Traducción del inglés e introducción: Federico Dertaube. Leer la Primera parte.
La Tendencia Psicológica en la Economía Política reciente (Conrad Schmidt,1892)
II
Ya hemos visto que la escuela psicológica de economía erra en su análisis porque pasa por alto los factores psicológicos que son realmente relevantes para el intercambio mercantil. Si ese no fuera el caso, inmediatamente se convencerían, por el argumento que acabamos de desarrollar, de que la motivación psicológica para el intercambio revela más bien la existencia de una ley objetiva del valor en vez refutarla, como ellos dicen. Sin embargo, esa sería solo una refutación indirecta de la teoría de la utilidad marginal. Dado el significado epocal que sus partidarios le atribuyen a su teoría, el desprecio con el que tratan todos los logros de la economía clásica -un desprecio que solo encuentra su contraparte en el respeto y admiración por sus propios logros- y la relativa gran popularidad de la escuela, parecería tal vez poco modesto ajustar cuentas indirectamente con la teoría de la utilidad marginal de esta sumaria manera.
Hemos dejado el concepto de utilidad marginal completamente de lado en nuestra psicológica derivación del valor de cambio, aún cuando debería ser, según asegura toda esta escuela, el único principio de todos los juicios de valor y por lo tanto del valor de cambio de los bienes. Veamos ahora si el valor de cambio derivado del principio de la utilidad marginal en una sociedad productora de mercancías es, no diré correcta, sino solo imaginable. Si no lo es, ¿qué apariencia podrían sus apóstoles invocar?
La primera cuestión es si, en una sociedad productora de mercancías, la derivación del valor de cambio de los bienes del principio de la utilidad marginal es siquiera posible. La utilidad marginal de los bienes debería ser calculada, como hemos visto, acorde con la última satisfacción de necesidades proveída por ellos. Un sujeto que quiere valuar sus bienes acorde con el principio de la utilidad marginal debería por lo tanto -tal es la presuposición- tener en su posición cierta existencia de bienes que sirvan para la satisfacción de necesidades. Pero la precondición para la valuación [de bienes], sobre las bases de la utilidad marginal, no existen en absoluto en una sociedad productora de mercancías. Los bienes que el productor intercambia son producidos para el mercado; no los consume él mismo (y usualmente no puede). Sus bienes, producidos para el mercado, así no le ofrecen, como tales, ni satisfacción de necesidades ni utilidad marginal. Por lo tanto, no hay para él ninguna posibilidad de valuarlos acorde con su utilidad marginal, que deberían determinar su valor de cambio. En una sociedad productora de mercancías, la utilidad marginal, así concebida, es, como principio del valor, nada más que una mera contradicción en sus términos.
Si asumimos, en vez de un intercambio directo de bienes, un intercambio mediado por el dinero, en el que las partes contratantes se enfrentan una a la otra no como dos poseedores de mercancías sino como poseedor de dinero y poseedor de mercancía, como comprador y vendedor, esto no cambia absolutamente nada en favor de la teoría de la utilidad marginal. La existencia de mercancías del vendedor es tan poca cosa para su satisfacción inmediata de necesidades de su dueño como lo es la provisión de dinero para el comprador. Por lo tanto, la unidad de mercancía del vendedor puede ser valuada acorde con la teoría de la utilidad marginal tan poco como puede serlo la unidad monetaria del comprador.
Pero el dinero no provee directamente ninguna satisfacción de necesidades, los medios de existencia comprador con él lo hacen. Así, un subterfugio parece haberse presentado a sí mismo: incluso si el comprador no puede valuar su dinero acorde con la teoría de la utilidad marginal, aún así los bienes comprados con ese dinero pueden ser así valuados, y más o menos ser pagados por ello de manera acorde. Pero para que los bienes sean valuados por ese sujeto acorde con la teoría de la utilidad marginal, debemos asumir -repito- que la persona en consideración ya posee una existencia de esos bienes[16]. Y solo puede tenerlo, sin embargo, si la compró, y solo podría haberlo hecho a un precio fijo. La posesión de una existencia de bienes, de la cual los teóricos de la utilidad marginal deben comenzar en orden de explicar el valor de cambio y los precios de los bienes, presupone lo que debería ser explicado, a saber, el precio de los bienes.
Quieren evadir estas imposibilidades reemplazando a los individuos por las masas. Los bienes, que se acumulan en las manos de los vendedores, confrontan con la masa de consumidores. Cada uno de estos consumidores necesita bienes, y la multiplicidad de esas necesidades será al menos parcialmente satisfecha por esos bienes a las manos de los consumidores a través de la compra. Tal y como los individuos tienen diferentes rangos de necesidades, así también las masas. La escuela psicológica parte de aquí. Entre todas esos rangos de necesidades finalmente satisfechas por los bienes, una debe ser la más baja. El más bajo rango de necesidades es la utilidad marginal que los bienes de este tipo tienen para la sociedad, y es el que en última instancia determina los valores de cambio de las mercancías. La prueba: en general, el precio de los productos es más bajo mientras mayor es su número, y más alto mientras menos de estos productos haya disponible. «Mientras más bienes individuales de cualquier clase haya, más completamente pueden los deseos a los que están relacionados ser satisfechos, y los menos importantes son los deseos que son satisfechos al final -aquellos cuya satisfacción corre peligro por la falta de uno de esos bienes. En otras palabras, mientras más bienes individuales de cualquier clase haya disponibles, más pequeña es la utilidad marginal que determina su valor»[17]. Así es como explica la escuela psicológica el a primera vista llamativo fenómeno de que cosas relativamente inútiles pueden tener un muy alto valor, mientras cosas muy útiles pueden tener un muy pequeño valor.
Esta evidencia solo prueba que la imaginación de los teóricos de la utilidad marginal hace a los hechos económicos lo que algunas famosas fantasías hicieron con la historia del mundo. Los hechos tenían que ser dados a luz en un orden cuando estaban frente a un cabo prusiano, y ponerse cabeza abajo con una palabra de mando. Por supuesto, los productos baratos no son baratos porque estén disponibles a granel, sino más bien que están disponibles a granel porque son baratos[18]. La mayoría de la gente en la sociedad moderna son pobres diablos que solo pueden comprar los más baratos bienes de consumo. Las mercancías más baratas son así, precisamente porque son baratos, los que tienen más demanda, y por lo tanto también son los que son más producidos en masa. Deducir su baratura de su cantidad es confundir causa y efecto.
Pero más allá de esta conclusión desafortunada, el argumento es insostenible en sí mismo. La utilidad marginal estaba determinada por el último rango de necesidades satisfechas por una existencia de bienes a disposición del sujeto. Pero aún si reemplazamos individuos por masas, no debemos olvidar que esa gente (la totalidad de los consumidores) en realidad no tienen una existencia de bienes disponible, y que la precondición para una valuación directa de la utilidad marginal [de los bienes] está por lo tanto ausente para las masas como lo estaba para los individuos en una sociedad productora de mercancías. La existencia de bienes debe primero ser adquirida a través de la compra. Si los precios pagados por esta compra fueran gobernados por el principio de la utilidad marginal, uno necesitaría asumir que el nivel de los precios es determinado por el último rango de necesidades satisfechas por esos bienes después de que llegaron a manos de los consumidores -o, para darle otro nombre, por la estimada utilidad marginal social. Pero esto es de nuevo absurdo.
Asumamos que la cosecha de granos fue mala y que la cantidad de pan ofrecido en venta en la sociedad fue correspondientemente reducido en cierto porcentaje. Acorde con la ley de la oferta y la demanda, el precio del pan subirá. ¿Por qué? Los teóricos de la utilidad marginal dicen: porque la utilidad marginal social estimada del pan habrá aumentado. Dado que la cantidad de pan fue reducida, solo una más pequeña cantidad de necesidades que la normal puede ser satisfecha. Acorde con la teoría de la utilidad marginal, la relativamente más innecesaria satisfacción de necesidades será por lo tanto discontinuada, además aumentando la estimación social de la utilidad marginal [del pan], y este aumento [en su utilidad marginal] sería la causa del aumento de su precio. Pero lo que en la realidad es discontinuado [en este ejemplo] no es la relativamente más innecesaria satisfacción de necesidades sino parte de las más urgentemente sentidas satisfacción de necesidades de los más pobres, que ya no pueden comprar [pan] en la misma cantidad por el incremento de los precios. El consumo de pan y, si se quiere, el desperdicio de pan de los propietarios, por otro lado, no será modificada en lo más mínimo. Las más menos urgentes necesidades serán satisfechas como antes; la estimación social de la utilidad marginal permanece entonces incambiada, mientras los precios varían. La suposición de que la estimación social de la utilidad marginal [de los bienes] puede ser la causa de la variación de los precios y, por lo tanto, de la determinación de los precios es por lo tanto insostenible.
Resulta así que los psicólogos, que transfieren el concepto de utilidad marginal de los individuos que poseen una existencia de bienes a la clase de los compradores que primero compran una existencia en el intercambio, no han conseguido absolutamente nada. El problema del valor de cambio desafía todos esos esfuerzos. Creen, incidentalmente, que de esta manera su doctrina puede ser armonizada con la teoría que explica el valor de cambio por la relación entre oferta y demanda y que, en efecto, pueden probar su teoría por ser una consecuencia de su más amplio principio general. Aparte del hecho de que la oferta y demanda solo explican las fluctuaciones de los precios y no los precios mismos, y que por lo tanto incluso una matrimonio felizmente logrado entre ambas teorías solo prueba que dos errores diferentes se llevan bien juntos, está claro que incluso que este matrimonio también ha fallado. Porque más allá de lo que uno pueda decir sobre a los doctrinarios de la oferta y la demanda, al menos ellos no suelen olvidar que no la demanda per se, sino solo la demanda efectiva puede tener alguna influencia en la determinación de los precios. Pero si una demanda es solvente no depende, como el ejemplo arriba mencionado ilustra claramente, bajo ningún punto de vista de la intensidad de las necesidades subjetivas, sino en primer lugar del ingreso monetario de los compradores. Las necesidades, como tales, son absolutamente indiferentes en la formación de los precios. Solo cuando se pueden legitimar a través del dinero es que cuentan. Por lo tanto, la necesidad subjetiva, en la forma de la doctrina de la utilidad marginal, no pueden posiblemente ser el principio regulador de los precios. La doctrina de la utilidad marginal, que se da a sí misma los aires de ser una filosófica profundización de la teoría de la oferta y la demanda, no se ha siquiera acercado a la última en la explicación del fenómeno de los precios.
¿Pero cómo era posible -y esto nos lleva a nuestro problema final- para una teoría tan obviamente en contradicción con todos los hechos de la vida económica tener tal impacto? Esto se debe a una deslumbrante, desconcertante quid pro quo. Me parece a mi que se puede explicar su fuerza del hecho de que la utilidad marginal es, si no el principio de la regulación de los precios, la norma acorde con la cual el comprador de las mercancías categoriza [einteilt: organiza, divide en tipos] su ingreso monetario. Aunque el dinero no tiene un valor de uso directo para su poseedor, sí tiene valor de uso para él como medio de intercambio, porque le da los bienes que quiere en orden de satisfacer sus necesidades. La utilidad del dinero, como medio de intercambio, está generalmente determinado acorde al volumen de bienes que pueden ser comprados con él. Además, está claro que incluso esta aplicación de la concepción de utilidad de la escuela mengeriana no tiene ningún uso, pues el nivel de los precios de las mercancías que debía ser explicado está aquí asumido como dado. Si la utilidad del dinero depende sí de los bienes que pueden ser comprados con él, la cantidad de bienes que pueden ser comprados depende de nuevo de sus precios.
Ahora, si el dinero tiene una utilidad acorde con la satisfacción de necesidades conseguida con él, se sigue que el concepto de utilidad marginal debe ser aplicable a él. Si uno gasta dinero para la compra de ciertos bienes, el rango de necesidades satisfecho por la última unidad mercantil decrecerá sostenidamente con al crecimiento de la existencia de bienes, y finalmente se llegará a un punto en el que más dinero gastado en bienes de este tipo ya no valdrá la pena para el sujeto, y el dinero restante por lo tanto será usado para satisfacer otras necesidades. La última, relativamente más innecesaria, satisfacción de bienes conseguida gastando una unidad monetaria en la compra de una cierta clase de bienes es la relativamente más débil satisfacción de necesidades, la utilidad marginal que la unidad monetaria tiene al ser usada para ese propósito. Generalmente hablando, la siguiente ley sostiene: todo el mundo sucesivamente invertirá unidades monetarias en la compra de un tipo específico de bienes solo mientras la satisfacción de necesidades (utilidad marginal) alcanzada por la última unidad monetaria es más grande que el efecto de utilidad obtenido a través de un gasto alternativo de esa unidad. Esta ley, formulada en la jerga de la teoría de la utilidad marginal, es simplemente la expresión precisa de la verdad auto-evidente de que todos, al gastar su dinero, buscan satisfacer su sistema de necesidades lo más perfectamente posible. Se aplica en todos lados y determina a todos, no importa que clase de bienes compra o cuántos de ellos. Tanto el ahorrador como el derrochador están sujetos a ella.
Esa es la razón por la que la teoría de la utilidad marginal pareciera ser tan natural y clara. Y en efecto lo sería, si se hubiera puesto así misma el inmediatamente más modesto objetivo de encontrar una fórmula acorde a la cual, dados ciertos precios mercantiles, el individuo categoriza su ingreso monetario. Porque -y esto no debería ser olvidado- la precondición para la utilidad y la utilidad marginal del dinero, sobre las que piensa el individuo cuando lo gasta, es que los precios monetarios de los bienes tengan una bien sabida magnitud dada. El error y la contradicción insalvable [de la teoría de la utilidad marginal] empieza tan pronto uno quiere deducir el precio de los bienes, dados por la consideración de su utilidad marginal [Grenznutzüberlegung], de la consideración de la utilidad marginal misma.
Uno puede hablar en última instancia sobre la teoría de la utilidad marginal de una unidad monetaria en un doble sentido. Un significado refiere a un tipo específico de necesidad que ha de ser satisfecho por el gasto monetario. La última, relativamente más innecesaria satisfacción de esta necesidad, proveída por el gasto de una unidad monetaria, indica la utilidad marginal de esta unidad, a saber, de la unidad monetaria gastada en la satisfacción de esta necesidad específica. La utilidad marginal de una unidad monetaria ha sido hasta ahora mencionada en este sentido específico. Del otro lado, uno puede ignorar las diferencia entre los diferentes tipos de necesidades en los que el dinero fue gastado, y designar la utilidad marginal que una unidad monetaria, como tal, tiene para el sujeto, como la absolutamente innecesaria y más dispensable satisfacción de necesidades que el sujeto obtiene a través del gasto de una unidad monetaria. El concepto de la utilidad marginal del dinero es tomada, en este caso, en su sentido más general, sin importar un específico, dado tipo de necesidad. Se puede decir desde este punto de vista que la utilidad marginal de una unidad monetaria debe ser diferente, dependiendo de la magnitud de los ingresos que uno tiene; más aún, [será] más alto mientras más bajo sea el ingreso, y más bajo mientras más alto el ingreso. ¡Por supuesto! Una pieza de cincuenta centavos en las manos de un trabajador tiene un significado diferente que [la misma moneda] en las manos de un rentista. La razón es obvia: porque el ingreso de un trabajador solo basta para satisfacer muy imperfectamente sus necesidades, mientras el del rentista satisface sus propias necesidades perfectamente en comparación. La última, comparativamente más innecesaria satisfacción de necesidades que el trabajador obtiene de con 50 centavos es por mucho más importante para él que la más innecesaria satisfacción de necesidades que el rentista obtiene con el mismo gasto de dinero. Eso no lo discute nadie. Pero solo se concluye de esto que que el trabajador compra para sí mismo otros medios de consumo que el rentista porque, como resultado de la desigualdad de ingresos monetarios, la división y el uso del dinero será diferente. El trabajador limitará sus necesidades y por lo tanto comprará mercancías baratas, mientras el rentista, que se las puede costear, compra mercancías más caras. Pero esta muy auto-evidente afirmación de hecho es totalmente irrelevante para la explicación de los valores de cambio de las mercancías y la formación de precios. Porque es seguramente obvio que las mercancías demandadas por los trabajadores no son baratas porque los trabajadores las compran sino que, por el contrario, los trabajadores demandan mercancías de un cierto tipo porque son baratas. Su más bajo valor de cambio, o su baratura, no está en lo más mínimo determinado por las circunstancias personales de los consumidores que compran, sino por la relativamente pequeña cantidad de trabajo con la que son manufacturados. El gran descubrimiento de que una unidad monetaria dada, dependiendo del ingreso monetario de su poseedor, representa una mayor o menor utilidad marginal es por lo tanto tan correcta como inmaterial, pues es auto-evidente y completamente indiferente para explicar el fenómeno de los valores de cambio.
Al estimar el valor de su dinero como [lo hace] en su distribución, el sujeto por lo tanto realmente siempre emplea consideraciones de utilidad marginal. Toda la apariencia de naturalidad, que superficialmente la explicación de la magnitud del valor de cambio por el principio de la utilidad marginal tiene, proviene de este simple pero completamente irrelevante, para la determinación de los valores de cambio, hecho; este es el popular quid pro quo operando en el trasfondo, que ha hecho a la fortuna de la teoría de la utilidad marginal, que toda su psicología nunca va más allá del unilateral punto de vista del consumidor. Ejerce su poder de abstracción al abstraer de todos los factores psicológicos esenciales subyacentes más allá de esta unilateral posición, que son los que en la realidad determinan el valor de cambio de los bienes. Una vez que estos factores son tenidos en cuenta, la existencia de una ley objetiva del valor se nos aparece no solo como posible sino necesaria. Pero la creencia que ha sido desafiada en orden de conjurar las verdades filosóficas de la psicología emergen de la corte de apelaciones con más firmeza. Sigue siendo la más firme e importante tarea de la ciencia económica investigar [el fenómeno económico] acorde con una objetiva ley del valor controlando la formación de precios, no solo en la simple sino en la capitalista producción de mercancías. El hecho de que solo una persona ha avanzado en esa tarea desde la muerte de Ricardo, y que esa persona es Marx, cuya crítica teórico-económica ha desplegado en la más profunda crítica social, sin duda no hacen más válidos los contraargumentos de la escuela psicológica. Pero es, acorde con el principio de la valuación psicológica, un factor que explica por qué la utilidad marginal de esos argumentos, y con ella su valor subjetivo y de mercado, se ha incrementado considerablemente.
[16] [Los teóricos marginalistas replicarían que el individuo ha consumido esos bienes en el pasado y recordaría sus juidios previos sobre su utilidad relativa. Si los bienes no han sido consumidos en el pasado, el individuo estimaría subjetivamente la utilidad esperada. En una economía capitalista moderna, el objetivo mismo de la propaganda al consumidor (la industria de la publicidad) sirve para predeterminar esos juicios].
[17] Böhm-Bawerk 1891, p. 152.
[18] No tengo en cuenta, como en todos lados, los monopolios de bienes que son de importancia secundaria para la economía política.