Todo cruje antes de octubre

Milei apostó todas sus cartas en una sola jugada: llegar a octubre. La hoja de ruta era sencilla. Con la ayuda del FMI, postergar todos los problemas para después de las elecciones y volver entonces con el shock y la ruina para millones de personas.

En el gobierno de Milei todo cruje antes de lo que quieren creer. A nivel social, económico y político, la acumulación de los problemas sale a la superficie todo el tiempo pese a haber sido barridos bajo la alfombra de 20 mil millones de dólares del FMI.

En marzo, quisieron vender el acuerdo con el Fondo como una «nueva fase» del «plan económico». Lo cierto es que se estaban quedando rápidamente sin dólares y tuvieron que salir corriendo detrás de un nuevo acuerdo. La presión sobre el dólar amenazaba con partir los pilares de la política económica mileísta: una cotización del dólar «estable» y una inflación desacelerada. Sin esos pilares, todo se venía abajo: económica, social y políticamente.

Las cosas son simples: si no entran dólares, la cotización del peso no se sostiene, la comparación de los precios nacionales con los internacionales tampoco, y la inflación se desata. Y los dólares entran solamente de la mano amiga del FMI. El esquema es muy frágil y no se puede sostener en el tiempo. Milei y Caputo lo saben, aunque le mientan a su público. El préstamo del FMI servía fundamentalmente para hacer política económica electoral hasta octubre. La apuesta es ganar las elecciones de medio término y, con ese triunfo en mano, tener el «volumen» político para desatar la catástrofe después.

Cruje la situación económica

El «plan» económico de Milei y Caputo era alquimia: pseudo ciencia. Todo el diagnóstico de la crisis argentina era que el Estado gastaba más que lo que tenía.

Los hechos son que Argentina tiene una estructura económica a la vez «demasiado» industrializada y demasiado poco industrializada para los cánones internacionales. Es poco competitiva pero a la vez no está completamente primarizada. Así, el país no produce los suficientes dólares para sostenerse, necesita cada vez más peso por cada dólar, el peso se devalúa y eso repercute en los precios. Ese es el origen de la persistente inflación argentina. Nada va a cambiar si no hay una transformación profunda de su infraestructura productiva. Las soluciones liberales puramente «contables» son un intento de solucionar ese problema con una calculadora, y listo.

Hay dos crujidos que amenazan ser terremotos en el panorama económico, y ambos ya están haciendo ruido. La primera, la «plancha» artificial del tipo de cambio. Con el acuerdo con el Fondo, esta «plancha» se da a través de la «banda» oficial: el gobierno no interviene en la cotización del dólar cuando está entre los 1100 y los 1400 pesos.

La solución del gobierno parecía muy sencilla: con la reforma del Estado, con el ajuste en todos los rubros, se gasta menos dinero y el Estado cuenta con el dinero necesario para que vender «libremente» dólares para los giros al exterior, las importaciones, etc. Pero para que haya dólares, hay que producir y vender en dólares. Hay que exportar. El ajuste en el Estado es simplemente «ahorrarse» una parte de lo ya «producido» por la economía argentina como un todo. Y eso simplemente no está pasando: el déficit de cuenta corriente de la primera mitad del 2025 fue de 5.191 millones de dólares. Ese es el balance total de la entrada y salida de dólares de la primera mitad del 2025 bajo Milei. Un cuarto del total del acuerdo con el FMI se fue fronteras afuera. Y ahora se viene una situación peor, porque el grueso de la salida de la cosecha de este año se exportó ya en la primera mitad del año.

El tipo de cambio y la inflación están contenidos solamente mientras los grandes capitalistas de las finanzas piensan que el gobierno tiene la suficiente cantidad de dólares para venderles. Y eso está más y más en duda. No es nada casual que JP Morgan haya anunciado esta semana su salida de la alquímica bicicleta financiera del carry trade.

Hay un problema de fondo que los capitalistas argentinos le exigen a Milei que solucione: quieren reforma laboral, quieren «competitividad» cambiaria, no solamente ajuste del Estado. El dólar artificialmente «planchado» con la ayuda del FMI hizo ridículamente cara a la Argentina. Los salarios son demasiado «altos» (pese a poder comprar muy poco) y los costos demasiado onerosos para una economía que puede producir muy pocos dólares. Milei terminó así con una de las pocas bases de posible «competitividad» argentina: se compra barato adentro y se vende caro afuera. Por eso es creciente el conflicto con los patrones del campo, que exigen que les bajen las retenciones. Milei aumentó sus costos en salarios e insumos e hizo que sus ingresos en dólares puedan comprar menos que antes.

Milei y Caputo no pueden sostener su esquema en el mediano plazo. Y las cosas ya comienzan a hacer ruido anticipadamente, crujiendo en el corto plazo. El salto de cuarenta pesos del dólar esta semana lo pone en evidencia. Los empresarios ya comienzan a cubrirse frente a una devaluación, a la que ven bastante cerca. También pueden llegar a hacerlo con los precios y darle un impulso a la inflación antes de tener que afrontar con pobres pesos una posible devaluación en noviembre.

Los capitalistas argentinos quieren varias contrarreformas estructurales, de efecto a largo plazo: reforma fiscal, laboral, jubilatoria y la liberación completa del cepo. Ninguno cree que Milei vaya a tener el poder político para imponerlas todas por su cuenta. Por eso los crujidos económicos son también causa y consecuencia de los crujidos políticos.

Cruje la situación política

El gobierno necesita a toda costa pasar de ser una mayoría política relativa a una absoluta. Por más que intenten ocultarlo, saben muy bien que ganaron en octubre del 2023 más por el rechazo a Massa que por mérito propio. Son, a lo sumo, una primera minoría. Su apuesta es a todo o nada en las elecciones de octubre. Sin el «volumen» político de ser la mayoría, no pueden tomar las brutales medidas antipopulares que preparan para noviembre y después. Pero las cosas no les resultan para nada fáciles.

No solamente el panorama electoral de octubre está muy poco claro. Las elecciones provinciales y en CABA de los últimos meses no han sido el mejor de los auspicios. La verborragia no puede tapar los hechos. No han logrado convertirse en mayoría absoluta en ningún lado. Su mejor resultado ha sido el de ser primera minoría en elecciones de participación históricamente bajas. Las grandes transformaciones políticas suelen redundar en mayor participación política popular, electoral o no electoral. Milei está muy lejos de poder jactarse (realistamente) de ser nada de eso.

Voceros clásicos de la burguesía argentina, como el diario La Nación, le ruegan al gobierno casi a los gritos que llegue a algún tipo de acuerdo político con otras fuerzas políticas. Con el macrismo, sobre todo.

La madre de todas las batallas será la Provincia de Buenos Aires. Allí, ya está muy avanzada la pintura violeta sobre el amarillo, la mileización del macrismo. Pero muchos de sus intendentes, pese a su voluntad, no están llegando a un acuerdo. La Libertad Avanza les ofrece nada o casi nada en las listas, a las que llenarían con su tropa de arribistas y advenedizos.

Tampoco están muy contentos los gobernadores que se arrastraron electoralmente ante el gobierno nacional. Es sabido que en Corrientes y Chaco los gobiernos radicales provinciales llegaron a acuerdos electorales con el mileísmo. Pero en vez de «devolver favores» a quienes se inclinan ante ellos, les escupen en el ojo. En provincias donde los «libertarios» son indiscutiblemente minoritarios, pretenden imponer a su hegemonía a quienes dominan todos los planos de la vida política. Sin mencionar el detalle de los fondos no girados de coparticipación.

Mientras tanto, crece la interna entre los dos principales laderos de Milei. De un lado, el jefe de los trolls, Santiago Caputo. Del otro, Karina Milei y «Lule» Menem. No nos detendremos que lo que es una discusión no muy intelectual, ni programática.

Mientras tanto, está la incógnita del peronismo. Venían muy golpeados del fracaso del Frente de Todos y todavía están muy lejos de haber podido recuperarse. Tienen en sus manos, sí, el principal distrito del país, la Provincia de Buenos Aires. Además, el repudio al fallo proscriptivo contra CFK logró aglutinarlo. Lo que no tienen es un programa alternativo. Desde que asumió este gobierno vienen jugando a calmar las aguas en la calle para que todo se resuelva en las elecciones. Mientras tanto, dejan pasar casi todo lo que hace el gobierno. Y así nos va.

Su principal punto de apoyo para hacer política viene siendo algo ajeno a ellos. Lo que emerge de la calle. Fue uno de los principales hechos políticos de la semana que la oposición lograra hacer sesionar en el Congreso con una agenda enfrentada al oficialismo: las jubilaciones, la crisis de la salud, el presupuesto universitario. Ni más ni menos que la agenda política puesta sobre la mesa por la calle.

Y, sin embargo, la política del peronismo no deja de ser en ningún momento que nada se puede hacer antes de las elecciones. La movilización, para ellos, es un anexo que nada puede conseguir por su cuenta, contra toda evidencia. Marchan (a veces) para calmar sostener el control y calmar todo a tiempo. Y después llevan el reclamo al Congreso para que se choque con los vetos de Milei. En la calle hacen parlamentarismo y en el parlamento pseudo política de lucha y reclamo.

Cruje la situación social

Una de las grandes noticias de los últimos días fue la catástrofe en Mar del Plata. En medio de los días más fríos del año, la ciudad se quedó sin gas. La absurda y cortoplacista política de tener dinero en mano abandonando la obra pública, y por lo tanto la infraestructura económica del país, ya comienza a mostrar sus quiebres.

La situación social es explosiva. Todo el que no viva en una burbuja lo sabe. Los números dibujados de baja de la pobreza y las mentiras sobre la recuperación de los ingresos no le cambian la vida cotidiana a nadie. Lo cierto es que el esquema económico mileísta ha profundizado la fragmentación del consumo: las ventas de los artículos de primera necesidad caen, suben los de los bienes «durables» como los de electrodomésticos y automóviles. Las amplias mayorías populares consumen menos mientras las clases medias altas y sectores de mayores ingresos pueden consumir más gracias a los precios planchados en dólares.

Ninguna iniciativa desde arriba ha logrado cambiar nada en la situación política argentina desde octubre del 2023. Todos los momentos de crisis del gobierno han venido de los reclamos en las calles. El ejemplo perfecto es, de nuevo, la sesión del Congreso del jueves. La agenda de oposición al ajuste y el empobrecimiento de los trabajadores y las amplias mayorías populares ha sido puesta en escena una y otra vez por la movilización.

El sector más dinámico en lucha en los últimos meses han sido los médicos residentes. Una nueva generación de trabajadores de la salud es ahora bandera del reclamo en contra de la destrucción de la salud pública.

Otro punto de quiebre fue en marzo, cuando la movilización masiva acompañada por las hinchadas puso frente al Congreso el reclamo por los jubilados. La respuesta de pura represión del gobierno dejó a jubilados y personas solidarias heridas, y a Pablo Grillo luchando por su vida.

Las brasas de la lucha de la juventud y las tomas de facultades del año pasado todavía le queman a Milei. Es una de las cosas a las que más temen que la Universidad vuelva a ser centro de organización y reclamo contra su gobierno.

Es evidente que la calle es un opositor mucho más efectivo que el peronismo. Pero es necesaria una alternativa política propia, de quienes nos jugamos a que los reclamos de las calles no se hundan en el pantano de la conciliación peronista y las roscas en el Congreso. En función de esta necesidad es que, además de ser parte de todas las movilizaciones y la organización por abajo necesaria para frenar a Milei, desde el Nuevo MAS hicimos un llamado a la izquierda para darle impulso de una respuesta unitaria a las próximas elecciones.

Nada está dicho, hay demasiadas crisis acumuladas ya en julio como para que se pueda decir que las cosas hacia octubre ya estén resueltas.

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