“La organización bolchevique fue la creación del propio Lenin. La idea misma de organización ocupa un lugar central en el leninismo; organización del instrumento revolucionario; organización de la revolución como tal; organización de la sociedad a la que la revolución ha dado vida. La insistencia en la absoluta necesidad de organización se encuentra en todos los escritos y toda la carrera de Lenin”[1].
Las enseñanzas de Lenin son de un grado de universalidad que atañen a las coordenadas centrales de todo partido que se precie de tal, sea que el partido esté en el estadio de organización de vanguardia (e, incluso, si es un grupo de propaganda), o con influencia entre sectores de las masas: “Lo que defiendo a lo largo del libro [¿Qué hacer?], desde la primera hasta la última página, son los principios elementales de cualquier organización de partido que pueda imaginarse”.[2]
Al mismo tiempo, el “modelo” de partido leninista en todo estadio debe poseer rasgos de partido de vanguardia respecto del conjunto de la clase obrera. Nos explicamos: al ser partido político y no meramente movimiento reivindicativo, siempre debe tender a encarnar los intereses más estratégicos de los trabajadores. En este sentido, jamás debe marcar el paso con los elementos de conciencia más atrasada: “La social democracia en todo lugar y siempre ha sido, y no puede dejar de serlo, el representante de los trabajadores con conciencia de clase, y no de los trabajadores sin conciencia de clase”[3]. Insistimos: el partido revolucionario siempre debe ser el destacamento de avanzada de la clase: “El partido debe ser sólo la vanguardia, el líder de las vastas masas de la clase trabajadora; el conjunto (o cerca del conjunto) de ellas ‘trabajan bajo el control y la dirección’ de las organizaciones del partido, pero el conjunto de estas mismas masas no puede ni deben pertenecer al partido”[4].
En el mismo sentido , Liebman señala que: “La convicción de Lenin de que la revolución rusa debía ser necesariamente el trabajo de un grupo de vanguardia y no de un partido de masas estaba basada no meramente en las características circunstanciales de Rusia de su tiempo, sino también en la forma en que concebía la relación entre la clase obrera y el partido proletario; para ser más preciso, se desprendía de su visión general respecto de la conciencia de clase que el proletariado poseía o no poseía”[5].
Pero hay otro ángulo en lo que tiene que ver con las características del partido y sus estadios de construcción. ¿A qué nos referimos con esto? A que las leyes específicas de una organización en un estadio constructivo de vanguardia -esto es, que busca abrirse paso no sólo en relación con las fuerzas burguesas sino al interior mismo de la izquierda- son diversas respecto del caso donde ya está planteada la disputa por la influencia entre franjas de las masas.
Estas leyes no pueden ser idénticas a las que tienden a caracterizar una organización que ya es hegemónica al interior de la propia izquierda y de los sectores más avanzados de la clase obrera, y que se ha lanzado de cabeza al trabajo de masas.
Este salto en calidad, al ser de una mecánica tan compleja, fue resuelto de manera correcta sólo contadas veces: siquiera en vida de Lenin y Trotsky al frente de la III Internacional esto fue tarea sencilla. Ni hablar dentro del movimiento trotskista de la segunda posguerra. Muchísimas experiencias terminaron empantanadas en este salto debido a que, si las tensiones de las pequeñas organizaciones revolucionarias pro- vienen más de lado del sectarismo, la de las organizaciones a las que se les plantea el salto hacia las masas vienen, característicamente, del oportunismo.
Está claro, por otra parte, que lo anterior de ninguna manera debe ser razón para no afrontar este desafío, so pena de ser una secta irremediable que le haría un flaco favor a la misma clase obrera, que -la experiencia histórica lo ha demostrado palmariamente- no puede llevar adelante una revolución propiamente socialista sin un gran partido socialista revolucionario con influencia entre las masas. En síntesis: más allá de los determinantes generales de todo partido revolucionario que hemos visto arriba, en lo que hace a los estadios de construcción del mismo, operan leyes diversas y el salto en calidad de uno a otro es el desafío más difícil e históricamente peor resuelto en materia de construcción de la organización revolucionaria. Sin embargo, en lo que sigue, nos concentraremos sobre todo en la operación de estas leyes en el caso de las organizaciones en el estadio de vanguardia y sólo daremos unas “pinceladas” sobre el salto hacia las masas.
La ley del más fuerte
Las leyes de construcción de una organización en el estadio de partido de vanguardia están marcadas por una paradoja: si su política siempre debe estar referida a las exigencias objetivas de la lucha de clases, para responder a las mismas, en cierto modo, no tiene alternativa que ir para adelante a expensas del resto de la misma izquierda. Esto es así debido a que el “espacio” y el terreno político objetivo más general que habitualmente tiene la izquierda revolucionaria (claro que esto varía sustancialmente cuando se abren situaciones revolucionarias) tiene unas determinadas dimensiones que obligan a las corrientes a chocar unas con otras.
En la experiencia histórica que conocemos más de cerca, la del viejo MAS -que había “resuelto” las relaciones de fuerzas en el seno de la izquierda-, éste logró en pocos años extender su “espacio” de actuación más allá de la vanguardia. Pero la tremenda contradicción estuvo cuando empezó a rozar al peronismo: entró en una espiral de crisis que lo llevó a la disolución. Tuvo un proyecto errado para dar el salto hacia la influencia entre amplios sectores de las masas: un proyecto básicamente barrial-geográfico-electoral en vez de uno orgánico-laboral-estructural. Este desvío oportunista en materia de organización -junto a un conjunto de otras razones- lo liquidó.
Pero lo habitual entre las corrientes de vanguardia sin peso de masas es una construcción que se lleva a cabo a expensas del otro. Los “espacios” se crean porque una corriente se “cae” y otra que viene acumulando de manera progresiva lo ocupa. Se trata de una suerte de “ley de selección natural política”, de supervivencia del más apto, aunque más “lamarkiana[6] que “darwinista” porque, a diferencia de la naturaleza, en la sociedad, cuenta el factor subjetivo de la voluntad[7]. Se trata de una ley materialista que rige la vida de las corrientes revolucionarias: se deben calificar unas contra otras; la que tiene más capacidad y es sobreviviente en un medio hostil, se construye: ésa es la ley.
Según Liebman, el propio Martov en la época de la vieja Iskra señalaba que “la pelea entre los ‘iskristas’ y los oponentes de la centralización a veces tomaba la forma de una ‘guerra de guerrillas’ en la cual ‘tácticas subversivas’ debían emplearse y en la cual, finalmente, ‘la ley del más fuerte terminaba imponiéndose’. De ahí que los militantes aprendan sus primeras lecciones [en el arte de la lucha de tendencias políticas”][8]. Desde el punto de vista anterior, y durante esta durísima pelea, que muchas veces abarca todo un período histórico (precisamente ésa fue la experiencia de bolcheviques y mencheviques en la Rusia prerrevolucionaria[9]) es que a la hora de capitalizar aciertos o ubicaciones políticas, el más “fuerte” es el que “se lleva más” a la hora del “reparto”: si hay diez compañeros para ganar, la corriente más fuerte se queda con siete, y las más débiles se “reparten”, entre ellas, uno cada uno… La cuestión es que toda organización revolucionaria que no se ajuste a estas leyes objetivas de disputa, selección y reclutamiento en la vanguardia se verá incapacitada para pegar un salto constructivo de calidad. Esto mismo es lo que planteaba Trotsky en su balance respecto del debate Lenin-Luxemburgo en materia de organización (debate que se salda con el triunfo de la tesis leninista). Es que, efectivamente, como decía Trotsky, el problema de Luxemburgo fue que no poseyó la capacidad de visualizar que la construcción de la organización revolucionaria está determinada por un esfuerzo subjetivo en seleccionar, reclutar, concentrar y formar a los mejores elementos de la vanguardia para que hagan de columna vertebral del partido. Rosa quedó colocada irremediablemente como “espontaneista”, porque dadas las circunstancias históricas que le tocó vivir, lo suyo tuvo mucho de apuesta a la emergencia espontánea e independiente de la base obrera contra el aparato de la dirección socialdemócrata, cuestión que en sí misma no estaba mal, pero devaluó la otra tarea que tenía planteada, la construcción de una fuerte fracción centralizada a la interior de la socialdemocracia alemana. Pero retornemos a nuestro punto. Como venimos señalando, lo que nos interesa es apuntar cómo son las leyes de crecimiento de una organización de vanguardia. Sus leyes son dialécticas como dialécticas son las leyes de movimiento tanto en la naturaleza como en la sociedad. Se trata de una comprensión profunda de la operación de esta ley: los saltos en calidad se producen luego de una progresión caracterizada por toneladas de esfuerzos y desarrollos cuantitativos previos. Es decir, la ley de acumulación en el terreno de la naturaleza, la economía y también de la construcción del partido requiere de una base material, de un esfuerzo previo, que es el que en realidad ocupa prácticamente la historia entera del proceso, en el que el período de acumulación cuantitativo lleva un largo período de desarrollo. Se trata de una ley de desarrollo pauta- da por largos períodos de acumulación cuantitativos previos a los cortos períodos de estallido revolucionario cualitativo. En síntesis: toneladas de esfuerzos “reformistas” son necesarios para crear las condiciones materiales de un salto cualitativo en materia de construcción del partido revolucionario.
Cuando “la voluntad es todo”
Pero hay algo más en lo que hace a la organización de vanguardia: se trata del pasaje de ser una organización que depende de la sola voluntad de sus integrantes (característica de las organizaciones de vanguardia) a transformarse en una corriente, digamos, histórica. En este sentido, Gramsci (que evidentemente tenía muchísima sensibilidad en materia de organización) señalaba algo muy agudo. Citamos in extenso: “La cuestión de cuándo se ha formado un partido, o sea, cuándo tiene una tarea precisa y permanente, produce muchas discusiones. Verdaderamente se puede decir que un partido no está nunca perfecto y formado, en el sentido de que todo desarrollo crea nuevas obligaciones y tareas (…). Aquí se desea aludir a un particular momento de ese proceso de desarrollo, al momento inmediatamente posterior a aquel en el cual un hecho puede tener existencia o no tenerla en el sentido de que la necesidad de su existencia no ha llegado todavía a ser ‘perentoria’, sino que depende ‘en gran parte’ de la existencia de personas con una extraordinaria potencia volitiva y de extraordinaria voluntad.
“¿Cuándo se hace históricamente ‘necesario’ un partido? Cuando las condiciones de su ‘triunfo’ están al menos en vías de formación y permiten prever normalmente sus ulteriores desarrollos. Pero, ¿cuán do puede decirse que un partido no podrá ser destruido con medios normales? Para con testar esta pregunta hay que desarrollar un razonamiento: para que exista un partido es necesario que confluyan tres elementos (propiamente, tres grupos de elementos):
“Un elemento difuso, de hombres comunes, medios, cuya participación está posibilitada por la disciplina y la fidelidad, no por un espíritu creador y muy organizador. Sin ellos, es verdad, el partido no existiría, pero también es verdad que el partido no existiría ‘solamente’ con ellos. Ellos son una fuerza en la medida en que hay alguien que los centralice, organice y discipline, pero si falta esta otra fuerza viva de cohesión, se dispersarán y se anularán en una pulverización impotente. “El elemento principal de cohesión que centraliza en el ámbito nacional, que da eficacia y potencia a un conjunto de fuerzas que, abandonadas a sí mismas, contaría cero o poco más; este elemento está dotado de una fuerza intensamente cohesiva, centralizadora y disciplinadora, y también, o incluso tal vez por eso, inventiva (si se entiende ‘inventiva’ en cierta orientación, según ciertas líneas de fuerza, ciertas perspectivas, y también ciertas premisas); también es verdad que este elemento solo no formaría el partido, pero lo formaría, de todos modos, más que el primer elemento considerado. Se habla de capitanes sin ejército, pero en realidad es más fácil formar un ejército que formar capitanes. Tanto es así que un ejército ya existente queda destruido si se queda sin capitanes, mientras que la existencia de un grupo de capitanes, coordinados, de acuerdo entre ellos, con finalidades comunes, no tarda en formar un ejército incluso donde no existe.
Un elemento medio que articule el primero con el segundo, los ponga en contacto no solamente ‘físico’, sino también moral e intelectual. En realidad, para cada partido existen ‘proporciones definidas’ entre estos tres elementos, y se alcanza el máximo de eficacia cuando se realizan esas ‘proporciones definidas’.
Para que esto ocurra [es decir, la formación del partido. RS] es necesario que se vaya formando la convicción férrea de que es necesaria una determinada solución de los problemas vitales. Sin esa convicción no se formará al segundo elemento, cuya destrucción es la más fácil, por su escasez numérica; pero es necesario que este segundo elemento, cuando es destruido, deje como herencia un fermento a partir del cual pueda reconstruirse”[10].
Pedimos disculpas por la extensión de esta cita, que reproducimos completa porque es brillante y capta en toda su tremen- da agudeza el carácter a priori “voluntarista” (lo que no quiere decir que no se apoye en premisas objetivamente funda- mentadas) que necesariamente tiene la construcción de toda organización de vanguardia. O, para decirlo de una manera más “universal”, de una corriente política definida con una identidad tal que introduzca un matiz en el conjunto del movimiento revolucionario de su época.
En definitiva, según Liebman, la ventaja de que gozaba el bolchevismo sobre el menchevismo (más allá, claro está, de las diversas estrategias) se fundamentaba no tanto en un equipo teóricamente superior, sino en la capacidad de mantener viva, a pesar de todos los fracasos y retrocesos, e incluso a pesar de las más difíciles condiciones, una organización de partido que en períodos de reacción y desmoralización que vieron el colapso de los mencheviques salvaguardara lo esencial y asegurara un futuro para la socialdemocracia rusa.
La política en el puesto de mando
“Tampoco pienso que pueda dar una fórmula tal sobre centralismo democrático que ‘de una vez por todas’ elimine los malentendidos y falsas interpretaciones. Un partido es un organismo activo. Se desarrolla en la lucha contra obstáculos exteriores y contradicciones internas (…). El régimen de un partido no cae hecho del cielo, sino que se forma gradualmente en la lucha. La línea política predomina sobre el régimen; en primer lugar, es necesario definir los problemas estratégicos y métodos tácticos correctamente con el fin de resolverlos. Las formas organizativas deberían corresponder a la estrategia y la táctica. Solamente una política correcta puede garantizar un régimen partidista saludable. Se entiende que esto no significa que el desarrollo del partido no dará lugar a tales problemas de organización. Pero implica que la fórmula para un centralismo democrático debe encontrar inevitablemente una expresión diferente en los partidos de diversos países y en distintos estados de desarrollo de un mismo partido”[11].
Acerca de la espinosa cuestión del régimen del partido se han escrito toneladas de páginas, la más de las veces inservibles. Aquí sólo queremos dejar establecidos una serie de criterios que creemos fundamentales para abordar esta problemática comenzando por señalar que nunca se podría tratar de tomarlos como un “recetario”. En última instancia, las de- terminadas “reglas de juego” del funcionamiento del partido dependen de las circunstancias concretas de la lucha de clases en que la construcción del mismo se lleva a cabo y en cierta forma también del estadio constructivo en que se encuentra el partido, tal como plantea Trotsky.
Comenzaremos despejando cuestiones básicas. La primera es que siempre los problemas de organización (y el régimen de partido dentro de ellos) se siguen dialécticamente de la política. Es a todas luces evidente que un partido volcado a la mera actividad electoral tendrá un tipo de régimen muy diverso al de una organización revolucionaria cuya actividad principal es intervenir cotidianamente en la lucha de clases.
En esa intervención, lo que debe mandar son siempre las exigencias que coloca la lucha. Es decir, no hay cómo resolver los problemas de la intervención del partido por una vía donde se impongan intereses extraños a los de la misma lucha. Los irrevocables intereses del partido de ben hacerse valer de una manera que contribuyan al desarrollo, politización y triunfo de esa misma lucha. Lo contrario sería instrumentalismo y nada más que instrumentalismo, que flaco favor le haría a los trabajadores y al progreso de su conciencia de clase.
El régimen de partido es pasible de otro tipo de reduccionismo: el hacer una interpretación del mismo en clave forma- lista. Es decir, creer que el régimen puede quedar atrapado en la aplicación formal de un estatuto que condena al partido a la inanición, liquidando el despliegue de su vida militante en toda su riqueza y diversidad. Porque lo que manda en una organización auténticamente revolucionaria es la política, el contenido de las apuestas estratégicas: “La fracción y el peligro de una escisión del partido bolchevique en oportunidad de la lucha contra la oposición de izquierda al acuerdo de Brest-Lito- vsk. RS] fueron vencidos no por medio de decisiones formales basadas en los estatutos, sino con la acción revolucionaria”[12]. En el mismo sentido, Marcel Liebman insiste una y otra vez, de manera convincente, que, sobre todo en condiciones de ascenso revolucionario (cuando hay retroceso, necesariamente, rigen otras leyes, más “cerradas” en lo que hace a la vida de la organización), el “partido de Lenin” es uno extremadamente flexible y abierto a la presión revolucionaria proveniente desde abajo, como veremos más adelante.
¿Centralismo o federalismo?
Aunque se siguen dialécticamente de los problemas políticos, está claro que hay y no puede dejar de haber una especificidad de los problemas de régimen de partido. Esta especificidad hace a varias leyes de funcionamiento de la organización: se trata de las cuestiones que atañen al federalismo o centralismo en materia de organización y a la combinación de la libre discusión[13] con la férrea unidad en la acción.
Nos interesa comenzar por el federalismo: históricamente, éste ha sido el reflejo organizativo del economicismo: una expresión poco madura en el terreno político; un mar- car el paso con lo más atrasado de la clase; el hacer valer los intereses “particularistas” contra el conjunto; un criterio de despolitización. En fin: varios de los temas caros a la corriente anarquista-autonomista[14].
Precisamente, el debate entre concepciones federalistas y centralistas en materia de organización se dio ya en los tempranos tiempos de la I Internacional. Es conocido que Marx era partidario del centralismo. El partidario del federalismo era Bakunin. Éste acusaba a Marx de “socialista burocrático”: “Los anarquistas [veían] en toda centralización un obstáculo para la libre iniciativa local y para el impulso revolucionario de las masas. Lejos de desear que se dieran al Consejo General [de la I Internacional al frente del cual estaba el propio Marx] poderes más amplios a fin de dirigir el movimiento, querían acabar con él por completo y reemplazarlo por una mera Oficina de Correspondencia que mantendría en relación a los grupos de distintos países, pero que no estaría encargada de dirigir, en ningún sentido, la actuación de éstos”[15]. Pero como señalara Lenin, en materia de organización partidaria, el federalismo es un “cáncer”: una traba organizativista al libre debate y decisión políticas en el conjunto del partido. Porque el federalismo supone una pelea de relaciones de fuerzas en el seno de la organización que no depende de las posiciones políticas lanzadas al libre debate y la creación de mayorías y minorías políticas, sino de hacer valer en los debates supuestas “cuotas” de la misma organización. Es conocido que uno de los cánceres del POUM español de los años ’30 —que acompañaba organizativamente su centrismo político— fue que a pesar de haber llegado a agrupar una cantidad importante de militantes (algo en torno a los 40.000) era una organización pautada por caciques y caudillos regionales que se negaban a subordinarse, por mezquinos intereses loca- listas, a toda organización y directivas políticas centralizadas. Otra cosa completa mente distinta es cuando se piensa en la organización del Estado (ya no el partido). Y cuando, además, este estado está integrado por una serie de nacionalidades di- versas a las que hay que permitirles incondicionalmente libre expresión: se trata del derecho a la libre autodeterminación nacional. Es el caso —cuando la formación de la ex URSS en vida del propio Lenin— de si la Rusia bolchevique debía ser una Federación de repúblicas soviéticas —posición de Lenin— o una Unión (posición gran rusa de Stalin). Porque la Unión lo que tendía a hacer, e hizo, era liquidar los derechos a la auto- determinación de las minorías futuras integrantes de la URSS. Sin embargo, cuando de lo que se trata es del partido, se habla de otra cosa muy distinta: el federalismo se convierte en una traba organizativista que impide la unidad de la organización en su acción revolucionaria, que se pone por encima de toda decisión política. Se trata no de un criterio de democracia partidaria, sino de algo muy distinto: un criterio de aparato, de “cuotificación” del régimen de partido.
Como señalar a Liebman: “El propósito de la Iskra era terminar con este choque de los distintos grupos lo cales. El centralismo de Lenin, era mucho más, sin embargo, que esta vocación para unir: era una concepción de las relaciones en el seno de la organización entre el ‘liderazgo’ y la ‘base’, entre el ‘centro’ y las ‘regiones’ dependientes de él, una definición de las reglas de jerarquía que debían prevalecer en la organización, un conjunto de cuestiones que traían a colación la cuestión de la democracia en el seno del partido”[16].
Democracia y centralismo
En segundo lugar, está la famosa cuestión de cómo establecer la combinación de los criterios de centralización en la acción con la libre discusión democrática al interior de la organización. Esta combinación, históricamente, se ha expresado en una fórmula propuesta por Lenin en 1906 al interior del POSDR: el centralismo democrático[17]. Clásica- mente, alude —como su nombre lo indica— a un par dialéctico, donde están combinadas dos exigencias distintas. Por un lado, la exigencia de un amplio espectro de democracia y libre debate al interior de la organización: los militantes partidarios no son “autómatas” sino compañeros dotados de conciencia crítica que deben poder ejercer sus derechos de opinión e, incluso, de decisión autónoma.
Como señala agudamente Trotsky: “Sabíamos que el régimen de partido se basaba en los principios del centralismo democrático. Se suponía, desde el punto de vista teórico (y así se hizo, desde luego, en la práctica), que esos principios implicaban la posibilidad absoluta para el partido de discutir, de criticar, de expresar su descontento, de elegir, de destituir, al mismo tiempo que permitía una disciplina de hierro en la acción, dirigida con plenos poderes por órganos directores elegidos y revocables. Si se entendía por democracia la soberanía del partido sobre todos sus organismos, el centralismo correspondía a una disciplina consciente, juiciosamente establecida, que garantizase en cierto modo la combatividad del partido”.
Precisamente: junto con el elemento de absoluta libertad en la discusión hay que subrayar que no hay organización de lucha —y el partido lo es— que pueda funcionar frente al carácter centralizado del Estado capitalista y la patronal de una manera que no implique la más férrea unidad en la acción de la organización. En este sentido, Moreno decía correcta- mente que cuestionar el centralismo es cuestionar la eficacia misma, y que ninguna revolución puede triunfar sin un alto grado de disciplina y centralización.
Aquí se plantea otro agudo problema: ninguna organización revolucionaria puede volcarse a la intervención en la lucha de clases sosteniendo dos políticas[18]. Esto la condenaría a la impotencia más escandalosa.
De ahí que, llegado un punto, el debate al interior del partido —en cualquiera de sus organismos— debe resolverse para pasar al plano de la acción. Porque sin esa acción el partido pierde su atributo de partido militante: en su seno, el debate democrático e, incluso, la elaboración teórico- política, deben estar al servicio —en última instancia— de la acción: de ejercer una acción militante transformadora sobre la realidad.
Entonces, la unidad de teoría y práctica, la praxis en materia de un régimen de partido militante, se resuelve en la condena del federalismo y el impulso de la más libre democracia en la discusión y la más férrea unidad en la acción : “[Lenin] dice que todavía había trabajo para hacer para realmente aplicar los principios del centralismo democrático en la organización del partido, trabajar incansablemente para hacer de las organizaciones locales las unidades organizacionales principales del partido en los hechos y no meramente en las palabras. Su aplicación implica universal y total libertad para criticar, siempre y cuando esto no socave la unidad en la acción; [esta regla] dictaminaba cortar de cuajo todo ‘criticismo’ que rompiera o hiciera difícil la unidad de una acción decidida por el partido”[19].
El salto hacia las masas
“En enero de 1905, en el momento de desencadenarse la revolución, la organización bolchevique estaba integrada por 8.400 miembros. Para la primavera boreal de 1906, el total de miembros del POSDR alcanzaba los 48.000, de los cuales 34.000 eran bolcheviques y 14. 000 mencheviques. En octubre de ese año, el total de membresía excedía los 70.000 (…) y para el congreso de Londres en 1907, el partido tenía 84.000 miembros, de los cuales 46.000 eran bolcheviques y 38.000 mencheviques”[20].
Como señalamos más arriba, no nos detendremos in ex- tenso en lo que hace a los complejos problemas del pasaje del partido de vanguardia a uno con influencia entre las masas, ni a las leyes internas específicas de este último. Sólo haremos, en todo caso, una serie de someros señalamientos dejando sentado que cuando hablamos de “partido con influencia entre las masas” tratamos de diferenciarlo de la idea lisa y llana de “partido de masas”, precisamente por lo que hemos explicado más arriba acerca de la preocupación leninista de que todo partido revolucionario debe mantener su carácter de vanguardia en lo que hace al conjunto de la clase. Aquí hay varias cuestiones, pero lo primero que se debe señalar es que en la operación de las “leyes” antes señaladas hay, evidentemente, una transformación. Esto ocurre tanto en materia de las leyes de crecimiento del partido como en lo que hace incluso al régimen interno del partido. Porque si la organización de vanguardia es hasta cierto punto una suerte de “brigada de combate”, un partido que se está lanzando a la influencia entre sectores de las masas, evidentemente debe tener una serie de criterios propios en materia de organización y funciona- miento que configuran en muchos casos una suerte de “inversión dialéctica” de las leyes que rigen el estadio de van guardia. Esto no obsta para que en todos los estadios rijan leyes de desarrollo desigual y combinado. Nos explicamos: si es muy peligroso confundir los estadios constructivos del partido, esto no quiere decir que no haya circunstancias donde núcleos muy pequeños cumplan un rol de enorme importancia, con una proyección en el campo político muy por encima de sus fuerzas organizativas[21]. Pero digamos algo respecto de las leyes de crecimiento de un partido con peso entre las masas. Los multiplicadores en lo que hace a cantidad de militantes, inserción y envergadura política y organizativa del partido en una época revolucionaria, evidentemente, varían sustancialmente respecto del período en que la organización es un partido de vanguardia. Se trata de otras leyes las que rigen el salto hacia las masas: aquí operan leyes de multiplicación geométrica y no aritmética, que es lo que caracteriza al partido en estadio de vanguardia. Es decir, el partido de vanguardia recluta de a unidades de compañeros o, a lo sumo, de a decenas. El partido que apunta a tener influencia entre sectores de las masas recluta de a con- juntos de compañeros: capta núcleos, agrupaciones, organizaciones y/o sectores enteros de trabajadores o estudiantes. A este respecto son ilustrativos los criterios bolcheviques, en oportunidad de la revolución de 1905: Lenin planteaba la necesidad de poner en pie “cientos” de nuevas organizaciones del partido e insistía en que esto no lo decía en sentido figurado sino literal. En fin, el tema de los multiplicadores es toda una discusión porque hace justamente a las leyes dialécticas del salto de cantidad en calidad en materia de construcción partidaria. Porque ese salto precisa, como ya ha sido señalado, de esa acumulación cuantitativa previa para producirse. Pero aquí está la “astucia” dialéctica del asunto. Llegado un punto, la adición cuantitativa de un solo elemento más produce ese salto en calidad que coloca al partido de conjunto en otro terreno. La gota que desborda un vaso de agua es solamente una gota más entre otras; sin embargo, su resultado es cualitativo. En segundo lugar, el tema de los multiplicadores es difícil pensarlo abstractamente: habitualmente está ligado a la búsqueda de un vehículo para producir este salto en calidad. Hay vehículos y vehículos; el tema aquí es si van o no en el sentido estratégico de la construcción de la organización como partido revolucionario. Para que, además, no sea un salto al vacío, hace falta la existencia de una acumulación previa en materia de construcción partidaria. Lo que ocurre, es que en un sinnúmero de momentos se le coloca al partido esa posibilidad. Pero si no hay partido organizado previamente, hay un dicho que pinta de cuerpo entero la impotencia de esta situación: es como “tomar sopa con tenedor”[22]. Lo mismo pasa con la situación del partido: el salto hacia las masas requiere de una acumulación anterior, so pena de que, incluso si existe un vehículo a mano para dar ese salto, no pueda concretarse. Aquí hay un tercer problema: la variación de las leyes de construcción en el caso del partido que se lanza a tener influencia de masas, que muchas veces lleva a estrellarse contra la pared. Se puede dar el caso de que se tenga tanto el “vehículo” como cierta acumulación partidaria para acometerlo. Pero es muy distinto el grado de politización de la militancia del partido de vanguardia; son muy distintos también los métodos de dirección más “personalizados” que caracterizan a la organización de van guardia. Pero cuando el partido se hace realmente “impersonal” y todo descansa en los cuadros, en el grado de educación que los mismos han recibido, y en su capacidad de actuación autónoma (aunque dentro de los parámetros de la política general de la organización), este elemento de la acumulación de cuadros previa se transforma en el elemento clave. Además, el partido transformado ya —hasta cierto punto— en un “hecho objetivo” tiene la tendencia a desarrollar intereses “propios” de una manera muy fuerte, lo que plantea la cuestión de que nunca se debe pensar el partido independientemente de la lucha de clases. Es el típico peligro del partido “grande”: considerarlo un fin en sí mismo, tener miedo a arriesgar, desentenderse de los problemas de la sociedad y de la clase como si el partido pudiera construirse independiente- mente de la lucha de clases (el caso extremo fue el de la socialdemocracia alemana, caracterizada como un “Estado dentro del Estado”). Es decir, se debe establecer un correcto balance entre la vida interna del partido y su vida habitual, que está volcada, y no puede dejar de estarlo, al servicio de la lucha de clases. Veamos un cuarto problema: el de las “anclas” del partido. Aquí nos referimos a los contrapesos para que las presiones sociales que comienza a ejercer una franja de las masas sobre la organización —con todos sus elementos de atraso— no lo hagan desbarrancar. Estas anclas son: el grado de politización de su núcleo partidario, su composición social, la autoridad de su dirección, las tareas a las que habitualmente se dedica (no es lo mismo que lo cotidiano sea la intervención en las luchas obreras a que su actividad básica sea la electoral), el armazón teórico-estratégico de la organización y su carácter internacionalista[23]. Porque, característicamente, y ligado dialécticamente al anterior, hay otro punto clave: el grado de flexibilidad del partido en materia de nutrirse de lo mejor de la joven generación que entra a la lucha. El partido debe dejar atrás toda inercia con- servadora y lanzarse de lleno a inter venir política y constructivamente en la lucha de clases incrementada. Es aquí donde entra la capacidad de adaptación del partido, su flexibilidad revolucionaria, su capacidad de sacarse de encima toda inercia conservadora, toda estructura inflexible que no sea capaz de nutrirse de los impulsos revolucionarios de la realidad. Aquí hay otra exigencia más. En situaciones de ascenso de la lucha de clases, el partido corre el riesgo de quedar por detrás de la situación —tanto política como organizativamente— en vez de ser la vanguardia. Como decía Lenin en 1905: “‘Necesitamos aprender a ajustarnos a este completamente nuevo alcance del movimiento’. Esta adaptación a los eventos significa que la distinción entre la organización y el movimiento, entre la ‘red horizontal’ y la ‘red vertical’, y, finalmente, entre la vanguardia y la clase trabajadora, comenzaba a hacerse más tenue”[24]. Esto ocurre cuando hay un ascenso revolucionario: el partido debe sacarse de encima toda la inercia, revolucionarse junto con la clase. Hay, hasta cierto punto, y como ya hemos señalando, una “inversión” de los principios enunciados más arriba. Pero para que este salto no sea uno al vacío, el estadio de partido de vanguardia debe haber sido resuelto de una manera satisfactoria. El partido mantendrá su carácter general revolucionario sólo si cuando se “fusiona” con las masas (como señala Lenin en El izquierdismo…) tiene firmes sus columnas vertebrales en tanto que organización revolucionaria. Ahí ya se estaría cerrando todo un circulo dialéctico que hasta ahora sólo el bolchevismo ha sido capaz de transitar satisfactoriamente, pero que seguramente tendrá nuevos capítulos en este siglo XXI.
Los capítulos no escritos del ¿Qué Hacer?
Roberto Sáenz – Socialismo o Barbarie 298, 01/08/2014
Aspectos generales de la construcción de la corriente Socialismo o Barbarie en Centroamérica
A propósito de una reciente gira por Centroamérica se suscitó un riquísimo debate con nuestros compañeros de Honduras y Costa Rica. El mismo se sustanció alrededor de las condiciones actuales de la construcción de las organizaciones revolucionarias internacionalmente hablando y en la región centroamericana en particular.
En dicho intercambio insistimos –de manera pedagógica- en el hecho que al ¿Qué Hacer? de Lenin le “faltaba” todo un capítulo vinculado a las leyes específicas de la construcción de las organizaciones de vanguardia en las condiciones donde el proletariado no es aún socialista. Circunstancia histórica que al gran revolucionario ruso no le tocó vivir, pero que es todavía la que prevalece hoy aun en medio del actual período de recomienzo de la experiencia histórica de los explotados y oprimidos.
Nuestros problemas no son los que tenía Lenin
Como venimos señalando, uno de los intercambios principales que tuvimos con nuestros compañeros centroamericanos giró en torno a las condiciones generales para la construcción de nuestras organizaciones en relación a otros períodos históricos.
Partimos del hecho básico de afirmar que las mismas vienen mejorando en el actual ciclo de rebeliones populares, en el que está emergiendo una nueva generación militante. Sin embargo, esas condiciones todavía son muy distintas a las que prevalecían un siglo atrás en lo que hace al nivel alcanzado por la subjetividad de la clase trabajadora y esto permite explicar muchas de las “regularidades” o “leyes de construcción” de nuestras organizaciones en la actualidad.
A comienzos del siglo XX, sobre todo en Europa, existía un movimiento obrero que era socialista y estaba agrupado en partidos socialdemócratas de masas que hacían parte de la II Internacional. El principal partido era la socialdemocracia alemana (SPD, Partido Social Demócrata) que agrupaba un millón de afiliados, dirigía sindicatos con 3 ó 4 millones, editaba 20 ó 30 diarios y tenía un bloque parlamentario de 30 a 40 diputados. Tal era su tamaño que se lo consideraba una suerte de “Estado dentro del Estado”.
Si en la socialdemocracia alemana –el partido dirigente de la II Internacional- las magnitudes se contaban por millones, en los “pequeños” círculos del socialismo ruso los números abarcaban “sólo” decenas de miles (la suma de las tendencias bolchevique y menchevique promediando la primera década del siglo podía oscilar alrededor de los 80.000 militantes). De ahí que los dirigentes alemanes miraran a los rusos por “encima del hombro”, y que el mismísimo Lenin se considerara un “discípulo” de Bebel y Kautsky[25], respectivamente el principal dirigente y el principal teórico del partido alemán[26].
El bolchevismo tuvo la suerte de poder construirse como un ala izquierda de este movimiento socialista de masas del cual terminó siendo su fracción revolucionaria. Fracción que “salvó el honor” del movimiento socialista internacional con la toma del poder en octubre de 1917 mientras que la flor y nata de la socialdemocracia alemana, austríaca, italiana y francesa desbarrancaba en el “social-chovinismo” poniéndose del lado de su propia burguesía en la carnicería ínter-imperialista de la Primera Guerra Mundial[27].
En cualquier caso, se trataba de condiciones históricas muy distintas a las que tuvo que enfrentar el socialismo revolucionario a partir de los años 1930 con la emergencia simultánea del estalinismo y el nazismo, la “medianoche del siglo XX”. Un período histórico en el que hubo que aprender a nadar a contra corriente y cuyas consecuencias negativas se extienden hasta cierto punto al día de hoy, fenómeno que se “superpone” con la emergencia de una nueva generación luchadora al calor del actual ciclo de rebeliones populares[28].
No deja de ser impactante que en Lenin y Trotsky el problema del esfuerzo subjetivo a la hora de la captación, del reclutamiento de nuevos militantes, tan importante en las organizaciones del trotskismo después de la Segunda Guerra Mundial (¡donde muchas veces se los contaba con los dedos de una mano!), no tenga importancia alguna. A Trotsky este problema recién se le planteó con agudeza a partir de los años 30, cuando tenía que poner en pie una nueva internacional en condiciones donde su corriente era una extrema minoría[29].
Pero en Lenin, el problema decisivo siempre fue la puesta en pie del partido revolucionario a partir de darle unidad política y centralización a los núcleos socialdemócratas dispersos por toda Rusia. El piso más alto en la construcción partidaria de la que partió Lenin en relación a nuestras organizaciones, es lo que explica esos capítulos “faltantes” en el ¿Qué Hacer? en lo que hace a la captación de nuevos militantes o, más en general, en lo que tiene que ver con las leyes de construcción de nuestras organizaciones de vanguardia en las actuales condiciones de la lucha.
Volviéndonos hacia el joven Trotsky, es evidente que la “tensión constructiva” propiamente dicha aparece diluida y lo que se desprende es una acción de publicista donde se sientan posiciones para dar batalla política en el seno de un movimiento socialista constituido.
Si una porción de masas de la clase obrera era socialista, el problema pasaba, en todo caso, por la constitución de esa clase obrera –o, mejor dicho, de la vanguardia de la clase- en partido revolucionario rompiendo con el reformismo. De ahí que la envergadura y los números de las organizaciones de un siglo atrás sean inconmensurables con las que vinieron luego, donde la captación de miembros para el partido pasó a ser su “primera condición existencial”: un asunto de vida o muerte para los mismos[30]; algo que sigue siendo invariable hasta hoy, aunque también en el seno del trotskismo hay organizaciones de muy diferente tamaño y las perspectivas constructivas se caracterizan hoy –a diferencia de los años 90- por un signo ascendente: “(…) El trotskismo parece estar en una tendencia hacia un mayor ‘espacio’ (…) pero, al mismo tiempo, todavía están presentes las consecuencias de la caída del Muro de Berlín. Estamos en un recomienzo histórico, emerge una nueva generación, pero todavía se parte de muy atrás”. (…) “Las leyes de construcción –todavía hoy- son por acumulación hasta que se llega a un punto determinado en el cual se logra dar un salto en calidad. Pero esta acumulación lleva todo un período histórico: casi la historia entera de la cosa. Y, además, un período en el que hay que saber aprovechar cada oportunidad por mínima que sea para construirse; toda mínima posibilidad por insignificante que parezca a primera vista, para dar un paso”. (Texto de construcción de la corriente Socialismo o Barbarie)
La generación “you only live once”
La inexistencia hoy de un movimiento obrero socialista de masas marca una de las más importantes diferencias “subjetivas” respecto del “ambiente” político del siglo pasado[31]. Esto se agrava en la medida que el conjunto de las identidades políticas son mucho menos definidas, más “lábiles”, epidérmicas o variables. La clase obrera, generalmente, no se reconoce como tal, tiene poca conciencia de clase “para sí” y vive una crisis de alternativas frente a lo existente: el capitalismo.
Esto se expresa en las nuevas generaciones en una suerte de “cretinismo topográfico-político” en relación a las condiciones históricas de su acción. Al “eterno presente”, a la pérdida de perspectivas, de “visión de futuro”, se le agrega su corte con la memoria histórica de los hechos del pasado, lo que los deja “desorientados”, sin comprensión del lugar histórico -su lugar en el “encadenamiento” de los acontecimientos- que les toca vivir.
Y esta pérdida de perspectivas más generales se expresa en una suerte de cambio “cósmico” en relación a las condiciones del pasado donde, en general, las generaciones se mostraban más comprometidas, llegando a extremos “ultraizquierdistas” (los años 70) donde la idea en muchos era “entregar la vida” como lo había hecho el “Che” Guevara.
Si la tradición del marxismo revolucionario no tiene por meta entregar la vida de ningún militante, sino hacer que los mismos revolucionen su existencia al calor de la lucha por la transformación social (lo que, necesariamente, implica sacrificios en determinados niveles), de todas maneras se observa el cambio “copernicano” de condiciones en relación a la situación de hoy donde domina una suerte de “hedonismo” o vivencia del “eterno presente”, no sacrificar nada que tiene que ver con el goce personal. De ahí la generación “You only live once” de la que estamos hablando, en relación a cómo muchos jóvenes rechazan el compromiso o la militancia, o la ponen en un segundo lugar alegando que “uno vive una sola vez” y entonces el “disfrutar la vida” es el único parámetro de evaluación de la propia experiencia.
Volviendo a lo que estábamos señalando, si los socialistas revolucionarios un siglo atrás “nadaban” en una pileta llena de agua (tenían un amplio entorno para su actuación), el problema de la construcción de partido a partir de la segunda posguerra fue que dicha pileta se quedó “vacía”. Los movimientos obreros quedaron hegemonizados por el estalinismo, la socialdemocracia y el nacionalismo burgués, y desde el trotskismo fue muy difícil sobreponerse a eso; ahí surgieron las leyes o “criterios metódicos” de la construcción de las organizaciones de vanguardia en las condiciones de un “espacio” más o menos reducido para las organizaciones revolucionarias, y de una durísima lucha por su existencia entre ellas mismas[32].
Hoy las condiciones están variando en más de un sentido; no estamos ya en una etapa de retroceso general de la lucha de clases como cuando el período posterior a la caída del Muro de Berlín, sino de recomienzo histórico de la experiencia. Sin embargo, el problema específico que nos atraviesa, es que este recomienzo de la experiencia histórica arranca de niveles muy bajos de subjetividad, de ahí que no sea fácil construir partido.
Comienza a haber “agua en la pileta”. Pero todavía no estamos hablando –ni de cerca- de una pileta “olímpica” como la que gozaron los bolcheviques, sino más bien de una combinación contradictoria entre manifestaciones crecientes de luchas y rebeldía al tiempo que una falta todavía de un proceso objetivo de radicalización política en el seno de la amplia vanguardia y de franjas de masas de los trabajadores[33]
[1] Marcel Liebman, Leninism under Lenin, The Merlin Press, 1985, p. 25.
[2] Un paso adelante, dos pasos atrás. Respuesta a Rosa Luxemburgo, cit., p. 519.
[3] Liebman, cit., p. 32.
[4] Construyendo el partido, Tony Cliff, p. 108.
[5] Marcel Liebman, cit., p. 29.
[6] En Lamark la adaptación parecía surgir de un esfuerzo “subjetivo” de la especie que se tratara en vez de la “coincidencia” darwinista objetiva entre la especie y el medio que hacía que unas especies (casual- mente más adaptadas a sus circunstancias) sobrevivieran y otras no.
[7] Jugando con la analogía que estamos haciendo con las leyes que rigen la selección natural, demos a conocer lo que decía al respecto el arqueólogo marxista Gordon Childe: “Para el biólogo, el progre- so —si es que emplea este término— significará el éxito en la lucha por la existencia. La supervivencia del más apto es un buen principio evolutivo. Sólo que la aptitud significa justamente el éxito en la vida. Una prueba provisional de la aptitud de una especie sería la de contar el número de sus miembros durante varias generaciones. Si el número total resultara ser creciente, se podría considerar que la especie ha tenido buenos resultados; si el número disminuye, estará condenada al fracaso”. En Cómo el hombre se hizo a sí mismo, México, FCE,1954, p. 19.
[8] Liebman, cit., p. 28. Se trata de uno de los mejores trabajos acerca de la construcción del partido en Lenin. Es superior al más conocido de Pierre Broué (El partido bolchevique) que es más bien una reconstrucción histórica.
[9] Liebman señala que el Trotsky prebolchevique denunciaba que Iskra (bajo la conducción de Lenin) “peleaba no tanto contra la autocracia como contra las otras fracciones del movimiento revolucionario” … Está claro que el joven Trotsky todavía no terminaba de entender la mediación de la pelea en la vanguardia para llegar a las más amplias masas y el valor político que tenía la polémica entre las corrientes revolucionarias. Cit., p. 29.
[10] Antología, Barcelona, Siglo XXI, 1999, p. 347.
[11] León Trotsky, “Sobre el centralismo democrático. Unas pocas palabras acerca del régimen de partido”, en Textos sobre centralismo democrático, cit., p. 104.
[12] León Trotsky, “El nuevo curso”, en Textos sobre centralismo democrático, cit., p. 26.
[13] Libre discusión que nunca podría ser “democratismo”, que es otra cosa muy distinta. Como seña-la Trotsky: “La madurez de cada miembro del partido se expresa particularmente en el hecho que no exige del régimen partidista más de lo que éste puede dar. La persona que define su actitud hacia el partido por los golpes personales que le dan en la nariz es un pobre revolucionario. Es necesario, por supuesto, luchar contra todos los errores individuales de los dirigentes, toda injusticia, etcétera. Pero es necesario determinar esas ‘injusticias’ y ‘errores’ no en ellos mismos sino en conexión con el desarrollo general del partido a escala nacional e internacional. Un juicio correcto y un sentido de las proporciones en política son extremadamente importantes”. “Sobre el centralismo democrático”, en Textos sobre centralismo democrático, cit., p. 105.
[14] G.D.H. Cole caracteriza la lucha entre Marx y Bakunin como una entre los defensores de la acción política (Marx) y los federalistas-anarquistas-localistas (Bakunin).
[15] G.D.H. Cole, Historia del pensamiento socialista, Tomo II, México, FCE, 1958, p. 185. Cole agrega que “donde Marx acentúa la necesidad de una dirección centralizada y una organización de clase disciplinada, Bakunin ponía su fe en la acción espontánea de los trabajadores individuales y en los grupos primarios que sus instintos naturales de cooperación social lo llevaran a forma, cuan-do la necesidad surgiese”, cit., p. 211.
[16] Liebman, cit., p. 38.
[17] Tal fue la manera que halló Lenin de resolver —en el congreso del POSDR de Londres de 1906— la relación entre bolcheviques y mencheviques en el seno del partido sin poner en riesgo su unidad en la acción.
[18] No hacemos referencia aquí a las circunstancias transitorias que se pueden dar en una organización que se crea como organización de frente único de tendencias revolucionarias y que necesariamente entonces debe regirse por un régimen con libertad de tendencias políticas por todo un período. Acerca de este tópico, ver artículo de Antonio Carlos Soler en Socialismo o Barbarie 22.
[19] Liebman, cit., p. 51.
[20] Ídem, p. 47.
[21] Históricamente en Latinoamérica, el máximo ejemplo de este desarrollo desigual con muy poca “orgánica” es el ejemplo del POR boliviano y su peso entre los mineros en el final de la década del 40 del siglo XX. Está claro que amén de la desviación política oportunista que sufrió en la revolución de 1952, no dejó de pagar muy cara su incapacidad de pegar un salto constructivo: el partido fue “comido” por el movimiento.
[22] En la historia de la corriente morenista hay un ejemplo emblemático en este sentido: la inmensa elección del FOCEP en Perú en 1978: alrededor del 20% de los votos con sólo 40 militantes…
[23] Es evidente que estas “anclas” fallaron completamente en el caso del viejo MAS.
[24] Liebman, cit., p. 46.
[25] Sin olvidarnos de Jorge Plejanov, fundador del marxismo ruso, otro de los maestros de Lenin. Una figura que en los últimos años de vida giró hacia el social-chovinismo. Lenin reivindicará siempre, sin embargo, la tarea histórica fundacional del marxismo que llegó a cumplir para Rusia en los mejores años de su vida.
[26] Bebel murió antes de comenzada la “Gran Guerra” y no llegó a ser partícipe de la bancarrota chovinista de la Segunda Internacional. Kautsky, considerado el guardián de la “ortodoxia” socialdemócrata, terminó siendo un enemigo acérrimo de la Revolución Rusa, mostrando que la ortodoxia como tal nunca resuelve ningún problema en materia revolucionaria.
[27] Como nota al pie, señalemos que este 4 de agosto se cumple el 100° aniversario de la vergonzosa capitulación de la socialdemocracia, fecha en que vota en el parlamento los créditos de guerra en favor del imperialismo germano.
[28] Se trata como de dos “temporalidades” que van en sentido contrario: la herencia de la idea del “fin de la historia” a partir de la caída del Muro de Berlín, al tiempo que el “despertar” a la lucha de las nuevas generaciones y las representaciones que se comienzan a hacer del mundo a partir, precisamente, de esas mismas luchas.
[29] Señalemos, de paso, que Ramón Mercader se aprovechó de esta atención casi personalizada de cada nuevo compañero por parte de Trotsky para asesinarlo.
[30] Como hemos señalado, si el número de militantes en la socialdemocracia se contaba por millones, en el bolchevismo y demás corrientes revolucionarias alcanzaba, al menos, decenas de miles. Comparar con las organizaciones del movimiento trotskista caracterizado por cientos y miles, pero no todavía por decenas de miles de militantes.
[31] Los factores objetivos están vinculados a las transformaciones estructurales en el seno de la clase obrera relacionados con la ampliación en sus filas sin ningún parangón histórico, al tiempo que con una gran heterogeneización en las condiciones de contratación, todo lo cual genera nuevos problemas, sin perder de vista el factor enormemente dinámico y revolucionario de la emergencia de una nueva generación obrera. Abordamos esto en otro artículo de esta edición.
[32] Ver a este respecto nuestra elaboración sobre partido.
[33] Esto ocurre más allá de que es un hecho el crecimiento de la votación hacia la izquierda revolucionaria en determinadas experiencias y/o países, votación que expresa el aumento de la simpatía general hacia la izquierda clasista, pero no todavía un verdadero proceso de radicalización; serán necesarios más agudos hechos de la lucha de clases para que se pase este “Rubicón”
[…] “La organización bolchevique fue la creación del propio Lenin. La idea misma de organización ocupa un lugar central en el leninismo; organización del instrumento revolucionario; organización de la revolución como tal; organización de la sociedad a la que la revolución ha dado vida. La insistencia en la absoluta necesidad de organización se encuentra en todos los escritos y toda la carrera de Lenin”[1]. […]