“He estudiado con muchísima dedicación la primera parte de la Crítica de la economía política aparecida en Berlín (…) Usted expresa por primera vez de manera clara, irrefutable, científica, lo que de hoy en adelante constituirá la tendencia consciente de la evolución: someter a la conciencia humana al [el] proceso de la producción social que, hasta el presente, no era más que un poder ciego de la naturaleza. Su aporte trascendental es el de haber dado inteligencia a esta tendencia, haber demostrado que a nuestra producción le faltaba cabeza”
Carta de Joseph Dietzgen a Marx, 5/11/1867, Karl Marx, “Cartas a Kugelmann”
Edición de este artículo: Patricia López
Hace dos meses –marzo 2025– publicamos una presentación de lo que será nuestro tomo 2 de El marxismo y la transición socialista. Planificación mercado y democracia obrera, dedicado, como se aprecia, a la economía de la transición: “El debate sobre la economía planificada” (izquierda web).
En esta segunda entrega nos interesa dar a luz lo que vendrá a ser la primera parte –en borrador– de la Introducción a la segunda sección de nuestro segundo tomo. La primera sección estará dedicada al abordaje de nuestros clásicos acerca de la economía de transición. La segunda a abordar los reguladores de la economía transitoria: la planificación, el mercado y la democracia socialista. La tercera sección la dedicaremos a la distinción entre la llamada “acumulación primitiva” de capitales, la acumulación socialista propiamente dicha y la acumulación burocrática (la que se constituyó en la URSS a partir de los años 30). Esto último incluirá el abordaje crítico del movimiento stajanovista, el sistema de trabajos forzados (Gulag) y un retorno sobre la colectivización forzosa ya tratada en parte en nuestro tomo I. Finalmente, la cuarta sección estará dedicada a los problemas de la planificación en este siglo: cuestiones como la planificación algorítmica, la IA y otras temáticas vinculadas a la economía planificada en el siglo XXI, el debate con las escuelas liberales respecto de la planificación económica, así como la relación entre una economía planificada y el medio ambiente.
1- Los límites empíricos de la Plataforma de la Oposición Conjunta (1927)
Los capítulos de esta segunda sección de nuestra obra estarán integrados por esta “introducción general” acerca de los reguladores económicos y políticos de la economía de la transición, y, posteriormente, presentaremos los capítulos específicos dedicados a la operatividad de las categorías de la economía política en la transición: los alcances y límites de la ley del valor en la transición; las potencialidades de la planificación socialista y su diferencia sustancial con la planificación burocrática; así como la problemática de la democracia socialista como relación de producción en la economía transitoria.
En total, nuestro abordaje se dará de bruces con el sentido común del materialismo histórico aplicado a esta materia a lo largo del último siglo. Ocurre que el materialismo histórico ha venido siendo comprendido de manera abstracta, a-histórica, no solamente en esta temática sino en muchas otras en lo que tiene que ver con la transición socialista. Existe mucha elaboración historiográfica acerca de la experiencia de las sociedades poscapitalistas del siglo XX, particularmente en lo que hace a la URSS, pero muchos menos se ha utilizado la inteligencia para realizar un aporte teórico al respecto: las categorías del marxismo se han utilizado de manera a-crítica, no se las ha circunstanciado, dando lugar a un abordaje abstracto y mecánico de la experiencia (se ha perdido de vista la hibridación de las categorías en la transición, la superposición –hasta cierto punto– entre economía y política en ella).
Un ejemplo de esto es la pérdida del lugar específico, sustancial, de la democracia socialista como mecanismo de la economía de la transición. La propia Plataforma de la Oposición Conjunta de 1927 para el XV Congreso del Partido Comunista (diciembre de dicho año, Congreso bisagra en el cual fue expulsada la Oposición de Izquierda del partido y lanzado el Primer Plan Quinquenal) es un ejemplo de esto. Es una plataforma sumamente valiosa pero con el grave déficit de ser en gran medida economicista, donde los problemas de la burocratización del partido y del Estado soviético están ausentes, un problema que quedó de manifiesto rápidamente cuando Stalin giró a ultraizquierda y se apropió de lo que parecía ser dicho programa industrializador. A este respecto, la vieja “Plataforma de los 46” de octubre de 1923 había sido, efectivamente, más equilibrada: abordaba tanto los problemas de la economía como los democráticos. Rakovsky tuvo razón cuando meses después (durante el primer semestre de 1928), debiendo enfrentar el giro estalinista, señalaba que la debilidad de la Plataforma estaba en que era “empírica”, que no había “hundido el cuchillo” con suficiente profundidad en los males que afectaban a la URSS. No es casual que en ese momento, simultáneamente, escribiera uno de los textos más profundos sobre el fenómeno de la burocratización, que hasta el día de hoy suele ser poco estudiado por los marxistas revolucionarios: su brillante “Carta a Valentinov”, también conocida como “Los problemas profesionales del poder”, texto que abordamos en nuestro tomo 1 y retomaremos acá: “En 1923, antes de la formación de la Oposición de Izquierda, Rakovsky había atacado abiertamente las tendencias burocratizadoras centralizadoras del nuevo Estado Soviético en el XII Congreso del partido. La burocracia, dijo en aquel momento, era el peligro principal para el poder soviético y el factor que hacía peligrar la revolución internacional [¡absoluta razón de Rakovsky, tratado habitualmente como un perro muerto en el movimiento trotskista!]” (Gus Fagan, “Biographical Introduction to Christian Rakovsky”, 1980).[1]
Fagan agrega lo que señalamos arriba: que la plataforma de la Oposición Conjunta en el XV Congreso había sido insuficiente por su carácter empírico; es una plataforma casi estrictamente económica y para colmo desencaminada en cierto modo, porque meses después Stalin giraría, supuestamente, al mismo tipo de políticas que proponía la Oposición, aunque, dato nada menor, no en la perspectiva de mejoramiento de las masas populares de la URSS, sino a su expensa. En la secuencia es interesante apreciar que las “Counter-Thesis of the Opposition on the Five Year’s Plan of National Economy” fueron publicadas pocas semanas antes del comienzo del XV Congreso, donde la Oposición de Izquierda fue expulsada del partido y el zinovievismo-kamenevismo capituló en pleno congreso, y que el valiosísimo texto de Rakovsky, “Carta a Valentinov”, es del 6 de agosto de 1928.
Las pocas partes políticas de las Contra-Tesis referían a la falta total de democracia y burocratización del partido camino al XV Congreso (“el método puramente burocrático de preparación del Congreso”, su carácter “no educativo”), su crítica a los efectos deletéreos sobre las masas del alcoholismo promovido por la burocracia, así como a la selección negativa –los peores en vez de los mejores– para los distintos puestos de la administración.
Esto no quita que la plataforma, aun en su empirismo, tuviera señalamientos agudos. En primer lugar, la exigencia de la industrialización iba siempre de la mano de la exigencia del incremento del nivel de vida de las masas, todo lo opuesto del giro estalinista de los años 30 de industrialización a expensas de las masas. Además de reclamar por el salario, el empleo, la habitación de las masas, la plataforma planteaba un criterio para la construcción socialista que en las décadas posteriores se perdió en el movimiento trotskista, impactado por las cifras del crecimiento de la URSS: “La producción socialista no tiene por objetivo la ganancia, sino la satisfacción de las necesidades. Este es el criterio histórico fundamental mediante el cual el éxito debe ser medido (…) La plataforma de la Oposición procede sobre la base de la convicción de que una exitosa construcción del socialismo requiere que la clase trabajadora sienta, en forma real de mes en mes y de año en año, un crecimiento en su posición material y cultural, y que participe en forma sistemáticamente incrementada en cada esfera de trabajo constructivo y creativo. Por esta razón, la Oposición ha protestado en contra de cada intento de racionalizar [la economía] por medio de presiones sobre los trabajadores”.
La Plataforma se queja de que la producción se realiza sobre la base de “los músculos y nervios de los obreros” (lo opuesto a la conocida afirmación de Nahuel Moreno de que en la URSS existía supuestamente una “democracia de los nervios y los músculos”, ¡un cuentito de ciencia ficción que no se sabe de dónde salió!), y acerca del alcoholismo promovido cínicamente por la burocracia, también hacía señalamientos agudos y socialistas (socialistas en el sentido de autoemancipatorios: nadie se va a autoemancipar bajo los efectos deletéreos de la borrachera): “La venta estatal de licores alcohólicos representa para el sistema soviético (…) el incremento del tiempo perdido, trabajo negligente, la producción de productos de inferior calidad, el daño a la maquinaria, mayor número de accidentes, incendios, haraganería, etc.”, es decir, en dos renglones se resumen, vía el alcoholismo promovido por la reacción estalinista, todos los males de la economía burocrática (¡la roñosa burocracia demagógica tiene en todas partes los mismos rasgos! En la Argentina la burocracia peronista promueve el consumo de alcohol por parte de las y los trabajadores durante las movilizaciones a modo de una jauja alienada y no emancipatoria).
Para Rakovsky, el problema fundamental que la Oposición no había atendido en las “Contra-Tesis” concernía al rol de la clase revolucionaria que ha tomado el poder. “Ninguno hoy”, afirmaba, “puede ignorar las terribles consecuencias de la indiferencia política de la clase obrera”.
Y agregaba algo que ya hemos señalado en nuestro tomo anterior: que el problema era más difícil porque, en los hechos, era un nuevo problema: “Nunca antes debieron confrontarse los marxistas con la cuestión del retroceso y la declinación de la clase obrera luego de la toma del poder”. Fagan agrega que “Trotsky había usado el concepto del Termidor en relación al ala derecha del partido, los defensores de la propiedad privada”, pero que “Rakovsky también había mirado hacia la Revolución Francesa [de la cual era uno de los mayores especialistas entre los bolcheviques] y había visto en ella lecciones de alguna manera diferentes. El concepto de Termidor era «engañoso»” (Fagan, ídem). “Molotov puede, con el corazón alegre, establecer un signo de igualdad entre la dictadura del proletariado y nuestro Estado, con sus instituciones burocráticas, y, lo que es peor, con los brutos de Smelensk, los estafadores de Tashkent y los aventureros de Arniemosvsk. Al hacer esto, no logra más que desacreditar la dictadura sin desarmar el legítimo descontento de los obreros” (“Los peligros profesionales del poder”).
La secuencia de los hechos continuó en julio de 1929 con la capitulación de Preobrajensky, Radeck y Smilga: “ideológica y organizativamente hemos roto con Trotsky”. Rakovsky fue deportado una y otra vez durante estos años (Astracán, Saratov, Bernaul) y en febrero de 1930 la GPU le confiscó y aparentemente destruyó todos sus textos escritos en el exilio, de ahí que hasta el día de hoy no haya noticias de los preciosos textos de este periodo, el más brillante de su trayectoria intelectual según señalara el propio Trotsky.
En definitiva, parte del abordaje unilateral de la burocratización de la URSS fue perder de vista el lugar en el proceso de la transición de la democracia socialista. Habitualmente se la coloca como un mero problema de “régimen político” (una “verruga en la cara”): más o menos democracia socialista no afectaría el carácter obrero del Estado proletario. Este operativo de separar esquemáticamente régimen y Estado, política y economía, se hace colocando a la democracia socialista como mera “relación política”, en la superestructura, y no como lo que es: una parte integrante íntima de la estructura económico-social de la sociedad de transición. El politólogo marxista francés Antoine Artous lo señala con todas las letras, dando cuenta de la evolución del pensamiento de Trotsky al respecto cuando señala que la reflexión de Trotsky sobre el lugar de la democracia soviética en la URSS lo llevó a “precisar su función socioeconómica”, una temática, agrega, “poco presente en la Rusia de los años veinte” (Artous, 2016: 362).
2- Economía y política en la transición
Artous cita a Trotsky: “«Si existiera un cerebro universal, como el descrito por la fantasía intelectual de Laplace, un cerebro que registrara al mismo tiempo todos los procesos de la naturaleza y de la sociedad, que midiera la dinámica de su movimiento, que previera los resultados de su acción, un cerebro tal podría construir a priori un plan económico definitivo y sin ningún defecto, comenzando por calcular las hectáreas de forraje y terminando por los botones de chaleco. De hecho, la burocracia a menudo se figura que es principalmente ella la que tiene un cerebro semejante; es por ello que se libera tan fácilmente del control del mercado y de la democracia soviética. En realidad, la burocracia se engaña profundamente en la evaluación de sus recursos intelectuales» (…) [Y agrega Artous:] la función socioeconómica otorgada de este modo a la democracia soviética (…) introduce elementos de ruptura importantes con respecto a una tradición [economicista] entonces ampliamente dominante (La economía soviética en peligro, 1932, citada por Artous, 2016: 362/3).[2]
A este respecto, y a modo de analogía histórica respecto del variado funcionamiento del materialismo histórico en las distintas sociedades, podemos recordar el clásico artículo de Marx “La dominación británica en la India” (Dayly Tribune, 25/06/1853). La riqueza de ese texto, aun marcado por unilateralidades teleológicas, estriba en que subrayaba con agudeza cómo en las sociedades “asiáticas” el mecanismo estatal es parte de las relaciones productivas: “(…) en Oriente, el bajo nivel de la civilización y lo extenso de los territorios impidieron que surgiesen asociaciones voluntarias e impusieron la intervención del poder centralizado del gobierno. De aquí que todos los gobiernos asiáticos tuviesen que desempeñar esa función económica: la organización de las obras públicas (…) Aquí la cosecha depende tanto de un buen gobierno como en Europa del buen tiempo” (Marx en Maurice Godelier, Sobre el modo de producción asiático, 1969: 81/2).
Trotsky subrayaba que en las sociedades de economías planificadas como la URSS, la importancia del gobierno se centuplica en relación al capitalismo clásico de “libre mercado”. Y en el mismo sentido se expresaba Engels en relación al caso de Oriente: “(…) la ausencia de propiedad [privada] de la tierra es ciertamente la clave para la comprensión de todo el Oriente. Aquí reside su historia política y religiosa (…) El riego artificial es aquí la condición primera de la agricultura y esto es cosa de las comunas, de las provincias o del gobierno central (…) la libre competencia se desacredita aquí por completo” (Carta de Engels a Marx, Manchester, 6/06/1853, 1969: 74).
Como digresión, recordemos que Marx remataba su clásico artículo de 1853 con un acento “deustcheriano” (y eurocéntrico) avant la lettre: “La intromisión inglesa (…) disolvió esas pequeñas comunidades semibárbaras y semicivilizadas al hacer saltar su base económica, produciendo así la más grande, y para decir la verdad, la única revolución social que jamás haya visto Asia [las itálicas son de Marx]”. Y agrega: “por muy lamentable que sea desde el punto de vista humano (…) no debemos olvidar (…) que esas ideales comunidades idílicas (…) restringieron el intelecto humano a los límites más estrechos (…) privándolo de toda grandeza y de toda iniciativa histórica (…) sometían al hombre a las circunstancias exteriores en lugar de hacerlo soberano de dichas circunstancias, que convirtieron su estado social, que se desarrollaba por sí solo, en un destino natural e inmutable, creando así un culto grosero a la naturaleza, cuya degradación salta a la vista en el hecho de que el hombre, soberano de la naturaleza, cayese de rodillas, adorando al mono Hanumán [mítico rey mono divinizado por Visnu] y a la vaca Sabbala [vaca sagrada del hinduismo, símbolo de fertilidad y riqueza]” (Marx, ídem).[3]
Salta a la vista que lo que afirma Marx respecto de la emancipación humana y de la individuación es revolucionario, pero esto no podía ser realizado como si dijéramos “desde el exterior” de la sociedad india y menos aún sobre la base de una burda teleología histórica, tal como se demostró –a pesar de todas sus contradicciones– con la independencia de la India en 1947 producto de la lucha de su propio pueblo.[4]
Un siglo después, Isaac Deutscher basó su evaluación del rol histórico del estalinismo en la misma teleología (¡sólo que Marx la corregiría y Deutscher no!): “Bien es verdad que al realizar una revolución social en el Indostán, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses más mezquinos, dando prueba de verdadera estupidez en la forma de imponer sus intereses. Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la humanidad puede cumplir su misión sin una revolución a fondo en el estado social de Asia. Si no puede, entonces, y a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución” (Marx, ídem).
En todo caso, la historia no tiene ningún “instrumento inconsciente” (“La Historia con hache mayúscula no hace nada”, afirmará Marx, agregando que el que “vive y siente, es el ser humano mismo”: el motor de la historia es la lucha de los seres humanos “contra” la naturaleza y entre ellos mismos, no existe otro).[5]
Por otra parte, Asia sí ha logrado, en cierto modo, realizar su “revolución social” de manera autónoma, como se demuestra con la ascensión de China a potencia mundial en este siglo y con el giro del centro de la economía capitalista al Asia- Pacífico, aun si esta “revolución social” no es una revolución socialista sino, paradojas y vueltas de la historia si las hay, capitalista.
Volviendo a nuestro argumento, y para finalizar esta idea de cómo la política está embebida en la sociedad de la transición socialista (así como lo estuvo en los modos de producción precapitalistas), podemos citar al economista polaco Karl Polanyi, cuya obra, aunque de inspiración weberiana, tiene gran profundidad y nos sirve como antídoto a los esquematismos del marxismo vulgar y, sobre todo, para especificar el funcionamiento del materialismo histórico en la transición socialista: “Tal como los entendidos en el tema reconocen unánimemente, todos los intentos de instaurar tal economía naturalista [naturalizar las categorías del análisis social] fracasaron. La razón es muy simple. Ningún concepto meramente naturalista puede competir de modo alguno con el análisis económico en un sistema de mercado. Y dado que la economía en general se equiparaba con el sistema de mercado, las ingenuas tentativas de reemplazar el análisis económico por un esquema naturalista cayeron en descrédito” (“El lugar de las economías en las sociedades”, 1957, Polanyi, 2012: 85). Y finaliza con la siguiente sentencia: “(…) el estudio de los fenómenos del mercado (…) su pertinencia para cualquier sistema que no sea el del mercado –por ejemplo, una economía planificada– es insignificante” (Polanyi, ídem).[6]
Polanyi culmina su reflexión en este importante artículo señalando que hay que liberarse de la idea de que la economía es un “campo de experiencia” en el cual los seres humanos han sido siempre conscientes (el concepto de campo de experiencia nos simpatiza). Los hechos de la economía, afirma Polanyi, estaban originalmente encastrados en situaciones que no eran, en sí mismas, de carácter económico, ni los fines ni los medios principalmente materiales. La cristalización del concepto de la economía fue una cuestión de tiempo y de historia. Pero ni el tiempo ni la historia nos proporcionaron las herramientas conceptuales requeridas para penetrar en el laberinto de las relaciones sociales en las que se hallaba encastrada la economía.
Todo lo cual es extremadamente cierto salvo por la unilateral afirmación de que “las situaciones no eran en sí mismas de carácter económico, ni los fines ni los medios principalmente materiales”, lo que es una afirmación idealista (sobre todo la segunda parte de su sentencia). Porque si la relación primigenia de la humanidad es su relación con la naturaleza para poder subsistir y reproducirse, es evidente que al menos una parte de sus relaciones (no importa cuán hibridada esté con determinaciones políticas y religiosas) no puede dejar de ser material, es decir, económica. Y, viceversa, esto es fundamental para entender la transición socialista, donde dichas relaciones económicas, dichas relaciones materiales, se encuentran inevitablemente hibridadas con relaciones políticas: la planificación democrática y la democracia socialista son partes íntimas del mecanismo de la economía; la “economía transitoria” no es tan “pura” como nivel “aislado” como bajo el capitalismo, tal y como hemos tratado de demostrar en nuestro tomo I y retomamos a nivel específico de la economía de la transición en este tomo II.
Y es paradójico que fuera Bujarin y no Preobrajensky el que comprendiera esto, aun de manera oportunista, en el debate económico de los años 20: “Separar totalmente la economía de la política, eludir la política, significa no comprender el problema en su totalidad, no captar su significado histórico, perder de vista lo esencial, que no es posible pasar por alto” (Bujarin, 1973: 37). En la parte 2 de esta Introducción veremos que tanto Trotsky como Gramsci planteaban lo propio pero desde la izquierda.
3- La trampa economicista
En la década del 20 del siglo pasado se procesó en la URSS un apasionante debate acerca de las vías de la transición socialista. Al compás de circunstancias políticas y económicas cambiantes y del aislamiento en el que quedó la República Soviética luego del fracaso de la Revolución Alemana (1923), se abrió paso una lucha política encarnizada acerca de cómo orientar el proceso de transición en el contexto del encierro material y político en el que había quedado la URSS.
Este debate fue más allá de la economía y tuvo que ver con la estrategia global de la construcción socialista en la URSS y la revolución internacional. La emergente burocracia, apoyándose en las derrotas de las que ella misma fue responsable, comenzó a promover la formulación del “socialismo en un solo país” (Stalin, “Los fundamentos del leninismo”, 1924) por oposición al enfoque internacionalista sustentado por Trotsky y la Oposición de Izquierda (Trotsky, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, 1927).
El enfoque internacionalista y de lucha de clases (Trotsky) se enfrentó con el enfoque nacionalista de las relaciones entre Estados y la construcción del socialismo en un solo país (Stalin). En materia económica, la orientación nacionalista fue encarnada primeramente por Zinoviev, Kamenev y Stalin (años 1923/24), y a partir de 1925 por Stalin y sobre todo Bujarin, que impulsaron una versión oportunista de la NEP: el enriquecimiento campesino y la “industrialización a paso de tortuga”, retrasando la necesaria industrialización del país. Bujarin le criticaba a Trotsky que “no veía más que ruina si no llegaba inmediatamente la revolución mundial” (Bujarin, 1973: 7/8), un aserto materialista que intentaba rebatir apelando a Lenin.
Las crecientes desavenencias de Zinoviev y Kamenev con Stalin llevaron a la conformación de la Oposición Conjunta junto con Trotsky y otros dirigentes próximos a él entre 1926 y 1927. La Oposición Conjunta hizo suyos los planteos que provenían de la original Oposición de Izquierda, la “Plataforma de los 46”, presentada al CC del partido bolchevique a finales de 1923 y que constituyó el primer manifiesto opositor antiestalinista de envergadura en la historia del partido (tres importantes oposiciones existieron en el Partido Bolchevique con anterioridad: los “comunistas de izquierda” opuestos al acuerdo de Brest-Litovsk durante 1918 y encabezada por Bujarin; el grupo Centralismo-Democrático de Sapronov y Smirnov que subsistió hasta las grandes purgas de 1936/8, y la oposición obrera de Kollontai y Schiapolnikov, además de otros grupos menores).[7]
Dicha plataforma insistía en los dos problemas que acechaban la vida del Estado soviético: a) la tendencia a la liquidación de la democracia soviética y partidaria; y b) los problemas del desarrollo económico de la economía transitoria, problemática expresada en el campo teórico de la Oposición por el eminente economista soviético Evgueni Preobrajensky (aunque no solo por él). En su conocida obra La nueva economía, 1926, defendía la necesidad insoslayable de la planificación en una economía estatizada: si se estatizan los principales medios de producción y no se planifica, sólo se construye una “economía caotizada”. Ese era uno de los argumentos fuertes de la Oposición de Izquierda en materia económica, además de la necesidad de que la acumulación se fortaleciera en el sector estatizado-industrial de la economía y no fuera desproporcionadamente a la burguesía y pequeño burguesía agraria y urbana (alguna acumulación les permitía inevitablemente la NEP pero esto no debía dar lugar a una acumulación a expensas de la clase trabajadora).
Sin embargo, el punto ciego del abordaje de Preobrajensky comenzaba cuando elevaba la planificación al rango de “ley económica inexorable” (el giro a “izquierda” de Stalin habría sido producto de una “ineluctable ley de la historia”, afirmaría Preobrajensky –Fagan–), lo que se transformó en una justificación de la planificación burocrática estalinista. El defecto de Preobrajensky y otros capituladores como Radek, Smilga (también economista soviético), etc., podía justificarse en parte en el carácter empírico de la Plataforma de la Oposición de 1927, pero no del todo: en ella estaba claro que el giro económico industrializador que se exigía tenía que ser en beneficio de las y los trabajadores. Es decir, lo opuesto a lo que ocurrió: ¡los que pagaron con su carne y su sangre la industrialización de la URSS fueron las y los obreros y campesinos!
El abordaje de Preobrajensky contenía otras fallas: una apreciación demasiado nacional del desarrollo económico de la URSS. Es significativo que muchas de las apreciaciones unilaterales del enfoque económico preobrajenskiano fueran retomados por economistas trotskistas como Ernest Mandel en la segunda posguerra. El marxista belga extrapolaba la fragmentación del mercado mundial producto de la crisis económica de los años 30 y creía ver leyes completamente distintas entre la economía capitalista y la economía transitoria (Tratado de economía marxista, 1962), algo que desarmaba respecto de la combinación de reguladores económico-políticos que caracterizan a la economía de la transición, oscureciendo la pervivencia de intercambios de valor en ésta (intercambios que conscientemente opacaba el estalinismo, sólo para después naturalizar su subsistencia en “Problemas económicos del socialismo”, Stalin, 1951).
A esto se le sumaba un abordaje sectario en relación al campesinado: lo ubicaba en el lugar de una “colonia” del país a expensas de la cual se debería llevar adelante una política de “acumulación primitiva socialista” (término que problematizaremos en este tomo II). Bujarin vio la oportunidad y arremetió contra esto de manera demagógica: “La industria socialista recibe de los pequeños productores una plusvalía para el fondo de acumulación. No hay ninguna duda sobre ello. De esta forma se realiza una transferencia de valor de manos de una clase a manos de otra clase, que es la dominante. Tampoco sobre este particular cabe ninguna duda. Pero ¿puede definirse esta relación como una relación de explotación, recurriendo a groseras analogías con la clase capitalista (…)? ¿Es posible definir en base a esto al proletariado como clase explotadora (lo cual se desprende necesariamente de la tesis anterior)?” (Bujarin, 1973: 9).
Es evidente que Preobrajensky no definía a la clase trabajadora como “una nueva clase explotadora”. Sin embargo, al colocar las relaciones del proletariado con el campesinado como una suerte de relación “colonial” aunque usara el término de manera gráfica, abría la puerta al oportunismo bujariniano (volveremos sobre esto en el desarrollo de esta sección de nuestro tomo II).
La Oposición Conjunta se fracturó bajo la presión de su derrota aplastante en el XV Congreso del Partido Bolchevique (2 al 19 de diciembre de 1927), manipulado burocráticamente. Stalin logró el día 10/12 que el Congreso votara la expulsión del partido de Trotsky, Zinoviev, Kamenev y compañía. Rakovsky y Kamenev, únicos representantes de la Oposición Conjunta en el Congreso, ni siquiera pudieron terminar sus intervenciones, en medio de abucheos y todo tipo de provocaciones de los delegados presentes (¡el idiota de Bujarin entre ellos!).
Kamenev y Zinoviev se apresuraron a capitular con la excusa de permanecer dentro del partido: “a veces hay que tener la valentía de hacerlo”… ¡Trotsky se les río en la cara con la implacabilidad que lo caracterizaba!
Como digresión, señalemos que capitulación siempre es cobardía. En un militante revolucionario significa la renuncia a las propias ideas, es decir, la “muerte política” (un militante que renuncia a sus ideas pierde todo su valor). Ernst Bloch dejó un hermoso ejemplo a contrario sensu en la historia de la filosofía: “Lo que distingue a Giordano Bruno de todos los otros filósofos de su tiempo, es el hecho de que él se mantuvo fiel a su verdad incluso frente a la muerte: primero entre los mártires cristianos, él es después de Sócrates el más evidente de todos los mártires de la verdad científica” (Bloch, 2007: 31).
Si el XV Congreso se había “anticipado” a votar un inconsecuente y tímido Primer Plan Quinquenal, la paradoja fue que ni bien terminó el Congreso se abrió una aguda crisis de aprovisionamiento agrario que llevó a la ruptura del frente Stalin-Bujarin (1928/9).
Primero a tientas, y luego de manera decidida, Stalin se puso al frente de un giro político-administrativo brutal imponiendo la colectivización agraria forzosa, la industrialización acelerada y los métodos stajanovistas de explotación de la clase obrera, así como formas de trabajo forzado, el sistema del Gulag, y esto sin olvidarnos de las Grandes Purgas. Ese giro se extendió todo a lo largo de los años 30, dejando completamente modificada –y de manera duradera– la URSS. Por el camino, el Estado obrero con deformaciones burocráticas se transformó en un Estado burocrático con restos de la revolución: “Después del XV Congreso la crisis tomó nuevas formas. En la etapa actual, la crisis ha tomado la forma de una crisis muy profunda en las relaciones fundamentales entre el proletariado y el campesinado, tal como ellas fueron establecidas con el pasaje a la NEP, es decir, una crisis de la NEP. Esta crisis de las relaciones entre el proletariado y el campesinado es el reflejo de la crisis entre la industria nacionalizada y la economía campesina individual, sobre la base del retardo de la primera (…) esta es la razón por la cual se tuvo que interrumpir prematuramente la NEP y recurrir a métodos de coerción extraeconómicos” (G. Iakovin, E. Solntsev, G. Stopalov, “La crise de la revolution, les perspectives de lutte et les tâches de l’ Opposition”, junio 1930, en Les cahiers de Verkhnéouralsk, 2021: 39).
Este texto de los jóvenes oposicionistas en el aislador tiene su agudeza, subrayando que la Oposición de Izquierda siempre rechazó los métodos de violencia puramente administrativa sobre el campesinado; que nunca consideró que la versión oportunista de la NEP liberal llevada adelante por el bloque derechista entre 1923 y 1927 (primero Zinoviev, Kamenev y Stalin, luego Stalin y Bujarin), con un rol mínimo del Estado y de las organizaciones del proletariado en la regulación de los procesos económicos y de la lucha de clases, fuera “la única posible” (ídem).
El texto agrega que bajo la presión de las circunstancias, lo que estaba haciendo la burocracia era trabar una lucha del aparato contra el kulak [en realidad, ¡contra todo el campesinado!][8] y la economía privada, una “aventura burocrática” que desconfiaba de las masas y que “bajo consignas de orden ultraizquierdista de colectivización total del campesinado” [hipotecaban] “los intereses inmediatos e históricos del proletariado”. Se ve que los jóvenes bolcheviques-leninistas tenían amplia conciencia de la complejidad de estas relaciones de clase en países atrasados como la URSS de los años 20, con un inmenso y diverso campesinado. El texto también establecía una crítica a la desnaturalización de las tareas de la transición bajo “estos medios, es decir, bajo métodos administrativos y no de clase, dándole al conjunto un carácter de frenesí burocrático” (ídem, 44, 46).
Su texto agrega: “(…) debemos desenmascarar los métodos del aparato y los métodos por «encima de las clases» de los centristas” (ídem, 50). Es decir, el establecimiento de una economía “casi puramente burocrática” a la que se refiriera Trotsky en sus artículos contemporáneamente. Y luego se repite la misma idea: que la política estalinista se colocaba “por encima de las clases”, lo que significa –a nuestro modo de ver– que se estaba construyendo otro tipo de Estado: “La situación jurídica de los obreros está caracterizada por la supresión de una serie de conquistas de Octubre y por el alejamiento del proletariado de la dirección inmediata del Estado y del aparato económico” (ídem, 55).
“La cuestión del ritmo industrializador ha sido transformada en una cuestión de pura voluntad, la cual se realiza con la ayuda del «knout» [knut, látigo] administrativo (…) Avanzando siguiendo la línea de menor resistencia (…) el centrismo coloca todo el peso de la industrialización sobre las espaldas de la clase obrera (…) El resultado de todo esto es el sistemático agravamiento de la situación material y jurídica de la clase obrera” (ídem, 54/55), lo opuesto a lo que plantearan las tesis de la Oposición en el XV Congreso.
No deja de ser interesante teóricamente que se hable de la “situación material y jurídica” de la clase obrera. El agravamiento material es evidente y conocido. Pero al hablar de la “situación jurídica” de las y los trabajadores, da la impresión de que el texto pretende afirmar dos cosas: a) una manifiesta, vinculada a los decretos con los cuales los estalinistas castigaron brutalmente todo tipo de “delitos” … como el robo de granos por hambre, y prohibieron la libre circulación de las y los trabajadores y campesinos dentro de Rusia (decretos del estilo de un Estado totalitario); b) simultáneamente, de manera menos manifiesta, teniendo presente afirmaciones de Trotsky en el sentido del formalismo que adquiere en circunstancias así la propiedad estatizada, se aprecia un sutil cuestionamiento al carácter obrero de la URSS: “Las formas a las cuales se reduce (…) la dirección única significa la liquidación de hecho de la dirección tripartita de las fábricas, o peor aún la transformación de los organismos de base del partido y de los sindicatos en apéndices privados de derechos en los órganos económicos”. “La clase obrera está desorganizada y privada de todo medio legal de influenciar en la política (…) [Se vive] un proceso de desplazamiento de la clase obrera del poder (…) de crecimiento del rol autónomo de la burocracia”. “Más que nunca, «el régimen del aparato es el peor de todos los peligros». La lucha contra este régimen del aparato, por la democracia proletaria [se coloca como la tarea más importante]” (ídem, 55, 60 y 66).
La URSS ingresaba en una nueva fase de su desarrollo (involución): comenzaba a transformarse en un Estado burocrático, como lo planteara primero que nadie Christian Rakovsky.[9]
Bibliografía
AA.VV., Les cahiers de Verkhnéuralsk. Écrits de militants trotskystes soviétiques 1930/33. Les bons caracteres, Collection Classiques. Traduction, présentations et notes Pierre Laffite-Pierre Mattei-Léne Razina, Paris, 2021.
- “Counter-Theses of the Opposition on the Five Year’s Plan of National
Economy”, International Press Correspondence, Vol. 7, N~70, decembre 12, 1927.
Antoine Artous, Marx, el Estado y la política, Sylone, Barcelona, 2016.
Ernst Bloch, La philosophie de la Reinaissance, Payot, París, 2007.
Nicolai Bujarin, Sobre la acumulación socialista, Editorial Materiales Sociales, texto original de Marcel Riviere, París, 1931, traducción Samuel Schafran y Lucio Moran, Buenos Aires, julio 1973.
Gus Fagan, “Biographical introduction to Christian Rakovsky”, 1980, MIA.
Maurice Godelier, Sobre el modo de producción asiático, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1969.
Karl Marx, Cartas a Kugelmann, Editorial Avanzar, Buenos Aires, 1969.
Karl Polanyi, Textos escogidos, Universidad Nacional de General Sarmiento, CLACSO, Argentina, 2012.
Christian Rakovsky, “Los peligros profesionales del poder”, Marxist Internet Archive.
- H. Ticktin, “Trotsky’s political economic analysis of the URSS: 1929-1940, Google.
[1] Esta certera afirmación de Rakovsky muestra cómo, en última instancia, la determinación en la transición es política y no económica: “Entre nosotros se trata de un Estado obrero. Nadie puede ignorar los terribles daños ocasionados por la indiferencia política en la clase obrera”.
[2] A este respecto podemos ver un desarrollo crítico sobre las categorías del materialismo histórico en la transición en nuestro “Materialismo histórico y transición socialista, parte 1” (izquierda web, 12/04/25).
En este sentido, H.H. Ticktin, en “Trotsky’s political economic analisis of de URSS: 1929-1940”, afirma que Trotsky no habría logrado desentrañar de manera sistemática los mecanismos teóricos de la economía de la transición. Sin embargo, su texto de 1932 “El fracaso del primer plan quinquenal” es una refutación directa a este aserto. La realidad es que mucho de la matriz teórica de este segundo tomo de nuestra obra se basa en las intuiciones del gran revolucionario ruso respecto de los reguladores de la economía de la transición, que se encuentran en cierto modo sistematizados sumariamente en dicho texto, así como de otros escritos alrededor de esos años: “Stalin como teórico” (15/07/1930), “Algunas observaciones sobre el trabajo de Frank acerca de la colectivización” (9/12/1930), “La degeneración de la teoría y la teoría de la degeneración” (29/04/1933), etc. (“Recopilación de textos sobre la economía soviética de León Trotsky”, Marcelo Yunes).
[3] En nuestro Engels antropólogo tratamos esta misma problemática. Ver el subtítulo: “La conquista de la individualidad libre”.
[4] No llegamos a estudiar en profundidad este proceso pero recordemos que durante varias décadas la India fue el centro del movimiento de los no alineados, ni con los EEUU ni con la URSS.
[5] “¿Cuál es la ley de evolución del modo de producción asiático, si este constituye en su origen un progreso de las fuerzas productivas? Para nosotros su ley de evolución es, como para cualquier otra formación social, la ley de desarrollo de su contradicción interna. La contradicción interna del modo de producción es la unidad de estructuras comunalistas y de estructuras de clase. El modo de producción asiático evolucionaría, a través del desarrollo de su contradicción, hacia formas de sociedades clasistas en las cuales las relaciones comunalistas pierden cada vez más su vigencia como consecuencia del desarrollo de la propiedad privada” (Godelier, 1969: 51). Y agrega citando a Engels que era esta contradicción la que el compañero de Marx ponía en primer lugar para comprender la naturaleza de la “civilización”: “siendo la base de la civilización la explotación de una clase por otra, su desarrollo se opera en una constante contradicción” (ídem, 56).
[6] A nuestro modo de ver, el rol del mercado en las economías de transición no es insignificante, pero se sobreentiende la idea de la necesidad de especificar el análisis en cada caso histórico concreto.
[7] La primera oposición izquierdista naturalizaba el comunismo de guerra como un paso directo al socialismo y, desde un punto de vista pequeñoburgués dispersante, se oponía a la formulación de Lenin de que hacía falta centralizar la organización del naciente Estado soviético bajo la formulación de la puesta en pie de una suerte de “capitalismo de Estado”, que no era más que otra forma de hablar de la centralización estatal de las actividades económicas (“Acerca del infantilismo ‘izquierdista’ y del espíritu pequeñoburgués”, 1918). En 1919 surge el grupo Centralismo Democrático de Sapronov y Smirnov, preocupado por la decadencia de la democracia en los soviets y el partido mismo, y en 1920 y 1921 se creó la oposición sindicalista llamada Oposición Obrera, de Kollontai y Schiapolnikov, que duró un corto tiempo.
[8] La historiografía de la ex URSS ha demostrado hace largo tiempo que la lucha contra el kulak fue un mero espantajo para atacar a todo el campesinado.
[9] Gus Fagan vía Deutscher señala algo sobre lo cual tenemos la misma percepción: que Rakovsky tenía una mente clara y penetrante y, quizás, una mayor capacidad para el pensamiento filosófico que Trotsky. Deutscher, que aun en su objetivismo no carecía de agudeza, habla de un “distanciamiento filosófico” de las cuestiones del día a día que caracterizaba a Rakovsky, y es probable que fuera así, porque es notorio cómo muchas de sus formulaciones parecen ancladas directamente en nuestros clásicos: Marx y Engels.


