Socialismo y ecología

La política (anti)ecológica en la URSS

Una aproximación ecosocialista al fenómeno de la contrarrevolución estalinista.

Este texto es un avance de investigación sobre el productivismo burocrático y ecocida que desarrolló el estalinismo. Además de hacer una reconstrucción histórica de las políticas anti-ecológicas en la URSS, nuestro objetivo es trazar una diagonal entre las principales categorías teóricas del ecosocialismo y el balance del estalinismo que sostenemos desde la corriente SoB, particularmente con el libro El marxismo y la transición socialista (2024) de Roberto Sáenz. En la primera parte realizamos un abordaje crítico de las principales categorías y los proyectos estratégicos que atraviesan el campo del ecosocialismo. Seguidamente, desarrollamos una comparativa entre los gobiernos de Lenin y Stalin en la URSS, para demostrar las nefastas repercusiones que contrajo la gestión ambiental bajo la contrarrevolución burocrática. Por último, haremos un repaso del período burocrático post-Stalin, cuando tuvieron lugar varios de los peores ecocidios del siglo XX, entre ellos el caso de Chernóbil. En este avance presentamos una primera versión completa del capítulo sobre el ecosocialismo.

1.a. Introducción

En este trabajo analizaremos la política ecológica en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), dando cuenta de su avance en los años posteriores a la revolución rusa y de su posterior reversión a manos de la contrarrevolución burocrática estalinista. Iniciaremos con un recorrido teórico de algunos de los conceptos claves del ecologismo y de los principales debates estratégicos que lo atraviesan. Seguidamente, abordaremos el caso específico de la URSS, para lo cual presentaremos una síntesis del balance del estalinismo de nuestra corriente internacional y, de esta forma, explicaremos las causas que operaron en el desarrollo de un productivismo burocrático y ecocida. Posteriormente, contrastaremos las diferentes visiones sobre la naturaleza y las medidas tomadas en cuanto a la preservación del medio ambiente entre los gobiernos de Lenin y de Stalin. Por último, abordaremos la continuidad de la gestión antiecológica de la burocracia soviética en el período post-Stalin (1953-1991), cuyo momento más álgido fue la catástrofe nuclear de Chernóbil en 1986.

Demostraremos que los bolcheviques (1917-1923) dieron pasos concretos para gestionar de forma racional los recursos naturales, apoyándose en los conocimientos científicos más avanzados a su alcance, a la vez que impulsaron nuevas investigaciones para comprender a fondo el funcionamiento de la naturaleza. Lo anterior no estuvo exento de contradicciones debido a las duras condiciones impuestas por la primera Guerra Mundial (1914-1918), la Guerra Civil (1918-1921) y el aislamiento internacional de la revolución rusa; factores objetivos que limitaron la capacidad de los revolucionarios rusos para proteger la riqueza natural a lo largo del vasto territorio soviético.

Por el contrario, el estalinismo concibió a la naturaleza como un “enemigo del pueblo” que retrasaba la consecución de sus objetivos y, en consecuencia, propugnó por la “reconstrucción socialista” de la misma para alcanzar las metas económicas trazadas por la burocracia del Kremlin (JOSEPHON et al, 2013, introducción). La resultante de eso fue una industrialización altamente destructiva del medio ambiente, sustentada en la expoliación extractivista de los recursos naturales y el empleo del trabajo forzado por medio del sistema de Gulags. Asimismo, muchas de las industrias extractivistas estalinistas se caracterizaron por la ineficiencia y el despilfarro de recursos, situación que conllevó a una mayor depredación del medio ambiente para cubrir las pérdidas y alcanzar las cuotas establecidas en los planes de la burocracia.

Este cambio significativo en la relación con la naturaleza lo explicamos a partir de un ángulo estratégico: el estalinismo condujo una contrarrevolución político-social que sacó del poder a la clase obrera, con lo cual bloqueó cualquier perspectiva de transición al socialismo y, con el pasar de los años, transformó el carácter social de la Unión Soviética que pasó de ser un Estado obrero a uno burocrático.

En consecuencia, bajo el estalinismo, la economía soviética se reguló por una planificación impuesta desde arriba que, además de no atender a las necesidades de consumo más urgentes de la población, relanzó nuevas formas de explotación y alienación del trabajo (SÁENZ, 2024). Así pues, en los Estados burocráticos (mal llamados de “socialismo realmente existente”) no se abrió un proceso de reversión de la fractura metabólica (¡ni de transición al socialismo!), lo cual contrajo resultados nocivos para la naturaleza, incluidos algunos de los peores ecocidios del siglo XX.

Lo anterior nos servirá para comprender que, si bien el capitalismo es el principal responsable histórico del desastre ambiental actual, el estalinismo también fue copartícipe con su actividad ecocida durante gran parte del siglo XX.

1.b. La pertinencia del tema en un mundo en crisis ecológica

Sin duda, la crisis climática y ecológica representa un desafío de dimensiones históricas y colosales. Todos los informes climáticos confirman la gravedad de la situación actual. Según el observatorio Copernicus de la Unión Europea, enero de 2025 es el mes más caliente del que se tenga registro en la historia, pues la temperatura media fue de 13,23°C y superó en 1,75 grados Celsius los niveles pre-industriales.

Peor aún, este no es un dato aislado, sino que hace parte de una tendencia que confirma el avance del calentamiento global. En dieciocho de los últimos diecinueves meses, la temperatura del planeta igualó o superó el límite de 1,5 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales, acordado por la comunidad científica como el “umbral” a no ser traspasado.

Aunque esas cifras son bastante alarmantes, no terminan por reflejar la gravedad de la crisis climática y ecológica. Los eventos extremos cada vez son más recurrentes; tan solo en 2024, la humanidad experimentó sequías extremas en América del Sur (como reflejaron las dramáticas fotos de los “ríos” secos del Amazonas), lluvias torrenciales en Europa Central, olas de calor abrasador en África Occidental y en muchas de las principales ciudades del mundo, así como tempestades en América del Norte y Asia. Aunado a eso, actualmente se desarrolla la “sexta extinción masiva” de especies, provocada por la acción directa de los seres humanos sobre el sistema terrestre.

No está de más agregar que los efectos del cambio climático afectan primordialmente a las personas más explotadas. Por ejemplo, se calcula que tres cuartos de los más de 120 millones de desplazados forzados viven en países fuertemente impactados por las mudanzas climáticas, y, para 2050, las proyecciones apuntan que la mayoría de los campos de refugiados enfrentarán el doble de días con calor extremo (imposible no pensar en los millones de migrantes latino-americanos o en lo refugiados palestinos por la barbarie sionista, por citar dos casos actuales).

Debido a eso, toma más fuerza la pregunta: ¿cómo superar la crisis ecológica? Dentro de la izquierda revolucionaria prevalece el consenso en identificar al capitalismo como el gran responsable de la fractura metabólica, es decir, la contradicción entre los tiempos del capital y los de la naturaleza, cuya resultante es un desgarramiento de los ciclos regenerativos de la naturaleza.

Por eso, ante la pregunta en cuestión, la respuesta de “libreto” suele ser directa: hacer una revolución para destruir el capitalismo y construir una sociedad socialista. Pero ¿qué entendemos por una sociedad pos-capitalista que transite hacia el socialismo y revierta la fractura metabólica?

Para explicar eso, es preciso revisitar la experiencia del siglo XX y, en particular, de las fallidas experiencias anticapitalistas, donde la expropiación de la burguesía no devino en un tránsito automático u objetivo hacia el socialismo. Por el contrario, se constituyeron en Estados burocráticos que, además de explotar el trabajo humano, también desarrollaron un productivismo burocrático que contrajo terribles consecuencias ambientales.

En razón de lo anterior, el ecosocialismo debe ser anticapitalista, pero también fervorosamente anti-estalinista. Tiene que fundar su estrategia, tácticas y programa en un aparato crítico que permita comprender las dinámicas alienatorias y ecocidas presentes en el capitalismo y en las sociedades burocráticas no capitalistas, porque en ambos casos se destruyeron los dos manantiales de la riqueza, esto es, el trabajo humano y la naturaleza (MARX, 1973). Sólo así podremos delinear una estrategia socialista y revolucionaria para superar la crisis ecológica y restablecer el equilibrio metabólico entre la naturaleza y la humanidad.

A partir de ese criterio desarrollamos esta investigación, en la cual indagamos el pasado ecocida del estalinismo teniendo en mente las problemáticas climáticas del presente, con la perspectiva de proyectar revolucionariamente un futuro pos-capitalista y ecológicamente sustentable.

I PARTE

ECOSOCIALISMO: POSTULADOS BÁSICOS Y DEBATES ESTRATÉGICOS

Antes de entrar de lleno con el tema, procederemos a definir los conceptos teóricos y políticos a partir de los cuales desarrollamos esta investigación. Nuestro objetivo es trazar una diagonal político-teórica entre el ecosocialismo y el balance del estalinismo. Iniciaremos con una síntesis de las principales categorías del ecosocialismo contemporáneo y, subsiguientemente, daremos cuenta de algunos de los principales debates estratégicos que atraviesan al campo ecosocialista en la actualidad.

1- El ecosocialismo y su importancia para un balance crítico del estalinismo

El ecosocialismo surgió como una corriente de pensamiento en los años setenta del siglo pasado, debido al desencanto con las experiencias de los países del bloque soviético que, además de los rasgos totalitarios y burocráticos de sus regímenes políticos, tampoco constituyeron una alternativa superadora del capitalismo en lo que concierne a la destrucción del medio ambiente.

Por esta razón, desde sus inicios se planteó superar la dicotomía entre los seres humanos y la naturaleza, estableciendo un debate teórico con las tendencias productivistas que abundaban dentro de la izquierda y los movimientos sociales de la época, principalmente por la tradición antiecológica del estalinismo (FERNANDES, 2021).

El productivismo se puede definir como la “lógica que confunde el desarrollo de las fuerzas productivas para atender las necesidades de la clase trabajadora con una dinámica de producción intensa”, lo cual deviene en un desarrollo desproporcionado de la industria y de la expoliación de los recursos naturales, en aras de “competir con el ritmo productivo de sociedades capitalistas avanzadas” (FERNANDES, 2021, p. 09)[1].

Lo anterior constituyó un aporte significativo, pues (re)introdujo dentro del campo teórico del marxismo la importancia de la regulación de la naturaleza como parte de la transición al socialismo. A pesar de eso, la primera generación de ecosocialistas realizó una lectura unilateral de la obra de Marx y Engels, a los cuales acusaron de tener un sesgo “prometeico” y una fe ciega en el libre desarrollo de las fuerzas productivas. Este argumento fue justificado a partir de algunas frases dispersas en las obras de los fundadores del comunismo científico (principalmente en algunos textos de Engels), en las cuales defendían el desarrollo constante de las fuerzas productivas y la industrialización.

Afortunadamente, esa visión fue superada por la segunda generación del ecosocialismo, para lo cual fue fundamental la publicación de La ecología de Marx de John Bellamy Foster en el año 2000. Dicho trabajo marcó un “giro copernicano” en la percepción sobre el pensamiento ecológico de Marx, al grado de crear una escuela de pensamiento en torno a la fractura metabólica, representada por autores como Ian Angus, Paul Burkett y Koshei Saito, entre otros.

A partir del estudio a profundidad de los escritos (obras publicadas, cartas y cuadernos de anotaciones), Foster desmintió las acusaciones que tildaban a Marx de antiecológico o productivista, a la vez que rescató del olvido los valiosísimos aportes que realizó en muchas de sus obras, particularmente en El Capital, donde combinó plenamente la concepción materialista de la naturaleza con la concepción materialista de la historia (FOSTER, 2004).

En suma, el ecosocialismo es un campo teórico-político muy heterogéneo y en su interior coexisten diversas interpretaciones sobre el legado ecológico de Marx y Engels, así como de las estrategias a seguir para superar la crisis ecológica. A pesar de eso, es posible identificar dos coordenadas políticas o “ideales comunes” que comparten sus exponentes, a saber, una ruptura con la “ideología productivista del progreso -en su forma capitalista y/o burocrática” y la oposición a la “expansión infinita de un modo de producción y de consumo destructor de la naturaleza” (LOWY, 2011c, p. 30).

Para efectos de nuestra investigación, realizamos una lectura crítica de varios de los principales referentes del ecosocialismo, dado que existe una enorme desigualdad entre el valor de sus aportes teóricos con respecto a las carencias estratégicas que sostienen para revertir la crisis ecológica, así como en su (in)comprensión política del estalinismo[2]. A continuación, desarrollaremos algunos conceptos claves que nos serán de utilidad para comprender la dinámica ecocida del capitalismo y porque se reprodujo bajo nuevas formas en los Estados Burocráticos estalinistas; además, apuntaremos algunos elementos estratégicos para superar la fractura metabólica.

  • La fractura metabólica, el imperialismo ecológico y la transferencia espacial

Comencemos por analizar el concepto de fractura metabólica presente en los tomos I y III de El Capital. Para escribir esta obra, Marx investigó a profundidad los últimos hallazgos de las ciencias naturales de la época y, como manifestó en sus cuadernos de anotaciones, tuvo en alta estima las investigaciones del químico alemán Justus von Leibig, las cuales demostraron científicamente la faceta destructiva de la agricultura capitalista.

Fue bajo el impacto de Leibig que Marx incorporó la categoría de metabolismo como parte de su análisis crítico del capitalismo. Este término fue acuñado originalmente para dar cuenta del proceso bioquímico por medio del cual un organismo, a través de varias reacciones metabólicas, convierte los materiales y la energía de su medio ambiente en unidades constituyentes de su crecimiento.

De acuerdo a Foster, la originalidad de Marx consistió en aplicar las nociones de “intercambios materiales y acción reguladora” para comprender la relación dinámica existente entre los seres humanos y su entorno como un hecho derivado de las “condiciones impuestas por la naturaleza”, pero con la particularidad de que estaba mediatizado por el trabajo humano, el cual podía afectar negativamente ese proceso (FOSTER, 2004, p. 245)[3].

Esta línea de investigación fue retomada y profundizada por Kohei Saito en O ecossocialismo de Karl Marx (2021). De acuerdo al investigador japonés, para Marx existía una relación metabólica natural transistórica entre los seres humanos y la naturaleza, es decir, una ley inmanente de la que no podíamos sustraernos en ningún momento; pero que al mismo tiempo estaba regulada históricamente por el trabajo y la forma como producimos:

“Como todas as outras criaturas vivas, os humanos estão essencialmente condicionados por leis naturais e sujeitos a ciclos fisiológicos de produção, consumo e excreção à medida que respiram, comem e excretam. Contudo, Marx argumenta que os seres humanos são diferentes dos outros animais devido à sua atividade produtiva única, ou seja, o trabalho. Este permite uma interação ‘consciente’ e ‘intencional’ com o mundo sensível externo, que possibilita aos humanos transformar a natureza ‘livremente’, mesmo que a dependência da natureza e de suas leis permaneça na medida em que os humanos não podem produzir seus meios de produção e subsistência ex nihilo” (SAITO, 2021, p. 86)[4].

De ahí que nuestra relación metabólica con la naturaleza se tensionó al extremo bajo el capitalismo, cuya lógica productiva consiste en explotar el trabajo humano y expoliar los recursos naturales para reproducirse “infinitamente”, una tendencia que inexorablemente choca con la finitud del planeta.

Así pues, para Marx la fractura metabólica era una consecuencia directa de la relación alienada entre los seres humanos y la naturaleza debido a la “organización concreta del trabajo humano” bajo el capitalismo (FOSTER, 2004, p. 245). En consecuencia, cualquier proyecto emancipatorio tenía que luchar por restablecer la unidad entre la humanidad y la naturaleza contra la alienación capitalista” (SAITO, 2021, p. 25).

A la postre, esa dinámica predatoria desencadenó un desequilibrio en la interacción metabólica de los seres humanos con la naturaleza que se agudizó con el pasar del tiempo. Los capitalistas, en aras de incrementar su lucro individual o corporativo, compiten desenfrenadamente para explotar los recursos naturales y crear más valores de cambio, pero lo hacen a un ritmo que desgarra los ciclos regenerativos de la naturaleza. Esta unidad de tendencias opuestas entre los tiempos del capital y los de la naturaleza es la causa central de la fractura metabólica, que, a su vez, explica la gravedad y amplitud de la crisis ecológica en curso.

Junto con esto, el capitalismo extendió la fractura metabólica a otras regiones del planeta que, paulatinamente, fueron incorporadas al mercado mundial por el dominio de las potencias coloniales:

“Para Marx, la fractura metabólica relacionada en el nivel social con la división antagónica entre ciudad y campo se ponía también de manifiesto a un nivel más global: colonias enteras veían el robo de sus tierras, sus recursos y su suelo en apoyo de la industrialización de los países colonizadores” (FOSTER, 2000, p. 253).

Por consiguiente, el capitalismo extendió sus tentáculos a todo el planeta y globalizó la destrucción ambiental, dando paso a lo que muchos ecosocialistas denominan como el imperialismo ecológico. Este concepto describe la dinámica de saqueo de los recursos naturales y del trabajo humano en la periferia en favor del centro capitalista, durante el cual se produce una transferencia espacial de las contradicciones generadas por la expoliación natural a las regiones coloniales y semicoloniales. Eso se comprende fácilmente al evaluar los efectos nocivos que contraen las industrias extractivistas en el llamado “Sur Global” (SAITO, 2022)[5].

En conclusión, con el desarrollo del imperialismo se universalizó la contradicción entre el ciclo del capital y los ciclos regenerativos de la naturaleza, aumentando la escala destructiva del medio ambiente. Esta dinámica ecológicamente desgarradora se profundizó con el avance de la ciencia y la tecnología que, instrumentalizadas por los intereses del capital, actuaron como fuerzas productivas y destructivas al mismo tiempo.

  • El capitalismo fósil, la Gran Aceleración y el Antropoceno

Un caso que sintetiza a la perfección la interacción entre la fractura metabólica, el imperialismo ecológico y la transferencia espacial, es el proceso de conversión energética hacia los combustibles fósiles. A inicios del siglo XIX, la abrumadora mayoría de los telares de algodón funcionaban con energía hidráulica y estaban instalados en las orillas de los ríos. En 1800, solamente 84 fábricas de algodón usaban motores a vapor, mientras que alrededor de mil usaban ruedas de agua para poner en funcionamiento sus máquinas.

Eso cambiaría en las próximas décadas, pues el carbón y el vapor se tornaron los principales combustibles de la revolución industrial. ¿Por qué se produjo este cambio en la matriz energética? No fue a causa de una mayor eficiencia o por costos más baratos; su motivación principal fue para propiciar un mayor control sobre la fuerza de trabajo. Con los combustibles fósiles ya no era necesario construir las fábricas en las orillas de los ríos y los capitalistas las trasladaron hacia las ciudades, pues allí contaban con una mayor concentración poblacional acostumbrada al trabajo fabril y, además, tenían a su disposición un ejército de reserva para amenazar con el despido a los obreros y obreras que no se sometieran al mandato patronal (ANGUS, 2023).

Desde el punto de vista ambiental, esta mudanza de matriz contraería severas repercusiones, pues el régimen energético pasó de somático hacia uno exosomático. ¿Qué significa esto? De acuerdo al historiador ambiental J. R. McNeill, antes del uso del carbón la producción era impulsada principalmente por la energía biológica, ya que se obtenía de la fuerza animal, humana o natural (ríos, vientos). Tras la adopción del carbón eso cambió, porque la energía comenzó a ser extraída de un cuerpo mineral por medio de un proceso contaminante (SERRATOS, 2020).

En otras palabras, la burguesía apostó por una nueva matriz energética altamente destructiva para contar con mejores condiciones de explotación de la clase trabajadora. Esto no deja dudas sobre la relación que existe entre la alienación del trabajo y la fractura metabólica; a eso se refería Marx cuando aseguraba que el capitalismo destruía los dos manantiales de la riqueza, esto es, el trabajo humano y la naturaleza (MARX, 1973)

La transición hacia el capitalismo fósil se profundizó en la segunda mitad del XIX e inicios del XX, producto del expansionismo de los imperios coloniales europeos que aprovecharon el desarrollo de nuevas formas de locomoción para someter más regiones del planeta. Por ejemplo, fue durante ese período que las potencias europeas colonizaron prácticamente todo el interior del continente africano, para lo cual fue central el uso del ferrocarril, los barcos de vapor y otras tecnologías (telégrafo, quinina, ametralladoras, etc.).

Por este motivo, la marina de Gran Bretaña tenía como objetivo central descubrir y controlar yacimientos de carbón alrededor del mundo y, de esta forma, garantizar el suministro energético de sus navíos mercantes y de la Marina, las dos piezas claves para mantener en movimiento el flujo comercial y el aparato militar de dominación colonial.

Este proceso de fosilización energética se profundizó en el siglo XX, sobre todo por los profundos cambios tecnológicos, sociales y económicos generados por las dos guerras mundiales. Por ejemplo, fue durante la “Gran Guerra” (1914-1918) cuando el ejército británico ajustó todos sus navíos militares para que funcionaran a base de petróleo; una innovación que no tardaría en ser copiada por el resto de ejércitos del mundo[6].

Pero, sin lugar a dudas, fue con la segunda guerra mundial cuando la dialéctica de fuerzas productivas/destructivas experimentó un salto en calidad. No es para menos, considerando que se trató del acontecimiento más sangriento y destructivo en la historia de la humanidad, el cual marcó un parte aguas en el desarrollo del capitalismo. Junto con la destrucción y contaminación sin precedente que desataron las bombas nucleares (esto incluye las dos que fueron lanzadas sobre Japón, pero también las innumerables pruebas nucleares en las décadas siguientes), el “boom” económico de la posguerra desencadenó la Gran Aceleración, un período histórico caracterizado por las transformaciones más abruptas en las relaciones de la humanidad con el mundo natural.

El nuevo orden mundial, hegemonizado por los Estados Unidos, tuvo como una de sus piedras angulares la consolidación de la economía de combustibles fósiles, la cual pasó a estar bajo el control de gigantescas empresas transnacionales dedicadas a la extracción de petróleo, carbón, gas natural y la generación de energía nuclear. Entre 1946 y 1973, por ejemplo, la producción petrolera creció más de un 700%; en consecuencia, la humanidad pasó de consumir cerca de “53 billones de toneladas de petróleo equivalente en el período de 1800 a 1945” a “más de 84 billones de toneladas de petróleo equivalente” en los 27 años que siguieron a la guerra (Citado en ANGUS, 2023, p. 169)[7].

Otros datos también dan cuenta de la intensidad ecocida de la Gran Aceleración. Desde 1750 hasta la actualidad, la concentración de CO2 en el planeta creció un 32%, pero un 60% de dicho aumento ocurrió a partir de 1959. Asimismo, entre 1950 y 1980, más tierras fueron deforestadas y transformadas en plantaciones que durante los 150 años anteriores (Angus, 2023)[8].

Así, la humanidad se tornó el factor geológico más importante y sus acciones pasaron a tener efectos globales y sincrónicos. A raíz de esto, desde un sector de la comunidad científica y del ecosocialismo, se caracteriza que ingresamos en el Antropoceno, esto es, una época geológica caracterizada porque las actividades humanas impactan y alteran la totalidad del Sistema Terrestre (Angus, 2023). Es decir, la destrucción de la naturaleza provocada por la lógica ecocida del capital experimentó un salto en calidad y, en términos ecológicos, ya no hay un “exterior” donde trasferir espacialmente las contradicciones de la expoliación ambiental; por tanto, la crisis ecológica impacta a todo el planeta, como demuestra el calentamiento global.

Todavía no hay consenso en la comunidad científica sobre la vigencia del Antropoceno.  Es más, a inicios de 2024, un comité inferior de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (IUGS, por sus siglas en inglés) rechazó la propuesta para codificarlo como una nueva etapa geológica, argumentando la insuficiencia de pruebas para decretar el final del Holoceno. Pero la negativa se debe a los criterios formales y positivas empleados por dicha institución científica, con los cuales no logra capturar la profundidad y especificidad del Antropoceno (por ejemplo, alegan que la fecha sugerida de 1952 es muy reciente o que las muestras estratigráficas indicadas –los radionucleidos esparcidos por las bombas de hidrógeno- son muy superficiales).

Al respecto de eso, nos parece muy atinado la postura del ecosocialista canadiense Ian Angus, que, como explicó en su libro Enfrentando o Antropoceno (2023), esta nueva etapa geológica constituye un “estado no análogo” en la historia del planeta, pues surgió a raíz de la fractura del metabolismo social, es decir, de un fenómeno socio-económico que obliga a interpretarlo con otras categorías y métodos de los que usualmente emplea la comunidad científica tradicional:

“(…) o Antropoceno precisamos vê-lo como um fenómeno sociológico – uma mudança qualitativa na relação entre a sociedade humana e o restante do mundo natural. Trata-se do resultado direto, para usar uma frase de Marx, de uma ‘ruptura irremediável no metabolismo social, prescrito pelas leis naturais da vida’ (…) A busca pelas origens sócias e económicos do Antropoceno é muito diferente da busca por seu início geológico. A geologia, por sua própria natureza, procura uma transição física clara em rochas, sedimentos ou gelo (…) A ciência social não consegue ser tão precisa (…) enquanto os geólogos procuram uma década exata ou mesmo um dia exato, a análise marxista procura por um período mais longo de mudança social e económica durante o qual o Holoceno terminou e o Antropoceno començou” (Angus, 2023, p 123-124).

Por otra parte, desde algunos sectores de la izquierda se critica la denominación de Antropoceno. Sus detractores alegan que es muy genérica y distribuye la responsabilidad de la crisis ecológica sobre todos los seres humanos, obviando que sus verdaderos responsables son la minoría detentora del poder económico y político desde la revolución industrial, o sea, las burguesías imperialistas y sus socias menores en los países semicoloniales. En contrapartida, sugieren denominar a la nueva época geológica como “Capitaloceno”.

Un ejemplo de este enfoque lo encontramos en el libro de Francisco Serratos (2020) intitulado El capitaloceno: Una historia radical de la crisis climática. De acuerdo a este autor, la definición de Antropoceno es una descripción fenoménica que deposita “la culpa de la crisis climática en todos los humanos (anthropos) y no en unos cuantos”, dejando de lado “sus características socioeconómicas”. Además, sostiene que induce a “culpar a los que por siglos han sido subyugados por la esclavitud, el genocidio, la ocupación y el desposeimiento de tierras para la extracción de recursos”. Por eso, sostiene que la noción de Capitaloceno es más adecuada para comprender las causas e identificar a los agentes socio-históricos responsables por la crisis ecológica, dado que no “es una cualidad inmanente a lo humano la destrucción de la biósfera, la extinción masiva de especies, ni la ruptura climática” (SERRRATOS, 2020, p. 30 y 33).

Es un argumento interesante desde el punto de vista político, porque diferencia entre la minoría de los de “arriba” que se enriquecieron a partir de la expoliación ambiental y la explotación del trabajo ajeno, con los de “abajo” que fueron subyugados a lo largo de la historia.

A pesar de eso, consideramos que la definición de Capitaloceno habilita un abordaje unilateral de las causas históricas y, en consecuencia, es insuficiente para comprender las complejidades para superar la crisis ecológica.

Si bien es indiscutible que al capitalismo le cabe la mayor cuota de responsabilidad por la fractura metabólica, también es un hecho irrefutable que el estalinismo soviético fue copartícipe de la debacle ambiental en la segunda mitad del siglo XX. La URSS, por ejemplo, fue copartícipe de la “Gran Aceleración” y, como analizaremos con detalle en este trabajo, fue responsable por varios de las peores catástrofes ambientales en la historia de la humanidad. Por eso mismo, es un error estratégico emplear una categoría que confunde o disimula el rol ecocida del estalinismo.

Asimismo, el Antropoceno contiene una dimensión de futuro que transciende al capitalismo. Con esto nos referimos a dos aspectos. En primer lugar, la crisis ecológica no se va resolver automáticamente con destruir al capitalismo. En un eventual mundo comunista la humanidad tendrá que dedicar enormes esfuerzos para lidiar con la “herencia maldita” del capitalismo y, en el caso ambiental, no será un trabajo sencillo reestablecer una relación metabólica sana entre los seres humanos con la naturaleza. Tan solo para darnos una idea, ¡en la atmósfera aún hay restos de CO2 emitido en el año 1800!

En segundo lugar, consideramos que el Antropoceno da cuentas de una nueva realidad en la relación entre los seres humanos y la naturaleza. El desarrollo de las fuerzas productivas llegó a tal nivel que es muy fácil su reversibilidad en fuerzas destructivas a una escala inigualable en la historia del planeta. En razón de eso, consideramos necesario que los seres humanos, incluso en una sociedad global comunista, no pierdan de vista este peligro potencial.

En resumen, revertir la fractura metabólica será una tarea colosal y de larga duración, de la cual no podrá escapar una eventual “humanidad comunista”.

2- ¿Cómo superar la crisis ecológica?

Como fue indicado previamente, el ecosocialismo es un campo teórico-político muy heterogéneo y, en consecuencia, en su seno prevalecen varias perspectivas sobre la forma de superar la crisis ecológica. Seguidamente, haremos una “crítica a la crítica” de tres enfoques o tendencias que hacen parte de este debate: el decrecionismo, el ecomodernismo y la planificación democrática.

  • El comunismo decrecentista

Esta corriente ganó espacio entre sectores ecosocialistas en los últimos años, particularmente tras la publicación de El capital en la era del Antropoceno (2020) de Koshei Saito, el cual se transformó en un éxito editorial en Japón y tuvo amplia repercusión a nivel mundial.

En esta obra, Saito califica como quiméricas a las corrientes que abogan por un capitalismo decrecentista, debido a que es imposible despojar a este sistema de su característica esencial, esto es, acelerar el crecimiento económico “infinitamente” en aras de obtener ganancias a expensas de la explotación de la fuerza de trabajo y la expoliación de los recursos naturales. Además, en caso de que se produjese tal decrecimiento bajo el capitalismo, eso redundaría en una reducción del consumo para las amplias mayorías, pues persistirían los problemas de desigualdad social que son inherentes a un sistema fundado sobre la explotación de clases.

En contraposición, sostiene que bajo el comunismo es posible instaurar otra lógica de producción y consumo, cuyo eje sea garantizar la “abundancia radical” para el conjunto de la población y no generar el lucro desenfrenado de una minoría capitalista:

“…el comunismo replanteará radicalmente el objetivo de la producción. En el comunismo, su finalidad no será la multiplicación del valor de cambio, sino el valor de uso, y la someterá a una planificación de tipo social. Dicho de otro modo: ya no se buscará aumentar el PIB, sino satisfacer las necesidades básicas de las personas” (SAITO, 2022, p. 254).

Para el ecosocialista japonés esa es la esencia del comunismo decrecentista. La lógica de su argumento es la siguiente: si la sociedad prioriza la producción valores de uso para satisfacer las necesidades de consumo de las personas, eso redundará en una notable disminución del consumo de energía y del uso de materias primas utilizadas para la fabricación de valores de cambio innecesarios, principalmente para cubrir las exigencias del insostenible “modo de vida imperial” que impera en las sociedades del “Norte global”.

Asimismo, asegura que el decrecimiento de la producción permitirá reducir la jornada de trabajo, una condición necesaria para incentivar la participación de los trabajadores en la toma de decisiones democráticas sobre el desarrollo de la producción y la reversión de la fractura metabólica:

“Pero el comunismo decrecentista, que implicará una economía y una sociedad más sosegadas, ensanchará el margen para atender los problemas ambientales sin detrimento de la satisfacción de los deseos humanos. La democratización y la desaceleración de la producción irá reparando el desgarramiento en el metabolismo humano entre el hombre y la naturaleza” (SAITO, 2022, p. 271).

Por tanto, el comunismo decrecentista articula la reducción de la producción con otras medidas para reorganizar la sociedad sobre nuevas bases sociales, como la reducción de la jornada de trabajo, la planificación democrática de la producción y proveer a las personas de la abundancia radical de valores de uso.

Como se desprende de lo anterior, Saito presenta elementos muy interesantes que no se pueden descartar de forma simplista. Es significativo que otorgue jerarquía a la planificación democrática en la perspectiva de transitar hacia una sociedad comunista orientada hacia la producción de valores de uso. Aunque coincidimos de forma general con esos dos postulados del ecosocialista japonés, a la hora de hilar más fino es cuando comienzan a surgir las diferencias estratégicas con su proyecto.

¿Qué críticas le podemos hacer al comunismo decrecentista? Iniciemos por el hecho de que Saito no tiene ningún resguardo metodológico al presentar sus hipótesis como conclusiones inexpugnables, a la vez que incurre en anacronismos cuando trata de encontrar en Marx las respuestas teóricas perfectas ante los problemas y luchas ambientales actuales (TANURO, 2024).

Por ejemplo, afirma que “el comunismo decrecentista fue el punto de culminante de las reflexiones del último Marx”, y, de forma bastante imprudente, asevera que ni siquiera Engels alcanzó a comprender ese giro, por lo cual la visión de la historia de Marx “permaneció malinterpretada” a lo largo de los últimos 150 años (SAITO, 2022, p. 305 y 165). Para “validar” dicha tesis, Saito recurre a la categoría althusseriana de “corte epistemológico”, según la cual en la obra de Marx hubo rupturas abruptas en cuanto a los paradigmas, conceptos y métodos.

Diferimos totalmente con este abordaje althusseriano, el cual es profundamente anti-dialéctico. En vez de rupturas que remiten a un recomienzo desde cero, nos parece más apropiado analizar la obra de Marx como una progresión, durante la cual variaron los temas de investigación y los niveles de elaboración conceptual, pero que nunca perdió su unidad como parte de una crítica global del orden capitalista (SÁENZ, 2023). Es más, la sensibilidad de Marx hacia la naturaleza está presente en momentos distintos de su elaboración, expresada en algunos casos filosóficamente (Manuscritos económico-filosóficos de 1844, La ideología alemana) y en otros de forma más económica (El Capital).

Por otra parte, es bastante discutible el supuesto giro decrecentista de Marx, pues en su concepción la emancipación social de la humanidad requería del desarrollo de las fuerzas productivas para acabar con la “guerra del todos contra todos” por la subsistencia. En otras palabras, es necesario contar con las bases materiales para alcanzar la abundancia radical de valores de uso y disminuir la jornada de trabajo; de lo contrario, el comunismo no pasaría de ser un sueño romántico para discutir en los cafés, pero no contaría con ninguna viabilidad histórica para superar al capitalismo (HUBER Y LEIGH, 2024).

Lo anterior es factible de realizar a partir de una relación de fines y medios totalmente diferente a la que impera bajo el capitalismo. Nos oponemos a enaltecer un desarrollo mecánico de las fuerzas productivas, pero también de pregonar el no desarrollo de las mismas. De lo que se trata es de impulsar un avance de las capacidades productivas de la humanidad a partir de criterios no productivistas. Eso sólo es posible de realizar en una sociedad con una planificación con democracia socialista, donde las fuerzas productivas estén en función de satisfacer los valores de uso para el conjunto de la población, al mismo tiempo que contemple la reestructuración del metabolismo socio-natural entre los seres humanos y la naturaleza.

Pero Saito da por clausurada esa posibilidad histórica. Inclusive, señala que el “incremento de la capacidad productiva” es la “causa de la crisis climática”, un abordaje que confunde el productivismo destructivo del capitalismo (o de los Estados burocráticos) con el desarrollo de las fuerzas productivas (SAITO, 2022, p. 129).

Dicho racionamiento tiene como desenlace afirmaciones equivocadas y peligrosas. Por ejemplo, aduce que en los países del “Norte Global” impera un modo de vida imperial, caracterizado por la “producción y el consumo en masa” que, a su vez, se “sostiene sobre la existencia de una estructura de saqueo sistemático de las regiones y los grupos sociales del Sur global” (SAITO, 2022, p. 22). Aunque coincidimos con la descripción del fenómeno (existe un consumo desigual en el mundo fundado sobre la expoliación de los países semicoloniales), diferimos totalmente en las conclusiones que extrae de ello, particularmente cuando remite a “la negación de la consciencia de culpa” de quienes habitan los países imperialistas, lo cual los transforma en cómplices de la destrucción del planeta por el alto patrón de vida que disfrutan.

La noción de que existe una culpa ambiental localizada geopolíticamente nos parece un argumento equivocado y peligroso, dado que introduce una división entre la clase trabajadora de los países imperialistas con sus similares de los países semicoloniales (HUBER Y LEIGH, 2024). Con este análisis se pierde la “brújula de clase” con relación a la crisis ecológica, dado que se diluye la responsabilidad sobre el conjunto de la población del “Norte global”, igualando a la burguesía imperialista con los trabajadores y trabajadoras que explota. Es una postura que no guarda relación alguna con el marxismo y, por el contrario, coincide más con la teoría decolonial que establece como principal contradicción la “matriz colonial del poder” derivada de la relación asimétrica entre el Norte y el Sur global (ARTAVIA, 2015).

Además, Saito pierde de vista que las necesidades son una construcción histórica. Esto es importante para comprender que es inviable desarrollar una política revolucionaria teniendo como bandera bajar el nivel de vida a las masas del primer mundo, el cual es “alto” en relación a la “barbarie” que impera en gran parte del Sur Global. Otra cosa es cortar los excesos consumistas de los burgueses y magnates imperialistas que tienen una huella ambiental altísima, así como criticar la mecánica consumista que promueve el capitalismo o la elaboración industrial de productos altamente contaminantes (como sucede con la plaga del plástico).

Asimismo, la sola denominación del decrecionismo se torna absurda para países donde cunde la miseria entre amplias franjas de la población y, por tanto, predomina la guerra cotidiana del todos contra todos.  ¿Quién en su sano juicio haría propaganda por el decrecionismo y contra el consumo en la India, donde el déficit de sanitarios conlleva a que millones de personas defequen en los ríos y parques, provocando enormes problemas de salud, o en una favela de São Paulo, donde es normal ver decenas de personas disputando los mejores lugares para buscar alimentos en un basurero?

Por último, pero no menos importante, nos referiremos al que consideramos el mayor “talón de Aquiles” de Saito: carece de un balance serio del estalinismo. En varias partes de su obra remite al caso fallido de la URSS estalinista, la cual caracteriza –con justa razón- como una experiencia productivista que fue bastante destructiva de la naturaleza.

Pero la validez de su crítica no compensa su incomprensión del fenómeno. Lo más parecido a una “explicación” es cuando afirma que el “monstruo llamado «estalinismo»” fue alumbrado por la malinterpretación de las verdaderas ideas del último Marx, las cuales son conocidas tan sólo por “unos pocos especialistas dedicados a analizar sus cuadernos de investigación” como parte del proyecto MEGA II (SAITO, 2022, p. 127). En otras palabras, la burocratización de la mayor revolución social de la historia y el triunfo de la contrarrevolución estalinista, se originó en una incomprensión de la obra de Marx.

A partir de este punto, el comunismo decrecentista enarbolado por Saito muestra sus puntos más débiles, en gran medida porque es incapaz de proporcionar una alternativa coherente para superar el capitalismo y, al mismo tiempo, saldar cuentas con la experiencia contrarrevolucionaria del estalinismo en el siglo XX[9]. De hecho, defiende planteamientos que lo aproximan al autonomismo y el reformismo.

Muestra de lo anterior es su visión romántica de la autogestión local o municipal en contraposición al poder central del Estado, lo cual presenta como una medida para no repetir la experiencia dictatorial de la URSS. Apela al desde abajo contra la imposición de un modelo politicista desde arriba; una formulación horizontal que deja de lado la lucha por la destrucción del Estado burgués y la edificación de un poder central comandado democráticamente por la clase obrera en alianza con los sectores explotados y oprimidos, cuyo objetivo estratégico sea avanzar en la transición al socialismo y, concomitantemente, en la extinción del mismo Estado obrero.

Asimismo, es llamativo su rechazo a los sindicatos porque “aceptaron la subsunción en el capital”, mientras que enaltece a las cooperativas de trabajadores porque “persiguen un cambio en las mismísimas relaciones de producción” al propiciar la toma democrática de decisiones de los trabajadores afiliados sobre el “desarrollo de la producción, la formación y la reubicación de los trabajadores” (SAITO, 2022, P. 221-22).

Efectivamente, los sindicatos no tienen por objetivo cuestionar las relaciones de explotación capitalista; es más, organizan colectivamente a sus afiliados en tanto que vendedores de fuerza de trabajo para negociar a su favor los términos en que serán explotados por la patronal. No obstante, son herramientas fundamentales del movimiento obrero, pues constituyen una escuela de lucha donde los trabajadores y trabajadoras forjan sus experiencias de lucha. Nos parece un craso error descartarlos por sus limitaciones estratégicas; por el contrario, representan un espacio organizativo dentro del cual es necesario batallar por un programa revolucionario y anticapitalista. En la actualidad, eso significa incorporar reivindicaciones ecosocialistas que combinen la protección del medio ambiente con la preservación de los puestos de trabajo, una tarea que consideramos central para ganar a la clase obrera a la lucha ambiental y no dejarla a merced de la extrema derecha negacionista.

Igualmente, es totalmente falso que las cooperativas cuestionen las relaciones de producción capitalista.  En realidad, son una forma de propiedad pequeñoburguesa que aspira a ser más “justa”, pero en ningún momento cuestiona al capitalismo. En las cooperativas cada integrante se torna un “dueño privado” de una cuota de la empresa y se instaura una forma de  autoexplotación del trabajo, debido a que “la cooperativa navega todavía en medio del océano capitalista, que es el que fija los precios y, por lo demás, las cooperativas suelen ser, aunque no siempre, formas de producción de menor envergadura que sus competidores capitalistas en el mercado, que con economía de mayor escala logran menores precios en sus productos” (SÁENZ, 2024, 187)[10].

Por otra parte, coincidimos plenamente con Saito cuando señala que la participación democrática de los trabajadores y trabajadoras es la única forma de garantizar que la propiedad sea verdaderamente social, pues la “democratización del proceso productivo consiste en la cogestión de los medios de producción mediante la asociación. Es decir, decidir democráticamente que se produce, cuándo y cómo” (SAITO, 2022, p. 262). Pero diferimos cuando limita eso al plano interno de una empresa o un municipio, obviando la importancia estratégica de luchar por construir un Estado obrero que, al mismo tiempo que aspire a representar al conjunto de los sectores explotados y oprimidos, también tenga como norte su progresiva “extinción” en la transición al socialismo.

Para finalizar, nos queremos referir a la fantasiosa estrategia del «3,5%» que pregona para avanzar hacia el comunismo decrecentista. Su propuesta se resume en propiciar la movilización pacífica del 3,5% de la población para luchar contra los problemas generados por el capitalismo y el cambio climático. Aunque su llamado a la acción es positivo, por el contenido de la propuesta se desprende que no comprende la dimensión de la pelea anticapitalista que, si bien es cierto cuenta con inúmeros episodios de movilizaciones pacíficas, en determinado momento tendrá que apostar a radicalizarse para derribar del poder a los capitalistas. Ese momento se llama revolución y, como Marx y la experiencia histórica indican, no va estar exento de enfrentamientos directos y sangrientos[11].

En resumen, el comunismo decrecionista contiene aportes interesantes para la lucha ecosocialista. Entre esos, destacamos su énfasis en la planificación democrática de la producción que, acompañada de la reducción de la jornada de trabajo, posibilita que la clase trabajadora decida colectivamente qué y cómo producir, con la perspectiva de garantizar una abundancia radical de valores de uso y, de esta manera, poner fin a los excesos y desperdicios que genera el sistema capitalista con la producción innecesaria valores de cambio para aumentar las ganancias de la burguesía[12]. Es una medida que sienta las bases para revertir la fractura metabólica, dado que posibilita la planificación social de la producción y el consumo.

A pesar de eso, Saito se torna muy errático cuando trata de delinear con mayor precisión sus propuestas y, aunque las presenta como anticapitalistas e inspiradas en el supuesto “decrecentismo” de Marx, en la mayoría de las veces son medidas reformistas y localistas; por ejemplo, alaba las “ciudades sin miedo” europeas con sus medidas ambientales “anti-neoliberales” (como Barcelona bajo la gestión de Ada Colau).

El ecomodernismo

El ecomodernismo, por su parte, plantea que la solución de los problemas ambientales radica en el desarrollo incesante de la tecnología, pues sólo así será factible acelerar el crecimiento económico sustentable. Su tesis central es usar la tecnología para desacoplar la sociedad de la naturaleza, para lo cual es necesario potenciar al máximo los engranajes o dispositivos ofrecidos por la modernidad. Por ejemplo, apela a las tecnologías de captura de dióxido de carbono o la geoingeniería (modificación a gran escala del sistema terrestre) para frenar los efectos del cambio climático[13]. Cualquier objeción a su “tecno-optimismo” es calificado de “conservacionismo verde” (VANSINTJAN, 2018).

Apoyándose en esta lógica aceleracionista, el periodista británico Aaron Bastani aboga por un comunismo de lujo totalmente automatizado (CLTA), es decir, una sociedad donde todos los procesos productivos sean automatizados, lo cual viabilizará un crecimiento exponencial de la producción que, a su vez, nos permitirá hacer un “uso ilimitado, libre y gratuito de recursos y bienes sin que tengamos que preocuparnos por problemas medioambientales” (SAITO, 2022, p. 176).

Para justificar esta idea, dicho autor nos remite a los escritos sobre las máquinas de Marx en los Grundrisse (1857-1858), donde establece que la reducción al mínimo del trabajo humano en la producción industrial (o lo que es lo mismo, el aumento exponencial de su capacidad productiva), sienta las bases materiales para la emancipación de la clase trabajadora en los marcos de una sociedad comunista.

Tomando esa precisa de forma unilateral, Bastani apela abiertamente por el desarrollo incesante de las fuerzas productivas para universalizar el acceso al lujo, argumentando que es posible superar los límites del viejo mundo y “disolver cualquier frontera entre lo que es útil y lo que es bello”, pues el “comunismo será exuberante –o no será comunismo” (BASTANI, 2023).

En realidad, Bastani profesa una “fe prometeica” en la tecnología que justifica a partir de una lectura fragmentaria de la obra de Marx, pues solamente da cuenta de los escritos donde acentuó la necesidad de potenciar las fuerzas productivas para contar con una base material sobre la cual construir una sociedad comunista, pero no repara en otros textos (de su juventud y también de su etapa madura) donde expresa sus sensibilidades ecológicas o establece la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza.

Visto lo anterior, el ecomodernismo es una variante contemporánea de productivismo que no cuestiona el despilfarro consumista bajo el capitalismo. Es un enfoque donde no tienen cabida los límites naturales del planeta y, por tanto, no se plantea la reversión de la fractura metabólica. El eje de su propuesta es la transferencia tecnológica, o sea, apelar a la tecnología para resolver los problemas ambientales.

En el caso de Bastani, aunque indica que los recursos minerales en el planeta son finitos, sugiere que la minería espacial puede ser una forma de extraer más litio y cobalto, con lo cual podremos aumentar nuestra capacidad de almacenamiento de energías limpias y, por extensión, de nuestros niveles de consumo:

“(…) una nueva matriz tecnológica-energética de máquinas gradualmente más inteligentes, combinada con una energía cada vez más barata e más limpia, posibilitará la extracción de recursos fuera de nuestro mundo, produciendo una oferta extrema de materias primas, completando una cadena que permitirá a la humanidad exceder enteramente nuestros límites actuales” (BASTANI, 2023, p. 48)[14].

Junto con esto, el ecomodernismo presenta un vacío estratégico en tanto proyecto para construir una sociedad comunista: carece de un balance del estalinismo. Para Bastani el comunismo se tornó realizable con la llegada de la “Tercera Ruptura”[15], un proceso en curso hace algunas décadas que puso a disposición de la humanidad una  “oferta extrema de informaciones, mano de obra, energía y recursos minerales”, haciendo factible construir una “sociedad en que el trabajo sea eliminado, la escasez sea sustituida por la abundancia y donde el trabajo y el ocio se mezclan en una misma cosa” (BASTANI, 2023). Así, de forma tácita, nos dice que el fracaso de la revolución rusa y su burocratización estalinista se originó en su adelantamiento histórico, pues no contaba con la base tecnológica para avanzar hacia el comunismo.

De hecho, esa idea la expuso abiertamente en su libro Comunismo de luxo totalmente automatizado (2022), donde asegura que:

“(…) hasta las décadas iniciales de la Tercera Ruptura, el comunismo era tan imposible como lo era el excedente antes de la Primera Ruptura o la electricidad antes de la Segunda. En vez de eso, fue el socialismo, todavía definido por la escasez y los empleos, que se tornó la esperanza en todo el mundo (…) Las tecnologías necesarias para llegar a una sociedad post-escasez y post-trabajo –centrada en energía renovable, automatización e información- estaban ausentes en el Imperio Ruso, o incluso en cualquier otro lugar, hasta el final de los años 1960 (…) Crear el comunismo antes de la Tercera Ruptura es como crear una máquina voladora antes de la Segunda: sería posible concebirla –exactamente como lo hizo nada más ni menos que el genio de Leonardo Da Vinci -, pero no crearla. Eso no por una falta de voluntad o de intelecto, sino simplemente por una inevitabilidad histórica” (BASTANI, 2022, p. 219-220).

Además, sostiene que el triunfo de la revolución rusa fue producto de la toma del Palacio del Invierno, lo cual califica como un “golpe iliberal” que, sumado a las presiones derivadas de la invasión de tropas extranjeras en la guerra civil, devino “inevitablemente” en un “régimen que se tornó extremadamente jerárquico”, a pesar de lo cual considera que su sobrevivencia “por siete décadas continúa siendo una de las grandes conquistas políticas del siglo pasado” (BASTANI, 2022, p. 220).

Esas líneas dejan claro que Bastani no entiende nada sobre el estalinismo[16]. En primer lugar, lo asume como una consecuencia inevitable por la falta de condiciones tecnológicas para alcanzar el comunismo, esencialmente porque aún no comenzaba la Tercera Ruptura. En segundo lugar, si bien considera que en la URSS se instauró un régimen “extremadamente jerárquico”, sostiene que su sola existencia fue una conquista para la clase trabajadora y los sectores oprimidos. En otras palabras, no comprende que el estalinismo fue un aparato contrarrevolucionario que, desde la década del veinte del siglo pasado, funcionó como un organizador de derrotas de varias revoluciones que pudieron cambiar la historia mundial (como la española o la china, por citar dos casos), a la vez que relanzó nuevas formas de explotación del trabajo y de expoliación de la naturaleza, cuyo desenlace final fue la reabsorción al capitalismo de la URSS y demás Estados burocráticos del Este europeo.

En síntesis, su ecomodernismo combina el optimismo tecnológico con un férreo fatalismo histórico, dentro del cual la lucha de clases y los seres humanos no tienen mucho que hacer para transformar la realidad, salvo esperar pacientemente para cuando las condiciones tecnológicas se tornen apropiadas para materializar sus sueños de emancipación social.

Lo anterior está directamente relacionado con el segundo límite estratégico del CLTA: carece de sujeto social, pues la clase trabajadora no figura como un agente capaz de reorganizar la producción y el consumo (MERCATANTE, 2023)[17]. La tecnología y la información devienen sustitutos de una clase obrera que se torna un elemento pasivo en la transición al socialismo, porque todo el proceso será protagonizado por las delicias de la automatización que proveerá la Tercera Ruptura. Es más, Bastani postula un “populismo del lujo” para viabilizar el CLTA, cuyo sujeto político es el individuo y su bienestar personal:

“(…) los beneficios sociales más amplios del cambio para el Comunismo de Lujo Totalmente Automatizado deben ser vistos como un paralelo del florecimiento en una escala personal en vez de un sacrificio en nombre de algún bien mayor. Es la política del gurú de autoayuda – insertada en un programa más amplio de transformación política: usted sólo podrá vivir su mejor vida bajo el CLTA, por lo tanto, luche por eso y rehúse el yugo de un sistema económico que pertenece al pasado” (BASTANI, 2022, p. 212).

En otras palabras, Bastani no apuesta a la clase trabajadora como sujeto social de la revolución comunista; en cambio, funda el CLTA en los individuos y a expensas de cualquier perspectiva de emancipación colectiva.

Bajo el estalinismo hubo un aplastamiento de la individualidad en aras del supuesto “bienestar colectivo”, una formulación que servía de cobertura ideológica para “justificar” la coerción política y el relanzamiento de nuevas formas de explotación del trabajo en beneficio de la burocracia gobernante. Pero el rechazo a la experiencia estalinista no debe hacernos caer en el error inverso, esto es, fomentar un individualismo desarticulado de la lucha colectiva y la construcción de relaciones de solidaridad.

Desde nuestra corriente no reivindicamos el individualismo en su forma reducida burguesa ni la disolución de la individualidad en la masa anónima. En contraste, nos decantamos por desarrollar al máximo el proceso de individuación, el cual remite al:

“(…) reconocimiento de la propia personalidad que se ha ido operando históricamente conforme el desarrollo de las fuerzas productivas, y la superación de la subsunción automática e indivisa, espontánea, de las personas en la comunidad ancestral (…) La vía del ‘retorno’ a relaciones comunitarias y cooperativas como opuestas al individualismo burgués y a la guerra de todos contra todos, debe contener, de hecho contiene en Marx, el libre desarrollo de cada uno como medida del desarrollo de todos. Es decir, la superación de la visión comunista vulgar donde la persona nada vale” (SÁENZ, 2024, p. 153-154).

Igualmente, resulta problemático que Bastani no cuestione los efectos del consumismo exacerbado bajo el capitalismo; al contrario, establece que el acceso al lujo será uno de los criterios principales que regirán al CLTA, en el cual “llevaremos una vida equivalente –si así lo deseáramos- a aquellas de los billonarios de hoy en día” (BASTANI, 2022, p. 215).

Diferimos con este planteamiento. Es irracional postular el estilo de vida de los magnates como un modelo a seguir en una sociedad comunista. De acuerdo a un reciente informe de Oxfam intitulado La desigualdad de las emisiones de carbono mata (2024), el 10% de las personas más ricas del mundo son responsables por la mitad de las emisiones globales de efecto invernadero a nivel global y, solamente el 1% de los magnates con mayores ingresos, generan el 16% de las emisiones globales, o lo que es lo mismo, una cantidad mayor que los dos tercios más pobres de la población mundial. Generalizar esos patrones de vida para el conjunto de la población mundial, implicaría elevar el consumo de recursos minerales y de energía a niveles insostenibles en el corto plazo: si la humanidad emitiera tantas emisiones de carbono como las 50 personas más ricas, ¡el presupuesto de carbono del planeta se agostaría en menos de dos días![18]

Ante ese tipo de cuestionamientos, los ecomodernistas arguyen que los efectos nocivos del consumismo exacerbado se pueden revertir con las “energías limpias” (que no son tan “verdes” porque requieren de minerales para su almacenamiento) o la agricultura celular para producir carne sin animales. De esta forma, todos los límites naturales planetarios (o espaciales) son franqueables con la automatización de la Tercera Ruptura y, por ende, no hay que preocuparse por la ruptura metabólica entre la naturaleza y los seres humanos.

En este punto tendemos a coincidir más con la abundancia radical propuesta por Saito que, como explicamos en el acápite anterior, consiste en reorientar el aparato productivo para la generación de valores de uso y no mercancías, lo cual deberá redundar en un mejor aprovechamiento de la energía y los recursos naturales, a la vez que se mejoran sustancialmente las condiciones de vida de la población.

Por último, el ecomodernismo presenta una estrategia etapista. Según Bastani, la Tercera Ruptura es un proceso en curso; no obstante, pasarán muchas décadas hasta que se desarrolle plenamente. Por ello, el CLTA es una meta que está en el horizonte y, en lo inmediato, la tarea es “comenzar por donde estamos, por medio del rompimiento del neoliberalismo y de la construcción de alternativas viables” (BASTANI, 2022, p. 229), con el propósito de recrear el Estado capitalista en un sentido anti-neoliberal. En otras palabras, apuesta por reconstruir una nueva forma de Estado burgués reformista o anti-neoliberal que, a partir del desarrollo tecnológico propiciado por la Tercera Ruptura, de alguna forma mágica se disolverá sin que sea necesaria la conquista insurreccional del poder por la clase obrera (eso sería un “golpe iliberal”) y la humanidad avanzará hacia el comunismo de lujo totalmente automatizado.

En conclusión, el ecomodernismo es una corriente caracterizada por un optimismo tecnológico y una defensa acrítica de la modernidad, por lo cual incurren en una “fe prometeica” que hace del desarrollo tecnológico la principal fuerza de transformación de la realidad. Por este motivo, el CLTA carece de sujeto social, pues la lucha por la emancipación de la clase trabajadora está determinada por un fatalismo histórico-tecnológico.

A pesar de eso, rescatamos críticamente algunos elementos propuestos por el CTLA. En primer lugar, es necesario desarrollar las fuerzas productivas (en un sentido integral y no de forma unilateral y tecnocrática) para crear las bases materiales que permitan la emancipación de la clase trabajadora en el comunismo. Dicho desarrollo debe regirse por una planificación democrática y con control obrero, para determinar qué se produce, cómo se produce y quién organiza la producción/consumo social, un aspecto que escapa del campo de visón del ecomodernismo.

Asimismo, es sugerente el posicionamiento de Bastani contra el realismo capitalista y su llamado a retomar la “imaginación colectiva” para pensar un mundo post-capitalista. Desde nuestra corriente reivindicamos la dimensión utópica como parte de la lucha revolucionaria, dado que es necesario superar la estrechez de la lucha contra las miserias cotidianas y pensar/anticipar un mundo nuevo (SÁENZ, 2024).

La planificación democrática

Por último, analizaremos la planificación democrática propuesta por Michael Lowy. Dicho autor es un referente de la primera generación de ecosocialistas y, además, es un militante histórico de la corriente mandelista agrupada en el Secretariado Unificado (SU). En virtud de eso, presenta un rasgo particular con relación a Saito o Bastani, pues su elaboración teórica está relacionada con su militancia política, principalmente en Brasil, donde sostiene vínculos históricos con el MST y con tendencias internas del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) adscritas al mandelismo.

Como señalamos previamente, los fundadores del ecosocialismo acusaron a Marx y Engels de tener un sesgo prometeico o productivista. Aunque con algunos matices y resguardos metodológicos, Lowy no se distanció totalmente de ese enfoque. Por ejemplo, definió al ecosocialismo como una corriente de pensamiento que “hace propios los conocimientos fundamentales del marxismo, al tiempo que se libera de sus escorias productivistas” (LOWY, 2011c, p. 29). Igualmente, considera que la obra de Marx está atravesada por una contradicción interna entre un “credo productivista” en varios de sus textos canónicos y la intuición de que el progreso puede generar una destrucción irreversible en la naturaleza (LOWY, 2011b).

A partir de estas premisas, sostiene que el “talón de Aquiles” de Marx y Engels es su visión acrítica de las fuerzas productivas capitalistas, pues consideraron que bastaba con “socializarlas, reemplazando su apropiación privada por una apropiación colectiva, de

modo tal de hacer que se orienten en beneficio de los trabajadores de manera ilimitada” (LOWY, 2011b, p.74). Frente a esto, el ecosocialismo tendría el mérito de haber quebrantado la “tesis de la neutralidad de las fuerzas productivas” en las últimas décadas del siglo XX (LOWY, 2011a, p. 43).

Discordamos con esta interpretación de Lowy. Es más, la caracterizamos como una lectura anacrónica, unilateral y metodológicamente incorrecta de la obra de Marx y Engels.

En primer lugar, es anacrónica porque en la segunda mitad del siglo XIX el desarrollo material era bajo a nivel internacional, por lo cual entre los principales exponentes del pensamiento radical de la época prevalecía la idea de que había mucho espacio para desarrollar “ilimitadamente” la producción. Para tener una proporción histórica de las cosas, basta señalar que, en los 150 años que transcurrieron entre el nacimiento de Engels (1820) y el surgimiento del movimiento ecologista moderno (1970), la producción manufacturera mundial aumentó 1.730 veces (FOSTER, 2020). Por ello, es errado etiquetar a los fundadores del comunismo científico como productivistas, dado que en su época el desarrollo de las fuerzas productivas era globalmente insuficiente para emancipar a la humanidad en su conjunto del trabajo alienado y la explotación capitalista.

Junto con esto, no se puede perder de vista el contexto político en que Marx y Engels desarrollaron su obra, principalmente en lo que se refiere a la disputa con otras tendencias dentro del movimiento obrero de la época. No en balde dedicaron el tercer capítulo del Manifiesto Comunista a debatir con las diferentes variantes del socialismo utópico y, posteriormente, entablaron una fuerte batalla teórica y política con el anarquismo dentro de la I Internacional[19].

Por este motivo, es comprensible que colocaran mucho énfasis en el desarrollo de las fuerzas productivas como requisito material para construir el socialismo, pues requerían dotar de una base científica a su proyecto comunista en contraposición a las formulaciones románticas del socialismo utópico y del anarquismo, cuyo rechazo del capitalismo se traducía en propuestas románticas o históricamente regresivas, tales como retornar a formas pre-capitalistas de producción o constituir pequeñas comunas autosuficientes.

Al respecto de lo anterior, es muy ilustrativa una carta que Engels escribió a José Bloch en septiembre de 1890, en la cual se demarca del determinismo económico que ya predominaba entre muchos comunistas de la época, para quienes el factor económico era el único que explicaba el movimiento histórico e incidía en la lucha de clases. Más importante aún, sostiene que tanto Marx como él tienen parte de la responsabilidad por la difusión de esa interpretación “vacua, abstracta, absurda” de la concepción materialista de la historia, pues, frente “a los adversarios, teníamos que subrayar este principio cardinal que se negaba [se refiere a colocar la producción y reproducción de la vida real como base para comprender las relaciones sociales, VA ], y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones” (ENGELS, 1890).

En segundo lugar, es una interpretación unilateral. De acuerdo a Bellamy Foster, tanto para Marx como para Engels, el desarrollo de las fuerzas productivas no se limitaba a la técnica, sino que también comprendía a los seres humanos que, en su visión, eran el instrumento o fuerza productiva más importante. Entonces, su apelación para desarrollar las fuerzas productivas iba en el sentido de expandir las habilidades y capacidades productivas de la humanidad en su conjunto, para así contar con una base material que permitiera construir una sociedad socialista, igualitaria y con un desarrollo humano sostenible (FOSTER, 2020).

Por ejemplo, en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 (o Cuadernos de París, como los denominó más recientemente Koshei Saito), Marx describe la profunda relación entre los seres humanos con la naturaleza, a la vez que critica fuertemente la degradación humana de los trabajadores y las trabajadoras por la explotación capitalista:

“Del mismo modo que las plantas, los animales, los minerales, el aire, la luz, etc., son, teóricamente, una parte de la consciencia humana, en parte como objetos de la ciencia natural, en parte como objetos del arte –su naturaleza inorgánica espiritual, sus medios espirituales de vida, que el hombre tiene que encargarse de preparar para disfrutarlos y asimilarlos-, constituyen también, prácticamente, una parte de la vida y la actividad del hombre (…) La universalidad del hombre se revela de un modo práctico precisamente en la universalidad que hace de toda la naturaleza su cuerpo orgánico, en cuanto es tanto 1) un medio directo de vida como 2) la materia, el objeto y el instrumento de su actividad vital. La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre (…) Que el hombre vive de la naturaleza quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el que debe mantenerse en un proceso constante, para no morir. La afirmación de que la vida física y espiritual del hombre se halla entroncada con la naturaleza no tiene más sentido que el que la naturaleza se halla entroncada consigo mismo, ya que el hombre es parte de la naturaleza” (MARX, 1968, p. 80).

Pedimos disculpas por la extensión de la cita, pero nos pareció necesario reproducirla en su integridad, pues no deja dudas sobre la sensibilidad hacia la naturaleza que ya mostraba Marx en uno de sus textos de juventud, a la cual se refiere como el “cuerpo inorgánico” de los seres humanos y con la cual nos mantenemos en un “proceso constante” porque somos parte de ella. Es una idea que dialoga con el concepto de fractura metabólica que, como apuntamos previamente, será desarrollado por Marx en El Capital tras estudiar las investigaciones del químico alemán Justus von Leibig[20].

Más importante aún, en dichos manuscritos Marx denuncia que, bajo el capitalismo, el trabajador es “degradado, espiritual y corporalmente, al papel de una máquina y convertido de un ser humano en una actividad abstracta y un vientre”; más adelante, agregar que, la lógica mezquina que impulsa a la Economía política y la sociedad burguesa por alcanzar el “incremento máximo de la riqueza de la sociedad” a partir del exceso de trabajo, equivale a la “miseria estacionaria de los obreros”. Ante esta contradicción, acaba preguntándose “¿Qué sentido tiene, en el desarrollo de la humanidad, el reducir así la mayor parte de la humanidad a trabajo abstracto?” (MARX, 1968, p. 18 y 22).

Este razonamiento va en sentido inverso al productivismo o a un enaltecimiento unilateral de las fuerzas productivas. Marx se posiciona en contra del afán de la sociedad burguesa por incrementar al máximo la riqueza a expensas de la mayor parte de la humanidad, porque a “medida que se valoriza el mundo de las cosas se desvaloriza, en razón directa, el mundo de los hombres” (MARX, 1968, p.75). El trabajo es reducido por el capital a una acción meramente lucrativa, anulando su carácter de actividad vital constitutiva del ser humano. Así, el acto de producción se torna una acción externa o impuesta para las trabajadoras y trabajadores, quienes solamente se sienten “libres” cuando no están laborando. En consecuencia, la potencia procreadora que emana de sus músculos y mentes, al mismo tiempo actúa como una fuerza que castra su humanidad y su vida personal.

Debido a lo anterior, prosigue Marx, en el capitalismo los seres humanos que trabajan son enajenados de los objetos que producen, los cuales son acaparados por quienes no producen (los capitalistas); y, simultáneamente, se ven auto-enajenados de sí mismos y de su relación con la naturaleza, pues son obligados a producir y transformar el mundo exterior sensible bajo criterios y condiciones que responden a intereses ajenos, es decir, de los capitalistas.

Sorprende que Lowy no haga referencia a estas posiciones expuestas por Marx desde su juventud. Por el contrario, en un artículo reciente, alega que, antes de El Capital (publicado en 1867), en sus textos hay “una evaluación bastante poco crítica del ‘progreso’ capitalista -una actitud muchas veces descrita con el vago término mitológico de ‘prometeismo’ (LOWY, 2024). Para justificar esa argumentación, recurre a frases aisladas de otros libros de Marx; por ejemplo, remite al Manifiesto Comunista (1848), donde se celebra la “sumisión de las fuerzas de la naturaleza al hombre” y la “roturación de continentes enteros para el cultivo”; o los Grundrisse (1857-58), por su exaltación de la “misión civilizadora” del capitalismo a nivel internacional.

Lo anterior nos lleva a la última crítica sobre el abordaje de Lowy, a saber, es equivocado interpretar a Marx con el método de la “pedacería”. Tratándose de uno de los más grandes pensadores de la historia, es un error aproximarse a su obra (y a la de Engels) a partir de frases aisladas presentes en algunos de sus textos “canónicos”. Su elaboración comprende una infinidad de artículos, libros, cartas y cuadernos de anotaciones que escribió a lo largo de cuatro décadas, en las cuales tuvieron lugar profundas transformaciones sociales, económicas y políticas que, indefectiblemente, incidieron sobre su visión del mundo. Igualmente, no se puede obviar el carácter político y militante que atraviesa sus elaboraciones teóricas, por lo cual es comprensible que estuvieran tensionadas por los debates que libraron en sus respectivos momentos[21].

Al respecto de esto, son muy sugerentes los criterios metodológicos estipulados por Kevin Anderson en su libro Marx nas margens (2019). En dicha obra, sostiene que, muchos de los supuestos “cambios” en el pensamiento de Marx, en realidad se trataron de simples acentos o ajustes temáticos concretos. Ciertamente, Marx mudó algunas de sus posiciones con el transcurrir del tiempo (por ejemplo, sobre la situación colonial o su visión multilineal de la historia), pero fueron cambios inscritos en una visión crítica y unitaria del mundo, cuyos conceptos teóricos básicos (noción de dialéctica, fetichismo y alineación, concepto del capital y la explotación del trabajo) fueron elaborados de forma consistente desde los años 1840. Por eso mismo, concluye Anderson, es un desatino sugerir “cortes epistemológicos” en el pensamiento de Marx, al estilo del marxismo estructuralista de Louis Althusser (o como repite Saito en la actualidad).

Por consiguiente, lo correcto es hacer una lectura global de su elaboración para capturar los desarrollos teórico-programáticos y las tendencias emancipadoras latentes en su pensamiento, sabiendo diferenciar los cambios de fondo de los acentos temáticos. Para ello, es necesario estudiar la obra de Marx en su totalidad y no limitarse a sus textos “canónicos”; con mucha más razón tras los notables avances que lograron varios investigadores de la MEGA² en las últimas décadas, los cuales dejan en claro la enormidad del universo intelectual de Marx, gran parte del cual todavía no fue estudiado ni publicado.

Por otra parte, es menester reconocer que Lowy ajustó sus caracterizaciones en el último período. En el artículo De Karl Marx al ecomarxismo (2024) reconoce el aporte teórico realizado por Bellamy Foster, al cual califica como un “pionero en el redescubrimiento de la dimensión ecológica en Marx y Engels” y, además, le atribuye la creación de una “escuela en torno a la ruptura metabólica” que ayudó a superar “la imagen un tanto caricaturesca de un Marx ´prometeico`, productivista, indiferente a los retos medioambientales, transmitida por algunos ecologistas”.

Asimismo, reconoce muchos de los aportes teóricos realizados por Koshei Saito, pero también lo critica porque el nipón afirma que, para Marx, la “no durabilidad medioambiental del capitalismo es la contradicción del sistema”. Lowy rebate este argumento de forma certera, diciendo que tal posición no se encuentra en la obra de Marx por una sencilla razón, a saber, que “la insostenibilidad ecológica del sistema capitalista no era una cuestión decisiva en el siglo XIX como lo es hoy día: o mejor dicho, desde 1945, cuando el planeta ha entrado en una nueva era geológica, el Antropoceno”.

Coincidimos con ambos señalamientos de Lowy. Pero llama la atención que no se autocritique, pues, aunque con matices, él hizo parte de ese grupo de ecologistas que denunciaron al marxismo por sostener “escorias productivistas”. Igualmente, la crítica que hace contra Saito, puede utilizarse para refutar muchos de sus postulados anteriores; por ejemplo, pierde sentido su reclamo contra Marx y Engels por su supuesto “credo productivista” y su visión “acrítica” de las fuerzas productivas (señalamientos que no compartimos, como explicamos previamente).

Pero lo más destacado de dicho artículo es su discusión en torno a la planificación democrática de la economía, la cual postula como la única manera de acabar con la lógica productivista y ecocida del capitalismo. Retomando los análisis de Marx en la Contribución a la crítica de la economía política (1859), plantea que la producción produce al consumo, por lo cual ambos polos están íntimamente ligados.

En consecuencia, la única forma de revertir el despilfarro de recursos y la destrucción de la naturaleza, es mediante la planificación democrática de la producción social, orientándola hacia la elaboración de valores de uso y no de valores de cambio. No se trata de polemizar en abstracto con el “consumo excesivo”, nos dice Lowy, sino de determinar socialmente el tipo de consumo que se quiere desarrollar para satisfacer las necesidades materiales de la humanidad y, al mismo tiempo, restablecer el equilibrio metabólico con la naturaleza.

Solamente así será factible establecer un predomino del ser sobre el tener. Bajo los criterios consumistas capitalistas, lo central es la posesión y no el uso. La vida de la propiedad se antepone a la vida de los seres humanos, configurando una existencia alienada con efectos nocivos sobre la naturaleza, pues se sustenta en una lógica destructiva de los equilibrios ecológicos del planeta. En el capitalismo prevalece un “imperativo de acumulación”, una especie de “religión secular” cuya dinámica es la acumulación para la acumulación, por lo cual la producción no presenta tregua ni piedad con tal de satisfacer las necesidades del mercado, dando paso a un “movimiento perpetuo de crecimiento” (LOWY, 2024).

Por ello, prosigue Lowy, escoger el ser sobre el tener mercantil es un paso necesario para construir otra cultura socialista/ecológica en ruptura con la civilización capitalista moderna, con la perspectiva de construir una humanidad más integral, es decir, no enajenada:

“Para Marx, el obrero, como todos los seres humanos, necesita ir al teatro, al cabaret, leer libros, educarse, divertirse; III. La auto-actividad humana: pensar, amar, hacer teoría, cantar, hablar, hacer esgrima…Esta lista es fascinante, por su diversidad, su carácter tanto serio como lúdico, y por el hecho de que incluye a la vez lo esencial -pensar, amar, hablar- y el “lujo”: cantar, hacer teoría, practicar esgrima…Todos estos ejemplos tienen en común su carácter activo: aquí el individuo ya no es consumidor sino actor” (LOWY, 2024).

En Ecosocialismo y planificación democrática (2011a, p. 46), Lowy argumenta que, en una economía socialista planificada, la producción de bienes y servicios “responde al criterio del valor de uso, lo que implica consecuencias en los niveles económico, social y ecológico”. Además, insiste en el carácter democrático que debe contener la planificación, englobando a productores y consumidores, población productiva y “no” productiva, con el fin de superar la lógica cuantitativa del crecimiento –positivo o negativo- y orientar la producción a partir de criterios cualitativos.

Lo anterior es de suma importancia para debatir con el ecomodernismo y el comunismo decrecentista, dado que ambas corrientes se polarizan en torno al más y el menos de la producción. La planificación democrática, por el contrario, rompe con esa dicotomía y se coloca en otro terreno, pues traslada el énfasis a la lucha por el tiempo libre con calidad de vida para el conjunto de la humanidad. Es decir, el objetivo no es la producción por la producción misma, sino garantizar la abundancia de valores de uso para satisfacer las necesidades materiales de la sociedad y, al mismo tiempo, permitir el pleno desarrollo de las potencialidades humanas en equilibrio con la naturaleza.

De acuerdo a Lowy, la idea de la planificación democrática estaba latente en la obra de Marx, particularmente en el tomo III de El Capital. Ahí Marx plantea que la vida social se compone de dos ámbitos. Primeramente, el “reino de la necesidad”, el cual “corresponde a la ‘esfera de la producción material’ y por tanto del trabajo ‘determinado por la necesidad y fines exteriores” (LOWY, 2024). Junto con este, está el “reino de la libertad”, cuya esencia es la emancipación del ser humano socializado con relación a las fuerzas ciegas de la economía (el mercado, la acumulación del capital y el fetichismo de la mercancía) por medio de la regulación consciente y colectiva de su metabolismo con la naturaleza.

Para no dejar espacio a dudas, veamos la forma en que Marx se refiere a esto en sus propias palabras:

“El reino de la libertad comienza allí donde acaba el trabajo determinado por la necesidad y los fines exteriores: por la naturaleza misma de las cosas, está fuera de la esfera de la producción material (…) La libertad en este ámbito sólo puede consistir en esto: el ser humano socializado (vergesellschafte Mensch), los productores asociados, regulan racionalmente su metabolismo (Stoffwechsel) con la naturaleza, sometiéndolo a su control colectivo, en lugar de estar dominados por él como por un poder ciego; lo hacen con los esfuerzos más reducidos posibles, en las condiciones más dignas de su naturaleza humana y las más adecuadas a esta naturaleza. Más allá de este reino comienza el desarrollo de las potencias del ser humano, que es a su vez su propio fin, que es el verdadero reino de la libertad, pero que sólo puede expandirse apoyándose en este reino de la necesidad. La reducción de la jornada de trabajo es la condición fundamental” (MARX apud LOWY, 2024).

Como bien apunta Marx, el tiempo libre es la llave para ingresar al reino de la libertad y el reino del ser sobre el tener. La planificación socialista democrática, entonces, es fundamental para materializar el tránsito entre ambos reinos, pues es la única forma de orientar el aparato productivo en aras del bien colectivo de la humanidad y en equilibrio con la naturaleza.

En lo anterior coincidimos con Lowy. Pero discordamos con su abordaje unilateral y romántico de las fuerzas productivas, por lo cual pierde de vista que existe una relación dialéctica entre el reino de la necesidad y el reino de la libertad: no puede haber conquista del “derecho al ocio” sin la conquista del “derecho al pan”, es decir, la libertad requiere de bases materiales para garantizar los valores de uso que libere a la humanidad del trabajo determinado por la necesidad. En síntesis, entre ambos reinos hay dos “mediaciones” y no una como sugiere Lowy: 1) la planificación democrática socialista para orientar colectivamente la producción y el consumo y 2) el desarrollo universal de las fuerzas productivas (en su sentido integral y no tecnocrático) para dotar de bases materiales a la libertad.

Una premisa similar es la que expone Roberto Sáenz en El marxismo y la transición socialista, donde anota que

“Sin un desarrollo de las fuerzas productivas que permita superar el horizonte de la necesidad –sin perder de vista las sanas relaciones metabólicas con la naturaleza, cuestión que el estalinismo desechó–, en medio de la pelea de todos contra todos por la miseria existente –aunque esto no sea mecánico–, es imposible transformar de manera consecuente las relaciones sociales de producción y darles un contenido real a las nuevas formas de propiedad. Ese contenido debe expresarse en una reducción tendencial de la desigualdad económica y social y en un incremento del nivel de vida del conjunto de los explotados y oprimidos, lo que supone la reducción de la jornada laboral y aumento del tiempo libre, además de la socialización de las tareas de la familia para dar lugar a la emancipación de la mujer, así como el libre desarrollo de la sexualidad” (SÁENZ, 2024, págs. 189-190)[22].

Por otra parte, anotemos que Lowy sustenta sus tesis ecosocialistas con una elaboración crítica anticapitalista, pero no sucede lo mismo con relación al estalinismo, del cual dice poco o nada. En realidad, se limita a denunciarlo porque, junto con la socialdemocracia, aceptó “el modelo de producción existente” y, consecuentemente, se tornó una forma de “productivismo autoritaria o colectivista –o capitalismo de Estado” (LOWY, 2011a, p. 42). Además, concluye que el fracaso de la Unión Soviética mostró “los límites y las contradicciones de una planificación burocrática, cuya ineficacia y cuyo carácter arbitrario precipitaron la caída del régimen” (LOWY, 2011a, p. 45).

Lo anterior evidencia un abordaje muy superficial del estalinismo y las razones que condujeron al desarrollo del productivismo burocrático[23]. Su origen no fue producto de una simple “aceptación” del modelo de producción existente, por el contrario, representó algo mucho más profundo: el relanzamiento de nuevas formas de explotación del trabajo en aras de una acumulación burocrática que destruyó las bases obreras del Estado soviético y bloqueó la transición al socialismo. No dar cuentas de esto es un error teórico y un desatino político, pues no arma a las nuevas generaciones en la lucha por la actualización del socialismo revolucionario en el siglo XXI, lo cual incluye la lucha contra la crisis ecológica desatada por el productivismo capitalista y, agregamos, con la complicidad del productivismo burocrático estalinismo durante gran parte del siglo XX.

Por último, pero no menos importante, es la vulgarización de la planificación democrática que opera Lowy cuando pasa del plano de la teoría al de la política concreta. Pareciera que la radicalidad de su elaboración teórica se derrumba cuando trata de traducir su propuesta en medidas concretas. Por ejemplo, presenta como un gran ejemplo de “planificación desde abajo” la experiencia que desarrolló el Partido de los Trabajadores (PT) en Porto Alegre, Brasil, donde asambleas locales decidían las prioridades para invertir parte de los recursos de la ciudad. Lo que oculta Lowy es que dicha gestión no tuvo nada de anticapitalista; a lo sumo fue una limitada medida reformista aplicada desde arriba (es decir, institucionalizada) en los marcos de un Estado burgués, que, como el mismo reconoce, acabó con la derrota de la “izquierda” en las elecciones municipales de 2002[24].

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[1] Aunque como veremos más adelante, en el caso del estalinismo dicho productivismo ni siquiera tuvo como fin aumentar el consumo de la clase trabajadora, sino que se rigió por una lógica de acumulación burocrática en función de los intereses del Estado, dejando de lado el desarrollo de la industria de bienes de consumo para potenciar la industria pesada y militar.

[2] Por ejemplo, Michael Lowy es un referente de la primera generación ecosocialista que calificó a Marx como productivista y, aunque no coincidimos con esa caracterización, sí coincidimos con su defensa de la planificación democrática para garantizar una transición al socialismo ecológicamente sustentable (Lowy, 2011). Por otra parte, tenemos mucha afinidad teórica con Foster y su rescate de la noción de “fractura metabólica” en Marx, pero no compartimos su abordaje superficial de la política (anti)ecológica del estalinismo, llegando al absurdo de defender el “Gran Plan Estalinista para la Transformación de la Naturaleza” de 1948 (FOSTER, 2020). Algo similar podemos decir de Kohei Saito que, pese a su profunda investigación de los textos de Marx reunidos en el proyecto MEGA II, plantea como alternativa el “comunismo decrecentista” y programáticamente reivindica “soluciones” locales reformistas; por ejemplo, alaba las “ciudades sin miedo” europeas con sus medidas ambientales “anti-neoliberales” (SAITO, 2022). Además, arriba a conclusiones teóricas que consideramos equivocadas, como su afirmación de que el Marx “maduro” rompió con la filosofía” –un “corte epistemológico” de raíz althusseriana-  y se dedicó al estudio de la economía (SAITO, 2021).

[3] De acuerdo a Lukács, fue Hegel quien descubrió que el trabajo era la actividad fundamental de la humanidad, a través de la cual se relacionaba con la naturaleza y se hacía a sí misma. Esa conclusión fue extraída de sus estudios de economía política (principalmente de las obras de Adam Smith) durante su estadía en Frankfurt (1797-1800). (LUCÁKS, 2018).

[4] Todas las traducciones de las citas del portugués, inglés y francés al español son nuestras.

[5] Un ejemplo contemporáneo de transferencia espacial es la producción de autos eléctricos, los cuales cada vez ganan más espacio en los países imperialistas. Son promocionados como ecológicamente sustentables porque no usan combustibles fósiles, pero requieren de baterías de litio para su funcionamiento, un mineral que es extraído en zonas periféricas con un altísimo costo ambiental. Ese es uno de los tantos “trucos de contabilidad ambiental” que caracterizan al capitalismo verde; las cifras se maquillan para embellecer la carga ambiental. Además, vale recordar que el acceso al litio fue uno de los motivos por los cuales Elon Musk justificó abiertamente su apoyo al golpe de Estado en Bolivia en 2019.

[6] El ejército de los Estados Unidos, por ejemplo, es el mayor productor de gases de efecto invernadero del mundo. Solamente en los años noventa, el aparato militar estadounidense consumió más energía comercial que dos tercios de los países del mundo. Por otra parte, la industria militar tiene por objetivo explícito destruir, es decir, “utiliza medios de producción capitalistas para crear fuerzas de destrucción cada vez más poderosas” (ANGUS, 2023, 185).

[7] Agreguemos que el imperialismo norteamericano libró una guerra contra el sindicalismo independiente de su país. En 1945-46 se produjeron cinco enormes huelgas, debido a la presión de las bases obreras contra las pésimas condiciones de trabajo y el elevado costo de la vida. Fue una ola de huelgas históricas que abarcó la General Motors y sectores como los frigoríficos, el acero, los ferrocarriles y las compañías eléctricas. Eso generó una fuerte reacción desde el Estado y las patronales con el objetivo de derrotar las huelgas, sancionar a los dirigentes independientes y, en su lugar, colocar al frente de los sindicatos a burocracias afines a la conciliación. Así, se construyó la “paz social” que estabilizó la situación interna de los Estados Unidos, dejando vía libre al imperialismo norteamericano para consolidar su posición como nueva superpotencia mundial (ANGUS, 2023).

[8] Por otra parte, es importante anotar que la Grande Aceleración fue producida por una pequeña minoría de la humanidad. Alrededor del 80% de las emisiones acumuladas de CO2 desde 1750 fueron producidas por los países ricos, mientras que los países pobres apenas contribuyeron con el 1%. El dato es interesante y útil para exponer las asimetrías propias del sistema capitalista, pero también es algo unilateral al presentar el problema desde la óptima geopolítica (el Norte contra el Sur Globlal). Por eso, siempre optamos por complementar esos datos con una valoración política, es decir, que las burguesías imperialistas y sus lacayos en los países que dominan son las principales responsables de la crisis climática en curso, condenando al resto de los sectores explotados y oprimidos a vivir en un mundo en crisis ecológica (entre otras crisis en curso).

[9] Siempre que leemos a Saito nos surge la misma impresión: a pesar de que no coincidimos con todos sus planteamientos, nos parece un autor muy sugerente cuando profundiza en la obra de Marx desde la perspectiva ecológica, pero se torna bastante débil cuando propone su proyecto decrecentista. En este sentido, le pasa factura su condición de intelectual no militante, pues de lo contrario sería mucho más precavido a la hora de transformar hipótesis teóricas en conclusiones irrefutables; un método que posiblemente sea útil en el mundo de la academia, pero se torna ineficaz cuando se trata del marxismo revolucionario. Además, a su pensamiento le falta densidad histórica; Saito navega en un mar de categorías abstractas y su lectura de Marx no se sustancia con la experiencia de la lucha de clases. Sin duda alguna, para relanzar el socialismo revolucionario en el siglo XXI es necesario volver a Marx, pero es un viaje intelectual que requiere hacer escala en el siglo XX para procesar la experiencia contrarrevolucionaria del estalinismo. Al respecto, sugerimos la lectura del libro El marxismo y la transición socialista de Roberto Sáenz, en el cual desarrolla un rico diálogo entre la experiencia del siglo XX con la obra de Marx, Hegel y una amplia gama de filósofos marxistas y no marxistas, sin perder su anclaje en la experiencia concreta de la lucha de clases.

[10] A modo de ejemplo, veamos el caso de las fábricas autogestionadas en Argentina. Surgidas al calor de la rebelión popular del 2001 (el llamado “Argentinazo”), representaron un fenómeno progresivo de un sector de la vanguardia obrera que tomó la dirección de las fábricas abandonas o cerradas por sus patrones. Por ese motivo, desde un inicio los gobiernos burgueses de turno (provinciales o federales) intentaron “castigarlas” por cuestionar la hegemonía patronal. Dicho castigo se expresó en la negativa de otorgarles créditos y, así, sofocarlas económicamente y aniquilarlas como experiencias independientes. Aunque todavía persisten varias fábricas autogestionadas, quedó claro el papel determinante del Estado como rector de la economía general y, al mismo tiempo, que las cooperativas no son espacios liberados que escapen de la lógica económica del sistema. Desde nuestra corriente, además del apoyo solidario a las cooperativas autogestionadas, insistimos en que es central avanzar hacia la exigencia de estatización de dichas empresas bajo control obrero.

[11] Inclusive, basta revisar las estadísticas anuales de activistas ambientales asesinados por oponerse a las industrias extractivistas.

[12] Por ejemplo, la obsolescencia programa es una táctica capitalista para obligar a los consumidores a comprar determinados bienes cada cierto tiempo. Otro caso es la sobreproducción de envases plásticos por parte de las compañías de bebidas gaseosas, lo cual está provocando terribles efectos ambientales, pues es virtualmente imposible reciclar los volúmenes de envases producidos.

[13] También promueven el uso indiscriminado de la energía nuclear y relativizan sus peligros ecológicos, argumentando que los combustibles fósiles mataron más personas a lo largo de la historia. Por principio no estamos en contra del uso de la energía nuclear y nos oponemos a que sea monopolizada por los países imperialistas, pero eso no significa que alentemos su uso ni mucho menos la consideremos una alternativa verde para cambiar la matriz energética. Por el contrario, supone un altísimo peligro que no compensa sus beneficios a corto plazo: mientras una planta de energía nuclear tiene una vida útil de 40 años (aunque se pueden prolongar por varias décadas más), sus desechos tienen que ser gestionados bajo estrictos controles de seguridad por 10 mil años, una temporalidad que se torna “eterna” desde la perspectiva de las sociedades humanas.

[14] No estamos en contra de la minería, pues es un hecho objetivo que la humanidad requiere de minerales para producir infinidad de productos. El problema bajo el capitalismo es que se realiza bajo criterios de lucro, lo cual deriva en un extractivismo altamente destructivo del medio ambiente. En el caso de Bastani, al no contemplar la necesidad de restituir el equilibrio metabólico entre los seres humanos y la naturaleza, incurre en una nueva forma de transferencia espacial, esto es, postular que podemos trasladar al espacio exterior las industrias que actualmente destruyen nuestro planeta. Como vimos anteriormente, esa es la lógica del imperialismo ecológico que traslada las industrias contaminantes para los países coloniales o semicoloniales.

[15] La “Primera Ruptura” tuvo lugar con la adopción de la agricultura, mientras que la “Segunda Ruptura” se produjo con la industrialización.

[16] Este rasgo común entre el ecomodernismo y el comunismo decrecentista, reafirma la importancia de profundizar el balance sobre el estalinismo para relanzar el socialismo revolucionario en el siglo XXI. La ausencia del mismo puede conllevar a exonerarlo de sus crímenes contrarrevolucionarios, tal como hace Bastani con su fatalismo histórico, o bien, incurrir en posiciones autonomistas en rechazo a su gestión autoritaria y vertical, como propone Saito con su oda al municipalismo reformista y la autogestión local que deriva en una renuncia de luchar por el poder. Aunado a eso, las nuevas generaciones desconocen el papel contrarrevolucionario que desempeñaron las burocracias estalinistas en el siglo pasado y, por este motivo, en algunos países los partidos comunistas o sus herederos se están fortaleciendo (es el caso de Brasil, donde actualmente la Unidad Popular es la principal corriente de izquierda entre la juventud, la cual abiertamente reivindica a Stalin por su “lucha” contra el fascismo). Por ello, no deja de sorprender que la enorme mayoría de corrientes trotskistas no profundicen en el balance del estalinismo y, en contraposición, se limitan a repetir los textos de Trotsky sin aportar una idea propia. La incomprensión de esta tarea estratégica quedó manifiesta en una nota reciente de Juan Dal Masso, militante del PST de Argentina, donde asegura que el “interés de las nuevas generaciones por el socialismo no se ve necesariamente afectado por el impacto de la experiencia de los mal llamados ‘socialismos reales” (ver Trotsky, en su siglo y el nuestro).

[17] Esta crítica la tomamos de un texto de Esteban Mercadante, militante del PTS-Fracción Trotskista. Aunque sus textos de ecología denotan manejo del tema, dicho autor es víctima de la ausencia de un balance serio del estalinismo que caracteriza a su corriente. Por ejemplo, en La ecología de la emancipación del trabajo, repite un sesgo clásico del objetivismo que caracteriza al trotskismo desde la posguerra: plantea que la “expropiación de los expropiadores” pone fin a la enajenación de la fuerza de trabajo. Esa afirmación va a contramano de toda la experiencia del siglo XX, pues el estalinismo soviético y otros Estados burocráticos donde se expropió al capitalismo relanzaron nuevas formas de explotación del trabajo. La expropiación de la burguesía es una medida anticapitalista altamente progresiva, pero en ausencia de una planificación con democracia socialista no da paso a la transición al socialismo, para lo cual es determinante que la clase obrera ejerza el poder efectivamente por medio de sus organismos de clase (partidos, soviets, sindicatos, etc.) y, de esta forma, pueda reorganizar la producción y el consumo social con la perspectiva de revertir la fractura metabólica. En los artículos de Mercadante (y del PTS-FT) este elemento no cuenta con ninguna jerarquía y, aunque en algunos casos hace referencia a la “planificación socialista” (ver Ecología y comunismo), es una definición que en el marco de su elaboración no tiene ninguna densidad específica, pues la asume casi como una derivación mecánica u objetiva de la expropiación.

[18] La comunidad científica estableció que, para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5°C, las emisiones globales de CO2 no pueden superar las 250 gigatoneladas. Esa cifra fue denominada como el “presupuesto de carbono” planetario que, de continuar el ritmo actual de emisiones, se agotará en enero del 2029.

[19] Además de los socialistas utópicos y los anarquistas, Marx y Engels no escatimaron esfuerzos para debatir con los hegelianos de izquierda en sus textos de juventud, un paso necesario para construir su propia identidad teórica y política. Asimismo, la obra cumbre de Marx, El Capital, es un debate con los principales exponentes de la economía política burguesa (Smith, Ricardo, los fisiócratas, etc.). En suma, la de Marx es una obra teórica y militante

[20] Con “dialoga” nos referimos a que el “joven Marx” tenía consciencia de la profunda relación entre los seres humanos con la naturaleza, la cual definió como nuestro cuerpo inorgánico” con el que manteníamos una relación/proceso constante. Esta ubicación teórico-filosófica le facilitó asimilar al plano social la noción de metabolismo formulada por el químico alemán Justus von Leibig.

[21] Nos parece oportuno retomar un señalamiento de Tony Cliff en su investigación sobre Lenin, donde indica que el dirigente bolchevique tenía un estilo polémico que consistía en “doblar el palo”, esto es, asirse del eslabón más débil de la cadena en determinada coyuntura, sobre el cual golpeaba como un martillo para ganar la lucha de ese momento y, superado el problema, “doblar el palo” hacia otro asunto relevante en la nueva situación. Este método resultó efectivo para superar obstáculos inmediatos, pero en ocasiones Lenin aceptó que incurrió en algunos excesos: “Nos hemos pasado; hemos doblado demasiado el palo”. Por eso, Cliff señala que cuando se cita a Lenin en temas de táctica y organización, es necesario explicar a qué problemas concretos se enfrentaba en ese momento (CLIFF, 2011). Algo similar podemos decir para el caso de Marx y Engels, cuya obra muchas veces es juzgado bajo los criterios positivistas y “objetivos” de la academia universitaria, es decir, por intelectuales que no militan ni entienden nada sobre la lucha política, por lo que abordan los clásicos del marxismo como si fueran “papers” académicos desvinculados de la lucha de clases (eso no significa negar sectariamente sus aportes teóricos, pero sí llama a tomar distancia con respecto a sus conclusiones).

[22] En dicha obra, Sáenz desarrolla una valiosa reflexión sobre la relación entre la igualdad y la libertad, dando cuenta que ambas remiten a la “aspiración secular de relaciones iguales y libres entre las personas; la superación de las relaciones de explotación y opresión” (SÁENZ, 2024, p. 100). Junto con esto, analiza el proceso de individuación –es decir, el reconocimiento de la propia personalidad- como una conquista de la humanidad, producto del desarrollo de las fuerzas productivas y la superación de la subsunción automática e indivisa, espontánea, de las personas en la comunidad ancestral.

[23] No es lo mismo describir un fenómeno que interpretarlo críticamente. Por si fuera poco, Lowy brinda una descripción ambigua sobre el tipo de Estado que erigió el estalinismo (¿colectivismo burocrático o capitalismo de Estado?).

[24] Por otra parte, es sorprendente que un cuadro histórico del mandelismo no saque las conclusiones del fracaso estratégico del SU con su política de capitulación al lulismo durante décadas, debido a los cual perdieron a la enorme mayoría de su antigua corriente en el país que fue cooptada totalmente a la lógica institucional del Estado burgués brasileño.

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