
El último sábado 17 realizamos un exitoso conversatorio sobre Pandemia y Salud Mental organizado desde el ¡Ya Basta! de Psicología – UBA. Queremos desarrollar en esta nota algunos de los elementos que cruzaron el debate.
Con la participación de estudiantes y licenciades en Psicología nos encontramos para poder reflexionar sobre la pandemia, un acontecimiento inédito que impactó con grandes cambios en la forma en que trabajamos y estudiamos, el debilitamiento de los vínculos sociales, la incertidumbre, la falta de perspectivas así como también la preocupación creciente sobre nuestra salud y economía, y el impacto psíquico que todo esto conlleva.
Abordamos la salud mental desde una perspectiva integral, cuestionando el modelo médico hegemónico. Está claro que el COVID-19 se trata de una enfermedad grave y muy contagiosa, frente a la cual hay que tomar todos los cuidados sanitarios. En esta nota queremos referirnos sin embargo al importante impacto que tiene la pandemia en otro sentido, desde el punto de vista de la salud mental.
Las modificaciones en nuestra rutina
En primer lugar, la pandemia vino a imponer grandes modificaciones en nuestra rutina. Un importante cambio se dio en los modos de trabajar: para aquellos que pasaron a esa modalidad, el teletrabajo vino a irrumpir en nuestros hogares formando parte del mismo espacio en el que también realizamos actividades de descanso y ocio, lo que tiene un importante impacto difuminando esas diferencias. Además, el propio proceso de trabajo se vio fragmentado, quedando reducido a la individualidad.
Pero el ser humano es un ser social y necesita de la experiencia colectiva para su bienestar mental, esto quiere decir, del vínculo social para su realización, de la construcción de proyectos comunes y justamente el aislamiento y el encierro van en un sentido totalmente contrario a la naturaleza de los sujetos y la búsqueda de bienestar. Y si bien el trabajo bajo el capitalismo siempre es alienante, la capacidad de trabajar, de modificar el medio de manera consciente, es la característica que distingue al ser humano del resto de los animales. Sin la posibilidad de ejercer el trabajo de manera colectiva sentimos que perdemos algo de lo que nos hace humanos.
Por otra parte, los espacios de socialización también se vieron profundamente afectados incluyendo también los espacios donde nos formamos como la Facultad. Allí no solo concurrimos a estudiar y participar de clases (lo que ya de por sí implica un proceso colectivo) sino que también es un ámbito de socialización de la juventud. Todo esto sin mencionar también la profunda exclusión con el paso a la virtualidad, donde miles de estudiantes quedaron afuera por no poseer las herramientas para acceder a la educación como computadora, internet, etc.
En este sentido, las últimas medidas de Alberto Fernández no ayudan en nada a nuestra salud mental ni tampoco a contener realmente la circulación del virus ya que apuntan solamente a restringir toda la actividad social mientras que no se toma una sola medida de fondo como la liberación de las patentes de las vacunas para inocular masivamente a la población, ni verdadera inversión en salud o aumentos de la frecuencia del transporte público para no contagiarnos viajando a trabajar. Pero el cierre de las actividades sociales no tiene que significar romper los lazos sociales, ni caer en comportamientos segregativos y alienantes, lo que genera un importante impacto sobre la salud mental.
Es primordial sostener el contacto cotidiano con nuestros allegados y establecer redes de asistencia para acompañar aquellos que son de grupos de riesgo y/o que sufren cuadros patológicos. La salida pasa por poder sostener acciones de solidaridad desde abajo para enfrentar los graves problemas generados por la pandemia.
Abordar la salud mental desde una perspectiva integral
Para poder abordar todos estos problemas desde la salud mental, es necesario partir de que ésta no se reduce únicamente a la presencia o ausencia de enfermedad sino que la concebimos como un proceso multicausal. Eso significa que no está determinada por una única causa, sino que interactúan varios factores y es por esa razón que tiene que ser abordada desde una perspectiva de la salud integral. Entonces, la salud mental es un proceso multideterminado por componentes biológicos y psicológicos, históricos, socioeconómicos, culturales, ambientales. Lo cual quiere decir que las problemáticas no se reducen a fenómenos individuales y que por lo tanto su comprensión de ninguna manera pueden estar desvinculada a las circunstancias en que las personas crecen, viven, trabajan, se relacionan, y demás determinantes sociales. Las condiciones materiales, los recursos con lo que se cuentan constituyen un papel central en la salud de la población.
Ahora, en sentido opuesto a esta concepción de la salud, está el modelo médico hegemónico, que tiene como característica una mirada reduccionista de la salud e individualizada, esto tiene que ver con pensar a la enfermedad, al paciente, solo en su dimensión del síntoma, a la persona por fuera de su contexto. Una visión biologicista, que concibe al objeto de la salud como entidades patológicas aislando solo la dimensión biológica o psíquica, y desvincula la problemática del sufrimiento subjetivo de los determinantes sociales, siendo aún más difícil para el colectivo LGBTTI.
Esta mirada aún hoy es imperante, por eso la salud mental se deja de lado. En particular, porque se piensa la salud como un negocio: bajo el capitalismo la privatización y mercantilización de la salud se profundiza, trayendo como consecuencia directa la medicalización de la vida en favor de los grandes negociados de la industria farmacéutica, los laboratorios, etc. Bajo el capitalismo, los cuerpos son patologizados y divididos clínicamente entre cuerpos sanos y cuerpos enfermos en base a su capacidad productiva.
Así, la ansiedad, la depresión, la angustia y otras muchas denominadas enfermedades mentales terminan siendo profundizadas o favorecidas por un sistema con ritmos y exigencias incompatibles con la vida. Este sistema constituye un modelo de deseo exigente e insaciable mientras se reduce el nivel de vida de les trabajadores y se condena a la juventud a la precarización laboral. Esta clínica ejercida sobre los cuerpos da por estropeadas a las personas ante los ritmos productivos del capital, procediendo a repararlos con parches, hipermedicandolos como única medida, para re-introducirlos lo antes posible al sistema productivo y no darlos por perdidos. La crisis actual, tanto sanitaria como económica, no hace por tanto más que agravar y profundizar este problema. Así, la salud es vista como uno de los negocios más grandes y no como un derecho humano y en particular la atención y la contención de problemáticas de salud mental directamente se las excluye o relega.
Por el contrario, desde nuestra perspectiva, la salud está determinada por procesos tanto individuales como colectivos que no son excluyentes, sino interdependientes, y las prácticas y las políticas públicas en salud no deben apuntar a un individuo, sino a la sociedad, entendiendo la salud y la salud mental específicamente como un derecho humano
Desde el ¡Ya Basta! peleamos porque la salud y la salud mental de la población sean prioridad y no los negocios que lucran con la vida en favor de las ganancias. Es necesaria la atención psicológica gratuita y universal que va de la mano con un mayor presupuesto para la salud pública y defenderla en su forma integral oponiéndonos a la mercantilización de la salud. También entender la importancia del fortalecimiento de los lazos y los vínculos sociales, redes y recursos con los que cuenta cada persona. Es de total importancia pensar la salud mental en contexto y pelear por el derecho a la salud y salud mental para las grandes mayorías y no para unos pocos.