Crónica de una lucha contra la tercerización

A muchas personas les puede parecer extraño, tal vez hasta incomprensible, que un trabajador decida sacrificar un día de trabajo o una mañana con su familia para subirse a un terraplén y exponerse ante la policía. Los ferroviarios tercerizados no hacen esto como pasatiempo, lo hacen porque se les acabó la paciencia.

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La hora pico casi llega a su fin y en la estación Palermo de la línea San Martín quedan ya pocos pasajeros, que bajan las escalinatas con cara de sueño y se dividen entre las avenidas Bullrich y Santa Fé. Arriba, en los andenes de Puente Pacífico, comienza un corte convocado por los trabajadores tercerizados del ferrocarril.

Se escucha un decidido «¡vamos!» que marca el comienzo de la medida. Una centena de trabajadores que visten el uniforme de prevención del ferrocarril baja lentamente del andén a las vías. Algunos lo hacen con facilidad; otros lo hacen por tramos, agarrándose de donde pueden para evitar caídas. Durante algunos minutos sólo se escuchan el rasgueo de las botas de trabajo sobre las piedras del terraplén.

Junto a los ferroviarios caminan trabajadores llegados de distintos lugares. Algunos llevan pecheras que marcan su filiación sindical. Entre ellos están la Corriente Sindical 18 de Diciembre y los agrupados en el SITRAREPA, el recientemente formado sindicato de los repartidores de Rappi y ¡Pedidos Ya!. Como los pasajeros que salen de la estación, los trabajadores y trabajadoras caminan con cara de sueño hacia el Puente. Cargan banderas celestes que reclaman el pase a planta permanente. Alguien ceba un mate mientras sortea las piedras con dificultad; a los costados se abre una peligrosa caída de varios metros hacia las avenidas.

Sólo un par de metros dura la marcha, que se detiene para plantar bandera de cara al Oeste. Un par de repartidoras del SITRAREPA distribuyen bombos, redoblantes y baquetas. Se ensaya el primer ritmo y se arma una ronda mientras un sol tímido de otoño se va levantando y borra el frío de las caras. Del interior de una mochila aparece una trompeta que le da vida a canciones con melodías futboleras y letras obreras. «Esta es la banda tercerizada, la que va a pasar a planta» se imprime sobre un himno de cancha. Las últimas caras de cansancio desaparecen mientras los trabajadores se agrupan alrededor de la batucada.

Son poco menos de las 10 de la mañana y la medida de fuerza convocada por los tercerizados acaba de comenzar. Por delante les queda una larga jornada de casi 6 horas marcada por la fuerza de quien lucha por su futuro, pero también por la tensión que genera la numerosa presencia policial.

«¿Qué pasó con el fantasma del despido? Ese juego ya no funciona conmigo»

A muchas personas les puede parecer extraño, tal vez hasta incomprensible, que un trabajador decida sacrificar un día de trabajo o una mañana con su familia para subirse a un terraplén y exponerse ante la policía. Los ferroviarios tercerizados no hacen esto como pasatiempo, lo hacen porque se les acabó la paciencia.

El trabajo ferroviario tiene fama de ser uno de los más estables del país. Tal vez por su larga historia en el país y por su rol fundamental en el transporte urbano, que trae todos los días cientos de miles de trabajadores a la Capital Federal. Al día de hoy, a pesar de la licuación salarial que genera la inflación, los trabajadores ferroviarios continúan siendo de los pocos que conservan plenos derechos laborales (estabilidad de contratación, obra social, jubilación).

Pero la historia es distinta para los trabajadores que se desempeñan como tercerizados. La mayoría cumple tareas de prevención sobre las formaciones, contratados por empresas como Comahue (línea San Martín) o MCM (línea Roca). A pesar de realizar las mismas tareas que un ferroviario de planta, los tercerizados cobran la mitad o un tercio de un sueldo ferroviario. Están expuestos a una mayor precariedad en lo que respecta a la estabilidad laboral o a despidos persecutorios. Y, además, no cuentan con la protección sindical de las burocracias que dominan los sindicatos ferroviarios y que han dejado a los tercerizados librados a su suerte.

Se trata de las mismas direcciones (aunque algunos nombres hayan cambiado) que protagonizaron el asesinato de Mariano Ferreyra allá por el 2010. En esa ocasión, la «bronca» de los sindicalistas había sido también contra los tercerizados que reclamaban el pase a planta. El asesinato de Mariano fue una clara muestra de qué fuertes intereses están detrás de la precarización de cientos de trabajadores.

A pesar de todos los peligros, los tercerizados decidieron una vez más llevar su reclamo a las vías. Ni el peligro policial, ni «el fantasma del despido» que siempre agitan los patrones han podido quebrar su determinación.

Una represión anunciada

Las primeras horas del corte transcurren bastante tranquilas. Ya es el mediodía y el sol empieza a dar calor. La trompeta y los bombos guían los ánimos del par de centenares de personas congregadas entre las banderas de los tercerizados y del SITRAREPA. Las repartidoras ponen a funcionar un megáfono y se comparten viejas y nuevas canciones. A pesar de los motivos urgentes del corte (salarios de pobreza y bolsillos que no aguantan la inflación), en el terraplén no hay caras largas. Los trabajadores le dan frente a la jornada con la energía de quien no exige más que lo que le corresponde.

Los cantos, como las banderas, piden por el pase a planta, un reclamo repetido en la Argentina desde la época menemista. El ferrocarril rioplatense tiene una larga historia de privatizaciones, despidos y tercerización. Pero también de resistencia.

Algunas letras ponen también el ojo en el otro «fantasma», el de la represión. Con el correr de las horas, ese fantasma se hace cada vez más presente.

Los efectivos policiales están presentes desde primera hora. Algunos recorren cada tanto el terraplén, llevando y trayendo órdenes o hablando por handy con cara de pocos amigos. Algunos permanecen en los andenes de la estación, pero el grupo más grande está ubicado del otro lado de las banderas, cortando el paso hacia el oeste sobre el Puente. Portan escudos y armas de las llamadas «anti – disturbios». Vistos desde arriba, los trabajadores están cercados.

Hacia las tres y media de la tarde se lanzan los primeros gases lacrimógenos. Pero la represión no estalla inesperadamente, sino que es organizada con previsión. Algunos minutos antes de los gases, el personal policial arma una línea de escudos frente a los trabajadores. «Tienen cinco minutos para desalojar o reprimimos», dice el ultimátum.

Pero la policía sabe que los tercerizados no se van a retirar de las vías. No es la primera vez que reciben amenazas, o que sufren incluso la represión policial. Una vez más, la determinación es más fuerte que el miedo.

Los tercerizados y las agrupaciones se paran de frente a la línea policial sin parar de cantar. Ven subir al terraplén, vaya uno a saber de dónde, una manguera hidrante y la policía se prepara. La orden de reprimir ya está dada. «Unidad de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode». Suena tal vez el último canto del día. Casi dos horas antes, los canales de televisión afines al gobierno anunciaban una supuesta orden para «detener a cientos de manifestantes».

Vuelan gases lacrimógenos que inundan el (nunca peor nominado) Puente Pacífico. Los efectivos de la Policía Federal avanzan escudados. La primera línea de los trabajadores recibe palazos a pesar de estar desarmados. Entre el gas que ciega la vista, la gente intenta no caerse mientras esquiva los palos. Cada uno busca al de al lado y retroceden todos juntos, con los ojos casi cerrados, esquivando la caída del terraplén. Algunos tienen la mala suerte de caer el otro lado de la fila policial. Tal vez sus compañeros no los ven, pero las cámaras televisivas muestran cómo son tomados por los efectivos policiales y lanzados hacia el borde del terraplén.

Mientras la Federal reparte palos y gases, los tercerizados descienden del andén a los tropezones. Los efectivos policiales ocupan las vías. Algunos periodistas se acercan al responsable del operativo, un comisario de bigotes gruesos que se niega a contestar una pregunta muy simple: «¿hay detenidos?». El comisario no lo dice, pero hay al menos uno, Emanuel Gómez. Las cámaras lo muestran esposado, todavía en las vías, a los pies de varios policías.

La jornada termina. Con el amanecer del nuevo día, aparece la noticia de la persecución política por parte de la empresa que quiere dejar «fuera de servicio» a los compañeros que reclamaban por sus derechos laborales. Una actitud antisidical y antidemocrática que no debe ser tolerada.  Esta lucha sigue hasta conseguir el pase a planta de todos los tercerizados..

 

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