A pocas semanas del estreno cinematográfico de “Matate, amor», nos interesa volver la mirada hacia la novela que dio origen a esta adaptación. La obra de la escritora argentina Ariana Harwicz, se erige como una pieza literaria de alto voltaje emocional y político, que interpela con crudeza los discursos hegemónicos sobre la maternidad, el deseo, la estructura familiar y la subjetividad femenina.
Una escritura que desestabiliza: el estilo de Ariana Harwicz
Ariana Harwicz (1997) es una destacada escritora argentina, reconocida por una literatura intensa, radical y poética. Desde 2007 reside en Francia. En 2012 publicó su primera novela, “Matate, amor», que recibió gran reconocimiento por parte de la crítica y el público. Le siguieron “La débil mental» (2014) y “Precoz” (2015), conformando juntas la denominada “trilogía de la pasión”, centrada en los vínculos familiares y la relación entre madres e hijos. En 2013, además, editó junto a Soledad Pérez el libro Tan intertextual que te desmayás. En 2018, la traducción al inglés de Matate, amor (Die, My Love) fue nominada al Premio Booker Internacional, lo que consolidó su visibilidad en el ámbito literario internacional. (https://www.alternativateatral.com/persona42897-ariana-harwicz)
La narrativa de Ariana Harwicz se destaca por una intensidad que conjuga el monólogo interno con la construcción de imágenes poéticas y violentas, generando una experiencia literaria profundamente desestabilizadora. Su escritura no se limita a contar historias: interroga, sacude, descoloca. Desde lo emocional, tensiona la moralidad del lector, lo confronta y lo obliga a preguntarse hasta qué punto puede comprender —o incluso justificar— a los personajes del relato. Desde lo político, despliega una crítica incisiva a los roles de género, a las estructuras familiares tradicionales y a los mandatos culturales que rigen la vida cotidiana.
En “Matate, amor”, obra que nos convoca en esta ocasión, Harwicz escribe desde el cuerpo, desde el delirio, desde la rabia. Las palabras se vuelven cuerpo y el cuerpo un lenguaje que tiene mucho para decir. La protagonista es atravesada por deseos e impulsos que emergen como imágenes crudas, potentes, que no buscan ser contenidas ni suavizadas. Estas irrupciones configuran una conciencia fragmentada, una voz que se desborda y que arrastra al lector en un flujo narrativo vertiginoso. La novela prescinde de capítulos, de pausas o explicaciones, de estructuras convencionales: se presenta como un torrente ininterrumpido, como un grito que se resiste a ser silenciado.
La potencia de Harwicz reside precisamente en esa negativa a la contención. Su literatura no busca redención ni armonía: es una forma de resistencia estética y política que se expresa en cada frase, en cada imagen, en cada ruptura. “Matate, amor» no es sencillamente una historia: propone una experiencia sensorial que le demanda al lector – y ahora espectador- una disposición activa, una mirada que se atreva a atravesar la superficie para adentrarse en las capas más profundas de la subjetividad de su protagonista. Exige una entrega total, una disposición a transitar el vértigo, la incomodidad y la belleza de lo que no puede ser dicho en los términos del discurso dominante.
El malestar cotidiano como expresión del malestar estructural
En Problemas de la vida cotidiana (1923), Trotsky reflexiona sobre cómo las condiciones materiales y culturales del capitalismo afectan la vida íntima, los vínculos familiares, la subjetividad y la rutina. En este sentido, se plantea que la revolución no puede limitarse a lo económico o lo político: debe transformar la sociedad de raíz, esto incluye los hábitos, los afectos, la vida doméstica. En sus palabras: “La vida cotidiana es el terreno donde se reproduce la ideología dominante”.
Harwicz, desde la ficción, encarna esta problemática de una cotidianeidad que reproduce una violencia simbólica. Su protagonista no está simplemente “loca” o “desbordada”: está atrapada en una estructura que la oprime desde lo más íntimo; la casa, el marido, el hijo, el campo -todos elementos que deberían ofrecer estabilidad- se transforman en dispositivos de control. No puede desear, no puede arrepentirse.
Esta autora no se limita a narrar una experiencia individual sino a denunciar, a través de su novela, un sistema que reduce la potencia del género femenino a funciones reproductivas y afectivas. El patriarcado, aliado del capitalismo, necesita de mujeres que cuiden, que sostengan emocionalmente y que no deseen más allá de lo permitido.
Las fantasías de la protagonista -muerte, abandono, asesinato- no responden a una causa patológica, sino que son evidencia de hartazgo, de inconformidad, de resistencia ante una realidad que la anula.
El hogar: jaula sin barrotes
La trama de Matate, amor se desarrolla en una casa rural, aparentemente apacible, donde una mujer convive con su esposo y su hijo. Lo que en principio podría presentarse como un entorno idílico y sereno se revela, en cambio, como un espacio de confinamiento simbólico. La protagonista transita su cotidianidad en una suerte de claustro emocional, una jaula sin barrotes que la vigila y la juzga. “Me siento vigilada por los árboles, por los pájaros, por el aire mismo”, confiesa.
La maternidad, lejos de ser una elección libre y consciente, se presenta como una condena, su bebe es un recordatorio de su pérdida de autonomía.
“Soy madre, listo. Me arrepiento, pero ni siquiera lo puedo decir”, reflexiona la protagonista, en una frase que condensa la violencia estructural que el sistema capitalista ejerce sobre las mujeres, sujetándolas a roles normativos que muchas veces se asumen sin posibilidad de cuestionamiento ni de escape.
En este marco, resulta imprescindible situar en el centro del debate la urgencia de una transformación profunda del entramado social que sostiene estas lógicas de opresión. El capitalismo convierte a la familia en una unidad de reproducción ideológica, donde la mujer queda relegada al trabajo doméstico no remunerado, a la crianza, al sostenimiento afectivo, y aun cuando accede al ámbito laboral asalariado, enfrenta desigualdades estructurales por razón de género.
La novela de Harwicz lleva esta crítica al extremo: su protagonista no solo rechaza el mandato materno, sino que lo vive como una forma de tortura existencial. A través del monólogo interno, el lector accede a una conciencia que se desborda, que no se regula, que no se adapta. A lo largo de la trama, los hilos de cordura se van descosiendo lenta, pero violentamente. Es en ese proceso en el cual la autora encuentra su potencia narrativa: en la ruptura con lo establecido, en el estallido de la conciencia, en la denuncia que encarna.
Matate, amor no es simplemente una novela sobre una mujer en crisis. Es una obra que expone, con crudeza y belleza, los mecanismos invisibles de una sociedad que vigila, encierra y reprime.
Un estreno que se espera con ansias
La adaptación cinematográfica de «Matate, amor», dirigida por la cineasta Lynne Ramsay y protagonizada por actores de renombre como Jeniffer Lawrence y Robert Pattinson, se presenta como una película audaz, que promete estar a la altura de la intensidad literaria de la obra original. Lejos de buscar la complacencia del espectador, el filme se perfila como una experiencia estética y emocional profundamente incómoda, provocadora y desestabilizadora.
La novela de Ariana Harwicz, que sirve de base para esta producción, es una pieza literaria que desafía los límites del lenguaje y de la representación. A través de una prosa lírica, cargada de imágenes poéticas y pulsiones viscerales, la autora construye una atmósfera que oscila entre el delirio más febril y el realismo más descarnado.
El estreno del filme representa una oportunidad para que este grito literario se amplifique en nuevas formas, alcanzando a públicos diversos y generando nuevas conversaciones sobre lo que significa ser mujer, madre y sujeto en una sociedad que demanda, oprime y explota.
Matate, amor, sin duda alguna, no deja indiferente a nadie que la lea.




