Una huelga histórica

El “breque” de los trabajadores de aplicaciones y de las plataformas de entregas en Brasil

Ponencia presentada en el marco de la Conferencia de Historical Materialism de Londres, 8 de noviembre de 2025.

Traducción del portugués al español por Víctor Artavia

No podía comenzar mi discurso sin denunciar y exigir justicia para las víctimas de la mayor masacre en la historia de Brasil, ocurrida el 28 de octubre en Río de Janeiro. Un retrato brutal de la barbarie capitalista de este siglo, pero también de la propia formación social de Brasil, erguida sobre la sangre de indígenas, negros y trabajadores.

1- La reanudación de la experiencia histórica de la lucha de clases y el protagonismo de los repartidores

Es innegable que los repartidores que trabajan a través de aplicaciones representan un segmento nuevo, importante y creciente de la clase trabajadora —un nuevo tipo de proletariado de servicios en la era digital— tanto en Brasil como en el resto del mundo. En Brasil, esta categoría se ha convertido en la séptima de mayor crecimiento en los últimos años, alcanzando un contingente histórico de aproximadamente 500.000 trabajadores, cifra que se registró por primera vez en el último censo del IBGE (Instituto Brasileño de Geografía y Estadística).

La primera definición importante es que la lucha de esta categoría, a la que pertenezco, demuestra categóricamente que, en los últimos cinco años, desde las primeras movilizaciones hasta las más recientes, lo que se revela de manera convincente es la acumulación de experiencias concretas de movilización y organización que se despliega en un proceso complejo, ultraprogresivo y contradictorio de la subjetividad de este nuevo proletariado.

En mi opinión, esto representa un importante paso adelante con respecto a la subjetividad de la categoría, forjada en el procesamiento diario de las condiciones laborales prefordistas de los siglos XVIII y XIX, con impresionantes muestras de fuerza en las huelgas y también de solidaridad permanente e intuitiva (expresada en lo que algunos llamarán tiempo muerto, que yo prefiero llamar tiempo de trabajo no remunerado), como una forma de aliviar el sufrimiento y las adversidades diarias impuestas por las empresas de plataformas en Brasil y en todo el mundo.

La segunda definición importante es que este proceso debe entenderse como parte central de un objetivo renovado de las luchas históricas de los explotados y oprimidos –ahora con el protagonismo nacional e internacional de un nuevo proletariado vinculado al sector servicios de la era digital actual, que combina en un par dialéctico – o en una procesualidad ultracontradictoria- el hiperdesarrollo tecnológico con elementos de barbarie social y descomposición violenta de las condiciones laborales.

La tercera definición, elemental pero fundamental, es que las empresas de plataformas no han atenuado en absoluto la dinámica subyacente de la resistencia obrera; al contrario, se ha observado el surgimiento de un nuevo proletariado que, en la vida cotidiana, encarna una acentuación dramática de la contradicción capital-trabajo y transforma la sujeción a los imperativos más violentos del capital no en pasividad, sino en procesos insurgentes que desafían las mediaciones tradicionales de la representación sindical y política.

Así, este nuevo sujeto colectivo reposiciona el trabajo vivo —hipercontrolado, precario, pero aún creativo, en el sentido de seguir siendo la única fuente de valor en el capitalismo y de producir formas sociales, significados y posibilidades históricas de resistencia— como el núcleo crítico del modo de producción capitalista, impulsando procesos concretos de rearticulación sindical y política y de confrontación directa con la racionalidad neoliberal en su versión denominada «capitalismo de plataformas».

El 31 de marzo y el 1 de abril de 2025, los repartidores llevaron a cabo otra huelga nacional, la llamada «Breque dos APPs» (nombre elegido a principios de 2020 mediante un formulario enviado por WhatsApp a todas las regiones del país, cuando organizábamos la primera e histórica huelga del sector en Brasil). Esta última huelga refleja la continuidad de las movilizaciones iniciadas ese año, con sucesivas ediciones hasta 2023. Desde el comando nacional —un frente único del sector que se formó para organizar la huelga de este año— estimamos que la participación se dio en más de 100 ciudades de al menos 20 estados, de norte a sur del país, convirtiéndola en la mayor en la historia del sector en el país y quizás en el mundo.

Cabe hacer una digresión. 2024 fue el único año sin huelga del sector debido a una maniobra del gobierno de Lula, que creó un Grupo de Trabajo para debatir regulaciones supuestamente positivas. En la práctica, se trató de una estrategia para contener la movilización, lo que derivó en un proyecto favorable a los empresarios que institucionalizó la «esclavitud moderna», término cada vez más utilizado y adoptado por los repartidores. Lógicamente, este proyecto fue rechazado por el sector, lo que sin duda contribuyó a nuestra mayor huelga hasta la fecha.

También es interesante mencionar que en Brasil, el 1 de abril se conoce como el Día de los Inocentes, y fue elegido intencionalmente como fecha para la huelga, a sugerencia de mi compañero Rocildo, de Sorocaba, São Paulo. Esta elección refleja una creciente sensibilidad política por parte de la categoría, que, al elegir este día, expuso —irónicamente— el abismo entre el discurso de las «innovaciones» en el mundo laboral y la realidad concreta de la superexplotación que se vive en las calles.

Así, la huelga de 2025 no solo expresó su magnitud numérica, sino también la afirmación de un proceso organizativo intenso y descentralizado, que confirma al movimiento de repartidores como parte central de la lucha de clases en el país. Incluso con reivindicaciones económicas y sindicales, la movilización posicionó a la categoría como una de las principales fuerzas organizadas de la clase trabajadora actual, lo que abre posibilidades, pero, sobre todo, plantea nuevos retos para el futuro de la organización y la lucha.

En São Paulo, la huelga no dejó lugar a dudas sobre la magnitud histórica de esta movilización. Fue una auténtica explosión de repartidores en la ciudad más grande de Latinoamérica, que hoy concentra la mayor parte de este sector en el país. Entre más de 3.000 motocicletas y decenas de bicicletas, nos dirigimos primero a la Avenida Paulista (un centro histórico financiero, turístico y de protesta) y luego frente a la sede de iFood, empresa que actualmente monopoliza casi el 90% del mercado de reparto a domicilio en Brasil. A lo largo del recorrido, no faltaron puños en alto ni bocinazos: ¡qué satisfactoria es la acción “desorganizaada” «caos» con conciencia de clase! —muy bien organizado, cabe destacar—.

2- La lucha de los repartidores y su naturaleza estratégica

Examinemos ahora más específicamente la subjetividad de este nuevo proletariado, la lucha de los repartidores y su carácter estratégico.

La pandemia de Covid-19 marcó un antes y un después, exponiendo brutalmente la Contradicciones estructurales del capitalismo. A partir de esto —y mediante sucesivas aproximaciones entre el análisis concreto, la experiencia directa y la intervención práctica— podemos afirmar que vivimos una nueva etapa del capitalismo y la lucha de clases. Una etapa en la que los elementos que condicionan el desarrollo histórico se acentúan en profundas y, en muchos casos, irreversibles contradicciones, bajo la lógica metabólica del capital. En diálogo con la lectura de Michael Roberts sobre un mundo de policrisis, estas son crisis entrelazadas y superpuestas —económicas, sociales, ecológicas y políticas— con énfasis en la reorganización productiva del trabajo a escala internacional y sus dramáticas consecuencias en las condiciones de vida de este nuevo tipo de proletariado. Al mismo tiempo, sin embargo, estas contradicciones han impulsado, a diario, procesos de solidaridad, movilización y organización dentro de nuestra categoría.

Durante la pandemia, los repartidores se convirtieron en figuras centrales del panorama urbano, considerados trabajadores esenciales, pero a la vez tratados como prescindibles. Si bien durante la pandemia fueron aclamados como «héroes», en la vida cotidiana pospandémica volvieron a ser invisibles y marginados. La realidad impuesta por las plataformas, que aprovecharon la pandemia como una oportunidad de negocio —como un laboratorio para estructurar el trabajo basado en plataformas—, se reveló como un poderoso motor de revuelta colectiva.

Quizás la frase más escuchada hasta el día de hoy en los piquetes y en los “bolsões” (puestos de encuentro de los repartidores cerca de los centros comerciales o restaurantes) sea la siguiente: «Fuimos héroes durante la pandemia, hoy somos invisibles [marginalizados] de nuevo». Una retórica que expresa un reconocimiento sensible y profundo de la condición de clase de la categoría misma.

Sin embargo, el movimiento de nuestra lucha partió desde sus inicios con una profunda contradicción subjetiva: ¿cómo explicar —y superar— un movimiento de huelga masivo que expresa (¡cada vez menos!) la idea ilusoria de que ser repartidor implica ser un trabajador autónomo? Para responder a esta pregunta, lejos de las respuestas reaccionarias de la izquierda reformista e institucional, de las viejas, traicioneras y fracasadas dirigencias sindicales, así como de la insoportable pedantería académica, debemos recurrir a la buena e indispensable dialéctica marxista.

Afirmamos lo siguiente: tal imaginario se constituye mediante un acto subjetivo de negación. ¿Pero negación de qué? Empezando por la figura misma del jefe de carne y hueso, pero principalmente de las actuales condiciones laborales reguladas en Brasil, donde el salario mínimo es aproximadamente cinco veces menor que el mínimo necesario para garantizar las condiciones básicas de alimentación, vivienda, salud, educación, vestimenta, higiene, transporte, ocio y seguridad social para una familia de cuatro personas.

En otras palabras, ser «autónomo» en este mundo imaginario significa, por un lado, no tener que lidiar con un jefe y, por otro, el temor a ganar el salario mínimo actual, que no garantiza la subsistencia, mientras se tiene que trabajar ocho horas al día bajo vigilancia humana, no algorítmica.

Entonces, ¿qué sería esa opción de escapar de la gestión humana del trabajo, del jefe que te grita al oído, sino una expresión de tu propia condición social y del odio de clase? Es innegable que este imaginario contradictorio tiene un potencial revolucionario (estratégico) y que, sumado a las luchas nacionales e internacionales de la categoría, desmiente la concepción fatalista y derrotista de muchos académicos que, desde sus despachos, dan por sentada la imposibilidad de movilizar y organizar a este nuevo proletariado del siglo XXI en unidad con otros sectores de la clase trabajadora. En definitiva, el derrotismo académico, alejado del fragor de las luchas de los repartidores —de todas las luchas de nuestra clase—, niega la posibilidad práctica de que los explotados y oprimidos asuman conscientemente la lucha por la emancipación social.

Esta negación de las condiciones mínimas para el trabajo regulado va de la mano, inicialmente, con un proceso igualmente difuso de rechazo al sindicalismo. Un rechazo contradictorio, alimentado sobre todo por la experiencia previa de muchos repartidores en otros sectores de la economía, por el agotamiento de la promesa de una representación real y por la realidad misma de cómo son la mayoría de los sindicatos de repartidores en motocicleta en todo el país.

Con el tiempo, esta crítica se ha politizado y vuelto cada vez más directa, dirigiéndose no tanto contra la forma sindical en sí, sino principalmente contra su liderazgo burocratizado, históricamente adaptado y comprometido con un sindicalismo orientado a resultados, que no ha sabido afrontar las nuevas formas de explotación impuestas por la reestructuración productiva global y que, dadas las condiciones objetivas de la etapa actual del capitalismo, tiene cada vez menos margen para un liderazgo conciliador.

En respuesta a este agotamiento, han surgido decenas de asociaciones, colectivos y redes locales en todo el país, que expresan un rechazo a estas antiguas mediaciones y experimentan con nuevas formas de organización directamente arraigadas en la realidad del trabajo a través de aplicaciones, lo que podría significar un nuevo tipo de sindicalismo, como veremos.

Sin embargo, este movimiento organizativo no está exento de contradicciones: al ser un campo ultraheterogéneo, con experiencias, trayectorias y visiones políticas diversas, ya se observan indicios de la constitución de una nueva burocracia interna, a menudo impulsada por lógicas de mediación institucional. A esto se suma la actual ofensiva de sectores de la socialdemocracia «revestidos» —ahora en el gobierno— que buscan cooptar el movimiento y subordinarlo a los límites del institucionalismo.

Tras la huelga de 2025, el actual Ministro de la Secretaría General, un exdiputado oriundo de los movimientos sociales, intentó aprovechar la ola de movilización presentando un proyecto de ley que clasificaba a los trabajadores como «proveedores de servicios» y a las plataformas como «intermediarios», un auténtico escándalo.

Ante esto, nosotros mismos reescribimos el proyecto de ley, de forma colectiva e individual, y se lo entregamos directamente al exdiputado. Desde entonces, el proyecto permanece estancado —archivado—, pero siguen circulando en redes sociales y en la prensa fotos del actual ministro rodeado de repartidores. Esta operación simbólica, que pretende sacar provecho político de nuestra lucha, subraya la necesidad de mantener una postura crítica y la independencia política del movimiento frente a los intentos de cooptación institucional por parte del reformismo. En este contexto, lanzamos nuestro movimiento de unidad entre asociaciones, colectivos, independientes e incluso un sindicato combativo, cuya aprobación estatutaria recibimos con gran satisfacción hace dos semanas.

Conclusión

Lo que está en juego es la reorganización de la clase trabajadora en torno a la posibilidad de construir un nuevo tipo de sindicalismo. Más que una movilización económica, la lucha de los repartidores tiene el potencial de transformarse en una movilización política que desafíe las estructuras del capitalismo digital y proponga un nuevo horizonte de emancipación social.

Por lo tanto, la experiencia de lucha y movilización de esta categoría, especialmente la huelga de 2025, representa la síntesis de un proceso que combina espontaneidad, adhesión contagiosa (recordando a Rosa Luxemburgo y su texto sobre la huelga de masas), maduración política y una serie de contradicciones y posibilidades históricas. Lo cierto es que esta lucha no se limita a una movilización por mejores condiciones económicas, sino que avanza hacia la construcción de sus propias formas de organización y representación. Por consiguiente, esta acumulación nos permite vislumbrar las posibilidades estratégicas que abre la lucha de los trabajadores de reparto.

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