Milei rearma el Gabinete para impulsar una ofensiva contra los trabajadores argentinos

Siguen la interna y las dudas sobre la gobernabilidad.

Milei cambia su Gabinete para preparar su nuevo y brutal ataque contra la clase trabajadora argentina. Manuel Adorni asume la Jefatura de Gabinete y Diego Santilli en Interior tras las salida de Francos y Catalán.

Pese al triunfo electoral, la interna Karina-Caputo sigue despertando dudas sobre la capacidad de Milei para garantizar gobernabilidad al tiempo que aplica contrarreformas sumamente agresivas.

Milei y su nuevo Gabinete para ir a la guerra contra los trabajadores

Guillermo Francos había presentado su renuncia el viernes pasado, aduciendo «constantes rumores» sobre su eventual salida. Los rumores en cuestión persistían desde la previa electoral y fueron alimentados por Santiago Caputo, asesor de Milei. Trascendidos periodísticos también señalaban cierto disgusto del trumpismo respecto a Francos por su abordaje pragmático en relación a China. Fue Francos quien salió a contradecir al propio Trump luego del salvataje del Tesoro, cuando dijo no creer que «una parte del acuerdo con EEUU sea excluir a China de la Argentina». El propio Trump se ocupó de aclarar pocos días después que Francos creía mal.

Francos no fue velado con honores. La noticia de su renuncia trascendió conjuntamente con la designación de Manuel Adorni como Jefe de Gabinete. Pocas horas después trascendió la designación de Diego Santilli (que la semana pasada fue elegido como diputado nacional por PBA) para el ministerio del Interior. Esta cartera había sido creada (Milei la eliminó apenas asumido) hace pocos meses para que la asuma Lisandro Catalán, hombre de Francos.

Guillermo Francos era sin duda lo más parecido a un funcionario serio dentro del gabinete mileísta. Era casi el único que pertenecía por trayectoria al personal político del Estado argentino y algún volumen político propio para funcionar como interlocutor con los gobernadores. Francos apareció en el Gabinete para suplir una deficiencia congénita del mileísmo: la falta absoluta de cintura política y capacidad de consenso inter-burgués.

Su salida del Gabinete se enmarca en el intento de relanzar el oficialismo para encarar las contrarreformas con mayor capacidad de consenso parlamentario. Por esto mismo no deja de ser contradictoria. Francos fue el organizador de la cumbre de Milei con los gobernadores el jueves pasado. También fue él quien organizó la reunión de Milei con Mauricio Macri, que sucedió en los mismos momentos en que trascendía la renuncia del ahora ex Jefe de Gabinete.

A Macri no le gustó nada la designación de Adorni porque va a contramano de la esperada «apertura» del Gabinete. Hasta hace pocos días, se especulaba incluso con la inclusión de algún funcionario afín a los gobernadores de Provincias Unidas. Los voceros de la burguesía argentina vienen pidiendo desesperadamente la formación de una «coalición» de gobierno que le permita a Milei ampliar su base de sustentación.

Más que una coalición, lo que se está viendo es cómo el gobierno fagocita y deglute los restos del PRO, otrora primer partido de la derecha argentina. Santilli se suma a la lista de ex PRO incorporados al mileísmo. Ya la semana pasada Patricia Bullrich (la primera asimilada) se llevó unos 7 escaños del bloque amarillo al violeta en la Cámara de Diputados.

El 26-O y la interna oficialista

La profetizada «apertura» para relanzar el Gabinete parece concretarse muy limitadamente. Tanto Adorni como Santilli son subordinados explícitos de Karina Milei. De hecho, nada más finalizar la primera reunión del nuevo Gabinete, Santilli se reunión con Javier Lanari (subsecretario de Comunicación que ocuparía el lugar de Adorni) y Lule Menem, la mano derecha de Karina, que caminaba por la cornisa desde el escándalo Spagnuolo hasta el 26 de octubre.

Con su entrada en escena para reemplazar a Francos y Catalán se salda una redistribución del poder dentro de la interna oficialista. La victoria electoral en PBA y en todo el país el domingo 26 fue también una victoria del «karinismo» que venía fuertemente cuestionado por los desastres operados durante la campaña previa (las coimas en ANDIS, el choque con los gobernadores para el cierre de listas provinciales, la derrota en PBA en septiembre y el escándalo Espert).

El que se queda con sabor a poco es Santiago Caputo, asesor presidencial que dirige extraoficialmente varias áreas del Estado (entre ellas, la ex SIDE). Entre las miles de especulaciones de Gabinete, una posibilidad que se barajaba era la designación de Santiago Caputo como superministro del Interior, ocupando el puesto de Catalán y absorbiendo algunas funciones de Economía referentes a obra pública y recursos naturales. La idea era posicionar a Caputo como interlocutor de los gobernadores y como negociador para cerrar acuerdos con capitales extractivistas extranjeros.

Finalmente Milei decidió inclinar la vara hacia el otro extremo de la interna, amparándose en los resultados de la elección y en la cuota de inestabilidad que Caputo le venía metiendo desde adentro a la gestión oficialista. Pero el asesor conserva su acostumbrada influencia sobre zonas difusas de la administración nacional. Sin ir más lejos, participó (a pesar de no tener ningún cargo oficial) de la primera reunión del Gabinete realizada este lunes con los nuevos designados.

La reforma laboral

La incógnita que el gobierno no logra despejar es si con este magro reacomodamiento del Gabinete alcanza para garantizar el volumen político necesario para aplicar las contrarreformas (especialmente la laboral) y garantizar gobernabilidad al mismo tiempo. Es cierto que Santilli parece un interlocutor viable para los gobernadores filo – mileístas (hablar de «oposición» respecto a esta gente ya es demasiado generoso). Santilli es un cambiapieles cualquiera del personal político burgués, que supo ser peronista, macrista y ahora mileísta. Pero no tiene, a priori, nada que Francos no tuviera. Y con eso no le estaba alcanzando al oficialismo para garantizar ni el más mínimo consenso parlamentario alrededor de su programa reaccionario.

Y el caso de Adorni es otra historia. Sin carrera política hasta la asunción de Milei, el ahora jefe de Gabinete es también en gran medida un outsider sin volumen político propio. Una cosa es poner la cara para una elección jurisdiccional y sacar el 30% de los votos con una participación del 50%. Otra muy distinta es coordinar un gabinete de cachivaches y lúmpenes para hacer pasar las contrarreformas más agresivas y antipopulares de las últimas décadas.

Sobre todo si no se garantiza siquiera la paz interna del oficialismo. Esto es lo que vienen advirtiéndole a Milei propios y ajenos, especialmente entre la burguesía política y el periodismo neoliberal local. «Si no se termina de resolver la interna estaremos en serios problemas y no habrá ayuda de Donald Trump ni viento de cola que nos lleve al éxito ni evite el choque» declaró un miembro del Gabinete a La Nación. Y en el mismo sentido decía un subordinado de Santilli antes de ser designado: «Yo no sé cómo termina esta disputa ni cómo se rearman y restauran las relaciones internas [del gobierno]. Pero sí sé que si no se arreglan, el destino es el auto fúnebre y sería terrible» (La Nación, 3/11).

Esta profecía trágica parece paradójica tratándose de un gobierno que no sólo recibió apoyo financiero del imperialismo yanqui sino que viene de ganar las elecciones en 16 provincias y en el acumulado nacional hace solo una semana. Pero la paradoja no hace sino desnudar las contradicciones internas del gobierno y su proyecto político reaccionario. La votación del 26 de octubre fue conservadora pero no un cheque en blanco para el gobierno. Estuvo muy lejos del entusiasmo reaccionario de dos años atrás, con el triunfo de MIlei sobre Massa.

Las imágenes de hartazgo social que recorrieron la campaña electoral siguen siendo patentes y reales aún si Milei obtuvo más votos que sus competidores. Y todos los problemas económicos de fondo que marcaron la incertidumbre pre-electoral siguen vigentes. Falta de dólares en el mercado, sequía de divisas, vencimiento de miles de millones en deuda externa y una economía que está en recesión con todas las letras y que no tiene perspectiva de reactivación a la vista.

Hasta el 26 de octubre, el capital político de Milei no alcanzaba ni para saciar la histeria dolarizada de los mercados. Fue por eso que Trump debió intervenir y que Macri le propuso a Milei un Gabinete de coalición. Pensar que esa situación está subsanada por el mero resultado de una elección legislativa de medio término podría constituir un error de cálculo severo. Y este es un gobierno que no se caracteriza por su talento para las proporciones y la mesura.

Sobre todo porque garantizar «gobernabilidad» para las reformas no se reduce a lidiar con los mansos y desvergonzados gobernadores y legisladores que se compran y venden según la oferta del mercado político. Darle gobernabilidad a las contrarreformas implica lidiar con la sociedad real. Especialmente con los millones de trabajadores que sufren día a día la miseria de la Argentina mileísta. Es la misma sociedad que no dejó a Milei y Karina pisar la calle durante la campaña electoral. Y es una sociedad en la que perduran largas tradiciones de organización y lucha sindical, social y democrática.

El último que quiso encarar contrarreformas y erró la medida de la realidad fue Macri en 2017. Meses después pasó a la muerte política, con corrida cambiaria mediante. Por esta experiencia, y no por vocación de diálogo, es que Macri advierte a Milei e insiste con el gabinete de coalición.

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