“No se puede ir de golpe hacia un ideal”
Kolm
Imaginar una utopía, la transición a una sociedad mejor y más justa, era un productivo y rico filón literario de dilatada tradición en Occidente pero hoy en decadencia. Hay que reconocer que la problemática de la transición al Socialismo no está de moda ni en el caprichoso mercado editorial ni tiene un lugar destacado en la agenda del campo intelectual. Por todo ello debemos señalar que la reciente obra de Sáenz [1] sobre la cuestión es al mismo tiempo un gesto de valentía militante y una apuesta teórica ambiciosa con perspectiva hacia el Futuro. Como señala el autor en el subtítulo, se trata de un debate estratégico impostergable, insoslayable. La obra impresiona, por extensión y profundidad. El libro se divide en cuatro grandes bloques: Estado, Explotación y Alienación; Revolución, Burocracia y Propiedad estatizada; Teoría de la Revolución luego de la Burocratización y Partido y Revolución. Según propias palabras del autor “en esta obra pretendemos abordar en su totalidad la problemática de la transición socialista, dándole unidad a lo que intenta ser un estudio crítico acerca de la experiencia concreta del siglo XX.” Pensada como una obra en dos tomos, esta primera parte “trata genéricamente de los problemas del Estado de la transición.”
Transición socialista, transición al Socialismo, transición al Comunismo, transición de la transición, todas estas expresiones se refieren a un proceso histórico de transformación de un modo de producción (capitalista) a un modo de producción más elevado, superior y superador, que se denomina socialista. Se trata entonces de imaginar y preveer una serialización de una secuencia Capitalismo-Socialismo-Comunismo, siendo precisamente el término medio (Socialismo) el nexo y pasaje hacia una mejor sociedad. Implica añadir a la problemática clásica del Mercado y sus instituciones la de otros aparatos, como el del Estado, y de relaciones que le desbordan y determinan, como la división del trabajo mundial y las relaciones internacionales entre estados nacionales. Ya Hegel reconocía que al concepto de Estado hay que añadir también una relación esencial con otros Estados. La problemática general es cómo y de qué manera, y aquí entra en juego la dialéctica medios-fines, llegamos al anhelado y necesario ideal comunista. Así fue comprendida en esbozo por Engels y Marx, aunque la Historia y la propia lucha de clases nos exige que estos momentos sean establecidos y precisados. Por su propio objeto específico, no puede existir una forma abstracta y general de la transición, es diferencial y específica.
La idea del Comunismo crítico de una revolución proletaria implicaba necesariamente en el punto de ruptura una problemática de pasaje o transición. Una problemática de alguna manera inédita y sin posible parangón histórico, ya que en contraposición con la revolución burguesa clásica, la socialista con la toma del poder burgués, ya en forma violenta, ya en forma pacífica, significaba el primer paso en la antesala, el primer movimiento en el desencadenamiento de un proceso de transformación radical de la sociedad existente. Mientras que en la transición del Feudalismo al Capitalismo la toma de la Bastilla aparecía como acto final, la coronación simbólica y clausura de una dilatado proceso de hegemonía cultural y desarrollo económico en la sociedad civil, marcado por la contradicción entre las relaciones de producción feudales y las fuerzas productivas. En el caso del Socialismo la ecuación se invertía. Tanto Engels como Marx, como buenos dialécticos materialistas, se resistieron a cualquier tipo de especulación sobre el Estado socialista futuro o sobre la especificidad de esta transición al Socialismo o incluso de las formas de la apropiación social en la sociedad sin clases. Dejaban como tarea pendiente a la generación que derrocara al dominio de el Capital la tarea de decidir, en términos democráticos de clase, siempre pluralistas y participativos, de qué forma se organizaría el crucial pasaje de la transición. Como señalaba Lenin “en Marx no hay rastro de algún intento de inventar utopías, de hacer vanas conjeturas sobre lo que no se puede saber.” Igualmente podemos encontrar algunas pistas e intuiciones de los clásicos en textos menores o de ocasión, como en la crítica al programa de Gotha, donde aparece la famosa distinción entre una fase inicial e inferior (sociedad mixta que carece de sus propias bases materiales todavía, identificada como “socialista”) y una fase posterior y superior (tras la eliminación de la subordinación a la división del trabajo y de la antítesis entre trabajo mental y físico, intelectual y manual, identificada como “comunista”). En la fase “socialista” todavía existen clases sociales, se mantiene aunque debilitada la división del trabajo capitalista, la Economía depende de las instituciones del mercado y del estímulo de un Estado planificador y rigen principios del derecho burgués. Para Engels, Kautsky y Luxemburg, sin embargo, la conquista del Poder político por el proletariado coincidía con el inicio de la transición al Comunismo; Lenin en cambio fundamentó su idea de transición de las breves notas críticas de Marx al programa de Gotha de la Socialdemocracia alemana. Hasta el renegado Kautsky, en debate con el revisionista Bernstein, reclamaba la actualidad del Comunismo desde el primer día de la toma del Poder con medidas precisas y urgentes. Pero esa es otra historia…
En el problema del Estado, un verdadero “campo estratégico”, el autor presente la problemática de la extinción del Estado en la sociedad comunista, una prognosis central en el Marxismo diríamos clásico (Engels, Marx y Lenin), y que debe jugar un rol fundamental en el diseño y puesta a punto de la transición. En primer lugar establece la noción de Estado y de alli su caracter bifronte. Los dos aspectos dominantes en la elaboración clásica de Engels y Marx sobre el Estado, complementarios pero no idénticos, son, según el autor, “por un lado, el carácter de clase de todo Estado, es decir, de institución en manos de la clase o capa dominante para mantener a raya a los explotados y oprimidos, como es el caso del Estado capitalista o de la Dictadura proletaria”; por el otro, “fundamental para la Transición respecto de la propia clase obrera”, estaría la problemática del carácter separado del Estado respecto de la sociedad explotada y oprimida, por ejemplo bajo el Capitalismo clásico, “donde el Estado aparece como una abstracción que supuestamente representa al conjunto de la sociedad (la abstracción del ciudadano en relación con la persona privada en la sociedad civil), o en el Estado obrero, en la dictadura proletaria, con el peligro de que una burocracia reemplace a la clase obrera en el ejercicio del poder. Esta última problemática es central para el abordaje de la transición socialista”.Básicamente en el Marxismo (y en Hegel) el Estado existe solo cuando existen clases, aunque el Estado capitalista no esté escindido ni disociado de la clase dominante, es, sin embargo, autónomo de todas sus facciones, es “independiente y sustantivo” como afirmaba Hegel; y, segundo punto fundamental, el Estado posee una estructura institucional determinada (histórica), las potencias según Hegel (constitución, moralidad, economía, sistema jurídico, etc.), que se modifica y reacciona según se desarrolle la lucha de clases y en función de las relaciones de fuerza presentes. Esta segunda cara, que no es reducible ni retrotraíble a la primera, es de decisiva importancia en toda teoría de la transición. Para Sáenz “no se subraya lo suficiente que, en relación con la propia clase trabajadora, las formas separadas de Estado son un síntoma de que algo anda mal en la transición.”
[1] Roberto Sáenz; El Marxismo y la transición socialista, Tomo I: estado, poder y burocracia. Un debate estratégico insoslayable, editorial Prometeo, Buenos Aires, 2024.