Roberto Sáenz presenta su obra «El Marxismo y la Transición Socialista» en la Feria del Libro

El autor del libro y dirigente del Nuevo MAS y la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie lo presenta en la Feria del Libro de Buenos Aires. Transcripción: Patricia López.


Agradezco un montón a Violeta, a Ian y a todos los que están en esta sala; felicito a Fede por el debate de ayer: podríamos suspender la charla y darle la palabra a Fede. También veo a Ale Tantanian, qué lindo que estés acá con los compañeros y compañeras.

No quiero hacer una intervención totalmente abstracta, aunque estemos en la Feria del Libro, sino que quiero ir como aterrizando.

Ian dijo una cosa como al pasar: que los textos marxistas tienen un sentido de urgencia. Mi inglés es malísimo, pero what that means?, o sea, ¿qué significa?

El sentido de urgencia de los textos marxistas tiene que ver con que son herramientas –en un sentido no instrumental– para tomar un plano de la acción, de la transformación social. Es significativo que incluso textos muy complejos como los Grundrisse de 1857-58, que eran el primero de los varios borradores de El capital, Marx los escribiese con un tremendo sentido de urgencia, porque creía que se le venía la revolución y que no iba a poder terminar El capital. Los que lean los Grundrisse se van a acordar –y reír– de que Marx esperaba en 1857 una revolución parecida a la de 1848, que nunca vino. Pero había un sentido de urgencia en Marx vinculado a la lógica de un aprendizaje, de un conocimiento que no es sólo contemplativo, que es una dialéctica de conocer y hacer, hacer y conocer.

Todo manifiesto, evidentemente, contiene un llamado a la acción, pero podríamos decir que los Grundrisse son un manifiesto re largo, hay que ir a la escuela para estudiarlos. Ese sentido de urgencia estaba más presente en el Manifiesto comunista, donde también se escribía sobre una revolución, la de París de 1848 con su refracción en Europa, pero es notorio que los Grundrisse también se escribieran en cierta manera con un sentido de urgencia.

Desde un punto de vista totalmente humilde, pero con la intención de hacer un aporte a la militancia, al marxismo, a los explotados y oprimidos, esta obra tiene también, como dice Ian, un sentido de urgencia, al tratar de aportar al relanzamiento de una perspectiva emancipatoria en condiciones en las que el capitalismo es tan agresivo, mientras las viejas generaciones o los viejos discursos te dicen que no hay alternativa.

Tiene un sentido de urgencia y tiene chispa. Ayer, para bajarlo a tierra, hubo chispas en el debate, y la chispa la metimos nosotros con Fede. Y voy a leer citas de dos personajes, ilustrando el sentido de urgencia, pero que llaman a risa por su estupidez: nos gobiernan unos idiotas, no son estadistas. Una es de Milei respondiendo hoy a Fede; dijo que “estamos viviendo un momento que es el mejor momento en la historia de la humanidad”. ¡A la pelota! Si este es el mejor momento en la historia de la humanidad, ¡pobre humanidad! Y después dice “no sé dónde ven estos zurdos el fin del capitalismo, estos pibes usan ‘una’ que está buenísima”.

Salvo Milei, que es un payasito que se cree su relato, y salvo Trump, un payasote que también se lo cree, el resto no se lo cree, ni sus compañeros de clase social. Traje para mostrarles las últimas tres tapas de The Economist mostrando el momento de crisis que vive el capitalismo. Imagínense cómo es este “mejor momento de la historia de la humanidad” que, por la crisis del capitalismo, China y EE.UU. no caben los dos en el mundo y puede haber una guerra mundial. Si lo mejor que tiene el capitalismo para ofrecerles a las nuevas generaciones es una guerra mundial, el sentido de urgencia está vinculado a acabar con el capitalismo.

Lo mismo con la crisis ecológica. Trump dice “perforar, perforar y perforar”, como si el mundo fuera un queso gruyere. Hay un marxista en Brasil que dice que no importa el balance del estalinismo, total, las transiciones históricas han durado 400 o 500 años. Yo le digo: bueno, queridísimo compañero, el sentido de urgencia lo marca el hecho de que quizás en 400 años no quede ni una plantita en la Tierra, por el carácter destructivo del capitalismo.

Hay otro tema vinculado al sentido de urgencia, quizás más concreto y que tiene que ver con la Feria del Libro: hay un terrible choque de tendencias oscurantistas e iluministas. Desde el punto de vista de la cultura, ayer se notó en Adorni: “no te voy a hacer ninguna pregunta porque ningún comunista tiene habilidad moral para ocupar un cargo público”. Esa declaración es de un idiota fascista –nos recuerda al libro de Georg Lukács El asalto a la razón–, que no sabe que se acaban de cumplir 80 años de una foto icónica, la de Mussolini colgado de las piernas por los partisanos: ¡es tan idiota que no sabe que se está conmemorando la derrota del fascismo!

Todo esto da un sentido de urgencia porque lo que estamos viviendo es una polarización social y política internacional, donde golpeó primero la extrema derecha, pero mañana puede golpear la extrema izquierda. Por ejemplo, ayer Adorni dijo también “estoy acá porque tengo que estar, pero quisiera despedir a todos los trabajadores y que este debate no existiera”; eso no es intrascendente.

Esta obra, como dijo Violeta, es cuidadosa y audaz, pero es una obra teórica militante, y no es académica en el sentido de que no es un paper, es un libro para construir una corriente revolucionaria, porque queremos transformar a la sociedad y a la humanidad y ayudar a emanciparse a la clase obrera de las relaciones de explotación y opresión. La realidad es que estamos en una encrucijada histórica, a las puertas de la eventualidad de una radicalización política e ideológica hacia la izquierda de sectores de la juventud y sectores de trabajadores.

Bueno, esa es la introducción, y ahora voy a hablar del libro. El texto tiene como tres planos de crítica acerca de la experiencia histórica. Voy a referirme un poco a lo que dijo Ian, no desde el punto de vista de la traducción sino conceptual. Hay compañeros que nos dicen que el libro no hace suficiente crítica a los bolcheviques. Y sí, el libro es muy respetuoso de los bolcheviques. ¿Por qué? Porque entre los bolcheviques y el estalinismo hubo un río de sangre.

En cuanto a la autoemancipación de la clase trabajadora, lograr que los que no son nada lo sean todo, cuando luego de la destrucción del Estado burgués –que es un hecho político-militar– se construye un semi-Estado proletario, no se puede utilizar la palabra “abolición” del Estado, que es anarquismo: no se puede abolir una instancia de centralización de la vida política al día siguiente de la revolución. El Estado tampoco se puede simplemente “marchitar”; el concepto es disolver el Estado, lo que pasa por una etapa que es la dictadura del proletariado.

El bolchevismo se vio confrontado con la primera experiencia en la cual los que no eran nada apostaban a serlo todo, y asumir las tareas del poder y la administración de la sociedad es muy difícil, dirigir es difícil. La clase trabajadora está acostumbrada a que la dirijan, no a dirigir.

La revolución proletaria es distinta de la revolución burguesa: cuando la burguesía llegó a tomar el poder, a hacer su revolución, ya dirigía la economía, las universidades, ya dirigía la sociedad civil. La clase obrera llega sin dirigir, tiene que aprender a dirigir la sociedad. No creo que sea fácil, por ejemplo, dirigir una obra de teatro, o hacer una traducción puntillosa de un texto: dirigir el proceso histórico emancipatorio es la tarea más apasionante y más difícil de la humanidad.

En relación a eso, hay una parte del debate que en el libro no está desarrollada, que tiene que ver con la experiencia bolchevique. Nosotros vemos entre los bolcheviques y el estalinismo un río de sangre, y abordamos al bolchevismo críticamente pero con todo respeto y con todo cuidado; en las Grandes Purgas de los años 30 se liquidó a la generación bolchevique.

La transición al socialismo es muy distinta de la mecánica de funcionamiento del capitalismo, ese es un elemento clave en el libro. La mecánica del capitalismo clásico es la mecánica de la economía de mercado, los mercados autorregulados; en la mecánica de la transición socialista, la economía no camina sola. En el desarrollo histórico la humanidad aparece como puro objeto, las cosas “nos pasan”; la transición al socialismo requiere de otro protagonismo, consciente, de los explotados y oprimidos: las cosas no pueden simplemente “ocurrirnos”, la transición al socialismo exige que las cosas ocurran más o menos como nosotros lo prevemos.

La religión, el fetichismo, la alienación, surgen de una circunstancia en la cual la humanidad se siente nada frente a la naturaleza, y también frente a la sociedad. El grado de desarrollo histórico alcanzado requiere de una autoconciencia de la transformación social, requiere de un mecanismo que involucra tu conciencia para cambiar las cosas sociales y las cosas naturales; requiere un grado de conciencia mayor. Las cosas no te tienen que pasar como por azar; la relación entre objeto y sujeto se modifica. Por supuesto que siempre habrá elementos azarosos porque el universo es infinito, pero para la transición al socialismo hace falta un grado mayor de conciencia y de control de las leyes de la naturaleza y la sociedad.

Esto significa una combinación distinta en la transición de los factores conscientes e inconscientes, de los factores subjetivos y objetivos, los factores políticos y económicos. En la transición socialista hacen falta más compañeros y compañeras que digan “sí me importa la política”, porque la política, en el sentido más auténtico del término, es la preocupación por los intereses generales de la sociedad.

Pero ocurre que en general la mayoría de los sectores populares no tienen preocupación por los intereses generales de la sociedad, porque no la pueden tener al estar corriendo detrás de su interés particular por sobrevivir. Entonces, característica de la transición al socialismo, de nuestra elaboración teórica, de nuestra actitud en relación a toda la militancia, son los elementos de acción consciente.

Quizás se puede entender mejor con el concepto de alienación, otra palabra fundamental. La alienación que hay en el capitalismo y que también se expresó en los países burocratizados tiene que ver con el no control del proceso de producción y de vida, lo que te hace ver esas cosas como objetivas, el dominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo. Superar la alienación significa lograr, por parte de los explotados y oprimidos, elementos de autogobierno, de control de la producción, de control de la sociedad y del poder.

En el capitalismo, lo que rige es el dominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, el dominio del capital sobre el trabajador. En la transición socialista en camino al comunismo, la apuesta es a que el trabajador domine al sistema de máquinas, a que el trabajo vivo domine al trabajo muerto. Y adquiere actualidad la discusión, que va al tomo 2, que tiene que ver con la automatización, quién controla a qué: la humanidad controla al sistema automático de máquinas, controla a la inteligencia artificial, o la inteligencia artificial controla a la humanidad.

Esa discusión está de moda pero es profunda, y reenvía también a la elaboración clásica del marxismo. Tiene mucha actualidad por las nuevas tecnologías y también por los problemas de la planificación en la transición socialista. No es una discusión exactamente nueva, está en la obra de Gunther Anderson, ex compañero de Hanna Arendt.

Para terminar, cuando decimos anticapitalismo, estamos hablando por la negativa; el libro trata de explicar por la positiva qué queremos decir cuando hablamos de anticapitalismo.

Cierre

Está bueno lo que dice Ian, porque el problema es cuál es mi escuela. Es una escuela militante, que hace que el habla del libro –que es un libro escrito, no un libro hablado– sea un mix muy contradictorio donde los elementos de conciencia del autor son de estudio sistemático y profundo del marxismo, y al mismo tiempo mucha militancia y mucha realidad. No soy para nada especialista en gramática; aunque llegué a la universidad, no la terminé y me dediqué a militar. Desde el punto de vista técnico, mi gramática no es consciente, es bastante espontánea.

Pero la búsqueda del libro es de atrapar conceptualmente la materialidad de la realidad, dibujar la realidad de la obra, tratar de ser lo más profundo posible para representar los procesos reales desde el punto de vista conceptual. Es muy riguroso conceptualmente, pero menos autoconsciente sintácticamente, en atrapar lo real.

En ese atrapar o apropiarse de lo real, dar cuenta en lo conceptual o ideal del movimiento de lo real, de la lucha de clases, el movimiento de las relaciones humanas, el “pulso” de esas relaciones, atrapar el pulso de la revolución, de la construcción partidaria. El pulso es un buen concepto, porque es lo que vibra, lo que vive en la lucha de clases y en las relaciones humanas: atrapar lo que vive y lo que vibra.

Y eso conceptualmente es una autoescuela de Marx y Hegel en mi caso. Fui a militar al Gran Buenos Aires y a estudiar El capital, de muy chico, y paralelamente me puse a estudiar a Hegel. Me aburría la facultad porque era todo posmoderno, todo fragmentario.

Desde el punto de vista de la teoría del conocimiento y del aprendizaje, el hacer conceptual, concreto, material, es lo opuesto a la charca que identifico mucho con la academia –soy sectario– y con la superficialidad. Marx decía en el texto sobre Feuerbach que el problema de la verdad del conocimiento no es teórico, es práctico; la verdad es un problema práctico. Pero no porque Marx tuviera una concepción pragmática del conocimiento, de pura acción y experiencia, sino de interrelación entre la reflexión y la experiencia.

Y Marx tenía otra definición muy importante, en La Sagrada Familia (o “Crítica de la crítica crítica”): la terrenalidad del pensamiento, la capacidad de hacer un pensamiento que dé cuenta de lo real. Y si tenés esa capacidad de lo terrenal, al apropiarte de las leyes de la realidad las podés transformar.

Por ejemplo, uno de los marxistas, no casualmente, más terrenales era Lenin, que tenía una capacidad muy grande de atrapar la “ingeniería social” –es un mal término, no lo repitan–. La realidad, para transformarla, hay que comprenderla, y transformándola la comprendemos. En el marxismo, éste es el concepto de praxis, íntimamente dialéctico: ni pura especulación ni pura pragmática.

El libro contiene esa otra parte que es la experiencia. Lo escribí quince veces en tres años y medio, por razones conceptuales y para levantar bibliografía, y también porque escribo mal. Entonces lo reescribí muchas veces, porque toda meseta, para no ser pedante, hay que caminar para conquistarla.

Ian me dice que lo mismo hacía Marx. Bueno, Lenin decía que hay que hacer “excavaciones” en Marx; y cualquier compañero y compañera que esté acá sabe que cualquier texto teórico clásico hay que conquistarlo y hay que hacer excavaciones, lo cual implica un método de trabajo: leer en papel, subrayar, citar.

Marx estudiaba de día y escribía de noche; cuándo dormía, no sabemos. No digo esto para hacer apología, sino para explicar que trabajaba un montón. Engels, cuando llegó a la Internacional, venía de dirigir la fábrica del padre, entonces le tenían cierto rechazo; pero Marx militaba con los obreros de la Primera Internacional y vivió muy pobremente durante muchos años, aunque venía de una familia adinerada.

Lo que reconozco de mi texto es una autoconciencia no muy grande desde el punto de vista sintáctico, y muy grande en lo teórico, mucho trabajo. Aprendimos mucho militando y aprendimos mucho con textos como los Manuscritos económico-filosóficos, que me acuerdo dónde los estudié: en la estación de Don Torcuato, viajando a las reuniones de equipo obreras de la década del 90. La traducción que tengo, de Grijalbo del 68, es muy mala; ahora el MEGA-2 ha hecho traducciones a las que hay que darles bola, una nueva generación de ediciones de Marx, Hegel y todos los autores clásicos. La moraleja de esto es que, como autor, mi punto fuerte es esa dedicación conceptual y esa experiencia combinadas.

El tomo 2 ya lo empecé y en parte lo tengo escrito, porque es parte de la experiencia acumulada de nuestra corriente y de un laburo de años. Se llama “Planificación, mercado y democracia obrera”; y habrá un tomo 3 que se llamará “Dialéctica y partido”, porque muchos compañeros preguntan sobre dialéctica y sobre alienación, entonces hay que escribir.

Voy a las preguntas que han hecho los presentes y empiezo por la del compañero del Sitrarepa. Lenin decía que la dictadura proletaria era una dictadura de nuevo tipo y una democracia de nuevo tipo –en El Estado y la revolución–; es la dictadura de la mayoría sobre la minoría. Esto quiere decir que no podemos pasar de la dirección de una minoría a la no dirección, no podemos pasar del Estado burgués al no-Estado. Pasamos a una forma de democracia socialista o democracia soviética, donde es la mayoría la que pasa a dirigir.

La búsqueda nuestra es el autogobierno, que es otra manera de dirigir. Una vez que derrotás a la burguesía, una vez que enfrentás la guerra civil que inevitablemente la burguesía te va a declarar y que requiere de un Estado para enfrentarla, el autogobierno busca –como proceso, no es automático– que no haya más dirigentes y dirigidos, que no haya más obreros sin partido y obreros con partido.

Es complejo, porque muchos trabajadores te van a decir “no me interesa la política”; Lenin y Trotsky insistían en que había que tener una política para los obreros sin partido.

La manera distinta de dirigir tiene dos condiciones. Una es la reducción de la jornada laboral, darles tiempo a los trabajadores para que puedan dedicarse a los asuntos generales, involucrarse en la dirección de los asuntos. La democracia burguesa miente, es minoritaria, tiene el método de democracia representativa donde votás una vez cada tantos años. La democracia obrera tiene elementos de democracia directa y representación.

Es otra manera de dirigir, pero no es renunciar a dirigir, porque hacer la revolución es una guerra de clases y después de la revolución esa guerra sigue, y enfrentarla requiere elementos de centralización. Pero con una base ampliada de democracia socialista, proletaria, con partidos políticos, etc.

Hay un tema que es el siguiente: en la mecánica de la revolución burguesa, se admite una secuencia donde la dirección de la revolución puede ser otra clase social, como las fracciones radicalizadas de los jacobinos en la Revolución Francesa. El Estado burgués incluso admite direcciones totalmente autonomizadas de la burguesía, como fueron el fascismo y el nazismo. La revolución proletaria no admite eso.

Después de la revolución, el acto de expropiación de la burguesía no acaba con la explotación del trabajo; lo que sigue, como decía Pierre Naville, es la autoexplotación, porque no es un régimen de abundancia. La clase obrera tiene que resolver cuánto cobra, y qué guarda para los gastos de inversión, educación, etc. Si hay autoexplotación con un régimen de democracia socialista consciente, eso no es explotación del trabajo; pero si una burocracia se encarama en el poder, se transforma en una relación de explotación unilateral, una nueva forma de explotación.

Marx decía que la revolución es un hecho político; la transición es un hecho socio-económico, es un acontecimiento social, no es cosa de un día, es un proceso. Después de la revolución liquidamos el poder de la burguesía, después hay que hacer la revolución mundial, pero sobre todo hay que acabar con los mecanismos de autoexplotación, que no terminan después de la revolución. La transformación social no tiene la misma mecánica que la transformación política.

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