La presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, anunció el 4 de setiembre que su gobierno está considerando la imposición de aranceles a países con los que México no tiene tratados de libre comercio, entre ellos China.
Según explicó en su conferencia matutina, estas medidas se enmarcan en el denominado “Plan México”, una estrategia que busca fortalecer la producción nacional y la sustitución de importaciones. Sheinbaum señaló que el anuncio oficial se dará “en su momento”, aunque recordó que ya en diciembre de 2024 su administración decretó aranceles al sector textil provenientes de naciones sin acuerdos comerciales con el país.
Lo llamativo es que la declaración ocurre apenas un día después de la visita a territorio azteca del secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, con quien la mandataria discutió temas relacionados con la política comercial de la Casa Blanca.
El gobierno de Trump está impulsando una ofensiva arancelaria contra China y otras potencias como instrumento de presión geopolítica y reposicionamiento imperialista. En ese marco, los anuncios de Sheinbaum parecen alinearse con la misma lógica proteccionista de Washington, más que con una política autónoma o de integración regional.
Una medida que apunta directamente a China
México mantiene tratados de libre comercio con prácticamente todos los países del continente americano y de Europa, además de acuerdos bilaterales con varias economías asiáticas. Esto significa que, salvo contadas excepciones, las importaciones provenientes de estos bloques ya están reguladas por los marcos pactados. En consecuencia, cualquier nuevo arancel que se establezca contra naciones sin acuerdos comerciales, tendría como blanco principal a un único socio de peso: China.
Los datos lo confirman. En 2024 el intercambio bilateral entre México y China alcanzó los US$130.000 millones, consolidando a Beijing como el segundo socio comercial del país, solo detrás de Estados Unidos. La presencia china en la economía mexicana se expandió a sectores estratégicos como las telecomunicaciones, la manufactura avanzada, la energía y la infraestructura ferroviaria. Empresas como Huawei y ZTE, abrieron centros de innovación tecnológica, mientras que gigantes de la construcción como China Railway Construction Corporation manifestaron interés en proyectos de envergadura, como el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, valorado en más de US$5.000 millones.
Así, aunque el discurso oficial hable de una política general hacia países sin tratados, en la práctica la medida se traduce en un movimiento para golpear directamente a China, el único actor de relevancia fuera de la red de acuerdos comerciales de México. Esto coloca a la administración de Sheinbaum en un terreno delicado: se alinea con la estrategia de guerra comercial que Washington mantiene contra Beijing.
Sheinbaum en el juego de Trump
Este anuncio en el fondo se inserta en la dinámica de la guerra comercial impulsada por Trump. La medida contra países sin tratados no es novedosa, responde a la presión de Washington, que busca limitar la influencia de China en América Latina y blindar su hegemonía en la región. La visita de Marco Rubio a México justo antes del anuncio es más que una coincidencia: refleja el papel subordinado que se espera del gobierno mexicano en la estrategia estadounidense.
México se somete sistemáticamente a los dictados de la política imperial estadounidense. Bajo el pretexto de “cooperación bilateral” y mantener “buenas relaciones”, el gobierno mexicano aceptó convertirse en gendarme migratorio de Washington, desplegando a la Guardia Nacional para frenar el paso de migrantes centroamericanos y militarizando la frontera sur en función de los intereses estadounidenses.
A ello se suma la aceptación de medidas comerciales unilaterales, las concesiones en materia energética y la subordinación diplomática frente a los chantajes de la Casa Blanca. Los nuevos aranceles anunciados por Sheinbaum no son una excepción, sino la continuidad de esa política de obediencia: México reproduce la estrategia trumpista sin cuestionar la pérdida de soberanía que implica estar atado a los designios de su vecino del norte.
Lejos de marcar un rumbo independiente o apostar por una diversificación real de sus relaciones comerciales, México se ata nuevamente a los dictados del imperialismo estadounidense. Mientras Estados Unidos aplica aranceles selectivos contra productos mexicanos aún bajo el paraguas del T-MEC, la administración de Sheinbaum parece que va a reproducir ese mismo esquema contra su segundo socio comercial. Se trata de un juego peligroso que convierte a México en instrumento de la confrontación geopolítica de Washington contra Beijing.
La presidenta mexicana parece optar por la misma lógica que le critica a Trump: usar el proteccionismo como arma de guerra comercial. Una política que, bajo la bandera de proteger a los trabajadores y productores nacionales, corre el riesgo de ahondar la dependencia del país con Estados Unidos. En definitiva, Sheinbaum decidió alienarse con la administración Trump y sumarse a la confrontación imperialista en lugar de romper con ella, algo que denota la superficialidad de sus poses “soberanistas” y supuestamente anti-imperialista.