Metapolítica de la Transición IV

A propósito del libro de Roberto Sáenz: "El Marxismo y la transición Socialista".

“En todo ejercicio del Poder hay un sutil, casi imperceptible toque de desprecio para aquellos sobre quienes uno gobierna».

Sandro Márai

A propósito del libro de Roberto Sáenz: El Marxismo y la transición Socialista[1]

Burocracia o la “burguesía americana”: según el canon del Marxismo clásico, la mera “expropiación a los expropiadores” no significaba automáticamente la instauración de formas socialistas, ya que siempre dependerá del Poder político, concreto, efectivo y duradero, de los trabajadores en la esfera de la producción. Los dos aspectos centrales del modo de producción comunista son, precisamente, la apropiación y el control del proceso de trabajo. Nacionalización y Plan no pueden definir nunca la Transición al Socialismo. Y es que en el teorema de la Transición la apropiación debe ser, so pena de desvíos y degeneraciones, y además simultáneamente (lo que implica una problemática compleja que la vulgata ignora), apropiación del mecanismo del Estado y apropiación comunista. Se trata, como Sáenz lo subraya, de que se “asegure la organización de la clase obrera como clase dominante.” Y es que la Transición exige la unicidad del proceso productivo en su totalidad, como ya lo definió Marx con el modelo de una red cooperativista bajo un plan común, que desemboca en las primeras formas de apropiación política de la riqueza social. La unicidad de Economía y Política desde el momento mismo de la conquista del Poder es lo que garantiza que el nuevo aparato económico de la forma Estado proletaria, como dice Sáenz “la dictadura proletaria debe tener su aparato”, no se reconstituya como un nuevo Estado burgués, con las mismas o peores dicotomías que un autoritario Capitalismo de Estado. Aquí ya no nos sirve la vieja dicotomía de la III Internacional entre Clase (lo social) versus Estado (lo político) para comprender las prácticas políticas de control y la organización estatal d ela Economía.

La paradoja sigue vigente en el debate estratégico, seguimos en un estado de emergencia teórica como denuncia Sáenz: la gran Política proletaria no solo debe ser distinta y diferente del Estado, sino que para ser auténticamente de clase debe liberarse de la hipoteca, lógico-histórica, de la burguesía, que se resume en la institución Estado. Y es que la reabsorción del Estado en la propia organización política de la clase obrera, en sus propios y auténticos organismos (instituciones… ¿partidos, sindicatos, cooperativismo, soviets, autogestión fabril, colegialidad?), “es la piedra de toque de la disolución del Estado separado heredado de la revolución burguesa”. La “fuerza viviente” de la Commune no era otra cosa que instituciones de clase y mecanismos de democracia directa, colegialidad y apropiación unificada, remedios infalibles contra la separación y autonomización relativa del aparato económico de Estado, contra una nueva abstracción de la forma Estado. La Transición en el Marxismo, y hay que repetirlo, tiene un caracter no-instrumental per definitionem. No puede existir algún tipo de antítesis absoluta entre las prácticas de control obrero y control del aparato económico del Estado, ya que señalaría una grave anomalía.

La unicidad de la apropiación exige que el proletariado tenga el dominio directo (ya se verá el cómo) sobre la regulación planificada de la Economía nacional. Volviendo con Sáenz al ejemplo histórico de la URSS, cuando el Consejo Superior de Economía Nacional (la Vesenkha, ¡que además tenía amplios poderes legislativos!) suplantó por decreto (por cierto: un proyecto de Bujarin) el control obrero en diciembre de 1917, nadie sospechaba que comenzaba un largo y tortuoso proceso de burocratización desde arriba que finalizaría con el regimen de Stalin. No olvidemos que fue la Vesenkha, principal aparato económico de la joven República soviética, el campeón en promover la dirección única, la productividad a rajatabla y los métodos más salvajes de racionalización del proceso de trabajo. El mecanismo industrial a gran escala requería, como un gran Moloch, “sumisión absoluta” de abajo a arriba. Era una forma de Razón histórica irrefutable. En lo político empezaba a crecer la sombra autoritaria del Sovnarkom, el Consejo de Comisarios del Pueblo. La figura del “glavki”, de una dirección burocrática central en la esfera productiva, era la contrapartida exacta y perversa al control proletario de la producción, a la apropiación socialista y a la unicidad de Economía y Politica. Ya en 1918 se hablaba de que “no queda más que la dictadura, no del proletariado, sino de una gran máquina burocrática que mantiene en sus garras fábricas y talleres. Estamos creando una nueva burguesía que no tendrá los prejuicios de Cultura y Educación, pero se parecerá a la burguesía en una sola cosa: en su opresión sobre la clase obrera. Se esta creando una nueva burguesía que no conoce límites a la persecución y a la explotación.” Incluso se calificaba, en los ámbitos de la izquierda bolchevique, a esta nueva burocracia de ser una suerte de “burguesía americana”, ligada funcionalmente a formas extremas de eficacia administrativa y explotación laboral extensiva e intensiva. La “Trustificación” desde arriba era vista, a pesar de sus evidentes medios no democráticos, como el paso final necesario en la organización del modo de producción capitalista, y como tal, condición sine qua non de la estructuración de la Transición al Socialismo. La eficacia administrativa burguesa se transformó en un valor en sí misma así como el delicado temas de los especialistas (iniciado en el Ejército Rojo), el hic et nunc estaba al orden del día en cuanto a decidir el Futuro del Socialismo. Se reduce dramáticamente la Política a mera mediación administrativa (cumplimiento de un Plan) y a Ciencia de la Legitimación de un Estado cada vez más autocrático y mecánico. La Burocracia se forma entonces totalmente en el interior de la abstracción del Estado, la Burocracia se rige como lo auténticamente universal frente a lo particular proletario, es ejemplo y modelo de unidad estatal.

Organización de clase y forma Estado: El proletariado ruso se autoinculpó, a traves de los portavoces más destacados del partido, de ser incapaz de administrar y dirigir los negocios del Capitalismo de Estado de manera weberiana. La Transición, su Meta-Política, empieza a estar contaminada de contenidos extrínsecos, instrumentales. Es una hipótesis que está viva en la tradición marxista: que la tendencia al Comunismo es una línea de devenir objetiva y progresista, que puede identificarse y manipularse, que está en proceso de germinación dentro de la lógica del Capital. Por supuesto, y esto lo remarca Sáenz, la Guerra Civil fue una tragedia histórica inesperada pero solo aceleró este inicial proceso de control estatal brutal y burocrático (de dirección y planificación) sobre el mecanismo industrial y el proletariado, proceso de “sumisión absoluta” que había comenzado el propio Zarismo durante la Primera Guerra Mundial. Lenin confiaba en poder apoderarse y utilizar este aparato técnico de control económico y financiero creado y heredado del Estado zarista, incluso con sus particulares formas históricas asiáticas y neocoloniales. ¿Fue la centralización absoluta, autocrática y estricta, un sistema vertical de organización incompatible con instancias de autonomía, colegialidad u decisión horizontal, incluso superando los propios parámetros del Capitalismo de Estado en Occidente, el auténtico huevo de la serpiente?

El autor sospecha de esta contradicción a veces olvidada u oscurecida en el Marxismo, señalando en una nota que “entre expropiación y estatización de los medios de producción podemos encontrar matices: la expropiación remite más al hecho político revolucionario (a la toma de los medios de producción por el poder revolucionario); la estatización puede ocurrir sin revolución propiamente dicha y remite a que los medios de producción pasan a ser propiedad del Estado. Esto tiene su importancia porque en la segunda posguerra, en varios casos, hubo estatizaciones anticapitalistas de la burguesía sin revolución.”[2] Recordemos que el Bolchevismo en sus inicios era muy reacio a las nacionalizaciones en masa y que la nacionalización extensiva de la industria no formaba parte del programa inicial bolchevique; incluso las primeras nacionalizaciones fueron espontáneas o “punitivas”, en respuestas a condiciones especiales y se aplicó a fábricas individuales. El Comunismo de Guerra vino a modificar esta situación aunque, como recordaban tanto Lenin como Trotsky, la nacionalización de la industria no era en sí misma una medida socialista, y que de hecho se lleva a cabo en países donde la estructura clásica del Capital permanece intacta y en plenitud. Sáenz detecta en este nudo transicional, o en este pliege inevitable del proceso, el lugar de nacimiento y regeneración de la Burocracia como “clase social atípica”. Señala el autor que “a nuestro modo de ver, el Bonapartismo del Stalinismo terminó liquidando el Estado obrero y dando lugar a un Estado burocrático con restos de la revolución, precisamente porque la reactuación de la máquina burocrática sobre la sociedad produjo ese resultado: tenía que afectar la base de la sociedad.” El Bolchevismo intentó reconstruir el aparato económico del Estado zarista bajo el modelo del Capitalismo de Estado “de guerra” de la Alemania guillermina durante la Primera Guerra Mundial. Concentración de las industrias, administración férreamente centralizada (sin intermediación ni autogestionaria ni soviética) y, por supuesto, un plan diseñado y administrado de arriba hacia abajo aseguraban cumplir con las exigencias del Comunismo en un país atrasado. La hipótesis del libro es que efectivamente se instaló una “dictadura proletaria” a partir de octubre de 1917, pero esta forma de estado revolucionaria comenzó a acumular tempranamente “deformaciones, y que esas deformaciones –subproducto del aislamiento de la revolución, la herencia económica y cultural atrasada del imperio zarista, y las destrucciones de la guerra mundial y la civil combinadas– adquirían la forma de una deformación burocrática, de una “gestión administrativa” desde arriba de todo lo que la sociedad explotada y oprimida no podía tomar en sus manos, de un arbitraje sobre un cuerpo social marcado por las desigualdades.”


[1] Roberto Sáenz; El Marxismo y la transición socialista, Tomo I: estado, poder y burocracia. Un debate estratégico insoslayable, editorial Prometeo, Buenos Aires, 2024.

[2] Op. Cit., nota 44, p. 90

Seremos directos: Te necesitamos para seguir creciendo.

Manteniendo independencia económica de cualquier empresa o gobierno, Izquierda Web se sustenta con el aporte de las y los trabajadores.
Sumate con un pequeño aporte mensual para que crezca una voz anticapitalista.

Me Quiero Suscribir

Sumate a la discusión dejando un comentario:

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí