Algunos apuntes

Sobre Beatriz Sarlo: las lecturas de un Jano

El pasado 17 de diciembre falleció, a los 82 años, Beatriz Sarlo. Ensayista, docente universitaria, militante de izquierda en los sesenta- setenta y autora de más de una decena de libros.

Muchos medios pusieron el eje valorativo en su trayectoria política intelectual y sus distintos posicionamientos. Nuestra mirada, por el contrario, rescatará sus aportes al análisis del surgimiento de la literatura argentina y la crítica cultural en general

Desde Infobae y La Nación (Sarlo había escrito últimamente en este diario artículos de política y coyuntura nacionales), hasta Página 12 y medios gráficos internacionales, pusieron eje en su “cara” de sesuda y profunda analista política. Los primeros para saludar su “reconversión a la democracia liberal” y desde el periódico de Víctor Santa María, para afirmar que su “principal objetivo consistió en tratar de entender qué fue el peronismo”. Cosa que finalmente no logró según éste, porque como suelen alardear los peronistas “el movimiento es incognoscible”.

Sarlo había nacido en Buenos Aires en marzo de 1942 y siendo adolescente se vio atraída por el peronismo primero y por las ideas de izquierda que irradiaron las revoluciones china y cubana, después[1]. Acorde a un “clima de época” adherirá al PCR argentino, pro maoísta. La política de apoyo de esta organización al gobierno de Isabel Perón en 1975, provoca una fuerte discusión entre Carlos Altamirano, Ricardo Piglia y ella, en donde el segundo los convence de adherir a VC (Vanguardia Comunista) que era una escisión del PSAV a mediados de los sesenta.[2] Será esta organización quien brinde un sostén material para el surgimiento de la revista Punto de Vista, creada, entre otros, por los antes mencionados y que tendrá veinte años de existencia: 1978-2008

Sarlo militó activamente en la denuncia de la dictadura y sus desaparecidos, con políticas activas en Francia y otros lugares de Europa. Será en este país donde en 1979 conocerá a Juan José Saer. Se posicionó en contra de la guerra de Malvinas de 1982 y la vuelta de la democracia liberal burguesa la encuentra defendiendo abiertamente las políticas de la socialdemocracia a nivel mundial.  En julio de 1984, formó parte de la fundación del Club de la Cultura Socialista junto con otros intelectuales, algunos de ellos que volvían del exilio. Fue un espacio que apoyó en su inicio al alfonsinismo y junto al Grupo Esmeralda, redactaron el discurso de Parque Norte, intento de “dar salida a la crisis argentina” que el presidente radical hizo suyo. Ya en este siglo, sus críticas al kirchnerismo estuvieron más vinculadas a un republicanismo decimonónico que a una “cultura de izquierda”, como ella decía representar, constituyéndose de esa manera en colaboradora asidua de los medios hegemónicos a modo de asesora por izquierda del macrismo emergente. Una postura política decididamente reaccionaria.

Naturalmente no será esa “cara” de Sarlo la que nos parece quedará como valorable para su lectura y reflexión. Sí aquella de su producción cultural, literaria y docente. Que, naturalmente, también siempre conformó una actitud política. Fue parte de un colectivo, de un sector intelectual (afirmando y negando la categoría de “campo intelectual” de Pierre Bourdie) que se propone desde su ámbito entender y por qué no, “modificar el panorama intelectual argentino”. ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo? se preguntaba un protagonista de la obra mayor de Piglia, hacia comienzos de 1980.

En Ensayos argentinos, trabajos editados bajo la dictadura por el CEAL, con la autoría de Sarlo y Carlos Altamirano y finalmente reunidos en libro hacia 1983, Sarlo observa cómo en la generación del 37, “paradoja romántica” dirá, el sector letrado tiene que expresar y a la vez fundar la civilización argentina. Deformada y ahistóricamente ellos tienen en ese pasado una referencia guía de posicionamiento y actuación intelectuales. En ese texto encontramos también un artículo casi fundacional: uno de los primeros análisis de la vanguardia estética en este país (¿fue tal o no?) en su capítulo “Vanguardia y criollismo. La aventura de Martín fierro” (se refiere a la revista creada entre otros por Ricardo Guiraldes y Borges en 1924 N de GP) a la que califica de “moderada”, lidiando entre el modernismo en boga y un conservadurismo ancestral, entre la inevitable influencia europea y la reivindicación de cierto color local. También hallaremos allí un capítulo, mucho menos extenso, sobre la perspectiva americana en la revista Sur. Mucho de estas inquietudes estarán en su trabajo posterior Una modernidad periférica 1920-1930 y un desarrollo más pormenorizado de autores canónicos de la literatura argentina en Clases de literatura argentina, que dictó en Filo entre 1983 y 1984 (algunos asistentes que conocemos de las mismas, hablaron de la amenidad y sentido del humor que éstas tuvieron), llegando hasta Walsh, Saer y el propio Piglia. Contemporáneo a dichas obras es El imperio de los sentimientos: Narraciones de circulación periódica en la Argentina, 1917-1927 que se convertirá en un clásico en los estudios de la cultura popular y su recepción en Buenos Aires, siendo notablemente visible allí, la deuda con el crítico cultural marxista, Raymond Williams.

No es la idea aquí realizar un análisis profundo de su producción escrita, pero es imprescindible señalar el excelente trabajo que constituyó su Borges, un escritor de las orillas, producto de conferencias que dictó en la Universidad de Cambridge, en el cual además de una aguda hermenéutica de algunos de los cuentos clásicos de aquel (sugestiva la simbología totalitaria y kafkiana que “descubre” en La lotería en Babilonia), sino que en verdad es una gran vuelta de tuerca a la tesis borgeana de que la tradición del escritor argentino, como el irlandés y el judío; es poder apropiarse desde las “orillas”, de toda la cultura occidental. En La máquina cultural, trabajo originalísimo, hallamos vasos comunicantes entre la forma de la educación pública argentina a principios de siglo y cómo se materializaba en actitudes, símbolos y hasta creencias de las maestras normales y el cuerpo directivo, un artículo sobre Victoria Ocampo y su rol excluyente (y contradictorio) en el mundo cultural y editorial del país, el rescate de una noche en donde jóvenes estudiantes de cine o directamente autodidactas, filman cortos a lo largo de una noche y su vinculación con la vanguardia política de los setenta. En el 94 lanza su irreverente Escenas de la vida posmoderna un caleidoscopio de las incipientes nuevas tecnologías y del apogeo del mercado de la mano del neoliberalismo en boga, con el ritual de las visitas al shopping y éste como nuevo templo popular.[3]

Ya en el siglo XXI (2016) aparece un libro editado en Chile con el escueto título “Zona Saer”, recordemos que al autor santafesino le había reseñado y reivindicado su novela “Cicatrices” de 1969 cuando ésta era casi ignorada por la crítica, además de formar parte de sus mencionadas clases en Filo. En este trabajo, en cierta manera un “espejo” de aquel que escribiera sobre Borges, realiza una valoración de gran parte de la obra saeriana. No es casual que, en una de sus últimas intervenciones orales, señalara con cierto aire de provocación, que “Borges y Saer son los dos mejores escritores argentinos del pasado siglo”. Su último libro publicado, en verdad una selección de artículos ya editados, pero nunca reunidos en un volumen, fue Las dos torres ¿Puede la cultura contemporánea pensar algo nuevo? Allí repasa temas cómo la relación del arte y el mercado en el nuevo siglo, los vasos comunicantes del periodismo y los medios de (des) información, reflexiones a modos de pequeñas “pastillas”, sobre Benjamín, Marx y Williams, entre otras inquietudes y temáticas, lo que termina constituyendo una atrayente miscelánea.[4] Como señalamos al comienzo de estas apostillas,  es ésa  la “cara” de Sarlo con la cual preferimos quedarnos.


[1] El padre, el juez Saúl Sarlo Sabajanes, que ella misma reconocía que era “un provocador profesional”, la llevaba de noche a arrancar carteles peronistas en la calle. Su familia era antiperonista por vía materna también (eran maestras), pero hubo un tío que integraba Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), en la que militaban Arturo Jauretche y Homero Manzi, que logró adoctrinar a la niña que había cantado en la puerta de su casa la “Marcha de la libertad”, de la autoproclamada “Revolución Libertadora”. Gracias a ese tío que no era “gorila”, rumbeó hacia el peronismo antiimperialista revolucionario. Entonces leía al propio Jauretche, Juan José Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós y Jorge Abelardo Ramos, entre otros. Hubo un viaje que impactó en su imaginario político y la convirtió en una marxista guevarista, como sucedió con muchos jóvenes en los años ’60. Un poco más de una década después del viaje iniciático del Che y Alberto Granado, Sarlo transitó por la selva amazónica peruana, el sur de Ecuador, las minas bolivianas y el norte argentino; experiencia que relató en el libro Viajes: De la Amazonia a Malvinas (2014). Página 12 17/12/24, Friera, Silvina:  Beatriz Sarlo: una intelectual rigurosa y polémica

[2] Cfr: Piglia, R: Introducción general a la crítica de mí mismo. Conversaciones con Horacio Tarcus Siglo XXI, Buenos Aires, 2024.

[3] Tiene otros trabajos que no hemos leído, como Siete ensayos sobre Walter Benjamin, La ciudad vista: mercancía y cultura urbana, La intimidad pública y el ya mencionado Viajes…, siempre dentro de la “cara” que nos interesa validar

[4] Hay una más que interesante “defensa” del ensayo, género un tanto subvalorado en el ámbito académico (que, si bien cuenta con obras valiosas, claro está, produce asimismo múltiples papers en donde el tedio y lo farragoso abundan): “Todos los buenos ensayistas son escritores, en el sentido que Barthes dio a esa palabra. El ensayo escribe (y describe) una búsqueda. Su modelo podría ser la novela de Proust: escribir para encontrar, para mostrar las maquinaciones y dificultades a las que obliga seguir un rastro, los desvíos y desvaríos; no se escribe para contar lo que ya se ha encontrado: Veo en mi pensamiento con claridad las cosas hasta el horizonte. Pero me empeño en describir solo aquellas que están al otro lado del horizonte”.

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