«De la calidad a la cantidad»: cómo ver el desarrollo histórico de China a través del velo de la macroeconomía

Traducción: Sin Permiso

En la coyuntura económica mundial, hay pocos factores más importantes que la situación y las perspectivas futuras de la economía china. En términos de paridad de poder adquisitivo, es la mayor economía del mundo, con una cuota del 20 % del PIB mundial. Medida en términos de tipos de cambio actuales, China ocupa el segundo lugar después de Estados Unidos.

China influye en la economía mundial como un enorme mercado para las exportaciones de otros países. Las importaciones de China abarcan desde materias primas hasta marcas de lujo europeas. El precio de las acciones de LVMH, la mayor empresa europea por capitalización bursátil, sube y baja en función de los hábitos de consumo de las mujeres chinas, el segmento de consumidores de lujo que más rápido crece en el mundo.

Las exportaciones de China representan una parte enorme de los mercados mundiales. Y cuando la demanda interna china es menos boyante, surge la ansiedad por el «exceso de capacidad», aumenta la presión de las exportaciones y se empieza a hablar de «choques chinos».

En el equilibrio macroeconómico, como se analizó en World Economy Now de mayo, el enorme superávit de China es la contrapartida del enorme déficit de Estados Unidos.

La moneda china está vinculada a una cesta de otras monedas mundiales. Esto está respaldado por algunas de las regulaciones de la cuenta de capital más eficaces de la economía mundial actual. No es fácil transferir fondos a gran escala fuera de China. Por lo tanto, existe una incertidumbre estructural sobre cuál debería ser el tipo de cambio del renminbi. La balanza comercial sugeriría una mayor fortaleza. El escenario de una fuga masiva de capitales en caso de relajación de los controles de capital sugeriría una moneda mucho más débil, como ocurrió durante la crisis de 2015. Un ajuste repentino del tipo de cambio chino podría desestabilizar la economía mundial con la misma gravedad que las guerras comerciales de Trump.

Por todas estas razones, China se encuentra en el centro de la macroeconomía mundial.

Y hay muchas noticias que preocupan. La tasa de crecimiento de China está muy por debajo de los máximos alcanzados hace unos años. La recuperación de la crisis provocada por la COVID en 2022 —¡no en 2020!— es incompleta. La estructura de la demanda sigue presentando un desequilibrio crónico a favor de la inversión. Hay señales inquietantes de presión deflacionaria. El mercado laboral, especialmente para los jóvenes, está flojo. Todo ello en un contexto de casi cinco años de trauma en el sector inmobiliario chino.

Ver a China de esta manera, como un gran segmento del flujo macroeconómico global, es esencial para comprender la economía mundial multipolar al final del primer trimestre del siglo XXI.

Pero, por útil que sea, este enfoque macroeconómico también minimiza el drama de la historia y la transformación cualitativa. La economía china es enorme porque abarca el destino material de una sexta parte de la humanidad. En la década de 1970, la renta nacional per cápita de China era inferior a la de Sudán y Zambia. No solo era el país más poblado del mundo, sino también uno de los más pobres. El ascenso de China durante la era de la globalización no es solo una historia económica entre muchas otras. Es, sin lugar a dudas, el acontecimiento más dramático de la historia económica mundial.

Para ilustrar este punto, tomemos el carbón. El carbón ha sido sinónimo de industria pesada desde la revolución industrial británica del siglo XVIII. Un gráfico que muestre la producción de carbón durante un cuarto de milenio es una buena aproximación a la historia industrial del mundo. A grandes rasgos, esa historia se escribiría en tres capítulos: la era preindustrial; la era del industrialismo clásico occidental, dominada por Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania, que se extendió desde la década de 1850 hasta finales del siglo XX; y, por último, la época china, que comenzó con el siglo XXI.

Cuando hacemos un análisis macroeconómico instantáneo del lugar que ocupará China en la economía mundial en 2025, conviene tener presente estos 250 años de historia.

Hoy en día, con un PIB per cápita en términos de paridad de poder adquisitivo de 24 569 dólares, China está clasificada oficialmente como una economía de «renta media-alta». Ha superado con creces a la India (que en 1990 todavía estaba por delante de China). Ha adelantado a Indonesia. Ha superado a Brasil y ha alcanzado a México. China está ahora a punto de ascender al rango de países de «renta alta».

Estas medidas estadísticas del Banco Mundial no favorecen a China. Por mi conocimiento superficial, me sorprende que China no ocupe un lugar considerablemente más adelantado que Brasil y México. Lejos de exagerar el crecimiento de China con fines propagandísticos, las anécdotas sugieren que los expertos chinos en los comités internacionales pertinentes se esfuerzan por generar cifras de PPA que subestiman el desarrollo de su país.

Así pues, tenemos dos imágenes de China: una, como parte importante de la macroeconomía mundial, y otra como historia de desarrollo histórico mundial. El truco no consiste en enfrentar estas dos versiones, sino en averiguar cómo se interrelacionan y se condicionan mutuamente.

Si hoy podemos hablar con sensatez de China como una gran economía más, en lugar de como un país que lucha con problemas básicos de desarrollo, es porque realmente ha experimentado algo verdaderamente excepcional, a saber, un desarrollo económico radical en menos de dos generaciones.

Detengámonos un momento a reflexionar sobre este giro.

La dialéctica nos ofrece una forma de imaginar el proceso mediante el cual el cambio cuantitativo se convierte en transformación cualitativa. Y eso es lo que está ocurriendo en el caso de China. Por ejemplo, una cosa es ser un actor importante en el sector de los vehículos eléctricos y otra muy distinta es dominar por completo todas las facetas de la cadena de suministro mundial. En ese momento, la cuota de mercado medida en puntos porcentuales, una métrica cuantitativa, se convierte en poder, una declaración de distinción cualitativa.

Pero China también ilustra de forma espectacular el proceso contrario, a través del cual un cambio cualitativo a gran escala —la «apertura» y la «reforma del mercado»— transforma todo el modo de ser de una sociedad hasta tal punto que pasa a ser discutible como «otra pieza realmente grande de la economía mundial», sin diferencia en términos macroeconómicos con la zona euro o la economía estadounidense. Una historia de cambios cualitativos radicales da paso a una métrica cuantitativa insulsa.

Los teóricos sociales y los profesionales del mercado utilizan la misma palabra para captar esta dialéctica de la calidad en la cantidad: mercantilización. Cuando un producto distintivo y de marca, con sus cualidades específicas y su narrativa asociada, se mercantiliza, amplía el mercado, pero también borra las distinciones. En términos intelectuales, convertir la historia del desarrollo radical y transformador de China en una cuestión de «crecimiento global» es algo parecido a la «mercantilización».

Por supuesto, la comparación cuantitativa que permite la mercantilización tiene muchos usos. No menos que los productos mercantilizados. Pero ambos aceptan como coste la eliminación de cualidades específicas. En términos narrativos, implica una especie de ceguera hacia la historia —cómo hemos llegado hasta aquí—, pero también hacia el significado social y político más amplio de las tendencias actuales y la red de fuerzas sociales, políticas, culturales y materiales que pueden impulsar el desarrollo futuro. No hacemos ninguna injusticia a la macroeconomía si la calificamos de heurística y algorítmica en su enfoque. Su especialidad no es la búsqueda en profundidad del significado histórico.

Si queremos tener ambas cosas, debemos aprender a alternar en nuestro análisis económico entre la calidad y la cantidad, la calidad y la cantidad, etc.

Por supuesto, se podría objetar que todo lo que estoy describiendo en términos bastante grandilocuentes son los métodos de cualquier buen periodista económico. Una buena historia económica va y viene entre lo particular y lo general, entre la experiencia y las cifras del PIB. Es cierto. Es un estilo narrativo familiar. Pero hay una diferencia entre una anécdota que solo sirve como «gancho» y el esfuerzo por encontrar realmente una cerradura o una abertura que nos permita entrar en la complejidad de la realidad histórica. Como dijo una vez Stuart Hall, el reto consiste en encontrar formas de «irrumpir» en la coyuntura histórica que estamos tratando de descifrar.

También es evidente que estas observaciones metodológicas generales se aplican a cualquier proceso importante de cambio socioeconómico, en cualquier lugar. Serían relevantes para reflexionar sobre las revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX, el crecimiento ultrarrápido de Europa después de 1945 o la transición hacia las energías verdes. En el caso de China —quizá en toda Asia Oriental en general— se imponen por la dramatismo y la rapidez de la transformación socioeconómica.

Tampoco se trata simplemente de un cambio grande y dramático. También podríamos pensar en el no desarrollo. ¿El crecimiento económico cuantitativo muy lento, como el que se registra actualmente en gran parte de Europa, induce una sensación de pasividad y el «fin de la historia»? ¿Esto se traduce en un crecimiento más lento debido al «espíritu animal» cada vez más dócil de los inversores? Por otra parte, ¿cómo cambia la transformación explosiva de China el significado de la relativa falta de crecimiento en gran parte del África subsahariana? ¿Y cómo puede producirse el desarrollo incluso sin un crecimiento medible del PIB, y viceversa?

Todos estos son temas para futuros boletines. Pero por ahora, seamos más concretos. ¿Cómo nos ayuda la dialéctica calidad-cantidad-calidad a comprender mejor la situación económica de China y su relación con la economía mundial en el verano de 2025?

Tomemos cuatro dimensiones importantes de la situación actual, cada una de las cuales puede considerarse en términos macroeconómicos ahistóricos y/o históricos-evolutivos.

*Sector inmobiliario/Urbanización histórica

*Desempleo juvenil/Choque generacional

*Superávit comercial/Superpotencia manufacturera

*Deflación/Nuevo régimen de acumulación

I.- La historia del sector inmobiliario es el motor central de la historia económica reciente de China.

En este sentido, China es un caso extremo de un patrón general. No es exagerado afirmar que, en la historia moderna, el sector inmobiliario es el ciclo económico. Pero demos un paso atrás y pensemos en lo que estamos diciendo. ¿Es el sector inmobiliario en China en los últimos treinta años similar al sector inmobiliario en otras economías, en otros momentos de la historia económica?

No, claramente no. El auge inmobiliario en China, que se detuvo abruptamente en 2020/2021, no fue simplemente una burbuja dentro de un mercado bien establecido, como el de Londres o Florida. China ni siquiera tenía algo parecido a la propiedad privada de bienes inmuebles hasta finales de la década de 1990. Luego, en el espacio de una sola generación, se embarcó en el mayor auge de la construcción de la historia, hasta tal punto que casi el 90 % de las viviendas chinas se han construido en los últimos treinta años. En esos mismos veinticinco años, aproximadamente 500 millones de chinos, es decir, toda la población de Europa, se trasladaron del campo a la ciudad.

No se trató de un auge inmobiliario cualquiera. Fue un proceso histórico mundial de reasentamiento. El «auge inmobiliario» de China fue uno de los principales factores causantes nada menos que del antropoceno, el cambio fundamental de la relación de la humanidad con el sistema económico planetario. La cantidad de acero y hormigón que se vertió y se clavó en el suelo en China cambió la forma física del planeta.

Además, ¿cómo terminó el «boom inmobiliario» de China? ¿Se sobrecalentó como otros mercados especulativos antes que él, provocando el colapso espontáneo de un importante promotor inmobiliario y una retirada masiva de depósitos de los bancos asociados, como ocurrió en Europa y Estados Unidos en 2007/2008? No. El impulso urbanizador impulsado por motivos comerciales en China llegó a su fin por decisión deliberada de los dirigentes chinos. La hipótesis más plausible es que tomó esta decisión en medio de la arrogancia del verano de 2020, cuando creía que había «ganado» la competencia mundial por contener la COVID. También en este sentido, la crisis inmobiliaria china es históricamente excepcional. Como escribe The Economist: en vísperas de la crisis de 2020, los bienes inmuebles, en sentido amplio, contribuían con alrededor del 25 % del PIB. Hoy en día representan el 15 % o menos. «Es difícil exagerar el impacto depresivo de la caída de los precios sobre la población. En 2021, el 80 % de la riqueza de los hogares estaba ligada al sector inmobiliario; esa cifra ha caído hasta alrededor del 70 %».

Mientras esto sucedía, mi opinión habitual era que si Pekín lograba llevar a cabo el ajuste sin un colapso total como el que se produjo en Occidente en 2008, sería uno de los casos más espectaculares de gestión macroprudencial de la historia mundial, quizás el más espectacular. En el verano de 2025, los indicios parecen sugerir que se ha logrado una cierta estabilización. En los mercados más privilegiados, especialmente en Shanghái, hay señales de una recuperación real. El hecho de que la situación ya no se esté deteriorando y que hayan remitido las historias de pánico financiero, como las relacionadas con la promotora Evergrande, hace esperar con interés un punto de inflexión en el futuro.

Fuente: The Economist

Sin duda, la adaptación de la sociedad china a las nuevas condiciones será extremadamente prolongada. Para la sociedad china, el sector inmobiliario es una obsesión. Sigue dominando la riqueza privada. Para los hombres jóvenes, la propiedad inmobiliaria es la clave del éxito en los competitivos mercados matrimoniales. Por lo tanto, es muy improbable que se produzca un cambio fundamental que aleje a la sociedad china de la «clase de activos» como tal. Sin embargo, es muy incierto qué forma adoptará la eventual reactivación y dónde se concentrará.

Si volvemos a la perspectiva de desarrollo a largo plazo, una cosa está clara: es muy prematuro dar por concluido el proceso de urbanización china. Según informa el valioso sitio web Pekinology, expertos como Zhou Tianyong, director del Laboratorio Nacional de Ingeniería Económica de la Universidad de Finanzas y Economía de Dongbei, consideran que el proceso de urbanización está lejos de haber concluido:

En 2023, la población activa total de China alcanzó los 740,41 millones de personas. Aunque el sector agrícola solo contribuyó con un 6,9 % al PIB, el empleo agrícola seguía representando el 23,5 % del empleo total, con 168,82 millones de personas trabajando en la agricultura. Esta cifra es 14 puntos porcentuales superior a la de países de referencia con poblaciones similares y niveles de desarrollo comparables. En otras palabras, si no fuera por el sistema de ordenación territorial y gestión administrativa que restringe el acceso de los agricultores a los sectores secundario y terciario, y por el sistema de registro de hogares (hùkǒu), el empleo agrícola en 2023 no habría superado los 70,33 millones. Esto implica que el impacto combinado de los sistemas de tierras y hùkǒu ha provocado la pérdida de 98,5 millones de puestos de trabajo en los sectores secundario y terciario.

II.- Otra preocupación macroeconómica clave es el mercado laboral y, en particular, el desempleo juvenil.

No está claro cuál es la gravedad real de la situación actual en China. Pero lo que no ofrece ninguna duda es que las perspectivas cada vez más sombrías para los graduados son motivo de profunda inquietud.

El cierre de los mercados laborales a los nuevos participantes es un efecto clásico de las crisis cíclicas graves. Quienes tienen empleo se aferran a él y los nuevos participantes quedan excluidos. Para quienes se ven afectados en el momento menos oportuno, esto puede suponer un trauma generacional en sus perspectivas profesionales. Pero lo que está viviendo China va más allá de una recesión cíclica. Ha experimentado una desaceleración repentina, pasando de una tasa de crecimiento medio del 7,7 % anual en la década de 2010 a algo más cercano al 5 % según las cifras oficiales. Europa vivió algo similar en los años setenta y ochenta, cuando el crecimiento se redujo tras las crisis del petróleo de 1973. No se trató de una desaceleración temporal, sino de un cambio histórico permanente. Quedará escrito como una conmoción histórica en las biografías de toda una generación. Aunque, según los estándares históricos, el crecimiento sigue siendo alto —esperamos un 5 % en China este año—, este ajuste repentino de las expectativas es desconcertante.

Una vez más, la historia es esencial para comprender el significado de la desaceleración de la década de 2020. Los graduados de la actualidad nacieron en el auge de la década de 2000. Nacieron después de la agitación del primer periodo de reformas y la reestructuración de la industria pesada maoísta a finales de la década de 1990. Su experiencia modal como niños y jóvenes es la de un auge económico asombroso, que luego se topó con un bache que desequilibró fundamentalmente sus planes de vida. A esto se suma otro cambio histórico. Las generaciones nacidas a finales de la década de 1990 y principios de la de 2000 son las más afectadas por la política del hijo único, con una proporción de hijos únicos que supera el 50 % en las zonas urbanas. La carga de las expectativas de los padres y abuelos de ambos lados —la famosa estructura familiar 4:2:1— es enorme.

Los más afortunados y con más talento de las generaciones más jóvenes son producto de un sistema educativo intenso y orientado al rendimiento que se expandió rápidamente a partir de la década de 2000 con la promesa de la movilidad social ascendente. Entre 1990 y 2020, el número de chinos matriculados en la universidad pasó de unos 2,3 millones a 45 millones. Se trata de una expansión en la que las familias invirtieron enormes sumas en tasas y matrículas. La perspectiva de que esta inversión no se vea recompensada en términos de éxito profesional, propiedad inmobiliaria y un «buen matrimonio» es devastadora. No en vano, las protestas contra el confinamiento del otoño de 2022 comenzaron en la fábrica de iPhone de Foxconn, pero se extendieron rápidamente a los campus universitarios. Su símbolo es una hoja de papel A4 en blanco.

¿Dónde se refleja todo esto en términos macroeconómicos? Aparte del desempleo juvenil, sobre todo en las cifras de confianza de los consumidores, que muestran una caída dramática no en 2020 con la llegada de la COVID, sino en 2022, cuando los confinamientos por Ómicron coincidieron con la implosión del mercado inmobiliario, creando un ambiente general de insatisfacción y desilusión. Incluso si el crecimiento se recupera y sigue rondando el 5 %, este shock «está en el sistema».

Por otro lado, las generaciones «siguen adelante». A medida que la generación nacida alrededor del año 2000 se asienta en la mediana edad, 163 millones de chinos nacidos en la década de 2010 entrarán en la educación superior y en el mercado laboral. Lo único que conocen es un crecimiento más lento. También son la primera generación totalmente nativa digital que crece en China, en un mundo en el que las redes sociales son omnipresentes y lo consumen todo, en el que el mundo exterior se vislumbra vagamente, si es que se vislumbra, y en el que el Gran Cortafuegos no es, para la gran mayoría, tanto un telón de acero intimidatorio como el perímetro del «mundo conocido».

III.- La última preocupación en el debate macroeconómico mundial sobre China es el aumento de sus superávits comerciales, que comenzó en 2020. Esto ha suscitado nuevas inquietudes en todo el mundo y ha reavivado las ansiedades que existen desde hace tiempo sobre el dominio chino. Pero, una vez más, no hacemos justicia a lo que está sucediendo si lo vemos simplemente en términos de balanza comercial y su impacto en los mercados mundiales. Lo verdaderamente espectacular es la emergencia de China como la mayor superpotencia manufacturera que el mundo haya visto jamás.

Fuente: Geopoliticaleconomy

Al final, la primera fase del crecimiento de China a partir de la década de 1990 no fue más que el preludio. El crecimiento en ese periodo estuvo impulsado por una combinación de industria muy pesada —carbón, acero, cemento— y manufactura ligera. La actual ola de expansión industrial es más tecnológica y está convirtiendo a China en la única economía del mundo que cuenta con las habilidades, la capacidad y la mano de obra necesarias para fabricar prácticamente cualquier cosa, desde textiles baratos hasta aviones de combate y microchips. La demanda de exportaciones es importante para la industria manufacturera china, pero desde la crisis de 2008 ha sido la demanda interna la que ha constituido el pilar fundamental. Solo desde la COVID ha resurgido la demanda del resto del mundo como una fuerza importante para la expansión.

Como señaló Tim Cook, cualquiera que piense que un fabricante como Apple ubica su cadena de suministro en China porque la mano de obra es barata, no entiende la fabricación. Apple está en China por la red de productores con los que puede colaborar allí.

Esto se debe en parte a la política. El ejemplo más notorio es el programa «Made in China», lanzado en 2015. Pero también es un proceso autosostenible de desarrollo económico regional, familiar en las economías en red y los distritos industriales de todo el mundo. A la escala en que está ocurriendo en China, también refleja la espectacular expansión de la educación técnica y superior en las disciplinas STEM, que se observa tanto dentro de la propia China como en el enorme flujo de estudiantes chinos que estudian en el extranjero, sobre todo en programas STEM. También marca una diferencia significativa entre China y su gran competidor asiático, la India, que ha puesto mucho menos énfasis en la educación técnica.

Fuente: WID

Por supuesto, la macroeconomía es fundamental para decidir el desequilibrio entre las exportaciones y las importaciones. Un enorme superávit comercial es señal de una demanda interna insuficiente. Pero incluso si se abordaran esos desequilibrios por ambas partes —aumento de la demanda de los consumidores en China y reducción del consumo en Estados Unidos—, como mucho se desviaría marginalmente el actual desplazamiento de la producción hacia China.

IV.- Ningún sector muestra estas tendencias de forma más espectacular que el de las nuevas energías, en el que el dominio chino es enorme. Y es precisamente este sector el que nos lleva a la última cuestión que debería ocupar el primer lugar en la agenda de política macroeconómica: la deflación.

En contra de la tendencia mundial, China lleva cinco años coqueteando con la deflación. Los precios están bajando o apenas suben.

La deflación es peligrosa para la economía tanto en su forma aguda y repentina, como durante la Gran Depresión de los años treinta, como en su variedad lenta y arraigada, como ha demostrado Japón desde los años noventa. Fundamentalmente, la caída de los precios, aunque es buena para los consumidores y puede considerarse un signo de «competitividad», va desplazando progresivamente los términos del intercambio en detrimento de los productores. Esto tiende a hacer cada vez menos atractivas las nuevas inversiones, sobre todo si deben financiarse con préstamos, cuyas deudas aumentarán en términos reales a medida que bajen los precios. Mientras tanto, los consumidores empiezan a esperar nuevas bajadas de precios y aplazan sus gastos hasta el último momento. Acumular efectivo, cuyo valor aumenta a medida que bajan los precios, se convierte en la inversión más segura.

La respuesta obvia a la deflación para un macroeconomista es, una vez más, impulsar la demanda agregada y aplicar los estímulos adecuados, dirigidos a los hogares para aumentar el consumo, en lugar de a la inversión, que solo tenderá a aumentar el exceso de capacidad.

En cambio, el Gobierno chino ha respondido a los crecientes indicios de deflación con un discurso cada vez más agitado sobre la necesidad de regular la competencia excesiva. El ejemplo más claro de esta competencia «excesiva», especialmente para los comentarios periodísticos —aquí el término «gancho» es realmente apropiado—, es la industria china de vehículos eléctricos. BYD, líder mundial, ha sorprendido recientemente a la competencia con la presentación de un nuevo modelo básico, el Seagull, al que está aplicando descuentos a precios sin precedentes.

A los macroeconomistas no les gusta mezclar cuestiones de demanda agregada e inflación/deflación con las decisiones empresariales sobre los precios. Y frenar los esfuerzos de BYD por aplastar a la competencia no va a acabar con el riesgo inflacionista de la economía china. Pero es igualmente evidente que, para que haya inflación, alguien tiene que bajar los precios, y para detener la deflación hay que convencer a las empresas de que no sigan bajándolos.

Si pensamos en un pequeño y valiente vehículo eléctrico con un precio de alrededor de 10 000 dólares como el Model T de Ford del siglo XXI, las cuestiones a las que se enfrentan los responsables políticos, los líderes empresariales y la sociedad en general en China pueden considerarse análogas al cambio de rumbo que experimentaron las economías europea y estadounidense a principios del siglo XX con la llegada del consumismo basado en la producción en masa. En cuanto a la política macroeconómica, la cuestión es cómo garantizar una demanda agregada suficiente para que el enorme potencial de las nuevas tecnologías manufactureras no se convierta en una maldición, sino en un medio para impulsar un crecimiento económico sostenible. ¿Cómo puede China evitar que las milagrosas y devastadoras perturbaciones de la oferta agraven la presión deflacionista? ¿Cómo puede evitar que el nuevo sector energético, que está cambiando el mundo, entre en una espiral deflacionista descendente?

¿Cómo pueden las ciudades y los gobiernos provinciales de China reiniciar el proceso de urbanización de una manera más inclusiva y sostenible? ¿Cómo puede la economía china seguir reequilibrándose, alejándose del crecimiento impulsado por la industria pesada y la construcción, y poniendo mayor énfasis en la reproducción social, los cuidados y un concepto más amplio del bienestar?

Ya sea desde arriba hacia abajo o desde abajo hacia arriba, la pregunta más básica que queda por responder es qué nuevo significado dar al «sueño chino», especialmente para los jóvenes de veintitantos años, que de otro modo corren el riesgo de convertirse en una «generación perdida». En este sentido, la revolución de los vehículos eléctricos liderada por China en la década de 2020 también es significativa. Entre los jóvenes, tanto los más liberales como los más nacionalistas, los vehículos eléctricos se consideran un símbolo de la modernidad líder en el mundo de China.

V.- Este ensayo ha sido una marcha forzada, cuyo objetivo es conectar cuatro puntos de interés común sobre la situación macroeconómica de China —el sector inmobiliario, el desempleo juvenil, la balanza comercial y la deflación— con cuestiones más amplias de la historia y el desarrollo recientes de China. Hacer justicia a cualquiera de estos temas requeriría mucho más espacio y muchos más conocimientos de los que dispongo. Mi objetivo aquí es simplemente demostrar el valor de este tipo de enfoque. Mi objetivo es alertarnos sobre los momentos en que la calidad se aplana en cantidad —cuando la «urbanización de cientos de millones que cambia el mundo» se redefine como nada más que un boom inmobiliario— y sugerir la posibilidad de narrativas diferentes. El objetivo es permitirnos ver más allá de los esquemas macroeconómicos, hasta las fuerzas más específicas históricamente y, en última instancia, más poderosas que están en juego.

No soy original al sugerir esto. Es precisamente lo que debe hacer una buena historia y un buen análisis social crítico cuando se enfrenta a las limitaciones de los conceptos macroeconómicos familiares. En este caso concreto, estoy en deuda con el trabajo de Lan Xiaohuan, de la Universidad de Fudan, cuyo libro How China Works: An Introduction to China’s State-led Economic Development ofrece una fascinante perspectiva desarrollista de la historia económica reciente de China.

Pero uno de los atractivos de este enfoque es que nos permite escuchar —escuchar de verdad— cómo describen los chinos su propia situación. China insiste en referirse a sí misma como «en desarrollo» y en el «desarrollo» como el objetivo clave de su política. La expresión 发展 (fāzhǎn) aparece repetidamente en los nombres de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, el centro de facto de la planificación china, y del Consejo de Investigación para el Desarrollo del Consejo de Estado.

Con demasiada frecuencia, la cuestión de si China debe considerarse una «economía en desarrollo» se trata como una cuestión de astucia barata. Los críticos occidentales alegan que China elude sus responsabilidades al insistir en su condición de país en desarrollo. Pero, dejando de lado las trivialidades, como he argumentado aquí, la cuestión es en realidad fundamental. China es una sociedad enorme y compleja, con un régimen poderoso que está atravesando el proceso de cambio socioeconómico más dramático de la historia mundial. Describir este proceso en curso como uno de desarrollo es, en todo caso, un eufemismo.

De hecho, la pregunta es por qué no aprendemos de los chinos. ¿No sería conveniente que las economías avanzadas occidentales se consideraran también «en desarrollo»? ¿O acaso la dificultad de hacerlo denota un revelador punto ciego? El desarrollo como concepto de cambio económico encarna una noción de exhaustividad, cambio cualitativo y propósito deliberado que supone un reto para las políticas de los países ricos. En Estados Unidos, la audaz visión del Green New Deal se redujo a la Ley de Reducción de la Inflación. Los aranceles de Trump y el Big Beautiful Bill son una parodia del nacionalismo económico. Lo mejor que pudo hacer la UE fue NextGen EU en 2020.

Como señaló Wang Yiwei, de la Academia de Pensamiento Xi Jinping de la Universidad Renmin, a The Economist.

El desarrollo es una «identidad política» permanente… La legitimidad del partido depende en parte de la riqueza que está por llegar. «Una vez que eres «avanzado», dice el Sr. Wang, estás en declive».

La franqueza es desarmante. Pero, ¿tiene Occidente realmente una respuesta?

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