“(…) en años recientes, Prigozhin ha tenido una carrera inesperada. Al principio se le conocía como ‘el cocinero de Putin’, pues consiguió convertirse en el contratista estatal de los almuerzos escolares de los niños en todo el país. Luego creó la fábrica de troles, la Internet Reserch Agency, y fue señalado en la investigación (…) sobre la injerencia en las elecciones estadounidenses de 2016. Por último, Prigozhin se hizo famoso como fundador del grupo Wagner, cuyos contratistas han combatido en África, Siria y ahora en Ucrania (…) El meteórico ascenso político de Prigozhin comenzó este verano, cuando recorrió todas las cárceles rusas para reclutar prisioneros para Wagner, su ejército privado, para lo cual ofreció indultos a aquellos que combatieran en el frente en Ucrania: seis meses de servicio y luego la libertad” (The New York Times edición en castellano, 31 de enero de 2023)
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El levantamiento del mercenario Yevgeny Prigozhin, dueño del grupo Wagner, ha desnudado los pies de barro del régimen de Vladimir Putin –al menos, sus debilidades extremas.
Durante el pasado sábado 24/06 ocupó siendo aclamado la ciudad Rostov-Del-Don, novena del país y centro neurálgico de las operaciones rusas en Ucrania, y comenzó una marcha hacia Moscú llegando hasta 200 kilómetros de la ciudad, dando la vuelta entonces y refugiándose aparentemente en Bielorusia a posteriori de un acuerdo con el mismo Putin y el presidente bielorruso, que operó de mediador.
Lógicamente, dada la cercanía de los acontecimientos y la lejanía del teatro de los mismos, sólo podemos hacer definiciones aproximativas de su significado.
Un gigante con pies de barro
La primera definición tentativa es que el régimen de Putin “explota” (o, quizás, más bien por ahora cruje) en cierto modo bajo la presión de la interminable guerra en Ucrania. Ucrania, efectivamente, está armada por la OTAN, lo que tiene una importancia significativa (la asistencia de la OTAN a Ucrania viene de varios años atrás). Sin embargo, también es verdad que genuinamente pesa en su población la idea de un legítimo derecho a la autodeterminación nacional (al menos por fuera de Crimea, que es realmente historia aparte).[1]
Políticamente, y más allá del régimen fascistoide de Putin, no se puede pensar, ahora menos que nunca, que este haya logrado convencer a la mayoría de la población rusa de la justeza de su invasión a un país hermano como Ucrania (los vínculos históricos entre Rusia y Ucrania amén de las tendencias a la autodeterminación de ésta última, acreditan relaciones de hermandad amén de rivalidad –las proporciones justas entre ambas tendencias se nos escapan).[2]
Aunado a esta falta de legitimidad se suma el hecho que el Estado ruso –un imperialismo militar y geográfico en reconstrucción de bases económicas endebles- se acaba de desnudar como un régimen podrido hasta los tuétanos (algo que no por conocido acaba de destacarse con mucha fuerza). La clase dominante rusa, y el Estado mismo, aparecen como una junta de oligarcas que manejan porciones del Estado e, incluso en este caso, de las fuerzas armadas, sin ningún elemento coagulante claro que no sea el nacionalismo gran ruso y cuya podredumbre y estructura es la heredada en cierta forma del Estado burocrático estalinista en decadencia de finales de los años 1980.
La base de este Estado ha sido la rapiña de la ex propiedad “pública”, la explotación de los recursos naturales así como ciertos elementos de avanzada en materia tecnológica y de la industria militar (incluso en materia espacial), pero permeada por una racionalidad que no es ni la del capitalismo clásico, ni tampoco, lógicamente, la de un Estado no capitalista. Rusia es un capitalismo de Estado con un Estado que aplasta las manifestaciones de la “sociedad civil”.[3]
Una racionalidad de la fuerza, del saqueo, de la expansión territorial, de las fuerzas militares, de la opresión nacional, de las figuras carismáticas, de un nacionalismo fascistoide y retrogrado, etc., en medio de una población explotada y oprimida que mayormente está retraída y despolitizada aunque hubo manifestaciones de resistencia a la guerra en Ucrania al comienzo de la misma (manifestaciones duramente reprimidas).
En las condiciones de una lógica de saqueo y rapiña capitalista y de retraimiento –al menos hasta el momento- de la mayoría de la población en la participación popular, es lógico que se de esta circunstancia donde un grupo mercenario, por así decirlo, se enfrenta a otro, donde el arbitraje que hace Putin desde arriba carezca de bases sociales mínimamente sanas.
Acá un dato sustantivo es la herencia del estalinismo; el agujero negro en la conciencia y la experiencia de la población que el mismo dejó. Toda idea de acción política, toda idea de colectivo, al parecer sigue siendo dificilísima amén de toda perspectiva transformadora socialista en el imaginario social.
Y aun así, sin embargo, podría haber destellos en un sentido contrario: “Todos estos años hemos resistido a la dictadura radicalizadora a pesar de todo. Fuimos a mítines masivos, contra los jefes del Kremlin que se habían apoderado de todo el país; desbaratamos proyectos empresariales asesinos en nuestras ciudades y bosques, echamos a perder la vida de funcionarios que estaban atontados por su impunidad. Hemos logrado mucho. Y, sin embargo, hubo muchas cosas que no pudimos lograr, porque muchos de nuestros amigos, vecinos y conciudadanos ‘no creían en política’ (…) Solo hay una forma para que la gente común participe en política: la auto-organización” (“Ha llegado la hora de salir de las sombras”, Nevoïna, Sin Permiso, 25/06/23).
Es obvio que la guerra ucraniana presiona y mucho. El fracaso de lo que se presentaba como un “paseo” con la toma de Kiev aunado al justo sentimiento nacional ucraniano y el apoyo de la OTAN a Zelensky –el alineamiento incondicional de éste con el capitalismo neoliberal-, le pusieron las cosas muy difíciles a Putin y eso es lo que parece expresarse, de fondo, en esta crisis: el choque entre una guerra que se puso difícil (atención: ninguna guerra es fácil para ningún régimen) sumado a un Estado cuyas bases parecen de barro o podridas.[4]
Y sin embargo, contradictoriamente con lo anterior, todos los analistas más o menos objetivos desde afuera de Rusia y de Ucrania, señalan unánimemente que, de momento, a la contraofensiva ucraniana no le están yendo fácil. Es difícil conquistar cada metro de terreno y se sabe en el arte militar que la defensa es más sencilla que el ataque (Clausewitz).
Por lo demás, Rusia tiene enorme experiencia en esto que viene desde la Segunda Guerra Mundial bajo la URSS, donde demostró una capacidad de resistencia y defensa inconmensurable. Recordemos, también, que Napoleón se mancó en Rusia camino a Moscú, aunque una historia distinta fue la Primera Guerra Mundial donde a Rusia se le derrumbó todo el frente y advino la Revolución de Octubre.
Esto último –es decir, las dificultades de la contraofensiva ucraniana- todavía no parece haber cambiado al momento que escribimos este texto, aunque es imposible prever a semejante distancia y fuera del terreno qué pasará de acá en más. Sí se puede adelantar de este “incidente” que, al menos de momento, Putin sale debilitado y Biden y Zelensky fortalecidos.
Acá hay dos o tres cuestiones a señalar. La primera es que todavía habrá que ver el tratamiento de la crisis que hará Putin: ningún análisis lo da –al menos, de momento- derrumbándose. Por otra parte, editorialistas liberales de prestigio como Thomas L. Friedman, columnista habitual de The New York Times, temen al caos que podría provocar una caída de Putin en un país que es la segunda potencia nuclear: “Por mucho que deteste a Putin, más detesto el caos, porque cuando un inmenso Estado se desmorona es muy difícil volverlo a armar [y podríamos recordar que el Estado ruso, la URSS, ya se desmoronó una vez]. Las armas nucleares y la criminalidad que supurarían de una Rusia desintegrada podrían trastocar el mundo” (La Nación, 20/06/23).
Las circunstancias cambiantes de la contienda
Pero también es posible apreciar las cosas desde otro ángulo: que las masas populares de Rusia y Urania salgan simultáneamente fortalecidas en relación a Putin y su régimen, lo que podría dar lugar a desarrollos más independientes que hoy no se aprecian en ambos países (es evidente que el debilitamiento de Putin fortalece a priori a Zelensky y la propaganda otanista, pero el debilitamiento de un autócrata de un lado eventualmente tendría repercusiones democráticas en el otro).
Pero de todos modos, insistimos, ningún análisis lo da a Putin derrumbándose. Por su parte, en relación a Biden, Zelensky y Ucrania en general (aunque los primeros dos términos hay que disociarlos del tercero hasta cierto punto)[5], parece evidente que les da alicientes. The Economist señala que a partir de ahora, nuevamente, las dinámica se han invertido: los tiempos parecen jugar a favor de Ucrania (con todas las comillas del caso) y en contra de Putin (atentos que las dinámicas en una guerra suelen ser cambiantes).[6]
Que el régimen ruso esté podrido no nos sorprende. Nuestros análisis siempre partieron del balance de la podredumbre del Estado estalinista, amén de la debilidad histórica del Estado zarista (su extremo desarrollo desigual). El régimen de Lenin y Trotsky tuvo otras bases sociales porque amén de la expropiación de los capitalistas, se basaba en la irrupción de las masas obreras y populares: la sociedad bullía de vida y tapaba hasta cierto punto todos los “agujeros” subproducto del atraso ruso (lógico que exageramos un poco; el fracaso de la Revolución Alemana dejó aislada a la URSS y fue un factor clave en su burocratización amén de la herencia de atraso en las fuerzas productivas y culturales, etc.).[7]
Las circunstancias de la guerra fueron cambiantes. Putin fracasó en Kiev pero logró ocupar la franja este de Ucrania (Donestk y Lugansk), franja donde amén de las maniobras oligárquicas y de aparatos, podría ser que quede un resto de población que prefiera pertenecer a Rusia y no Ucrania (hemos leído análisis contradictorios al respecto y la degradación industrial de la región –entramado industrial que venía de la influencia de rusa incluso desde los zares- parece ser mayúscula).
Sin embargo, y aunque la resistencia rusa al ataque ucraniano de momento parece sostenerse (nuevamente, hay mucha experiencia rusa acumulada en la defensa), sin duda el levantamiento de Prigozhin debe tener efectos desmoralizadores (se habla de algunas tropas abandonando sus puestos, pero por ningún lado se informa un derrumbe del frente). Ocurre que las tropas regulares están peleando una guerra de ocupación de un país hermano sin justificación (en relación al elemento de opresión nacional, una guerra injusta).
Una perspectiva independiente
También hay que tener en cuenta acá otro elemento de evaluación. La guerra ha superpuesto en su carácter dos elementos contradictorios: una justa lucha por la autodeterminación nacional de lado ucraniano, junto a una guerra por procuración con elementos inter-imperialistas (es decir, regresiva por los dos lados con la población civil quedando en el medio en éste sentido).
Así que, entonces, tanto en el caso ucraniano como en el ruso hay que hacer una evolución mixta de los desarrollos: pelear por una perspectiva independiente, si es posible socialista, por tirar abajo desde la izquierda el régimen podrido de Putin y lograr la retirada de su ejército de Ucrania (insistimos que el caso de Crimea es distinto, así como habría que darle el derecho a referéndums sobre la autodeterminación a algunas ciudades del este ucraniano), así como pelear por una perspectiva independiente en la propia Ucrania que evite el enfeudamiento del país en la OTAN y el capitalismo neoliberal, su ingreso a la alianza militar imperialista, así como pelear contra el control, asesoramiento y armamento de las potencias occidentales. ¡Hay que rechazar cualquier amo sobre el pueblo ucraniano!
La invasión de Putin tiene más posibilidades de ser derrotada luego del levantamiento de Prigozhin, un desarrollo que sería progresivo con la retirada de todas las tropas rusas de los territorios ocupados. Pero para que esto consagre de manera consecuente los derechos de autodeterminación nacional, democrática y económica-social del pueblo ucraniano (¡y ruso también!), esto debería poder hacerse de manera independiente de ambos bandos imperialistas y del capitalismo explotador (en un sentido anticapitalista y socialista basado en la libre autodeterminación de las y los trabajadores).
[1] El caso de Crimea es aparte porque siempre formó parte de Rusia hasta que a Krushev se le ocurrió en los años 1950 “regalársela” a Ucrania como muestra de buena voluntad inter-burocrática.
[2] A éste respecto, las tendencias a la independencia siempre han sido más fuertes en el oeste del país que en el este, más vinculado al entramado industrial ruso y donde los bolcheviques y la izquierda en general eran más fuertes. Sin embargo, los propios bolcheviques debieron medirse con las tendencias a al autodeterminación ucraniana por ejemplo en materia del respeto a su idioma nacional y muchos otros (“La dinámica de la guerra en Ucrania”, izquierda web).
[3] Desde el zarismo pasando por el estalinismo y exceptuando al bolchevismo, el Estado siempre ha tenido gran peso en Rusia (Trotsky, Moshe Lewin) combinando rasgos de rezago cultural y promotor de cierto desarrollo.
[4] Clausewitz insistía que se sabe cómo se entra en una contienda pero no cómo se saldrá de ella (que durante su desarrollo “nadie es dueño de sí mismo” ni puede estar seguro de nada), y Marx y Engels señalan que las guerras son una muestra de la más claras sobre el carácter de un régimen (su podredumbre o solidez).
[5] No es exactamente lo mismo la OTAN y Zelensky actuando en las alturas, que las circunstancias por la base de la sociedad ucraniana aunque seguramente Zelensky esta, al menos por esta etapa, prestigiado.
[6] Las guerras son golpes y contragolpes y nadie puede estar seguro de sí mismo hasta que las cosas no se inclinen claramente para su lado. En la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, la guerra de trincheras en el frente occidental se peleó íntegramente sobre el suelo francés y a comienzos de 1918 nada parecía indicar que Alemania la perdería. Y, sin embargo, en noviembre de dicho año estalló la Revolución Alemana y todo se terminó (Alemania fue forzada a capitular).
En la Segunda Guerra Mundial el punto de quiebre fue Stalingrado y El Alemein en el norte de África a comienzos de 1943. Hasta mediados de 1942 la Alemania nazi parecía todavía tener la iniciativa aunque había fracasado ya en el ataque a Moscú (su primer derrota grande en la segunda guerra aunque quizás la segunda porque tampoco logró subyugar a Gran Bretaña en 1941).
[7] Delirantemente o no tanto, la Revolución Rusa sigue presente hasta cierto punto en el imaginario en Rusia. Putin salió a la TV el sábado 24 a la mañana contra Prigozhin pero dedicó largos párrafos a emprenderla contra los bolcheviques (qué tendrá que ver esta riña de fascistas consumados con la Revolución Rusa nadie lo sabe).