El obrero rural del Alto Valle[1] vive y trabaja en condiciones muy duras. Las bajas temperaturas del invierno, sumado a los fuertes vientos y las largas jornadas laborales del  campo forjan el carácter de estos trabajadores que, a principio del siglo XX, fueron la base para el crecimiento de la zona basado en la fruticultura.

En una familia de trabajadores rurales, en un pueblo del Alto Valle de la provincia de Río Negro, creció Alcides Christiansen.

 

  1. La semilla

Mi familia era muy pobre. Éramos 7 hermanos, una hermana y mis viejos. Mis padres laburaban los dos. Mi papádesde muy chico trabajaba en el campo. Mi vieja atendía la lechería de un empresario en Villa Regina ordeñando 8 vacas desde las 5 de la mañana y le pagaban sólo con dos litros de leche.

Entre mis 6 hermanos y mi hermana mi infancia fue alegre. Los niños pobres se las rebuscan y tal vez juegan más alegres que los niños ricos. Jugábamos con una pelota con trapo y medias. A su vez, como éramos muchos, se daba que los hermanos más grandes cuidaban a los más chicos. Estábamos todo el tiempo juntos.

Teníamos la suerte de que éramos muchos hermanos y a la vez éramos muchos amigos, porque jugábamos con los otros niños de las otras chacras, hijos de los otros peones rurales, pero también desde muy chicos teníamos que trabajar.

Mi viejo cosechaba frutas. Una de las condiciones que le había puesto el patrón era que los chicos también hagan algo, teníamos que trabajar todos para que mi papá tuviera trabajo. Y así fue, cosechábamos desde el suelo las frutas más cercanas mientras mi papá también cosechaba. Así fueron los años de mi infancia.

Los Christiansen vivían en una chacra en General Godoy, un pueblo de menos de 2000 habitantes cercano a Villa Regina y a la ciudad de General Roca. La familia se había conformado hacía varias generaciones en la provincia. El bisabuelo de Alcides era danés, se había instalado en la provincia cuando llegó desde Dinamarca y allí tuvo un hijo que se casó con una tehuelche que había sido criada por una familia de terratenientes de apellido Dominengui[2]. El abuelo materno era español, de apellido Morán, casado con una mujer francesa. Los padres de Alcides se conocieron en Luis Beltrán y se casaron alrededor del año 45, y tuvieron su primer hijo, Marcelo Delfín Christiansen, en febrero de 1947. En los próximos 9 años tuvieron 6 hijos más: Heraldo, Beder, Rider, Hugo, Alcides, Omar y Sandra, la menor, que nacería en 1962.

La familia era muy unida, lo cual era patrimonio común de muchas familias rurales. Los caracterizaba un fuerte orgullo por el trabajo propio y solidaridad interna del núcleo familiar. En contraposición, la bronca al patrón y a las condiciones de dura explotación a las que estaban sometidos como muchos otros trabajadores rurales. También a los que se aprovechan de la miseria ajena para sacar algún provecho.

La situación de la familia empeoraría al poco tiempo de nacer la hija menor.

A mi padre lo echaron de la chacra donde era encargado. Había muerto el jefe anterior y llegaron otros patrones que tenían otro trato.

El viejo patrón sabía cómo explotar a la gente con una actitud paternalista. Había hecho una casa grande para que viviéramos todos. No se metía con los problemas personales y mucho menos agredía a los trabajadores.

El patrón nuevo vino con una actitud prepotente. En una ocasión le gritó a mi papá por el tema de unas herramientas. Lo agarró una lluvia tremenda mientras trabajaba y mi viejo no terminó de guardar las herramientas. Apareció el patrón y le discutió que las herramientas se arruinaban por su culpa. Mi viejo le contestó que no se oxidaban, que hasta había trabajado bajo la lluvia y no les pasaba nada. Las herramientas en el campo tienen grasa, son de fierro, no quedan siempre abajo de un galpón por la propia realidad del trabajo.

Esa discusión lo afectó mucho a mi padre. Entendió que lo estaban buscando echar. Era peón rural desde muy chico y tenía mucha dignidad.Sabía trabajar bien y tenía mucho orgullo por su trabajo.

Los peones que trabajaban con él le pidieron que no se lo tome a pecho, le tenían mucho cariño y no querían que se fuera. Le decían: «quedáte, no le hagás caso», y mi viejo les respondía: «yo no me voy a quedar arrodillado ante este hijo de puta». Así que cargamos todo una mañana y nos fuimos a una chacra donde nos prestaron una casa en Villa Alberdi.

Alcides y sus 7 hermanos vivieron desde muy chicos estas duras pero valiosas experiencias, forjando una fuerte solidaridad entre ellos y con sus padres. Siendo muy chicos, entendieron que la dignidad no tiene precio, aunque algunos la quieran comprar.

La tensión entre los patrones que consideran al peón rural como su propiedad se opone a la voluntad del obrero que quiere hacerse valer como un ser humano libre y pleno de derecho. Ser valorado por lo que construyó con sus propias manos, por lo que desde su temprana infancia aprendió y depositó en su trabajo cotidiano.

Los peones no somos propiedad del patrón. Estaidea tan simple, tan concreta, era ni más ni menos que la semilla de una conciencia de clase embrionaria que, potencialmente, llegaría a convertirse en conciencia revolucionaria.

En Villa Alberdi vivimos el peor pasaje desde el punto de vista de la miseria. Tal es así que con un enorme dolor se planteó separar a la familia. Mis viejos empezaron a ver cómo hacían para aliviar un poco la carga porque era muy difícil mantener 8 hijos.

Mi madrina, hermana de mi mamá, se ofreció para llevarme a Gral Roca. Me costó muchísimo separarme de mis hermanos, pero lo aceptamos por necesidad.

No pude encajar del todo con esa familia. Era una ciudad que yo no conocía y cambiaba todo, vivían de otra manera. Mi tío era trabajador de YPF y mi tía atendía una carnicería que tenían en una esquina céntrica de la ciudad.

Mi madrina quería que yo fuera como su hijo, pero ella ya tenía 4, yo no me podía adaptar y ya era un chico de 10 años bastante formado. Empecé a andar mal en el colegio.

Recuerdo que en la escuela la maestra nos obligaba a estudiar catecismo y yo no lo quería estudiar. Ya de chico mi abuelo me decía que Dios no existía y eso me había quedado muy grabado. Me pusieron en penitencia y me quisieron obligar a leer el catecismo frente a todo el curso. Pasé al frente pero no hice caso, rompí el libro, lo tiré al piso y me fui corriendo del salón.

Cuando llegué a la casa no había nadie. Armé un bolsito con algunas cosas y me fui a la terminal a esperar a un chofer de colectivo que le decían «el coronel», que era conocido de mi familia. Lo esperé varias horas a que llegara y cuando me vio abrió grande los ojos, sorprendido por verme solo. Me dijo «¡quéhacés, Tití!». Enseguida le pedí que me lleve de vuelta a casa. «Pero che, ¿estás solito?», y me llevó, nomás.

Cuando llegué a casa mis padres no  me preguntaron nada, aceptaron mi decisión y me quedé en casa. A pesar de la amargura, estaba feliz por reencontrarme con mi familia. Y así fui creciendo, «corriendo la coneja», con mis hermanos y mis padres, compartiendo las penurias junto a mi familia.

Llegó el año 1968. Aires de rebelión recorrían las calles de París. Avalanchas de obreros y estudiantes hacían barricadas y enfrentaban a la policía con los adoquines, bajo los cuales, los jóvenes buscaban la playa.

El socialismo se veía en el horizonte y parecía, por momentos, al alcance de la mano. Hacia aquel horizonte marchaba la juventud, decidida y confianzudamente por distintos caminos, con distintas estrategias, pero era la marcha de una generación entera, implacable e imparable.

Hacía un año que habían asesinado al Che Guevara en Bolivia en su intento por replicar la victoriosa Revolución Cubana. En Argentina, miles de jóvenes se ponían en movimiento bajo su ejemplo ingresando a las filas del ERP o Montoneros. Otros iniciaban su actividad sindical con el Peronismo de Base, o bajo las banderas de la IV Internacional en el Partido Socialista de los Trabajadores de Nahuel Moreno, principal dirigente argentino del trotskismo.

Pero para la familia Christiansen, estos acontecimientos eran todavía ajenos y lejanos. A pesar de su adhesión política al radicalismo, el padre de Alcides no tenía posiciones políticas cabales y solía orientarse más bien por su sentido práctico de las cosas.

La situación económica familiar empezó a mejorar a partir de que había conseguido trabajo en una chacra en Cervantes donde pudo arrendar una tierra y, con su propia producción y el trabajo familiar, pagar el alquiler e incluso vender para generar un ingreso mejor.

Además, los niños crecían e iban consiguiendo trabajo en otros lugares, ayudando económicamente a la familia. Esto mejoró notablemente el pasar del núcleo familiar, superando la etapa de duras necesidades que habían vivido en Villa Alberdi.

Por intermedio de una persona que les vendía ropa, surgió la posibilidad de un trabajo para Alcides en la ciudad de Roca, para limpiar vidrios en una estación de servicio.

El laburo se lo ofrecieron a mi hermano más grande, Hugo, pero mi papá insistió en que fuera yo porque a él lo necesitaba más en la chacra. Y así empecé en mi primer trabajo convencional, limpiando vidrios y cargando nafta, junto a mi hermano Omar que también entró a trabajar en la estación. Primero por la propina y después en una relación más convencional por un salario.

En la estación de servicio, Alcides y Omar conocieron a Rafael Fitipaldi.

Fitipaldi era un joven adulto de aproximadamente 30 años que militaba en el PRT (La Verdad)[3]. Era muy activista y no perdía oportunidad de propagandizar sus ideas socialistas en la búsqueda de captar nuevos militantes para su organización.

Su actividad era frenética y caótica. Había estado militando en Rosario y, por una sanción disciplinaria, había viajado a Roca a trabajar en una estación de servicio de un familiar.

A los pocos días de entrar Omar y Alcides, Fitipaldi llegó como nuevo encargado.

Ya desde el primer día Fitipaldi empezó a propagandizar sus ideas. Lo primero que recuerdo de él es que prendió la radio en el playón y puso «Luche luche» de Horacio Guaraní.

Yo no conocía el tema, nunca lo había escuchado. El estribillo me impactó enseguida. «Pueblo que escucha únete a la lucha», «luche lucheluche, no deje de luchar», y Fitipaldi subía el volumen a todo lo que daba.

Con la música de fondo, nos gritó señalando la radio:

-«¡Ustedes que son explotados, escuchen!»

Fitipaldi estaba sumamente involucrado en la tarea de construcción de su partido. Eran épocas muy activas, donde miles despertaban su conciencia revolucionaria al calor de las grandes luchas y acontecimientos políticos. Omar y Alcides eran mucho menores, por lo que de alguna manera comenzaron a referenciarse en él. Lo escuchaban atentamente y él les hablaba del socialismo, de la lucha de clases, de cómo era la explotación, de cómo había que organizarse para luchar por una sociedad diferente.

Poco a poco, la idea del socialismo me empezaba a dar curiosidad.

Un día en el trabajo, le pregunté:

-¿Qué va a hacer el socialismo con los patrones de las chacras, que revientan a los peones y no les importa que la gente se muera trabajando?

-A esos les vamos a sacar las tierras y las vamos a poner a producir por sus propios trabajadores.

Entonces me gusta el socialismo, pensé.

 

[1]     El Alto Valle es una zona ubicada al norte de la Patagonia argentina. Se caracteriza por su agricultura fruticultura altamente productiva por riego.

[2]     A partir de la llamada “Conquista del desierto” que, bajo el gobierno de Julio Argentino Roca desplazó y usurpó el territorio a los pueblos originarios de la Patagonia causando un brutal genocidio, no era raro que familias de terratenientes adinerados “adoptaran” niñas indígenas para explotarlas en las tareas domésticas.

[3] El PRT (La Verdad), luego rebautizado como el PST, fue el sector del PRT dirigido por Nahuel Moreno que defendía una estrategia trotskista de organización obrera y sindical, frente al ala guerrillera-guevarista del PRT (El Combatiente). La ruptura se produce en su IV congreso, en 1968.

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