
Para que esto fuera posible, y no sin dificultades, una coalición de unidad nacional, -apoyada por el propio Fondo Monetario Internacional, toda la patronal, y las diversas alas de dirigencia sindical tradicional- logró ponerse de acuerdo, con eje en el sector mayoritario del gobierno (Alberto Fernández y Massa), y atraer a la inmensa mayoría de Juntos por el Cambio para llevar adelante una votación mayoritaria (alrededor del 80% de la Cámara).
Con algunos chispazos mediante, es probable que el mismo escenario se produzca en el Senado (sin la izquierda y los liberales, que no poseen representación en esa Cámara), donde Cristina ya dio libertad de acción para los integrantes del bloque del Frente de Todos, con lo cual se espera una inclinación masiva al voto positivo.
En lo inmediato, la votación del acuerdo con el Fondo evita el abismo del default planteado para el 22 de marzo, dado la imposibilidad de pagar el vencimiento de deuda por 2.800 millones de dólares. Desde este punto de vista, la unidad nacional (un mecanismo burgués que funciona en momentos de graves crisis sociales o políticas) de los distintos bloques políticos, apoyados por todo el arco empresarial y sindical, logró acotar en lo inmediato la crisis política. Sin embargo, los problemas de fondo siguen pendientes.
Un freno al borde del abismo, que no resuelve las cuestiones de fondo
En el transcurso de la negociación con el FMI, el gobierno fue dejando como jirones a cada paso un nuevo reclamo: la extensión del periodo de pago, la baja de las sobretasas, el periodo de gracia; y así cada uno de los puntos que trataron de vender como “no negociables” para hacerlo más amigable a la población. Como ya explicamos en otro lado, el acuerdo es uno de liso y llano ajuste, con recorte de subsidios, objetivos de crecimiento económico muy modestos, alta inflación, etc[i].
La última carta de esta cruzada quijotesca fue intentar hacer votar un proyecto de ley que incluía tanto la firma del acuerdo como el plan económico con el que se iba a llevar adelante, y que en sus fundamentos incluía la denuncia al gobierno macrista por el endeudamiento. Ante el rechazo del kirchnerismo, la oposición se sintió fuerte para pedir la eliminación del punto 2 que incluía la Carta de Intención y el Memorándum de Entendimiento, y que se vote solo la autorización del acuerdo, objetivo que finalmente consiguió.
Hasta aquí, la escenificación del gran acuerdo, donde Alberto, Massa, y figuras de Juntos por el Cambio salen como grandes ganadores.
Sin embargo, con la probabilidad importante de que el acuerdo se ratifique en el Senado, los problemas para el gobierno volverán como un boomerang el día inmediatamente posterior. Porque si bien la votación de unidad nacional refleja la presión de la burguesía y el imperialismo, logrando aglutinar a la mayoría de los bloques, difícilmente esto se traduzca en la misma voluntad unitaria para aplicar el duro ajuste que el acuerdo implica. Y esto por dos motivos: por un lado, porque nadie quiere pagar el costo político del mismo. La oposición acompaña al gobierno hasta la puerta del cementerio, pero se prohíbe a si misma entrar, pensando horadarlo lo más posible de cara al 2023.
En segundo lugar, y como motivo más de fondo, hay matices fuertes entre las distintas facciones alrededor de la intensidad y los ritmos del ajuste. Sin ir más lejos, López Murphy votó en contra en Diputados argumentado que el plan económico no se va a cumplir, y arengando por un mayor ajuste. Del mismo modo, los liberfachos (aunque fueron prácticamente inaudibles sus posiciones) votaron en contra porque el ajuste es una “porquería” que recaería sobre el “sector privado” (los empresarios) en tanto no se ajusta la política. Mientras tanto, en medio de las votaciones, el gobierno impulsó la suba de retenciones a la harina y el aceite de soja en 2 puntos, para equipararlo al de las retenciones de la soja. Esta mínima medida, elemental ante el fuerte aumento de precios que estamos viviendo, levantó polvareda entre los productores, e incluso en la oposición, quienes llegaron a plantear levantar la sesión del Senado si no se retrocedía en la misma[ii].
Es que las condiciones sobre la que está planteado el acuerdo con el FMI, están envejeciendo demasiado rápido. La invasión de Rusia a Ucrania, en el marco de un conflicto interimperialista con la OTAN, está generando un desbarajuste generalizado sobre las variables económicas internacionales, cuyo efecto más inmediato es la suba de precios en las energías y los alimentos. Esto mete presión sobre una economía nacional que viene de largos años de batir records de inflación, mientras vivimos en tiempo real una escalada que da la sensación de que las mercancías no tienen precios. Si el dato inflacionario de febrero fue muy alto -del 4,7%-, el aumento del 11% de las naftas, con el consecuente traslado al resto de los productos, ya proyectan para marzo una inflación superior al 5%; y de más del 60% para el año, bien lejos de la estipulado en el acuerdo con el FMI que oscila entre el 38 y el 48%.
En este contexto de deterioro económico internacional generalizado, crisis política por arriba, y una inflación sin techo que opera como elemento dinamizador de la realidad, el gobierno logra anotarse un poroto importante al darle envergadura político-parlamentaria al acuerdo con el FMI. Sin embargo, la suma de problemas acumulados, le impiden respirar con tranquilidad. Todo sigue en el mismo lugar, y con el mismo grado de fragilidad que antes. Por el contrario, lo que tiene por delante es un fuerte ataque a las conquistas de los trabajadores.
El kirchnerismo: del posibilismo a la capitulación
La actuación del kirchnerismo en esta coyuntura deja mucha tela para cortar. Si el gesto de Máximo Kirchner de renunciar a la presidencia del bloque de Diputados abrió una crisis en el gobierno que lo obligó a tenderle una mano a la oposición para que saliera el acuerdo con el FMI; esta fuerza política fue incapaz de tomar alguna medida seria para oponerse al mismo. De hecho, nunca pasó de las palabras a los hechos ante lo que denuncian como “un acuerdo que no va a solucionar ninguno de los problemas estructurales de la economía argentina, sino que los va a agravar”.
El kirchnerismo está enredado en un juego verdaderamente difícil: ser opositor dentro de su propio gobierno, el mismo que Cristina construyó con sus manos, nombrando a Alberto Fernández como candidato presidencial, y aglutinando al resto del peronismo a su alrededor. Ser oficialismo y oposición en un contexto de vacas flacas y de medidas desagradables, es todo un desafío.
La épica del desendeudamiento que supieron construir, cuyo hito máximo fue el pago contante y sonante de Néstor Kirchner en el 2006 por la suma de 10.000 millones de dólares, es irrepetible en el actual contexto de sequía de divisas. Si durante la primera década del siglo se vivió un boom económico motorizado por el alto precio de las commoditties, lo que permitía tener superávit fiscal y comercial (y realizar determinadas concesiones para reabsorber la rebelión popular del 2001), hoy la situación se presenta dramáticamente distinta. Pero en esto, hay una lógica en la que los k son consecuentes: no está en sus concepciones ningún grado de ruptura con los organismos internacionales de crédito ni con la arquitectura desigual del imperialismo. Si hace 15 años la preocupación fue “comprar soberanía” desembolsando dólar sobre dólar que podría haber ido a inversión productiva en el país, hoy se limitan simplemente a proponer una “negociación más dura”, acusando a Guzmán y su equipo económico de ser demasiado condescendientes ante el FMI. “El problema no es firmar con el FMI, el problema es qué se firma”, dijeron rotundamente.
El único aspecto que realmente cuestionan del acuerdo está vinculado a las visitas trimestrales del Fondo para revisar las cuentas del país. No puede ser menos, dado el impacto del desembarco de 100 burócratas multinacionales que vienen a mirar número por número de la economía nacional, con la posibilidad de que, si no les gusta el ritmo del ajuste, puedan pedir medidas complementarias para llegar a los estándares previstos. Esto bajo la presión de que el incumplimiento pueda llevar a un default. Una verdadera pistola en la cabeza del país, que abre la economía a los diktats del Fondo, configurando una entrega de la soberanía como no se veía hace décadas en el país.
El posibilismo que llevan como marca de origen, se convirtió directamente en una capitulación política. No solamente por la actitud de Máximo Kirchner de no bajar a la sesión de Diputados (se limitó a votar en contra cuando la votación por la positiva estaba más que garantizada) ni que ningún diputado de La Cámpora haya tomado la palabra, sino que no movieron un pelo por fuera de estos gestos para cuestionar en algún grado este acuerdo escandaloso. La lógica de ir “por dentro de las instituciones” se choca contra la dura pared de la realidad impuesta por el FMI.
En fin, los gestos y posturas del kirchnerismo son un intento de preservación de cierto perfil “antiimperialista” para conservar a su base social (mirando de reojo la ubicación de la izquierda), sin apelar a poner un pie fuera de las instituciones; dejando de paso que se firme el acuerdo porque, al fin y al cabo, no hay plan alternativo.
La propuesta que están meneando de un nuevo “impuesto a la riqueza” por 10 años para que los grandes capitalistas aporten al pago de la deuda, van en el mismo sentido. Tan inconsecuente es la ubicación, que Pablo Carro, autor del proyecto ya adelantó que “sabemos que es difícil (que prospere el proyecto de ley), pero nuestro objetivo es poner este tema en discusión”.
Hay que oponerse al acuerdo y las medidas de ajuste
En este marco, la única fuerza política realmente cuestionadora del acuerdo con el FMI, es la izquierda. La misma cumplió un papel importante movilizando a la sesión de Diputados, y lo hará también en el Senado. Era una necesidad política mostrar una posición alternativa al relato de los partidos patronales y los grandes medios de comunicación. Desde este punto de vista, la izquierda estuvo a la altura de las circunstancias.
Si bien sabemos que hoy el rechazo al FMI es una posición minoritaria en la sociedad, la dinámica de la vida política y social del país, el deterioro de la economía, la “violencia” de las revisiones trimestrales del Fondo, etc., pueden hacer que esto cambie rápidamente. Es que si bien, en la conciencia de las mayorías populares, la idea de ruptura con el FMI aparece como demasiado “radical”, lo cierto es que no hay nadie que este realmente de acuerdo con las medidas de ajuste que conlleva. En esta contradicción, en esta “crisis latente”, es donde debe tallar la ubicación política de la izquierda.
Era fundamental plantar bandera contra el acuerdo, jugándonos a arrastrar a la mayor cantidad posible de sectores a la movilización. Aquí es donde entra el debate con las corrientes del FITU, con las que confluimos en el Espacio del Parque Lezama. Las mismas se negaron rotundamente a tener una posición que embrete y obligue a movilizar a distintos sectores que constituyen la base social del gobierno, resignándose a que la izquierda quede en “soledad” en la Plaza del Congreso (aunque reiteramos, era fundamental movilizar, y además mediáticamente tuvo mucha repercusión), y a que por elevación el acuerdo pase.
El Nuevo MAS sostuvo una posición distinta: derrotar el acuerdo con el Fondo y las duras medidas de ajuste que trae, necesita de sumar las más amplias fuerzas a la movilización. En el mismo sentido nos jugamos a movilizar con todo a la sesión de Diputados, siendo una de las fuerzas más dinámicas y militantes; y estando en la primera línea, sin caer en provocaciones, como en las jornadas del 14 y 18 de Diciembre de 2017 contra la reforma previsional del macrismo. Nuestra compañera Manuela Castañeira fue una de las figuras de la izquierda frente a los medios, peleando por una posición de ruptura con el FMI y para que no se cambie el eje de las discusiones ante los piedrazos en el Congreso.
Ante la eventualidad de la aprobación del acuerdo en el Senado, llamamos a los trabajadores, a la juventud, al movimiento feminista, y a todos aquellos que se vean afectados por las medidas a organizar una fuerte resistencia, planteando un no pago soberano de la deuda, y desarrollando un programa de medidas anticapitalistas para que el ajuste no caiga sobre nuestras cabezas.
[i] https://izquierdaweb.com/la-letra-chica-del-acuerdo-con-el-fmi/
[ii] Párrafo aparte merece la posición de la CGT. No solo las declaraciones de Caló alrededor de la cláusula del acuerdo que se pronuncia sobre extender la edad jubilatoria (“no hay cosa más linda que trabajar” dijo quien está atornillado a un sillón hace más de 30 años), sino el propio Daer que señaló que “es la primera vez en la historia de las discusiones con el Fondo que un acuerdo no se hace con el lomo de los derechos de los trabajadores”. No por sabido, es menos escandaloso.