El calor mata y tiene carácter de clase

La ola de calor en Europa y el recrudecimiento de la crisis climática planetaria

Esta ola de calor es uno más de los eventos climáticos extremos provocados por la crisis ecológica. Se hace necesario luchar por medidas inmediatas para evitar los accidentes y muertes de trabajadores por el estrés térmico, pero sin olvidar que el capitalismo es incapaz de brindar una solución a fondo del problema. La única salida a la crisis ecológica es por abajo y en clave anticapitalista.

Una terrible ola de calor se extiende sobre el sur de Europa desde hace varios días. En algunos países, las temperaturas sobrepasaron los cuarenta grados Celsius durante el día y no bajaron de los 30°C durante las noches, colocando en riesgo la salud de millones de personas y entorpeciendo las actividades económicas.

Esto no es un hecho aislado; por el contrario, hace parte del empeoramiento de la crisis climática, particularmente en lo que respecta al calentamiento global. Los datos recientes confirman que el planeta se dirige hacia un futuro más caliente, en el cual serán más recurrentes los extremos climáticos.

El viejo continente es un horno

Los últimos días de junio fueron particularmente calientes en Europa. En ciudades como Granada, España, la temperatura alcanzó los 46°C el sábado (28). Portugal no tuvo mejor suerte, pues la mitad sur del país estuvo bajo alerta roja durante varios días: en Lisboa la temperatura alcanzó los 41,9°C, mientras que en Alvega el termómetro marcó los 45,4°C.

En Italia, por su parte, 21 ciudades estaban en alerta máxima por el calor extremo y los hospitales reportaron un aumento del 10% en los atendimiento de casos por golpes de calor. Francia suspendió las clases en 200 escuelas y, en España, se reportó la muerte de dos personas que trabajan en la vía pública. Una de ellas fue una mujer que trabajó el sábado (28) por la tarde limpiando el casco antiguo de Barcelona, la cual falleció súbitamente en su domicilio en horas de la noche.

Por otra parte, no se espera que el escenario mejore en los próximos días. De hecho, la expectativa es que el calor se desplace hacia el sudeste del continente, donde se proyectan picos térmicos cercanos a los 40°C en Hungría e Italia.

Asimismo, todavía no hay certeza sobre el impacto que contraerá el calor extremo sobre la actividad económica. Según el Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos (Insee) de Francia, las olas de calor tuvieron un impacto del 2% en el consumo y de 0,2 a 0,3% en el PBI de la economía gala.

Las elevadas temperaturas son producto de la cúpula geotérmica que se formó sobre gran parte de Europa occidental. Consiste en una zona de aire a alta presión que atrapa el aire caliente y eleva la temperatura; además, impide la formación de nubes, por lo cual aumenta la radicación solar sobre la superficie terrestre.

Aunque no es un fenómeno atmosférico nuevo, cada vez es más recurrente que se produzca. Para los científicos esto se debe a las consecuencias del calentamiento global, lo cual explica la precocidad y elevadas temperaturas derivadas de este tipo de eventos. Además, en el caso europeo, se están tornando particularmente fuertes porque es el continente que se calienta más rápido (el doble con relación al promedio mundial).

La tierra no para de calentarse

La ola de calor en Europa sirve para ilustrar la gravedad de la crisis climática en la actualidad. Aunque se discute del tema desde hace muchos años y se realizaron infinidad de cumbres globales al respecto, en un hecho indiscutible que el planeta cada vez está más caliente.

De acuerdo al informe Indicadores Globales del Cambio Climático, entre 2015 y 2024, el promedio de la temperatura global fue 1,24°C más elevado que durante la era pre-industrial, siendo que 1,22°C son producto directo de las actividades humanas (ver  Global heating isn’t just getting worse. It is getting worse faster).

En caso de continuar el nivel actual de emisiones de gases de efecto invernadero, es muy factible que el límite del 1,5°C establecido en el Acuerdo de París (2015) sea sobrepasado en tres años. Es más, en cuestión de nueve años el aumento de la temperatura oscilaría entre 1,6°C y 1,7°C.

Lo anterior no es una premonición catastrofista, sino que se desprende de las tendencias en desarrollo. Esto es lo que apunta el informe sobre el Estado Global del Clima, según el cual 2024 fue el año más caliente desde los tiempos pre-industriales y, además, el primero en que la temperatura media sobrepasó el límite del 1,5°C.

Ian Angus, reconocido ecosocialista canadiense, recientemente publicó un artículo con un punteo bastante ilustrativo sobre la espiral de la crisis climática, producto de la cual se imponen nuevos records climáticos que son superados al año siguiente (ver 1.5 is dead: How hot will the Earth get?):

En cada uno de los últimos diez años se batió un nuevo récord de temperatura global. En cada uno de los últimos ocho años se batió un nuevo récord de contenido de calor oceánico. Las 18 extensiones de hielo marino ártico más bajas registradas se produjeron en los últimos 18 años. Las tres extensiones de hielo antártico más bajas se produjeron en los últimos tres años. La mayor pérdida trienal de masa glaciar registrada se produjo en los últimos tres años. El ritmo de aumento del nivel del mar se duplicó desde que comenzaron las mediciones por satélite”.

Estos datos son demostrativos del fracaso del Acuerdo de París, algo que reconoce tácitamente las Naciones Unidas cuando señala la enorme brecha que existe entre los objetivos trazados en el tratado y las medidas adoptadas por las principales economías contaminantes. Una situación que se agravó tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, pues decretó la salida de los Estados Unidos del acuerdo y canceló los programas relativos al cambio climático.

El estrés térmico es una cuestión de clase

El calor mata, al menos cuando se recibe en exceso. Aunque el cambio climático es un fenómeno global, sus consecuencias se refractan desigualmente en el plano social. En otras palabras, están mediadas por la clase social.

Lo anterior no es una aseveración panfletaria de un articulista marxista. Se corrobora al estudiar los datos que brinda la Organización Internacional del Trabajo (OIT), instancia que no tiene nada de revolucionaria.

Según la OIT, el estrés térmico es un “asesino invisible y silencioso”, al cual responsabiliza de provocar insolaciones, golpes de calor y enfermedades de largo plazo (cardíacas, renales y pulmonares).

En abril de 2024, por ejemplo, estimó que un 71% de los trabajadores del mundo (¡dos mil millones y medio de personas!) estaban expuestos al calor excesivo, una cifra que aumenta a medida que se agrava la crisis climática. Debido a esto, cada año se contabilizan 23 millones de accidentes laborales y la muerte de 19 mil trabajadores por estrés térmico.

Desglosado por regiones, la exposición de los trabajadores al estrés térmico se reparte del siguiente modo: África: 92,9%; Asia y el Pacífico: 74,7%; América: 71%; Europa: 29%.

Así, de los 23 millones de accidentes laborares producidos por el calor excesivo, 10,5 millones tuvieron lugar en Asia-Pacífico, mientras que en África la cifra fue de 7,5 millones. En América y Europa las cifras fueron bastante menores, alcanzando los 2,4 millones y 276 mil, respectivamente.

Por otra parte, es importante agregar que la OIT calcula que, en los “países en desarrollo” (eufemismo para no decir países explotados o semicoloniales), el calor excesivo produce costes equivalente al 1,5% del PBI.

No hay salida a la crisis climática con el capitalismo

La ola de calor en Europa es uno más de los eventos climáticos extremos provocados por la crisis ecológica. Se hace necesario que las organizaciones sindicales, ecologistas y los partidos de izquierda, luchen por medidas inmediatas para evitar los accidentes y muertes de trabajadores y trabajadoras por el estrés térmico.

Pero, al mismo tiempo que se desarrollen estas luchas puntuales para atender la emergencia climática, no se puede perder de vista que el capitalismo es incapaz de brindar una solución a fondo del problema, tal como demostró el fracaso el Acuerdo de París que, en su momento, fue motivo de auto-regocijo del mundo diplomático burgués.

Lo anterior no debe sorprender. Marx, como parte de sus estudios para la elaboración de El Capital, incorporó la categoría de metabolismo como parte de su análisis crítico del capitalismo. Este término fue acuñado originalmente para dar cuenta del proceso bioquímico por medio del cual un organismo, a través de varias reacciones metabólicas, convierte los materiales y la energía de su medio ambiente en unidades constituyentes de su crecimiento.

De acuerdo al ecosocialista estadounidense John Bellamy Foster, en su obra La ecología de Marx, la originalidad de Marx consistió en aplicar las nociones de “intercambios materiales y acción reguladora” para comprender la relación dinámica existente entre los seres humanos y su entorno como un hecho derivado de las “condiciones impuestas por la naturaleza”, pero con la particularidad de que estaba mediatizado por el trabajo humano, el cual podía afectar negativamente ese proceso.

De ahí que nuestra relación metabólica con la naturaleza se tensionó al extremo bajo el capitalismo, cuya lógica productiva consiste en explotar el trabajo humano y expoliar los recursos naturales para reproducirse “infinitamente”, una tendencia que inexorablemente choca con la finitud del planeta.

Para Marx esto provocó una fractura metabólica debido a la relación alienada entre los seres humanos y la naturaleza por la “organización concreta del trabajo humano” bajo el capitalismo.

A la postre, esa dinámica predatoria desencadenó un desequilibrio en la interacción metabólica de los seres humanos con la naturaleza, la cual se agudizó con el pasar del tiempo. Los capitalistas, en aras de incrementar su lucro individual o corporativo, compiten desenfrenadamente para explotar los recursos naturales y crear más valores de cambio, pero lo hacen a un ritmo que desgarra los ciclos regenerativos de la naturaleza y sin importarles la emisión de gases de efecto invernadero.

Esta unidad de tendencias opuestas entre los tiempos del capital y los de la naturaleza es la causa central de la fractura metabólica, que, a su vez, explica la gravedad y amplitud de la crisis ecológica en curso.

Junto con esto, el capitalismo extendió la fractura metabólica a otras regiones del planeta que, paulatinamente, fueron incorporadas al mercado mundial por el dominio de las potencias coloniales. Por su parte, el estalinismo contribuyó con la crisis ecológica, debido la lógica ecocida que generó la planificación burocrática (ver De Lenin a Stalin: la política ecológica en la Unión Soviética y su reversión a manos de la contrarrevolución burocrática).

Así, la humanidad se tornó el factor geológico más importante y sus acciones pasaron a tener efectos globales y sincrónicos. A raíz de esto, desde un sector de la comunidad científica y del ecosocialismo, se caracteriza que ingresamos en el Antropoceno, esto es, una época geológica caracterizada porque las actividades humanas impactan y alteran la totalidad del Sistema Terrestre.

En otras palabras, la destrucción de la naturaleza provocada por la lógica ecocida del capital experimentó un salto en calidad y, por tanto, la crisis ecológica impacta a todo el planeta, como demuestra el calentamiento global y las cada vez más recurrentes olas de calor.

La única forma de revertir el despilfarro de recursos y la destrucción de la naturaleza, es mediante la planificación democrática de la producción social, orientándola hacia la elaboración de valores de uso y no de valores de cambio. No se trata de polemizar en abstracto con el “consumo excesivo”, sino de determinar socialmente el tipo de consumo que se quiere desarrollar para satisfacer las necesidades materiales de la humanidad y, al mismo tiempo, restablecer el equilibrio metabólico con la naturaleza (ver La política (anti)ecológica en la URSS).

En conclusión, la única salida a la crisis ecológica es por abajo y en clave anticapitalista.

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