El tema de este trabajo es el pensamiento del joven Ingenieros, motivado a partir de una serie de indagaciones en textos socialistas de la época acerca de la llamada “cuestión social”. Acá encontramos folletos como Los trabajadores en la Argentina (1898) del dirigente socialista Adriánn Patroni o la tesis rechazada de un joven Alfredo Palacios titulada La Miseria en la República Argentina (1900).
Este Ingenieros es un estudiante de la Facultad de Medicina, que funda en 1894 el Centro Socialista Universitario, y es interesante observar cómo se entrecruzan en su pensamiento, así como en el de otros jóvenes socialistas del período, algunos de los temas y debates que se procesan en el mundo y la Argentina hacia las últimas décadas del siglo XIX: la escenificación de la clase obrera como actor político a raíz de la aparición de la llamada “cuestión social”; la progresiva constitución del campo de las ciencias sociales, fuertemente atravesadas por el clima intelectual positivista; y la expansión de las corrientes políticas socialistas que en 1889 encontrarían una referencia en la Internacional Socialista, con centro de gravedad en Alemania.
Los trabajadores de Argentina en las últimas décadas del siglo XIX
Primero, unas palabras sobre la situación de los trabajadores en las últimas décadas del siglo XIX, aquella realidad que observa este joven Ingenieros y lo lleva a reflexionar alrededor de una respuesta para dicha situación. ¿Qué es lo que se destaca en ese mundo de finales del siglo XIX, donde la industrialización y la modernización capitalista se encuentran inundando todo Occidente? Para Hobsbawm, es significativo para estas décadas el engrosamiento de las filas de los trabajadores asalariados, en paralelo a un proceso de identificación de clase que se da al interior de este grupo social.
La urbanización traía aparejada la mayor necesidad de mano de obra, especialmente para la construcción y los servicios municipales, dando lugar a importantes corrientes migratorias, tanto internas como externas, de grandes contingentes de personas que terminaban entregando su fuerza de trabajo en las ciudades por bajos salarios y en pésimas condiciones laborales.
Este es el marco en el que la Argentina se encuentra cerrando su siglo XIX. El historiador Ricardo Falcón utiliza la palabra “desequilibrio” para referirse a este período, cruzado por la crisis del régimen político, como producto de la emergencia de la cuestión social junto con la situación de los inmigrantes. Estos elementos desestabilizantes implican la necesidad de reajustes en el tratamiento de la situación política y social en el régimen para un sector de las élites gobernantes, y así hacer frente a las consecuencias de la inmigración masiva, la urbanización y la industrialización derivadas de la inserción del país al mercado mundial capitalista en la segunda mitad del siglo XIX.
Estas consecuencias son: los problemas de vivienda y sanidad, la salud pública, el aumento de la criminalidad, la protesta obrera y el surgimiento de corrientes ideológicas que buscan impugnar al orden social y político, siendo todas estas consecuencias observadas como desajustes del mundo del trabajo, ubicando al problema obrero como el centro de la cuestión social (Zimmermann; Suriano).
¿Cuáles eran esas características de la mano de obra de la Buenos Aires de fines del siglo XIX? Para Lucas Poy son la estacionalidad y la inestabilidad los rasgos fundamentales del mercado de trabajo de la época, denunciado por los trabajadores. Junto a esto, persiste la ausencia de cualquier tipo de protección ante enfermedades y accidentes, así como la existencia de jornadas laborales muy extensas, de más de 10 horas, junto a ingresos muy bajos en relación a los costos de subsistencia. La incipiente industrialización de Buenos Aires a fines del siglo da forma a una ciudad en la que las diferencias de clase son marcadas: la ciudad de los burgueses contrasta fuertemente con la situación de explotación y marginación de los trabajadores, que se transformaría en terreno fértil para el surgimiento de corrientes político-ideológicas que van a plantear la necesidad de modificar el orden social y político, como es el caso del socialismo.
¿Pero qué expresa todo esto para el joven Ingenieros, quien publica en 1895 su folleto titulado ¿Qué es el socialismo?? Para él es una manifestación más de la “Cuestión Social” (con mayúsculas), un problema que persiste desde tiempos remotos y que es común a todas las sociedades en las que existen oprimidos y opresores, a las sociedades de clases. Bajo el yugo capitalista, la clase trabajadora encuentra en el salario cadenas tan férreas como lo han encontrado otros grupos oprimidos bajo yugos distintos. Y este es un problema del cual no se encuentra eximida la Argentina, recientemente ingresada al mercado mundial y en la cual el avance de la industria y la producción tiene como consecuencia la aparición en el ámbito local de la lucha de clases universal.
Esto se expresa, para él, en las 21 huelgas que se produjeron en los primeros seis meses de 1895, en medio de la nueva oleada huelguística que atraviesa Buenos Aires desde el año anterior, y que son la manifestación espontánea del hambre que flagela a los trabajadores, expresada también en la proliferación de organizaciones socialistas. Para Horacio Tarcus, el núcleo de la cuestión social de Ingenieros reside en la teoría de la moderna explotación del trabajador por quien posee los medios de producción.
Un modelo sociológico para comprender el desenvolvimiento histórico
Ahora bien, ¿de qué herramientas se vale Ingenieros para hacer un diagnóstico de la “cuestión social”? En concordancia con los desarrollos en Europa, estos son los años también de la institucionalización de las nuevas disciplinas sociales, proceso en el cual son los jóvenes universitarios los que ocupan una tarea central. Siendo la Facultad de Medicina uno de los centros que daban autoridad para hablar de cuestiones sociales, no es una casualidad que Ingenieros esté familiarizado con marcos metodológicos o terminologías que le son comunes a toda una generación de intelectuales, y que forman parte del clima positivista.
Una generación o grupo que constituye una “élite intelectual” en palabras de Carlos Altamirano, calificados por la posesión de un “capital cultural”. Esta élite está fuertemente marcada por el ingreso y adopción de formas discursivas que ingresan al país junto con el advenimiento del capitalismo industrial, y que empiezan a comulgar con una idea de “ciencia social” capaz de establecer los principios generadores de la vida social, así como las leyes y factores que rigen la trayectoria y evolución de la humanidad. De esta forma, la “ciencia social” se desarrolla bajo el signo dominante del positivismo, entendiéndolo como una cultura intelectual que, en términos generales, hace de la ciencia un intérprete privilegiado de la realidad, y tomando a las ciencias naturales como modelo de referencia.
Por supuesto, Ingenieros no es ajeno a esta cultura intelectual, así como no lo son muchos de los jóvenes que se reivindican socialistas durante este período. Ya en su primer artículo publicado en La Montaña, titulado “El factor de la Revolución”, podemos observar cómo impacta este clima intelectual en su interpretación de la sociedad y la historia, donde comienza señalando a la evolución humana como producto de la acción de un ambiente natural y un ambiente económico.
El ambiente natural es el que determina la organización social para la subsistencia de los individuos, mientras que el ambiente económico es el que determina el paso de una sociedad a otra a través del desarrollo de la técnica, identificando tres grandes períodos: el salvajismo, la barbarie y la civilización. En el último, es característica la producción de bienes destinados al intercambio, mientras que dentro de este el desarrollo de la industria da lugar a su fase capitalista. Y acá es donde para Ingenieros la opresión, aparecida bajo distintas formas en la historia, aparece bajo su última forma, que es la del trabajador asalariado. La revolución social aparece como un hecho históricamente inevitable, quedando esto claro cuando afirma que, si la burguesía fuera inteligente, se adaptaría a ella en vez de resistirla.
Es decir, en esta interpretación de la revolución y la evolución humana hay un determinismo, un desenvolvimiento histórico tendencial por las propias condiciones naturales y económicas que llevan hacia ese lugar y en el que el papel del intelectual es identificar esas leyes para llevar a la sociedad a buen puerto. Ahora bien, esta noción general de un desarrollo humano inevitable que va a llevar a la revolución no es original de Ingenieros, sino que es un patrimonio común del socialismo en la época de la Segunda Internacional.
El socialismo del joven Ingenieros
Estas fronteras poco precisas entre el pensamiento socialista y los métodos de las nuevas ciencias sociales, tienen dos rasgos que se expresan en la obra de Ingenieros, a la vez que convergen con una tradición ideológica muy variada heredada de su padre, Salvatore Ingegnieri. Estos rasgos son el determinismo y el eclecticismo.
Franco Andreucci dedica un capítulo de una compilación a la “vulgarización del marxismo”, un proceso que se desarrolla desde finales del siglo XIX. En este proceso, el marxismo como “ideología oficial” de la Internacional converge con dos elementos: por un lado, las exigencias prácticas del movimiento obrero, dando lugar a rasgos fatalistas y mecanicistas, y, por otro lado y en complementariedad con esto, el clima intelectual positivista, que le otorga al marxismo de la Segunda Internacional una matriz evolucionista.
Los jóvenes intelectuales de la Segunda buscan en las nuevas ciencias sociales una herramienta para construir una filosofía de la historia, una concepción general y unitaria del mundo y, en América Latina en particular, no deja de llegar una versión fuertemente marcada por el positivismo, a pesar de sostener la terminología del marxismo.
¿Cómo se expresa esto en este Ingenieros? Se expresa en una mirada intelectual que combina tanto la terminología marxista como la del positivismo, pero no terminan de converger en un sistema de ideas cerrado, sino que combina elementos de una mirada cientificista con elementos de condena moral al capitalismo, que dialogan con tradiciones de lo que se puede llamar el “socialismo utópico”, de las corrientes libertarias y anarquistas, del radicalismo francés y un largo etcétera que da lugar, según Tarcus, a una ideología socialista de fronteras poco precisas; su panteón está conformado, en palabras de Ingenieros, por “un ejército del progreso” que abarca desde Marx y Engels, pasando por Lassalle y Smith, hasta Ferri y Guesde. En esta convergencia puede que tenga un papel también el desplazamiento de las influencias hacia el socialismo de los países latinos que señalan Tarcus y Poy, y que, en muchos casos, esos mismos socialismos encuentran algunas fronteras difusas en relación a otras corrientes políticas e ideológicas.
Sin embargo, este socialismo de límites difusos no va a dejar de buscar alinearse a una ubicación más mecanicista-evolucionista, propio del socialismo ortodoxo en la época de la Segunda Internacional. De esta manera, el papel del dirigente-intelectual sigue en una senda similar a la que propone Kautsky: la revolución aparece como un proceso en el cual se consuma la evolución social, y el papel del intelectual socialista es dirigir a los trabajadores, desde una teoría de la exterioridad de la conciencia (Tarcus), identificando las leyes o tendencias que rigen la evolución social.
Como dice el mismo Ingenieros, “El proletariado no lee; la burguesía se cuida muy bien de no enseñarlo” y cita al dirigente sindicalista italiano Arturo Labriola “Un estudioso, un profesor, un burgués, un capitalista, que entre convencido en el sendero del socialismo, vale más hoy que no cien o mil proletarios, como documento vivo del decrecimiento del egoísmo en los más interesados, como prueba del triunfo ideal y anticipado de una causa, que en los desgraciados y abatidos se revela por los ímpetus apasionados de la revuelta” y que se encuentra en consonancia con la idea de Ingenieros de que “no participar a [en] este movimiento del proletariado universal, nosotros que constituimos su fracción más importante, sería hacernos cómplices […] de las injusticias que hoy oprimen a las clases trabajadoras”.
En síntesis, lo que nos ofrece la mirada de este joven Ingenieros, que combina su actividad intelectual con una militancia política socialista, es un diagnóstico de la “cuestión social” basado en las premisas de lo que él llama la “concepción económica de la historia” y que él busca interpretar a partir de las herramientas de las que dispone: una serie de obras de amplia circulación vinculadas al clima positivista, al mismo que tiempo que un conjunto de tradiciones político-ideológicas radicales, reformistas y revolucionarias, que convergen en un sistema ecléctico que decantará pocos años después en el José Ingenieros que conocemos, revisionista de sus propias ideas de juventud, marcadamente cientificista, positivista, elitista, y defensor de las iniciativas “reformistas” al interior régimen político con la finalidad de impulsar el “Progreso”.
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