¿Qué significa tomar la militancia como una “profesión”?
José Luis Rojo – Socialismo o Barbarie 266, 17/10/2013
La revolución de la entera personalidad en la militancia
Pero queremos dedicarnos aquí a una cuestión crucial en la vida de todo militante: el problema de la “militancia profesional”. ¿A qué nos queremos referir con este tema? “Sencillo”: tiene que ver con a qué dedicará su vida el militante. Claro que hay grados y grados de militancia: compañeros de base, cuadros y dirigentes nacionales, dicho sumariamente. El militante puede desarrollar el conjunto de esta experiencia en su extensión total, o por las razones que sean, mantenerse en un estadio determinado. Esto tiene que ver con varias cuestiones no sólo subjetivas, sino objetivas también, las que confluyen –o no- en la perspectiva a asumir de manera creciente la militancia como una “profesión”. Las objetivas tienen que ver, sobre todo, con los compañeros provenientes del medio obrero y que antes de ingresar al partido se han creado toda una serie de obligaciones a las que no pueden decir “gracias, no fumo”; entre ellas, la más clásica: el tener una familia con hijos a los cuales mantener. Si en general el obrero no puede elegir entre trabajar o no a tiempo completo en la fábrica, en todo caso para el compañero estudiante –aunque, de todas maneras, tenga que trabajar- las definiciones suelen tener que ver con aspectos más “ideales”: la encrucijada alrededor de poseer una serie de alternativas en la mano, y tener que elegir qué rumbo tomar en la vida; qué ganar y, también, qué “sacrificar”.
Es aquí donde se coloca la problemática de la “militancia profesional”. Está el problema de cómo el partido puede ayudar al compañero obrero para que pueda sobreponerse al yugo del trabajo diario explotador y desarrollarse como cuadro partida- rio. Esto no es sencillo en organizaciones de vanguardia dónde la cantidad real de compañeros obreros se cuenta, muchas veces, con los “dedos de una mano”, y entonces no se puede “desimplantar” trabajadores como se desprendería de una lectura mecánica del ¿Qué hacer? En todo caso, el partido tendrá que ver cómo ayuda de manera especial a estos compañeros[1]. Luego está el problema de los compañeros provenientes del mundo estudiantil. En estos casos el problema pasa más por una decisión de vida que, por otro lado. Es decir: si resuelve dedicarse centralmente a la militancia revolucionaria. De ahí el concepto de Lenin de “profesión” que tiene que ver con la dedicación que se le otorga a la misma: tomarla como una profesión atañe a esta dedicación[2]. Un problema aquí es que muchos compañeros y compañeras creerán que se trata, otra vez, de algún tipo de “cercenamiento” de sus posibilidades de desarrollo. Pero lo que se pierde de vista es que se trata de una contraposición formal entre “posibilidades ideales” y el desarrollo real de la personalidad total de cada militante revolucionado por la actividad revolucionaria. Este era el abordaje que hacía George Lukács (antes de hacerse estalinista) en Historia y conciencia de clase, dónde de manera aguda planteaba que la personalidad era “absorbida” por la militancia revolucionaria. Pero, agregamos nosotros, una “absorción” revolucionaria donde la personalidad se revoluciona y desarrolla hasta límites insospechados; no hay viejo compañero que diga que el partido no lo cambió. Trotsky estudiaba esto en sus textos sobre la evolución de la personalidad del propio Lenin: “Este maquinista prodigioso de la revolución tenía en vista una cosa y única cosa, no sólo en política, sino también en sus trabajos teóricos, en sus estudios filosóficos, así como en el estudio de las lenguas extranjeras y en sus conversaciones: el objetivo final. Era quizás el utilitario más inflexible que haya producido el laboratorio de la historia. Pero como su utilitarismo se combinaba con la más amplia visión histórica, su personalidad no disminuía ni se empobrecía por ello; todo lo contrario, se desarrollaba y enriquecía sin cesar, a medida que aumentaba su experiencia de vida y ampliaba su esfera de acción” (Trotsky, Lenin)[3]. La personalidad no es algo “fijado” de por vida, rígido, o cuyas limitaciones no podrían ser superadas: se revoluciona de arriba abajo en el curso mismo de la lucha revolucionaria y la construcción del partido. ¡La militancia revolucionaria es el oficio más apasionante y revolucionario que hay!
Las responsabilidades de los compañeros rentados
Hay que establecer una distinción entre tomar la militancia como una profesión y aquellos compañeros que son rentados, es decir, que viven económicamente por cuenta del partido. Se trata de dos aspectos distintos, aunque tengan en algunos casos relación.
En general da superficialmente la impresión (sobre todo por la palabra “profesión”) que lo primero se reduciría a lo segundo. Esto es un error. Cuando hablamos de tomar la militancia como profesión, lo que estamos señalando es si esta actividad está colocada en el centro de nuestras vidas; esto de manera completamente independiente de que estemos rentados o no. El hecho es que la generalidad de los cuadros partidarios –a medida que van deviniendo en tales- tiende a tomar la militancia como el centro de su actividad en general, pero sólo una minoría de ellos está rentado.
Cuando hablamos de compañeros “rentados” hablamos de otra cosa: aquellos compañeros que son imprescindibles para el partido en un momento determinado de su desarrollo, y que por el carácter de sus actividades, no podría hacerlas –en general, porque hay muchos casos que no son así- si se encuentran trabajando[4].
Claro que aquí hay un conjunto de determinaciones respecto de la proporción de rentados que tenga una organización: el tamaño del partido, sus relaciones orgánicas con la clase obrera, las circunstancias de la lucha de clases, etcétera. Se trata de condiciones que deben ser evaluadas en cada caso concreto. Esto puede dar lugar a dos desequilibrios característicos: que el partido, por carencia de suficiente finanzas o concepciones equivocadas, carezca de los rentados imprescindibles para su desarrollo; o que, por oposición, se establezca un desequilibrio total dónde “todo el mundo” esté rentado[5].
Al mismo tiempo hay que saber que el tema de la renta es toda una problemática para el propio compañero rentado. Hay que tener una determinada autodisciplina, una aplicación al trabajo. Hay que hacerle “honor” a la renta todos los días: que rinda la actividad cuando el militante o cuadro rentado no tiene un “patrón” que le controle sus tiempos. Además, la renta “desarraiga” hasta cierto punto; sobre todo cuando se trata de organizaciones pequeñas, o con un movimiento obrero que no es socialista.
Y, sin embargo, es imprescindible si se quiere avanzar en la construcción del partido y su límite último es algo bien material y nada “idealista”: que existan compañeros que puedan dedicarse a tiempo completo a la actividad y construcción del partido; y nadie puede tener tal tiempo completo si todos los días trabaja ocho o doce horas.
Las finanzas partidarias en su conjunto
Groso modo hay dos tipos de finanzas del partido: las ordinarias y las extraordinarias. Las ordinarias tienen que ver con las cotizaciones de la militancia, las campañas financieras, incluso los aportes especiales que se logran habitualmente o en épocas de campaña dónde por determinadas razones (herencia, despido laboral, aporte de una persona que por la razón que sea quiere colaborar en grandes sumas) se contribuye con una suma mayor que la habitual a las finanzas del partido. También entran dentro de estas el cobro del periódico y las publicaciones en general, así como todo tipo de iniciativas financieras regulares. Las finanzas ordinarias son la base de todo el sistema de finanzas de la organización, esto en la medida que combinan el criterio financiero con el constructivo: ¡es la militancia la que banca el partido! Esto no quiere decir que no haya otras fuentes de financiamiento; incluso financieramente más importantes que las normales. Estamos hablando de las finanzas extraordinarias, que van desde los ingresos obtenidos por la legalidad, fondos que se pueden obtener arrancándole al Estado determinado financiamiento, negocios comerciales, así como otras tantas maneras acerca de las cuales Lenin se había explayado y que requieren de una estricta evaluación de tiempo y lugar para ser llevados a cabo[6].
Al partido lo “bancamos” entre todos
El problema de las finanzas partidarias nos lleva al más particular, que es la cotización de los militantes. Cuando un nuevo compañero ingresa el partido, una de las primeras discusiones que se le plantean es la de su cotización. Esto no es casual: las cotizaciones personales son el fundamento material de la existencia del partido. Su criterio de principios es evidente: a diferencia de los partidos patronales, a las organizaciones revolucionarias en tanto que organizaciones políticas de la clase obrera, sólo la pueden financiar los propios trabajadores; en particular, los integrantes del partido.
El planteo de la cotización nunca es sencillo entre los nuevos compañeros. Este es un “reflejo” que proviene de la sociedad en general, y que está vinculado con los “derechos” y “obligaciones” para con el todo de la organización. En cualquier nuevo compañero –sobre todo si es estudiante; entre los trabajadores la circunstancia posee ribetes muy distintos- el ingresar a una organización revolucionaria es vivido como una pérdida de su “individualidad”: un “recorte” del “hacer lo que quiero, cuando quiero y dónde quiero”.
Sin embargo, es evidente que se trata de un reflejo ilusorio, porque cualquier posición de clase en la sociedad significa siempre determinadas obligaciones, y ni hablar de las obligaciones que se desprenden del trabajo explotado.
Pero en el terreno político la vivencia es que ingresar al partido significa una suerte de limitación de la “libertad política individual”. Este es un sentimiento habitual en los compañeros que todavía no han ingresado a la organización; una vez que lo hacen, esta sensación se disipa inmediatamente.
El hecho es que capitalismo y la democracia liberal trasmiten una idea unilateral, individualista, de la libertad individual.
Marx remarcó siempre que la perspectiva del comunismo es la de una sociedad “dónde el libre desarrollo de cada uno es la condición para el libre desarrollo de todos”. Pero esta perspectiva está visualizada como subproducto de una obra colectiva dónde cada personalidad se desarrolla –lo opuesto al estalinismo, dónde la personalidad individual es negada y aplastada por la bota burocrática- como parte de una experiencia que es social, colectiva, realizada en el seno de la lucha de clases y el partido; y que implica tanto derechos como obligaciones conscientemente asumidas.
El tema de la cotización aparece como un “segundo escalón” en este proceso. Porque significa algún tipo de “sacrificio” (por mínimo que sea) en la disposición de los fondos propios para colaborar con la empresa colectiva que es el partido.
Esta sensación se disipa en cuanto el compañero toma conciencia que la construcción e intervención política del partido implica enormes gastos y que no hay manera que funcione una organización socialista revolucionaria que no sea a partir de una base financiera creada por el aporte de la militancia.
Incluso más: muchísimas veces es la propia militancia la que se encuentra a la defensiva con los nuevos compañeros en esta discusión. Atendiendo a sus propios rasgos, es probable que el nuevo militante tenga claridad que no hay emprendimiento posible bajo este sistema que no tenga sus propias finanzas y le parezca natural que se le plantee su colaboración económica
–esto, quizás, porque el compañero ya tiene una vida laboral o por la razón que sea.
Una discusión educativa con cada compañero que ingresa a la organización, es fundamental no solamente para las finanzas partidarias, sino en la formación del propio militante, al que de una u otra manera le “cae la ficha” que acaba de ingresar a un “colectivo de voluntades” y que, por lo tanto, tiene tanto derechos como obligaciones con la organización en su conjunto.
El compromiso militante en los tiempos de la posmodernidad
José Luis Rojo – Socialismo o Barbarie 357, 12/11/2015
A propósito del clima de estabilidad general que se vivió a lo largo del año (y de las presiones de todo tipo del período posmoderno que todavía se vive internacionalmente), se nos ocurrió escribir esta nota general acerca del compromiso revolucionario en la actualidad.
Un objetivo colectivo
Lo primero a destacar tiene que ver con las motivaciones que están detrás de la militancia, sobre todo cuando esta militancia es se asume originalmente en el medio estudiantil.
El sólo hecho de ser estudiante; el estar, de alguna manera, conectado con los debates más generales que se le plantean a la sociedad, despierta una reflexión o preocupación por las cuestiones más globales.
Esto es así, sobre todo, entre aquellos compañeros y compañeras que se suman a la militancia, o que, de alguna manera, se sienten impulsados a participar en las causas colectivas de la sociedad.
Atención: esto no es lo que ocurre con la población promedio. En general, por razones materiales o ideológicas, viven en su vida “privada” sin sensibilidad para los problemas generales, colectivos.
Es común, salvo grandes conmociones que no pueden dejar a nadie ajeno (grandes crisis, guerras o revoluciones), que una mayoría no participe de las acciones colectivas por intereses que no sean inmediatamente los suyos. Es decir: es propio de la militancia solidarizarse con el interés general, dejar de atender sólo el interés individual, particular.
Preocupación que es común entre la militancia independientemente de la procedencia social de cada compañero o compañera. Pero, de todas maneras, esta condición hace específicamente parte de la condición estudiantil, precisamente porque tal condición facilita en cierto modo elevar la mirada hacia los asuntos de conjunto (de ahí que la izquierda revolucionaria siempre se haya nutrido de los medios estudiantiles).
A esto se le agrega otra determinación: el hecho que la preocupación del militante tenga un aspecto “trascendente” respecto de su propia área de intereses personales. Es decir: el militante que se suma a una organización revolucionaria, de alguna manera, con sus más y sus menos, es más o menos consciente (¡o debe serlo!) que se vincula al “desarrollo de la historia”; que “vincula” su propio destino –hasta cierto punto, evidentemente– al de la historia misma.
Mucho ha intentado el posmodernismo ridiculizar esta dimensión “trascendente” de la militancia (el posmodernismo ha dejado por abolida la dimensión de la historia, las grandes perspectivas), con la idea de que tal o cual militante o la organización como un todo, están animadas por el “mesianismo” de creer que sumarse a la lucha por las causas colectivas es una “fantasía”, una “irrealidad” o, peor aún, animar ideas “totalitarias”. Lo “realista” seria reducirse a la mediocridad, a la rutina, a la alienación, rendirse ante la supuesta evidencia del “eterno presente”.
Pero esto es una supina estupidez propia de los tiempos que corren, representaciones que no pueden anular, sin embargo, la materialidad de las cosas: el recomienzo de la lucha de clases que se está viviendo y que comienza a replantar, nuevamente, la lucha emancipadora.
Es que, efectivamente, sumarse a la militancia revolucionaria conecta al militante a la obra colectiva de la transformación social.
Y esto no es algo que pueda ser desmentido por la historia, al contrario. Los grandes logros humanos, las grandes aspiraciones e ideales, los grandes logros revolucionarios de la clase obrera, siempre han sido subproducto de una acción colectiva; obra colectiva que, por añadidura, cuando es realmente revolucionaria, significa de manera concomitante y como una condición de existencia, la modificación, el revolucionamiento de la propia personalidad del militante como tal.
Es decir: la militancia, cualesquiera que sean los problemas o “sacrificios” de alguna comodidad que pueda contener, es una “disparadora de la personalidad”, una empresa que la revoluciona como ninguna otra: ¡lo más apasionante que pueda haber como dedicación de la propia existencia!
Insistimos. Lo más transformador de la propia personalidad, lo que da más posibilidades de desenvolver “el ser genérico del hombre” del que hablaba Marx en los Manuscritos Económicos Filosóficos de 1844: “El hombre es un ser genérico no sólo porque en la teoría y en la práctica toma como objeto suyo el género, tanto el suyo propio como el de las demás cosas, sino también, y esto no es más que otra expresión para lo mismo, porque se relaciona consigo mismo como el género actual, viviente, porque se relaciona consigo mismo como un ser universal y por eso libre”.
Es decir: es esa “aspiración universal” la que, efectivamente, libera todas las potencialidades de la personalidad, las potencialidades del militante.
¿Cómo ser revolucionario en condiciones no revolucionarias?
Pero como ninguna experiencia humana se desarrolla en abstracto, fuera de las determinaciones de la época, y la militancia tampoco, lo planteado arriba no podría dejar de pasar por las condiciones históricas en las cuales se desarrolla hoy la militancia revolucionaria, condición, presiones, que en cierto modo hay que enfrentar, no dejar que nos sometan.
Es evidente que en condiciones revolucionarias la dedicación militante es más peligrosa pero más “sencilla” también; nadie de la población activa se querrá perder participar de una revolución social en marcha, por así decirlo (¡de ahí que el compromiso militante en los años ‘70, por ejemplo, haya sido el de una generación entera!).
Ocurre sin embargo que en la actualidad, el peso de los factores que conspiran contra la militancia, son enormes. Existe una combinación de circunstancias que apuntan contra la condición militante, tanto económicas como políticas e ideológicas.
Económicamente, entre sectores del estudiantado de capas medias, están en obra una serie de “seducciones” entre las cuales una no menor en estos tiempos de globalización, es, precisamente, el “turismo mundializado”: la facilidad para ello de los créditos y mecanismos de financiamiento por el estilo (¡mecanismo, el del crédito, universal para “enganchar” en el consumo a todas las clases sociales!).
Pero de manera concomitante con tantos factores económicos “seductores”, están también las representaciones ideológicas de los tiempos presentes.
Se trata, en fin, de una serie de rasgos que se combinan y que hacen a la militancia en estos “tiempos posmodernos”, a las presiones sociales e ideológicas a las que está sometida y que tienen que ver con una serie de características del período: el vuelco a la vida individual, a la exaltación “hedonista”; el perder de vista que las cosas podrían ser diferentes a lo que son; el vivir al instante, con la sola dimensión del presente; la pérdida de la dimensión de futuro y, también, del pasado, la lucha de las generaciones que nos antecedieron.
Una suerte de idea general de pérdida del compromiso, de la pasión por las perspectivas globales, colectiva, emancipadora, liberadora de las potencialidades que anidan en cada personalidad.
Esto nos lleva a lo que queremos señalar en este punto: la circunstancia que es difícil ser revolucionario en condiciones no revolucionarias, porque obliga a ir contra la corriente, porque obliga a mantener las amplias miras en medio de la mediocridad general, porque obliga a no dejarse ganar por el discurso de que las cosas no podrían ser transformadas.
Se trata de problemas reales a los que se les adosa una representación ideológica, pero que surge terrenalmente de las condiciones del presente y que se multiplican en condiciones de estabilidad política, de bajón en la lucha de clases.
De ahí que en la educación política de la joven militancia sea menester poner este tipo de problemas sobre la mesa. ¿Cuál es el antídoto más clásico a este tipo de presiones?: la lucha de clases; la formación y participación de la militancia, de las nuevas generaciones, en las grandes y pequeñas luchas obreras.
Es que para cualquier militante con sensibilidad, el hecho que se desarrolle una lucha colectiva (¡y más aún si es radicalizada!), es una comprobación de la vigencia de la lucha por la transformación social. Y no solo una comprobación, ¡sino una experiencia a ser vivida que la mayoría de la militancia (una mayoría que tenga “sangre en las venas”), no se querrá perder por nada del mundo!
Mucho se habla de las revoluciones, de sus peligros. Pero se habla menos de lo emancipador que es para la personalidad de cada uno de los participantes, del despertar que significa, del aprendizaje que se realiza en días y semanas, y que concentra una adquisición mayor de conciencia y experiencia que muchas décadas de estabilidad.
Lo hemos dicho muchas veces: no hay nada más emancipador, más “desarrollador” de la personalidad humana, más apasionante, que la militancia revolucionaria, sea en la época que sea (cada generación debe asumir la parte que le toca de la tarea histórica de la transformación social), que la participación en la acción colectiva de la revolución socialista, que la construcción del partido revolucionario a tales efectos.
La formación marxista
Roberto Sáenz – Socialismo o Barbarie 270, 21/11/2013
“En todo estadio se encuentra un resultado material, una suma de fuerzas de producción, una relación con la naturaleza, y de los individuos entre sí creada históricamente, y que le es trasmitida a cada generación por la precedente, una clase de fuerzas productivas, capitales y circunstancias que, desde luego, es modificada, de un lado, por la nueva generación, pero que, de otro lado, prescribe a éstas sus propias condiciones de vida y le da un desenvolvimiento determinado, un carácter especial; es decir, que las circunstancias determinan tanto a los hombres como éstos hacen las circunstancias” (Marx, citado por Ernst Bloch en El principio esperanza)
En esta edición retomamos la columna habitual acerca de los problemas de la construcción partidaria, en esta oportunidad abordando los problemas de la formación marxista de la militancia partidaria. Apresurémonos a señalar que la formación marxista básica -más allá de lo que ya hemos señalado aquí, que la primera y principal escuela de la militancia es la lucha de clases del proletariado- tiene dos puntos de apoyo que se combinan dinámicamente. Nos estamos refiriendo no tanto, aquí, a la formación política, sino, más bien, a la formación teórica en el marxismo: el abordaje materialista y dialéctico de los asuntos, que tanto escasea hoy en el paisaje de las organizaciones políticas de la izquierda revolucionaria, caracterizadas por el ombliguismo, la subjetividad, la autoproclamación y otras derivas.
Materialismo y dialéctica
El primer punto de referencia es el abordaje materialista. Precisamente, el cambio copernicano que introdujeron Marx y Engels en la comprensión de la historia y la sociedad es que son las condiciones materiales de existencia de sus clases sociales (su producción y reproducción material) las que determinan sus representaciones ideológicas y formas políticas, que dan sustancia a las luchas que se desarrollan entre ellas: quién se queda con el sobreproducto social (el excedente económico). A esto lo llamaron concepción materialista de la historia, que hace a la fundamentación última de los acontecimientos: esa “lucha por la existencia” que llevan adelante las clases sociales explotadora y explotada para apropiarse del producto de la riqueza, la que no surge más que de la aplicación del trabajo de la sociedad a la explotación de la naturaleza.
De ahí que Marx señalara que no es la conciencia la que determina la existencia (interpretación idealista), sino, por el contrario, las condiciones mismas de existencia material de las personas y las clases las que determinan sus formas de conciencia o representaciones. O que, en definitiva, es la estructura material de la sociedad (la forma en que está organizada para la producción y la extracción del trabajo no pagado de los trabajadores) la que determina las formas de representación y poder que se configuran política, jurídica e ideológicamente (las formas de estado, instituciones, partidos políticos, etcétera).
Pero sobre el suelo granítico de la interpretación materialista de las cosas y los eventos (una base que corresponde tanto a la dialéctica del desarrollo de la sociedad como de la naturaleza, cuyas leyes son similares), se introduce otro elemento de gran importancia. Ninguna de estas relaciones de correspondencia entre factores materiales o “ideales”, entre factores objetivos y subjetivos, es mecánica. La lógica del desarrollo social y natural está pautada por una determinada dialéctica; todo proceso histórico y natural está caracterizado por contradicciones, desarrollos desiguales, saltos de cantidad en calidad, etcétera. Y también con que la dinámica entre lo que es y la forma de representación de las cosas es compleja. Hay una dificultad para tener una conciencia real de las circunstancias, de donde deriva la complejidad de la “forma partido”.
Es por esto que el marxismo luchó de manera implacable contra la interpretación idealista y religiosa de los fenómenos sociales y naturales, pero a la vez alertara contra un abordaje mecánico que perdiera de vista las relaciones de mutua determinación entre los factores materiales e ideales, objetivos y subjetivos, que son los que, en definitiva, como subproducto de ellos, dan lugar a la historia social y natural.
Sujeto y objeto
Parte de lo que venimos señalando en el terreno de la filoso- fía en general y de la marxista en particular son las relaciones que se establecen entre las condiciones materiales objetivas económicas y políticas y los sujetos actuantes en esa realidad; determinados por ella, pero también determinantes para su transformación en otra cosa. Se trata de un debate que ha recorrido la historia del marxismo. Hubo variantes crasamente objetivistas y mecánicas: Althusser, ideólogo del PC francés, llegó a decir que “la historia sería un proceso sin sujeto ni fines”; ¡pero que no tenga fines teleológicos, es decir, externos a las condiciones mismas de la lucha, no puede querer decir que sea sin sujeto! Y también las hubo subjetivistas, que pierden las determinaciones materiales y objetivas en las cuales lo sujetos actúan, sin ver que una lógica voluntarista no logra cambiar la realidad: las generaciones presentes legan sus condiciones transformadas a las futuras, que parten objetivamente para su acción de condiciones no creadas por ellas.
El abordaje más fino de esta dialéctica la dejaron no solamente Marx y Engels en textos brillantes como las Tesis sobre Feuerbach o la Dialéctica de la naturaleza, sino los propios Lenin y Trotsky en las Notas filosóficas a la Lógica de Hegel del primero, o en los fragmentos sobre dialéctica del segundo a comienzos de los años 30. De ellos se desprende una aproximación metodológica en la cual, si bien tanto Lenin como Trotsky son insuperables en el abordaje materialista, terrenal, realista de los asuntos involucrados en la lucha de clases, al mismo tiempo no se caracterizan por ningún mecanicismo y ninguna teleología: el resultado de las luchas históricas de las clases sociales depende de las luchas mismas y, por lo tanto, de la acción de las clases sociales, sus organismos, partidos y programas en la liza de la historia.
Lo propio ocurría con Rosa Luxemburgo, cuando insistía en el pronóstico alternativo para la dinámica del capitalismo del socialismo o la barbarie, así como las notas críticas de Gramsci a Bujarin, donde, aun a costa de alguna unilateralidad, definía a la política como la “historia en acto”: la historia no como algo predeterminado o ubicado post festum en el pasado, sino como realizándose estratégicamente a partir de la acción de los sujetos históricos en determinadas circunstancias.
El motor de la historia
Yendo a grados menores de abstracción, se puede decir que un par clásico en la formación marxista es la relación entre economía y política, economía y lucha de clases. Aquí sólo podemos señalar rápidamente que no se trata ni de perder el terreno material de las relaciones entre las clases, que crea la economía misma (fuerzas productivas y relaciones de producción en las que los hombres reproducen sus relaciones de existencia; su inescapable metabolismo con la naturaleza para su reproducción biológica, material y social), ni tampoco hacer de la economía un motor independiente que por sí mismo pudiera mover la rueda de la historia. Ya Marx señalaba que la “historia no hace nada, el que produce y lucha es más bien el hombre”, así como el par dialéctico de esta afirmación, que reza que “los hombres hacen la historia, sólo que en condiciones determinadas”.
Es evidente la contraposición entre este abordaje marxista y la inmensa tosquedad de los abordajes objetivistas y catastrofistas que creen que las condiciones materiales mismas pueden hacerlo todo en sustitución de las clases en lucha. No por nada el resorte material de la historia es el desarrollo de las fuerzas productivas, pero, como decía Marx en el Manifiesto Comunista, el “motor de la historia es la lucha de clases”.
Asirse del eslabón central de la cadena
Esto nos lleva a otra problemática característica de la acción política: la capacidad de apreciar cada circunstancia y fenómeno en sus justas proporciones, sin impresionarse. Esto es clave porque cualquier acción política, desde la más elemental a la insurrección, requiere de una apreciación objetiva de los asuntos, no dejarse impresionar por el enemigo de clase o el adversario en la izquierda; se trata de una ciencia y un arte, de conocimiento e intuición.
La militancia se desarrolla en el seno de la lucha de clases; el partido se construye en su seno. Y esta lucha de clases por intereses materiales opuestos e irreconciliables, como señalara Lenin, significa todo tipo de presiones sociales, económicas, políticas e ideológicas. Pertrechados con las armas del marxismo revolucionario, el partido y su militancia se deben abrir paso por entre las múltiples contradicciones y presiones sociales que se crean en toda lucha, sin dejarse impresionar y sin perder el resorte de la voluntad razonada.
No dejarse impresionar quiere decir no perder nunca de vista que la realidad es más rica de lo que aparece a simple vista; siempre posee más contradicciones y pliegues de los que aparecen en la superficie de las cosas. Al mismo tiempo, no perder el resorte de la voluntad remite a la comprensión materialista de que la realidad siempre nos da puntos de apoyo para la acción. Como decía Lenin (Trotsky repetía que era característico en él desde joven), en la acción política se trata siempre de tratar de asirse del eslabón central de la cadena para intentar, a partir de él, hacerse de la cadena como un todo transformando la realidad.
Aprender a ser marxista, apreciar las circunstancias en sus justas proporciones, saber partir de las condiciones materiales de existencia de las cosas, sabiendo que no hay nada determinado mecánicamente en la dinámica de la lucha de clases, que a los procesos sólo las define, en definitiva, la propia lucha, y que la política puede mover montañas cuando se hacer fuerza mate- rial atrapando los eslabones centrales de la realidad y cuando está organizada en partido revolucionario, son algunas de las enseñanzas generales de la formación marxista que todo militante debe asimilar.
[1] Más allá que Lenin preconizaba “liberar” económicamente a estos compañeros y ponerlos por cuenta del partido (algo imposible y desaconsejable en las actuales circunstancias históricas), hay una enorme labor educativa que el partido debe llevar a cabo, vinculada por facilitar y pelear porque el compañero obrero amplíe sus perspectivas, se proyecte en actividades más allá de las específicamente de su fábrica, gremio o puramente sindicales, amén de ayudarlo también de manera económica para liberar en parte su carga de trabajo, más allá que permanezca en la planta.
[2] Profesión proviene del latín, professio: ejercer un oficio, una ciencia o un arte. La profesión puede ser abordada como un empleo que alguien ejerce y por el que recibe una retribución económica; pero no hay una relación mecánica entre las dos. Por lo general, las profesiones requieren de un conocimiento especializado y formal, que suele adquirirse tras una formación educativa. Los oficios, en cambio, suelen consistir en actividades “informales” y cuyo aprendizaje se logra en la práctica. De todas formas, el límite entre profesión y oficio es difuso.
[3] Se sobreentiende aquí que Trotsky utiliza la palabra “utilitaria” no en el sentido pragmático y estrecho actual, sino de la personalidad “práctica” que sabe colocar su entera personalidad al servicio de un objetivo y que revoluciona su personalidad de arriba abajo en esa actividad. Actividad que en nuestro caso es la más apasionante que hay: la revolución socialista.
[4] Las rentas colocan una serie de dificultades, porque si por un lado libera laboralmente para tomar con la dedicación suficiente las responsabilidades del caso, por otra parte, tiende a generar determinada “dependencia”, sobre todo cuando se extienden en el tiempo. De ahí que el tema sea delicado y siempre se deba tener un “balance” respecto de su duración.
[5] Esta desviación la sufrió el viejo MAS dónde en el correcto giro a hacer la campaña electoral en 1983, se terminó creando un “ejército de rentados”. El caso es que las proporciones relativas deben respetarse atendiendo a que, si la flor y nata de los cuadros partidarios está rentado, se plantea la problemática que dicho partido se separe de la realidad y comience a vivir una vida aparte que redunda en desviaciones políticas y de todo tipo.
[6] Lenin llegó a planificar asaltos a los bancos para poder financiar el partido; de todos modos, acciones de este tipo son, evidentemente, muy peligrosas: la más de las veces terminar saliendo mal porque generan una reacción que viene contra el partido. En la historia del morenismo, el asalto a un banco en Perú en los años ’60 –una acción de la que Moreno estuvo en contra- dejó varios militantes presos por varios años.
[…] hacer? En todo caso, el partido tendrá que ver cómo ayuda de manera especial a estos compañeros[1]. Luego está el problema de los compañeros provenientes del mundo estudiantil. En estos casos el […]