La derrota Harris es el emergente de asuntos que van más allá de aspectos estrictamente electorales, o de candidaturas. Una suerte de balance (no clasista aún ni anticapitalista evidentemente) del último periodo de gobiernos demócratas (desde Obama con sus dos mandatos consecutivos, hasta Biden) cuyo interregno con Trump al frente del capitolio, ha dejado al Partido Demócrata expuesto en su impotencia a la hora de resolver los problemas más elementales de las y los trabajadores, la población negra, los migrantes, las mujeres y la juventud bajo el capitalismo y ante la extrema derecha.
La experiencia hecha por millones de estadounidenses tanto con los principales partidos del régimen como con la democracia burguesa propiamente dicha, que ha tenido sus serios cuestionamientos con el asalto al Capitolio y que se actualiza con la habilitación por parte del régimen al regreso al poder del autor intelectual de la intentona golpista, es un proceso en pleno desarrollo. Del gobierno de extrema derecha trumpista y su tendencia a desbordar los límites institucionales pueden surgir respuestas proporcionales en las calles por parte de una población que viene de protagonizar hace escasos 4 años una rebelión contra la opresión, el racismo y las condiciones de vida en general. La lucha de clases bajo un nuevo gobierno de Trump puede poner con mayor claridad la necesaria independencia política de los de abajo, tanto del partido demócrata como del republicano y sus políticos, y poner a la orden del día organizaciones de trabajadoras, trabajadores y el conjunto de los oprimidos, que peleen por dirigir su propio destino.
¿Ganó Trump o perdieron los demócratas?
La potencia de la victoria de Trump y su impacto se deben al lugar que ocupa Estados Unidos en el globo, tanto en términos económicos, como políticos y geopolíticos, en un mundo con niveles de desequilibrios novedosos para el siglo que transitamos, como por el espaldarazo que significa para los gobiernos de extrema derecha. Pero ha tenido menos impacto en términos de fenómeno político, en la medida que será su segundo mandato con un periodo interrumpido por la presidencia de Biden.
Vista de cerca, las recientes elecciones en EEUU dan cuenta de una caída histórica del Partido Demócrata (Kamala Harris), más que de un ascenso de Trump o de una “ola roja” (color con el que se identifica el Partido Republicano) que consolida su espacio político con un avance mayormente simbólico en algunos sectores sociales (latinos, negros, mujeres, sectores cuya tendencia en los últimos años era mayormente demócrata).
En números concretos, Trump ha alcanzado unos 74.500.000 votos aproximadamente, cifra muy similar a la que lo llevó a la derrota contra Biden en el 2020 con 74.225.000. Por el contrario, la caída demócrata va del récord histórico de votos para un candidato a presidente en la historia de EEUU con 81.300.000 votos para Biden en el 2020, a 70.800.000 para Harris, con una pérdida de 10 millones de votos en 4 años y que los coloca en la derrota más aplastante desde 1988 (perdiendo en el voto popular, en el Colegio Electoral, en el Senado y en la Cámara de Representantes). Diez millones de votantes que fueron claves para expulsar a Trump de la presidencia y que en esta ocasión, aún a conciencia de la posibilidad de su reelección, se abstuvieron de votar.
Queda claro con estos números que el crecimiento del candidato republicano de extrema derecha ha sido escaso, aún con datos importantes como una migración pequeña pero significativa de sectores habitualmente demócratas, y que por el contrario, el derrumbe electoral demócrata explica parte importante de los resultados.
El hartazgo de trabajadores, latinos y población negra explican la caída de Harris
No es menor que la derrota electoral demócrata se haya dado bajo la candidatura alternativa a Biden como fue la de Kamala Harris. Si en un primer momento su presentación permitió a los demócratas volver a entrar en campaña revirtiendo la brecha que se había instalado entre Biden y Trump con quien la derrota de los azules era asegurada de antemano, la jugada política fue insuficiente para revertir el desencanto que excede a los candidatos como tales y se extiende a los gobiernos demócratas y su partido.
Desde luego que el Partido Demócrata es un partido nacional imperialista cuya política opresora, expoliadora y genocida desdibuja las diferencias con los republicanos. De hecho, es conocido el alto rechazo al apoyo y la asistencia económica y militar de Estado Unidos a Israel en la masacre hacia el pueblo palestino, y que le valió a Joe Biden el apodo de genocide-Joe (Joe genocida). Aun así, los demócratas han recogido el voto progresista y de amplios sectores de la clase trabajadora, así como la población negra, latina, migrante, mujeres y feministas. Fue tanto el apoyo de estos sectores, como el asesinato de George Floyd en mayo del 2020 (bajo el gobierno de Trump) que dio lugar a una irrupción histórica de la sociedad yanqui que se movilizó por millones a lo largo y ancho del país en rechazo a la brutalidad contra la población negra y la segregación, además de otros elementos de descontento presentes en la juventud trabajadora, lo que coartó un nuevo mandato del candidato de extrema derecha y facilitó el acceso al poder a Biden.
Pero si la rebelión en plena pandemia facilitó el rechazo a Trump y colaboró con el triunfo de Biden, fue la propia gestión demócrata la que socavó todas las expectativas y esperanzas depositadas en él. Los altos niveles de inflación pos pandémicos en EEUU con picos del 9% en el 2022, niveles históricos para una economía estable, y con una lenta caída que causó estragos en la economía de la clase trabajadora (acentuadamente en la población negra y migrante) con el aval del gobierno. Este fue uno de los temas de mayor impacto al momento de decidir el voto, y que convivió (y convive) con un fenómeno de sindicalización masiva de las y los trabajadores como mecanismo de defensa de las condiciones laborales y de vida. Bernie Sanders (DSA), quién defeccionó ante la candidatura de Biden en el 2020 en una muestra de pusilanimidad política total, declaró que “no debería sorprendernos que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él”. El “abandono” de una porción de la clase obrera concentrada en el “Rust Belt” (“Cinturón de Óxido”, en referencia al sector manufacturero en proceso de decadencia industrial de hace varias décadas) se había expresado en el 2016 cuando Trump logró alzarse con 7/9 de los estados que lo componen, se había revertido en el 2020 con el rebote favorable a Biden con 5/9 estados, para volver a inclinarse en el 2024 por Trump con 7/9 estados nuevamente.
A esto se suman otros datos significativos como la tendencia a la pérdida de votos demócratas en la comunidad latina. Si en el 2008 un 67% del voto latino votó a los demócratas, y en el 2012 el 71%, la tendencia ha ido decreciendo hasta el actual 53%. Es que la política migratoria persecutoria bajo el gobierno de Biden ha defraudado a amplios sectores de la comunidad. A la vez que la amenaza de expulsión lisa y llana a los sin papeles por parte de Trump comienza a generar una división entre migrantes latinos sin papeles y con papeles, entre los cuales se registró un aumento pequeño, pero aumento al fin de votos hacia el republicano.
Tendencias similares se expresan en sectores de mujeres y de la población negra que se han abstenido de votar, o en algunos casos han acompañado la candidatura trumpista.
La ausencia de una alternativa política para los explotados y oprimidos en EEUU coloca un desafío revolucionario, será necesario construir un partido de trabajadores, anticapitalista y socialista para imponer los intereses de todos los oprimidos. Aunque esa perspectiva parezca en lo inmediato alejada, la crisis abierta con la alternativa demócrata indica que las “viejas” herramientas con las que se contenían los ataques por derecha son insuficientes para contrarrestar los ataques de extrema derecha. Y la virulencia del gobierno de Trump, bien puede volver a sacudir al gigante que dijo presente en la lucha de clases, desafió a la policía militarizada, la pandemia, y derribó cientos de estatuas. En un país polarizado como el de EEUU, el regreso de la política hecha desde abajo, en las calles y por y para los trabajadores, puede estar pronto a la orden del día. Bajo esa situación la derrota del partido demócrata puede ser una posibilidad inédita para el surgimiento de alternativas socialistas.