American factory: “cultura del trabajo” y explotación

American Factory, primera película de una nueva productora auspiciada por el ex – presidente Barack Obama, trata sobre el cierre de una planta automotriz de la General Motors en Ohio, EEUU, y su posterior reapertura en manos de capitales chinos.

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Después de la ceremonia de los Oscars, American Factory, película premiada a mejor documental, llamó la atención por las declaraciones de su directora, Julia Reichert, quien parafraseando a Marx declaró “creemos que las cosas serán mejores cuando los trabajadores del mundo se unan”1. Reichert es una cineasta con una larga trayectoria de izquierda, militante en los ’70 en la corriente que luego fue el “socialismo democrático” y que hoy está representado por Bernie Sanders dentro del Partido Demócrata.

El documental aparece, a primera vista, recorrido por la discusión sobre las diferencias culturales entre estadounidenses y chinos y por el problema de lo que en Argentina llamaríamos “la cultura del trabajo”. Pero lo que surge por debajo del problema nacional es la cuestión de las distintas relaciones de fuerza entre la burguesía y la clase trabajadora en los dos países.

 

El cierre

Durante el siglo XX, la industria automotriz estadounidense empleó a decenas de miles de obreros y le dio vida a ciudades enteras, especialmente en los Estados del “Medio Oeste” y algunos del Sur. Además de económico, podría decirse que las automotrices tenían también un importante peso cultural en EEUU: fue la primera industria en modernizarse con el fordismo y constituyó una fuente de empleo estable y con muy buenas condiciones salariales, postulándose como ejemplo del american way of life, del new deal y las concesiones que el mismo trajo para los trabajadores (como resultado de luchas obreras históricas durante la década del ’30).

Con la llegada de la globalización a fines del siglo XX, las automotrices más importantes comenzaron a “deslocalizar” su producción, cerrando fábricas en EEUU y trasladándolas a países de la periferia mundial (Asia o Latinoamérica) en los que la clase trabajadora poseía menos tradición de lucha y por lo tanto muchas menos conquistas, donde las empresas podían contratar mano de obra peor paga y en condiciones de mucho mayor explotación. Este fenómeno generó grandes ganancias para las patronales automotrices y la desaparición de algunos de los centros industriales más importantes de EEUU2, dejando a parte de los sectores más concentrados de la clase obrera desocupada o haciéndola migrar a puestos de trabajo peor pagos y más precarios.

Con la crisis del 2008, esta situación se agravó. La propia General Motors se declaró en quiebra y, para que continúe su producción en el país, recibió un millonario salvataje de parte del Tesoro del Estado, que pasó a convertirse en accionista mayoritario de la empresa3. El gobierno yanqui, con Obama (el productor de American Factory) a la cabeza, se rehusó a tomar cualquier tipo de medida en beneficio de los trabajadores automotrices, por lo cual el salvataje a la GM estuvo acompañado por una serie de ataques y recortes a las condiciones de trabajo de sus empleados: cierre de plantas, miles de despidos, creación de un sistema salarial de dos niveles (trabajadores estables y trabajadores temporarios, que cobran aproximadamente la mitad y poseen menos derechos laborales)4.

Para 2014, año en que la empresa china Fuyao reabre la ex – planta de la General Motors, con ya seis años de recesión a cuestas, la recuperación de un puesto de trabajo en la industria automotriz aparece para cualquier trabajador estadounidense como una posibilidad de retorno a la prosperidad perdida. Es sintomático que, en un momento de conflicto dentro de la fábrica, la gerencia de Fuyao utiliza la consigna de Make America Great Again con la que Trump apeló en su campaña a los trabajadores que recordaban con nostalgia y descontento las condiciones de vida previas a la crisis de 20085.

Fábrica china y fábrica americana, disciplina e indisciplina

Desde el momento en que reabre la planta, Fuyao intenta presentar la nueva fábrica como “una fábrica americana” (incluso estéticamente, decorando la planta con fotos de paisajes norteamericanos) pero intentando adaptar a los obreros a los ritmos chinos. Se implementa un sistema mixto de supervisores (el personal intermedio entre la gerencia y los operarios, pero que debe regimentar el trabajo de estos últimos) chinos y estadounidenses para ganar la confianza de los trabajadores, pero al mismo tiempo se traen varios cientos de trabajadores chinos a la planta, que son utilizados como ejemplo de disciplina y productividad, como un modelo de trabajador ideal al que los estadounidenses deben equipararse.

Sin embargo, al pasar los meses, los objetivos de productividad no se alcanzan, la planta produce menos y más lento de lo que quisiera la patronal. Esta, descontenta con la “lentitud” de los trabajadores, envía a los supervisores yanquis a China para que recorran la planta de Fuyao e incorporen los métodos de trabajo chinos.

Las escenas del documental grabadas en la planta china son, en primera instancia, bastante desconcertantes para el espectador occidental, pues no funcionan sólo como espacios de trabajo. Los obreros trabajan turnos de 12 horas o más por día, todos los días, con 1 o 2 francos al mes bajo la más estricta disciplina. Cada sector de la fábrica posee un supervisor encargado de adiestrar y mantener trabajando a los empleados, con prácticas tales como formarse en fila y recitar distintas consignas de trabajo, lo que recuerda un poco a la entrada en las escuelas primarias, al momento de cantar el himno, y bastante más a la formación de columnas militares.

Por lo extendido de la jornada, los obreros deben vivir cerca de la fábrica, por lo cual sus casas están acopladas al predio fabril. Esta fábrica – ciudad organiza no sólo las horas de trabajo de los obreros sino el tiempo total de sus vidas. Su poco tiempo de ocio se utiliza en actividades dentro del predio (por ejemplo, las viviendas tienen algunas canchas deportivas) o directamente en actividades organizadas por la empresa.

Existen revistas “de actualidad” sobre la vida interna de Fuyao, concursos laborales en los que se premia a los trabajadores más “eficaces” de la planta, con ceremonias de premiación al estilo Hollywood, en las que los trabajadores premiados desfilan trajeados por una alfombra roja y son fotografiados. Hay actos festivos (por el año nuevo, por ejemplo) en los que los trabajadores cantan o actúan en distintos números musicales, todos ellos con temáticas empresariales y letras alusivas a las virtudes capitalistas de Fuyao. Hasta se realizan ceremonias matrimoniales entre los obreros de la fábrica durante las fiestas. Las escenas en China muestran el funcionamiento de una cultura totalizante del trabajo, un complejo artificio capitalista que ocupa todas y cada una hora de las horas de vida del trabajador, montado para mantener a los empleados trabajando hasta el límite de las capacidades físicas, con ritmos y condiciones del siglo XIX, y, al mismo tiempo, darle a esos trabajadores la ilusión de que su trabajo posee un fin cultural, que su esfuerzo significa un aporte al enriquecimiento y crecimiento de la nación (idea reforzada por el fuerte entrelazamiento de la clase capitalista china y el Estado chino, pero que en realidad no es otra cosa que el enriquecimiento de los capitalistas chinos a costa del sudor obrero) y que puede incluso ganar una retribución, simbolizada en los ficticios premios a la productividad individual. Es una cultura organizada alrededor de la idea de nacionalismo productivo, y que los burócratas chinos del PC bien sintetizan con la imagen de “estamos todos en el mismo barco”, barco en el que reman los trabajadores y se enriquecen los capitalistas.

A su vuelta de China, algunos de los supervisores intentan implementar los métodos y ritmos chinos pero chocan con la negativa obrera hasta en lo más mínimo. Cuando un supervisor intenta formar en filas a los trabajadores como en la fábrica china, estos se quedan parados mirándolo con expresión burlona. A lo largo de toda la película se habla de la mala “actitud” de los trabajadores estadounidenses, de su “pereza” o acostumbramiento a “lo fácil”. Pero la “actitud” de los trabajadores con respecto a las intenciones de la patronal no es un problema pereza o condiciones culturales en un sentido esencialista: los trabajadores yanquis no trabajan más lento por llevar sangre yanqui en las venas, trabajan más lento porque históricamente vienen de trabajar en mejores condiciones que los trabajadores chinos, tienen una tradición sindical de muchas mayores conquistas y una relación de fuerzas con la patronal mucho más pareja que sus pares asiáticos.

Para un trabajador chino, muchos de los cuales vienen del campo a buscar un trabajo en la ciudad sin otra perspectiva que enviar dinero a sus familias y mantenerlas, formar una línea y rezar el himno de la empresa es parte del día a día. Es una práctica que ha sido machacada en su consciencia por años de opresión y cooptación estatal6, de un sistema que lo redujo a la pobreza, lo aisló de todo su círculo social (que quedó en el campo) y lo introdujo en nuevos espacios de socialización, diseñados especialmente para disciplinarlos y quebrar su resistencia. Para un trabajador automotriz de Estados Unidos, que, si bien ha vivido la experiencia de la última crisis y la reciente desocupación, creció con conquistas materiales obtenidas durante el siglo XX a partir de luchas históricas de la clase obrera, como las huelgas ocupacionales de la década del ’30, que dieron nacimiento a uno de los sindicatos más fuertes del país (la UAW).

El choque de expectativas y la sindicalización

En estas condiciones, no hacía falta mucho tiempo para que chocaran las expectativas de la patronal (ganancias y productividad a tasas chinas en suelo americano) y las de los trabajadores (volver a trabajar en condiciones en condiciones pre-crisis luego del 2008 y la quiebra de General Motors). Ni los trabajadores producían lo que Fuyao pretendía ni Fuyao proveía los salarios (el sueldo inicial de Fuyao era de 12 dólares la hora, mientras un trabajador con antigüedad de la GM cobra alrededor de 30) ni las condiciones que los trabajadores querían (ya en los primeros meses hubo varios accidentes laborales de distinta gravedad).

Lo que quedaba por verse era qué intereses primaban, y el choque de expectativas produce un conflicto por la sindicalización de los trabajadores. Surgen varios activistas (la mayoría de ellos ex – trabajadores de la GM que habían conocido el trabajo en condiciones de estabilidad) que inician una campaña pro-sindicalización en la fábrica, recorriendo los sectores con pancartas y dialogando con los trabajadores. La empresa contesta, primero con charlas obligatorias en las que se habla de los “perjuicios” de la sindicalización, y después con una abierta persecución política hacia los activistas, con despidos y otras medidas disciplinatorias dentro de la fábrica.

Pasan algunas semanas hasta que llega la votación del plebiscito que dicta si la fábrica adhiere al sindicato automotriz (UAW) o no, y se pierde: se impone el no con alrededor de dos tercios de los votos. ¿Cómo se explica la derrota?

En primer lugar, por el temor de los trabajadores. La experiencia de la crisis, de la quiebra y la desocupación, sumada al amedrentamiento patronal, tiene un efecto disciplinatorio sobre los trabajadores, que eligen cuidar lo poco que tienen ante la posibilidad de perderlo todo7.

En segundo lugar, por la tibieza de la dirección burocrática de la UAW8. Al realizar una campaña rutinaria, sólo discursiva y sin ninguna medida de fuerza, adaptándose a los métodos de la democracia formal (decidir únicamente votando, no luchando), la UAW le regaló a los trabajadores a la campaña de miedo de la patronal, dejó a los sectores activistas más dinámicos atados a los sectores más atrasados, aquellos que cedieron ante el miedo9. Esto debe entenderse en relación a que la UAW es un sindicato burocrático hasta la médula, que no sólo no impulsó ninguna lucha sino que fue el mismo que aceptó las medidas regresivas en toda la General Motors luego de la quiebra, cuando la administración estatal (Obama) impulsó, de común acuerdo con la patronal, la baja general de salarios y la imposición de peores condiciones de contratación, muy similares a las de Fuyao10.

Por último, vale la pena hacer notar las limitaciones más generales del sistema sindical estadounidense a comparación de otros países como la Argentina. Si bien en casi todos los países con cierto nivel industrial existe la burocracia sindical, el sistema yanqui es de por sí más antidemocrático que el que conocemos en la argentina. En primer lugar, no existen en Estados Unidos las comisiones interna ni los delegados por sector, lo que genera un funcionamiento mucho más vertical del sindicato. Además, no existen tampoco los convenios colectivos de trabajo, allá las negociaciones paritarias se dan empresa por empresa. Esto último está estrechamente ligado con los mecanismos antidemocráticos tales como el plebiscito. Para conseguir mejores salarios o condiciones, los trabajadores no pueden organizarse sindicalmente en su propio espacio de trabajo, ni pueden, tampoco, afiliarse aquellos trabajadores que lo deseen (por ejemplo, los más activistas), para cualquiera de las dos cosas deben entrar de conjunto al sindicato, o entran todos o no entra ninguno. Y en un lugar de trabajo sin vida sindical, a priori, es muy difícil lograr convencer a toda la masa trabajadora de afiliarse cuando la patronal implementa mil y un mecanismos para meter miedo.

Más allá de las limitaciones ideológicas o políticas de sus realizadores (los socialistas democráticos como Reichert y los social – liberales como Obama), American factory da cuenta, por su documentación exhaustiva de la vida obrera, de algunos de los problemas fundamentales a los que la clase trabajadora deberá enfrentarse en los próximos años: la recesión interminable, los resultados contradictorios de una globalización cuestionada, los intentos patronales por acelerar los ritmos productivos, la automatización y, especialmente, las dificultades subjetivas relativas a la consciencia obrera: la traición de la dirección sindical, la ruptura con las tradiciones de lucha de la clase obrera del siglo pasado y las dificultades para reestablecer dicha tradición.

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1 https://izquierdaweb.com/marx-en-la-ceremonia-de-los-oscar/
2 Es el caso de Detroit, ciudad célebre por haber sido uno de los más grandes núcleos industriales del siglo pasado para luego convertirse en una ciudad semi-fantasma.
3 La planta de General Motors en Moraine, Ohio de la cual se ocupa el documental había cerrado en diciembre de 2008, 7 meses antes de la quiebra, el salvataje y la reorganización.
4 Esta caída de las condiciones de vida de la clase obrera generó en 2016 el voto obrero a Trump, que lo hizo ganar en varios de los cordones industriales más importantes del país.
5 El documental fue grabado entre 2015 y 2017, período en el transcurso del cual se desarrolló la campaña electoral de 2016 y el acceso de Trump a la presidencia.
6 En el documental queda muy bien plasmada la ligazón o superposición entre las estructuras del Estado chino, la patronal de Fuyao (que recibe financiamiento del primero), el sindicato y el Partido Comunista (que dirige al mismo tiempo el sindicato y el Estado, es juez y parte, representante de los empleados y del empleador).
7 Otro factor atemorizador fue la amenaza de la robotización: la implementación de cada vez mayores niveles de automatización del trabajo para reemplazar trabajadores con máquinas y recortar cosos de producción (o sea, salarios).
8 Entra dentro del mismo problema la actuación del Partido Demócrata, que impulsó discursivamente la campaña por la sindicalización pero sin enfrentarse realmente a la gerencia de Fuyao.
9 Es de notar que la mayoría de los activistas pro-sindicalización rondaban los 30 o 40 años, mientras los trabajadores permeables al amedrentamiento (si bien había algunos carneros) fueron mayormente los trabajadores jóvenes, los que entraron al mercado laboral ya con una economía en recesión, post – 2008.
10 Hace sólo algunos meses, la dirección de la GM volvió a traicionar la lucha de sus trabajadores, cuando entregó la huelga más grande de las últimas décadas (de un mes de duración) a cambio de migajas.

1 COMENTARIO

  1. Buena reseña. Baja un poco la predica anti burocrática simplona. Lo mejor del documental es mostrar el drama real de no tan sencilla resolución. Una dirección más luchista no tuerce el curso de los acontecimientos. La respuesta obrera debe ser global tanto como la acción burguesa es global.

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