La puesta en venta de Warner Brothers no ha sorprendido a nadie, es un evento que ocurre cada 10 años aproximadamente y con compradores cada vez más extraños. En los últimos 15 años, por ejemplo, fue propiedad de AT&T, una compañía telefónica, y Discovery, la de los documentales de animales y realitys que pudren el cerebro.
Lo extraño en este caso es que el comprador no es otro estudio de los grandes (Disney,Sony Pictures, Universal, Paramount), sino Netflix, el cual no necesita presentación (probablemente estén siguiendo alguna de sus series actuales). Esto cambia el paradigma en lo que es la producción y distribución de series y películas en Hollywood.
Hasta el día de ayer, ningún estudio grande era propiedad de una empresa de streaming (El caso de Amazon y MGM, si bien similar, no es igual a nivel relevancia o valores). La venta más controversial había sido Fox a Disney en 2018 y había dado una muestra de lo que se venía a futuro, empresas grandes siendo fusionadas o vendidas entre sí, señal clara del estado en que se encuentra el cine capitalista actualmente, un espacio en donde el objetivo no es crear arte o empleos, sino recursos (assets como dirían allá), para venderse al mejor postor cuando sentís la época de vacas flacas acercarse. Este evento tiene un análisis del cual se desprenden en un principio tres grandes problemáticas a nivel cultural, humano y económico
Cultural: Netflix crea contenido
Ted Sarandos (Co-CEO de Netflix), supo decir en un momento que la experiencia cinematográfica está desactualizada: “Netflix es una empresa enfocada en el consumidor, en ofrecer al consumidor lo que quiere”. La diferencia es clara en su catálogo original, el contenido es inocuo, materia para ser digerida sin problemas o pensamientos profundos. Su único objetivo es existir para llenar un «espacio».
Por eso, sus series lanzan los capítulos al mismo tiempo, no hay búsqueda de intencionalidad artística o de generar algún tipo de relación entre obra y espectador. Dado esto, no sorprende lo básico de sus películas y series en lo que respecta a tramas, diseños de imagen y sonido o de duración. La uniformidad artística es exaltada y hasta favorecida en su algoritmo. No sorprende que con el pasar de los años empezaran a hacer más simples sus productos para apelar a esa búsqueda superficial de la experiencia cinematográfica.
¿Por qué es esto relevante? Netflix es la plataforma de streaming número uno a nivel global, HBO Max (Warner) es la tercera. Una fusión es eventual y llevaría a que la producción de Warner, que es creada con otros tiempos e intenciones (sus películas tienen siempre tiempos de proyección en cines largos y sus series son lanzadas de a un capítulo por semana) pasen a volverse parte de ese «contenido» que Sarandos pregona. Esto también podría llevar a una fuga de talentos. Dudo que Coogler y Creeger, que este año estrenaron con éxito en cines Sinners y Weapons, respectivamente, quieran quedarse en Netflix, donde lo que hagas nunca va a verse en cines y será irrelevante a la semana de estrenarse (Frankenstein de Del Toro es el ejemplo más reciente en una lista lamentablemente larga).
Su objetivo es crear, crear y crear sin fin para saciar su algoritmo. El otro gran problema es que Netflix quiere apelar a todos, indistinto del lugar en el mundo de donde estés viendo, esto es peligroso porque lleva a la autocensura para evitar la controversia, la prohibición o la “cancelación” cultural. Si bien es cierto que Warner tampoco es un ejemplo de libertad de expresión, dudo que bajo el control de Netflix una alegoría tan crítica a Israel como la de Superman (James Gunn dice que no es sobre eso, pero ambos sabemos que es demasiado obvio como para no serlo) llegue a ser grabada, siquiera incluida en el corte final.
Hablando por lo que es la experiencia de ir al cine, tampoco hay que tener mucha fe en que esta se mantenga como venía hasta ahora. Sarandos ve al cine como algo “anticuado”, razón por la cual las películas originales de Netflix, incluyendo las realizadas por los grandes autores contemporáneos, no suelen estar en salas más de una semana y en muy pocos cines (cabe aclarar que esto lo hacen no por la bondad de sus corazones, sino para cumplir con los requisitos mínimos para que puedan ser nominadas al Oscar).
Claro ejemplo fue el estreno que hicieron de “The Irishman” (Scorsese; 2019) en Argentina, dónde solo pudieron verla en la pantalla grande los que fueron al festival de cine de Mar del Plata de ese año y después en muy pocas pantallas de cines independientes a lo largo del país (tan pocos que se pueden contar con los dedos de una mano). Si un autor de la talla de Scorsese no puede conseguir que su film se estrene de forma masiva ¿Qué queda para el resto? si bien hay cineastas que han abrazado esos cambios (Fincher y Soderbergh), otros pelean contra esta “banalización del cine”. Uno de ellos es Christopher Nolan (una figura conservadora a nivel artístico dentro del medio y actual presidente del sindicato de directores de Estados Unidos), quien se fue de Warner por haber estrenado Tenet (2020) al mismo tiempo en cine y en streaming a través de HBO Max, llevando Oppenheimer a ser distribuida por Paramount una vez acordaron una ventana de 3 meses en el cine.
Durante los 130 años que ha existido el cine, las salas han sido el lugar común para el encuentro de la clase trabajadora, es un arte en función de las masas parafraseando a Benjamin. No es la ópera o los conciertos de música clásica reservados para las élites en sus altos precios y su lenguaje. Es un idioma creado por los cineastas primigenios, trabajadores que encontraron su llamado en este nuevo invento y dieron al mundo algo que traspasó las barreras de la tierra, la religión, crearon un espacio donde una vez apagada las luces nos sumergimos en un mundo ajeno al que conocemos, pero similar en algunos aspectos.
Desde los años 50, con la aparición de los televisores, se ha dado fecha de defunción a las salas de cine, sin embargo siguen aquí casi 70 años después. Sin embargo, las cosas han cambiado, llevamos televisores en miniatura en nuestros bolsillos, podemos comunicarnos de un extremo al otro del planeta en cuestión de segundos, las barreras del idiomas casi que han desaparecido virtualmente y ahora poseemos todo al alcance de nuestras manos con solo desearlo. Eso ha beneficiado al capital y a la burguesía, implantando el deseo del “ahora y acá” en nosotros, haciéndonos desear el ver sus productos sea como sea, irrelevante se ha vuelto la intención del artista, pasa a segundo plano.
También, han vuelto caro el hábito de ir al cine (especialmente en un país como Argentina), han creado mil plataformas distintas con sus obras exclusivas (el tan infame “contenido”). Además, en esta época de redes sociales los tiempos de atención han disminuido, el brainrot ha tomado una relevancia que ha vuelto la idea de sentarse a ver una película durante dos horas ininterrumpidas un suplicio para algunas personas. Ese es el destino de las obras cinematográficas en el Siglo XXI bajo estas nuevas reglas: Algo que puedas poner en tu pantalla secundaria mientras te hacen trabajar durante 12 horas para llenarse sus bolsillos
Humano: empleos
Después de una compra de este calibre es común que varios trabajos sean considerados redundantes y, por ende, es posible que una vez iniciado el 2027, muchos empleados de la actual Warner sean despedidos una vez la compra esté finalizada. Cuando me refiero a empleados no hablo solo de ejecutivos, me refiero a catering, actores, guionistas, directores, asistentes de producción o dirección, gaffers, etc.
Esto es grave, considerando que Hollywood recién este año empezó a recuperarse de lo que fue la huelga de guionistas y actores de 2023, que condujo a cancelaciones de muchos proyectos y puso en jaque a los colosos del séptimo arte. Los menos afectados van a ser guionistas, actores y directores más allá del cambio de régimen, lo que pone en cuestión uno de los problemas más grandes en la industria: el poco valor real que tienen sus obreros para estos estudios ha vuelto sus trabajos un número en sus cuadernos contables. Hay que dejar en claro que estas ventas sólo llevan a más desempleo en la industria y más trabajadores en situaciones precarias. Mientras eso ocurre, las cámaras siguen rodando.
Económico: monopolios, consolidaciones y cierres
No debería aclarar que esta venta va poner a Netflix en una posición monopólica a nivel plataformas de streaming (solo sería igualada por Disney en un segundo lugar) sino que también pone en peligro a un alto porcentaje de cines que dependen de estrenos para su cartelera. Si Netflix no cambia su filosofía sobre los estrenos en salas hay una gran posibilidad que otra de las grandes empresas comience a acaparar ese lugar.
La obvia sería Disney dado su alcance casi infinito en su maquinaría cinematográfica (lanzaron 10 películas a lo largo del 2025 en cines, Warner estrenó 15). Menos competencia implica situaciones más predatorias en los estrenos, ventanas de proyección, salas que pasan una sola película. Todo esto es posible por el gobierno actual de Estados Unidos. Un gobierno de extrema derecha en el cual si sos “amigo” y haces lo que digo vas a salir beneficiado siempre.
Dudo que el FTC (Federal Trade Commission) haga algo considerando que recientemente aprobaron la fusión entre Paramount Global y Skydance Media y la venta de Activision Blizzard, inc. a Microsoft en 2021, durante el gobierno de Biden. Fuera de esta situación, la consolidación de una empresa en el mercado lleva a que se tomen menos riesgos, sea en la producción o distribución de películas independientes o de menor presupuesto (Hay que recuperar el dinero invertido en comprar una empresa). Lo que lleva a menos producciones, ergo menos gente trabajando en la industria.
Lo que depara el futuro cercano
La compra de Warner se concretará a finales del próximo año. De cara a eso uno puede pensar que Netflix buscará crear un ambiente más hermético con respecto a lo que produzca o no. Lo cual pondría en jaque también a las productoras nacionales trabajando con Warner y Netflix ahora. Cuando hay que ahorrar dinero, primero cortas lo que entra de afuera. De momento habrá que seguir las noticias y militar por más cine independiente y libertad artística para los cineastas, no a los monopolios que recortan trabajos y dejan a los trabajadores en la calle. La lucha empieza en Hollywood, pero sigue en Argentina y en el resto del mundo.




