Orgullo LGBT

Quince años de la conquista del Matrimonio Igualitario

Un triunfo que fue posible gracias al masivo apoyo popular en las calles. Versión ligeramente editada y actualizada de un artículo escrito en oportunidad de los cuatro años del Matrimonio Igualitario.

Para comenzar, recordemos que la última gran oleada del movimiento de diversidad sexual, el Orgullo Gay-Lésbico-Trans, surgió hace más de cuatro décadas bajo el lema “salir del closet, tomar las calles”, en lo que se conoce como la Revuelta de Stonewall. Este movimiento surgía en 1969 en el contexto del último gran ascenso de los trabajadores de fines de los 60 y comienzos de los 70, donde dejaron su fuerte impronta tanto los fuertes movimientos que cuestionaban el patriarcado capitalista como el feminismo, o los movimientos de liberación nacional en los países de la periferia capitalista. Tanto fue así que las típicas organizaciones surgidas entonces como el Gay Liberation Front de EEUU, o el FLH argentino (Frente de Liberación Homosexual) tomaban su nombre del Frente de Liberación Argelino.

 

Luego, las derrotas de los trabajadores de los 80 y 90, llevarían también a la cuestión LGBT a un cono de sombras, mediante las dictaduras militares y la aplastante hegemonía del neoliberalismo a nivel mundial. Sumado a esta derrota hay que mencionar el embate que da el capitalismo hacia la comunidad mediante el mercado para reabsorber esos cuestionamientos y demandas para transformarlos en mercancías: el llamado “mercado rosa”. A su vez, en los 80, al comienzo de la epidemia del HIV-SIDA, gran parte de la comunidad gay se vio diezmada físicamente y también estigmatizada por la campaña que la sociedad patriarcal armó en torno suyo para mostrarla como “grupo de alta peligrosidad social”.

Ya en el 2001 en la Argentina y sin llegar a la profundidad de los cuestionamientos de los 70, la rebelión popular del Argentinazo volvería a dar impulso a la llamada “cuestión LGBTI”. Este proceso del movimiento LGBTI con sus vaivenes “entre la independencia política y la institucionalización”, terminaría por poner en el tapete dos demandas centrales: el matrimonio igualitario y la identidad de género. Pese a este breve reverdecer, el movimiento LGBT terminaría cooptado mayoritariamente por el gobierno kirchnerista que emergió como el supuesto “único artífice” de que se consiguieran estas reivindicaciones (esto lo logró centralmente con la Federación Argentina LGBT y el INADI). Sin embargo, quienes fuimos parte de esas peleas como el Nuevo MAS y Las Rojas, sabemos que estas leyes (matrimonio e identidad de género) fueron posibles gracias al masivo apoyo popular que se generó en los debates previos y la antipatía que despertaron las campañas homofóbicas y oscurantistas de los sectores reaccionarios con la Iglesia Católica a la cabeza.

El matrimonio igualitario fue una combinación de lucha “por arriba” en el Parlamento y una amplia movilización, pero en la que fue clave el apoyo y el consenso popular a favor, junto a la movilización de toda la izquierda y las organizaciones sociales. Este gran paso allanó el camino para la Ley de Identidad, y dejó planteado ir por el derecho al aborto como parte del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. No pasaría mucho tiempo en el que el gobierno de Cristina K saliera desembozadamente a luchar contra este derecho de las mujeres y a manifestar su total alineamiento anti-abortista con el Vaticano, máxime luego del nombramiento del Papa argentino.

Desde entonces, sería el movimiento de mujeres el que pondría una y otra vez con la lucha en las calles el derecho al aborto en la agenda política. Así lo hizo para exigir que se cumplan los abortos no punibles y ante cada caso de barbarización de mujeres judicializadas o encarceladas por el hecho de abortar.

Creemos que tanto tener un balance claro de cómo fue conseguido el matrimonio igualitario como poner en paralelo el accionar del movimiento de mujeres de los últimos años y el de la comunidad LGBTI, sirve para ver los distintos métodos de lucha y entender el severo límite que impone al movimiento LGBT la institucionalización y la cooptación del mismo. Estas dos cuestiones: la independencia política y la de los métodos de lucha, nos parecen centrales a la hora de enfrentar los desafíos que nos plantea hoy día la lucha contra la homo-lesbo-transfobia.

La homofobia prueba que no todo está resuelto

Parte del hoy completamente desflecado “relato K” tuvo que ver con presentar la supuesta “década ganada” como el fin de la opresión de las personas gays, lesbianas y trans; claro, a cambio de que no se volviera hablar del derecho al aborto. Sin embargo, pese a los avances y a la nueva sensibilidad sobre el género que existe mundialmente, los crímenes de odio por orientación sexual y los ataques de grupos homofóbicos contra las personas LGBTI continúan. Por un lado, el nombramiento del Papa que encabezó la cruzada anti-gay (aunque después moderó su discurso hacia la “tolerancia”) fue interpretado por sectores de ultraderecha como un “piedra libre” para la discriminación, y por otro lado la polarización social producto de cómo se procesa la crisis, hace que los sectores reaccionarios busquen como siempre “chivos expiatorios”, supuestos culpables de todos los males en donde son candidatos como siempre las llamadas “minorías” como las minorías sexuales, étnicas o religiosas. Esto es muy palpable hoy en Rusia, donde en una conjunción de la feroz restauración capitalista a manos de la burocracia del Kremlin y un resurgir de los valores más retrógrados de la Iglesia Ortodoxa Rusa, se ha lanzado una campaña homofóbica contra toda la comunidad LGBTI en una supuesta cruzada nacionalista de lo “auténticamente ruso” y en defensa de la “familia y la sexualidad natural”.

Claro, que contradictoriamente y a un nivel más general, el tema LGBTI quedó instalado y es parte, digamos así, de la agenda social. Pero así como existen ejemplos de avanzada como el caso del reconocimiento de la identidad de Lulú, la primera niña trans en el mundo en ser reconocida por el Estado argentino, la homofobia y los ataques prueban que no todo está resuelto. Es que la homo-lesbo-trans-bifobia es parte inseparable del proceso de normalización sexual burgués y de la imposición de un modelo de familia y de roles específicos dentro de ella. Y aunque ahora estemos coyunturalmente en un período de “normalidad ampliada” con las familias homoparentales o diversas, los reaccionarios y la extrema derecha no dejan de pugnar por cuál es el “verdadero” modelo y la supuesta sexualidad “natural”: la familia burguesa monogámica y la sexualidad reproductiva y compulsivamente heteronormada. Es por todo estas razones que no alcanza con “más educación” para la no discriminación sexual y “la inclusión”, como plantea un sector del progresismo, aunque se avanzaría bastante si la Iglesia dejara de tener injerencia en los contenidos de la Educación Sexual y se pudiera avanzar en separar la Iglesia del Estado mandando a los curas a trabajar.

Ante esta situación de ataques homofóbicos, la comunidad LGBTI debe retomar la lucha en las calles como se planteara en sus comienzos con Stonewall, o reclamar el masivo apoyo popular que suscitó el matrimonio igualitario. Pero esto debe hacerlo desde la independencia política. En ese camino, los aliados para gays, lesbianas y trans, son el movimiento de mujeres que conquistó el aborto legal, seguro y gratuito y los trabajadores. De ese modo, la lucha contra la homofobia y la conquista del ejercicio de una sexualidad libre y la construcción de la identidad de género podrá pasar a ser una bandera levantada por el conjunto de todos los explotados y oprimidos.

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