En lo que va de 2025, la crisis ecológica demostró ser cada vez más imponente. Inundaciones, incendios forestales, sequías extremas y tormentas devastadoras no dieron tregua.
Esto no es casual. Como demuestran una creciente cantidad de informes sobre la crisis climática, los gobiernos capitalistas son incapaces de cumplir con las metas asumidas para contrarrestar la emisión de gases de efecto invernadero.
Según el informe sobre la brecha de producción 2025, el cual evalúa la diferencia entre la producción planificada de los gobiernos que firmaron el Acuerdo de París, los niveles de producción mundial y el objetivo de limitar el calentamiento global al 1,5°C (teniendo como límite la barrera de los 2°C respecto de los niveles pre-industriales), señala que actualmente nos encontramos un 120% más cerca de alcanzar dicho límite antes del 2030.
Esto se debe a que las estrategias de transición energética y el financiamiento de proyectos ambientalmente “sustentables” implementados por los países que suscribieron el acuerdo, están muy lejos de cumplir con las expectativas declaradas hace una década.
De hecho, la tendencia actual denota una duplicación en la extracción y el refinamiento de combustibles fósiles como el gas, petróleo y el carbón para el 2050. Esto implica que el aumento de temperaturas a nivel global supere la barrera de los 1,5°C y se acerque cada vez más a los 2°. De acuerdo a un artículo publicado por Climate & Capitalism:
“Para ser coherentes con el objetivo de limitar el calentamiento a 1,5 °C, la oferta y la demanda mundiales de carbón, petróleo y gas deben disminuir rápida y sustancialmente de aquí a mediados de siglo. Sin embargo, los aumentos estimados en los planes gubernamentales y las proyecciones conducirían a unos niveles de producción mundial en 2030 que serían un 500 %, un 31 % y un 92 % más altos para el carbón, el petróleo y el gas, respectivamente, que la mediana de la trayectoria compatible con 1,5 °C, y un 330 %, un 16 % y un 33 % más altos que la mediana de la trayectoria compatible con 2 °C.”
A este elemento alarmante, se le suma la incapacidad y la ineficiencia de las políticas “verdes” asociadas a la reducción de los gases de efecto invernadero. Ejemplo de ello, son los llamados bonos al carbono, la regulación de la contaminación de empresas, la transición energética y el financiamiento de proyectos asociados en países en desarrollo.
Tomemos el caso de Argentina, que cuenta con financiamiento de la UE para la producción de biocombustibles aplicados al agro. Esto potencia el desarrollo de una de las principales actividades extractivistas del país, la cual expande su frontera sobre los bosques y selvas, profundizando de esta manera la crisis ecológica. Además, no redunda en una reducción de las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero mucho más peligrosos.
También, podemos citar los casos de empresas de origen europeo que mudan su producción a la Argentina, pues aquí encuentran regulaciones más favorables para el volcado de contaminantes respecto de las que aplican en sus países de origen, así como también la apropiación y uso de recursos naturales como ríos y bosques. Por ejemplo, hasta agosto del presente, se desmontaron 35.000 hectáreas de monte nativo en la provincia de Santiago del Estero, debido al avance del agronegocio y la presión para extender la frontera agrícola.
Lo anterior refleja que el capitalismo es incapaz de contener su dinámica ecocida y, por tanto, su tendencia es hacia la profundización de la crisis ambiental y las catástrofes naturales serán cada vez más frecuentes y violentas. Por ello, la salida a la crisis ecológica es anticapitalista, pues es la única forma de planificar la producción en aras de restablecer el equilibrio metabólico entre la naturaleza y la sociedad, y no en función de los intereses de los capitalistas.




