“Una mujer, una mujer atrás
Una mujer atrás de un vidrio empañado
Pero no, mejor no hablar de ciertas cosas
No, mejor no hablar de ciertas cosas
Un tornado, un tornado, un tornado
Un tornado arrasó a mi ciudad y a mi jardín primitivo
Un tornado arrasó a tu ciudad y a tu jardín primitivo
Pero no, mejor no hablar de ciertas cosas
No, no, no, mejor no hablar de ciertas cosas
Yo, yo, yo, yo
Yo tuve la mejor flor, la mejor de la planta más dulce
Yo tuve la mejor flor, la mejor de la planta más dulce
Pero no, mejor no hablar de ciertas cosas
No-no-no-no-no-no-no, mejor no hablar de ciertas cosas
Saltando, saltando, saltando, saltando
Saltando en picada a la mexicana, un fugitivo se entrega
Saltando en picada a la mexicana, un fugitivo se entrega
Pero no, mejor no hablar de ciertas cosas
No, mejor no hablar de ciertas cosas
La mujer, el vidrio, el tornado, el jardín primitivo
Yo, la flor, saltando, fugitivo, no, no, no
No, que no, que no, que no-no-no-no-no
No-no-no-no-no
(“Mejor no hablar de ciertas cosas”, en “Divididos por la felicidad”, Sumo, 1985)
Edición y corrección: Patricia López
Comenzamos esta segunda parte [1] de la edición de nuestro conversatorio recordando nuestra definición de la política como ámbito de generalización de los intereses de clase. Es dentro de esa perspectiva que en nuestra obra hay otra idea-fuerza: nuestra concepción del partido. Si la clase obrera pudiera emanciparse espontáneamente, no haría falta el partido. Pero la auto-emancipación es una auto-superación de la propia clase obrera que se expresa en organizaciones, en programas y en partidos; el partido es parte interna del “mecanismo” de la subjetividad de la clase obrera. Porque si no, pensamos en una clase sin representaciones y representaciones sin personas, y las clases y personas no existen sin representación y viceversa (no existen representaciones sin clases y personas). Sería como una “sustancia spinozista” tomada de manera unilateral: pura sustancia. Y no hay pura sustancia; en ella se opera un desdoblamiento: sustancia y reflexión acerca de la sustancia, sujeto y objeto; no nos alcanza Spinoza aunque era materialista.[2] Esa problemática se resolvería con Marx pasando por Hegel: el materialismo y la dialéctica, el materialismo dialéctico, que es sustancia y representación. No hay sustancia humana sin representación.[3]
Marx y Engels afirman una cuestión profunda: no nos creamos tan diferentes a los animales, no maltratemos a los animales, no maltratemos a la naturaleza, contra todos los bobos que dicen que Marx y Engels no tenían pensamiento sobre la naturaleza. Marx en los Manuscritos económico-filosóficos (París, 1844)[4] y Engels en Dialéctica de la naturaleza afirman que “con la humanidad entramos en la historia”; que los animales tienen una historia pero en su caso “la historia se hace para ellos” mientras que en el caso de la humanidad la historia no se hace para nosotros, la hacemos nosotros.
Ambas determinaciones nos llevan, entonces, a la idea de partido: no hay clases ni personas sin representaciones y la historia humana es una historia que hacemos los humanos y, por añadidura, de manera cada vez más consciente.
En estas condiciones, y en la esfera política, en la esfera de la generalización de los intereses de clase, entonces, la historia como historia de la lucha de clases es, asimismo, la historia de la lucha de partidos y de tendencias políticas. La política es inconcebible sin partidos, partidos que no son más que una agrupación de personas alrededor de un programa, programa que no es más que un conjunto de ideas más o menos organizadas.
En todo caso, la última parte del tomo I del libro, “parte IV: Partido y revolución”, está dedicada, precisamente, a adelantar una reflexión de partido a ser profundizada en el tomo III (sí, ya es un hecho, la idea es que la obra tenga tres tomos: Estado, economía y partido). La obra es un homenaje a la juventud trabajadora y estudiantil, que está llamada a protagonizar la revolución socialista en el siglo XXI y un homenaje, también, a la juventud bolchevique-leninista de los años 30 del siglo pasado, que mantuvo sus banderas y murió fusilada en los campos de Stalin.[5]
–Entonces vamos a empezar con las preguntas, que algunas ya llegaron por mensaje.
RS: Entonces vamos a hacer así: si alguien quiere intervenir, que levante la mano, y luego vamos una por una para que pueda responder bien.
–La pregunta que surgió mucho en los grupos es que la obra arranca reivindicando muchísimo la dialéctica para entender la realidad, y eso obviamente trae muchas complejidades para entender las cosas. Y esa aproximación reivindica mucho al Marx que supera a Hegel, que critica a Hegel y a su teoría del Estado; y dice que el Estado es una consecuencia, pero una consecuencia que reactúa sobre sus causas. Bueno, me parece que esas definiciones de la dialéctica son fundamentales para entender el problema del Estado de la transición, y fue una de las dudas más frecuentes en los grupos de estudio que organizamos. Creo que nadie va a llegar a preguntarte eso, pero ayudaría mucho si empezás con algo de eso, y después seguimos con las demás preguntas.
RS: Bueno, sobre la dialéctica se pueden decir varias cosas. Raya Dunayevskaya, marxista ucraniano-estadounidense de la posguerra, afirmaba que Lenin se puso a hacer unos apuntes que están muy buenos sobre la Ciencia de la lógica de Hegel, pero en algún momento trata de hacer un resumen de catorce puntos sobre la lógica, y Dunayevskaya, que era muy aguda –fue secretaria de Trotsky entre el 37 y 38–, dijo “pobre Lenin”. Porque la dialéctica no es ni una cosa ni catorce cosas, es más complicado que eso, más profundo, más complejo. No se puede hacer un listado de qué es la dialéctica.
Sin embargo, se pueden decir varias cosas sobre la dialéctica.[6] Una, fundamental, es que es una forma del pensar que va en contra del sentido común, que rompe con el sentido común (Ruy Fausto). La lógica dialéctica contiene, superándola, a la lógica formal, que es más fácil de explicar. La lógica formal es como el principio de identidad: A es igual a A, un auto es igual a un auto, un río es igual a un río; es decir, el principio de identidad que excluye la contradicción.[7]
El pensamiento dialéctico se remonta a los griegos. No soy especialista, todavía no llegué a estudiar seriamente a los griegos, pero hay una frase clásica de Heráclito, que es considerado el primer dialéctico. Viene un griego, supongamos que se llama Picadópulos, y le dice a Heráclito: “Esto es un río, y hoy me baño en este río; y si vengo mañana, voy a bañarme de nuevo en este río, ¿sí o no?”, y Heráclito le responde: “Perdóname, Picadópulos, pero uno nunca se baña dos veces en el mismo río”. Es la frase clásica de Heráclito, todo fluye.
Entonces la dialéctica es esa forma del pensamiento que no pierde el principio de identidad, pero lo supera. Hay unos apuntes de Trotsky muy lindos de 1933/35, que son notas metodológicas, donde dice que de tanto en tanto se forjan límites en los cuales las cosas transcurren, pero también es cierto que en determinado momento esos límites son superados: acá, de manera simple, tenemos la combinación de lógica formal y dialéctica.
La dialéctica es aquel pensamiento que te permite “fijar los objetos en movimiento”, y entonces permite pensar de manera más concreta. Retomando a Iliénkov: “Kant entendió perfectamente bien que la ley de identidad (que en su forma negativa es la prohibición de la contradicción), es imposible de deducir como una ‘regla’ que es seguida por el pensamiento real, por la real historia del desarrollo del conocimiento. El efectivo desarrollo del conocimiento (y Kant basó su argumento en esto mismo) revela exactamente lo contrario: muestra la futilidad de cualquier intento de sobrepasar de una vez y para siempre toda contradicción lógica que surja dentro del conocimiento” (Iliénkov, ídem).
En el tema que nos compete, “es un Estado obrero, no es un Estado obrero”, principio de identidad y principio de contradicción, los límites dentro de los cuales nos movemos acerca de esta caracterización de la ex URSS a partir de los años 30. Es decir, a partir de qué desarrollos el principio de identidad se transforma en su contrario, en la dialéctica de la contradicción y la no identidad.[8]
Bueno, es raro un Estado obrero con campos de concentración (el sistema del gulag tuvo a millones de personas bajo un régimen de trabajo forzoso esclavo); es raro un Estado obrero con una colectivización forzosa que mató a seis millones de campesinos y supuso una adscripción de estilo feudal (Bujarin); es raro un Estado obrero que superexplotó a la clase obrera (León Sedov, stajanovismo).[9] O sea, era un Estado obrero hasta que dejó de serlo: una ruptura del principio de identidad; el cauce de la vida se abrió paso por entre los márgenes. Claro, no se volvió un Estado capitalista, era otra cosa, un Estado burocrático con restos de la revolución. Es un objeto, el Estado obrero, que por su evolución (involución más bien: lo que no avanza, retrocede, esta es otra ley de la dialéctica; nada es estático, todo está en movimiento) se transforma en otra cosa.[10]
La dialéctica permite pensar las cosas en su movimiento. No es que permite pensar solo el movimiento, piensa también las cosas, pero las cosas no están fijas, están en movimiento.
Si quieren saber de dialéctica en serio, pueden leer los dos tomos de la Ciencia de la lógica de Hegel; y más fácil que eso, les recomiendo dos textos clásicos: las “Notas a la Ciencia de la lógica de Hegel” (1914/15), de Lenin, que son hermosas, y los fragmentos metodológicos de Trotsky de 1933/35. Sobre este último texto hice una nota –humilde porque es un tema muy complejo, hubiera sido una pedantería hacer “grandes notas”– que se llama “La fuerza estratégica de la dialéctica”; allí hay algunas definiciones sobre la dialéctica.
–Bueno, en realidad tengo dos preguntas. Una es sobre la relación entre partido revolucionario y sindicato. En el libro mencionás que hay una discusión acerca de los sindicatos, que es la primera vez que de alguna manera se formaliza o se oficializa el debate acerca del Estado obrero como Estado deformado o con deformaciones burocráticas, y que este debate no se agota ahí ni en un congreso posterior. Y después otra pregunta más de forma si se quiere: ¿cómo está escrito el libro? Al menos en mi experiencia, en relación con lo que he leído, tenés una forma particular de escribir, muy distinta de lo que estaba acostumbrado a leer. En términos académicos o de otros autores, parece como una forma más “hablada” y que hay como un ida y vuelta. Se toma un concepto, se abren cosas y luego se vuelve. Quería saber qué criterio tomás para escribir, si lo has pensado.
RS: Y a vos, esta forma de escribir, ¿qué te pareció?[11]
–Soy completamente sincero. Cuando me empecé a organizar, me parecía una forma muy distinta y en un principio no me gustaba. Sinceramente era incómodo de leer, y luego uno le va tomando la mano y es incluso hasta más rico, quedan mejor las cosas. Es menos esquemático y a veces te permite ver los matices de las cosas. Y también es más difícil terminar de comprender.
–Yo tengo una pregunta y una intervención. Mi vieja me regaló, de Alejandro Horowitz, Lenin y Trotsky, los dragones de Marx, un título muy metafórico. El libro me pareció genial. Y en la contratapa tiene una frase de Marx que dice “Sembré dragones, pero coseché pulgas”. También vi un video sobre León Trotsky, de su biografía, y había una escena en que estaba Trotsky arengando a las tropas, y todos los soldados levantando las armas. Y yo pensaba: “esto en el Conurbano con el peronismo no va a ocurrir”. Y mi pregunta es esta: ¿pensabas en la inteligencia artificial cuando expresaste “no perdemos de vista que la transformación sistemática de las fuerzas productivas en destructivas en este siglo XXI complejiza las cosas”?
–Quería preguntar, más o menos en base al análisis que hiciste durante el libro, cuál sería la mejor manera de accionar de la dictadura del proletariado para no volver a caer en ese error de la burocratización de la revolución de la que se habla. ¿Qué podemos tener en cuenta o pensar ahora como partido para accionar sobre esto?
RS: Bueno, vamos con Ezequiel, Marcos y Milagros. Los sindicatos de los que hablaba Ezequiel en general agrupan a los trabajadores y trabajadoras indistintamente de sus posiciones políticas, y por lo tanto sus reivindicaciones son las elementales, inmediatas. Así es el sindicato por naturaleza, salvo en situaciones revolucionarias o muy radicalizadas, o los sindicatos clasistas que son más políticos. En la medida en que agrupan a la masa de las y los trabajadores, aunque no sean burocráticos, no hay sindicatos que se planteen la dictadura del proletariado; si lo hicieran, no podrían agrupar al conjunto de los trabajadores de su rama de actividad. Los sindicatos son una herramienta que da por hecho la existencia del capitalismo y la explotación; un sindicato normal no cuestiona la relación de explotación: pide aumento de salario, pide esto y lo otro, pero no es una herramienta que cuestione el trabajo asalariado. Puede haber variantes con sindicatos clasistas o revolucionarios que ya plantean el cuestionamiento a la propiedad capitalista: el control obrero, la apertura de los libros contables, la escala móvil de horas de trabajo y salario, la ocupación de fábrica como método de lucha, es decir, quién controla la producción y la propiedad.
Otra cosa es el rol de los sindicatos en la dictadura proletaria, que eran para eso, justamente para las reivindicaciones inmediatas (Lenin).[12] Pero hay una “dialéctica del sindicato” en el sentido de que no tiene que perder su base social. Hay un juego dialéctico entre politización y revolucionamiento de los sindicatos, y sostenimiento e incluso aumento de su base de sustentación. Un juego dialéctico que se resuelve burocráticamente cuando la izquierda los asume como “cáscaras” que no cuestionan el sindicalismo, la adaptación puramente reivindicativa. No por eso tienen que ser burocráticos, pueden ser sindicatos clasistas como en los 70 en la Argentina, o como pretenderíamos que sea el Sitrarepa, donde se establezca una clara delimitación con los patrones.
Creo que se entiende; el sindicato tiene el elemento reivindicativo propio de su base. El partido no, el partido se agrupa por un programa político, por la perspectiva estratégica de la revolución socialista, que son cosas completamente distintas. No tiene por principio, ni antes de la revolución, ni durante ni después, agrupar a todo trabajador y trabajadora; pretende agrupar a compañeros y compañeras que tienen elementos de conciencia política revolucionaria socialista, una conciencia global, no reivindicativa.
Nadie milita en la izquierda para lograr un aumento de salarios, aunque si soy militante de izquierda voy a un sindicato y peleo por salario; se milita por una perspectiva estratégica, por ideas. Más bien en la izquierda se deja una parte del salario, se cotiza al partido.
Por eso –por su burocratización, su desnaturalización por derecha– los trabajadores muchas veces reclaman contra el descuento compulsivo al sindicato, lo que aprovechan los gobiernos de extrema derecha para desarmar a los sindicatos, cosa de la que estamos en contra aunque sean sindicatos burocratizados. Pero en los sindicatos de izquierda estamos a favor del aporte voluntario, como en la experiencia clasista de la Uocra Neuquén con Alcides Christiansen.
Pero el sindicato es una herramienta reivindicativa, no es para dejar la guita, sino para sacarle un poco más al patrón. El partido no, en el partido cotizás, gastás plata en ir y venir, nada que ver, no militás por algo reivindicativo en el partido, es el plano de la política.
Esa pregunta se puede responder muy bien con Lenin en el ¿Qué hacer?, la diferencia entre lucha económica y lucha política. Clásico texto de Lenin, mejor que lo de Marx, porque en Marx está mezclado, no hay una idea clara de partido en Marx. La idea de Marx de partido era la idea de Rosa (más bien al revé;), que era una indistinción entre la clase y el partido, y eso era erróneo desde varios ángulos: por derecha se termina en un partido reformista; es una idea autonomista también porque hay una indistinción; y por el lado burocrático, es considerar la razón de Estado como si fuera la razón del partido.
El partido revolucionario tiene un programa global que es la revolución socialista y el comunismo, los sindicatos no, y en la transición Lenin defendía su existencia para que defendieran los intereses inmediatos de la clase obrera. La dictadura del proletariado a veces no puede ni tiene tiempo, ni puede respirar, para los reclamos reivindicativos, su mira está puesta en las perspectivas históricas, en los intereses históricos del proletariado, y Lenin decía “dejemos que los sindicatos existan para reivindicar salario y condiciones de trabajo”, porque la dictadura proletaria tiene la perspectiva estratégica de transformación social, la revolución mundial y una serie de problemas, y podrían perderse de vista esas necesidades inmediatas.[13]
Creo que la idea del sindicato en el capitalismo se entiende, el sindicato no reemplaza al partido (no lo puede reemplazar como soñaba Lechín Oquendo, dirigente histórico de la COB de Bolivia en su época de oro).[14] Sobre eso también hay un texto, no del todo correcto, de Rosa Luxemburgo, “Huelga de masas, sindicatos y partido”. A Rosa se le solapan el partido y el sindicato, sus reflexiones respecto de las “cuestiones de organización” son una historia de solapamientos. Se le solapan también por una experiencia histórica, su contexto y explicación (aunque no justificación), porque la socialdemocracia alemana en la época de Rosa tenía un millón de afiliados y afiliadas, y había tres millones de afiliados a sindicatos; o sea, los afiliados al partido eran muchos, y los del sindicato eran pocos, había una desproporción ahí.
El partido revolucionario no aspira a ser un partido de masas, sino un partido con influencia de masas, porque un partido de masas se llena de presiones oportunistas, se llena de presiones reivindicativas que hacen que pierda el “arco de tensión” hacia los objetivos revolucionarios socialistas. Que son el objetivo final, como afirmaba Rosa en este aspecto correctamente: el objetivo final como “el alma de cada reivindicación”. Por eso también en el “medio”, por decirlo así, están los soviets o los consejos obreros, o coordinadoras, o los cordones industriales, que son formas que surgen de la lucha directa en condiciones revolucionarias y que tienen un contenido mucho más político y mucho más revolucionario que los sindicatos. O sea, tenés un sistema de representación de la clase obrera que tiene sindicatos, tiene soviets o coordinadoras o como se llamen, y tiene partido revolucionario o partidos revolucionarios en competencia.
Los partidos y tendencias revolucionarias siempre están en competencia; si no, no se justificaría su existencia. Hacia el final de su vida Trotsky consideró estos partidos en competencia como imprescindibles para la democracia obrera y socialista; como mecanismo específico por intermedio del cual la clase obrera alcanza síntesis, la comprensión común de sus intereses.[15]
Aunque no tiene nada que ver con la pregunta, aclaro que la competencia es imprescindible en la lucha política. Luchamos por la hegemonía, no por el partido único, porque el partido único inhibe la lucha de tendencias, y la lucha de tendencias es dura pero te obliga a calificarte todos los días, a ser mejor. Hay una parte de la competencia, eso que se llama emulación socialista, que sigue siendo imprescindible en la transición. Por eso toda la discusión del partido bolchevique como partido único, de que toda posible tendencia que surgiera fuera de él sería necesariamente contrarrevolucionaria, era errónea, más allá de que, es cierto, las reglas de juego de la guerra civil son de una polarización dramática, pero no todo el tiempo se está en guerra civil.
Esta idea errónea aprisionó incluso a la Oposición de Izquierda y a Trotsky mismo hasta que sacó la conclusión de la imprescindible lucha de tendencias –externas al partido, incluso mejor así– en el marco de los organismos de poder soviéticos.
La lucha de tendencias en todos los ámbitos: artísticas, científicas, políticas, siempre nos hacen mejores; nos obligan a reinventarnos todo el tiempo. Esto no tiene nada que ver con la competencia egoísta del mercado capitalista, sino con la riqueza y diversidad de la experiencia humana y su puesta en correspondencia en cada momento de su desarrollo; una forma de alcanzar síntesis siempre superiores.
–Quería preguntarte qué pasó con la revolución socialista de 1917. Desde mis inicios como militante veo que nosotros somos la única corriente que está trabajando y pensando esto, y te quería preguntar por qué fue compleja la elaboración de una crítica a la burocratización; en el momento en que iba sucediendo, cuando la dificultad es más comprensible, pero también en la generación posterior, como en las generaciones de los 60 o 70.
RS: Efectivamente, las corrientes no tratan el tema porque es como si fuera una “mancha venenosa”; tienen cobardía teórico-política-estratégica para abordar el problema. En todo caso, en ese momento había un primer ejemplo de burocratización de las organizaciones socialdemócratas. La primera “burocracia obrera” fue la socialdemocracia alemana, que es criticada en tiempo real por Rosa Luxemburgo; Lenin no se dio cuenta hasta 1914 (para Lenin, Kautsky era hasta ese momento, junto a Plejanov, su “maestro”), y afirmaría a partir de ahí que Rosa fue “un águila” al respecto. Pero bueno, Rosa vivía en Alemania y se dio cuenta de la burocratización del movimiento obrero alemán (Marx siempre se había quejado del carácter excesivamente “disciplinado” y, sobre todo, “sumiso” de la población alemana, del excesivo peso concedido a la autoridad).[16] Todo esto pesó negativamente durante la Revolución Alemana de 1918/23, porque en vez de lograrse una superación dialéctica de las organizaciones burocráticas, se tendió a negar, como tales, las formas organizativas partidarias: “Enfrentados desde hacía muchos años con la organización autoritaria de su propio partido, los radicales de izquierda alemanes han terminado por ver –al contrario de Lenin– en la centralización el principal obstáculo a la ‘radicalización de las masas” (Pierre Broué citado por Roberto Sáenz en “Problemas estratégicos de la Revolución Alemana”).[17]
Lo concreto es que era inconcebible la burocratización de una revolución proletaria, el caso específico de la Revolución Rusa, que fue la principal revolución socio-política en la historia de la humanidad (una “revolución política con un alma social”, como afirmaba Marx que son las revoluciones sociales). Primero, la Revolución Rusa fue un acontecimiento histórico original. No había habido una revolución proletaria antes, no es que todos los días hay una revolución socialista. Estaba el antecedente de la Comuna de París, pero duró lo que un suspiro.
Trotsky fue echado del partido bolchevique en el 15º Congreso de noviembre de 1927. En el año 28 estuvo en Alma-Ata, desterrado dentro de Rusia; y en 1929 es exiliado de Rusia a Prinkipo, una isla turca. Hasta 1926, Trotsky integró el Buró Político del Partido Comunista, y cuando estaba enfermo se reunían en su casa. Era un fenómeno híper complejo del cual hablamos en nuestras notas anteriores, ¿me entienden? Es muy largo para contar todo el desarrollo acá (lo pueden estudiar en el libro), pero la cuestión es que lo que se percibía como el último organismo democrático de poder después de que se liquidaron los soviets en 1920-21, era el partido (y efectivamente era así: liquidados los soviets sólo quedaba el partido como órgano real del poder de la clase obrera).
Y medirse con la radical novedad de la degeneración del partido, de sus organismos, de los camaradas con los cuales militaste revolucionariamente hasta el día anterior, no era nada sencillo. (Es claro que Trotsky y Stalin nunca se llevaron bien; que Stalin le armó una lucha fraccional en el Ejército Rojo en plena guerra civil, lo que está contado en su Stalin, pero eso es harina de otro costal; Stalin seguía siendo un revolucionario en esos momentos, con los rasgos de pragmatismo, nacionalismo, populismo e internismo que lo caracterizaban, pero un revolucionario al fin.)[18]
Tan complejo fue el tema de la burocratización de la Revolución Rusa que, como señalamos en nuestra nota anterior, hasta hoy sigue siendo un jeroglífico para las corrientes revolucionarias: por algo le pusimos de título a esta nota “mejor no hablar de ciertas cosas”… Incluso lo que se llama superficialmente el “marxismo occidental”, o los marxistas del establishment de la academia, le han huido mayormente al tema. Lo desarrollamos en notas anteriores, pero para el marxismo de la posguerra, más que hablar de marxismo occidental u oriental, preferiríamos hablar del marxismo que tuvo la valentía de abordar el tema más urgente de su contemporaneidad: la burocratización de la revolución proletaria.
En todo caso, lo que ocurrió en la Comuna fue otra cosa: la carencia de dirección. Los proudhonistas jugaron el papel “dictatorial” y los blanquistas tuvieron posiciones parecidas a la “cooperación”; o sea, jugaron papeles invertidos respecto de lo que supuestamente dictaba su doctrina (Engels). No hace falta explicar el caos que fue la Comuna de París porque no tuvo dirección, y así le fue, duró tres meses y se terminó (la evaluación de los límites de la Comuna es la mitad correcta de la obra de Trotsky Comunismo y terrorismo). Cada uno cumplió un rol distinto del que pensaba que debía cumplir, porque las direcciones políticas eran inmaduras, y si la “resistencia de los materiales” siempre distorsiona tu acción, la inmadurez en materia de dirección hace que la realidad te lleve para cualquier lado.
Acá me estoy refiriendo a dos temas distintos: por un lado, a la burocratización de la Revolución Rusa y del partido bolchevique; por el otro, a la problemática del partido en general, dos temas que son distintos porque no existe ninguna “ley de hierro de la burocratización de los partidos”: “En Michels la burocratización de las organizaciones obreras es un producto forzoso que se desprende de ‘invariantes’ de base ‘técnica’ (…) Con Marx sabemos que en las sociedades de clase la división técnica del trabajo supone una división social del mismo, pero no tiene por qué ser así en toda la historia. No hay nada que esté en la ‘naturaleza humana’ que impida que la humanidad se pueda elevar a los más altos grados de desarrollo superando la división del trabajo, incluso en el terreno técnico mismo. O, por lo menos, que una nueva división funcional se ubique en parámetros que serían hoy imposibles. Pierre Naville tiene señalamientos sugerentes en la materia” (“Problemas estratégicos en materia de construcción partidaria”, en Cuestiones de estrategia).
Ustedes quizás tienen naturalizado al tema, pero supongamos que vamos a tomar el poder, por ejemplo en la Argentina; ¿cómo hacemos? Supongamos que tenemos un partido de diez mil militantes, votamos la toma del poder y hacemos una huelga general… ¿quién podría dirigir la huelga y la conspiración hacia el poder? Acá está B., del Sitrarepa. Bueno, va B. con su bicicleta a la Casa Rosada y dice “Señores, nos han votado que tomemos el poder, así que por favor, les pido que me entreguen el poder”. Es seguro que agarran a B. de los rulos y la tiran por la ventana.
Hay un elemento conspirativo que es necesario, no hay toma de poder sin conspiración; es una “trilogía” entre revolución, insurrección, conspiración. La conspiración es el elemento ilegal, lo que rompe la legalidad, lo que organiza la acción ilegal de tomar el poder: ¿quién lo hace?, ¿quién organiza la insurrección? El partido. ¿Pero cómo hace? Bueno, otro día hacemos una charla sobre “El arte de la insurrección”, porque acá no puedo seguir con este desarrollo más allá de un contraejemplo histórico (para la combinación de revolución, insurrección y conspiración remitimos a “Trotsky, la ‘Historia de la Revolución Rusa’ y la escuela de Lenin”).
Hay un contraejemplo histórico-real de la carencia de esta comprensión, que precisamente viene a cuento de un nuevo aniversario del asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknetch (15/16 de enero de 1919; estamos en el 106º aniversario de este doble asesinato).[19]
Karl Liebknetch creyó que con solo decretar la toma del poder, el problema estaba resuelto. Liebknetch era un tipo re honesto, pero un lanzado total, Rosa Luxemburgo no lo pudo parar (le recriminó amargamente que se haya lanzado solo a la convocatoria al poder por fuera de la Zentrale, es decir, de una decisión colectiva en el orgánico ejecutivo del KPD). Convocó junto a la vanguardia de aquel momento a un comité que votó tomar el poder, convocaron a una huelga general en Berlín, movilizaron un montón de gente de Berlín, pero cuando “se dieron vuelta” no los seguía nadie en el resto del país… Ahí agarraron a Liebknetch y a Rosa y los masacraron, y así fue derrotada la primera revolución alemana.[20]
No hay manera de tomar el poder sin partido. Al menos si querés hacerlo en un sentido socialista revolucionario; si no, lo puede hacer la guerrilla, la burocracia, lo organiza otro (no existe toma espontánea del poder; en todos los casos debe ser organizada). O sea, ¿quién da la batalla por el poder? No solamente quién da la batalla política, ¿quién lo organiza? Esto está muy bien relatado en la Historia de la Revolución Rusa, pero es universal. Al Comité Militar Revolucionario lo dirigían los bolcheviques (en un frente único, sobre todo con los anarquistas), y Lenin estuvo un mes diciéndole al Comité Central bolchevique, “déjense de joder, tomen el poder”; un mes de discusión en el partido para tomar el poder. Había un doble movimiento inercial: uno táctico, acerca de la circunstancia para llevar adelante la toma del poder, y otro estratégico, inverso: la presión conservadora del miedo a “perderlo todo” “aventurándose” a la toma del poder, expresado en Zinoviev y Kamenev.
La idea está clara si les digo que la toma del poder se organiza de manera conspirativa, o sea secreta; hay un elemento jacobino en el partido revolucionario, ese elemento nuevo que sumé en nuestra elaboración de partido en el tomo I (en el capítulo 10 más precisamente). El elemento jacobino es el elemento conspirativo, pero no es una conspiración tipo Blanqui, separada de las masas: como parte del mecanismo masas-soviet-partido, el partido organiza la parte conspirativa. También porque la clase es muy luchadora, pero muy ingenua; puede decidir tomar el poder mañana, sin ninguna planificación.
Hay una cosa muy buena en el Stalin de Trotsky, que dice: si el Stalin de 1925 se mirara en el de 1938, no se reconocería. Y también dice otra cosa: cuando Stalin empezó a ser la encarnación de la burocracia ascendente, Stalin no lo sabía. Eso va a lo complejo que fue medirse con el fenómeno original de la burocratización. La primera obra que explica científicamente el problema de la burocratización –además de que no hubo revolución mundial, el atraso de Rusia y todo eso– es la de Rakovsky, “Los peligros profesionales del poder”, que no voy a desarrollar ahora.
Sí voy a desarrollar una idea teórica que también está en Lenin cuando llama a la “emulación”. ¿Qué es eso? Ejercer responsabilidades no es tan fácil. A todos, cualquiera sea el área de la vida en la que estemos, nos cuesta, nos presiona, nos da angustia, ansiedad. Podríamos escribir otra obra, “Los peligros psicológicos del poder”. Es que no es tan sencillo ejercer responsabilidades; como decimos siempre, esto es difícil tanto en lo grande como en lo pequeño, son las mismas leyes las que funcionan.
Rakovsky dice que el núcleo de la clase obrera es tímido, y cuando pasan a desempeñar tareas, los peores, lo más arribistas, son pícaros, se meten en el partido, agarran tareas, se subordinan a Stalin, viven mejor, y listo. Claro, a la clase obrera le cuesta muchísimo ejercer el poder.
Eso es lo que pretende explicar en realidad el libro, que no es un cuentito; pretende dar cuenta de estas dificultades. Tampoco es una obra de etiquetas, de “tipologías” de Estado no capitalista, si es esto o lo otro, no me importa tanto eso: me importan los problemas reales de la transición más que la definición en sí de cómo clasificar a la ex URSS a partir de los años 30 (aunque esta clarísimo que la definición que defendemos es la de Rakovsky: Estado burocrático con restos proletarios y socialistas de la revolución).[21]
Digo esto por las discusiones de secta, que son ridículas acá y también en el mundo: “¿Pero qué definición tenés, es jirafa, vaca o caballo?”. No, no me importa, no estamos en una clase de zoología, no se trata de “la definición zoológica del Estado”. Estamos tratando entender cómo “funciona” la transición, cuál es su dialéctica materialista, y por qué la Revolución Rusa se burocratizó, para hacer un aporte a la perspectiva revolucionaria.
Bibliografía
Évald Ilienkov, Leninist dialectics and the metaphysics of positivism, 1979, New Park Publications, 1982.
- “El problema del Ideal en filosofía”, en El materialismo inteligente. Compilado de ensayos sobre la dialéctica marxista-leninista y Hegel, 2021, Buenos Aires.
Corinna Lotz, David Bakhurst. The Heart of the Matter: Ilienkov, Vygotsky and the Courage of Thought, en Marx and Philosophy .
Roberto Sáenz, “Problemas estratégicos de la Revolución Alemana”, 18/02/2016, izquierda web.
- “Problemas estratégicos en materia de construcción partidaria”, en Cuestiones de estrategia, izquierda web.
Nicolás González Varela, “Un cadáver en el canal: el asesinato de Rosa Luxemburgo”, izquierda web.
[1] Este conversatorio lo estamos editando hoy sábado 18 de enero de 2025, razón por la cual tiene citas y lecturas realizadas posteriormente al mismo. En la próxima edición de “Marxismo en el siglo XXI” vendrá la parte 3.
[2] El mismo Spinoza analizaba a la humanidad y su conciencia como un desdoblamiento de la sustancia, es decir, de la naturaleza con referencia a sí misma. Su máxima era Deus, sive natura (dios, es decir la naturaleza).
[3] Ilienkov lo afirma bien: “No simplemente materialismo, y no simplemente dialéctica, el materialismo sin dialéctica permanece en nuestros días como un wishful desire (algo que ocurriría porque lo deseáramos; no es nuestro caso) (…) [La] dialéctica sin el materialismo inevitablemente se transforma en un arte puramente verbal (…) sofistiquería (…) Sólo el materialismo dialéctico (dialectical materialism), solo la unidad orgánica de la dialéctica con el materialismo arma el conocimiento del humano con los medios y la habilidad para construir una imagen objetivo-verdadera del mundo circundante, los medios y la habilidad para reconstruir este mundo de acuerdo con las tendencias objetivas y las naturales leyes de su propio desarrollo” (Leninist dialectics and the metaphysics of positivism, 1979, Google).
[4] Ahora mejor conocidos como Manuscritos de París, 1844, los cuales, se sabe, eran apuntes y no un borrador de una obra en preparación (Kohei Saito). Por estos primeros años de su “carrera” Marx tiene varios manuscritos, es decir, borradores de trabajo, apuntes, escritos para sí mismo, etc., que se agrupan como cuadernos por referencia a la ciudad que habitaba en cada momento (Bonn, Kreusesnach, etc.). Aclaramos que nuestra memoria en este sentido no es nuestro punto fuerte, pero no hace falta porque este ángulo está mucho mejor expuesto en los marxólogos, en los cuales nos apoyamos en este sentido. Está claro que el conocimiento, como todo lo demás, es algo social, dialógico diría Ilienkov (Corinna Lotz).
[5] Los años 1937 y 1938 son los años de la masacre final de los bolcheviques leninistas en los campos vía fusilamientos periódicos que no dejaron prácticamente militantes vivos. Una de las pocas personas que sobrevivieron es la esposa de Adolf Ioffe, María Aleksándrovna Ioffe, que demostró una entereza a toda prueba: estuvo detenida en el gulag veinte años.
[6] Es recurrente que entre la militancia surja la pregunta por la dialéctica; está tan imbricada con el marxismo, es tan constitutiva de él junto con el abordaje materialista de las cosas, que siempre surge el interrogante acerca de ella. Por nuestra parte, ya lo hemos señalado: es inconcebible un marxismo sin dialéctica: es impensable Marx sin Hegel.
[7] Es aguda la referencia a la lógica en “El problema del Ideal en filosofía”, del historiador marxista de filosofía Évald Iliénkov. Ilienkov cita a Kant afirmando que “En la lógica de Kant también hay una especie de ‘imperativo categórico’, un más alto primer principio del pensamiento teorético, la prohibición de la contradicción lógica, la absoluta, formal a priori condición de la verdad (…) la completa y absoluta no-contradictoria naturaleza del conocimiento (…) la ley de la identidad (que en su forma negativa es la prohibición de la contradicción)”.
[8] Manuel Sacristán tiene toda una obra para tratar de demostrar que la dialéctica no es una teoría del conocimiento. Que es una suerte de “gramática”, de “poética” (las palabras son nuestras, no de Sacristán), pero que de la dialéctica no se puede desprender conocimiento alguno: él reivindica la lógica formal como herramienta absoluta del conocimiento.
En el mismo sentido, el marxista italiano Lucio Colletti afirma que el conocimiento excluye la contradicción; que solo puede basarse en la ley de identidad. Kantiano o neokantiano, se opone a Hegel (¡y a Marx!) en el campo de la filosofía.
[9] En nuestro tomo II dedicaremos un capítulo entero al problema del stajanovismo. Lo haremos en homenaje a León Sedov, que escribió un gran artículo titulado “El movimiento Stajanov”. Por la posición que tenía junto con Trotsky, es en un 99% una denuncia de la explotación y atomización obrera que supuso este movimiento, pero deja el interrogante –demostrado por la negativa en la práctica– de que realmente sirviera para aumentar la productividad obrera (es decir, que en ese sentido fuera “progresivo”).
[10] La definición de capitalismo de Estado para la involución de la ex URSS es de un esquematismo brutal. Lo que ocurrió con la inhibición del proceso de transición fue un retroceso, un proceso histórico que fue a una vía muerta, pero fue un error encasillarlo como si hubiera sido otra forma de capitalismo cuando la clase capitalista fue expropiada completamente en la URSS. Este tipo de definiciones remite a una mirada esquemática del proceso histórico, y resulta que la mayoría del movimiento trotskista de los países anglosajones se “encasilló” en esta definición, o en otra más superficial aun, que fue la de colectivismo burocrático.
La complejidad de la cosa fue más simple: había que dedicarse a entender la degeneración de una auténtica revolución proletaria y socialista y no tratar de encasillarla con una idea esquemática del curso histórico (una temática que abordamos en nuestro artículo anterior y que retomaremos más abajo –“La apertura radical de la historia”, izquierda web).
[11] Dejo una idea por si se me escapa después: el trabajo teórico de esta obra es un esfuerzo de “abrir las categorías” del materialismo histórico referidas a la transición socialista, que se formalizaron u osificaron a lo largo del último siglo. Abrir las categorías me parece como una de las tareas teóricas más importantes, en realidad, en todos los tiempos y en todas las temáticas; la ciencia, el análisis de la realidad, su estudio, debe proceder construyendo categorías y luego abriéndolas críticamente para alcanzar nuevas síntesis; un movimiento asintótico crítico permanente que es el movimiento del pensamiento. Ilienkov, como historiador materialista dialéctico de la filosofía, afirma algo semejante respecto del movimiento del pensamiento, del conocimiento, que no es circular como parece afirmar Hegel en su “Prólogo” a la Fenomenología del espíritu, sino en espiral (esta idea del conocimiento en espiral está bien tratada por Astarita en sus pedagógicos textos sobre Hegel).
[12] Lenin los defendía como herramientas reivindicativas de los trabajadores frente a su propio Estado. Bujarin y Trotsky tenían la posición equivocada de los sindicatos como “escuelas de trabajo”, lo que significaba que eran una correa de transmisión directa del Estado proletario y de esta manera se descaracterizaban. Los sindicatos en su función tradicional solo pueden ir desapareciendo en la medida en que desaparece el Estado, incluso el Estado obrero.
[13] Es obvio que estamos hablando de todo esto bajo condiciones revolucionarias. Muchas de las revisiones críticas a la moda del gobierno bolchevique (autonomistas u otras como la pluma deshonesta de Simón Piranni), hacen un mundo de las dificultades de Lenin y Trotsky para satisfacer las necesidades inmediatas en las tremendas condiciones de los primeros años del gobierno bolchevique.
Hablamos de la deshonesta pluma del ex marxista inglés Simón Piranni porque sus obras sobre el gobierno bolchevique revolucionario pierden todas las proporciones conscientemente.
[14] Lechín, enorme dirigente de masas del proletariado minero, rápidamente se burocratizó. Guillermo Lora, histórico dirigente del POR boliviano, soñó con ganarlo para su organización, que era minúscula, pero Lechín lo engañó. La COB en su época de oro siempre apareció como una “organización total” que no requería de partido alguno, pero el propio Lechín, en el fondo, era integrante o simpatizante del MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario, partido burgués que asumió el poder con la revolución del 52).
A pesar de sus esquematismos, y de que la hemos leído de modo fragmentario, la obra de Guillermo Lora, Historia del movimiento obrero boliviano, tiene su riqueza. Es significativo que la mayoría de los dirigentes del movimiento trotskista de posguerra tengan, aquí o allá, riqueza en sus reflexiones, incluso en los casos más unilaterales o autoproclamatorios y aislados como Lora.
[15] En esta idea insiste Antoine Artous en su valiosa obra Marx, el Estado y la política, y en este aspecto tiene razón. Al colocar esta referencia recordamos cuánto de lo más valioso de la obra marxista revolucionaria del siglo pasado está afuera de la academia y lo mal que hacen aquellos marxistas que se dicen “militantes” al no referirse a ella o quedarse con los esquemas académicos de Perry Anderson y sus clásicas obras El marxismo occidental y Tras las huellas del materialismo histórico, que son valiosas pero fueron escritas antes de la caída del estalinismo y no bajo la potente luz que abrió su derrumbe final (otro arrecife de coral para la actualización crítico-revolucionaria del marxismo, tal como los desarrollos de la marxología).
Sobran las aburridas obras sobre “el marxismo occidental” (una vieja línea de investigación) y faltan dramáticamente obras marxistas que pongan a todo el marxismo críticamente a la luz de la experiencia del estalinismo (el marxismo militante argentino es especialista en este abordaje de “boleadoras y dulce de leche”).
[16] Creo que esto se ve en ciertas viejas familias de origen europeo, algo muy distinto de la idiosincrasia latina: la subordinación sin complejos a determinadas reglas.
[17] Y Broué agrega una agudeza más, vinculada a la crítica no dialéctica de las formas de organización anteriores: “(…) críticos infatigables del oportunismo de los dirigentes y del autoritarismo de sus métodos, piensan, como Luxemburgo, que no existe ninguna receta en materia de organización” (Broué citado por Sáenz, ídem).
Por supuesto que la construcción de partido no se basa en ninguna “receta”, pero, menos que menos, en la espontaneidad: se construye como ejercicio consciente y planificado. En Rosa hay una suerte de apelación “anarquista” al “orden espontáneo”, que, evidentemente, no funciona en materia de organización y tampoco en relación a la toma del poder. Su pensamiento organizativo era pobre.
El tema partido no fue un punto fuerte y dialéctico de su pensamiento, aunque podemos entenderlo por las presiones que significaba el peso conservador del SPD sobre la irrupción volcánica espontánea desde abajo de las y los trabajadores, característica del inicio de toda verdadera revolución.
[18] Stalin fue, tal vez, el más grande intrigante de la historia. Lenin plantearía en su Testamento que debía ser apartado de la Secretaría General del partido porque “era un cocinero que solamente sabía preparar platos picantes”. La continua acción palaciega de la intriga requiere de una personalidad, de una psicología particular, estar dedicado a las minucias por fuera de las grandes perspectivas como obra de noche y día. Con agudeza, Trotsky refería que el carácter es una de las características de un revolucionario, pero no lo que más lo distingue. La convicción revolucionaria socialista, que suma al carácter una determinada “ética”, un compromiso con las grandes miras, es muchísimo más importante que el carácter en sí (carácter puede tener cualquier burócrata, cualquier personalidad).
[19] Para los aspectos históricos de este vil asesinato ver “Un cadáver en el canal: el asesinato de Rosa Luxemburgo”, Nicolás González Varela, izquierda web.
[20] A pesar de su desacuerdo, Rosa se negó a hacer un balance claro de la acción, un balance estratégico. El último texto de Rosa, “La calma reina en Berlín”, es extraordinario en muchos sentidos pero no pasa balance de lo ocurrido: aborda el fallido levantamiento como un suceso objetivo más que como un acontecimiento estratégico del cual se debían sacar las lecciones del caso (“Problemas estratégicos de la revolución alemana”, izquierda web).
[21] En materia clasificatoria, esta es la línea de investigación que menos se siguió: se desarrolló la teoría del Estado obrero degenerado o deformado, del capitalismo de Estado y del colectivismo burocrático, pero, sintomáticamente, lo que menos se desarrolló es la idea de Estado burocrático. Incluso Naville sumó la definición de “socialismo de Estado”, pero la de “Estado burocrático con restos de la revolución” que de manera “invertida” daba continuidad a la definición de Lenin de “Estado obrero con deformaciones burocráticas”, es decir, que seguía su línea de razonamiento, no se desarrolló salvo casos aislados. En nuestro caso, comenzamos a pensar en esta definición en 1993 en “Problemas del Estado soviético según la visión de Lenin”, mimeo (en la Argentina Aldo Casas en Después del estalinismo y Rolando Astarita en varios textos que no llegamos a revisar nuevamente, dan una definición genérica similar pero desde ángulos completamente disimiles de los nuestros).
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