El Gobierno en su peor momento

Días después de su medida más importante, la legalización del acuerdo con el FMI, el gobierno se encuentra ante una situación extremadamente crítica.

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Como un corredor agotado, llega cansado al fin de la carrera para legalizar el refinanciamiento con el Fondo, y débil para la que empieza: la aplicación del plan de ajuste. Se votó el plan de intenciones, pero ahora deben arremangarse y hacer el trabajo sucio de la austeridad.

En realidad, los resultados del acuerdo han dejado elementos de incomodidad para cada componente del Frente de Todos, dando lugar a una crisis política dinámica que se identifica fundamentalmente con la impotencia del gobierno, y que le ha costado de momento la fractura de la coalición gobernante. El apoyo que recibió de Massa a lo largo de las negociaciones para la votación, no compensa la fisura con el kirchnerismo. Las consecuencias empiezan a notarse en la gestión diaria, en la que una parte del aparato ministerial, YPF, PAMI, ANSeS y Energía (que debe viabilizar el ajuste de tarifas que se desprende del acuerdo) están en manos de La Cámpora.

Alberto Fernández se lleva su cuota mayúscula de crisis por ser la figura presidencial, un presidente débil sin capacidad clara de gobierno. No sólo esto, días atrás fue sometido a la burla popular mediante memes de lo más divertidos cuando declaró que “el viernes empiezo la guerra contra la inflación”. Un índice novedoso de la caída en desgracia del presidente del que está poco claro que pueda recuperarse.

Junto a los elementos de crisis que flotan en el aire que rodea al gobierno está el del propio sector kirchnerista: una fuerza burguesa que, sin perder definitivamente su capital político frente a sectores de masas, se vio expuesto al desgaste como nunca antes en el círculo rojo politizado (que en Argentina es de vanguardia de masas y que mira de reojo en el plano electoral a la izquierda roja) de esta corriente institucional y pro capitalista con aires de popular. Al borde de la asfixia política y sin espacio para el clásico relato, se limitó a votar en contra, calladitos la boca y con la calculadora en la mano: es sabido que, como fuerza institucional que son, tuvieron la cautela de asegurarse que el acuerdo estaba garantizado por mayoría antes de votar en contra, además de negarse a ir a la calle. Si bien el kirchnerismo estaba en contra de los términos del acuerdo, su identidad institucional burguesa le impideir más allá y rechazar junto con esto al FMI. Finalmente, aún votando en contra, se tragaron el sapo heredado del macrismo.

Pasada la pesadilla que sufrieron en Diputados, con una movilización masiva de la izquierda que quedó claramente identificada como oposición al acuerdo, y luego la de Senadores, comienza una pesadilla aún más larga: los dos años de gobierno que deberán afrontar junto a los artífices del acuerdo hasta las próximas elecciones.

Por último, si es verdad que el gobierno logró una Unidad Nacional (limitada al acuerdo con el FMI y sin aval para la hoja de ruta del ajuste) que le permitió patear la bomba del default para adelante, por otro lado, el clima social se empieza a caldear alrededor del flagelo de la inflación. Este es el otro elemento de crisis que, si es verdad que no se juntó con la votación del FMI, para lo que la Unidad Nacional cumplió un rol importante -incluidos los K y la burocracia sindical-evitando una situación similar al 14 y 18 de Diciembre del 2017, no deja de estar presente y es -junto con la crisis del gobierno-, el otro elemento dinámico de la coyuntura.

Si estas dos situaciones (crisis política y de gobierno, e inflación) no se han juntado aún, el propio sentido del acuerdo de sometimiento y austeridad del FMI es inflacionario (obliga a devaluación y ajuste tarifario, por decir lo menos) y empuja para que se unan, tarde o temprano.

Por si esto fuera poco, la guerra de invasión llevada adelante por Putin, el zar del siglo XXI, en el marco del conflicto interimperialista entre la OTAN y Rusia, son un elemento de aceleración de la inflación mundial heredada de la pandemia. Como consecuencia, aumentan los alimentos a base de cereales y el gas, entre otros. Dos rubros sensibles para cualquier trabajador en cualquier parte del mundo.

En el marco de un mundo en crisis por la guerra, la pandemia y la situación medio ambiental, Argentina aparece como un país de crisis crónica, en el que cada intento de llevar adelante las políticas de ajuste neoliberal que exige el mercado mundial, choca con la relación de fuerzas de un movimiento de masas con tradición de lucha y movilización para defender sus conquistas. Un país en que al gobierno le tiembla el cuerpoa la hora de ir al ataque contra los trabajadores, hasta dejarlo en su peor momento.

El laberinto K

El kirchnerismo cumplió un rol institucionalizador en la Argentina post 2001. Supo reabsorber la rebelión popular que se expresaba en las calles y devolverle al régimen y a la burguesía la tranquilidad de un país -aún con sus accesos de movilización masiva-,con el predecible calendario electoral. Si durante los 12 años de gobierno hubo gestos parciales hacia el movimiento de masas en el plano de derechos humanos, estatización de las AFJPs y estatización parcial de YPF, el sentido institucional y capitalista siempre fue determinante. En ese marco se entiende el pago al FMI por 10 mil millones de dólares llevado adelante por los autodesignados pagadores seriales en 2006.

Recordemos el rol cumplido por el kirchnerismo en la crisis con el campo, el cual tendió a expresarse en movilizaciones campestres y urbanas contra el intento de elevar las retenciones que se conoció como Ley 125. Finalmente, la vía de las movilizaciones in crescendo se aplacaron por la vía parlamentaria, en la cual la ley oficialista fracasó. Fue la confesión de los límites de una facción política que actúa de contenedora de fuerzas sociales (entre las que se identifican sectores de trabajadores, juventud y mujeres), para la cual no hay mayor principio que la institucionalidad y la defensa del capitalismo.

Hoy, 14 años después de esa puja, el kirchnerismo lleva adelante la mayor capitulación que se tenga memoria. Un acuerdo de coloniaje, de austeridad, y que legaliza la estafa de Macri, sin mayores gestos que una serie de votos en contra (absolutamente controlados por la aritmética que daban por descontado la sanción de la ley), y sin movilización. El altar ante el que se arrodillan Cristina y Máximo Kirchner es el del orden parlamentario, aunque esto signifique dilapidar ante un sector ideologizado de su base social la épica de la defensa del pueblo y el antiimperialismo.

Por su parte, si hubo algún intento de remedar las relaciones con la rancia burguesía autóctona, difícilmente lo hayan logrado con un voto contra el acuerdo. Si bien es cierto que fueron actores en evitar que la crisis pre acuerdo pasara de la superestructura a la sociedad, negándose a cualquier tipo de convocatoria a movilizar; también es cierto que su rol de fuerza del régimen ha cumplido desde el punto de vista capitalista un papel burdo. Las presiones les vienen desde la burguesía y desde la sociedad, que aún no ha dimensionado el impacto que tendrá el acuerdo con el Fondo, y para el cual el voto en contra generó confusión, sin por el contrario despejar la evidencia que aun así son parte del gobierno.

Dicho esto, a pesar de la crisis que vive el kirchnerismo como parte del gobierno y como fuerza propiamente dicha, entre la espada de la presión burguesa y la pared del movimiento de masas, es difícil imaginarse una retirada en regla del gobierno. El límite que mantiene el mellado marco de unidad en el gobierno es, aún con sus vastos límites para la política diaria y la gestión, el carácter de “díscolo” capitalista-institucional de La Cámpora y Cristina Kirchner que le impide cualquier apuesta a la movilización popular.

Otra cosa es que la dinámica inflacionaria, verdadero acicate del movimiento de masas que sufrió un aumento del 8% de alimentos en el último mes (y un 4.7% general si creemos en los números del INDEC) no encierre una posibilidad de crisis a futuro. El aumento de los alimentos hace caer bajo la línea de pobreza a miles de trabajadores cuyas familias pueden cobrar incluso dos salarios mínimos. Desde el último gobierno de Cristina hasta la fecha,la pobreza estructural se ha incrementado, según el Observatorio de Deuda Social, de un 29%, pasando a un 35% con Macri, a un 45% estimado para este año. La dinámica de los últimos meses es brutal y presiona no sólo a los trabajadores pobres, sino también a aquéllos que cobran salarios por encima de la pobreza pero que se pulverizan mes a mes.  De juntarse la situación crítica que vive el gobierno de conjunto con la crisis social e inflacionaria por abajo, se abriría una situación completamente distinta. Nadie se anima a pensar en el 2023 sin tener en consideración una irrupción social en los próximos dos largos años que quedan hasta las elecciones.

Juntos: de estafadores a triunfadores

Es evidente que la gran ganadora de las fuerzas del régimen ha sido Juntos. Lograron legalizar la estafa y contribuyeron a convertir el pago en política de Estado, aportaron los votos necesarios para que el acuerdo llegara a concretarse, evitaron ensuciarse las manos votando el programa para el ajuste, forzaron una Unidad Nacional en las comisiones de las Cámaras; es decir, antes del no-debate en Diputados y Senadores, lo que les facilitó ir a un voto express sin tener que fumarse la denuncia estéril del kirchnerismo. Además que contaban con la amenaza de votar en contra si Máximo y su tropa osaban de irse en veleidades contra Macri. Así, Juntos es de las fuerzas que mejor sale parada y que ansía la llegada del 2023, en el cual se ve como ganador.

Dicho esto, la situación de crisis del gobierno también alimenta las distancias entre halcones (Macri y Bullrich fundamentalmente) y palomas (Larreta, Carrió, etc) sobre qué rumbo tomar. Se cuelan la disputa por el traje presidencial, un elemento no resuelto por las ultimas elecciones de medio término, dado el acortamiento logrado por el oficialismo nacional en CABA y que debilitó la salida triunfal de Juntos con un claro presidenciable. La pregunta que se abre ante la debilidad gubernamental es simple: hasta dónde empujar al abismo de la crisis y hasta dónde cooperar.

En principio, más allá de los matices de hasta dónde aparece acompañando ante la grave situación, y hasta dónde criticando en un contexto políticamente incierto, el acuerdo general es que la situación de la economía y del gobierno son graves, y que no sería negocio para nadie una salida anticipada del gobierno. La transversalidad de la necesaria gobernabilidad aparece nuevamente como punto de acuerdo mínimo. Mientras tanto, Macri se ha tomado unas vacaciones en Italia para jugar en el Mundial de Bridge, lo que generó burlas entre los propios. Es difícil de creer el nivel de idiotismo que acarrean algunos de los principales dirigentes políticos capitalistas ante tamaña crisis.

Por su parte, los liberfachos de Milei y Espert han sido en las últimas semanas quienes menor importancia política han tenido. Con un voto en contra del proyecto por derecha; es decir, denunciando que no habrá reformas estructurales que revienten a los trabajadores, y sin peso social en las calles, su rol se ha limitado a casi cero. Situación que podría revertirse de generarse un clima de crisis generalizado donde tengan mayor peso los extremos y para el que deberán enfrentar desde las antípodas a la izquierda revolucionaria.

La izquierda: entre las oportunidades y la adaptación

La institucionalidad, la participación electoral, las cámaras de televisión, los “minutos de fama”, incluso la administración de planes sociales, son una presión para toda corriente revolucionaria. Aún ante estas enormes presiones a la adaptación, es fundamental una participación siempre crítica, e incluso la apuesta a conquistar representantes parlamentarios a sabiendas de que la tribuna a la que nos dirigimos está siempre fuera del Parlamento, y que la movilización es irremplazable para la transformación social.

Dicho esto, hay un elemento de adaptación que presiona al FIT-U desde su conformación, pero que se incrementa con el correr del tiempo, al punto de hacer aparecer sus rasgos más conservadores. Aunque parezca “loco” hablar de una izquierda revolucionaria conservadora, este es un rasgo cada vez más saliente, aunque por vías distintas, entre las dos fuerzas principales del frente electoral: el PTS y el PO.

El PTS, fuerza principal del bloque al que el PO, en primer lugar, ha concedido el rol de protagonista parlamentario, pretende hacer valer la existencia de cargos como máxima para dirimir toda relación de fuerzas en la izquierda. Desde luego esta tara electoralista es patrimonio común del frente, pero tiene a esta corriente como abanderada del conservadurismo.

Por su parte, el PO se encuentra entre el doble brete de haber cambiado de estrategia constructiva, privilegiando unilateralmente al movimiento social piquetero por sobre los sectores más concentrados de la sociedad, entre los que se encuentran los trabajadores y el movimiento estudiantil, y el de la incómoda posición de ser segundo cómodo en el frente, pero sin fuerza ni iniciativa para disputar posiciones. La resultante es la de una organización que cede ante las enormes presiones de la administración de los planes sociales, a la vez que relega su rol político a ser el “segundo de”.

En el periodo que antecedió la consumación del acuerdo, ambas fuerzas fueron igualmente protagonistas en negarse a hacer política no electoral; es decir, en intentar incidir en el curso político ante la evidencia de la crisis abierta por el renunciamiento de Máximo. Por el contrario, nuestro partido se jugó a desplegar una política para la situación del momento combinando la denuncia y el embrete, de cara a una base social K que es de masas.

Si es real que una porción de la sociedad empieza a mirar a la izquierda como alternativa electoral (no como alternativa de organización aún) también es real que las presiones a la adaptación que sufren estas corrientes amenazan en cristalizar como fuerzas conservadoras, para las cuales lo único que vale en política (y hablamos de política revolucionaria, no del régimen) son las elecciones y los frentes electorales.

Nuestra apuesta a la construcción de Frentes Únicos como el del Parque Lezama está puesto en función de los vastos elementos de crisis que hay, aún no encadenados, y para llevar adelante una política activa de rechazo al FMI y sus revisiones trimestrales, además de mellar al gobierno que ha entregado a las y los trabajadores de pies y manos. Pero no claudicaremos ante la presión institucional de medir las posiciones y las posibilidades políticas bajo la adaptada mirada electoralista y porotera.

Las oportunidades para la izquierda roja recién empiezan a verse, y opinamos que la crisis en desarrollo de un sector ideologizado K (que aún no ha generado rupturas pero que sería neciodescartar a futuro) es una oportunidad no sólo electoral, sino incluso eventualmente más orgánica (que deberá verificarse en la realidad),para que la izquierda trasvase su limitado campo de movilización y se convierta en verdadera alternativa de poder.

Por nuestra parte, la Corriente Sindical 18 de Diciembre se encamina a realizar un gran Plenario nacional el próximo 23 de abril y de cara al 1ro de Mayo, para dar lugar a las luchas que han surgido en el último período y delinear ejes para la etapa de ajuste, pelea salarial y lucha antiburocrática que están por delante.

Junto con esto invitamos a todas y todos a sumarse a la columna del Nuevo MAS este 24 de Marzo, a 46 años del último golpe militar, donde junto a Manuela Castañeira levantaremos las banderas contra el acuerdo con el FMI y el pago de la deuda fraudulenta, contra el ajuste y la represión, y en rechazo a las guerras imperialistas. Sumate a la columna del partido más dinámico de la izquierda y que pelea por una salida anticapitalista y socialista.

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