De acuerdo a un estudio realizado por el Centro Común de Investigación de la Unión Europea, en 2024 las selvas del Amazonas sufrieron la temporada de incendios más devastadora en los últimos veinte años.
En total, se estima que 3,3 millones de hectáreas de esta selva fueron devorados por el fuego, el cual se originó por la combinación de varios factores como la fuerte sequía y el estrés hídrico (asociados al calentamiento globla), la fragmentación del bosque y la mala gestión de los suelos (como los incendios provocados).
Por este motivo, la degradación impulsada por el fuego fue la principal fuente de emisión de dióxido de carbono el año pasado, superando a la derivada por la deforestación. Los incendios del Amazonas liberaron 791 millones de toneladas de dióxido de carbono en la atmósfera, según reportó el sitio Climate and Capitalism.
Esto representa un peligroso cambio en el patrón de degradación de la selva tropical, a pesar de que se reporte una disminución en la tendencia de la deforestación. Además, la degradación provocada por el fuego erosiona la integridad de los bosques sin que eso implique que los destruya superficialmente. Por este motivo, desde arriba el bosque puede lucir tupido, aunque haya perdido gran parte de su biomasa forestal y función ecológica.
En Bolivia, el fuego impactó más de un 9% del bosque primario que resta en el país. En el caso de Brasil, se registraron los mayores incendios forestales, al extremo de que el humo generado por los incendios forestales envolvió al 60% del país, tiñendo de naranja los cielos de las ciudades del interior de Goiás y, en el caso de São Paulo, durante varios días consecutivos fue la metrópoli con peor calidad del aire del mundo (ver Brasil en llamas: crónica de un ecocidio anunciado).
Los incendios en el Amazonas son un ecocidio y ejemplifican el recrudecimiento de los ataques contra la naturaleza en el capitalismo del siglo XXI. Algo sumamente preocupante, tratándose de una selva que es considerada como un pulmón del planeta.




