
El pasado jueves 6 de octubre, la policía bonaerense volvió a protagonizar actos represivos en las inmediaciones del estadio Juan Carmelo Zerillo, en la ciudad de La Plata.
Miles de hinchas de Gimnasia de La Plata se dirigen al estadio de su club. Es jueves por la noche y está por comenzar un fin de semana largo. El lobo retrocedió algunos escalones en los últimos partidos, pero no se baja de la pelea por el campeonato faltando 5 fechas para su conclusión. El rival no es otro que Boca Juniors, que es puntero del campeonato. El clima es de fiesta, la cancha va a estar colmada y el encuentro es de suma importancia para todo el pueblo tripero. Con el estadio repleto, empieza el partido.
A los pocos minutos, el pánico invade una cancha nublada por los gases lacrimógenos. Se escuchan tiros desde la calle, pero aun así la gente busca salir de la cancha. Los portones de las tribunas están cerrados por alguna razón, se ve poco y a la gente le cuesta respirar. Hay gritos y corridas, y los medios empiezan a informar sobre “incidentes” en las inmediaciones.
No hubo incidentes. Lo que pasó es que se desató la policía bonaerense, montando un operativo represivo brutal que atacó directamente, en primer lugar, a los hinchas que no habían podido ingresar, y luego a las familias y los hinchas de Gimnasia de La Plata que, luego de abrirse paso entre los cordones policiales y las puertas cerradas, sólo buscaban huir del lugar lo antes posible. ¿El resultado? Cientos de heridos, entre ellos niños, personas mayores y un periodista; camarógrafo de Tyc Sports;varias internaciones, y una víctima fatal. César “Lolo” Regueiro se sumó a la larga lista de hinchas de fútbol muertos en manos de la policía, asesinados por el sólo hecho de haberse acercado a la cancha a ver a su equipo.
La policía de la provincia de Buenos Aires es uno, sino el peor, de los aparatos represivos de nuestro país. Son los constructores del inmenso circuito represivo que incluyó el Pozo de Banfield y el Infierno de Avellaneda, y que engendró a Wolk y Etchecolatz durante la última dictadura. Además, protagonizó muchos de los escándalos criminales y represivos de las décadas siguientes con la maldita policía, la masacre de Ramallo, el crimen de Cabezas, la desaparición y el asesinato de Luciano Arruga, entre muchos otros episodios.
Con este aparato represivo aún vigente llegamos a la actualidad, con un ministro provincial de seguridad ligado a los altos mandos del gobierno nacional, que marca su conducción de las fuerzas de seguridad con una voz fuerte y una impronta fascistoide. Sergio Berni comenzó su vida política participando de los levantamientos carapintadas contra el gobierno de Alfonsín, se acercó al kirchnerismo en la provincia de Santa Cruz durante los años 90’, donde utilizó sus conocimientos médicos para infiltrarse en la lucha de los mineros de Rio Turbio por salarios y condiciones de trabajo. En su actual mandato, hizo públicas sus arengas para la policía que dirige al comienzo de la cuarentena, siendo responsable de toda la posterior escalada represiva, que terminó con la desaparición forzada y el asesinato de Facundo Castro, y organizó el brutal desalojo con topadoras sobre las familias de Guernica.
El gobierno nacional no sólo sostiene a Berni en su cargo, sino que además fomenta avanzadas represivas a nivel nacional, como en los hechos ocurridos en Villa Mascardi, en la provincia de Río Negro. Con el mandato del ministro de seguridad nacional, Aníbal Fernández (responsable político del operativo represivo que causó la masacre de Avellaneda hace ya 20 años), la policía federal reprimió una comunidad mapuche, la desalojó de sus tierras y aún mantiene detenidas a muchas mujeres. Las mantienen incomunicadas y ya las trasladaron desde su lugar de detención hasta la cárcel de Ezeiza, configurando un nivel de maltrato y amedrentamiento represivo prohibido por múltiples tratados de Derechos Humanos.
El nivel de violencia impune ejercido por la justicia contra la comunidad originaria, y la brutal represión desplegada por la policía ayer en La Plata, hacen recordar los peores momentos de nuestra historia, y configuran una avanzada represiva alarmante para el conjunto de los sectores populares.Esta misma es llevada adelante por un gobierno atado a un acuerdo con el FMI, que demandará un brutal ajuste contra el conjunto de los trabajadores, que ya sufren a diario la pérdida de su nivel adquisitivo y el decaimiento de sus condiciones de vida.
El ministro Berni, luego de lo acontecido el jueves, rápidamente atinó a responsabilizar al club platense, acusando una aparente sobreventa de entradas (que fue rápidamente desmentida) que habría provocado que grandes grupos se quedasen afuera del estadio lleno, e iniciaran acciones violentas que provocaron la respuesta policial. Entre los relatos de las redes sociales, y la experiencia acumulada de los hinchas de fútbol, las cínicas mentiras del ministro no tardaron en caerse. La represión fue deliberada y brutal. Se tiraron gases lacrimógenos bajo las gradas que encerraron a los espectadores en una nube irrespirable. La gente, como pudo, buscó huir de la cancha sin perder a sus amigos y familiares, y al salir se encontró con un operativo policial que disparaba a todo lo que intentara alejarse del estadio.
Al día de hoy, solo el propio ministro y un puñado de periodistas, guiados a ultranza por la versión oficial, o por la visión comercial y antipopular del deporte, desvían la atención y toman la declaración ya desmentida de Berni, acusando al club de haber sobrevendido entradas y a los hinchas de haber generado incidentes, además de reafirmar la cínica mentira de que César Regueiro murió de un paro cardiorrespiratorio, como si no hubiera relación alguna entre lo acontecido en la cancha y su muerte. Ha sido la propia cultura del deporte, esa experiencia acumulada con las fuerzas policiales por parte de las hinchadas, la que logró que este cerco de mentiras se rompa. Atreverse a negar la actitud que siempre mostraron las fuerzas de seguridad frente al público de fútbol, sería como intentar tapar el sol con la mano. El propio ministro Berni habló, horas después de lo acontecido en La Plata, para responsabilizar al club por “sobrevender entradas”, y para seguir culpando al club con mentiras, utilizó una expresión muy particular: “yo reniego del fútbol por estas cosas”.
Por supuesto que el ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires, el responsable del aparato represivo que más terror ha causado sobre los trabajadores y los sectores populares en la historia de nuestro país, “reniega” del fútbol. El fútbol, en sus hinchadas y en las identidades que construye, tiene todos los elementos de lo que podemos denominar una “fiesta popular”. En los barrios más humildes, en las grandes masas obreras, en la juventud y en todos los sectores populares de nuestro país, el fútbol unifica y construye identidad, fomenta el encuentro, la comunidad y la organización, y genera, por sus características propias, encuentros entre distintos sectores de las masas.
Es después de todos estos elementos básicos, que entran todos los fenómenos como lo son la violencia, los discursos de odio, el machismo, entre tantos otros. Pero estos no son más que manifestaciones culturales de las contradicciones materiales que atraviesan al conjunto de las masas populares en su vida cotidiana, constantemente violentadas por un sistema desigual, que sostiene regímenes de explotación y opresión sobre las inmensas mayorías de la sociedad.
Todos estos fenómenos a veces se vuelven difíciles de comprender para muchos hinchas del deporte, y los lleva a sentir contradicciones ante las distintas manifestaciones que generan, como la violencia y los enfrentamientos entre las hinchadas y en los estadios. Pero lo cierto es que estos fenómenos muchas veces son provocados (en muchos casos de forma no lineal) por las múltiples formas que buscan los sectores más influyentes y corporativos del fútbol para sacarle ganancias y rédito económico a la fiesta popular.
En esos sectores, nos encontramos con empresarios de televisión y cualquier rubro que realice actividades relacionables al deporte, dirigentes, políticos que, en los niveles de comercialización y ganancias inimaginables que genera el deporte hoy por hoy, buscan transformarse auténticamente en los dueños del fútbol.
Para las empresas de televisión, para los dirigentes del fútbol y para los dueños del deporte, la renta está en la televisión, en la emisión masiva de los partidos y el comercio de artículos, en la venta directa de productos comerciales. Para ellos, la cancha, los cánticos, las hinchadas, las peñas, y todo lo que representa el fútbol en cada barriada popular de nuestro país y de muchísimos lugares del mundo, es folklore innecesario, incluso molesto. Son incontables ya las veces que estos sectores se dignan a reconocer abiertamente, o más bien reclamarle a los hinchas,que la apertura de los estadios es deficitaria para sus ganancias.
Para la burguesía, las grandes empresas y los dueños del deporte, las fiestas populares son un problema. El odio de clase y el miedo a las rebeliones revienta de rabia a estos sectores, al ver a los trabajadores y a las masas populares encontrarse y festejar en masa la identidad de su barrio, su pueblo o su lugar de trabajo.Quienes pretenden ser los dueños de todo no soportan ver a los desposeídos abrazarse y unirse para festejar. El capitalismo del siglo XXI demanda un mundo en donde los eventos masivos se ejecuten únicamente a través del consumo y el comercio.
Y es ahí donde ubicamos a la policía, los perros rabiosos del estado burgués, a imponer su orden y su poder donde, por momentos, casi pareciera que brota desde abajo. El aparato represivo muestra la peor de sus caras, que es la que busca acallar las necesidades y los deseos de las clases populares por medio del terror. Las fuerzas de seguridad imponen la violencia sobre los trabajadores, cambiando los límites y dejando en claro que, repentinamente, sólo por acercarte al espectáculo deportivo, podés ser golpeado, recibir un disparo de goma, o terminar respirando gases lacrimógenos e incluso perdiendo la vida. Así es como el estado burgués busca imponer su dominación, disciplinando a los trabajadores donde las políticas no alcanzan.
Entre el cansancio de las extensas y mal pagas jornadas laborales, la incertidumbre de no llegar a fin de mes y que no alcance el dinero, el miedo a perder sus trabajos ante las nuevas formas de precarización que avanzan en el mundo, ¿Qué les queda a los trabajadores y a los pueblos sin ese elemento tan característico y festivo del fútbol que es ir a la cancha?
A muchos hinchas del fútbol, estas situaciones los desgastan, los frustran y los desmoralizan. Sienten que esa fiesta que mantienen viva con su compromiso y esfuerzo, que incansablemente impulsan entre sus familiares, vecinos y amigos, se diluye en un mero producto comerciable, televisado y concentrado en pocas manos, y comienzan a alejarse.
Nuestro llamado no es a desligarse y soltar estos elementos tan ricos de identidad, sino a contradecir estos avances antipopulares dentro del deporte. Son los trabajadores los que deben reapropiarse de sus fiestas. El llamado es a los jóvenes y a los trabajadores futboleros, a los fanáticos y simpatizantes de clubes, a ocupar todos los espacios que se puedan ocupar alrededor del deporte. Es a nunca aflojar ni dejar de apostar por esas pasiones tan distintivas de nuestra clase. Es a contradecir y disputar contralos ejes comerciales y lucrativos de las autoridades modernas del fútbol.
Es también un aliento y un saludo para las mujeres y diversidades, a seguir copando las canchas y todos los espacios del fútbol con la lucha inclaudicable y la ejemplar rebeldía con las que ya han logrado enormes avances en nuestro país y en todo el mundo. No caben dudas de que es con esa lucha como seguirán apropiándose de cada vez más lugares en un deporte tradicionalmente machista. Debemos recordar que nadie hizo más esfuerzos para invisibilizar y aplastar sus luchas que esos mismos empresarios, dirigentes y dueños del fútbol (sectores entre los que, además de una misoginia orgánica, rige una lógica ultimatista del lucro: lo que no genera ganancias no debe existir).
El fútbol no se debe ignorar ni abandonar, hay que defender las formas de organización barrial y la identidad popular que de él nacen. El camino de la clase obrera con el fútbol es nutrir esa identidad con banderas, con colores y con organización desde abajo. Solo así, cuando las luchas lleguen a su punto más álgido, nuestra clase podrá reclamarlo y apropiárselo por completo, poniéndolo a total disposición de las inmensas mayorías, el día que demos vuelta la tortilla y la fiesta popular sea en un mundo sin explotación ni opresión.