Trump contra Harvard: una cruzada oscurantista del siglo XXI

Trump está librando una cruzada abierta contra Harvard y las universidades estadounidenses. No se trata de una mera discusión presupuestaria como las que jalonan a cualquier gestión neoliberal. La batería de medidas descargada sobre las universidades buscan degradar los elementos más modernos de la sociedad estadounidense. Una verdadera cruzada contra la ciencia, la cultura y la razón.

Trump está librando una cruzada abierta contra Harvard y las universidades estadounidenses. No se trata de una mera discusión presupuestaria como las que jalonan a cualquier gestión neoliberal. La batería de medidas descargada sobre las universidades (que Harvard resiste de momento pero otros centros de estudio optaron por acatar genuflexamente) buscan degradar los elementos más modernos de la sociedad estadounidense. Una verdadera cruzada contra la ciencia, la cultura y la razón.

La cruzada WASP vs «WOKE»

Desde el inicio de la segunda administración de Trump, se desató un reguero de despidos en las universidades. Los cálculos oscilan entre 3.500 y 8.000 científicos y docentes universitarios despedidos a nivel federal. Esto en sólo 7 grandes universidades: Columbia, MIT, Stanford, John Hopkins, Princeton, UW y Brown, que también sufrieron congelamiento de salarios y recortes de personal en general.

Además de retener congelados unos 9.000 millones de dólares en financiamiento estatal, Trump le exige a Harvard una serie de medidas de persecución ideológica dentro del campus. Entre ellos, liquidar el cupo extranjero entre los estudiantes de Harvard. El traslado del discurso anti migrante del trumpismo al ámbito académico, busca liquidar el inocultable multiculturalismo de la sociedad estadounidense contemporánea dentro de las universidades y la producción científica.

Trump pretende moldear el cuerpo de la economía y de la sociedad a su imagen y semejanza. Y para eso se nutre de las tradiciones racistas y reaccionarias más arcaicas de los Estados Unidos, azuzando la reacción de la América WASP contra los movimientos más progresivos que surcan la vida social.

Esta medida fue frenada momentáneamente por una cautelar presentada por Harvard en la Justicia federal. De concretarse configuraría un recorte brutal a la estructura estudiantil de la Universidad. Harvard tiene anualmente unos 6.800 estudiantes internacionales, más de una cuarta parte de la plantilla total. El programa de admisiones internacionales es uno de los pilares identitarios de Harvard, dándole un carácter moderno y cosmopolita a la vida de la universidad. Y es fundamental no sólo en términos académicos sino económicos, reportándole millones de dólares anuales a la institución.

En el mismo sentido apunta el intento de ilegalizar a las organizaciones estudiantiles pro palestinas que denuncian el genocidio sionista en Gaza. Como a todo buen imperialista, a Trump no le gusta escuchar voces de disenso en casa mientras su política internacional se abre paso a fuerza de bombardeos.

Otro recorte estructural es la guerra contra los DEI (programas de Diversidad, Equidad e Inclusión) que se expandieron durante la última década en muchas universidades estadounidenses. Los DEI son distintos programas que facilitan parcialmente el acceso a la educación superior para determinados sectores: mujeres, diversidad sexual, minorías raciales. El llamado boom de los DEI durante la última década pone rabiosos a los trumpistas y toda clase de derechistas rancios. Sucede que el relativo aumento de estos programas es un subproducto directo de los masivos procesos de resistencia al primer trumpismo. No casualmente, el aumento de los DEI coincidió con el inmenso movimiento feminista abierto con la Women’s March y el proceso Black Lives Matter que culminó con la rebelión antirracista de 2020, que le costó la reelección a Trump.

Trump invierte las relaciones. Dice que las DEI y otras conquistas estudiantiles son la causa de todos los males, que la defensa de la diversidad es discriminación hacia la norma y que el rechazo al genocidio es antisemitismo. El procedimiento ya es clásico en el discurso irracionalista de la ultraderecha. Lo cierto es que los DEI que demoniza la nueva derecha son el subproducto del desastre derechista de la primera gestión Trump.

También resulta palmaria la aún absoluta minoría de las tendencias ideológicas de la nueva derecha en el ámbito académico. Los relevamientos del último tiempo muestran que más del 90% de los docentes universitarios son votantes demócratas (la relación con los republicanos es de 12 a 1).

Trump le teme a la juventud 

Durante la última década (y especialmente desde el inicio del genocidio sionista) quedó demostrado que la juventud estudiantil conserva enormes reservas democráticas. Y el salto a la barbarie en este nuevo período internacional amenazan con despertar las tradiciones internacionalistas que se remontan a los años ’60 y la lucha contra la guerra en Vietnam.

Por eso es que Trump está empeñado en reventar los campus de todo el país. No se trata de una cruzada contra las gestiones universitarias (los rectores que cruzan cartas públicas contra el presidente), como lo demuestran los últimos movimientos de las élites académicas.

«[…] ante la presión de la administración Trump, Harvard y otras universidades han dado marcha atrás en sus iniciativas de DEI. Harvard cambió recientemente el nombre de su oficina de diversidad a ‘oficina para la comunidad y la vida universitaria’ […].

En enero, tras un acuerdo legal con un grupo de estudiantes que acusaron a la universidad de tolerar el antisemitismo, Harvard adoptó la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA), a pesar de la oposición de quienes, incluido el autor de la definición, argumentan que se usa con demasiada facilidad contra quienes critican a Israel. En marzo, la universidad despidió a los líderes del Centro de Estudios de Oriente Medio de la universidad y suspendió la Iniciativa ‘Religión, Conflicto y Paz’ de la Escuela de Divinidad de Harvard. Los críticos habían acusado a ambos de promover visiones parciales del conflicto árabe-israelí.

Otras universidades han adoptado medidas similares. El año pasado, el Muhlenberg College, en Pensilvania, despidió a Maura Finkelstein, antropóloga conocida por sus opiniones abiertamente antisionistas, alegando que su perspectiva discriminaba a los estudiantes judíos e israelíes. Las universidades, en general, han tomado medidas restrictivas para prevenir el resurgimiento de las protestas pro-palestinas generalizadas» (The Guardianjunio de 2025).

El ataque de Trump se dirige contra los miles de estudiantes que se organizaron por Palestina, por los derechos civiles de la población negra, por los derechos de las mujeres y la comunidad LGBT. Y también contra la nueva generación que cuestiona la ultra precarización laboral del siglo XXI.

Fuga de cerebros en la América trumpista

La avanzada oscurantista de las nuevas ultraderechas no es la primera en la historia capitalista . El asalto a la razón del fascismo durante el siglo XX generó una masiva fuga de cerebros desde Europa hacia América, especialmente hacia Estados Unidos. La academia estadounidense se nutrió de grandes profesionales en distintas ramas.

Ahora muchos analistas alertan que podría ser la academia estadounidense la que sufra una sangría de científicos. «Al menos, 75% de los científicos o investigadores de las grandes universidades norteamericanos ‘siente la tentación de trabajar en Europa’, según una encuesta de la revista Nature. En razón del clima político que reina en algunas universidades, el gran historiador Timothy Snyder, y los investigadores Marci Shore (especialista de Europa del Este) y Jason Stanley (experto del fascismo) renunciaron a Yale para enseñar en Toronto (Canadá). Las universidades europeas también reciben una fuerte demanda, gracias a la atracción que ejerce el programa Choose Europe, lanzado por la Unión Europea (UE)«.

El proceso está motorizado por la persecución ideológica, pero también por el intento de reducir estructuralmente el presupuesto para investigación científica en la primera potencia mundial. Un recorte de estas magnitudes podría impactar en el desarrollo tecnológico estadounidense, un ítem no menor en la competencia con China. Es sabido que Silicon Valley, la insignia de las tecnológicas yanquis, nació bajo el ala del Estado federal que puso miles de millones de dólares en inversiones fundacionales.

China hizo lo propio para poder competir en la arena mundial. Las inversiones del Estado chino en Investigación y Desarrollo multiplicaron proporcionalmente por 6 en las últimas dos décadas, pasando de representar el 4% de las inversiones en I&D mundiales durante el año 2000 hasta el 26% en la actualidad.

En 2022, los fondos federales para Investigación y Desarrollo científico tuvieron un afluente de 673.000 millones de dólares privados, pero también unos 164.000 millones provenientes de las arcas públicas. Una reducción de los fondos públicos del 25% (como la que pretende el trumpismo) podría imponer una retracción del 3,8% del PBI estadounidense. Es una masa de valor similar a la que perdió el PBI yanqui con la crisis financiera del 2008.

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