Aurora Venturini nació en la ciudad de La Plata en 1921 y partió en 2015, dejando tras de sí un universo de palabras. Escritora, docente y traductora, su voz se mantuvo largo tiempo en penumbra. Más de treinta libros había sembrado sin que la luz del reconocimiento la alcanzara, hasta que el reconocimiento a “Las primas” irrumpió como un relámpago tardío, consagrándola con la fuerza de lo inevitable.
En 2007, a sus ochenta y cinco años, el Premio Nueva Novela de Página/12 la situó en el corazón del mapa literario argentino. Allí, su obra se volvió culto: celebrada por la osadía de su estética, por la crudeza y la valentía de una historia que no temía incomodar.
Hoy nos adentramos en ese territorio narrativo: una novela que se impuso con ímpetu inusual en la literatura contemporánea, un relato feroz y desbordante que emergió desde los márgenes, tras décadas de silencio, para reclamar su lugar. Una voz que había esperado demasiado tiempo, y que al fin resonó con la intensidad de lo único y lo verdadero.
Una historia que expone una realidad…
En este universo que construye Venturi, nos encontramos con Yuna, la protagonista y quien a través de sus ojos nos sumergirá en esta historia, la cual en más de una ocasión nos hará quedarnos sin aliento.
Yuna es una joven con dificultades de aprendizaje y expresión, condición que caracteriza la narración de la historia, ya que Aurora toma esta condición y la explota como recurso literario para construir una experiencia vívida. La voz de Yuna Riglos es torpe y desarticulada, confusa y con incongruencias que generan ciertos quiebres en su monólogo interno que funcionan como instrumento de demolición; su lenguaje quebrado desarma las convenciones narrativas y expone la crudeza de un mundo que no está preparado para lo que se escapa de la norma establecida.
Esa elección estilística no es un mero recurso, sino la clave que permite a Venturini construir un escenario brutal, que narra los horrores de la vida cotidiana de una familia disfuncional en la Argentina de los años cuarenta.
La trama nos introduce en la vida cotidiana de Yuna y su familia, todas mujeres, quienes poseen diferentes dificultades o discapacidades con distintos grados de gravedad, mujeres que encarnan formas de marginalidad que, cada una a su manera, buscan escapar del yugo de la pobreza, la precarización y la marginalización.
En este sentido cobra importancia el arte, especialmente la pintura y las Bellas Artes como una posible vía de redención y herramienta de expresión de lo que no puede ser dicho en palabras, como una promesa de ascenso social que, sin embargo, jamás llega a cumplirse del todo.
Lo que tenemos frente a nuestros ojos es una historia que omite tomar postura de relato de superación, que expone un “todos felices por siempre” para, en manos de Venturini, convertirse en una exploración de lo grotesco y lo absurdo de las vivencias de estas mujeres, donde lo cómico y lo trágico conviven en un mismo gesto narrativo.
El estilo de la novela es uno de sus rasgos más impactantes y a la vez seductores. Aurora se atreve a romper con las convenciones de la narración tradicional y ofrece un lenguaje torcido, faltante, lleno de giros inesperados que reflejan la subjetividad de Yuna y obligan al lector a enfrentarse con una voz incómoda, pero fascinante. La narración nos coloca entre la espada y la pared, al llevarnos a repensar todos nuestros preceptos sobre la normalidad, mostrándonos un desafío para acoplarnos a las vivencias de estas mujeres y lo que sufren. Esta voz no suaviza la crudeza de los hechos: todo lo contrario, los expone sin eufemismos, con un humor negro que potencia la violencia y la sordidez de la historia.
“Pobre Betina. Error de la naturaleza. Pobre yo, también error y más aún mi madre que cargaba olvido y monstruos”
En Las primas emergen con desgarro los temas de la violencia doméstica, la sexualidad femenina, el aborto y la pobreza, expuestos con una sinceridad que hiere y desarma. Los pensamientos de Yuna, feroces e impulsivos, se despliegan en un monólogo interno que nos arrastra hacia los abismos más sombríos de una mente fatigada y quebrada.
“El fin de todo es el postre y una vez pensé viendo a un señor difunto en el ataúd rodeado de esa gran servilleta bordada… que parecía un postre que se le ofrecía a alguien”. Esa comparación brutal y absurda, que mezcla la muerte con la mesa familiar, condensa la mirada de Venturini en la que lo solemne se transforma en humor negro, y lo íntimo revela su costado más inquietante.
…Y un relato que nos invita a reflexionar
La habilidad de la autora es presentarnos una historia que trasciende completamente el mero acto de relatar ciertos hechos, y lo transforma en un torrente de palabras que configuran una denuncia profunda y contundente de un sistema que está muy lejos de ser “inclusivo” y “justo”, como suele autoproclamarse.
Venturini propone una mirada que desarticula los relatos hegemónicos sobre la familia, la feminidad y la normalidad, exponiendo la intersección entre pobreza, género y discapacidad. El monólogo interior, inestable y sin concesiones, no es mera técnica estilística, sino un gesto político que permite escuchar la respiración de una vida que el sistema intenta silenciar y, al mismo tiempo, obliga al lector a enfrentarse con lo que suele permanecer oculto. La crudeza del relato no busca conmover por lástima; busca desencajar, mostrar que la “falla” no está en los cuerpos, sino en las instituciones que los definen como prescindibles.
Yuna y su familia no son únicamente pobres: son mujeres, son cuerpos atravesados por la discapacidad y, en ellos, se condensa todo aquello que la época señalaba como “maldición”. En su existencia se desafían las normas, los estigmas y los estereotipos, revelando la resistencia de quienes habitan los márgenes, lejos de lo que el sistema dicta como “valioso”, “suficiente” o “normal”. La obra se separa de las narrativas convencionales sobre la familia y la feminidad, y nos entrega en su lugar una historia que pulveriza los discursos hegemónicos, dejando al descubierto la verdad que suele silenciarse.
Como ya mencionamos más arriba, en esta novela la voz de la protagonista abre una grieta en las narrativas dominantes sobre la familia, la feminidad y la normalidad, y, desde esa fisura, es que se revela cómo se entrelazan el capacitismo, el patriarcado y la pobreza para sostener una arquitectura de exclusión.
El capacitismo aparece en la novela como lógica de valoración, la cual separa cuerpos “aptos” de cuerpos “fallados” y que naturaliza la desposesión. En Yuna y su familia la discapacidad no es un rasgo aislado, sino una marca social que habilita desprecio, vigilancia y negación de derechos. Cabe destacar que, en la mayoría de los casos, aquello que se etiqueta como déficit es, en realidad, el efecto de prácticas institucionales que niegan accesos, recursos y lenguaje más que la presencia de una patología que impida el desarrollo cotidiano de la persona. La violencia que atraviesa los pensamientos de Yuna debe leerse como respuesta a esa disciplina cotidiana que la margina y la patologiza.
Asimismo, nos adentramos en un territorio donde ser mujer es una experiencia múltiple y contradictoria. Ser pobre, ser discapacitada, decidir sobre el propio cuerpo, enfrentar la sexualidad y el aborto, todas esas dimensiones configuran una feminidad a la que se le suma la condición de pobreza que poseen Yuna y su familia, condición que no funciona como una simple ambientación del relato o un “telón de fondo”, más bien es una estructura que condiciona sus vidas y produce daño; la pobreza es un personaje más que le da carácter a la narración.
El sistema decide quién merece recursos, escucha y humanidad, y determina como el resto queda fuera de lo que se considera “valioso” y “suficiente”. Venturini quiere dejar eso claro. Al renunciar al consuelo, la novela evita la estetización de la miseria y convierte la lectura en un acto exigente. Ver, nombrar y soportar la intemperie, se vuelven prácticas éticas que interpelan al lector como testigo responsable.
Podríamos señalar múltiples aspectos de esta novela: desde la poética que la atraviesa hasta la ingeniosa manera en que Venturini combina el humor negro con la tragedia cotidiana para retratar la vida de sus protagonistas. Sin embargo, lo que resulta imprescindible destacar es cómo en este relato —al igual que en otros de los que hemos hablado en notas anteriores— se expone la forma en que el capacitismo, el patriarcado y la pobreza se entrelazan y se refuerzan mutuamente para sostener la exclusión, respondiendo a un sistema que codifica la lógica de la opresión de unos pocos sobre muchos.
La figura de Yuna revela que la verdadera “falla” no reside en su cuerpo, sino en un sistema que decide quién merece ser contado y quién queda fuera.




