Cómo formular una política revolucionaria

A propósito del intercambio de ideas en nuestro partido

¿Cómo formular una política revolucionaria?

Por José Luis Rojo – Socialismo o Barbarie 331, 14/05/2015

A propósito del intercambio de ideas en nuestro partido sobre cómo llevar adelante la campaña electoral de la mejor manera, se nos ocurrió este artículo acerca de algunas de las condiciones generales para la formulación de la política revolucionaria.

Aprender a escuchar

La primera regla general para la formulación de una política revolucionaria es partir de la realidad objetiva, de lo que existe de manera independiente de nuestro partido.

Eso que existe son las condiciones generales de nuestra actuación (economía, Estado, gobierno), así como las clases y relaciones de fuerzas entre ellas, sus partidos y demás representaciones, y las tendencias más generales que denota cada ciclo político (internacional y nacional). Todas estas determinaciones hacen a las condiciones objetivas de nuestra acción.

Pero existe una segunda “ley” o regla fundamental a la hora de formular la política. La realidad siempre está determinada por tendencias progresivas y conservadoras; y es obvio que el partido debe saber atrapar, tener la sensibilidad de apoyarse en esas tendencias objetivas que le pueden ser favorables para oponerse a las otras, las conservadoras.

La formulación de una política revolucionaria (lo mismo que la construcción partidaria) sería imposible sin esa relación con la realidad, si la realidad apareciera como una “caja cerrada”, algo inmodificable y no surcada por estas tendencias contradictorias en las que hay que saber apoyarse para construir el partido y transformar la realidad.

Una política que no partiera de esta riqueza de la realidad, de sus contradicciones, sería un mero ejercicio de laboratorio y no lo que debe ser: un diálogo del partido con la clase (que es otra de las determinaciones de una política revolucionaria).

Este era –como destacara Trotsky– uno de los aspectos más fuertes de Lenin: saber escuchar (estando incluso a miles de kilómetros de Rusia) lo más profundo que animaba los sentimientos de las masas laboriosas.

Los más grandes revolucionarios han insistido siempre en que la única manera de formular una política correcta es partiendo de escuchar lo que “dicen” las masas. En una reciente conferencia nacional de nuestro partido –atendiendo a los rasgos juveniles de nuestra organización– insistíamos en la importancia de que nuestra militancia aprendiera a escuchar a nuestra clase; que antes de “hablar” (antes de formular su política) partiera de saber qué opina, qué siente la clase trabajadora.

Parte de esto es algo ya señalado: tener sensibilidad frente a las tendencias más dinámicas de la realidad (no solo nacional sino internacionalmente), saber utilizarlas como un punto de apoyo en nuestra acción.

Subrayamos las tendencias internacionales y no solo las nacionales, porque la construcción de nuestros partidos ha colocado siempre como necesidad lo que estamos mencionando: saber cómo marcha el mundo, comprender que el localismo es ciego, que sólo el internacionalismo permite ver más allá y comprender las tendencias esbozadas nacionalmente como parte de algo más global.

La formulación de la política revolucionaria es así un “diálogo”: diálogo entre el partido y la realidad, diálogo entre el partido y la clase obrera. Y nunca un “monólogo”, que es una de las marcas del orillo que hacen a una organización partidaria estéril, sin fuerza transformadora.

Masas y vanguardia

Otro elemento importante en esta discusión es el abordaje de las relaciones del partido con las masas y la vanguardia. ¿En relación a cuáles de estas dos determinaciones se formula nuestra política?

Este es otro debate recurrente que parte de lo señalado y es evidente para el marxismo: siempre se parte de la realidad, de lo que es más objetivo.

Y lo más objetivo son las clases y los partidos mayoritarios que la “representan”: las grandes fuerzas burguesas y burocráticas. Recién luego de eso entran en el cuadro de evaluación la vanguardia y sus organizaciones.

Esto mismo vale para las relaciones generales entre las masas y la vanguardia. Porque la vanguardia es, en definitiva, una expresión específica de la clase misma. Pero una expresión que se refiere, de últimas, a esa misma clase, que es siempre el agregado mayor.

Nahuel Moreno, en los años 70 (en su lucha contra el guerrillerismo), llevaba demasiado lejos esta expresión (la extrapolaba hasta casi disolver la vanguardia) cuando afirmaba que la vanguardia era un “fenómeno” y que la clase era lo objetivo, lo que siempre persistía, el “ser o esencia” de la cosa.

Pero, si había un gramo de verdad en esta afirmación, el problema estuvo en que luego el morenismo se caracterizó por cometer un error simétrico por el lado opuesto: perder de vista la importancia estratégica de la pelea en la vanguardia como un engranaje indispensable del partido revolucionario, como una “palanca” indispensable para el acceso a las más grandes masas (las que no pueden ser conquistadas de manera orgánica si no se conquista, a la vez, a la vanguardia misma, sus organismos y partidos más en general).

La vanguardia es una palanca para que el partido conquiste a las masas. Pero la formulación de la política debe remitir siempre –para que sea correcta– a las tares planteadas por las mismas clases sociales en la liza de los grandes acontecimientos.

De no ser así, esa política será estéril, tacticista, carecerá de verdadera fuerza material.

Oportunismo y sectarismo

Veamos ahora la consecuencia que tiene lo que estamos señalando a la hora de la formulación de una política revolucionaria.

Por regla general, el oportunismo en política significa adaptarse pasivamente a las circunstancias, no tener un abordaje crítico de estas, lo que redunda en renunciar a transformarlas.

El no adaptarse a la realidad (¡lo que no niega que debamos partir de ella tal cual es!) se expresa en que intervenimos de la misma de manera revolucionaria a partir de una ubicación estratégica, lo que significa que los medios deben ser adecuados a los fines, que los pasos que damos deben servir al objetivo de la transformación social.

De ahí que no podamos hacer, por ejemplo, frentes electorales con cualquier fuerza (sólo son admisibles frente de independencia de clase), o que no podamos adoptar una estrategia de obtener cargos parlamentarios renunciando a nuestra política revolucionaria.

El sectarismo, por su parte, significa creer que la política se puede formular de manera independiente de las circunstancias de tiempo y lugar: es decir, bajo un enfoque que podríamos llamar de “laboratorio”, abstracto, general.

El error de no partir de lo más objetivo, de las condiciones más generales, puede expresarse a la hora de formular una política que no se rija por las grandes fuerzas de clase sino sólo por la disputa en la vanguardia; o que confunda el contenido de nuestra política (innegociable) con la forma asequible o flexible de formularla para los más amplios sectores.

La política revolucionaria no es sectaria ni oportunista, es revolucionaria. Parte críticamente de la realidad, de las condiciones tal cual son, pero siempre para transformarla. Se apoya en lo más dinámico para combatir los elementos más conservadores. Y arranca siempre de un diálogo con nuestra clase para intentar formularla de la manera más asequible posible (pero nunca para adaptarla al nivel estrictamente reivindicativo o sindicalista).

Nuestra política no es de laboratorio, no es doctrinaria, se forja en la realidad de la lucha cotidiana de nuestra clase partiendo de las condiciones tal cual son, pero apostando siempre a transformarlas.


El arte de la captación

José Luis Rojo – Socialismo o Barbarie 261, 12/09/2013

Después de los 115.000 votos obtenidos en las PASO, del triunfazo de “La izquierda al frente” en cuatro de los principales centros de estudiantes de la UBA (y que tienen a nuestro partido en la vicepresidencia de tres de ellos), y, sobre todo, del enorme paso adelante que ha dejado a nuestro compañero Maximiliano Cisneros a las puertas del reingreso a Firestone, el Nuevo MAS está transitando un momento de salto constructivo. El objetivo de esta nota es reflexionar sobre todo en materia de las enseñanzas acumuladas respecto de la captación de nuevos militantes.

Este salto constructivo, no es un hecho aislado de nuestra organización: forma parte del triunfo electoral de la izquierda “roja” en su conjunto que la está proyectando como un actor de peso entre franjas más amplias de los trabajadores y la juventud.

Esta ubicación que se está expresando en un sinnúmero de experiencias, debe ser aprovechada para lograr un salto en la construcción orgánica de nuestras organizaciones. Junto con esto no perder de vista que están por delante las elecciones de octubre, en las cuales nuestro partido se jugará para instalar la candidatura de Manuela Castañeira a la Legislatura Porteña.

En este contexto, una tarea de primer orden es aprovechar este exitoso momento político para dar un salto constructivo hacia transformarnos en una fuerte organización revolucionaria de vanguardia, cuestión que también pasa por ampliar cualitativamente las filas partidarias.

Se trata de captar nuevos compañeros y compañeras, construir nuevos equipos y regionales, extender el marco de actuación del partido e insertarlo en nuevas regiones y estructuras laborales y estudiantiles.

Un arte a aprender

Los logros que hemos reseñado han puesto a nuestro partido en un momento especial: el de colocarnos a las puertas de un salto constructivo. Este salto tiene un conjunto de “índices” para materializarse, aquí solo nos dedicaremos a una de esas tareas: lo que en la jerga partidaria llamamos la “captación”.

La problemática se nos plantea por el hecho de que, en nuestro partido, al estar compuesto por una joven generación partidaria, no existe suficiente acumulación de experiencias en cuestiones que para militantes más viejos son el ABC: por ejemplo, el ingreso de compañeros y compañeras a la organización.

La captación no es cosa sencilla. Su dificultad varía dependiendo de la “fuerza de atracción” de la organización, que será mayor cuanto mayor sea la misma, así como del momento político o el entorno general de la lucha de clases que se esté transitando. El “multiplicador” de la captación variará en cada caso: mientras las organizaciones más pequeñas, que no tienen “fuerza gravitatoria” objetiva, captan de a individuos, cuanto mayor sea la organización se capta de a decenas, cientos, miles e, incluso, decenas de miles. Claro que esto último –las decenas de miles- ocurre solamente en condiciones revolucionarias y cuando se trata de organizaciones con influencia de masas ya “instaladas”: en casos de una verdadera revolución[1].

Hoy, aun, no está en curso un proceso de radicalización política de esa magnitud. Pero se vive un corrimiento político-electoral a la izquierda de una franja minoritaria de ex votantes kirchneristas; franja que abarca más amplios sectores que los habituales, ¡y que electoralmente ha superado la nada despreciable cifra de un millón de votos!

Pero votos nos significa adscripción militante; menos en los tiempos “descremados” y “posmodernos” que vivimos mundialmente, dónde la perspectiva del cambio revolucionario de los asuntos es considerada, mayormente, una “abstracción”.

Sin embargo, la amplia vanguardia obrera, estudiantil, juvenil y del movimiento de mujeres no es estúpida: todo el mundo ha tomado nota de los progresos que viene teniendo la izquierda revolucionaria en nuestro país, y como conforme crecen sus logros la misma se va haciendo más atractiva. Como decimos en el editorial de este número, “lo que por arriba son decenas y cientos de miles de votos, por abajo es la posibilidad de organizar partidariamente a centenares y miles de obreros y estudiantes que simpatizan con la izquierda clasista”.

Más allá de lo anterior, la captación de nuevos compañeros tiene una serie de “reglas del arte” que es preciso reconocer. La más importante es: toda captación tiene su momento preciso, no debe ocurrir ni antes ni después.

Esta tarea es parte de una pelea con las demás tendencias políticas, sobre todo del mismo espacio. Esto es lo que está ocurriendo, por ejemplo, entre los integrantes de nuestro partido y los del FIT que estamos disputando la incorporación de los distintos compañeros que giran hacia la izquierda. A los efectos de la misma hemos editado, recientemente, un boletín de polémica con el PO y el PTS poniendo blanco sobre negro las diferencias entre nuestras organizaciones y las tareas que creemos están planteadas para transformar a nuestros partidos en organizaciones históricas de la clase obrera. Esta lucha de tendencias es parte imprescindible de las tareas para la transformación de los votos en construcción orgánica del propio partido, y la captación de nuevos compañeros y compañeras para la propia organización en disputa con sus competidores.

La importancia de los tiempos

Trotsky señalaba que en política los tiempos tienen más importancia que en gramática. Claro que es desagradable leer un texto mal redactado, pero peores consecuencias tienen la acción política prematura o tardía. Esto vale tanto en los gran- des eventos (importantes enfrentamientos de clases) como en los “pequeños” (la captación). Esta tiene su momento: si se la plantea prematuramente, se la puede hacer abortar, si se deja pasar el momento, el compañero o la compañera puede ir para otra organización o darle otro rumbo a su vida.

Aquí se ponen en fina correlación una serie de circunstancias objetivas y subjetivas, que tienen el poder de “condensarse” en determinado momento, y si no se las aprovecha, se “disipan”. Esas circunstancias objetivas y subjetivas tienen que ver con: a) el impulso de acontecimientos que provengan “desde afuera”, más objetivos de la lucha de clases, y que “prestigien” o hagan atractiva la militancia; b) con que la organización partidaria determinada sea visualizada con simpatía por “equis” razones; c) finalmente, con que subjetivamente se considere que la militancia puede ser una opción de proyecto de vida, y se está en disposición de hacer la experiencia.

Sin embargo, a esto le falta un “plus” que es la acción del partido, del cuadro o del militante sobre el compañero o grupo a captar. No es que no haya procesos de “auto captación”. Los mismos ocurren más habitualmente cuanto mayor es el partido y más rica la situación política.

Cuando el partido tiene amplia influencia entre las masas, capta casi “objetivamente”[2]; pero habitualmente la ley que rige las organizaciones de vanguardia tiene que ver con un impulso subjetivo de la voluntad militante, e, incluso, iniciativas amplias para lograr influenciar, y, finalmente, captar[3].

De ahí que independientemente del número a captar, es fundamental que el partido tome la iniciativa e invite a sumarse a la organización a dicha persona.

En la medida que esos “momentos de condensación” es relativamente “efímero” (aunque no hay esquemas en esto: muchos pasan largos períodos reflexionando antes de comenzar a militar en alguna organización), si se aborda prematuramente ese momento o, peor aún, se lo deja pasar, se pierde la oportunidad.

De ahí que esta sea una regla fundamental de la captación: el dejarse estar o atolondrarse demasiado puede ser “mortal”; más lo primero que lo segundo.

Como todo arte, el de la captación, requiere de experiencia: de una experiencia acumulada que se transforma en oficio: una práctica que, por su reiteración, y por la reflexión consciente acerca de la misma, enseña.

Las organizaciones más jóvenes son aquellas que tienen “poco oficio”, simplemente porque tienen poca experiencia. Y, en todo caso, en esta materia como en muchas otras, se aprende, precisamente, haciendo la experiencia.

Toda la militancia del nuevo MAS tiene que comprender que estamos ingresando en un nuevo momento partidario y sumergirse con todas sus fuerzas en esta tarea que hoy es central: aprender a captar y concretar el ingreso de una nueva camada partidaria.


El trabajo político con el padrón

José Luis Rojo – Socialismo o Barbarie 281, 20/03/2014

Retomamos en esta edición la serie de artículos que venimos publicando alrededor de los problemas de la construcción partidaria. En esta oportunidad nos dedicaremos al trabajo con el padrón, es decir, la atención sistemática de simpatizantes por parte del partido, la venta del periódico, la invitación a determinados eventos y su conclusión lógica: el llamado a que se sumen a la organización como militantes.

Estadios constructivos

En otras ediciones de esta serie hemos señalado que el movimiento socialista pasó por muy distintos estadios históricos. Las leyes de construcción de las organizaciones no son las mismas cuando se trata de pequeños núcleos revolucionarios que cuando se habla de partidos de decenas o cientos de miles de militantes. Hay núcleos fundacionales, partidos de propagan- da, de vanguardia o con amplia influencia entre las masas, con toda la serie de desarrollos desiguales y combinaciones posibles entre unos y otros.

Incluso históricamente esto ha sido así pasando de las primeras “sectas socialistas” de cuando Marx y Engels eran jóvenes, la I Internacional, los partidos socialistas de masas de la II Internacional, las organizaciones revolucionarias con influencia de masas de la Tercera en la época de Lenin y Trotsky, o los grupos mayormente de vanguardia que han caracterizado al movimiento trotskista.

Estos diversos estadios constructivos suponen, evidentemente, diversas relaciones entre la militancia y quienes simpatizan con la organización, que tendrán un carácter distinto dependiendo no sólo del tamaño del partido, sino también del contexto político general.

Cuando Trotsky debió arremangarse para captar

A medida que el partido va creciendo, sobre todo cuando pega un salto en calidad, se va transformando en un factor cada vez más objetivo. Es decir, por su sola existencia, por las posiciones políticas que defiende, incluso por el lugar histórico logrado en el conjunto de la organización política del país, su capacidad de atracción es tal, su fuerza gravitatoria tiene tal entidad, que logra incorporar nuevas camadas de militancia casi como un fenómeno que ocurre solo, “espontáneamente”.

Señalemos como digresión la paradoja que le tocó vivir a Trotsky en materia de construcción partidaria y que muestra que nada en la historia, ningún proceso en el ámbito de la realidad que sea, es mecánico o lineal. Cuando uno lee Mi vida siente que, en su militancia desarrollada en su juventud, sobre todo al salir de Rusia después de la Revolución de 1905, Trotsky no se “despeinaba el jopo” en materia de construcción partidaria. Participaba de los debates, reuniones e, incluso, las “tertulias” de la socialdemocracia (más que nada de la austríaca) como de un ambiente que tenía su entidad propia, ya conformado constructivamente. Lógicamente, se trataba de partidos socialistas de masas. Incluso cuando la Revolución Rusa de 1917, el partido ya estaba construido. Trotsky ingresó a él como dirigente, esforzándose en otras tareas de dimensión histórica, como la conformación del Ejército Rojo.

La paradoja fue, en todo caso, que Trotsky vivió las leyes de construcción de los núcleos fundacionales (la captación uno a uno de la militancia) en el último tercio de su vida, cuando la puesta en pie de la Oposición de Izquierda y la fundación de la IV Internacional. De ahí que recibiera en su oficina los más diversos interlocutores, a los que intentaba ganar para su movimiento. Hizo así el camino inverso, pasando de dirigir la revolución más grandiosa de la historia a la tarea de la captación individual.

La selección militante

Volviendo al tema de las relaciones entre el partido y su capacidad de reclutamiento de nuevos militantes, hay vaivenes dependiendo, también, de la variación de las coyunturas y situaciones políticas, incluso si se trata de una organización de envergadura. Si se está en un momento de alza de la lucha de clases, si el partido aparece a la cabeza de la misma, si tiene una política correcta que lo prestigia, es evidente que su poder de atracción será enorme.

De todas maneras, subsistirá un necesario filtro vinculado a que no cualquiera se suma a una organización revolucionaria en momentos que las cosas se radicalizan y se puede poner en riesgo la propia vida. Razón por la cual, aunque el partido esté creciendo, aquellos que pretendieran ingresar a él por puro arribismo se mantendrán todavía a la expectativa.

Esto último cambia, evidentemente, cuando el partido ya está en el poder. En este caso se da una inversión total de las leyes señaladas: más que apostar a ingresar nuevos militantes al partido, se trata de que tenga una actitud vigilante ingresando lo mejor de las nuevas generaciones, pero evitando que se le sumen aquellos sectores que lo hacen por puro oportunismo. Es sabido que parte de las razones de la degeneración del Partido

Bolchevique fueron iniciativas como la Leva Lenin, realizada en 1925 en “homenaje” al líder revolucionario muerto, y que consistió en una maniobra organizativa de Stalin para sumar al partido toda una nueva capa de “militantes” carreristas que, por definición, estarían destinados a servir disciplinadamente al aparato.

De ahí que a medida que va creciendo la organización revolucionaria hay que establecer una serie de condiciones a la hora de la transformación en militantes plenos de los nuevos compañeros. Claro que esto no puede ser un operativo de secta. La selección se opera “naturalmente” cuando se trata de una organización pequeña, ya por el solo hecho de serla; militar en ese partido supone todo un peso y una responsabilidad, una pelea y un esfuerzo considerables que solamente puede tener satisfacciones “ideales”.

Otra cosa es que el ingreso de nuevos compañeros en la organización, a medida que ésta se consolida y fortalece, supone un conjunto de criterios militantes (establecidos por Lenin en 1903): reunirse en un organismo partidario, aportar a las finanzas, pasar la prensa partidaria y disciplinarse a lo que el partido define como línea política.

Esos criterios básicos para ser militante se van asumiendo de manera más consistente a medida que el partido se consolida, crece, asume mayores responsabilidades y, también, a medida que la lucha de clases se va poniendo más álgida y que un criterio constructivo laxo lo puede dejar expuesto a los golpes de la represión. Aquí se pone en juego ya el carácter militante del partido.

Romper la inercia

Las “leyes de reclutamiento” que señalamos respecto de las organizaciones con amplia influencia orgánica entre las masas no reflejan todavía el estadio constructivo de la generalidad de las corrientes actuales. Las hay más grandes y más pequeñas, y las de mayor tamaño tienen una fuerza gravitatoria superior. Sin embargo, incluso en su caso la necesidad de una actividad de reclutamiento de nueva militancia está a la orden del día.

Es aquí donde entra la problemática del trabajo con el padrón. “Padrón” se llama al conjunto de simpatizantes que tiene a su alrededor cada equipo del partido, cada militante. Es factible que estos simpatizantes se acerquen al partido por coincidir con sus posiciones, o que el partido haya realizado una campaña sobre un campo determinado de su actividad, y a partir de ella hayan aparecido personas que tienen simpatía hacia la organización. Pero aquí nos interesa señalar otra cosa: la importancia del esfuerzo subjetivo sistemático para lograr simpatizantes por parte de la organización, tener la iniciativa a tal efecto y que esto redunde en la asistencia de dichos simpatizantes, por ejemplo, a eventos determinados, marchas, actividades partidarias o lo que sea.

El partido de vanguardia (o que está en un estadio constructivo todavía poco desarrollado) no es todavía un factor objetivo; de tal manera, no es fácilmente “elegible” por quienes están fuera de él. Además, el partido siempre actúa en un campo político caracterizado por la competencia con otros partidos y tendencias socialistas, que también disputarán la atención de las personas más activas. Así, si no hay un esfuerzo subjetivo, consciente, organizado, por parte de la militancia partidaria para atraer a esas personas, sencillamente dirigirán su atención hacia las otras organizaciones.

Desde ya, cuanto más reducida es la organización de la que se trate, mayor deberá ser este esfuerzo subjetivo de la voluntad de la militancia para acercar nuevos trabajadores y estudiantes, sencillamente porque su fuerza gravitatoria, su atractivo, será menor que el de las demás organizaciones que le compiten políticamente en reclutar nuevos integrantes.

De allí entonces el esfuerzo específico (que tiene su dimensión organizativa) del trabajo con el padrón, que parte de hacer el listado de simpatizantes y contactos de cada compañero, así como de hacer una caracterización, una definición de sus rasgos políticos.

El padrón es la suma de simpatizantes y contactos que tiene cada militante del partido. Y si se quiere transformar ese padrón en nuevos militantes, si se quiere que giren cada vez más alrededor del partido, si se quiere que el partido aumente su envergadura, se debe llevar a cabo una actividad organizada, sistemática y no al azar alrededor de él.

En síntesis: se requiere de un esfuerzo específico y de tener iniciativa al conformar el padrón; aprovechar cada oportunidad, cada destello de lucha, para rodearse de nuevos compa- ñeros. Esto es, tener el atrevimiento de establecer el contacto, romper la timidez en esta materia: pasarle el periódico, tomar el número telefónico, el e-mail, seguir sistemáticamente cada nuevo compañero o compañera… En suma, no dejar el fluir posmoderno de la inercia de las cosas, sino tener una actitud activa, militante, organizadora alrededor del padrón y de la invitación a sumarse a cada nueva actividad que hace el partido. Sistematizar el trabajo con el padrón redundará, inevitablemente, en un crecimiento del partido.


El trabajo con el periódico

José Luis Rojo – Socialismo o Barbarie 262, 19/09/2013

“Fue en la Iskra dónde Lenin desarrolló sus ideas acerca de los requerimientos que la organización revolucionaria debía satisfa- cer con el objetivo de adquirir determinado grado de eficiencia. Como él escribió (…): ‘Un periódico no es sólo un propagandista colectivo y un agitador colectivo, es también un organizador colectivo.” (Leninismo bajo Lenin, Marcel Liebman)

En nuestra edición anterior nos dedicamos a presentar algunas de las “reglas del arte” de la captación de nuevos compañeros y compañeras para los partidos revolucionarios. En esta oportunidad nos queremos dedicar al problema del periódico y su importancia en la construcción partidaria.

Organizador colectivo

La definición clásica acerca del rol del periódico en las organizaciones revolucionarias la dio Lenin un siglo atrás cuando señalaba que el mismo debía ser su “organizador colectivo”.

¿A qué se refería con esta definición? La circunstancia era que a lo largo y ancho de la Rusia zarista había toda una serie de círculos socialistas dispersos que realizaban una actividad más bien sindicalista, vinculada a la lucha cotidiana de los trabaja- dores, pero que no contaban con ninguna herramienta que los unificara y les diera un punto de centralización político como organización.

Lenin planteó en aquel momento que esa herramienta que debía cumplir ese rol unificador debía ser un periódico que trabajado nacionalmente organizara colectivamente esos núcleos socialistas dispersos dándoles la unidad y centralización de un solo partido.

Implícitamente, aquí había una idea que no por ser clásica ha dejado de tener enorme vigencia. La organización común se sigue siempre de una política común, más allá que requiera, además, de toda una serie de medidas específicas como la realización de congresos, conferencias, el votar una dirección común, el establecer un mecanismo colectivo de funciona- miento (que en la tradición socialista revolucionaria se llama “centralismo democrático”), y un largo etcétera.

Pero todo ello surge, primeramente, del establecimiento de una política común y unificada hacia la lucha de clases y el instrumento para trasmitir esa política era (y sigue siendo) ese periódico trabajado a la escala nacional. De ahí el concepto de “organizador colectivo”, porque a partir de este instrumento que transmitiera y socializara una política común (y que, además, constituía una pelea a muerte contra otras políticas, de otras fracciones políticas), podría organizarse un partido en común[4].

Cien años después

Pasados cien años desde esta discusión, es evidente que mu- chas cosas han cambiado. Los medios de información y difusión se han revolucionado varias veces desde entonces, siendo hoy dominantes, en gran medida, los nuevos medios electrónicos como las diversas redes sociales: el facebook, el twitter y tantos otros.

Sin embargo, hay un medio que pervive en su grado de centralidad para las organizaciones revolucionarias como instrumento par excellence para trasmitir y socializar una política revolucionaria común: el periódico.

Esto ocurre por varias razones. La primera, es que el “fast food” de los medios electrónicos no ha reemplazado la importancia de la palabra escrita. Aunque se lea la prensa por Internet, no es lo mismo que tenerla en las manos en papel: el lugar que ocupa cada artículo y su tamaño, la tapa y la contratapa, la página central, la tipografía de sus títulos, etcétera, todo hace a un ordenamiento de jerarquías políticas que no es menor[5].

En segundo lugar, el periódico conserva su “agilidad” y “versatilidad” que lo hacen un instrumento adaptado para las coyunturas, para la formulación de la política revolucionaria y que tiene otro rango que la literatura teórica, o que las revistas que tienen un formato menos periódico. Tal es el dinamismo que impone la política y la lucha de clases que un quincenario, un semanario o, incluso en las organizaciones revolucionarias de masas, un diario, se hacen imprescindibles para dar las res- puestas políticas cotidianas que se deben dar a los flagelos del capitalismo y a la lucha de clases de los explotados y oprimidos.

Un instrumento de combate

Dicho lo anterior se puede pasar a un plano más concreto del trabajo con el periódico. Ese plano concreto es que, en el trabajo cotidiano con el mismo, en su venta en las puertas de fábrica, en las facultades, en los colegios, en las movilizaciones, el periódico es el instrumento privilegiado para trasmitir la política revolucionaria del partido: ese es el plano de “propagandista y agitador colectivo”.

Esta política se define en torno a dos órdenes de relaciones. Primero, en relación a los enemigos de clase: el gobierno patronal, la oposición burguesa y las distintas burocracias sindi- cales, religiosas y de cualquier otro tipo. Segundo, en relación a las corrientes reformistas y los competidores dentro de la misma izquierda revolucionaria, siendo el periódico el instrumento de combate para hacer valer las propias respuestas políticas en relación a las demás[6].

El periódico sirve para el armazón político y la formación para la propia militancia; de ahí que deba ser estudiado semanal- mente con dedicación. También sirve, precisamente, como organizador colectivo de nuevos núcleos partidarios, incluso en lugares donde no hay ningún militante al momento actual; una experiencia que estamos recorriendo en estos momentos desde el nuevo MAS en aquellos lugares del interior del país dónde se suman nuevos o viejos militantes y el partido no tenía implantación.

Y desde ya es la herramienta privilegiada para acercar nuevos compañeros y compañeras: es decir, para la captación. Es que, precisamente, la razón de mayor peso (aunque hay otras) para el acercamiento de nuevos compañeros siempre pasa, en primer lugar, por las posiciones políticas que se tenga. Y el periódico es el que trasmite esas posiciones, el que forma e informa acerca de los acontecimientos, y el instrumento privilegiado del que se acerca para saber qué opina la organización sobre todas y cada una de las cosas importantes del que hacer nacional e internacional de la lucha de clases.

Extender el trabajo con Socialismo o Barbarie

En las páginas de nuestro periódico, desde que se ha hecho semanal, hemos venido sacando una serie de artículos de seguimiento del trabajo con el mismo. No es el objetivo aquí específicamente ese, sino el dar un pantallazo general del lugar del periódico en la construcción de las organizaciones revolucionarias en general y nuestro partido en particular.

Sin embargo, no nos vamos a evitar aquí el insistir en la importancia que tiene para el período que está recorriendo nuestro partido de salto constructivo, el de alentar de manera sistemática el trabajo con nuestro periódico.

En la actualidad se están poniendo en marcha experiencias de venta (piqueteo) sistemático del periódico en puertas de fábricas, hospitales, colegios, facultades, movilizaciones y demás. Estas experiencias tenemos que alentarlas y desarrollarlas de manera sistemática.

Y, junto con esto, está planteado el incorporar de manera mucho más consecuente que lo que lo venimos haciendo hasta el momento, la venta “hombre a hombre” de nuestro periódico. Esto como instrumento privilegiado para dar a conocer nuestras posiciones revolucionarias y facilitar o ser el “gancho” para la captación de todos esos nuevos compañeros y compañeras que nos acompañaron con su voto en agosto, que nos votaron en la UBA, que nos siguen en nuestra lucha por la reincorporación de Maxi a Firestone, que están impactados por la experiencia de Las Rojas, que han contactado con nuestros jóvenes secundarios de Tinta Roja y tantas otras que estamos desarrollando en la actualidad.

El ofrecer el periódico y su venta, debe ser uno de los “ganchos” para hacer orgánico el trabajo de nuestro partido, para llegar a tantísimos de aquellos que nos acaban de acompañar en las PASO, pero no conocemos, para concretar el salto del nuevo MAS que estamos recorriendo a una organización de mayor envergadura.


Los problemas de organización

Roberto Sáenz – Socialismo o Barbarie 263, 26/09/2013

“Era mucho más claro y más fácil abordar cada problema desde el punto de vista de principios y de utilidad política que desde el punto de vista organizativo.” (León Trotsky, A la memoria de Sverdlof, 1925)

“Problemas de organización” se llama habitualmente a aquellos que tienen que ver con la construcción partidaria. Marcel Liebman, a quien ya hemos citado en esta columna, señalaba en su estudio sobre Lenin que parte enorme de la fuerza de éste estaba volcada a los problemas de la organización: la organización del partido, la organización de la toma del poder, la organización de la transición al socialismo: la insistencia en la absoluta necesidad de la organización se encontrará en todos los escritos de Lenin y en toda su carrera.

Sin embargo, aquí no nos queremos dedicar al problema con esta amplitud, sino abordar el problema de la organización desde el punto de vista de los problemas “organizativos” que plantea la construcción del partido revolucionario y que están puestos hoy sobre el tapete en la construcción del Nuevo MAS.

Política y organización

La cita que presentamos de Trotsky al comienzo de esta nota es aguda y hace parte de su homenaje a Sverdlof, el gran organizador del partido bolchevique en el primer período en el poder. Éste murió muy joven y cuando su deceso ocurrió, Lenin señaló que su estatura como militante era tan grande que no alcanzaron tres personas para reemplazarlo en su puesto de manera eficiente.

Trotsky señalaba en su artículo dos aspectos que pueden ser “universalizables”: uno, que resolver de manera práctica un problema político es, en gran medida, la parte más difícil del asunto, y que Sverdlof se caracterizaba por ponerse a pensar el lado práctico y organizativo de cualquier decisión política que tomaran los bolcheviques: se trataba del tipo acabado de un organizador político partidario.

¿A qué viene esto? Lo planteamos, justamente, porque la actual dinámica de crecimiento de nuestro partido está poniendo al rojo vivo los problemas de organización. Problemas que requieren que se destaquen de su seno compañeros y compañeras «organizadores políticos». Es decir, aquellos que tienen la capacidad de abordar de manera práctica cuestiones elementales que hacen a su funcionamiento y que para afrontarlas requieren un tiempo y dedicación especial: distribuir y cobrar los periódicos, hacerse cargo de las finanzas partidarias en su equipo o regional, realizar un seguimiento de los compañeros que están acercándose al partido, centralizar las direcciones, teléfonos y mails de aquellos que contactamos en una actividad, y un largo etcétera.

Pero profundicemos algo más en qué es un organizador político. Entre los cuadros del partido los hay de varias personalidades, rasgos y dedicaciones. Con el desarrollo del partido se tiende a establecer una determinada división de tareas, la que se le plantea a toda organización que va creciendo y necesita abordar los problemas de manera menos artesanal. Esta división de tareas debe evitar perder de vista la globalidad de las cuestiones, o caer en una perspectiva de estrechas miras que significaría una desviación “organizativista”[7].

Sin embargo, cierto tipo de especialización entre la dirección y los cuadros partidarios, una cada vez mayor división de tareas, no ser “toderos” (hacer de todo, pero nada hasta el final), es fundamental para poder avanzar y construirse, para madurar como organización. Un organizador político es, justamente, aquel compañero o compañera que tiene virtudes para resol- ver el lado práctico de los asuntos: dar con el compañero justo que pueda llevar a cabo tal tarea, proponer soluciones para organizar nuevos equipos y regionales, llevar adelante las finanzas y el cobro del periódico y los diversos materiales que el partido produce, el seguimiento de la captación, etcétera. Pasa que sin organizadores políticos la actividad del partido se hace “espontaneísta”: se confía en que con la política correcta “alcanza”, y todo lo demás viene como por “añadidura”. Nada más equivocado que esto. Ya hemos señalado en otra parte que no existe en la vida política revolucionaria nada menos espontáneo que la construcción del partido. Una política correcta debe ser organizada conscientemente y llevada a la práctica de la manera más científica y sistemática posible de manera tal que dé lugar a resultados constructivos concretos.

Sverdlof, como “tipo ideal” de organizador político, según Trotsky, era capaz de hacer todo lo que aquí señalamos y mucho más (¡era el principal organizador en momentos en que el partido bolchevique estaba organizando el poder!) sobre la base de una serie de cualidades entre las que destacaba sus capacidades creativas para resolver siempre nuevos problemas, una “intuición psicológica especial” para encontrar los mejores candidatos para una determinada tarea, y un insuperable optimismo en la acción considerando que todo problema podía y debía ser resuelto.

El crecimiento del Nuevo MAS nos pone frente al desafío concreto de formar compañeros organizadores políticos: nuestros Sverdlovs. Compañeros y compañeras que sepan ser sistemáticos y tomen en sus manos las tareas específicas de la construcción partidaria, entre ellas la captación de nuevos compañeros. Sólo con este esfuerzo y con este esfuerzo sólo, ya tendremos un incremento en las filas partidarias, incremento de nuevos militantes que ya está ocurriendo, pero que debe ser organizado conscientemente para que no se nos vaya como “agua entre los dedos”.

La formación de los cuadros

Los problemas de construcción del partido revolucionario nos llevan a otro problema: el de la formación de cuadros. Es que los partidos de vanguardia son, en el fondo, partidos de cuadros; esto en el sentido de compañeros y compañeras destaca- dos sobre el trasfondo de una situación que no es revolucionaria y que, entonces, se encuentran avanzados políticamente respecto del promedio de la sociedad.

Sin embargo, al mismo tiempo, nadie nace “cuadro” en el sentido propio del término. Y cuando nos referimos a un cuadro, lo que señalamos es un compañero o compañera que asume responsabilidades por sí mismo, que se hace de algún modo dirigente en la tarea que le toca tomar en sus manos. Este paso adelante de una nueva camada partidaria a hacerse dirigente es de vida o muerte cuando se está produciendo un crecimiento partidario. Si no se lograra formar nuevos cuadros, no habría cómo dirigir esa organización que apunta a una mayor envergadura.

Por otra parte, y en un sentido general, se podría decir lo siguiente: un dirigente es aquel que forma nuevos dirigentes. Es decir, no hay tarea específica más importante para una dirección -en el sentido constructivo del término- que formar nuevos cuadros y dirigentes. Porque, además, como diría agudamente Gramsci, unos pocos oficiales pueden formar un ejército, pero un gran número de soldados rasos, si no cuentan con oficiales, no podrán hacerlo jamás. Dicho en términos partidarios: lo que crea las bases para el crecimiento y el futuro de la organización partidaria, para las posibilidades de su desarrollo y extensión, es, en definitiva, el número de cuadros que posee[8].

Esto nos lleva al problema específico de la formación de los cuadros, la que, evidentemente, no es tan mecánica como podría parecer a simple vista, sino una de las tareas constructivas más difíciles en la construcción de las organizaciones revolucionarias.

Aquí hay varios problemas que remiten a una serie de circunstancias, objetivas y subjetivas. Objetivas son las circunstancias de la lucha de clases; es obvio que una lucha de clases más álgida, donde se pueden desarrollar más profundas experiencias, enseña más. Una formación, que, además, tiene elementos “generacionales”, porque las determinadas circunstancias históricas no son algo coyuntural, sino que remiten a determinadas etapas de la lucha de clases y esas etapas tienen rasgos definidos que se extienden por una serie de años. Es evidente, por ejemplo, que la formación que se podía obtener en los años 70 era superior a la que se puede obtener hoy, en condiciones menos radicalizadas, aunque ascendentes.

En segundo lugar, el tamaño del partido es también un factor hasta cierto punto “objetivo” para cada compañera y compa- ñero que lo integra. Una organización más grande, con mayo- res responsabilidades en la lucha de clases, con mayores exigencias constructivas y de organización, es evidente que, de manera global, forma más.

Sin embargo, no deja de haber, evidentemente, factores subjetivos en la formación de los cuadros, factores que son de inmensa importancia desde el punto de vista político.

El hecho es que los dos factores señalados como “objetivos” pueden ser contrapesados en parte, en la medida en que el partido, aun siendo más pequeño y construyéndose en condiciones menos radicalizadas, le dé fuerte centralidad a la politización de su militancia, al abordaje político de cada problema en primer lugar y también a una profunda formación teórica arraigada fuertemente en los clásicos; pero una formación no doctrinaria, sino que enseñe a cada compañero a pensar por sí mismo.

A pesar de que lo que más forma es una amplia experiencia práctica que sea al mismo tiempo objeto de una reflexión consciente en el seno del partido (y no algo asumido empíricamente), es un hecho que el grado de politización de la organización, su amplitud de miras, el hecho de que la discusión política y teórica tenga jerarquía, es un factor fundamental en la politización de la militancia. Politización que también se desprende, y no en menor medida, de la sistematicidad con que es llevada adelante la lucha de tendencias; es decir, el tener que “medirse” con los militantes de las organizaciones socia- listas adversarias.

En todo esto hay que contrapesar, también, entre las generaciones más jóvenes, los tiempos presentes, en los cuales el grado de politización de la sociedad y el nivel cultural es mucho menor que antiguamente, hasta el punto que –como ya hemos señalado en otro lugar– muchas veces el “vínculo” con los hechos de la realidad es el “fast food” de los medios electrónicos, habiéndose perdido casi totalmente el hábito de la lectura de los diarios (por no hablar del estudio teórico y político sistemático).

Tomar en nuestras manos las tareas de la construcción partidaria

En cualquier caso, es evidente que la escuela más importante es la de la lucha de clases y esto lo debe tener cada compañero nuevo en su cabeza: no hay nada que reemplace la experiencia práctica en la lucha de clases obrera. De ahí que cada oportunidad que tengan de participar en una lucha de los trabaja- dores o en las actividades de apoyo, aprendiendo de ella y del contacto con los trabajadores, es de vida o muerte, más aún cuando se trata, como en nuestro caso, de una organización caracterizada por una nueva generación partidaria.

Dentro de esto, justamente una de las cuestiones más difíciles en el momento actual es la formación de organizadores políticos. Es decir, de un tipo particular de cuadros partidarios que tiene que ver con una organización que está creciendo, que se construyó recostada en la fuerza de la política partidaria pero que tiene menos oficio en materia constructiva. Una de las tareas del momento es, entonces, dar cuenta de la necesidad de especializar compañeros y compañeras en las tareas generales de organización del partido.


La importancia de hacer números

Roberto Sáenz – Socialismo o Barbarie 264, 03/10/2013

“En el Vpered[9] (número 5, 11 de diciembre de 1906) se publicó una división regional de miembros del POSDR, que arrojó las siguientes cifras: 6.000 en San Petesburgo, 6.700 en Moscú, 13.500 en la región central, 3.000 en Kazán, Samara y Saratov, 25.000 en el sur de Rusia, 16.000 en el Cáucaso, 3.000 en el noroeste de Rusia, 1.000 en el Turkestán, 6.000 en los Urales y 1.500 en Siberia: un total de 81.000 miembros (…) Para 1907, el total de miembros había aumentado a 150.000: 46.143 bolcheviques, 38.174 mencheviques, 25.468 bundistas, 25.654 a la sección polaca y 13.000 a los países bálticos” (David Lane, Las raíces del comunismo ruso. Un estudio social e histórico de la socialdemocracia rusa 1989-19072)

En esta cuarta entrega de nuestra columna acerca de la construcción del partido revolucionario, queremos dedicarnos a la importancia de hacer balances de la actividad del partido y, sobre todo, a la específica importancia de cuantificar cada actividad que llevamos adelante, un aspecto imprescindible a la hora de la construcción partidaria.

Entre las organizaciones con una fuerte tradición en materia constructiva, hacer balances y números a partir de cada actividad, es un uso y costumbre establecida que se impone como algo natural. Pero no ocurre lo propio en organizaciones mayormente jóvenes, caracterizadas por la falta de oficio, la experiencia que proviene de haber realizado una actividad similar una y otra vez.

Política y construcción

Los balances de actividades implican que cada actividad que el partido realiza debe ser evaluada cualitativa y cuantitativa- mente. La evaluación cualitativa hace a si la actividad salió bien desde el punto de vista político. Por ejemplo, si el partido logró imponer su política frente a determinado conflicto obrero o estudiantil, si se dio la respuesta adecuada que se imponía frente a una coyuntura política determinada, si fue acertada la participación en determinada marcha, si los ejes de una intervención electoral fueron los correctos y otras evaluaciones del mismo tenor en las infinitas actividades que lleva a cabo la organización.

Pero de cada actividad se trata de realizar también una evaluación numérica: cuántos asistentes se lograron en una determinada columna o acto partidario; qué número se vendió del periódico o revista; si se lograron recaudar los fondos que se tenían previstos en una fiesta, peña, varieté o actividad financiera, etc. En otras palabras: se trata de que, junto con el balance político de una actividad, aprendamos a cuantificarla. Se trata de medir con una vara objetiva y racional cómo nos fue desde el punto de vista de los índices críticos de la construcción del partido: asistentes a la actividad, número de periódicos vendidos, cantidad de compañeros que estamos tratando de acercar, etcétera. Es que el partido, tenga el tamaño que tenga, tiene necesidad de avanzar en su construcción. En otras palabras: toda actividad que se realice debe tener su costado práctico y constructivo, no simplemente la puesta en escena de una posición política: debe redundar en la construcción efectiva del partido. Y la manera de medir científicamente la eficacia constructiva de una política pasa por una evaluación numérica que se exprese en un engrosamiento de las filas del partido[10].

Un ejemplo es representativo de esto, una charla que había dado Lenin en París a comienzos de 1903, recordada por Trotsky en la obra que escribió sobre él inmediatamente después de su muerte: “El discurso versó sobre el programa agra- rio que sostenía la Iskra en esta época y, particularmente, sobre la restitución a las comunas de la tierra repartida. No recuerdo los nombres de sus contrincantes, pero sí que Vladimir estuvo maravilloso en su discurso final. Uno de los camaradas parisienses de la Iskra me dijo a la salida: ‘Hoy Lenin se ha supera- do a sí mismo’. Como se acostumbraba, los camaradas fueron luego con el orador al café. Todos estaban muy contentos y al mismo orador se le notaba un aire de agradable satisfacción. El tesorero del grupo nos hizo saber con alegría la cifra que la conferencia había proporcionado en concepto de entradas a la caja de Iskra: entre 75 y 100 francos; una cantidad nada despreciable. Esto sucedía a comienzos de 1903” (Lenin, León Trotsky).

Lo significativo aquí no es solamente la semblanza que Trotsky da de Lenin en el período inmediatamente anterior al histórico congreso de 1903, sino la naturalidad con que introduce el balance financiero de la actividad.

Es que el abordaje de los problemas de la construcción partidaria lleva al problema numérico por antonomasia, el de las finanzas partidarias. Nunca es una discusión sencilla con nuevos compañeros. Es necesario explicar esta necesidad, que surge del hecho de que la organización revolucionaria no de- pende del aporte de ningún sector patronal ni del Estado capitalista y, por lo tanto, sólo puede sustentarse por sus propios integrantes y por la apelación a la clase trabajadora en general mediante colectas, rifas, aportes o lo que sea.

Como acabamos de observar con el ejemplo espontáneo de Trotsky[11], no sólo la evaluación numérica de una actividad en general, sino que la evaluación financiera es de vida o muerte. Las finanzas partidarias son la condición material para la construcción partidaria: sin finanzas no hay desarrollo partidario en ninguno de los términos posibles, y esto comienza por la cotización personal de cada uno de sus militantes.

En síntesis, ante cada actividad que asume el partido se trata de hacer una evaluación cualitativa, política, de ésta; esto es lo primero y principal, y lo que tiñe de conjunto el balance. Pero esta actividad necesariamente debe tener su costado numérico vinculado a los resultados constructivos. Si un resultado constructivo positivo, en general, no puede nacer de una política

equivocada, la inversa, sin embargo, no es correcta y no tiene ningún automatismo: la política puede ser correctísima, pero si no hay una tensión constructiva consciente, no se avanzará un centímetro en materia constructiva a partir de ese logro. Esto ha ocurrido no una sino mil veces en organizaciones del más diverso tamaño, tiempo y lugar, y se llama sindicalismo y sólo sindicalismo, al que hay que escaparle como a la peste.

Los límites del sindicalismo

“El partido está sometido a una doble tensión: por un lado, es o debe ser un instrumento al servicio del desarrollo de las luchas, pero por el otro, como organización específica y factor permanente de organización que es, debe proceder a su propia construcción porque no hay nadie que lo haga por él: su construcción es lo menos ‘objetivo’ y ‘espontáneo’ que hay” (R. Sáenz. “Anatomía de la izquierda porotera”)

Vayamos ahora el costado político del problema numérico, que hace justamente al sindicalismo. Aclaremos: no nos referimos aquí con ese término a la necesidad de que el partido asuma responsabilidades de conducción de organismos de masas, sean comisiones internas, cuerpos de delegados, sindica- tos, centros de estudiantes, federaciones y demás. Cualquier organización revolucionaria que se niegue a esto sería simple- mente una secta que renuncia a la lucha por las necesidades elementales de los explotados y oprimidos, condenándose a la intrascendencia y la marginalidad.

Sin embargo, una cuestión muy distinta es abordar la pelea por las reivindicaciones inmediatas, y por el lugar dirigente que una organización revolucionaria busca ocupar al frente de los organismos de masas, desligando esto de la lucha por los objetivos generales del poder y el socialismo: esto es, desligada de una lucha política.

Esto último es muy común cuando la organización va asumiendo responsabilidades sindicales crecientes y la presión de las tareas de dirección de esos organismos (o, incluso, del poder del estado proletario mismo; se trata, en sustancia, de las mismas presiones) adelgazan el abordaje global, político, de los problemas. Lo que redunda en una actividad frenética pero que no deja rastro en materia constructiva.

Aunque parezca mentira, el sólo hecho de verse obligado a “hacer números” en materia de construcción partidaria (de compañeros y compañeras en captación, de contactos, de periódicos o folletos pasados, de cotizantes y recaudación financiera de una actividad, etc., lo que requiere un punto específico en cada reunión de organismos partidarios) ya opera de contrapeso al sindicalismo, definido, repetimos, como una actividad frenética desligada de la construcción partidaria.

Estas presiones no son difíciles de explicar: los trabajadores u estudiantes agrupados bajo un sindicato, movimiento u organismo de masas consideran que con eso alcanza, que no hay nada más allá de las reivindicaciones elementales. De ahí que ni se les ocurra engrosar las filas de un partido revolucionario, que queda borroneado en su especificidad política, algo que puede sonarle abstracto al trabajador o estudiante común. Por eso insistimos en que la construcción del partido es lo menos espontáneo que hay.

El contrapeso al sindicalismo es la capacidad de presentar al partido en su conjunto, de hacer entender que hay que ir más allá de las reivindicaciones inmediatas para lograr las salidas de fondo, y esto pasa por lograr establecer algún tipo de vinculación con el partido como tal, hasta llegar a incorporarse a él como militante[12].

Saber resistir las inevitables presiones sindicalistas en una organización que va asumiendo crecientes responsabilidades en los frentes en los que actúa a medida que se hace más fuerte, y establecer numéricamente los índices críticos que hacen a la construcción del partido es otra de las claves para avanzar en el crecimiento de la organización revolucionaria. Todos los organismos del partido tienen que aprender a hacer números y hacerse un tiempo orgánico para ello.


¿Cómo adquirir oficio constructivo?

Roberto Sáenz – Socialismo o Barbarie 265, 10/10/2013

“(…) Vladimir había heredado de su padre la facultad de al- ternar fácilmente con gentes de diversas categorías sociales, de diferentes niveles. Sin enojarse, sin violentarse, a menudo sin propósito preconcebido, sabía, en virtud de una irrefrenable curiosidad y de una intuición casi infalible, sacar de todo in- terlocutor eventual aquello que necesitaba. Por eso escuchaba tan alegremente donde otros se aburrían y nadie a su alrededor adivinaba que bajo su charla ligera se ocultaba un gran trabajo subconsciente: las impresiones eran recogidas y seleccionadas, los casilleros de la memoria se llenaban con un inestimable material de hechos, los pequeños hechos servían para verificar las grandes generalizaciones. Así desaparecían los tabiques entre los libros y la vida y Vladimir, ya por ese tiempo, comenzaba a servirse del marxismo como el carpintero se sirve de la sierra y el hacha” (León Trotsky, Lenin)

 

En esta nueva entrega acerca de los problemas de organización queremos referirnos a la adquisición de experiencia por parte de las nuevas generaciones partidarias como las que caracterizan hoy a nuestro partido y corriente. La reflexión sobre cómo el partido va madurando la manera de enfrentar los problemas constructivos es el motivo de la presente nota.

La escuela de la lucha de clases

Lo primero a señalar es que, a la hora de la formación militante, no hay mejor escuela que la que proviene de la lucha de la clase trabajadora. Somos organizaciones revolucionarias en un período en el cual, si bien está emergiendo una nueva generación obrera, el grueso de la “máquina partidaria” está constituida por la juventud estudiantil. Es verdad que las organizaciones que poseen mayor acumulación histórica, tienen superiores vasos comunicantes con el “mundo obrero”, al tiempo que una determinada cantidad de compañeros estructurados laboralmente y de mayor edad, lo que les otorga una mayor experiencia global.

También es cierto que la lucha de clases de las últimas décadas no ha sido tan radicalizada como la de los años 1970, aun- que se ha vivido una recuperación de las experiencias de lucha desde los años 2000: cortes de ruta, ocupaciones de fábrica, recuperación de sindicatos, asambleas populares, movimientos piqueteros combativos, enfrentamientos con la policía y la represión.

El conjunto de estas experiencias, colocando en primer lugar la lucha cotidiana de la clase obrera industrial, son una escuela de inmensa riqueza: la mejor que puede recibir la militancia, sobre todo cuando es joven y proveniente del medio estudiantil.

Dicho lo anterior, el otro plano decisivo en la formación militante es el teórico y político. La formación política aparece en las nuevas generaciones más difícil que en las anteriores. A muchos compañeros y compañeras la política se les hace “abstracta”; esto a diferencia de las viejas habituadas, por ejemplo, a leer los diarios. Incluso era común que el diario (no el Olé) estuviera en cada puesto de trabajo de las grandes fábricas, lo que sigue ocurriendo entre las generaciones obreras de mayor edad.

Este “complicado arte de la lectura de los diarios” como lo llamara Trotsky, en estos tiempos de apropiación “epidérmica” de la realidad por intermedio de los medios electrónicos, y de la falta de toda “conciencia histórica” en las nuevas generaciones, es una ardua tarea a ser encarada superando la suerte de “cretinismo topográfico-político” que es característico en las nuevas generaciones.

Como desdoblamiento de lo anterior, pero con su propia especificidad, está el complejo problema de la formación teórica marxista. En esto se deben enfrentar varios obstáculos. Si se trata de compañeros de la universidad, se deberá superar la forma de pensar y razonar posmodernas y fragmentarias que inocula la misma cotidianamente, así como su abierto desprecio por el marxismo clásico y revolucionario en nombre del “nuevismo” (el último grito de la moda intelectual), la más de las veces un pensamiento rebajado y que no aporta nada, pero si confunde mucho.

Esta tarea se dificulta también porque el nivel de lectura de las nuevas generaciones es más bajo que en las anteriores; la educación media y universitaria no alienta el estudio de los clásicos literarios o de cualquier otro tipo, y en la universidad no se dan libros para leer: sólo fotocopias, fotocopias, más fotocopias.

El aplicarse al estudio teórico, que tiene un aspecto inexcusable de esfuerzo individual (las escuelas partidarias son muy importantes, pero no resuelven el problema), es algo que debemos alentar sin desfallecer entre la nueva militancia partidaria.

En resumen: este “ataque concéntrico teórico, político y práctico” (como dijera el viejo Engels), es un aspecto que en su globalidad apunta a la formación militante.

El oficio laboral y el constructivo

Más allá de lo anterior, en este artículo nos queremos dedicar a un aspecto particular, pero de importancia decisiva a la hora del “saber hacer” de la militancia partidaria: la adquisición del oficio militante, que tiene que ver con todo lo anterior, pero sobre todo con la experiencia que se adquiere a lo largo del tiempo.

¿A qué nos queremos referir cuando hablamos de “oficio constructivo”? Simple: como cualquier otro oficio, remite a la “maestría” a la hora de realizar una determinada tarea. En el trabajo cotidiano del movimiento obrero es sabido que los compañeros que tienen “oficio” son aquellos que poseen mayor experiencia para realizar determinada tarea. En la clase obrera del siglo XIX, los trabajadores con “oficio” eran los que resumían en sí mismos el “saber hacer” de la producción, sólo auxiliados por determinadas herramientas.

Andando la segunda o tercera revolución industrial con la cadena de montaje fordista, ya el “cuerpo de la producción” dejaría de ser “orgánico” (es decir, en manos del oficio de los propios trabajadores), para pasar a ser “inorgánico”: lo que vertebrará la producción es el “sistema de máquinas” y el trabajador quedará reducido a una suerte de “apósito” del mismo. Es la metáfora pintada en Tiempos Modernos por Chaplin, dónde en una genial representación de lo que significa la explotación capitalista, los trabajadores aparecen despojados de todo control sobre el proceso de producción. Sin embargo, no es real que entre los trabajadores no subsistan elementos de oficio. Si la película de Chaplin reducía la explotación del trabajo hasta el absurdo (los trabajadores devenidos en autómatas), cualquier compañero sabe que su oficio es fundamental para que salga adelante la producción casi en cualquier lugar de la planta. Sea entre los compañeros de mantenimiento, en los sistemas de control numérico, el manejo de una máquina cualquiera, en el soplete o la soldadura, incluso en el empaquetamiento y el depósito, no es lo mismo para los capitalistas que el trabajador tenga experiencia o no. Un oficio que como es de rigor –más allá de la antigüedad y las distintas categorías- no es reconocido en los salarios que paga la patronal.

¿A cuenta de qué viene esta larga digresión respecto del oficio obrero? La colocamos a modo de representación del significado de la experiencia en general, y de la construcción del partido en particular. En el caso de los problemas de la construcción partidaria no se trata, evidentemente, de una línea de producción, sino del oficio individual y colectivo de la organización a la hora de “hacer números”, de la captación de nuevos militantes, del trabajo con el periódico, de las finan- zas partidarias y demás aspectos que hacen a la construcción partidaria, la que no podrá avanzar si este mayor oficio no se hace colectivo entre sus integrantes.

¿Cómo se adquiere el oficio entre los trabajadores? Sencillo: a partir de la realización de determinada tarea una y mil veces. No se trata solamente del carácter “repetitivo” o mecánico de un determinado trabajo, sino del hecho que al pasar por la misma experiencia varias veces, tanto el trabajador como la organización en general y el militante en particular, se educan. El oficio productivo -como el político-constructivo- tienen una “condición material” inexcusable: un aprendizaje que solamente puede venir de la experiencia; y esa experiencia requiere para ser tal el haberse llevado a cabo varias veces.

El aprendizaje que se adquiere de esta forma hace que el militante deje de ser un “principiante” a la hora de abordar la tarea determinada: la podrá dominar en su totalidad reduciendo al mínimo aquellos factores que lo puedan inducir al error.

Oficio, imaginación realista y balance de actividades

Junto con hacer la experiencia hay otra condición imprescindible para la adquisición del oficio militante: la reflexión consciente acerca de la misma. En las organizaciones revolucionarias, la experiencia militante no debe ser vivida como una mera “pragmática” que no dé lugar a reflexión alguna, sino que debe ser objeto de una reflexión. Se coloca al partido y la militancia en otro nivel: un aprendizaje consciente acerca de su propia práctica.

El problema que existe en las organizaciones revolucionarias jóvenes, es que nadie puede tener “oficio” en algo que no ha practicado anteriormente; en todo caso, el enfrentar circunstancias nuevas exige enorme capacidad creadora –como dijera Trotsky que caracterizaba a Lenin cuando se encontraba frente a problemas nuevos-, lo que da lugar a los elementos de intuición política e, incluso, a la imaginación creadora[13].

La reflexión acerca de la experiencia que se va llevando adelante puede ser un factor “acelerador” de la adquisición del oficio militante, y esto tiene un nombre claro: hacer balance de las actividades.


La apertura del trabajo político

José Luis Rojo- Socialismo o Barbarie 310, 23/10/2014

“No había en Lenin ninguna precipitación, su genio era orgánico, obstinado, en ciertas etapas incluso dilatorio, pues era profundo” (León Trotsky, La juventud de Lenin[14]).

En nuestra columna de construcción partidaria queremos abordar un tema que es como un eslabón perdido respecto de otras cuestiones tratadas anteriormente. Tiene que ver con la apertura del trabajo político, con vencer cierta timidez a la hora de encararlo. Históricamente, en la tradición de las organizaciones revolucionarias, los oficios de apertura del trabajo político y de consolidación y/o captación de nuevos compañeros siempre dieron lugar a tipos distintos de militantes, con características diversas.

En el pasado estaba la idea que la apertura de trabajo político era, de alguna manera, siempre más simple, y más compleja la captación de nuevos compañeros. En los tiempos que corren, sin embargo, la realidad es que la apertura de un trabajo político, dar a conocer al partido y sus posiciones, tampoco resulta sencilla para las jóvenes generaciones. De ahí que dediquemos nuestra columna de hoy a esta problemática.

Política y psicología

El primer obstáculo es que, a diferencia de otros momentos históricos, la política no siempre está en el aire. Que los acontecimientos políticos estén o no en el centro de la escena, que medien todas las relaciones por así decirlo, depende del grado de politización de la sociedad, lo que está determinado, a la vez, por la ocurrencia de grandes crisis económicas o políticas, o de grandes luchas de las masas explotadas.

¿Pero qué ocurre cuando esto no es así? Ocurre que muchas relaciones pasan oblicuas a la política; se observa más gente desinteresada por los asuntos generales, que no relacionan lo que les pasa con el contexto global.

En esas condiciones, abrir trabajo político, establecer un diálogo de esa naturaleza no es simple. Es que, debido a este ambiente poco político, sobre todo cuando se trata de la militancia juvenil, los factores de tipo subjetivo o psicológico como la timidez –un simple rasgo de la personalidad– se extrapolan en grado tan desproporcionado que dificultan el trabajo político del militante.

Abrir trabajo político siempre ha dado lugar a una dificultad. La política revolucionaria no actúa en el vacío, está obligada a romper determinadas fuerzas inerciales, un estado determinado de cosas: Trotsky decía que la inercia es la más poderosa fuerza conservadora de la historia.

La apertura de un nuevo trabajo político (o un nuevo contacto, lo mismo da) necesita siempre romper con un determinado estado de cosas en el cual el punto de vista revolucionario no necesariamente está en la esfera de pensamientos de la persona o grupo dado. Si el ambiente general del actual período es menos político que otros, es natural que los factores subjetivos –la personalidad del militante o del grupo hacia el cual dirige su atención– tendrán más peso a la hora de la apertura del trabajo político. La cosa es cómo ayudar a romper esta inercia.

La realidad siempre es más rica

A la hora de la apertura de cualquier trabajo político hay que vencer dos fuerzas que actúan en sentido contrario de la actividad militante: a) las condiciones “menos políticas” en las que se opera hoy, y b) la mayor timidez relativa de los militantes juveniles a la hora de tomar contacto con otras personas. Ambas circunstancias remiten, en última instancia, a factores objetivos, hasta por el hecho evidente que la personalidad no se constituye en medio de un vacío político, sino en condiciones históricas determinadas que hacen que ciertos rasgos se agudicen más que otros: “La tendencia general del desarrollo de Lenin no era, a decir verdad, una excepción: a comienzos de los años 90, la joven generación de la intelligentsia en su conjunto giró bruscamente hacia el marxismo. Las causas históricas de este giro no eran tampoco un misterio: la transformación capitalista de Rusia, el despertar del proletariado, el callejón sin salida al que había llegado la marcha revolucionaria independiente de la intelligentsia. Pero  no se debe hacer desaparecer una biografía en la historia. Es necesario mostrar cómo, de forma general, las fuerzas históricas y las tendencias se cristalizan en un individuo, con todos sus rasgos y peculiaridades personales” (El joven Lenin, ídem).

Tampoco es verdad que la “timidez” en la militancia sea algo nuevo; es una característica que traduce determinadas relaciones de fuerzas, las que salvo en momentos de crisis y lucha de clases suelen tener algún grado de adversidad que hay que romper.

En el haber de las organizaciones hay sinnúmero de experiencias al respecto. El autor de esta nota recuerda una anécdota personal en la década del 80 cuando en el marco de una campaña estudiantil en la facultad de Ciencia Exactas de la UBA, los militantes del equipo partidario estaban asustados detrás de la mesa sin atinar a salir hacia afuera a hacer campaña. Lo que los presionaba era una situación de crisis partidaria en aquel momento, que los había puesto a la defensiva a la hora de arrancar con la campaña, pero también presionaba la falta de oficio, el temor o timidez a la hora de salir a difundir la lista en cuestión y otras trabas clásicas cuando se trata de romper la inercia y lanzarse a la actividad. Y lo que estamos señalando vale también para un trabajo en puerta de fábrica, el piqueteo del periódico en una zona obrera, o lo que sea.

Partamos de una enseñanza universal: como la mayoría de los temores a la hora de hacer campañas, la timidez se demuestra infundada: la realidad es siempre menos hostil que lo que creemos a primera vista; siempre hay mayores posibilidades, más recursos a ser explotados, más fibras a ser tocadas: ¡la realidad siempre es más rica de lo que pensamos, nos da más posibilidades de las que presuponemos!

Entre los trabajadores anidan reservas de solidaridad que muchas veces no logramos explotar, hasta por el tamaño de nuestras organizaciones o, simplemente, por falta de experiencia, pero el hecho es que cuando nos lanzamos a una actividad de apertura política, casi siempre nos llevamos una grata sorpresa. [15]

Vencer la timidez

Además de los obstáculos e inercias políticas, entre las jóvenes generaciones se manifiesta otro problema: la timidez como rasgo del desarrollo de la personalidad. ¿Cómo vérselas con este factor? La cosa es más simple de lo que aparece a primera vista. Está vinculado a los “grupos de pertenencia” característicos de la juventud. Dichos grupos hacen a los factores identitarios de cada joven, que se afirman positivamente en relación a su grupo y negativamente, por así decirlo, en relación a los demás.

Es probable que en determinados contextos históricos dichos grupos se constituyan de manera más política, pero, seguramente, otras tantas veces se afirman alrededor de determinadas sensibilidades subjetivas que tienen poco o nada que ver con la política. Esto ocurre hasta por el hecho de que en un partido uno hace amigos, pero un partido no es un grupo de amistad: la amistad aparece generalmente a posteriori del vínculo político.

¿Qué pasa cuando se trata de establecer vínculos que vayan más allá del núcleo de las amistades? Preguntarse la cosa es en parte comenzar a solucionarla: si en la amistad lo que pesa es la afinidad personal, en la actividad política el campo de acción debe extenderse hacia el conjunto: ¡hay que hablar con todo el mundo!

Cuando se hace una actividad política se debe buscar el vínculo más objetivo, que se construye no en razón de determinados rasgos subjetivos, sino de hechos y posiciones políticas.

La timidez como rasgo de personalidad se puede comenzar a vencer en la medida que cada joven militante comprenda que lo que se pone en juego en la apertura de un trabajo político no es su subjetividad sino las posiciones que sustenta el partido, aunque, claro está, esto sea más fácil de enunciar que de lograr: “La prevención contra los desconocidos (…) es en general, como se sabe, característica de la juventud (…). Es posible que el vello de la timidez no hubiese desaparecido aun en este joven presuntuoso (Lenin); en todo caso, en esta timidez se afirmaba así la tendencia a no desgastarse por gente que no valía la pena” (ídem)[16].

Trabajar en equipo

De todas maneras, hay un elemento irreducible que hace a la personalidad de cada militante, algo imposible de racionalizar por fuera de la experiencia de cada uno de ellos y vinculado a la experiencia del conjunto del partido y la situación política como un todo. En todas las épocas ha habido militantes que por sus características son más extrovertidos y otros con mayor timidez, entre otros rasgos (más “políticos” o más “organizativos”, o lo que sea).

Por esto mismo, entre otras cosas, el trabajo en las organizaciones revolucionarias siempre es en equipo, al cual colaboran los distintos rasgos de la militancia. De ahí que en los equipos partidarios deban combinarse “abridores” y “consolidadores”, políticos y organizadores, agitadores y propagandistas, etcétera, y así debe ser: buscar esta combinación de rasgos de personalidad política para avanzar en el trabajo partidario del frente que se trate, haciendo madurar a la propia militancia y el partido en la actividad.


Legalidad nacional y extensión nacional del partido

José Luís Rojo – Socialismo o Barbarie 315, 10/12/2014

“En el extranjero se sabe poco que el bolchevismo se formó, se fortaleció y se templó en largos años de lucha contre el revolucionarismo pequeñoburgués, que se parece al anarquismo o que ha tomado algo de él, y que, en todos los problemas esenciales, deja de lado las condiciones y exigencias de una lucha de clases consecuentemente proletaria” (El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, V.I.Lenin)

Nos interesa llevar adelante aquí una reflexión acerca de la utilización revolucionaria de la legalidad partidaria.

La cuestión es la siguiente: cuando las elecciones están establecidas entre amplios sectores de masas como la forma característica de la política, no participar de las mismas es algo infantil e “izquierdista”: un tiro al pie que se dispara el propio partido.

Sin dejar de ser un recurso táctico, es de enorme importancia pudiendo ayudar a un salto en calidad en la construcción e influencia de la organización revolucionaria. Porque la campaña electoral le brinda al partido la oportunidad de llegar a más amplios sectores que los habituales; poder llegar con sus propuestas a sectores de masas cuando su auditorio habitual se reduce a la vanguardia.

Y llegar en el caso de elecciones presidenciales haciendo propuestas generales porque, en cualquier modo, el partido tiene su candidatura presidencial y se instala de ese modo en el contexto de las “ofertas electorales” de conjunto, que atañen a los problemas generales de la marcha de la sociedad.

Insistimos: que la participación electoral sea táctica no quiere decir, dialécticamente, que no pueda ser de enorme importancia: que sirva como trampolín para colocar al partido en un escalón superior de su desarrollo al lograr llegar e impactar con su política a sectores que le serían totalmente ajenos a su radio de acción habitual sin el punto de apoyo que puede ser la campaña electoral y los medios que esta pone a su disposición.

Pero a esto que es ampliamente conocido le queremos agregar otro aspecto: la importancia que tiene la obtención de la legalidad nacional para la extensión nacional de la organización revolucionaria. Legalidad nacional que, por añadidura, es la “condición técnica” para poder presentar candidaturas presidenciales.

Pasa que, habitualmente, el partido no llega a todas las provincias o estados del país. Se concentra en el centro del mismo o, a lo sumo, en algunas de las provincias más importantes. Pero cuando se obtiene el reconocimiento electoral nacional, cuando se echa al ruedo una candidatura presidencial, se puede llegar, por así decirlo, hasta el último rincón del país. El bolchevismo utilizó hasta el más mínimo resquicio que le daba la legalidad para participar en la Duma del zarismo (una suerte de cámara parlamentaria ultra-amañada y antidemocrática); esto para poder ampliar su influencia entre las masas trabajadoras de la Rusia de la época. Lo hizo combatiendo las tendencias ultraizquierdistas del partido que se negaban a participar de las elecciones parlamentarias incluso cuando la marea revolucionaria de 1905 había declinado y se había entrado en un período reaccionario.

Pero no se trata solo del bolchevismo: en la tradición del trotskismo antes y después de la Segunda Guerra Mundial las elecciones fueron un vehículo para la construcción de las organizaciones revolucionarias, claro que siempre y cuando su utilización fuese revolucionaria y no diera lugar a una adaptación electoralista a las mismas.

Quizás la joven militancia no conozca, por ejemplo, que en el lejano año de 1938 la organización trotskista de Vietnam (en un heterodoxo acuerdo con las fuerzas estalinistas de dicho país), conquistaron bajo la candidatura de Ta Tu Tao, la intendencia de Saigón. Lamentablemente este triunfo no se pudo mantener porque el socialismo revolucionario era orgánicamente débil y el estalinismo rompió esta alianza “contranatura” llegando a comienzos de la década del ‘40 a asesinar al propio Tao por trotskista (fue Ho Chi Min el que ordenó este crimen).

Más cercano en el tiempo, el PST morenista de los años 70 hizo una utilización revolucionaria de la participación electoral en 1973 para transformar a dicha organización en un partido nacional. Pila de anécdotas eran conocidas entre la militancia de aquellos años de los cuadros que eran enviados a abrir -mediante la campaña electoral- nuevas provincias y regiones de las más inverosímiles maneras.

En todo caso, es evidente que la obtención de la legalización nacional de cualquier organización revolucionaria es una enorme conquista y palanca constructiva que la pone en otro plano desde todo punto de vista. Ya el hecho de participar de las elecciones presidenciales, de tener candidatura presidencial, la coloca frente al público en general como una organización nacional, “de las grandes”, haciéndola visible como organización nacional tal.

Pero esto se agiganta en las actuales condiciones históricas vistas internacionalmente, donde a pesar de la emergencia de un ciclo de rebeliones populares, las elecciones siguen siendo valoradas por las grandes mayorías como el momento par excellence de la política. En tales casos, todo partido revolucionario que se precie de tal, debe pugnar por alcanzar su legalidad nacional para poder afrontar su participación electoral. No hacerlo sería criminal para sus propias posibilidades políticas.

Pero esto tiene su expresión en el terreno constructivo: la participación electoral nacional (independientemente de los votos que se obtengan) es una enorme palanca para avanzar en la construcción nacional del partido. Aquí se combinan dos coordenadas. Por un lado, es evidente que la legalidad nacional y la candidatura presidencial permiten extender nacionalmente al  partido, llegar a todos los rincones del país, “plantar” núcleos partidarios en los mismos. Pero a la vez permite otra cosa más estratégica: posibilita llegar a más amplios sectores que los habituales; si se trata de organizaciones con mucho peso juvenil y estudiantil posibilita, en todo caso, llegar a los lugares de trabajo mediante una campaña electoral que sea llevada adelante de manera sistemática, que se haga orgánica y estructural en la puerta de fábricas y demás lugares de trabajo. Esto sin menoscabo de la extensión territorial que toda campaña electoral plantea; de las tareas de agitación entre amplios sectores que caracterizan a la misma.

En definitiva, la legalidad nacional es una herramienta extraordinaria para la extensión nacional del partido y así debe ser comprendida por toda la militancia. Una herramienta a la que hay que sacarle todo el jugo realizando una campaña electoral socialista y revolucionaria que pelee porque la conciencia de los trabajadores vaya más lejos de sus limitaciones reivindicativas habituales e instale la pugna por la independencia política de clase.


[1] A este respecto es interesante estudiar como fue el factor “multiplicador” del bolchevismo el que ascendió y descendió conforme el desarrollo de las condiciones objetivas de la lucha de clases y el acierto en la política y orientación del partido; en último término, como subproducto del desarrollo de las condiciones revolucionarias en total. La captación por decenas de miles sólo ocurrió en el año de la revolución, 1917. Ya cuando se captó por cientos de miles las cosas tuvieron su “dialéctica inversa”: se complicaron porque el ingreso irrestricto de nuevos militantes cuando se es “partido en el poder”, y todo el mundo quiere estar allí, se base no solamente por razones políticas sino carreristas… Pero esto es otro asunto a tratar en otra parte.

[2] Hay que señalar que la problemática de la captación, como tal, no figuraba mayormente como preocupación en los anales de la historia del socialismo revolucionario de comienzos del siglo XX. Una cosa que siempre llamó la atención al autor de esta nota, es cómo en Mi Vida León Trotsky no parece plantearse nunca este problema de la construcción partidaria, cuestión básica en las organizaciones del trotskismo de la segunda posguerra; lo suyo parece ser, más bien, el planteo de una lucha política para delimitar posiciones en el seno de organizaciones que tenían dimensiones de vanguardia de masas o directamente de masas y cuyo poder de atracción era sideralmente mayor que en la experiencia de las últimas generaciones militantes. Si el hecho de Lenin era algo distinto y no por nada escribió el ¿Qué Hacer? estableciendo el “salto” que significa el pasaje de una conciencia reivindicativa a una política, en todo caso señalemos que no gozamos del privilegio de las grandes organizaciones revolucionarias históricas (que sumaban de a grandes unidades), razón por la cual la captación de nuevos y/o viejos compañeros o núcleos de militancia revolucionaria, requiere en cada caso de un esfuerzo subjetivo para concretarla.

[3] Nos referimos aquí a lo que pueden ser amplias iniciativas constructivas del partido, pero que no son el objetivo específico de esta nota.

[4] En el caso de Lenin ese periódico se llamaba Iskra, “La Chispa”, habiendo dado Lenin en el Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (1903) una inmensa pelea por tener mayoría bolchevique en su redacción de manera tal de asegura su coherencia como instrumento político revolucionario en durísima lucha contra la fracción reformista (mencheviques) del partido.

[5] En papel, o, al menos, en .pdf, que es una impresión que respeta estas proporciones políticas en que se expresan los textos en el periódico, proporciones que tienen tanta importancia como cada uno de los artículos en sí mismo.

[6] “Iskra empleaba un estilo polémico (…) en el cual Lenin era especialmente dotado. Como testificara Martov [férreo oponente reformista de Lenin, pero honesto y amigo de este, J.L.R.], sus editores se esforzaban ‘para garantizar que todo lo que fuera ridículo apareciera en una forma ridícula’, y por exponer ‘el núcleo reaccionario que se escondía detrás de una fraseología revolucionaria’ (…) Los oponentes de la Iskra condenaban los métodos polémicos de este periódico, que fue acusado, tomando un testimonio de Trotsky de la época [recordar que el joven Trotsky no era todavía bolchevique en aquella época, J.L.R.], ‘de pelear no tanto contra la autocracia, como contra las otras fracciones del movimiento revolucionario”. Marcel Liebman, ídem. Es decir, Lenin concebía correctamente el periódico, como el instrumento privilegiado de una lucha de tendencias implacable.

[7] Se llama “organizativismo” a una visión que reduce todos los problemas a la mera organización, adelgazando así el abordaje político de los mismos y despolitizando gravemente al partido en cuestión. Una desviación de este tipo fue característica del viejo MAS en su momento de decadencia y tiende a caracterizarse por un vaciamiento político de los debates en los organismos partidarios. Está claro, sin embargo, que en la etapa actual del Nuevo MAS estamos casi en las antípodas: nos caracteriza una tradición “politicista” que debemos mantener, pero que es insuficiente para avanzar constructivamente hoy.

[8] Esto es algo archisabido en la tradición de las corrientes revolucionarias, pero no por ello menos importante: dependiendo no sólo del número de militantes, sino el de cuadros con el que el partido llegue a determinada situación política, en ello estará una de las claves de en qué medida podrá aprovecharla; y esto que tiene que ver con el partido en general, también vale para todas y cada una de sus regionales y los desafíos específicos que enfrentan.

[9] Periódico editado por Lenin a partir del 4 de enero de 1905 por algunos años, cuyo título quiere decir “adelante”.

[10] Anotemos aquí la cuestión de la composición generacional del partido. Lane señala que en la investigación de las filas de la socialdemocracia rusa a comienzos del siglo pasado los bolcheviques eran más jóvenes que los mencheviques en los niveles inferiores de la organización (en la base), y más todavía entre los activistas que influenciaban. Señala correctamente que esto habla de una estructura de la organización más flexible, que permitía que los jóvenes avanzaran a posiciones de responsabilidad con mayor facilidad, lo que hacía a un dina- mismo mayor de la primera fracción respecto de la segunda.

[11] Decimos “espontáneo” porque el balance financiero de la actividad le salta a Trotsky casi automáticamente, a modo de reflejo, dado que el texto no se refería en absoluto al tema financiero sino al salto madurativo de Lenin en ese año.

[12] La naturaleza de los vínculos de los militantes y simpatizantes con el partido configura una discusión histórica para las organizaciones revolucionarias, que se dio clásicamente en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso entre bolcheviques y mencheviques, estableciendo el criterio elemental para el partido revolucionario. Lenin insistió que la consideración “militante” solamente debía otorgarse a aquellos miembros que se reunían y actuaban disciplinados en un organismo del partido. Un simpatizante o amigo del partido, pero que no participa en un organismo sometido a una disciplina determinada, no podía considerarse como integrante, aun cuando esto redujera el número de miembros de la organización, reproche que dirigía a Lenin el ala oportunista del partido, el menchevismo.

[13] “Una de las más preciosas variedades de la imaginación consiste en la facultad de describir a las personas, las cosas y los fenómenos como son en realidad, incluso cuando nunca se han visto. Al utilizar toda la experiencia de la vida y los principios teóricos, combinar observaciones, informaciones dispersas tomadas al vuelo; elaborarlas, unirlas en un todo, completarlas según ciertas leyes de correspondencia aún no formulados y reconstruir así, en toda su realidad concreta, una fase determinada de la vida humana: este tipo de imaginación, es la que no puede faltar (…) a un jefe, sobre todo en tiempos de revolución. La fuerza de Lenin estriba, en gran parte, en la fuerza de su imaginación realista” (León Trotsky, Lenin).

[14] Recomendamos vivamente a toda la joven militancia leer los brillantes fragmentos de Trotsky sobre Lenin, una serie de textos no concluidos pero que dan un agudo retrato del gran dirigente de la Revolución Rusa, con agudas enseñanzas para las nuevas generaciones partidarias.

[15] Un clásico a este respecto son las campañas de legalidad partidaria; es universal que entre los sectores populares, los trabajadores, la juventud, la generalidad de las veces el sentimiento democrático se impone.

[16] En la juventud, muchas veces, la timidez se encuentra vinculada a un rasgo sectario, a cerrar las inmensas posibilidades que abre la realidad (o determinada persona) de manera apresurada, por anticipado. Requiere experiencia saber qué o quién vale la pena y qué no desde el punto de vista político.

Seremos directos: Te necesitamos para seguir creciendo.

Manteniendo independencia económica de cualquier empresa o gobierno, Izquierda Web se sustenta con el aporte de las y los trabajadores.
Sumate con un pequeño aporte mensual para que crezca una voz anticapitalista.

Me Quiero Suscribir

1 COMENTARIO

  1. […] Esto ocurre por varias razones. La primera, es que el “fast food” de los medios electrónicos no ha reemplazado la importancia de la palabra escrita. Aunque se lea la prensa por Internet, no es lo mismo que tenerla en las manos en papel: el lugar que ocupa cada artículo y su tamaño, la tapa y la contratapa, la página central, la tipografía de sus títulos, etcétera, todo hace a un ordenamiento de jerarquías políticas que no es menor[5]. […]

Sumate a la discusión dejando un comentario:

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí