Ponencia presentada en la mesa de “Los trotskismos y la cuestión ambiental”, realizada el 23 de octubre en el III Encuentro León Trotsky[1].
Buenas tardes a todas las personas presentes. Primero que todo, quiero saludar la realización de esta nueva edición del Encuentro León Trotsky. Participé en la edición anterior en São Paulo, donde resido y milito como parte de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie (SoB), de la cual forman parte mis camaradas del Nuevo MAS de Argentina.
Asimismo, quiero externar un saludo solidario al movimiento estudiantil de la Argentina que, en este momento, protagoniza una lucha histórica; un “estudiantazo” contra el veto de Milei y sus ataques ultra reaccionarios contra la universidad pública argentina. Me hubiese encantado que estuviéramos desarrollando esta actividad en una facultad tomada, para así poder expresarle directamente a los estudiantes mi solidaridad.
¿Por qué el tema?
Sin duda, la crisis climática y ecológica representa un desafío de dimensiones históricas y colosales. En São Paulo, por ejemplo, durante el último mes estuvimos bajo una nube de humo provocada por los incendios en la Amazonía y el Pantanal: por el simple hecho de ejecutar un acto vital como el respirar, mi organismo y el de más de veinte millones de personas que habitan en la ciudad, absorbió el equivalente de cuatro cigarros diarios. ¡Una situación distópica!
De ahí que cada vez crezca más la preocupación entre la población sobre la crisis ambiental, pues pasó de ser una expectativa a ser problema en tiempo real. Retomando el caso de Brasil, las últimas encuestas indican que un 60% de la población considera los cambios climáticos como un riesgo inmediato[2]. En otras palabras, la mayoría de la población los perciben como un problema que afecta su cotidianeidad; es el caso de las reiteradas olas de calor que elevan la temperatura por encima de los 40°C, haciendo que viajar en transporte público, estar en un salón de clases o trabajar en la fábrica, se convierta en un calvario que pone en peligro la salud de millones de personas.
Debido a eso, surge o, mejor dicho, toma más fuerza la pregunta ¿Cómo superar la crisis ecológica?
Dentro de la izquierda revolucionaria prevalece el consenso en identificar al capitalismo como el gran responsable de la fractura metabólica, es decir, la contradicción entre los tiempos del capital y los de la naturaleza, cuya resultante es un desgarramiento de los ciclos regenerativos de la naturaleza.
Por eso, ante la pregunta antes mencionada anterior la respuesta sea “simple” o directa: vamos a hacer una revolución para destruir el capitalismo y construir una sociedad socialista. Pero ¿qué entendemos por una sociedad poscapitalista que transite hacia el socialismo y revierta la fractura metabólica?
Para explicar eso, es necesario revisitar la experiencia del siglo XX y, en particular, de las fallidas experiencias anticapitalistas, principalmente de la Unión Soviética (URSS), para comprender un hecho irrefutable: los Estados burocráticos estalinistas no consiguieron –¡ni se plantearon! – revertir la fractura metabólica, por el contrario, desarrollaron un productivismo burocrático y fueron responsables de varios de los peores ecocidios del siglo XX.
Los bolcheviques y la naturaleza
Al contrario de muchas historias que caricaturizan a Lenin y los bolcheviques como productivistas, la realidad es que desde el inicio de su gestión mostraron preocupación por la conservación de la naturaleza.
Hay una anécdota que ilustra eso a la perfección. En medio de las turbulencias de la guerra civil, Lenin atendió personalmente a Nikolai Podiapolski, un miembro del Comité Ejecutivo territorial de Astracán, quien le iba a informar sobre la situación militar en su región, pero que siguiendo el consejo de Lunacharski -entonces Comisario del Pueblo para la Educación- le pidió al líder revolucionario su apoyo para la creación de un zapovednik (denominación rusa para las reservas naturales y culturales) en el delta del Volga. Lenin, tras escuchar atentamente el informe de Podiapolski, le solicitó que redactara un decreto general de aplicación para toda Rusia, pues consideraba como una “prioridad urgente” la conservación de los recursos naturales de todo el país (TANURO, 2017).
Lo anterior no fue un hecho aislado, sino que hizo parte de una serie de medidas conservacionistas implementadas durante el gobierno bolchevique, incluso en los caóticos momentos de la guerra civil. Veamos algunas de esas medidas conservacionistas.
Comencemos por reseñar la Ley «Sobre los bosques» de 1918, creada con la finalidad de instituir una administración central para gestionar la industria maderera, garantizando la debida protección de los bosques y los programas de reforestación. También, podemos mencionar el decreto “Sobre la caza” de 1919, con el cual se establecieron temporadas de caza y la protección de las especies.
Asimismo, en 1920 Lenin apoyó la creación de la reserva natural de Ilmenskye que, además de proponerse la conservación de la flora y fauna del lugar, también fue la primera en el mundo con el objetivo específico de impulsar la investigación científica.
Otro ejemplo fue el gobierno bolchevique brindó a la Dirección general de instituciones científicas, artísticas y museísticas para el establecimiento de muchos centros de investigación biológica, los cuales fueron vitales para el desarrollo del pensamiento ecológico y la difusión del conservacionismo en todo el país. A raíz de eso, se fundaron muchas sociedades científicas que, entre 1918 y 1925, experimentaron un crecimiento significativo en sus filas, particularmente en Moscú y Leningrado.
Pero los bolcheviques no se limitaron a legislar desde arriba; también apoyaron el desarrollo de un movimiento conservacionista desde abajo y enraizado en la sociedad civil, el cual estuvo conformado por cientos de miles de científicos, intelectuales y voluntarios preocupados por la protección y expansión del sistema de reservas naturales.
En 1922, por ejemplo, se fundó la Oficina Central para el Estudio de la Tradición Local que, para finales de los años veinte, contaba con 2.270 sucursales distribuidas por todo el país y reunía a cerca de 60 mil científicos e intelectuales de las provincias, los cuales desarrollaron un activismo de base en pro de la conservación de la flora y fauna en sus regiones.
De igual manera, podemos mencionar el caso del VOOP, acrónimo para la Sociedad Panrusa para la Conservación de la Naturaleza, la cual se transformó en una organización de masas que desarrolló un enorme trabajo en la difusión de las ideas conservacionistas por todo el país, a la vez que promovió la investigación científica y creó el periódico “Conservación” en 1928.
A raíz de esta confluencia entre la sensibilidad bolchevique por la preservación de la naturaleza con un movimiento conservacionista de masas e independiente, en los años subsiguientes a la revolución creció significativamente la red de áreas protegidas en la Unión Soviética: se pasó de nueve zapovedniks y quince reservas estatales en 1925 para un total de sesenta y uno en 1929, las cuales cubrían 3,934,428 hectáreas (JOSEPHSON et al, 66).
Por otra parte, las medidas progresivas que adoptaron los bolcheviques se vieron mediatizadas o significativamente obstaculizadas por un sinfín de adversidades objetivas.
Es preciso recordar que asumieron el poder de un país devastado por una catástrofe económica, humanitaria y cultural de dimensiones históricas, fruto de cuatro años de guerra mundial más otros tres de guerra civil. Dichos conflictos militares impactaron una porción significativa del territorio soviético, dejando tras de sí una estela de millones de muertos entre soldados y civiles, la difusión del hambre y enfermedades, así como la degradación de gran cantidad de tierras cultivables.
A causa de eso, muchas medidas revolucionarias contrajeron efectos no previstos. Veamos el caso del decreto “Sobre la tierra”, promulgado por el gobierno soviético dos días después del triunfo de la revolución de Octubre; una medida determinante para garantizar la repartición democrática de las tierras y consolidar la unidad política de la clase obrera con el campesinado pobre. Además, en dicho decreto se estableció la nacionalización de todos los bosques, reservas acuíferas y minerales subterráneos, con el objetivo de gestionar racionalmente los recursos naturales.
Pero, dado el caos social y la incapacidad del nuevo poder para ejercer su soberanía efectiva sobre todo el territorio, conllevó a que miles de personas desesperadas por sobrevivir arrasaran con la madera de los parques, las antiguas casas señoriales y los jardines botánicos. Asimismo, los millones de campesinos desposeídos y hartos por centurias de opresión extrema bajo el zarismo, se lanzaron desesperadamente a ocupar terrenos para cultivar, incluyendo amplias extensiones de estepa virgen (JOSEPHSON et al, 61-62).
Bolcheviques tuvieron que desplegar formidables cantidades de recursos para librar la guerra civil y defender la revolución. Eso se materializó en el “Comunismo de Guerra” a partir de 1918, cuyo objetivo fue crear un “mando único” de la economía para dar cuenta de todas las necesidades militares. Fue una centralización guiada bajo una lógica militar y cortoplacista, con la cual no se persiguió un aumento de la producción ni de las fuerzas productivas del país; se trató de abastecer al Ejército Rojo para que derrotara a la contrarrevolución, incluso al costo de “descapitalizar el país, agotar sus reservas de materias primas, maquinaria y fuerza de trabajo” (MANINI, 2023)
A raíz de eso, el gobierno tuvo limitaciones para garantizar la conservación de las áreas naturales, algo muy perjudicial en medio de la situación social del país, pues los bosques y ríos pasaron a ser visualizados como fuentes de extracción de alimentos y materias primas para la población. De hecho, se produjo un incremento exponencial de la pesca ilegal en los lagos y ríos (la principal fuente de pesca en ese momento en el país), pues no había guardabosques para vigilar e impedir que los miles de desertores de la guerra o pescadores locales saquearan los Zapovedniks. Eso contrajo severos daños a los ecosistemas fluviales, los cuales demoraron años en recuperarse.
También, se incrementaron los saqueos a las reservas naturales por parte de soldados, campesinos y trabajadores, los cuales iban a los bosques en búsqueda de alimentos y madera para combustible, tanto para el consumo directo o para ser intercambiados directamente por otros bienes (JOSEPHSON et al, 62-63).
Por otra parte, los dirigentes bolcheviques ponían un signo de igualdad entre el socialismo y la organización racional de la sociedad sobre una base científica. Pero rechazaban cualquier instrumentalización de las ciencias por la política (TANURO, 2017). Debido a eso, muchos científicos colaboraron con el gobierno bolchevique, a pesar de que no coincidieran plenamente con su programa de gobierno.
Dicha colaboración no estuvo exenta de tensiones, particularmente con un sector de los científicos que se declaraban “apolíticos” y querían desarrollar sus investigaciones de forma autónoma, mientras que los bolcheviques concebían que la ciencia tenía que ser parte responsable del desarrollo económico y social (JOSEPHSON et al, 65).
En todo caso, es indiscutible que la ecología moderna debe mucho al pensamiento y conceptos desarrollados durante los años veinte en la Unión Soviética (JOSEPHSON et al, 67). Ejemplos de ello, fueron los aportes de renombrados científicos como Sukachev, Vladimir Vernadsky o Alexander Ivanovich Oparin, entre otros.
Por otra parte, el gobierno soviético no escapó del todo a las presiones por explotar desenfrenadamente los recursos naturales. Muestra de eso fueron las tensiones entre el Narkompros (Comisariado del Pueblo para la Educación) y Narkomzem (Comisariado para la Agricultura) en torno a las políticas de conservación ambiental, dado que el primero era más proclive a los sectores conservacionistas, mientras que el último abogaba por una mirada economicista y productivista de la naturaleza como potencial fuente de recursos para explotar en detrimento de la conservación[3].
A sabiendas de esta contradicción, en 1921 el gobierno soviético denominó al Narkompros como el ente rector de la conservación. Fue una medida preventiva para contrarrestar el cortoplacismo productivista del Narkomzem, la cual demuestra la tendencia imperante entre los bolcheviques por el conservacionismo (TANURO, 2017). Pero, como apuntamos previamente, el Narkompros tuvo muchos problemas para desarrollar sus tareas de conservación por la falta de presupuesto, la aprobación tardía de sus estatutos y hasta por acciones del mismo Estado soviético que, dada la necesidad de divisas y falta de productos, promovió la extracción de madera y pieles de los zapovedniks para la exportación. El resultado de eso fue nocivo para el medio ambiente, pues disminuyó sensiblemente la población de ciervos rojos, glotones, gansos y gatos monteses (JOSEPHSON et al, 65).
En conclusión, el gobierno bolchevique presidido por Lenin (1917-1923) mostró una enorme sensibilidad por la preservación de la naturaleza, de lo cual dan cuenta las medidas progresivas que adoptó en la materia, inclusive en medio de las condiciones adversas impuestas por la guerra civil o por la extrema precariedad económica.
Una contrarrevolución contra las dos fuentes de la riqueza: el trabajo humano y la naturaleza
El estalinismo fue una contrarrevolución burocrática que, al mismo tiempo que avasalló a la clase obrera en la URSS y relanzó nuevas formas de explotación del trabajo, también desarrolló “nuevas formas de fetichismo vinculadas a la oda a la producción por la producción misma” donde lo “único que contaba era la producción en términos físicos” (SÁENZ, 2023, p. 132-133).
Esa lógica productivista depredó los recursos naturales, explotó brutalmente la fuerza de trabajo y se cobró la vida de millones de personas. Fue un productivismo burocrático que no aspiraba a mejorar las condiciones de vida de la población, sino que se sustentaba en cumplir metas absurdas de planificación al servicio de la burocracia.
Debido a eso, hubo un cambio en la forma de concebir la relación con la naturaleza. En adelante, el eje del gobierno pasó a ser el crecimiento económico como un fin en sí mismo, a partir del cual se evaluaba el «éxito» final de las políticas implementadas, dejando de lado cualquier consideración de tipo social o ambiental.
Por ese motivo, el estalinismo concibió la naturaleza como un medio al servicio de los propósitos falsamente “socialistas” (burocráticos en realidad); un enfoque utilitarista según el cual la naturaleza debía ser desmantelada, alterada y manipulada para garantizar los objetivos trazados por la burocracia. Es decir, se sometió la naturaleza a cumplir las metas de los planes quinquenales sin consideración por preservar la naturaleza y respetar sus ciclos regenerativos.
Aunado a esto, la burocracia soviética “planificó” la economía acorde a sus intereses como capa social privilegiada y, en consecuencia, a costa del nivel de vida de la clase obrera, priorizando de forma exagerada la industria pesada (sector I) en detrimento de la producción de bienes de consumo y la agricultura (sector II), indispensables para elevar las condiciones materiales de existencia de las masas obreras y campesinas.
A raíz de eso, la planificación burocrática tuvo como eje desarrollar proyectos faraónicos con un lenguaje de “conquista” de la naturaleza, con el consecuente sometimiento de quienes vivían en dichos territorios por conquistar. Varios autores se refieren a esto como una “mentalidad de frontera” del estalinismo, la cual replicaba muchos de los métodos y discursos nacionalistas que empleó el zarismo para colonizar y controlar las zonas remotas de su imperio.
Para finales de los años veinte, Stalin operó un giro burocrático por medio del cual dejó de lado la NEP y se enfocó en lograr una industrialización acelerada y la colectivización forzosa. A partir de entonces, abogó por «reconstruir» la naturaleza, es decir, someterla a los designios de los planes quinquenales con sus metas inalcanzables. No faltaron los burócratas que se refirieran a la naturaleza como un “enemigo interno”, un lenguaje de guerra que traía implícito la destrucción del medio ambiente para alcanzar los fines establecido por el Kremlin.
Tanto la industrialización acelerada como la colectivización forzada se llevaron a cabo con métodos burocráticos y sangrientos (es decir, no socialistas o mejor dicho anti-socialistas), cuyo objetivo era establecer nuevas formas de explotación del trabajo y, consecuentemente, de expoliación de la naturaleza.
Los Gulags, además ser campos de concentración forzado, fueron usados como punta de lanza para la colonización de territorios internos. Eran colonias extractivistas establecidas para suplir de recursos a la industrialización acelerada en los planes quinquenales.
A partir de 1925 la burocracia comienza a pensar en explotar el trabajo de los campos de concentración que, hasta ese entonces, no tenían un sentido económico, eran reeducativos o preventivos como parte de las medidas de la guerra civil. En otras palabras, los Gulags se tornaron una pieza central para la “acumulación burocrática” estalinista, a partir del sometimiento de millones de detenidos a condiciones brutales de explotación. De acuerdo a algunas estimaciones realizadas por expertos occidentales, en dichos campos hubo entre 3 y 13 millones de personas presas, y la mortalidad rondaba el 30 por ciento anual.
Por ejemplo, en julio de 1928, Stalin se dirige al Comité Central para explicar que, a diferencia de los países capitalistas, en la URSS no pueden desarrollar la industrialización a partir de la expoliación de otros países, colonias o contratos leoninos. Ante eso, explícitamente sugiere desarrollar la industrialización sobre la base de la “acumulación interior” y se cuestiona “¿Dónde están las fuentes de dicha acumulación interior?”, a lo cual responde que son dos: la clase obrera y los campesinos (J.J. Marie, p. 38).
Por lo anterior, la NKVD pasó a combinar tareas represivas con las económicas, administrando los campos de concentración para el establecimiento de colonias extractivistas, las cuales contrajeron terribles efectos sobre la naturaleza y las poblaciones indígenas. Esto explica que la “geografía del terror” coincida con la “geografía del ecocidio extrativista”, pues ambos se “unificaban” en los campos de concentración.
En general, los campos se extendían a lo largo de varios de los principales ríos: el Kama, el Kolva, el Vishera Berezovaya, el Visherka y sus afluentes. Además de las cercanías a los yacimientos minerales, los ríos fueron sustitutos de las carreteras que facilitaban el abastecimiento de los campos de concentración, así como la posterior extracción de recursos[4].
Algo similar podemos decir de la colectivización forzosa. Aunque presentada como una profundización de la revolución socialista, en realidad fue una medida brutal para obtener recursos que financiaran la industrialización acelerada. La producción agrícola representaba un importante porcentaje del ingreso nacional; se estima que, para finales de los años veinte, el campo representaba poco menos de la mitad del ingreso nacional.
Faltan estudios que profundicen sobre los impactos ecológicos de la colectivización forzosa, pero hay algunos datos que ilustran sobre sus efectos ecocidas, sobre todo en cuanto a la pérdida de animales de granja y de trabajo que poblaban el campo soviético hasta entonces, porque los mismos campesinos los asesinaban con tal de que no fueron confiscados por el gobierno estalinista. Veamos algunos datos comparados: en 1928 los campesinos poseían 34 millones de caballos, pero a finales de 1932, cuando el 60% de los campesinos se habían incorporado a las granjas colectivas, tan sólo quedaban 12 millones de ejemplares; de 147 millones de ovejas y cabras en 1929, en 1933 quedaban menos de 51 millones; de 21 millones de cerdos en 1929, en 1933 sólo quedaban 12 millones.
Se estima que, entre 1929 y hasta que se produjo la invasión nazi en 1941, los soviéticos fundaron más de nueve mil empresas industriales en ramos como la química, ingeniería, aeronáutica, agricultura, etc. En razón de eso, la producción industrial creció un 18% anual durante los años treinta (SERRATOS, 349-350). Agreguemos que el problema no es la industrialización per se, sino que se hizo bajo esos métodos burocráticos y no socialistas.
Eso queda reflejado en el tema de las viviendas para la clase obrera. Fue una práctica común que, en la prisa por construir las ciudades industriales concebidas por los Planes Quinquenales de los años 1930, las acerías y otras industrias comenzaran a funcionar sin controles de emisiones y ni planes de seguridad. Debido a eso, se construyeron muchas viviendas a sotavento de las fábricas, exponiendo a sus habitantes y trabajadores a la polución que emanaban, dando como resultado la diseminación de enfermedades respiratorias como bronquitis, asma y, en casos más graves, hasta cánceres de pulmón.
Bajo este clima ideológico reaccionario, el ambientalismo pasó a ser considerado como una cosa de burgueses. El estalinismo atacó ferozmente al movimiento ecologista y sus principales exponentes científicos, pues era un espacio de pensamiento independiente que no se adecuaba a lógica productivista/extractivista del programa de industrialización acelerada. En contraposición, promovió desaforadamente la formación de ingenieros para alcanzar los objetivos de la industrialización acelerada. Eso tuvo como consecuencia una persecución de las asociaciones ambientalistas como el el VOOPs, TsBK y otras similares, bajo la acusación de estar “divorciadas” de las masas y la juventud.
Otro ejemplo de los delirios faraónicos estalinistas fue el “Gran Plan para la Transformación de la Naturaleza” de 1948. Dicho plan aspiraba a transformar amplias zonas del campo soviético, mediante la plantación de árboles y creando un complejo sistema de irrigación para aumentar la fertilidad del país. Fue un intento del estalinismo para operar un cambio climático en regiones de la estepa. Sus resultados no fueron nada positivos; por ejemplo, desvió el curso de ríos de forma absurda, una medida que sería regular en la URSS y provocaría terribles resultados (como la destrucción del Mar de Aral).
Además, ese plan se construyó a partir de falsos criterios científicos para complacer a la burocracia. Los burócratas estalinistas creían que estaban por encima de los ciclos y leyes de la naturaleza (de hecho, ese mismo año se condenó los errores de Darwin y se acusó a Mendel de reaccionario).
En conclusión, bajo la contrarrevolución estalinista hubo un cambio en la relación con la naturaleza que, a partir de entonces, pasó a ser un instrumento sometido a los designios de la burocracia estalinista, sin consideración alguna de sus ciclos regenerativos. En otras palabras, el estalinismo no tuvo la menor intención de revertir la fractura metabólica y, por el contrario, desarrolló un productivismo burocrático que depredó los recursos naturales y sentó las bases para la URSS fuera escenario de atroces ecocidios en las décadas venideras.
Conclusión
A partir de la experiencia del siglo XX y ante la crisis ecológica actual que configuró una nueva etapa geológica denominada “Antropoceno”, resulta claro que es imposible revertir la fractura metabólica y restablecer un metabolismo socio natural sustentable en los marcos de una sociedad capitalista o planificada burocráticamente. Es decir, es necesario romper con el capitalismo y avanzar hacia una transición al socialismo que, además de contemplar la lucha contra toda forma de explotación y opresión social, también tenga como uno de sus “vectores transicionales” la preservación de la naturaleza.
Dentro del ecosocialismo hay muchas visiones en disputa sobre cómo salir de la crisis económica. Está el decrecionismo comunista de Saito, o el Ecomodernismo de Bastani que aboga por un “comunismo de lujo totalmente automatizado”. Son perspectivas que disputan dentro de un terreno equivocado, a saber, del + o el – de la producción.
Por otra parte, dentro de varias corrientes trotskistas persiste la idea -simplista y esquemática- de que con la expropiacón del capitalismo se resuelven automáticamente todos los problemas ambientales (es el caso del PO), o bien, que piensan que de la expropiación deriva automáticamente la planificación democrática por parte de la clase obrera (es el caso del PTS, objetivista hasta la médula). El siglo XX demostró que eso no es así.
Desde la corriente socialismo o Barbarie, por el contrario, rescatamos los criterios de Trotsky en torno a la planificación con democracia obrera, cuyo objetivo es alcanzar el óptimo de la producción. En la transición al socialismo es fundamental la unidad entre la política y la economía. El Qué, Cómo y Quién hace las tareas es determinante. Sólo así podremos construir una sociedad donde la producción y el consumo sean planificados racionalmente en función de los intereses del conjunto de la humanidad, para garantizar la abundancia radical (tomamos prestado este término de Saito) de bienes de consumo necesarios y restablecer el sano metabolismo entre la sociedad y la naturaleza.
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[1] Esta ponencia es parte de una investigación más general, cuyo objetivo es establecer una diagonal entre el ecosocialismo y el balance del estalinismo que sostenemos desde la corriente SoB. En las próximas semanas publicaremos las dos primeras partes de dicha investigación, donde realizamos un abordaje crítico de las principales categorías y los principales proyectos estratégicos ecosocialistas (como el decrecionismo comunista o el ecomodernismo) y, seguidamente, desarrollamos una comparativa entre los gobiernos de Lenin y Stalin en la URSS, para demostrar con datos las repercusiones en la política ecológica que contrajo la contrarrevolución burocrática. Actualmente, estamos estudiando el período estalinista post-Stalin, justo cuando tuvieron lugar varios de los peores ecocidios del siglo XX, entre ellos el caso de Chernóbil. Esta ponencia es un extracto de la segunda parte de dicha investigación. Aclaramos que, al publicarla bajo el formato de conferencia, nos dimos ciertas libertades en cuanto a las referencias bibliográficas.
[2] El caso de Brasil es paradigmático para evaluar los efectos de la crisis climática. Basta abrir cualquier periódico para encontrar una noticia sobre un desastre ambiental y sus repercusiones sobre la población. A nuestro modo de ver, eso se explica porque es un país-continente que cuenta con una enorme extensión territorial y, por tal motivo, contiene una gran diversidad de biomas que están siendo afectados por el calentamiento global. Asimismo, la presencia del agronegocio y otras industrias extractivistas convergen con una extrema derecha negacionista que acumula enormes cuotas de poder político, una combinación que suele traducirse en impunidad ante los crímenes ambientales y la normalización de explotar indiscriminadamente la naturaleza. A todo eso se suma la incapacidad del gobierno de frente amplio de Lula para detener al agronegocio bolsonarista, al cual incluso le garantiza recursos estatales por medio del “Plano Safra”.
[3] Como veremos más adelante, el gobierno de Josef Stalin extrapoló esa tendencia productivista para desarrollar sus proyectos faraónicos de industrialización y colectivización forzosa con un altísimo costo humano y ambiental.
[4] Fue el caso de la industria maderera que, bajo el gobierno de Kruschev, contrajo severos daños a los bosques soviéticos, pues funcionaba de forma bastante deficiente y desperdiciando enormes cantidades de recursos (al igual que la industria en la URSS y Europa del Este), provocando el reiterado hundimiento de madera en los ríos, lo cual presionaba a talar aún más para cumplir el 100% de las cuotas de tala definidos por la burocracia. En suma, una muestra más de la irracionalidad planificada que caracterizó al estalinismo.