por el gigante tecnológico chino Huawei (…) Me dijo en Pekín un empresario estadounidense que ha trabajado en China durante varias décadas: ‘Hubo una época en la que la gente iba a EE.UU. para ver el futuro, ahora vienen acá’. [Yo] nunca había visto un campus como este de Huawei. Construido en poco más de tres años, consta de 104 edificios de diseño individual, con jardines impecables, conectados con un monorriel estilo Disney, que alberga laboratorios con capacidad para 35.000 científicos, ingenieros y otros trabajadores, además de 100 cafeterías, gimnasios y otras ventajas diseñadas para atraer a los mejores tecnólogos chinos y extranjeros” (“Terminé de ver el mundo del futuro y no está precisamente en los Estados Unidos de Trump”, La Nación, 3/04/25).[11]

6. 

En medio de las tendencias a la fragmentación económica y política del viejo y nuevo imperialismo (EE.UU., las potencias imperialistas menores del G7, China y Rusia), lo que estamos viendo en estos momentos es una suerte de “competencia” entre tres modelos económico-políticos (tres constructos diversos del imperialismo).[12] La “mitad” de la burguesía de EE.UU. tiende a ser bonapartista y nacional-imperialista-territorialista, lo mismo que Rusia a su “escaso” nivel;[13] China es bonapartista y globalista (hoy China, imperialismo en ascensión, es el adalid del libre comercio); y Europa –y la otra mitad de la burguesía estadounidense, básicamente los demócratas aunque quizás también algunos republicanos–[14] sigue siendo democrático-burguesa y globalista liberal-social-imperialista, y ahora guerrerista.[15] Entonces hay una tendencia a la fragmentación (que se verá hasta dónde llega) a nivel del mercado mundial, el sistema mundial de Estados y los regímenes políticos, que tienen formas distintas en lo económico y también en lo político.

La primera mitad del siglo XX estuvo marcada por una crisis de hegemonía internacional que se resolvió recién con las destrucciones de dos guerras mundiales: 70 millones de muertos, muchos más millones de heridos, generaciones traumatizadas, campos de exterminio, destrucción masiva de ciudades e infraestructuras y un largo etc., destrucciones que, con la lógica irracional del capitalismo, son las que sentaron las condiciones materiales del largo boom de la posguerra en Occidente.[16] Ahora estamos viviendo un periodo de crisis hegemónica y un desarrollo peligroso que agiganta la tendencia a la militarización (enseguida veremos el significado más profundo de esto).

La burocracia en China está unificada detrás del autócrata Xi Jinping (al menos parece estarlo porque a los que dudan, los purgan, hay que recordar el ejemplo de Hu Jintao, retirado abruptamente de la sala en el último Congreso del PCCh); la burguesía europea liberal social imperialista globalista, también se unifica (Georgia Meloni está en falso y se está transformando a pasos agigantados de euro-escéptica en europeísta, y a Marine Le Pen la bajaron de un cachetazo mediante la condena por corrupción).[17] La extrema derecha fuera de EE.UU. parece estar perdiendo con Trump, o quedando fuera de foco, al menos por ahora.

Profundizando en el realineamiento y división de la burguesía estadounidense, podemos tomar apuntes de Kyle Chayka: “La clase de los líderes del Silicon Valley estaba insinuándose hacia la política en una vía que recuerda lo dicho por [la autora Janis, RS] Mimura sobre la élite de burócratas que tomaron el poder político y llevaron a Japón hacia la Segunda Guerra Mundial: ‘Estos son expertos con una mentalidad tecnológica [que nos hace recordar a la relación de Albert Speer con al nazismo, R.S.] y ‘espalda’ en el terreno, habitualmente ingenieros, que ahora pasaban a tener un rol en el gobierno’ (…) El resultado es lo que, en su libro ‘Planificando para el Imperio’, 2011, [la historiadora Janis Mimura, R.S.] calificó como ‘techno-fascistas’, autoritarismo conducido por tecnócratas. Mimura señala: Hay una suerte de tecnologización de todos los aspectos del gobierno y la sociedad [el fetichismo tecnológico, tan poderoso en la sociedad estadounidense, R.S.]” (“Techno-fascist comes to America”).

Y agrega el autor: “Uno trata de aplicar conceptos técnicos y racionalidad técnica en la sociedad humana, y luego usted está obteniendo algo prácticamente totalitario (…) Apple recientemente anunció su propia inversión por 500.000 billones de dólares en una campaña de inversiones en los EE.UU. para los próximos 4 años, incluyendo para construir servidores de IA en Texas (…) En su red social Truth Social, Trump posteó aprobatoriamente que el plan de Apple demostraba ‘confianza en lo que estamos haciendo’” (Kyle Chayka, ídem), lo que significa que, entonces, EE.UU. no está tan de “brazos rendidos” y que existe una lógica detrás del apoyo de los mega empresarios tecnológicos a Trump.

Todavía más: “Erin McElroy, un geógrafo de la Universidad de Washington que estudia el Silicon Valley, ha usado el término ‘siliconización’ para describir la manera en que lugares como San Francisco o Cluj Napoca, Rumania, hacia el cual muchas empresas tecnológicas occidentales han deslocalizado su servicios de IA, han sido reconstruidos a imagen e ideología del Silicon Valley” (Chayka, ídem).[18]

Así que, como señalábamos en “La geopolítica del trumpismo”, se ha abierto un “pulso”: un conflicto interestatal que nos lleva a un mundo desconocido donde nada está cerrado. ¡La lucha hegemónica “dura” sólo acaba de comenzar!

7. 

El traslado de la pelea económica a la lucha entre Estados es peligroso: agiganta las tendencias antidemocráticas y bonapartistas dentro de cada país (esto es insoslayable). En lo inmediato, está teniendo un efecto evidente sobre las conquistas democráticas en EE.UU.: está claro que allí la coyuntura es reaccionaria, aunque el sábado 5 de abril parece huno una súper importante acción nacional callejera contra Trump y sus acólitos. El ataque a los inmigrantes, las deportaciones arbitrarias y de las otras, las detenciones estilo dictadura militar de activistas pro-palestinos como si fueran integrantes de Hamas, el apriete y la capitulación de Universidades como Columbia sobre todo entre las escuelas de Estudios Orientales, etc., son otras tantas expresiones de la actual coyuntura adversa en los Estados Unidos, aunque la misma podría girar, como ya se apreció en la primera presidencia de Trump cuando la rebelión antirracista en su último año de mandato (2020), que le costó la reelección (la definición de Trump como régimen «fascista» es una exageración que desarma aunque hoy en día sea un régimen duro de extrema derecha, de esto no hay dudas).[19]

Simultáneamente, bipolaridad asimétrica si las hay, en otros lugares están volviéndose a expresar tendencias a la rebelión popular: ahí están los casos de Corea del Sur, Grecia, Serbia, Turquía, Rumania, Hungría y otros que no casualmente han estado apareciendo en los últimos meses, así como las dificultades simultáneas de Milei en la Argentina y Bolsonaro en Brasil.

La mayoría de los analistas –interesados y desinteresados– señalan que Trump no va a lograr sus objetivos con las tarifas: va a lograr que aumenten los precios e inducir una recesión, ambos fenómenos en los EE.UU. y, eventualmente, internacionales. También pueden terminar fortaleciendo a sus competidores. A China en primer lugar, pero asimismo a Putin en Ucrania o despertando a la UE de su letargo atlantista de la posguerra, transformándose en un competidor más (Trump aparece con pocos aliados incondicionales: Netanyahu, Orban, su “chiguagua” Milei, Bukele y no muchos más).

Por razones interesadas, obviamente, el Wall Street Journal define las medidas proteccionistas de Trump como “la más estúpida guerra comercial de la historia”. The New York Times, el Financial Times, la revista decana del liberalismo The Economist, etc., todos estos medios imperialistas liberales “independientes” y prestigiosos, están contra Trump y sus medidas (son librecambistas, libremercados y, en general, pro democracia burguesa imperialista): “La globalización está terminada y con ella la posibilidad de superar las crisis domésticas mediante exportaciones y capitales del exterior. Y en esto está del eje –the crux– de las razones para el seguro fracaso de las medidas tarifarias de Trump para restaurar la economía estadounidense y ‘hacer América grande de nuevo’: no hace nada para resolver la base del estancamiento de la economía doméstica de los EE.UU.; por el contrario, la hace peor” (Roberts, “Liberation day”).

Pero si esto es así, ¿cuál es la lógica subyacente del “Liberation day”? Se podría pensar que Trump es un idiota egocéntrico, enamorando de sus ideas e intuiciones y sin formación profesional. Pero en su locura debe haber algún método, como dice el dicho: por algo tiene a McKinley, presidente colonizador manu military, como personaje histórico de cabecera. No por nada Trump ha amenazado a Groenlandia, a Panamá, a Canadá, exigido “reparaciones de guerra” a Ucrania en tierras raras y minería, y ha dicho que podría hacer de Gaza una “Riviera de Medio Oriente”. Parece un idiota, o un loco, y lo es, pero también es verdad que tiene un enorme poder en sus manos; es prácticamente seguro que va a desencadenar más barbarie, guerras, reacción y revoluciones: ¡cosechará seguramente su siembra!

Trump difícilmente logre grandes relocalizaciones (aunque puede ser que un arreglo en el marco del T-MEC esté en curso con México y Canadá).

Así las cosas, la única manera de lograr ganancias reales es apropiándose de territorios, lo que desencadenaría conflictos militares o efectos imitación (Putin más “caprichoso” con Ucrania, Xi Jinping entusiasmándose con Taiwán). Michael Roberts afirma que EE.UU. ya perdió la carrera competitiva con China, a nosotros nos parece una afirmación apresurada.

Pero parece evidente que un sector de la burguesía estadounidense dijo “así vamos perdiendo” y se decidió por este giro radical de 180 grados que cuestiona no solamente los consensos forjados desde los años 80 sino los de la segunda posguerra.

Se acaba el mundo neoliberal macro –en lo micro, para nada–, el mundo globalista del mercado mundial y de la ONU, y viene un mundo (todo dicho exageradamente, sin tener en cuenta las contra-tendencias y los matices en el marco del imperialismo nuevo y viejo) donde, como señala Roberts, “cada Estado está por su lado”, un mundo de bonapartismos y competencia interestatal económica, política y militar exacerbada. (Repetimos que hacemos con esto una afirmación “estilizada” que deja de lado los matices que existen y, sobre todo, que el cambio de carril que está viviendo el mundo en el carácter del imperialismo todavía es un work in progres.)

8.

El retorno de la “lógica imperial” decimonónica hace que las comparaciones sean, efectivamente, con el siglo XIX: la época de los imperios y el «manoteo» de territorios. Yendo incluso más atrás, esto habla de una suerte de “nueva época de acumulación primitiva» (recordamos acá el concepto que viene usando el geógrafo marxista David Harvey de «acumulación por desposesión», solo que esto aplicaría ahora en escala ampliada). El concepto de acumulación primitiva precapitalista en Marx (la que creó las condiciones para la acumulación propiamente capitalista, es decir, exclusivamente económica), es, precisamente, una acumulación extraeconómica; no es por la vía de la competitividad sino por la violencia. La conquista del Oeste en el caso norteamericano, también la ocupación de parte de México, luego la gestión McKinley con Filipinas, Cuba bajo la Enmienda Platt, los imperios coloniales de Gran Bretaña, Francia, Rusia, Holanda, Bélgica. En el caso actual, la Rusia de Putin en Ucrania, las amenazas de Xi Jinping sobre Taiwán, Trump que se sube a la ola internacional con Groenlandia (una isla dinamarquesa que pugna por su independencia ubicada en las proximidades estratégicas del Ártico y que tiene solo 56.000 habitantes, aunque es una sociedad con personalidad propia), el Canal de Panamá, que más allá de la genuflexión de sus presidentes tiene una sociedad con hondo sentido antiimperialista (¡allí se desprecia a los que fueron habitantes extraterritoriales de las franja del canal, híper privilegiados y de origen estadounidense!), es decir, la apropiación violenta de geografías, territorios, recursos naturales, rentas agrarias, hidrocarburíferas, etc.

Trump reivindica la guerra de tarifas, que también rompe con la ley del valor.

Atención que de manera principista no somos librecambistas ni proteccionistas. La prensa mundial mainstream está contra el proteccionismo, pero cualquier sociedad de transición al socialismo necesitará de proteccionismo si quiere desarrollar su economía en paralelo con la revolución mundial (por supuesto que esto cambiaría en un país imperialista).

Ni librecambistas ni proteccionistas en general, somos anticapitalistas, socialistas, y en términos circunstanciados defendemos el proteccionismo para los países dependientes y las sociedades de transición en países atrasados (ruptura de la ley del valor inevitable si se quiere desarrollar industrias).

El concepto de acumulación primitiva viene bien para intentar entender a Trump II. Lo que no se puede ganar más o menos en lo inmediato por la vía de la inversión productiva y la productividad, se podría ganar mediante métodos de acumulación primitiva: la colonización directa de territorios incluyendo (evidentemente, muy a largo plazo) Marte y la conquista del espacio según Elon Musk.

Así que el “Liberation day” tiene la “densidad del acontecimiento”: un acontecimiento estratégico que une lo inmediato y lo estructural, tan denso en consecuencias que no hay posibilidades de sacar todas las conclusiones en un santiamén (el peso del acontecimiento es algo que señalamos en nuestros textos anteriores: “Auschwitz: El marxismo y el Holocausto”).

Estamos, repetimos, bajo el “peso del acontecimiento”, un hecho que en la “larga duración” no parecería tener significación, pero que resulta ser un quiebre: ¡la ley dialéctica del salto de cantidad en calidad tan denostada por los althusserianos!

9.

¿Estamos en una situación pre-1914 o pre-1939? No lo sabemos. En el plazo inmediato, no. Pero las circunstancias podrían acelerarse, encadenarse o generarse consecuencias no queridas de la acción, que lleven a los actores geopolíticos a las puertas de eso. Hasta ahora China había sido muy medida en sus declaraciones y sigue señalando que quiere “negociar”. Pero, de momento, ha impuesto una tarifa del 34% a todas las importaciones estadounidenses.

La cosa es que el jugador que patea el tablero no tiene ninguna claridad de las consecuencias de sus actos, como Trump mismo acaba de reconocer. Afirma que “el enfermo ya salió de terapia” (sic). Pero parece, más bien, ¡que acaba de entrar!

Por ahora, todo el mundo se está defendiendo mientras los mercados se derrumban. Nadie sabe las consecuencias estratégicas de las medidas que tomó Trump.

Y, como señalamos, no tiene lógica que esto quede acá: “El castigo (retaliation) de los otros países va a llevar a una caída de las exportaciones estadounidenses. En 1930, después que el presidente estadounidense Hoover impuso la Smoot-Wawley act sobre tarifas, la retaliación [de las demás potencias] llevó a una caída del 33% de las exportaciones estadounidenses y a una espiralización descendente del intercambio internacional llamada ‘Kindleberger-Spiral’: un ciclo en el cual las tarifas reducían el comercio, luego más retaliación lo que lo reducía más, luego más retaliación (lo que Trump llama “tarifas reciprocas”), y los efectos primeros y segundos sobre la producción, luego más tarifas y más retaliación, hasta que el comercio global cayó de 3 billones en enero de 1929 a 1 billón en marzo de 1933” (“Trump tariffs -some facts and consequences -from various sources”).

Años después, sin olvidarnos de la Gran Depresión y de las dinámicas de revolución y contrarrevolución generadas por la Revolución Rusa, se desencadenó la Segunda Guerra Mundial: “Durante años el orden que ha gobernado la economía global se ha venido erosionando. Hoy está cerca del colapso. Una preocupante cantidad de factores podría disparar un descenso en la anarquía, donde la razón está en el poder [might is right] y la guerra vuelva a ser un recurso para las grandes potencias” (Yunes, ídem).[20]

Bibliografía

Valerio Arcary, “Trump nao e um mal menor”, Facebook de Valerio Arcary.

Kyle Chayka, “Techno-fascism comes to America. The historical paralleles that help to explain Elon Musk rampage on de federal goverment”, The New Yorker, 26/02/25.

Kaan Kangal, “MEGA [From the historical-critical dictionary of marxism]”, Historical Materialism, 2/04/25.

Thomas L. Friedman, “Terminé de ver el mundo del futuro y no está precisamente en los Estados Unidos de Trump”, La Nación, 3/04/25.

Michael Roberts, “La guerra comercial de Trump y el debate sobre sus consecuencias”, Viento sur, 6/03/25.

  • “Liberation day”, blog de Michael Roberts, 2/04/25.
  • “From welfare to warfare: military Keynesianism”, blog de Michael Roberts, 02/04/25.
  • “Trump tariffs -some facts and consequences (from various sources)”, blog de Michael Roberts, 5/04/25.

Karl Polanyi, La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2007.

Ingo Schmidt, “Les sepectres du fascism et du communism hantent la politique allemande a l’ere de l’incertitude, Inprecor, 4/02/25.

Marcelo Yunes, “La economía internacional y los cambios geopolíticos”, izquierda web.


[1] En esta edición publicamos textos recientes del economista inglés Michael Roberts, quien, a pesar de la profunda discrepancia que tenemos con él alrededor de la caracterización de la China actual, está llevando adelante una seria cobertura en el terreno económico de las medidas de Trump, su contexto y posibles consecuencias. También citaremos a otros autores marxistas y no marxistas en esta nota. También citaremos a otros autores marxistas y no marxistas en esta nota.

De paso, aclaramos que la cita del economista crecido en Budapest Karl Polanyi con la que comenzamos esta nota es de su principal obra, publicada por primera vez en 1944 y dedicada a analizar el derrumbe del primer orden liberal capitalista, fenecido con el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial en 1914.

[2] Marcelo Yunes señala: “El orden imperialista anterior está cuestionado y en estado de flujo; todos los actores lo perciben, y nadie quiere ser el último en prepararse para lo que sin duda ha de sobrevenir: una reconfiguración de ese orden o la constitución de uno nuevo, cuyos términos serán dirimidos no por la ‘adhesión a los valores occidentales’ sino por la fuerza brutal” (“La economía internacional y los cambios geopolíticos”, izquierda web).

[3] Es “paradójico”, pero lo conceptual es más concreto que la suma de datos empíricos.

[4] Las consecuencias inintencionales de la acción son aquellas que no se controlan o que tienen por resultado lo opuesto a lo que se buscaba. Son propias de análisis sociológico, porque colocan la acción en el contexto determinado en que ocurren mostrando la disonancia entre causa y consecuencias.

[5] El SWP inglés cometió el error gravísimo de apoyar el movimiento reaccionario por el Brexit en vez de abstenerse en la discusión de Brexit o permanencia en la UE por parte de Gran Bretaña. Se alineó con uno de los bandos burgueses en pugna, el bando trumpista por así decirlo; que sepamos, no han retrocedido de esta ridícula posición.

[6] Dejando de lado por un instante el problema territorial, Roberts desmiente en esta nota que los aranceles vayan a tener el efecto que señala Trump. Recuerda que Engels señalaba ya en su tiempo que “cuando una economía capitalista es dominante en todo el mundo, está a favor del libre comercio y sin aranceles, como lo hizo Gran Bretaña a mediados del siglo XIX y Estados Unidos en las décadas de 1950/80. Pero la larga depresión de las décadas de 1880 y 1890 hizo que el dominio manufacturero de Gran Bretaña disminuyera y la política británica cambió a aranceles proteccionistas para su vasto imperio colonial” (Roberts, ídem).

[7] El giro militarista de la Unión Europea y las fantasías de “keynesianismo militar” como elemento de tracción de la economía europea están bien analizados en otro artículo reciente de Roberts: “From welfare to warefare: military Keynesianism”, en su blog, y ahora también publicado en esta edición de izquierda web).

[8] Esta operación de relocalización monumental de la producción industrial a ritmo frenético fue una de las claves por las que la URSS pudo derrotar al nazismo, operación comandada por el gran planificador soviético Nikolái Alekséyevich Voznesenski, purgado por Stalin en 1947, muerto en el Gulag en 1950. Demostró que la planificación, aun burocrática, conservaba un determinado grado de eficacia, al menos bajo el “impulso moral” de una población trabajadora que sabía que el nazismo venía por su propia existencia (abordamos estas circunstancias en “Causas y consecuencias del triunfo de la ex URSS sobre el nazismo”, izquierda web).

[9] Michael Roberts; la revista marxista estadounidense Monthly Review incluyendo a su intelectual marxista estrella, Bellamy Foster; Giovanni Arrighi en su última obra antes de morir, Adam Smith en Pekín; el inefable Valerio Arcary (¡siempre buscando un aparato del cual agarrarse!); varios intelectuales de las corrientes militantes del trotskismo, etc., muchos de ellos “pintan de rosa” a China que, supuestamente, no sería una nación capitalista (sic), o, al menos, no sería un imperialismo en ascensión…

Nosotros seguimos las definiciones de Au Loong Yu, esforzado intelectual y militante marxista de origen hongkonés hoy exilado en Londres, con quien compartimos una hermosa charla en noviembre pasado: su definición es que China es un capitalismo burocrático de Estado y un imperialismo en ascensión que, paradójicamente, todavía tiene tareas nacionales sin resolver. (Taiwán es una de ellas, pero, al mismo tiempo, defiende el derecho a la autodeterminación de la isla, definiciones con las que coincidimos; defendemos el derecho a la autodeterminación de Taiwán, no la independencia. Pero nos oponemos a una invasión de la isla por parte de China, así como nos opusimos al manotazo bonapartista de Pekín en Hong Kong que liquidó la autonomía de la isla).

Por otra parte, no podemos dejar de señalar que Arcary cambia de posición como de camiseta. Respecto del conflicto en Ucrania, a comienzos de la invasión rusa lo consideraba un conflicto doble; luego pasó a una posición de conflicto sólo proxi (interimperialista). La izquierda que esperaba algo de Trump en Ucrania tenía una posición por lo menos ridícula, pero afirmaciones como la siguiente de Arcary dan vergüenza ajena para un socialista revolucionario: “Es verdad que se equivocan feo aquellos que apoyaron a Ucrania cuando consideraban la guerra como ‘justa’ por su derecho a la existencia como Estado independiente. Pero la guerra en Ucrania fue, desde el inicio, una guerra injusta, una guerra entre la Triada y Rusia, aunque haya sido Rusia la que invadió Ucrania” (“Trump nao e um mal menor”, Facebook de Valerio Arcary).

Así que resulta ser que la defensa nacional ucraniana frente a la invasión no es legítima cualquiera sea su dirección y utilización de ella por parte de la OTAN…  De ser así, suponemos que Arcary estará a favor de que Trump y Putin descuarticen Ucrania, así termina esta guerra “injusta”. La presión del aparato es feroz sobre este tipo de intelectuales superestructuralizados: además de presionarlo Lula, el PT y el Frente Popular, también lo presionan China y Rusia, cosa que se aprecia a simple vista en sus análisis y su marxismo del tipo de la Segunda Internacional.

[10] Yunes no se priva de señalar un punto débil en la planificación burocrática china: “Un problema adicional, que recuerda a lo que sucedía bajo la burocracia estalinista en las últimas décadas de la URSS, es que las directivas del plan central no siempre son cumplidas con el celo necesario por los funcionarios medios y locales. Y no por incapacidad o disidencia real, sino por temor a las continuas purgas en el partido que afectan a los ‘malos funcionarios’. No hay institución más temida que la Comisión Central para la Inspección de Disciplina (CCID) (…) En la última década, la CCID sancionó a seis millones de funcionarios” (Yunes, ídem).

[11] Hay que agregar que las universidades chinas, sorprendentemente o no tanto, están sumando marxólogos de jerarquía mundial que son parte del proyecto MEGA 2 o de los proyectos de la publicación científica china de las obras completas de Marx y Engels (¡no sin que el Estado burocrático-capitalista chino esté metiendo la mano en eso!). Ver al respecto la parte dedicada a China en la nota “MEGA [From the historical-critical dictionary of marxism]”, Historical Materialism, 2/04/25, texto traducido al inglés por Kaan Kangal, filósofo marxista que trabaja precisamente en China.

[12] Por constructo entendemos un concepto que se forja en la fusión -en cada caso determinado- entre economía y política, la forma concreta que asume cada imperialismo.

[13] Atención que Trump no es tan idiota ni puramente territorial: gravó la importación de bienes, pero no puso impuestos a los servicios ni, claro está, a las finanzas, ambos planos en los cuales sus balanzas, sus intercambios de servicios y de capitales, son superavitarios; otra cosa es el endeudamiento del Estado estadounidense, hoy en 33.000 billones de dólares, 99% de su PBI.

[14] Hay que tener en cuenta que, de todas maneras, la política hacia China tuvo continuidad entre Trump I y Biden y la preocupación de hacer un giro en relación a ella ya venía desde Obama. Además, hasta el momento hubo un realineamiento burgués de las tecnológicas hacia Trump, expresado en Musk pero no sólo en el (no sabemos si con las caídas de las bolsas y todo eso, esto continuará). Entre los demás sectores burgueses, suponemos que el petróleo, el gas, la minería, también están con Trump, pero no hemos estudiado esta temática realmente ni hemos visto grandes ensayos al respecto más allá del evidente alineamiento del “mundo tecnológico”.

[15] El rearme europeo es descomunal: “La propaganda armamentística ha llegado al nivel de fiebre en Europa”, afirma Roberts. Obviamente, como señalábamos en la reunión internacional de nuestra corriente, se acabó la “transición ecológica”, la cosa ahora es la transición a la revitalización de la industria de guerra, las expectativas de que esto revitalice la industria europea como un todo (expectativas relativizadas por Roberts), y la justificación para una nueva ronda de ataques históricos a lo que queda del Estado benefactor en Europa occidental (con muy distintas circunstancias de país a país). Ver “From welfare to warefare: military Keynesianism”.

[16] La destrucción del capital fijo reduce la composición orgánica del capital, cuya fórmula simple es pv/ c + v, es decir, el plusvalor -el trabajo no pagado- dividido el capital constante -trabajo muerto- y el valor de la fuerza de trabajo -el trabajo vivo-. La cuestión es que la reducción de la composición orgánica del capital (uno de los términos del denominador de esta fórmula, C) agiganta las ganancias capitalistas y, entonces, la reconstrucción luego de la destrucción es un gran negocio para los capitalistas sobrevivientes a la destrucción (en el caso de los años 30, la Gran Depresión) y las guerras mundiales.

[17] Condena que, más allá de cualquier consideración burguesa geopolítica, vemos como progresiva y un punto de apoyo auxiliar para la movilización extraparlamentaria por aplastar a la extrema derecha. Vergonzosamente, revistas como Jacobin Estados Unidos sacaron una posición en contra de la condena a Le Pen, mientras que, en general, las demás corrientes del trotskismo dijeron que la condena “no cambia nada” (sic).

[18] Chayka incluso habla de la conocida interna entre Bannon y Musk citando expresamente las palabras del primero en relación al segundo: “Ellos [por los mega empresarios tecnológicos, R.S.] deben ser detenidos. Si no los detenemos, y si no los detenemos ahora, van a destruir no simplemente el país, van a destruir el mundo”, y agrega: “Bannon calificó a Musk como ‘uno de los más grandes aceleracionistas’, por referencia a otra ideología infectada por la tecnología que desafía con el caos y la inevitabilidad” (Chayka, idem).

[19] Muchas corrientes definen a Trump lisa y llanamente como “fascista”, entre ellas la corriente humanista de Kevin Anderson. Pero a nosotros nos parece que dicha exageración no ayuda a calibrar bien las fuerzas del enemigo y las nuestras, amén de que la suerte de Trump va a depender tanto de lo que ocurra en los EE.UU. como en el mundo.

Que el guerrerismo empuja al bonapartismo es un hecho, pero no lo es que ya se haya impuesto un régimen fascista en los EE.UU., aunque Trump claramente empuje para ese lado con el discurso de que querría un “tercer mandato”. Efectivamente, al giro que pretende expresar no le alcanza un mandato para llevarlo adelante: Trump, es verdad, pretende el carácter vitalicio de Putin o Xi Jinping; que lo logre es otro cantar.

[20] Esto nos hace acordar a un texto de Trotsky de la época de la Primera Guerra Mundial, donde citaba al ministro de Relaciones del Imperio Alemán (segundo Reich), que decía, tal cual, “la razón está en la fuerza”, lo que nos recuerda algo que está en Carl Schmidt, que es la fuerza la que funda el derecho ex nihilo (desde cero o desde el origen). O, lo que es lo mismo, que la fundación del derecho es un hecho extrajurídico (Giorgio Agamben).

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