Polémica

Explotadores: la defensa de la reforma laboral de Alberto Benegas Lynch (h) en La Nación

Es uno de los ideólogos favoritos de Milei. Y es un chanta, ignorante y mentiroso.

Alberto Benegas Lynch hijo -ideólogo del dogma austríaco, impulsor del mileísmo y con familia en el Congreso nacional por La Libertad Avanza- defendió en un artículo de La Nación que los derechos laborales no deberían existir. Irónicamente, lo hizo con el siguiente título: «La relevancia de respetar los derechos laborales«. Es lo mismo de siempre, quieren eliminar toda compensación o atenuante: su «libertad» es la dictadura del capital.

No dice nada nuevo. Los defensores del dogma austríaco llaman «ciencia» y «entender de economía» a encontrar siempre algún verso nuevo para justificar por qué los ricos nunca son lo suficientemente ricos y por qué es «libertad» que los empresarios puedan disponer de las vidas de todos los demás.

«El derecho significa la facultad de hacer o no hacer algo que no invada el del prójimo, y las relaciones laborales son especialmente importantes pues de allí resultan paridas vinculaciones cruciales.»

Por supuesto que un artículo de esta gente iba a empezar mal desde la primera línea. Define el «derecho» en general repitiendo una vez más la frase repetida tantas veces por Milei: «El liberalismo es el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo». Así, compartiendo definición casi totalmente, «liberalismo» y «derecho» serían casi lo mismo. Claro que cuando ese «respeto irrestricto» a la derecha no le gusta se inventan una conspiración marxista para justificar el odio y la persecución. Como cuando promocionan a propagandistas como Agustín Laje, que quiere darle justificación ideológica al odio a la diversidad sexual culpando al inventadísimo y completamente inexistente «marxismo cultural».

«Es frecuente escuchar la parla sobre derechos del trabajador circunscripto a obreros, peones, empleados en relación de dependencia o equivalentes. Pues eso constituye una primera sandez mayúscula, es una redundancia pero conviene reafirmar que trabajadores son todos los que trabajan, limitarlo a algunos y, por ejemplo, excluir a los comerciantes y empresarios en la práctica adhiere a la teoría marxista de la explotación donde unos trabajan y otros les succionan la sangre.»

Era muy obvio que, para justificarse, Alberto Benegas Lynch debía negar la realidad. Algunos necesitaron leyes para poder dejar de trabajar 12 horas por día, y ellos fueron «obreros, peones, empleados en relación de dependencia o equivalentes». También fueron necesarias huelgas y leyes para que puedan tomarse un tiempo del trabajo para cuidar a sus hijos, para tener salarios por encima de lo mínimo para sobrevivir, etc. Los empresarios no necesitaron nada de eso.

Cuando se traza una línea divisoria entre trabajadores y capitalistas (a los que él llama «empresarios» y comerciantes»), esa línea no es un invento ideológico, es un hecho bien real de la vida real, palpable en todas las relaciones sociales. En la sociedad capitalista, el monopolio de los medios de producción por parte de una minoría de explotadores toma la forma de la propiedad privada.

Alberto Benegas Lynch, apologista de la explotación, repite la operación ideológica liberal tradicional, el supuesto absolutamente falso de que no hay clases sociales sino simplemente individuos con resultados económicos diferentes. Que los ricos partan casi siempre de ser ricos y los pobres de ser pobres no importa: el dogma es que en realidad los ricos son ricos porque se lo ganaron y son mejores en lo que hacen. Y que cualquiera con talento podría hacerlo.

Los datos dicen todo lo contrario. El dogma del libre mercado pretende afirmar que si alguien nació pobre sigue siendo pobre es por su culpa. No importa que haya tenido que sobrevivir trabajando, por ejemplo, en una fábrica de esmeraldas en Sudáfrica. Y que si un niño rico cuya familia tenía minas de esmeraldas en la Sudáfrica del apartheid se convierte en el hombre más rico del mundo es puramente mérito suyo. Como, digamos, Elon Musk. Los «libertarios» son seudo ciencia justificatoria de una clase dominante explotadora de la misma manera que lo eran los que defendían que el rey era rey por la voluntad de Dios.

«De más está decir que en este contexto es necesario subrayar que no es empresario ni comerciante aquel que opera atado al poder de turno sobre la base de privilegios y mercados cautivos.»

Esto es gracioso viniendo de un miembro del oficialismo mileísta. Siguen repitiendo la invención de un empresarios imaginario de un mundo imaginario que se hace rico por sus méritos imaginarios, sin la ayuda de su posición social o del Estado. Son la misma fuerza política amiga de Elon Musk, que recibió unos 38 mil millones de dólares de los gobiernos de Estados Unidos.

Hacen de cuenta que son críticos de los empresarios ayudados por el Estado para más eficazmente ser sus empleados ideológicos. Se inventan un capitalismo irreal con empresarios irreales, benefactores de la humanidad, para pintar con ese barniz a los capitalistas de la vida real. Es básicamente lo mismo que hace Milei.

Protestando por las leyes laborales, pasa a quejarse de la formación en las facultades de derecho. Se amarga con que no sean defensores del «andamiaje jurídico» que él quisiera que aprendan sino memorizadores de las leyes reales.

Y después pasa a poner en práctica la forma más pura de ejercicio ideológico de la Escuela Austríaca: mentir, mentir como si su vida dependiera de ello.

«En nuestro medio se ha repetido hasta el cansancio durante buena parte de nuestra historia reciente que había que intervenir en las relaciones expresadas en el mercado laboral e imponer ‘conquistas sociales’ como por ejemplo el establecimiento de un salario mínimo, una de las ideas tomadas de la Carta del Lavoro de Mussolini junto con la agremiación obligatoria

En esta última cita, el resaltado es nuestro. Sabe que su público es idiota, bruto o mala leche, así que dice lo que quiere con completa impunidad. Y el diario La Nación lo publica como si de una opinión respetable se tratara. La honestidad intelectual más mínima es completamente descartable cuando lo que hacen es inventarse mundo paralelos para defender la esclavización de los trabajadores.

Primero: la idea de un salario mínimo no es una idea sacada de la Carta del Lavoro del fascismo italiano. La primera implementación de un salario mínimo fue en Nueva Zelanda en 1894. La «Carta» mussoliniana ni siquiera establecía un salario mínimo. Además, presenta la «agremiación obligatoria» como si hubiera hecho obligatorios a los sindicatos. Lo que Mussolini hizo fue disolver los sindicatos y toda forma de organización y protesta del movimiento obrero, y obligó a los trabajadores a pertenecer a gremios de los que participaba la patronal. Sustituyó el principio de la lucha de clases por la «colaboración de clases» a fuerza de palazo y pistola.

Aún con burócratas a la cabeza, los sindicatos siguen siendo sindicatos cuando se trata de protestas y reclamos. Y son más bien «gremios» a la manera fascista cuando se trata de destruir su capacidad de confrontación con los capitalistas. Adivinemos con cuál de las dos opciones simpatiza Benegas Lynch.

Los partidarios de la Escuela Austríaca tienen ese talento especial de concentrar una cantidad inaudita de mentiras y falsedades en muy pocas líneas. Nuestro autor/chanta quiere presentar como iguales a la organización del movimiento obrero y sus conquistas con su aplastamiento por la fuerza bajo el fascismo. El operativo ideológico depende, nuevamente, de la negación completa de la historia. Los «libertarios» de la época, en la vida real, simpatizaron fervientemente con el fascismo y su represión de las organizaciones de la clase trabajadora. Ludwig von Mises los llamó «salvadores de la civilización occidental» justamente por eso. El mismo Mises que fue traído a la Argentina por Alberto Benegas Lynch padre.

«Los salarios e ingresos en términos reales son consecuencia inexorable de las tasas de capitalización, es decir, de herramientas, equipos, instalaciones, maquinarias y conocimiento relevante que hacen de apoyo logístico al trabajo para aumentar su rendimiento. Esa es la diferencia entre los salarios de Uganda y Alemania, no se trata de climas, etnias ni de recursos naturales: son exclusivamente el resultado de marcos institucionales que garantizan derechos. Japón es un cascote donde es habitable solo el veinte por ciento, mientras que el continente africano reúne buena parte de los recursos naturales del planeta y sin embargo la mayoría de sus países se debaten en la miseria más espeluznante.»

Es irrelevante pero en ese punto al menos tenemos que comentar sobre lo inentendible que resulta el uso de las negritas en este artículo. ¿Por qué «tasas» está resaltado y «de capitalización» no? Probablemente porque el uso de la gramática es caótico como el apilamiento de seudo argumentos que no tienen nada que ver ni con el tema en cuestión ni con las posiciones adversarias. Nobleza obliga: el (mal) uso de la gramática es menos caótico que el horrible uso de los argumentos.

¿Hay algún partidario de la sindicalización de los trabajadores que niegue que el uso de la tecnología en el proceso de trabajo tiene mucho que ver con los ingresos reales? Claro que no. Por ejemplo, ni más ni menos que Karl Marx habló muy frecuentemente acerca de las «fuerzas productivas» (e hizo de eso uno de los momentos más importantes y brillantes de sus estudios).

Polemizar con una supuesta idea de que alguien estaría negando que «las tasas de capitalización» (así, con esas irritantes letras en negrilla) tienen algo que ver con los ingresos de los trabajadores es para traficar nada sutilmente la idea de que son su única determinación. Si eso fuera cierto, Alberto Benegas Lynch hijo y padre podrían nunca haberse indignado con las leyes laborales porque jamás habrían tenido ninguna consecuencia.

Es «inexorable», dice. Lo cierto, como siempre, es exactamente todo lo contrario a lo que este personaje diga. Nos dice que los salarios «son exclusivamente el resultado de marcos institucionales que garantizan derechos». Para Benegas Lynch, obviamente, esos «derechos» empiezan y terminan con el derecho a la propiedad privada. La de los ricos en particular, si vamos a sus posiciones respecto a la vida real.

Si lo que dice fuera medianamente cierto, si los salarios fueran «inexorablemente» resultado de «las tasas de capitalización», si dependieran «exclusivamente el resultado de marcos institucionales que garantizan derechos»; nunca jamás habría conseguido el movimiento obrero aumentos de salarios. Nunca habría pasado que el poder adquisitivo de los asalariados hubiera mejorado por alguna conquista de su organización.

La historia entera de los salarios de al menos el último siglo y medio desmiente de manera categórica, absolutamente indiscutible, las absurdas afirmaciones de la pluma de Alberto Benegas Lynch. No solamente no sabe usar las letras negritas: o no sabe de historia y se la inventa, o sabe e igual se la inventa. En los dos casos, está inventando.

Los ingresos reales de los trabajadores cambiaron producto de sus luchas en todos los casos en que lograron por primera vez la primera implementación de un salario mínimo: Nueva Zelanda y Australia en la década de 1890, Estados Unidos en 1933, en Reino Unido en 1909, en Francia en 1950, en México en 1915, etc. Y ese es un muy largo etcétera: incluye literalmente a todos los países que tuvieron alguna vez un salario mínimo.

Su palabrerío nombrando Uganda, Alemania y Japón no tiene absolutamente nada que ver con nada. Nadie negó nunca que haya más diferencias entre esos países que las leyes laborales. De hecho, si nos detenemos en lo que nos compete, la realidad de esos países desmiente completamente los imbéciles dogmas de nuestro autor. ¿A alguien le sorprendería enterarse de que en Alemania y Japón se aplican las leyes laborales mucho más que en Uganda? ¿O al saber que el peso de los sindicatos y las organizaciones obreras en general es mayor? Solamente a alguien lobotomizado por los absurdos ideológicos de los que son partidarios Alberto Benegas Lynch y Javier Milei.

«Los ingresos no son entonces consecuencia de voluntarismos ni de decretos trasnochados; como queda dicho, resultan del volumen de inversiones. Si los salarios de mercado son quinientos y se establece un salario mínimo de setecientos se producirá desempleo de los que más necesitan trabajar. El gerente general, de finanzas, administración y otros no serán afectados a menos que el salario mínimo supere sus honorarios en cuyo caso ellos se quedarán sin empleo. Lo dicho sin perjuicio de los fenomenales negociados en juicios laborales, también debidos a legislaciones estrafalarias en cuanto a despidos.»

¿Por qué, nos preguntamos, las negritas terminan en la palabra «decretos» y no en «trasnochados»? También nos preguntamos cómo puede ser que sigan anunciando la catástrofe del desempleo por el aumento del salario mínimo. Niegan que el salario mínimo pueda aumentar los ingresos reales de los trabajadores, que es lo que pasó en la vida real del mundo real en todos los países reales en los que hubo un salario mínimo real. Afirman que el aumento del salario mínimo «producirá desempleo», que es algo que no pasó nunca jamás en la vida real del mundo real en todos los países reales en los que hubo un salario mínimo real. Así que: primero, estos plumíferos del capital necesitan mentir en todo lo que digan; segundo, así es como se usan las negritas.

Los números no los respaldan. Los liberales siempre y en todas partes repiten e insisten con el dogma indemostrable de que hay una correlación directa entre el aumento de la desocupación y la informalidad laboral y las subas del salario mínimo. La Argentina de Milei, y los números reales, desmienten completamente estos dogmas. El salario mínimo en 2015 era mucho más alto que el del 2025 con una informalidad y desocupación menor (datos oficiales acá). Y a la inversa: el salario mínimo del 2025 es mucho más bajo y la informalidad y la desocupación son mayores (datos oficiales acá). Es determinante en esto la situación económica más general, y no hay dato alguno que demuestre que el aumento del salario mínimo causa ninguna de las catástrofes que tanto anuncian con insistencia dogmática.

Aceleremos un poco.

«En realidad, los llamados agentes de retención son una manifiesta inmoralidad, no debiera haber diferencia entre salario bruto y neto, a nadie debiera retenerse el fruto de su trabajo con la malsana idea de que si el empleado pudiera disponer de su salario en su integridad lo encaminaría de un modo distinto al que pretenden sindicalistas autoritarios y políticos descarriados.»

Así, los aportes jubilatorios y a obras sociales son una «inmoralidad» de las leyes laborales. No es una inmoralidad que antes de que existieran esos «agentes de retención» la inmensa mayoría de los trabajadores no tenía ni jubilaciones ni cobertura de salud. Este payaso nos quiere vender de nuevo el verso de que, sin esos aportes, los trabajadores cobran su salario «neto» en su totalidad. Por supuesto que es mentira: cuando no tienen aportes, los trabajadores están cobrando menos. Los trabajadores en negro no tienen salario bruto en aportes.

Si Benegas Lynch quisiera demostrar que algo de lo que está diciendo es cierto, debería darnos índices de que los trabajadores en negro cobran más que los que están registrados. El operativo ideológico es obvio: quieren que todos los asalariados estén registrados haciendo que todos tengan las condiciones de los que están en negro. En criollo, quieren negrear al 100% de los trabajadores del país.

«También se ha insistido en que deben introducirse reparos al progreso tecnológico pues, según este criterio, tambíen conspirarían contra los puestos de trabajo. Esto se reitera sin tener en cuenta que en verdad los avances de la tecnología liberan trabajo para atender otras necesidades.»

Al irritante mal uso de las negritas se le suman en este párrafos tildes mal ubicadas sin corregir. Se le puede perdonar a un portal más chico, no a uno de los aparatos de información más grandes de Argentina. Tampoco se les puede perdonar a los cruzados de la defensa del español cuando lo que quieren es negarles inclusión a las personas trans, por ejemplo.

Pero vamos a lo nuestro. El uso de la tecnología no es neutro. Una cosa es el uso de los algoritmos para controlar cada movimiento de un repartidor o un trabajador de logística, otra es el uso de una máquina para hacer más efectivo y ligero ese trabajo. Los «libertarios» y los capitalistas quieren el «progreso» de empresas como Amazon y Rappi: más tecnología para exprimir más y mejor los músculos y los nervios de los trabajadores. Todo lo que haga la vida un poco menos pesada para la mayoría es woke.

«Por su parte, los sindicatos como asociaciones libres y voluntarias son necesarios para los fines que consideren pertinentes los afiliados voluntarios, lo que no es aceptable son los matones que imponen agremiaciones, unicatos y aportes que fuercen a conductas distintas de lo que las personas prefieren. El derecho a no trabajar es la contrapartida del derecho a hacerlo, pero lo que no es justificable es la obligación de adherir a huelgas bajo amenazas de ejercer violencias de distinta índole.»

La presión del colectivo de trabajadores para el ejercicio de una medida de fuerza es, para Benegas Lynch, una violación de la condición de asociación libre y voluntaria. Pero considera «libre y voluntaria» la forma de hacer las cosas en Estados Unidos: la presión ejercida por los hombres más ricos del planeta para evitar la sindicalización les resulta perfectamente legítima. De eso se trata su «liberalismo»: la dictadura de los ricos es «libertad», la resistencia de los trabajadores es violencia.

«El derecho a no trabajar es la contrapartida del derecho a hacerlo» quiere decir una única cosa: que quien no se someta al capital puede libremente morirse de hambre, y que ese es el mejor y más deseable de los mundos.

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