El 29 de junio se llevaron a cabo las elecciones primarias en Chile. En esta ocasión, las fuerzas de la derecha no conformaron ninguna alianza o pacto, por lo cual fue una disputa exclusiva de los partidos de “izquierda” institucional que conforman el actual gobierno de Gabriel Boric.
Contra todo pronóstico, en la interna se impuso la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara, quien se desempeñó como Ministra de Trabajo desde 2022 hasta abril del presente.
Luego de su victoria en las primarias, su candidatura no paró de crecer y, tras experimentar un aumento de 24 puntos porcentuales, actualmente se ubica como la favorita para las presidenciales de noviembre con el 31,4% de las intenciones de voto, superando holgadamente al ultraderechista José Antonio Kast (18%) del Partido Republicano y a Evelyn Matthei (17,4%) de Chile Vamos.
Un resultado inesperado
En las primarias Jara obtuvo el 60% de los votos (unos 875 mil), con lo cual superó ampliamente en todas las regiones del país a Carolina Tohá, candidata de la alianza Socialismo Democrático (compuesta por el Partido Socialista y el Partido por la Democracia), la cual apenas cosechó el 28% de los sufragios (385.379). Este resultado confirma el retroceso del denominado “centro político”, el cual fue hegemónico durante el período en que gobernó la antigua Concertación.
Por su parte, el diputado Gonzalo Winter se hizo con el 9% de los votos (123.829), una performance bastante pobre tratándose del candidato del Frente Amplio (FA), partido del actual mandatario chileno. Como dato curioso, oficialmente el FA cuenta con 60 mil militantes, de lo cual se desprende que sumó un voto extra por cada militante; una representación numérica de la decepción en torno a la gestión de conservadora de Boric.
En último lugar se ubicó Jaime Mulet, diputado de la Federación Regionalista Verde Social, con el 2,7% de los sufragios (37.659).
Vale destacar que es la tercera vez en la historia que una candidatura presidencial del PC llega a la papeleta presidencial. La primera ocasión fue en 1969 con Pablo Neruda, mientras que la segunda fue en 1999 con Gladys Marín (ver Chile: triunfo del PC y oportunidad en un escenario electoral adverso). Por este motivo, es comprensible que la victoria de Jara esté dando de que hablar en Chile y a nivel internacional, pues abre la posibilidad de que una “comunista” llegue al Palacio de la Moneda.
¿Quién es y qué representa la candidatura de Jara?
Jeannette Jara es una abogada de 50 años que cuenta con más de tres décadas de trayectoria política. No es una “outsider” ni nada que se le parezca, pero proyectó una imagen novedosa en las primarias, donde se presentó como una mujer con un origen en la clase trabajadora. Esto propició que muchas personas se identificaran con su figura.
Se crió en El Cortijo de Conchalí, una comunidad popular ubicada al norte de Santiago, donde comenzó a militar en las Juventudes del Partido Comunista en 1988. Realizó sus estudios en la Universidad de Santiago y se convirtió en la presidenta de la Federación de Estudiantes (Feusach). Posteriormente, cuando trabajaba en el Servicio de Impuestos Internos, se desempeñó como dirigente sindical.
“Sé lo que es que el sueldo no alcance. Sé lo que es levantarse temprano para ir a trabajar y volver tarde a casa esperando que el sacrificio valga la pena”, declaró durante la contienda electoral.
Lo anterior contrastó con el perfil del resto de los candidatos y, junto con su atractiva campaña en redes sociales, atrajo la atención de sectores de la juventud. De hecho, se reportaron enormes filas en los actos públicos que realizó en las universidades.
Por otra parte, en el plano político su campaña fue más moderada, pues hizo eje en mostrarla como una gran gestora gubernamental, destacando su capacidad de diálogo con los empresarios y los partidos de oposición.
Jara destacó su papel para la aprobación de tres reformas claves del gobierno: la reducción de la jornada laboral a 40 horas, los aumentos sostenidos del salario mínimo (con participación de la CUT, la principal central sindical del país) y la reforma al sistema de pensiones (Ver Chile: cuando el trabajo vuelve al centro de la política).
Estas reformas le ganaron críticas desde algunos sectores sindicales. La reducción de la jornada, por ejemplo, habilitó la introducción de mecanismos de flexibilización laboral por parte de los empresarios; asimismo, la reforma previsional dejó en pie las aseguradoras privadas de los fondos de pensiones.
A pesar de lo anterior, contó con el apoyo de la burocracia sindical y, más importante aún, la percepción popular es que fueron reformas a favor de la clase trabajadora. No se puede perder de vista que se trata de Chile, un país que estuvo gobernado por una brutal dictadura que aplicó a fondo la agenda de los Chicago Boys y donde el Estado es “subsidiario” (no solidario, para no “entorpecer” la mano invisible del mercado capitalista). En este marco, cualquier regulación laboral formal puede fácilmente ser interpretada como un “avance”.
Por otra parte, Jara no plantea grandes cambios para destruir la herencia pinochetista. Por ejemplo, está a favor de reforzar las policías, incluido el cuerpo de Carabineros, que, como es bien sabido, fue una pieza central del aparato represivo empleado por la dictadura militar y durante la “democracia”, como quedó demostrado en la represión a las protestas de la rebelión popular de 2019.
En contraposición, en materia de género es donde Jara se muestra más progresista, pues defiende el aborto sin causales, la implementación de la Educación Sexual Integral y la remuneración del trabajo reproductivo y de cuidados. También, defiende la creación de un impuesto a los súper ricos y la regulación estatal de los servicios básicos.
En otras palabras, la candidata del PC realizó una campaña en la que resaltó su origen de clase trabajadora y defendió algunas reivindicaciones mínimas para los sectores trabajadores. No obstante, hizo hincapié en presentarse como una gestora de la conciliación de clases y defensora de reformas mínimas que no cuestionan el orden de la cosas en el Chile neoliberal post pinochetistista (una línea de continuidad con la administración Boric).
En este sentido, Jeannette Jara es una “comunista” forjada en la escuela reformista del estalinismo chileno, dentro del cual destaca como una de sus figuras más moderadas. Es más, son públicas las tensiones que mantiene con la cúpula del PC, que la mira con recelo por sus posiciones laxas en temas sensibles para la “vieja guardia”; por ejemplo, ante los cuestionamientos sobre Cuba o Venezuela, respondió que no quería a “a Chile subordinado a gobiernos extranjeros ni modelos externos, por eso mantendré una política internacional basada en la independencia y el multilateralismo, defensora de los derechos humanos en cualquier lugar del mundo donde se violen”.
La disputa por la hegemonía en la derecha
Las primarias de junio confirmaron que Jara será la candidata oficialista en las elecciones presidenciales. Pero, entre los partidos de derecha, aún nada está definido y, por el contrario, todo indica que las elecciones generales de noviembre serán la primaria de este campo político, pues de ahí saldrá la fuerza política que dispute el ballotage con la candidata del PC.
Son tres las agrupaciones que se disputan la hegemonía de la derecha. Cada una es peor que la otra.
Comencemos por Evelyn Matthei, candidata de la coalición Chile Vamos (de la cual hacía parte el finado ex presidente Piñera). Es hija del general de la Fuerza Aérea Fernando Matthei, quien fuera miembro de la Junta Militar liderada por Pinochet. Formada bajo los preceptos de los Chicago Boys, se presenta como la “derecha tradicional” (bastante a la derecha tratándose de Chile) y es una figura conocida del establishment burgués, pues ya se desempeñó como diputada, senadora, ministra, alcaldesa y fue candidata presidencial.
Seguidamente, tenemos a José Antonio Kast, del ultraderechista Partido Republicano. La campaña pasada se transformó en el fenómeno electoral de la derecha, pues ganó la primera ronda con un discurso contra los inmigrantes y de mano dura contra la delincuencia común. Es conocido como el “nazi de Paine”, en referencia al lugar donde se asentó su familia de origen alemana, así como al hecho de que su padre fue miembro del Partido Nazi. Es un defensor confeso de la dictadura de Pinochet.
Por último, pero no menos aborrecible, se encuentra Johannes Kaiser. Además de su apellido imperial, el diputado y candidato del Partido Nacional Libertario destaca por sus posturas de extrema derecha y su perfil disruptivo, que lo asemeja a Milei o Trump. A su lado, Kast parece una figura moderada, lo cual ya es mucho decir. De hecho, su partido es producto de una escisión del Republicano. Kaiser cuestionó el derecho al voto femenino y, para no dejar dudas de su misoginia, declaró que había que condecorar a los hombres que violaran a mujeres “feas”. También, declaró que “apoyaría un nuevo golpe de Estado” y está a favor de proscribir al Partido Comunista (ver Johannes Kaiser, el candidato presidencial de la extrema derecha chilena…).
Un escenario complicado para noviembre
A pesar de su holgado triunfo en la interna oficialista, el escenario electoral pinta muy complejo para la candidata del PC. Es casi un hecho que pase a la segunda ronda electoral, pues el oficialismo va unido y la derecha está muy fragmentada.
Pero esto no garantiza su victoria. Primero, porque necesita que los 825 mil votos que obtuvo en las primarias, se transformen en los 7 millones que se requieren para asegurar el triunfo en el ballotage.
De acuerdo a varios estudios, en una segunda ronda contra Kast, el republicano obtendría un 50% de los votos, mientras que la candidata comunista a lo sumo aspiraría al 30%.
Esto es algo que los candidatos de la extrema derecha intentan aprovechar, insistiendo en presentar a Jara como una representante de la “extrema izquierda”. Kaiser, por ejemplo, vinculó al PC chileno con los más de “100 millones de asesinados” por el estalinismo, dejando en claro su perfil anticomunista (un dato que confirma la importancia del balance del estalinismo para relanzar el socialismo revolucionario en el siglo XXI, pues la extrema derecha utiliza los crímenes de Stalin para atacar las ideas emancipatorias de la izquierda).
Junto con esto, pero no menos importante, Jara no va contar con la “ola épica” que tuvo Boric a su favor para derrotar a Kast en las elecciones pasadas. La gestión de la coalición de “izquierdas” desmoralizó a un amplio sector del activismo, debido al giro conservador del gobierno y su capitulación a las exigencias de la burguesía. Es más, el presidente del Frente Amplio es el gran responsable de la derrota de la rebelión popular, pues fue cómplice de la trampa con la falsa constituyente que desvió el proceso de las calles a las instituciones del régimen.
Lo anterior fue perceptible en las primarias de la “izquierda”. La participación fue del 9% del padrón electoral, una cifra muy baja que denota el desgaste de los partidos oficialistas. Para tener una proporción, en las primarias de 2021 cuando Boric se impuso a Daniel Jadue del PC, votaron 332 personas más que en esta ocasión. Estos datos no causan sorpresa, pues, como mostró una encuesta nacional realizada en marzo, la desaprobación del gobierno es del 60%.
Además, en estas elecciones el voto será obligatorio, un mecanismo que beneficia a la derecha, pues votan los sectores más despolitizados y atrasados, diluyéndose el peso del voto más activistas y de vanguardia. Esta fue una de las maniobras que impulsó la derecha chilena para hundir el proceso constituyente, la cual contó con el apoyo de la administración de Boric.
Falta mucho para noviembre y es muy difícil prever lo que vaya a suceder, con más razón en medio de una situación internacional tan volátil que puede influir en los desarrollos internos de un país dependiente como Chile.
En todo caso, hay una cosa que sí podemos asegurar: la candidatura de Jara recogió el apoyo de sectores que se identificaron con una mujer que surgió de la clase trabajadora y que es vista como una «defensora» de reivindicaciones laborales mínimas (en este sentido, presenta elementos en común con el triunfo de Zohran Mamdani en Nueva York).
Algo sumamente contradictorio, dado que su programa es de conciliación con los capitalistas y, tan siquiera, cuestiona por el fondo el modelo de país que legó la dictadura militar. Pero que, al mismo tiempo, da cuentas de la factibilidad para desarrollar una política que parta de las reivindicaciones de los sectores explotados y oprimidos, algo que gana espacio en medio de un mundo cada vez más polarizado y donde crecen los niveles de precarización laboral para la gran mayoría de la población.