Reseña literaria

Han Kang y la lucha contra el olvido

En Actos humanos, la autora recupera los hechos sangrientos que generó la dictadura en Corea del Sur. Toma la herida común, la abre con delicadeza y coraje, y excava hasta desenterrar el dolor más íntimo que aquel episodio dejó en la memoria del país asiático.

A lo largo de la historia de la literatura y, más aún, de la literatura contemporánea, encontramos libros que nos atrapan y no nos sueltan, que remueven nuestra conciencia y nos hacen un llamado a recordar. “Actos humanos” es uno de esos libros que se graba en nuestra conciencia y no nos abandona por mucho tiempo.

Han Kang nació en Gwangju, Corea del Sur, en 1970 y se formó en letras; su trayectoria combina la escritura con la enseñanza de la creación literaria y una sensibilidad artística que atraviesa su obra. Debutó en la década de 1990 con relatos y novelas que pronto llamaron la atención por su intensidad y su capacidad para transformar lo cotidiano en imágenes potentes.

Su consagración internacional llegó con “La vegetariana”, que ganó el International Booker Prize en 2016 y la situó como una autora de alcance global. En 2024 fue distinguida con el Premio Nobel de Literatura, reconocimiento que subrayó su prosa poética y su valentía al confrontar traumas históricos y la condición humana.

En “Actos humanos”, novela publicada originalmente en 2014, convierte la historia pública en una experiencia íntima y sensorial, enfocándose menos en el registro cronológico y más en los efectos morales, físicos y afectivos de la violencia sobre cuerpos, lenguajes y comunidades.

La masacre de Gwangju

Para entender esta novela, es fundamental adentrarnos en el contexto histórico en el que se apoya la autora para construir su narrativa, el cual tiene un peso histórico muy sensible para el pueblo surcoreano.

En 1980, la ciudad de Gwangju, al sur de Corea del Sur, fue escenario de uno de los episodios más sangrientos de la historia reciente del país: la represión militar contra estudiantes y ciudadanos que reclamaban democracia. Miles de personas fueron asesinadas, encarceladas o desaparecidas.

El levantamiento ocurrió entre el 18 y el 27 de mayo del año mencionado, cuando estudiantes y ciudadanos se movilizaron contra el régimen militar de Chun Doo-Hwan , que había suspendido libertades y decretado la ley marcial. La respuesta del Estado fue una represión masiva con una gran presencia y brutalidad de las fuerzas militares.

La narrativa oficial durante los años de la dictadura, estigmatizó el levantamiento como “disturbio” instigado por subversivos, con censura y persecución de periodistas, editores y testigos.

Si bien la rebelión en Gwangju fracasó, el legado de su lucha y resistencia sembró el inicio del movimiento que luego desembocaría en las primeras elecciones libres, aunque el proceso de justicia fue fragmentario y tardío, con juicios a los responsables recién en los años noventa. En Corea del Sur, Gwangju es hoy un símbolo de resistencia civil y duelo colectivo.

Han Kang no fue testigo directo de la masacre; sin embargo, al ser su ciudad natal el suceso  se encuentra presente en la historia de su país, de su ciudad e incluso de su familia. La autora construye una obra que resiste al olvido, que desde lo íntimo trae relatos que dejan un sabor amargo en la boca y, mientras transcurre el relato, se cuela la pregunta de hasta dónde es capaz de llegar el ser humano y su violencia.

Actos humanos: una historia que resiste al olvido

“Lée este libro solo si tienes la fuerza para convertirte en víctima. ¿Y por qué ibas a hacer tal cosa? Pues porque necesitas creer que vives en un mundo en el que la bondad y el candor son capaces de contener la barbarie”

Han Kang nos deja una advertencia antes de empezar y, acto seguido, nos sumerge en la primera de las seis historias que componen el libro. A través de cada relato vamos tejiendo, pieza a pieza, la memoria colectiva de una ciudad que no puede olvidar la masacre. En Actos humanos la autora recupera los hechos de Gwangju, pero no desde la distancia fría de la crónica o la monografía, no se limita a narrar sucesos. Toma la herida común, la abre con delicadeza y coraje, y excava hasta desenterrar el dolor más íntimo que aquel episodio dejó en la memoria de Corea del Sur. El resultado es una obra que no informa solamente; nos obliga a sentir, a nombrar y a sostener lo que la violencia quiso enterrar.

Un joven busca a su amigo mientras clasifica cadáveres en un gimnasio convertido en morgue, donde todos los días llegan montones de cuerpos nuevos y de familias en busca de sus seres queridos asesinados por la brutalidad de las fuerzas represivas, el alma de un joven intenta aferrarse a su cuerpo abandonado y a sus recuerdos que comienzan a desvanecerse luego de morir, una joven que trabaja en una editorial lucha contra la censura mientras intenta olvidar los trágicos y violentos sucesos de sus años en la universidad. Estos son algunos de los argumentos que construyen esta novela, encarnando diversas y dolorosas experiencias, pero todas atravesadas por uno de los episodios más traumáticos hasta nuestros días.

Han Kang recurre a una narración polifónica donde encontramos múltiples voces, cambios de perspectiva y un uso estratégico de la segunda persona en algunos pasajes para generar un lazo con el lector e implicarlo en la experiencia del trauma. Esta multiplicidad no es mera técnica formal, sino que funciona como dispositivo que, al fragmentar la mirada, nos permite acceder a distintas experiencias y evita la jerarquía de una única verdad.  La voz narrativa se convierte en instrumento de empatía y de interrogación, obligando a quien lee a asumir, aunque sea por un instante, la posición del que sufre.

La prosa de la autora, al igual que en otras obras como “La vegetariana”, es precisa y a la vez lírica, en la cual combina imágenes viscerales con una poesía contundente que intensifica el impacto emocional. La precisión léxica convierte cada frase en una imagen nítida, sus frases cortas o las metáforas corporales hacen que lo leído permanezca en la memoria del lector, como si la forma misma fuera un eco del hecho que describe.

El libro aborda con insistencia el cuerpo como archivo que contiene memorias. Las heridas, olores, descomposición y velatorios aparecen como registros que resisten la censura y la negación, y, junto a esto, emergen la culpa, el duelo y la tensión entre olvido y recuerdo; la memoria se presenta no como un depósito estático, sino como una práctica conflictiva que exige nombrar y sostener a los muertos frente a las políticas del silencio

Un libro que pone en jaque nuestra conciencia

“¿Cómo es posible que un rostro pueda esconder lo que lleva dentro?, es la pregunta que se hace. ¿Cómo puede esconder la insensibilidad, la crueldad y el instinto asesino?” .

“¿Por qué les cantan el himno nacional a esas personas que mataron los militares? ¿Por qué las envuelven con la bandera, como si no fuera la misma patria quien las hubiera matado?”

“¿Es el hombre un ser cruel por naturaleza?”

Nunca fue el estilo de Kang dar respuestas o resoluciones contundentes en sus relatos, es más de las interrogantes que desestabilizan, que dejan abiertas una grieta mental la cual no puede ser cerrada. En varias de sus entrevistas ha confesado que escribe haciendo preguntas, se mete en ellas y las recorre.

En esta novela nos encontramos con los dilemas morales de los personajes ante el desasosiego de reconocer que las fuerzas del Estado no están para protegerlos, sino para proteger al poder, con la pregunta de qué significa la patria cuando se entona el himno nacional frente a cientos de cadáveres que el propio gobierno dejó atrás, con el profundo miedo de encontrarle respuesta a la duda sobre la naturaleza del hombre.

Han decide contar la historia desde la piel de las personas que fueron abatidas en una protesta a favor de los derechos que les correspondían, opta por darles voz a aquellos que perdieron la oportunidad de gritar o que fueron aplastados en el intento. Decide hacer presente la historia pasada y los recuerdos, al encarnar las experiencias dolorosas de la historia coreana, la cual el Estado se encargó de minimizar y ocultar en la mayor medida de lo posible hasta el día de hoy. Esta novela da testimonio de la experiencia humana de la violencia extrema, en estado de indefensión y aislamiento, de lo que es pisoteado por la fuerza, de lo vulnerado, de aquello que no debería ser dañado de ningún modo.

Si bien esta obra fue escrita décadas después de la tragedia, nos permite reflexionar en profundidad sobre lo ocurrido, el distanciamiento, favorecido por el espejo ficcional permite mirar los hechos y reflexionar sobre ello.

Marx dijo que toda la historia de la sociedad humana es una historia de la lucha de clases, y que estas luchas conducen en cada etapa a la transformación y, si bien en este caso no podemos hablar de una revolución, sí cabe reconocer la valentía del pueblo coreano por recuperar su derecho a la democracia luego de años de dictaduras y como esta lucha tuvo un gran peso en la memoria colectiva.

En este sentido, creemos que esta obra literaria tiene una gran importancia para la historia contemporánea, por recomponer un hecho histórico desde una perspectiva única y por apostar, una vez más, a la literatura como una herramienta de resistencia simbólica ante la censura y la historia contada sólo desde una perspectiva.

En sus páginas late la convicción de que nombrar el dolor es un acto de justicia; leerla es aceptar la responsabilidad de no dejar que el olvido borre los nombres ni apague las voces que exigieron libertad.

En tiempos como los que corren, donde tenemos gobiernos como el de Javier Milei en la Argentina que se empeña en negar les detenides y desaparecides de la última dictadura cívico-militar, obras como Actos humanos son pequeñas joyas de memoria que nos obligan a mirar, a nombrar, a sostener el dolor ajeno y a recordar que la verdad no se negocia.

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