Se empieza a discutir quien debe gobernar

La incertidumbre sobre el futuro inmediato y el paroxismo de las peleas por arriba dominan el clima político del país.

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En el borde del abismo en el que se encuentra el gobierno se concentran “dos mundos”: hacia el precipicio y hacia la “planicie”.

Hacia el precipicio: un mundo que amenaza con llevarse puesto a todos, donde asoman la ruptura de la estabilidad institucional, el impasse de gobernabilidad, la explosión del ánimo social, la reaparición de la plaza –de la calle- como vía de acceso a la política para las amplias masas, el “vacío” de poder, el choque de fuerzas sociales y la disputa por quién debe gobernar el país.

Hacia la “planicie”, a la que se aferra todo el personal del régimen político, en primer lugar el gobierno:una ininterrumpida acumulación de elementos de crisis, los “restos” de gobernabilidad que permiten hoy la continuidad del gobierno pero sin los atributos para convertir los mandatos políticos en hechos concretos, el ajuste vía inflación(pero no por la vía ortodoxa que exige FMI y cualquier intento serio de cumplir con el acuerdo)y un 2023 a la espera de una transición incierta pero ordenada…

En el margen de terreno entre el borde y el abismo afloran, como una anticipación de un futuro probable, las grandes preguntas sobre Argentina: ¿Es este un país burguesamente viable desde el centro político (en el cual incluimos-salvando las evidentes diferencias- al Frente de Todos y Juntos)? ¿Puede el ya fracasado proyecto macrista dar esta vez, sea bajo la máscara de Larreta o Bullrich (o el mismo Macri), el zarpazo que requiere un giro neoliberal para cumplir con el Fondo? ¿Puede acaso el fracasado gobierno Todista, incluso bajo una reconfiguración que devuelva su peso al kirchnerismo o lo contrario –es decir, dejarlos realmente afuera-, reencaminar el rumbo burgués del país y pagar al FMI, a la vez que contentar a los capitalistas y a los trabajadores? ¿O será por caso que las salidas “centristas” muestran signos de agotamiento y abren lugar, aún de manera figurada, a las soluciones desde los extremos políticos?

Desde luego, estamos lejos de aspirar a ser oráculos de la izquierda que pronostican escenarios y desenlaces como si de eso se tratara ser socialistas revolucionarios. Es una formación política de la cual otros han hecho uso y abuso al punto del hartazgo y de la que nosotros no somos parte.

Es claro que hoy, aún con los elementos de crisis irresueltos y largamente postergados, el gobierno logra de momento no desbarrancar definitivamente. Se mantiene en un inestable equilibrio a base de un férreo apoyo de las burocracias sindicales que enchalecan al movimiento obrero y de migajas para la contención social de los trabajadores informales-y jubilados- que le garantizan los movimientos sociales afines. La foto es sobre la planicie; pero la película luce mucho más incierta.

Pero incluso si finalmente se cumple el sueño de los políticos del establishment de un final agónico pero feliz con elecciones presidenciales dentro de un año y medio, las mismas preguntas quedan pendientes de resolución. Las elecciones son una mediación importante. Pero los desafíos que se plantean para una Argentina capitalista viable no pueden resolverse con un mero cambio de gobierno. Requerirían, a priori, de una mano de hierro dispuesta a derrotar al movimiento de masas. Necesitan de un gobierno capitalista al que no le tiemble el pulso para solucionar el problema de un país “inviable” e ingobernable, ajeno (dicho exageradamente) al implacable escenario neoliberal que domina el mundo.

La solución capitalista drástica,no probada desde el 2001 hasta hoy, pide pista. Le achica tendencialmente el espacio al centro político. Y, junto con eso, abre el debate político hacia soluciones drásticas desde los trabajadores. Plantea la posibilidad (y necesidad) de levantar la voz por medidas anticapitalistas y socialistas. Esto apoyándose en la existencia de un movimiento de masas que conserva relaciones de fuerzas más o menos incambiadas desde el 2001, en forma de conquistas materiales y democráticas que ningún gobierno le ha podido arrebatar. Esto a pesar de que en materia de relaciones laborales y precarización la patronal ha avanzado mucho.

Estrechez asfixiante para el centro político

Hoy el centro político aparenta dominar mayormente la escena política; tanto el gobierno en sus diversas expresiones como la parte más significativa de la oposición. Pero la dinámica de la crisis está lejos de haberse saldado por el acuerdo con el FMI, más allá que evitó en lo inmediato el default y la crisis mayor que hubiera desatado ese escenario, a la vez que disminuyó la presión sobre el dólar. Continúa presente y presiona hacia soluciones radicales por donde se cuelan voces desde los extremos (volveremos sobre esto).

Lejos de toda radicalidad, Alberto Fernández ensaya medidas tímidas de encaminamiento a través de ajuste y contención. La convocatoria a una audiencia para poner en debate el incremento de tarifas de electricidad y gas es un ejemplo de esto. ¿Por qué no ajustan de un saque y listo? Pura debilidad. Desde luego que hay un ajuste permanente vía inflación,que juega un papel por la licuación insoportable del salario y el empobrecimiento de los trabajadores. Sin ir más lejos, la suma de los aumentos de los precios entre alimentos y bebidas del primer trimestre del año es de un 21% según cifras oficiales. Pero, aún así, no alcanza ni de lejos para que Argentina se convierta en un oasis del capitalismo…

Por otro lado, la presión social aún sin grandes luchas de los trabajadores, junto con la movilización de sectores de desocupados de los movimientos independientes del gobierno, obliga a Alberto Fernández -y al kirchnerismo- a ensayar medidas que calmen los ánimos. Ejemplo de esto son los bonos anunciados por Guzmán destinados a monotributistas, trabajadores informales, empleadas domésticas y jubilados (miserables, desde luego, y cuyo sentido es la contención).

Por su parte, los anuncios de impuestos a la renta inesperada (Guzmán) y el proyecto de impuesto a las fortunas no declaradas (kirchenrismo) son medidas para la tribuna que no solucionan ningún problema de fondo. Es discutible que vayan a tener el voto para alguna de estas iniciativas en el parlamento.Son más bien un tributo a la presión de una base política que espera medidas “populares”y “huesos” para que la dirigencia sindical pueda justificar su total inacción.

El agobio por abajo se incrementa día a día con la combinación de pulverización salarial y de la precarización laboral, a lo cual se ha sumado la vivencia de miles y miles de jóvenes estudiantes de abandono educativo por parte del gobierno. Durante la cuarentena, que se extendió de manera criminal de manera exclusiva para la juventud universitaria y terciaria, la vivencia era (y es) la de un gobierno que dejaba (y deja)tirado a los jóvenes y les negaba (y todavía niega en parte) el derecho a la educación presencial mientras funcionaba todo el resto de las estructuras sociales. Hoy la vuelta a la presencialidad aparece como un “volver a vivir” pero también como un choque con la falta de recursos que posibiliten el derecho al estudio.

Así se vive el regreso por la gente cursando en el piso por sobrepoblación de estudiantes, falta de franjas horarias que condiciona no solo la elección de materias sino incluso de carreras, las fragilidades económicas que impiden hacerse de fotocopias, el deterioro de los edificios e incluso la continuidad de la virtualidad obligatoria en muchas materias como mecanismo de ahorro de presupuesto.

Todo esto es una problemática que estuvo ausente durante dos años por la política anti educativa explicita del gobierno. Con la finalidad de ahorrase presupuesto educativo y de eliminar a un sector social y políticamente influyente (el movimiento estudiantil), le regaló a Juntos la bandera de la defensa de la educación. La cuestión educativa vuelve a la escena y se suma al conjunto de elementos que presionan sobre la sociedad. Podría encontrar un vocero de lucha en la juventud si irrumpiera en reclamo por presupuesto para educación y no para el FMI.

El problema de fondo es que los ensayos de las vías del centro político vienen fracasando. Lo hizo Macri durante su gobierno, y cuando intentó lo contrario se dio de cara contra la movilización del 14 y 18 de diciembre del 2017. Y lo hace ahora el gobierno del Frente de Todos –si bien todavía no ha sufrido un desborde porque las direcciones sindicales son parte del oficialismo y tampoco intentó lanzar contrarreformas abiertas.

Tampoco el de Cristina Kirchner fue un gobierno que garantizara un cambio en la configuración estructural del país, que pusiera en camino un país capitalista industrializado cuya dependencia de las divisas del agro y del crédito internacional no fuera de vida o muerte.

Todo ensayo de proyecto del centro político ha quedado cuestionado como vía realista para la superación de la crisis crónica del país. Tanto en el sentido de satisfacer los intereses capitalistas hasta el final como en el sentido de garantizar a los trabajadores y la juventud el bienestar y un futuro.

La vuelta de los extremos en la discusión política e ideológica

En el mundo,la extrema derecha aparece con mayor representación política que social, la extrema izquierda como expresión social del descontento con el neoliberalismo por la vía de las rebeliones. En Argentina, el lugar de representación política de los extremos es mucho más paritaria, con una izquierda que tiene audiencia en los grandes medios de comunicación, a la vez que tradición de diputados y legisladores. Desde el punto de vista de la orgánica, aún con sus debilidades, la izquierda revolucionaria es muy superior a la extrema derecha (Milei y Espert).

Inflado hasta el hartazgo por los grandes medios de comunicación y financiado por grupos económicos concentrados, Milei aparece como un ensayo de alternativa al centro político con las recetas del ultraliberalismo. Su programa “alternativo” es el ataque frontal a las conquistas de los trabajadores y la juventud, reformas capitalistas estructurales sin medias tintas para garantizar el pago al FMI, la agitación de la represión a las protestas sociales y la reivindicación de la dictadura militar. Es un intento de construir un Bolsonaro en un país con un recorrido muy distinto al de Brasil, pero que aún así ha encontrado un público votante (por ahora no mucho más que eso) en sectores jóvenes masculinos, con nivel de estudio medio y alto grado de resentimiento y pesimismo respecto del futuro.

La izquierda, por el contrario, ha ganado una representatividad a lo largo de años que hace imposible a los grandes medios de comunicación negar espacios para el debate político. Dicho esto, no siempre el espacio con el que se cuenta es aprovechado de manera revolucionaria (que no quiere decir ultra izquierdista ni sin puentes que establezcan un diálogo con el movimiento de masas). Esto es, instalar agenda política con los problemas de los trabajadores o plantear ejes programáticos e ideológicos que disputen la bandera de “lo disruptivo” con planteos abiertamente anticapitalistas y que pongan el eje en la necesidad de un gobierno de trabajadores.

La posibilidad de ir más allá de las medidas transicionales, que no quiere decir no plantear puentes entre el programa mínimo reivindicativo y el máximo del anticapitalismo y el socialismo (que sería un error de sectarismo infantil), se abre justamente porque en el país se esboza un debate profundo que tiene que ver con quién gobierna, con qué programa se solucionan los problemas crónicos que aquejan tanto a los capitalistas como a los trabajadores y la juventud.

Nuevamente, se pone a prueba la audacia de las figuras de la izquierda como Manuela Castañeira, que plantean de cara a las amplias masas medidas anticapitalistas como la expropiación y socialización de aquellos campos de más de 500 hectáreas para poner los recursos que hoy están concentrados en un puñado de capitalistas al servicio de los trabajadores y sus necesidades; la ruptura con el Fondo Monetario Internacional, aumento de retenciones al 50%; medidas confiscatorias a los grandes distribuidores de alimentos y bienes esenciales que especulen con los precios; expropiación y socialización de los grandes concentradores inmobiliarios que mantienen viviendas ociosas mientras los precios de los alquileres son imposibles y aumenta la gente en situación de calle. Todo esto junto con medidas también transicionales pero con filo disruptivo como el aumento del salario mínimo a 130 mil pesos, el castigo a las grandes empresas que promueven la precarización laboral, el reconocimiento a los sindicatos que como el SiTraRepa impulsan la organización gremial de miles de trabajadores que no son reconocidos como tales y la creación de trabajo genuino, entre otras.

Izquierda revolucionaria o izquierda rutinaria

En este marco, conviven dos ubicaciones en el seno de la izquierda roja. Una, la de la izquierda que viene incrementando su nivel de adaptación al punto que parece vivir un ensueño permanente de electoralismo, sin importar fecha del calendario. Es el caso del FITU, para quienes toda existencia política se reduce un acuerdo electoral y la repartija de cargos, reduciendo todo evento de la vida política (incluido el desafío enorme de luchar en frente único contra el FMI) a un elemento ad-hoc para desarrollar su apuesta proselitista. La negativa de las fuerzas de este frente electoral a desarrollar un acto unitario el 1° de mayo, y por un llamado a romper con el FMI junto a toda la izquierda y los luchadores, es una muestra de cretinismo electoralista.

Esta izquierda sufrió además una fuerte adaptación a las presiones corporativas en el marco de la pandemia. La orientación apoyada e impulsada abiertamente por el FITU entre los trabajadores docentes de “no volvemos hasta que no termine la pandemia” fue un factor de división de la comunidad educativa a costa no sólo de la educación pública (que, como cualquier otra cosa, solo se puede defender presencialmente) sino incluso a costa de los estudiantes y el derecho a la educación y a la socialización. Es la misma adaptación que llevó a estas organizaciones a borrarse del mapa del movimiento estudiantil hasta el inicio de ciclo 2022.

Por el contrario, el Nuevo MAS viene abriéndose paso marcando agenda en cada oportunidad de la vida política a través de los medios masivos de comunicación con Manuela Castañeira. Planteando debates que muestren a una izquierda que coloca debates ideológicos y políticos de fondo y no reduce sus aspiraciones a tener “20 diputados”. Que apostó a la organización de amplios sectores juveniles, a quienes no dejamos tirados en el marco de la pandemia, disputando la orientación de la defensa de la educación y la presencialidad. Que apoya el impulso de un sindicato para los trabajadores de reparto por aplicaciones (SiTraRepa). Que acompañó a los trabajadores precarizados como EMA, Garbarino, Comahue, ente otros. Que llama a impulsar un Frente Único que aglutine al conjunto de la izquierda y los luchadores para enfrentar el acuerdo con el FMI.

En Argentina, le guste a quien le guste, no existe una sola izquierda. El Nuevo MAS no tiene nada que ver con el rutinarismo, el corporativismo ni la adaptación. Desde nuestro lugar,y a fuerza de mucha militancia,hemos construido lazos con lo mejor del activismo y ocupamos un espacio en la representación política por el que nos reconocen propios y ajenos. Hacemos un llamado al conjunto de la vanguardia a sumarse al acto que realizaremos el 30 de abril en Unione y Benevolenza en el marco del día internacional de los trabajadores, para seguir construyendo una alternativa anticapitalista, socialista y de los trabajadores.

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