“El mundo no es verdadero, pero es real”.
Bernardo Soares
La relación Hegel Marx, la filosofía y la dialéctica en ambos pensadores, siempre encuentra nuevos debates, vueltas de tuercas, revivals que reintroducen viejos y nuevos problemas y que nos convencen (aunque eso no haga falta) que ninguno de los dos, debe ser tratado como “perro muerto”.[1] Los marxistas que reivindicamos la relación Hegel Marx, estamos de acuerdo en algunos puntos fundamentales:
Muy sucintamente, digamos que el autor de El capital reivindica que Hegel fue el primer pensador que introdujo la historia en la filosofía. Vinculado a esto, supo ver que la historia es un proceso de autocreación del sujeto, en donde el concepto de “libertad” oficia de motor impulsor. La crítica central de Marx, es que en Hegel la historia se subordina a la lógica (“misticismo lógico”, “apriorismo lógico”, lo llamaba) y es allí en donde hay que “poner la dialéctica sobre sus pies”. Además, el sujeto de la historia, que se va desarrollando a través de su propio devenir, es el “espíritu”, el “concepto”, quien en Hegel termina conformándose en demiurgo de la realidad toda. En los Grundrisse (citamos de memoria) señala que Hegel confunde, no distingue, el concreto pensado del concreto real. Lo que no le impide advertir que, despejando estos rasgos idealistas, existen en la dialéctica hegeliana, elementos que la convierten en un arma crítica y revolucionaria.
Podemos agregar también (estamos en un tema árido y en donde podremos encontrar citas que se contraponen en el mismo Hegel) que el concepto para Hegel es el reconocimiento de la lógica y racionalidad del mundo y de las “cosas” que lo integran. En esa dirección se halla esta cita de su propia Enciclopedia: El concepto es lo inherente a las cosas mismas, lo que nos dice que son lo que son, y, por tanto, comprender un objeto significa ser consciente de su concepto. Aquí podríamos ligar esta afirmación con la distinción filosófica de Hegel (y no sólo de él) entre esencia y apariencia, en donde la primera sólo puede mostrarse a través de la segunda. No hay un muro tapiado entre ambas. Existe asimismo una interpretación de connotados marxistas del siglo pasado que consiste en señalar al concepto como una especie de “deber ser”. Diciéndolo en forma arriesgada: una “potencia” de lo que se halla en “acto”. Este pasaje no se produce en forma “inmediata” (en el sentido de “no mediada”) entre el mencionado concepto, razón,[2] que emerge de la propia realidad, siendo ese marco histórico social el que brinda la posibilidad de instaurar una nueva (y más verdadera) realidad. Si esto no es así, el concepto, que creemos se corresponde con el objeto, deviene una simple “quijotada, una mera crítica romántica, de lo que existe” en otra feliz y brillante afirmación de los mencionados Grundrisse.
Veamos entonces la primera cita que hemos escogido de nuestro fichado de autores que trabajaron el tema, en donde creemos que aquella interpretación, está muy bien expuesta:
Una unidad inmediata de razón y realidad no existe nunca. La unidad viene sólo después de un largo proceso que comienza en el nivel más bajo de la naturaleza y alcanza la forma más alta de la existencia, la de un sujeto libre y racional, que vive y actúa teniendo conciencia de sus potencialidades. Mientras haya una separación entre lo real y lo potencial, es necesario actuar sobre lo real y modificarlo hasta conformarlo con la razón. En tanto que la realidad no esté configurada por la razón, sigue sin ser realidad, en el sentido enfático de la palabra. Así, la realidad cambia de significado dentro de la estructura conceptual del sistema de Hegel. Lo “real” viene a significar no todo lo que existe de hecho (esto sería denominado más bien apariencia), sino lo que existe en una forma que concuerde con las normas de la razón.
Lo “real” es lo racional, y sólo esto. Por ejemplo, el Estado sólo se hace realidad cuando corresponde a las potencialidades dadas del hombre y permite su pleno desarrollo. Cualquier forma preliminar de Estado no es aún racional, y, por lo tanto, no es aún real. De este modo, el concepto de razón en Hegel tiene un claro carácter crítico y polémico. Se opone a toda aceptación ligera del estado de cosas dado. Niega la hegemonía de toda forma dada de existencia demostrando los antagonismos que la disuelven en otras formas. Trataremos de demostrar que el «espíritu de contradicción» es la fuerza propulsora del método dialéctico de Hegel. (Marcuse, H.: Razón y revolución, Introducción).
El mismo Marcuse señalaba en dicho libro, que, por lo expuesto, Hegel es un pensador fuertemente antipositivista (aunque no desdeña lo empírico; al contrario, parte de allí) porque no acepta acríticamente lo existente y el hecho consumado. Esto abre otra serie de problemas y posicionamientos en relación a Hegel (que éste desdeñaba lo empírico era una de las principales críticas sin sustento de Althusser hacia éste) que no abordaremos aquí.
La realidad, una determinada totalidad (que fue razonable y ha dejado de serla) según nos habilita a interpretar la cita, puede ser modificada a través de sus contradicciones internas, con lo cual “método” y “sistema” (“lógica de lo real”, entendida ésta como sujeto objeto), conforman una unidad.
La otra cita, más extensa que presentamos, pertenece a Ernst Bloch en su prólogo de 1962 a su gran obra El pensamiento de Hegel: sujeto-objeto. Recordemos que, dentro de un único sistema económico mundial, “convivían” dos bloques: el capitalista y el de los estados burocráticos. Bloch afirma:
En el Este, Hegel no es muy estimado en estos momentos, a pesar del enunciado de su Filosofía del Derecho, según el cual el Parlamento solo tiene la misión de mostrar al pueblo que está bien gobernado. Trata Hegel, una vez más, a propósito de la utopía platónica, de aquellos gobiernos que solo se mantienen por la “fuerza” en lugar de hacerlo mediante la conformidad con la «Idea» de la época, y prosigue de modo sorprendente: “Pero el gobierno debe saber que con ello le ha llegado su hora. Ahora bien, si el gobierno, ignorante de lo que es la verdad, se vincula con instituciones temporales; si frente a lo esencial —y aquello que es esencial se halla contenido en la Idea— protege a lo esencial vigente, entonces el gobierno mismo es derribado por la presión del espíritu, y la disolución del gobierno acarrea la del pueblo mismo; surge un nuevo gobierno, o bien el gobierno y lo inesencial conservan el poder.” (Werke, t. XIV, p. 277.)
En Occidente, por su parte, un Hegel al que se concibe de modo más pluralista, y a veces incluso positivista o agnóstico, no es, sin embargo, mejor conocido, sobre todo cuando dice: “Tan asombroso como que a un pueblo se le vuelvan inservibles, por ejemplo, la conciencia de su derecho político, sus opiniones, sus costumbres y sus virtudes morales, es que pierda su metafísica, y que el espíritu que se ocupa de su pura esencia no tenga ya ninguna existencia real en él.” (Werke, t. III, p. 3.)
Cierto que hay también aquí, en cuanto al ser-acabado de las correlaciones, la presunción de una filosofía que se hace «absoluta»: existe una fundamental desconfianza contra toda imagen cerrada del mundo, violadora del hombre, que se considere a sí misma como acabada, y todos sabemos cuán verdadera ha resultado esa desconfianza a propósito del plomo totalitario. Pero el método de Hegel, distanciándose de la seducción de lo acabado, vuelve a romper —y con qué inmensidad— con lo que falsamente se consideraba perfecto, y lo hace explotar desde dentro. Pues, por mucho que se tape la luz, siempre vuelve a surgir la dialéctica interrumpiendo y poniendo al descubierto la contradicción, que es a la vez aguijón y ayuda.
Así, todavía hoy, rompe Hegel la continuidad con su apertura hacia delante alii donde aún no ha sido puesto sobre sus pies, y sobre todo, alii donde el ponerlo sobre sus pies corresponde al status nascendi. Así se asigna a la humanidad una tarea que es por diversas razones común a todos: el deber de luchar en todas partes contra lo encostrado, para mantener la existencia en transición y fluidez.
Y en cuanto a la verdad misma, especialmente tal como se concibe en el Este, nos enseña Hegel, más conmovedor que nunca: “Si llamamos saber al concepto, y esencia o verdad al ente o al objeto, entonces la prueba consiste en examinar si el concepto se corresponde con el objeto. Pero si denominamos esencia o el en-sí del objeto al concepto, (…) entonces la prueba consiste en averiguar si el objeto corresponde a su concepto.” (Werke, t. II, pp. 76 s.)
Ya adentrándonos en la obra propiamente dicha, de 1949 (una de las mejores hermenéuticas de la filosofía hegeliana, a nuestro parecer), Bloch reafirma lo que lleva dicho al señalar:
Y, con una pronunciada inversión de lo mismo en la esfera subjetiva y objetiva: “Si la verdad es, en sentido subjetivo, la coincidencia de la representación con el objeto, lo verdadero, en sentido objetivo, será la coincidencia del objeto, de la cosa, consigo mismo, la adecuación de su realidad a su concepto.” (Werke, t. vn1, p. 22.) Y, más adelante, con el pathos henchido de confianza en aquello genuino a que la dialéctica sirve de vehículo: “Todas las cosas finitas entran a una cierta falsedad, en cuanto tienen un concepto y una existencia inadecuada a su concepto. Por eso tienen necesariamente que perecer, y en ello se manifiesta la inadecuación entre su concepto y su existencia”.
Marx y Engels en la primera parte del Manifiesto Comunista, nos dan a entender que la burguesía fue mucho más verdadera y razonable al remover con revoluciones, al mundo feudal que contenía mucha más falsedad que este nuevo “concepto” del cual el capitalismo era portador. Pero la dialéctica no se detiene. Intentar hacerlo (todo sistema totalitario especialmente lo intenta) es cosificar las relaciones sociales existentes y volverlas sin vida. Claro, que la labor de la propia vida (“los propios sujetos sociales y políticos”), es más fuerte que cualquier aparato.[3]
El proletariado, como clase en ascenso (no ningún sujeto o espíritu abstracto) era el que iba a impulsar las contradicciones que el sistema tenía, no para constituir ideal alguno, (en el sentido de carente de bases materiales) sino para dar vida a aquello que la propia realidad tenía incubada como potencialidad, que, no era otra cosa que la revolución socialista y el comunismo. “Descubrir” esa verdadera pepita de oro en la dialéctica idealista hegeliana, enmohecida aún más por sus discípulos conservadores, fue un mérito enorme de ambos revolucionarios.
La tarea de las y los trabajadores resultaba pues, más razonable y por ende, más verdadera que aquella realidad a la que venía a sustituir. En ese período histórico, pero en una etapa distinta a la de 1847-48, aún estamos, y esa tarea resulta hoy aún más perentoria (continuará).
[1] Para aquellxs que no saben o no recuerdan, la expresión es utilizada por Marx en el prólogo de la segunda edición de El capital: “Precisamente cuando trabajaba en la preparación del primer tomo de El capital, los irascibles, presuntuosos y mediocres epígonos que llevan hoy la voz cantante en la Alemania culta dieron en tratar a Hegel como el bueno de Moses Mendelssohn trataba a Spinoza en tiempos de Lessing: como a un perro muerto”.
[2] Otrosí decimos: la primera macro dialéctica hegeliana (expuesta en la Fenomenología) es la de conciencia/autoconciencia/razón. Como siempre en Hegel, el primer momento es el más pobre, se enriquece en el segundo momento y logra mayor plenitud, “más verdad” en el tercero (universal abstracto, particular, universal concreto, otra “forma” de mencionar lo anterior). En la Ciencia de la lógica, trabajo que retoma donde había “culminado” la Fenomenología, la macro dialéctica la constituyen: ser, esencia, concepto.
[3] Otra cita, a riesgo de abrumar, que va en esa dirección es ésta del filósofo soviético Ilienkov: … el ideal como tal es siempre concreto y se realiza paulatinamente en la historia. Cada nivel de desarrollo alcanzado se presenta, desde este punto de vista, como el ideal parcialmente realizado, como una fase de la subordinación de lo empírico al poder del pensamiento, a la fuerza de la idea, a la potencia creadora del concepto (…). En la composición del ideal se presentan como resueltas efectivamente las principales contradicciones universales, las más agudas, aquellas que han alcanzado su madurez de manera definitiva. “El espíritu” siempre se propone resolver problemas efectivos, no alcanzar el fin formal abstracto de una “perfección absoluta”, entendida como un estado inmóvil, carente de vida y, por lo tanto, de contradicciones.