China en Centroamérica

Entre la Ruta de la Seda y el MAGA: la disputa por Centroamérica

En las últimas décadas, el gigante asiático aumentó considerablemente su presencia económica y política en Centroamérica, a la vez que se reducía la de los Estados Unidos. Ahora, en la era Trump, el imperialismo norteamericano pretende recuperar su influencia en la región que considera su "patio trasero".

Centroamérica y México han sido clásicamente el “patio trasero” de Estados Unidos y eso es conocido por todo el mundo. Eso podría cambiar debido a la presencia creciente de China. Al menos en la última década se observa un aumento de las inversiones, las relaciones diplomáticas y la influencia china.

El Trump del MAGA (Make America Great Again) decidió que el “America” de su eslogan no solo hace referencia a Estados Unidos, sino, también a su backyard, a esa América que (según las doctrinas imperialistas gringas) también deberían estar bajo su dominio.

El Destino Manifiesto sobre Centroamérica

La influencia yanqui en la región se remonta al siglo XVIII, desde la temprana independencia de las Trece Colonias. Una vez establecida como nación independiente, Estados Unidos comenzó la búsqueda de su lugar en el mundo. Rápidamente, su creciente transformación en potencia estuvo dada por el «Destino Manifiesto», la expansión al oeste de Estados Unidos masacrando indígenas y desplazando la influencia de otros países. Este es el momento de los imperios coloniales clásicos, que se definen por las tierras conquistadas, las colonias subyugadas y la extracción de riqueza con mano de obra forzada.

De una forma “divina” visualizaron su objetivo a través del avance hacia el oeste (con la «compra de Luisiana» a Francia y la aniquilación de los pueblos originarios) y al sur, hacia unas tierras “salvajes” y “sin civilización” que se habían separado del Imperio Español. Es así como, en 1819, adquieren Florida y, posteriormente, se emprende la guerra contra México entre 1846 y 1848, que se saldó con la anexión de Texas, California, Nuevo México y otras importantes tierras.

Posteriormente, en 1855, lograron establecer un gobierno títere en Nicaragua al mando de William Walker que, desde su posición como presidente del país, estableció el inglés como el idioma oficial y revocó la liberación de los esclavos. Además, impulsó una invasión al resto de la región con el objetivo de convertirla en un nuevo estado sureño. Esta pretensión finalmente fracasó, debido a la resistencia de los pueblos centroamericanos.

Que no lograra la dominación territorial no implicó que Estados Unidos abandonara su interés en la zona. Ya en el siglo XX, se embarcó en la construcción del Canal de Panamá y, tras la Primera Guerra Mundial, se impuso como potencia regional al desplazar a los países europeos colonizadores mediante la política de “poder blando” (y, frecuentemente, la mano dura).

Este intervencionismo estaba (y está) validado (desde su posición) con un ideario teórico para justificar su imposición imperialista en la región bajo las Doctrina Monroe (América para los americanos), Destino Manifiesto (su “derecho” a la expansión) y el Gran Garrote (legitimación del uso de la fuerza para defender sus intereses). Así, en esa nueva época, la del imperialismo del siglo XX en la que la condición de potencia se alcanzaba a través de la influencia política (con o sin conquista directa), económica, comercial y cultural, estas excusas dieron rienda suelta a la imposición de los intereses estadounidenses y el dominio corporativo transnacional.

De la globalización a China

El proceso globalizador que le permitió a Estados Unidos extender sus garras por todo el orbe y mantener una suerte de “convivencia armoniosa” basada en el miedo al garrote de su ejército y la libertad de hacer negocios donde fuera, comenzó a pasarle factura al desindustrializar relativamente al país y hacerlo dependiente de cadenas de suministros y logísticas internacionales. Uno de los principales beneficiados de esto fue China, pues aceleró su crecimiento económico aprovechando la deslocalización, protegiendo y desarrollando su economía.

Como parte de esto, el gobierno asiático lanzó en 2013 la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, en inglés: Belt and Road Initiative), conocida como la Nueva Ruta de la Seda, como un ambicioso proyecto geoestratégico para fortalecer la conectividad comercial, financiera, logística e infraestructural entre Asia, Europa y África, en un primer momento y, posteriormente (2017), incorporando a Latinoamérica.

Esta iniciativa tiene dos componentes oficiales y un tercero que en los hechos se impuso. El primero es la Franja Económica de la Ruta de la Seda, cuya misión es invertir en infraestructura, desarrollar recursos y establecer inversiones industriales y financieras. El segundo es la Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI que tiene por objetivo garantizar una ruta marítima entre Eurasia, África y Latinoamérica, para lo cual hay una agresiva inversión en la construcción de puertos, ferrocarriles y otras obras necesarias para asegurar el acceso de los bienes al mercado chino y viceversa. Finalmente, está la llamada Ruta de la Seda Digital que tiene como centro el desarrollo de infraestructura digital con redes 5G, telecomunicaciones y otras tecnologías de punta.

Esta nueva versión de la antigua Ruta de la Seda es una estrategia del Estado chino para consolidar y expandir su influencia alrededor del globo, competir con Estados Unidos y Europa y exportar sus bienes, sus inversiones y su cultura al mundo. Es una clásica estrategia política y comercial de “poder blando”, del cual Centroamérica y México no han quedado al margen.

Las redes de la Ruta de la Seda mesoamericana

A excepción de México que mantiene relaciones diplomáticas con China desde 1972, Centroamérica estaba alineada con el reconocimiento de Taiwán como «China». Esto cambió a partir del 2007, cuando de forma inesperada el gobierno de Oscar Arias en Costa Rica rompió relaciones con la isla para establecerlas con China continental. Después de eso le siguieron Panamá (2017), El Salvador (2018), Nicaragua (2021) y, recientemente, Honduras en 2023. Solo Guatemala se mantiene ligado a Taiwán.

México, a pesar de no estar adherido formalmente a la BRI, mantiene un vínculo económico significativo con China. Según datos del gobierno, es su segundo socio comercial, con un intercambio bilateral de unos US$130.000 millones en 2024. Las inversiones chinas en el país se han focalizado en sectores como telecomunicaciones, manufactura avanzada y energía. Huawei y ZTE han expandido sus operaciones con centros de innovación tecnológica, y empresas como China Railway Construction Corporation han mostrado interés en participar en proyectos ferroviarios como el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, valorado en más de US$5.000 millones.

En Guatemala el comercio bilateral alcanzó aproximadamente US$5.600 millones en 2023, con un fuerte componente de importaciones de productos manufacturados y electrónicos desde China. Por su parte, El Salvador es receptor de significativas inversiones estratégicas y el comercio bilateral superó los US$2.400 millones en 2023. Solo un año antes, China comprometió más de US$500 millones en financiamiento y donaciones para proyectos de infraestructura. Entre los más destacados se encuentran la modernización del Puerto de La Unión Centroamericana, la construcción del Estadio Nacional (con una inversión aproximada de US$100 millones) y la edificación de una nueva Biblioteca Nacional.

En Honduras se espera que en los próximos años las inversiones se incrementen considerablemente. Según estimaciones del gobierno, se prevé atraer más de US$1.000 millones en proyectos de infraestructura, energía y exportaciones agrícolas. A corto plazo, se han firmado acuerdos de exportación de camarón, café y productos cárnicos y el intercambio comercial en 2023 fue de más de US$2.400 millones.

Por su parte, Nicaragua firmó diversos memorandos de entendimiento para recibir financiamiento. Uno de los proyectos más emblemáticos, aunque actualmente en pausa, es el Canal Interoceánico, que involucraría una inversión potencial de más de US$50.000 millones, con participación de la empresa HKND Group. Además, se han desarrollado proyectos energéticos y de infraestructura vial con apoyo técnico y financiero chino. El comercio entre ambos países es de unos US$1.400 millones.

Costa Rica es el único país de la región en haber firmado un Tratado de Libre Comercio (TLC) con China, en 2011. Desde entonces, el país ha recibido importantes inversiones en infraestructura, incluyendo la construcción del Estadio Nacional (con un costo de US$100 millones) y proyectos viales con participación de empresas chinas. En 2023, las exportaciones hacia China superaron los US$1.170 millones, destacando productos como banano, piña y dispositivos médicos, mientras que las importaciones ascendieron a US$3.430 millones.

Finalmente, Panamá, dada su ubicación estratégica, ha sido uno de los países con mayor atractivo para las inversiones chinas. El comercio bilateral alcanzó los US$5.050 millones en 2023. Entre los proyectos más relevantes figuran el proyecto ferroviario Panamá-David (estimado en US$5.500 millones, aunque actualmente suspendido) y la participación de empresas chinas en zonas logísticas y portuarias cercanas al Canal. Recientemente, debido a la presión de Trump, el gobierno canalero decidió no renovar los planes de inversiones relacionados a la BRI.

La penetración china también se evidencia al detallar la participación del comercio con respecto al total de exportaciones. En el 2000, las exportaciones mexicanas a ese país eran el 1,6% del total y en 2024 alcanzaron el 10,5%. En Guatemala pasaron del del 0,9% al 5,5%, en Costa Rica de 2,5% al 7% y en Panamá del 3% al 8%. Del otro lado, los siete países en conjunto representaron el 1,14% del comercio chino en el 2000 y pasaron al 2,87%, del cual solo México representa el 2,6%. Así, el comercio nominal se ha multiplicado entre 4 y 30 veces (según el país) en los últimos 24 años, con aumentos especialmente fuertes en México y Panamá, mostrando una creciente dependencia económica.

Ese crecimiento comercial es a costa del intercambio con Estados Unidos. Si bien en términos absolutos, las cifras son mayores, proporcionalmente muestran una tendencia a la baja. Para 2023, el comercio con México ascendió a US$699.000 millones, con Costa Rica a US$18.000 millones y con Guatemala a US$14.300 millones. Todos los países muestran una baja en el total comerciado (del 2000 al 2024): México pasó del 87% al 78%, Guatemala del 60% al 52%, Honduras del 66% al 55% y Costa Rica del 55% al 47%. Para Estados Unidos la región pasó del 12,26% al 15,27%, del cual México representa el 93% de la cifra. Así, México mantiene una fuerte dependencia comercial con Estados Unidos, aunque con una leve reducción porcentual debido a la diversificación asiática. Centroamérica aún depende mayoritariamente de Estados Unidos como principal socio comercial, aunque la participación relativa ha disminuido en favor, principalmente, de China.

Las repúblicas bananeras, ahora con China

Las cifras de comercio e inversiones chinas parecen gigantescas y favorecedoras (en relación con el tamaño de las economías regionales). Sin embargo, al analizar los productos comercializados, se repite la misma dinámica de desigualdad que con Estados Unidos, ya que la región exporta principalmente materias primas (cobre, zinc) y productos agroindustriales (café, azúcar, piña, carne bovina). La excepción la establecen México y Costa Rica que, además de lo anterior, también exportan autopartes y productos electrónicos, el primero, y dispositivos médicos y chips electrónicos, el segundo.

En contraposición, las importaciones chinas incluyen principalmente equipos electrónicos, maquinaria, vehículos y materiales de construcción. Mientras las exportaciones son principalmente de productos de bajo valor agregado, las importaciones son lo contrario, lo que acentúa la brecha tecnológica y genera un déficit comercial estructural para la región, al tiempo que refuerza la dependencia tecnológica e industrial.

El panorama con Estados Unidos es similar. Aunque en este caso las exportaciones incluyen una lista más amplia, se mantienen los bienes agroindustriales como los principales productos, además de textiles, vehículos y autopartes (México), dispositivos médicos y outsourcing de procesos digitales (Costa Rica) y servicios financieros y de transporte marítimo (Panamá). Por su parte, las importaciones incluyen alimentos, maquinaria, autos, software y productos farmacéuticos y químicos. Tanto con Estados Unidos como con China, existe un déficit comercial que es resultado de un intercambio desigual debido al uso de la región como fuente de alimentos y materias primas.

Hasta el momento, bajo la BRI se han prestado unos US$1,012 billones a más de 100 países. Es un plan de inversiones sin precedentes y los países desarrollados occidentales no tienen una iniciativa que se asemeje (ni de lejos). Pero, al mismo tiempo, ha resultado ser una trampa de endeudamiento para la mayoría de los receptores de los fondos: proyectos fracasados, rentabilidades no competitivas, escándalos por construcciones de mala calidad, la usual no contratación de mano de obra local y serios impactos ambientales son algunas de las consecuencias de la iniciativa.

Ante esto, muchos países han caído en la insolvencia (solo por citar algunos: Sri Lanka, Argentina, Kenia, Malasia, Montenegro, Pakistán, Tanzania, Zambia, Ghana, Etiopía, Ecuador o Surinam). En estos casos, China asume una posición negociadora fuerte y que en última instancia la llevan a brindar rescates, dar créditos puente a los bancos centrales u ofrecer swaps monetarios, todo con tal de recuperar las inversiones.

A pesar de esto, en algunos casos los deudores han tenido que recurrir al archiajustador FMI, una institución base del imperialismo occidental y alineada con las políticas de Estados Unidos, para hacer frente a los pagos de la deuda. Vaya forma de establecer lazos entre los pueblos.

Ni Trump, ni Xi, ni los gobiernos sometidos

La región está inmersa en una lucha por el posicionamiento geopolítico de dos grandes potencias. Por el momento, la influencia estadounidense es predominante y se entrelaza fuertemente con las economías de los países centroamericanos y México, no en vano esa relación lleva un par de siglos en construcción (o imposición). Pero nada es eterno, y los gobiernos norteamericanos desde hace algunas décadas colocaron a la región en un segundo plano. Eso, sumado al fortalecimiento de China como potencia, le permitió a ésta colarse en la región y ya es el segundo socio comercial de la mayoría de los países. En política no hay espacios vacíos y, en este caso, el debilitamiento norteamericano está siendo ocupado por China.

En el caso de China, no se trata de un imperialismo “más benéfico”, como argumentan los sectores estalinistas o cierto trotskismo campista. Es un imperialismo diferente, sí, pero al fin y al cabo su objetivo sigue siendo el mismo: explotar y expoliar en pro de un desarrollo ajeno a la región y que no está al servicio de la clase obrera. Por más que los apologetas estilo Ruzzarin quieran hacer creer lo contrario, el régimen chino no es de izquierda, no es socialista, no es comunista, no es democrático y no representa una opción superadora para la clase obrera, ni china ni latinoamericana.

Marcelo Yunes, uno de los principales teóricos sobre China de la Corriente Socialismo o Barbarie, señala que “el lanzamiento de la ofensiva contra China, que empezó bajo el velo del enfrentamiento comercial pero que rápidamente se reveló como un giro estratégico, empieza a establecer elementos de un nuevo orden geopolítico signado por una nueva “bipolaridad” EEUU-China” (Estados Unidos y China: una rivalidad estratégica que abre un nuevo orden, izquierdaweb.com). Es resultado de esa acometida que se puede explicar la “pasada de revista” del Secretario de Estado Marco Rubio a varios países de la región, como primera visita oficial en esta administración de Trump.

El gobierno estadounidense envió un mensaje claro a los gobiernos centroamericanos: nosotros aún somos los jefes. Rubio fue lo suficientemente expresivo al visitar Costa Rica cuando aseguró que “es mejor ser amigo que enemigo”, en alusión al gobierno de Rodrigo Chaves y la disputa con Huawei por el desarrollo de las redes 5G en el país. Indiscutiblemente, el gobierno trumpista tiene como uno de sus objetivos ponerle un freno a la injerencia china en la zona.

De ahí vienen también las matonadas poniendo en cuestión la soberanía del Canal de Panamá; utilizando a los gobiernos sometidos de El Salvador, Costa Rica y Panamá para que le sirvan de guardianes de la frontera; y amenazando con aranceles a los países que le compren petróleo a Venezuela, replicando (de otra forma) el embargo criminal a Cuba. No colocamos ni un milímetro de apoyo a ninguno de esos regímenes, pero si nos solidarizamos con esos pueblos que son los que sufren las consecuencias de estas disputas por arriba.

De esta forma, nos encontramos en un mundo con una perspectiva abierta y donde los desarrollos son inciertos, pero lo que está claro es que los consensos que regían el mundo están cambiando. En medio de eso, desde la izquierda es fundamental levantar posiciones anticapitalistas y antiimperialistas, no entrar en el juego absurdo (desde el punto de vista de clase) del campismo y los posicionamientos geopolíticos. Ni con Xi, ni con Trump, ninguno es una opción y en su disputa por la hegemonía imperialista los sectores de abajo no ganan nada. Además, hay que luchar en las calles para derrotar y echar a los gobiernos ajustadores, conservadores y sometidos centroamericanos, que se arrastran por las sobras ofrecidas por el amo del momento a cambio de servirles puerilmente.

Seremos directos: Te necesitamos para seguir creciendo.

Manteniendo independencia económica de cualquier empresa o gobierno, Izquierda Web se sustenta con el aporte de las y los trabajadores.
Sumate con un pequeño aporte mensual para que crezca una voz anticapitalista.

Me Quiero Suscribir

Sumate a la discusión dejando un comentario:

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí