Desde el 2 de abril, cuando Trump anunció las tarifas que impuso a las importaciones de productos provenientes de 185 países y territorios, se desató una espiral de especulaciones sobre las posibles reacciones de las economías afectadas y si daría inicio a una guerra comercial.
De inmediato, todas las miradas giraron hacia China, la segunda economía del planeta y principal competidor de los Estados Unidos por la hegemonía mundial.
El volumen comercial entre ambos países es de 600.000 millones de dólares, equivalente a un 2% del comercio mundial. Aunado a esto, China es el principal socio comercial de 150 países y los Estados Unidos es quien le sigue en importancia.
Visto lo anterior, una guerra comercial indefinida entre las dos potencias trastornaría la producción, las cadenas de suministros y los mercados mundiales construidos a lo largo de las últimas décadas, provocando un impacto terrible sobre el conjunto de la economía mundial.
Al momento de escribir esta nota, lo único que podemos afirmar es que China dio muestras de que no pretende ceder ante los chantajes arancelarios de Trump. Asimismo, desde la Casa Blanca, por ahora no retroceden con las elevadas tarifas que impusieron a su competidor asiático.
No sabemos si esto mudará en las próximas horas, principalmente porque Trump es un factor de inestabilidad a causa de su comportamiento caótico. Es más, tuvimos que ajustar este artículo varias veces desde el miércoles (9) cuando escribimos una primera versión, debido a la catarata de noticias provocadas por las idas y vueltas del presidente estadounidense.
En ese escenario, como salvaguarda metodológica optamos por trabajar con definiciones muy abiertas, con el fin de proyectar una radiografía del momento actual de la guerra de aranceles, pero dejando claro que todo puede mudar de un día para otro.
Junto con esto, profundizamos en los trasfondos de la disputa comercial, para brindar elementos de análisis que ayuden a comprender el “Día de la Liberación” como un acontecimiento que se inscribe en la nueva etapa de la lucha de clases.
Retaliaciones: ¡dame que te doy!
A poco más de una semana del “Día de la Liberación” (2), queda claro que hay una escalada entre las dos principales potencias mundiales. Por ahora, tanto Pekín como la Casa Blanca, se manejan bajo la lógica del “ojo por ojo, arancel por arancel”, la cual tiende hacia una agudización de las tensiones.
En razón de eso, durante los últimos días presenciamos un intenso ida y vuelta entre ambos contendientes. En un juego de futbol eso se valora, pero la cosa cambia cuando se trata del choque entre las dos principales potencias mundiales, pues sus desenlaces pueden ser dramáticos.
Recordemos que los Estados Unidos impusieron una tarifa del 34% a la importación de todos los productos provenientes de China. En retaliación a esto, el gigante asiático colocó un arancel simétrico (es decir, del 34%) a los productos estadounidenses.
Seguidamente, Trump elevó el tono en la pugna y amenazó a China con la imposición de un nuevo arancel del 50%, el cual empezó a regir a partir de este miércoles (9). Así, el acumulado de aranceles (los nuevos y los antiguos) contra las importaciones chinas llegó al 104%.
Ante eso, China no cedió y aumentó a un 84% las tasas a la importación de bienes estadounidenses. Además, los portavoces chinos declararon que la nación asiática estaba dispuesta a “luchar hasta el final”, confirmando que Xi Jinping no está pensando en sentarse a negociar por el momento.
Por último, Trump contraatacó nuevamente al elevar la tarifa para los productos chinos al 125% y, en un inesperado giro de 180 grados, declaró una tregua de noventa días en la aplicación de los aranceles especiales para 75 países, aunque dejó en vigor la tarifa universal del 10% que afecta a todos los países por igual.
De esta forma, la Casa Blanca focalizó la disputa con China y “distendió” el ambiente con los países con los que está renegociando las relaciones comerciales, aunque sea temporalmente. Por ejemplo, la Unión Europea decidió suspender temporalmente la implementación de aranceles contra los productos estadounidenses, a la espera de ver como se desarrollan las negociaciones con Trump.
Ahora bien, surge la pregunta de ¿por qué Trump dio ese giro inesperado y retrasó la implementación de los aranceles anunciados el “Día de la Liberación”? Aunque los voceros de la Casa Blanca afirmaron que fue un ejemplo de la flexibilidad del presidente para negociar, en realidad se trató de un retroceso forzado.
En primer lugar, varios de los más célebres billonarios que apoyaron al republicano en la campaña electoral se posicionaron abiertamente contra los aranceles. El punto más álgido de este episodio fue la pelea pública de Elon Musk con el asesor comercial presidencial, Peter Navarro, identificado como el ideólogo de la guerra de tarifas.
Junto con esto, la prensa internacional informó que en la Casa Blanca se encendieron las luces de alarma el miércoles en la tarde, luego de que se dispararan los retornos de los bonos del Tesoro, debido a que los tenedores se desprendieron de los mismos en masa. Esto era señal inequívoca de que aumentarían las tasas de interés, la inflación y el costo del exorbitante endeudamiento de los Estados Unidos, estimado en la astronómica cifra de 36 billones de dólares (un 130% del PBI).
Cuando fue consultado al respecto, Trump respondió que “observaba el mercado de bonos. El mercado de bonos es muy complicado. Lo observaba”. En realidad, fue tomado de sorpresa por esa situación, porque los bonos suelen ser instrumentos de deuda seguros.
En todo caso, este repliegue táctico no significa que el gobierno estadounidense desistió de proseguir con su guerra de aranceles. Por ejemplo, Trump decretó la tregua en las tarifas especiales, pero mantuvo el arancel universal del 10% y, para el caso de China, lo elevó hasta el 125%. Un día después (10) y para no dejar rastro de dudas, la Casa Blanca aclaró que el monto final de las tarifas alcanzó el 145%, debido a la vigencia de un arancel del 20% establecido previamente.
Cuando pensábamos que la guerra de números había terminado, desde Pekín respondieron con un NUEVO aumento de los aranceles contra los norteamericanos, pues pasaron la tarifa del 84% al 125%.
Además, un vocero del Ministerio de Finanzas chino, que el “incremento de aranceles anormalmente altos por parte de Estados Unidos sobre China se ha convertido en un juego de números que no tiene un significado económico práctico y se convertirá en una broma en la historia de la economía mundial”. También, añadió que ignorarán nuevos aumentos arancelarios por parte de Estados Unidos, porque las tarifas alcanzaron un nivel tan ridículamente alto que ya no tiene sentido responder; da lo mismo tener un arancel del 50%, 80%, 100% o del 3000%.
Lo anterior indica que, probablemente, estemos en los inicios de una guerra comercial de larga duración entre los Estados Unidos y China, donde el “estira y encoge” será recurrente. Hasta este momento, la tendencia es hacia una agudización de las contradicciones entre ambas potencias, producto de su disputa (cada vez más abierta y hostil) por la hegemonía mundial. Pero como dijimos al inicio, la situación es tan volátil que no se puede descartar un arreglo temporal entre las partes (aunque es la hipótesis menos probable en este momento).
Estados Unidos y el retorno de la política por encima de la economía
La mayor parte de los analistas económicos y de los medios de comunicación burgueses se muestran desconcertados a la hora de analizar el comportamiento de Trump, al cual suelen calificar de irracional y caótico.
A primera vista eso es cierto. Trump es una figura disruptiva y sus rasgos personales se magnifican porque está al frente de la principal potencia mundial. En ese sentido, su personalidad se transformó en un factor que interviene activamente en el desarrollo de los acontecimientos mundiales.
Al respecto, es muy sintomática la portada de la revista The Economist (abril 12-18), titulada “The age of chaos” (La era del caos) y que está decorada con varios rostros de Trump con una tonalidad naranja.
No obstante, su comportamiento errático tiene una explicación, o, mejor dicho, va más allá de la simple suma y resta que realizan los analistas burgueses. Para entender la guerra comercial en curso es necesario comprender que no se trata de un diferendo económico, sino que ante todo hace parte de la lucha por la hegemonía mundial en medio de una nueva etapa mundial.
Según Michael Roberts, Trump está ceñido con la manufactura porque quiere revertir la desindustrialización de los Estados Unidos provocada tras 40 años de globalización y relocalización de las industrias en países con costos de producción más baratos. Eso generó un debilitamiento industrial de la economía norteamericana y fue aprovechado por China, al cual identifica como el rival a vencer.
Asimismo, añade Roberts, la estrategia y tácticas del trumpismo son diferentes a los que empleó Biden. La anterior administración demócrata apostó a los subsidios e incentivos para reindustrializar el país, una estrategia que no comparte Trump y su círculo de asesores del movimiento MAGA, para quienes eso redunda en más gastos fiscales y, además, hasta ahora demostró que no alcanza para contener el avance de China.
Por ese motivo, Trump optó por una estrategia más agresiva, la cual consiste en usar los aranceles para obligar a las empresas a volver a producir en los Estados Unidos y retornar a las áreas de influencia. De paso se trajo abajo la arquitectura comercial que rigió el planeta desde la segunda posguerra, la cual fue pensada y liderada por el imperialismo norteamericano.
Para Roberts la fórmula trumpista de “aranceles=reindustrialización” está condenada al fracaso, para lo cual se remite a otras experiencias fallidas en el siglo XX. Por ello, en sus artículos transmite la idea de que los Estados Unidos perderán la disputa con China en el mediano o largo plazo.
No coincidimos con esta última parte de su análisis, la cual consideramos economicista y con derivas deterministas. Está en curso una lucha política donde se enfrentan dos potencias imperialistas y, por tanto, las tensiones pueden avanzar de la competencia económica al plano militar.
Trump encarna un sector de la burguesía imperialista estadounidense que optó por un “cambio de carril”, es decir, una nueva forma de ejercer la hegemonía y dirigir las disputas con sus contrincantes. Por este motivo es tan disruptivo; no se trata solamente de su personalidad, también representa un proyecto estratégico para reordenar el mundo, inclusive manu militari.
Por otra parte, es innegable que Trump recurrentemente denota una falta de método y muchas veces improvisa. Para decirlo con una frase popular, transita por el mundo con la “delicadeza” de un elefante en un bazar. No obstante, sería un error reducir la crisis actual a las estupideces de Trump y no dar cuanta de cómo eso encaja en la apertura de una nueva etapa en la política y la lucha de clases internacional.
Como se apuntó en un artículo reciente que publicamos en Izquierda Web, la segunda administración de Trump aspira a reeditar una forma de “acumulación primitiva”, según la cual “lo que no se puede ganar más o menos en lo inmediato por la vía de la inversión productiva y la productividad, se podría ganar mediante métodos de acumulación primitiva: la colonización directa de territorios incluyendo (evidentemente, muy a largo plazo) Marte y la conquista del espacio según Elon Musk” (ver “Liberation day” (¿o el día del “derrumbe” del viejo orden?)).
La geopolítica del trumpismo refleja un retorno a la lógica de la territorialización imperialista con áreas de influencia, la cual se contrapone al consenso neoliberal del libre comercio sin restricciones y desterritorializado. Es decir, implica el retorno del Estado y del imperio de la política sobre la economía (ver La geopolítica del trumpismo).
Es más, mientras continuaba la guerra mediática por los aranceles, el secretario de Defensa norteamericano, Pete Hegseth, visitó Panamá y advirtió que los Estados Unidos no permitirá que China amplíe su influencia sobre la zona del Canal, pues “es vital para el comercio global y para nuestros intereses estratégicos (…) “Quiero ser muy claro. China no construyó este canal, no opera este canal. Y China no armará este canal. Junto con Panamá a la cabeza, mantendremos el canal seguro”.
A lo anterior se suma la visita que realizó hace unas semanas a Groenlandia el vice-presidente norteamericano, JD Vance, donde se arremetió directamente hacia el gobierno danés en un tono provocativo: “Nuestro mensaje a Dinamarca es muy sencillo: no han hecho un buen trabajo por el pueblo de Groenlandia. No han invertido lo suficiente en la población de Groenlandia y no han invertido lo suficiente en la arquitectura de seguridad de esta increíble y hermosa masa continental”.
Posteriormente, el Secretario de Estado, Marcos Rubio, declaró que no permitirán que Groenlandia se torne un territorio dependiente de China, ya sea como territorio autónomo adscrito al reino de Dinamarca o como Estado independiente.
Estos casos ejemplifican las aspiraciones expansionistas del gobierno de Donald Trump. La guerra de tarifas se inscribe en esa lógica, pues su objetivo es romper con la ley del valor mediante la imposición de aranceles que encarecen artificialmente el costo de los productos de países competidores, a la vez que los utiliza para chantajear a los demás países: les levanto las tarifas si compran los productos de los Estados Unidos y no los de China, aunque los últimos sean más baratos.
En resumen, la guerra comercial hace parte del proyecto estratégico encabezado por Trump para reposicionar al imperialismo norteamericano; es una táctica ofensiva de un imperialismo en retroceso, con la cual busca un reordenamiento político, geopolítico y económico, para lo cual precisa destruir la arquitectura comercial y política que rigió el mundo en los últimos setenta años.
Esto nos recuerda una frase célebre de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: “Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado se profana”. En ese momento describían el ímpetu que mostraba la burguesía en su ascenso como clase dominante en el siglo XIX y el rediseño del mundo que llevó a cabo. En cuanto a la administración de Trump II, nos sirve para ilustrar el paso improvisado y atropellado de un gigante que retrocede en medio de un sistema capitalista con crisis estructurales simultáneas (económica, ecológica, migrante, geopolítica, etc.).
Asistimos al final del viejo orden mundial. Se abrió una “dinámica de fragmentación del mercado mundial y una situación de ‘reemplazo’ de la competencia entre empresas por la lucha entre Estados” (ver “Liberation day” (¿o el día del “derrumbe” del viejo orden?). El “Día de la Liberación” es un acontecimiento estratégico que une lo inmediato (disputa con China) con lo estructural (la puesta en pie de un nuevo orden mundial).
China: el dragón en una encrucijada
Desde la administración de Obama (2009-2017) China está en la mira de la Casa Blanca. Hay consenso entre demócratas y republicanos en que el gigante asiático es el rival estratégico a vencer en la actualidad, pues su ascenso vertiginoso en las últimas décadas lo hizo candidato a disputar la hegemonía imperialista. Las diferencias radican en cómo librar la guerra, tal como expusimos anteriormente.
China, efectivamente, aspira a ser el primus inter pares. Desde nuestra corriente lo caracterizamos como un imperialismo en construcción (categoría que tomamos críticamente de Pierre Rousset, militante histórico del mandelismo) para dar cuenta de su carácter contradictorio como potencia mundial (ver China: un imperialismo en construcción y China hoy: problemas, desafíos y debates).
Con esto nos referimos al carácter desigual y combinado del gigante asiático. Por un lado, se tornó un moderno centro del capitalismo global, con rasgos expansionistas en Asia y otras regiones periféricas del planeta; por el otro, arrastra un pesado fardo de atraso por la brutal expoliación colonial a la que fue sometida durante siglos a manos de los imperialismos occidentales y de Japón.
Esto coincide con el análisis del reconocido marxista Au Loong-Yu, quien caracteriza a China como un imperialismo emergente. Pero, nos advierte el autor hongkonés, su población comparte una preocupación legítima por su defensa nacional, debido a las masacres e innumerables vejámenes cometidos por las potencias occidentales en su contra en el siglo XIX y XX.
En el caso de la burocracia china, agrega, durante las últimas décadas exacerbaron este sentimiento en un sentido nacionalista y xenófobo, lo cual se constata en la propaganda oficialista contra la “arrogancia de los hombres blancos”. (ver Reseña de “Hong Kong en revuelta” de Au Loong-Yu).
Lo anterior es un elemento a tener en cuenta en la disputa comercial en curso. Al momento de escribir esta nota, todo parece indicar que Xi Jinping no está dispuesto a ceder a las presiones de Washington. Por el contrario, ante cada aumento de tarifas, respondió con una retaliación simétrica.
Pareciera que la apuesta de China es apelar al desgaste interno del gobierno de Trump. Esto es lo que se concluye al leer el comunicado de prensa emitido por el Ministerio de Comercio de China a mitad de semana:
“La historia y los hechos demostraron que el aumento de aranceles por parte de Estados Unidos no resolverá sus propios problemas. En cambio, desencadenará fuertes fluctuaciones en los mercados financieros, incrementará la presión inflacionaria en Estados Unidos, debilitará la base industrial estadounidense y aumentará el riesgo de una recesión económica en Estados Unidos, lo que en última instancia solo se volverá en su contra”.
Junto con esto, Trump sentenció que no negociaría nada con los enviados comerciales de Pekín hasta que retiraran sus aranceles por completo, algo que parece difícil que suceda, pues sería una capitulación de China antes de sentarse a la mesa de negociaciones. Posteriormente, brindó declaraciones elogiosas sobre la inteligencia de Xi Jinping y aseguró que estaba a la espera de su llamada para comenzar a dialogar.
A todo esto se suman las recientes declaraciones que realizó en una cena con el Comité Nacional Republicano del Congreso en Washington, donde aseguró que los dirigentes de muchos países están “besándome el trasero”, en referencia a que lo están llamando y mostrándose dispuestos a ceder en todo con tal de que sean exonerados del pago de los aranceles del “Día de la Liberación”.
Difícilmente Xi Jinping acceda abrir una negociación en los inmediato tras conocerse esas declaraciones. Es decir, no se puede aspirar a retomar el control de Taiwán y transformarse en la principal potencia mundial, si antes tiene que llamar a Trump para negociar y se considere que le “besó” el trasero al norteamericano.
Además, como señaló Scott Kennedy, asesor principal del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, para el caso de China esta disputa no se reduce a un tema económico, principalmente se “trata de su soberanía”.
En ese sentido, es difícil que Pekín ceda al comienzo de la batalla. De hecho, este viernes (11) el Ministerio de Relaciones Exteriores de China publicó un comunicado donde reiteran que “China jamás se doblegará a las presiones de los Estados Unidos” y exigen que la Casa Blanca pare con sus “actitudes imprevisibles y destructivas”.
Conjuntamente, es importante anotar que los rasgos personales del líder chino también tienen peso en esta contienda. Todos los perfiles del Xi coinciden en que está curtido en batallas políticas feroces y de larga duración. Sus tiempos políticos son diferentes a los de Trump, dado que es un autócrata que gobierna al gigante asiático desde 2013, no está preocupado por elecciones de medio período y se maneja con perspectiva estratégicas de larga duración (por ejemplo, el plan “China 2050). En otras palabras, Trump tiene al frente a un adversario que tiene carácter y sabe conducir peleas prolongadas.
Por otra parte, es un hecho que la economía china no anda del todo bien, como refleja el problema latente de la burbuja inmobiliaria. Igualmente, su economía perdió el impulso de décadas anteriores y, desde hace varios, viene desacelerando su crecimiento, aunque con la ventaja de que lo hace desde un piso muy alto y todavía supera al desempeño de sus competidores imperialistas, incluidos los Estados Unidos.
No obstante, es innegable que va resentir el golpe de los aranceles, pues su fortaleza económica radica en sus exportaciones, pero ahora está perdiendo su principal mercado de exportación. Por si esto no bastara, los Estados Unidos van ejercer presión al resto de naciones para que reduzcan sus transacciones comerciales con la economía asiática a cambio de la reducción de las tarifas.
Lo anterior es un tema sensible, pues una de las contradicciones del desarrollo industrial y tecnológico chino, es que aún no “derramó” sus mieles para satisfacer las necesidades de su propia población, sino que está orientado esencialmente para el exterior. Una de las consecuencias de la relativa desaceleración de su economía, es que ahora las compañías chinas no cuentan con un mercado en expansión y tienen problemas de sobrecapacidad productiva (ver China: ¿la estrategia del caracol o la de la ostra?).
Esto configura un escenario muy complejo para Pekín, que está en medio de una encrucijada entre disputar la hegemonía mundial y hacerse valer ante el imperialismo estadounidense en su versión trumpista, o bien, eventualmente ceder ante la asfixia económica que va a empezar a sentir con el paso del tiempo.
Esta batalla recién comienza y sería arriesgado pronosticar resultados. Tan sólo podemos apuntar que la tendencia, hasta el momento, es hacia la escalada y pareciera que Xi Jinping (por ahora) no se “baja” de la guerra comercial, pues implicaría ceder demasiado y abrir un cuestionamiento sobre su proyecto estratégico de transforma a China en la potencia mundial hegemónica a mitad del siglo.
Por último, es importante anotar que Xi está jugando la carta del multilateralismo, con el objetivo de presentarse como una potencia más fiable ante el resto de naciones y defensora de las instituciones que regulan el libre comercio. Además de denunciar a los Estados Unidos ante la OMC por la guerra de tarifas (un gesto simbólico, pero que apunta a legitimar a dicha institución), el presidente chino llamó a la Unión Europea a hacer acción común para “proteger juntas la globalización económica (…) y resistir juntas a todo hostigamiento unilateral”, para así proteger “la justicia y la equidad internacional”.
Todo lo anterior confirma que entramos en una etapa donde la política se impone a los criterios meramente economicistas, los cuales tuvieron más jerarquía en tanto prevalecieron los consensos políticos y económicos que ordenaron el mundo desde la segunda posguerra.
Asimismo, es indudable que esta disputa geopolítica por arriba contraerá consecuencias sociales hacia abajo. Queda por ver cuál será el impacto que provocará la guerra de tarifas sobre la clase trabajadora estadounidense, china y del mundo entero. El crecimiento de la inflación y la amenaza de cierre de fábricas, bien puede ser un aliciente para el desarrollo de la lucha de clases a nivel internacional. Esperemos que así sea.