
“(…) Nosotros tenemos que ir a decirles que no se arregla con soluciones parlamentarias ni nada por el estilo. Que no está mal presentarnos a las elecciones y tener un diputado para ahí discutirle a todo el mundo cómo se solucionan los problemas. Pero eso es en la calle, con la solidaridad obrera y con sus luchas. Como Pilkington, como los obreros de Río Turbio, como los viejos petroleros que el otro día pararon por ese problema. A pesar de la burocracia. En ese sentimos decimos también, además, que la solidaridad obrera es impresionante. Es muy grande. En la muerte de este compañero de 24 años, un jovencito que estudiaba en la facultad, lo llevó a sacarlo a un obrero de 38 años que lo conocía hacía 2 meses. Y él sabía lo que le iba a pasar cuando se tiró a la pileta para salvarlo. Ese trabajador es de nuestro ‘palo’. Y con esos obreros en la calle podemos terminar con este sistema.”
Intervención de Alcides Christiansen en conferencia de prensa en el Hotel Castelar, 30/5/19
Los nombres (y los anónimos) se han multiplicado a través de la historia de la humanidad, en acciones, algunas heroicas, otras más pequeñas pero no menos profundas. Acompañaron luchas, situaciones difíciles de enfermedad, fallecimientos, represión del Estado o de patotas de las burocracias sindicales.
Se ven día a día entre los que prestan la tarjeta SUBE al que se le terminó el saldo, el que ayuda a un accidentado en la vía pública, el que pregunta si necesita ayuda a un discapacitado en la calle, el que corta el tránsito cuando no andan los semáforos para que pasen niños, ancianos, trabajadores. Y un largo etcétera. Es la solidaridad de la cotidianeidad, que no es poca cosa.
Pero cuando hay una situación extrema como la que estamos viviendo, la cosa cambia. Es un crack profundo que tensa los nervios, trae una vorágine y nuestra conciencia se pone a prueba. La prueba la puede hacer retroceder, paralizar o, de lo contrario, avanzar. Porque así, como en una situación nueva de la lucha de clases (reaccionaria, contrarrevolucionaria o revolucionaria) en la cual nuestra conciencia se templa (o se derrite), en esta situación de catástrofe capitalista mundial también pasa por una situación no sólo desconocida, sino crítica. Porque, al igual que los grandes enfrentamientos de la lucha de clases, cuando peligra la vida y el futuro de los explotados y desprotegidos, esa solidaridad registra su apellido: solidaridad de clase, de clase obrera.
Ésta surgió también en otra epidemia, la de cólera en 1871 que sufrió fundamentalmente la ciudad de Buenos Aires en sus barrios en ese entonces más desprotegidos: San Telmo, Constitución, Barracas, La Boca, donde pululaban los conventillos y las viviendas obreras atestadas de trabajadores y trabajadoras inmigrantes y de otras provincias, que fueron cercadas por las fuerzas represivas. El gobierno de Sarmiento, sus funcionarios y su Corte Suprema huyeron a sus estancias y las de sus amigos (porque no había countrys) y los “chetos” a las orillas norte del río, estableciéndose en los que posteriormente serían los barrios de Recoleta y Belgrano. Mientras tanto, decenas de médicos sin amparo del Estado pusieron en riesgo sus vidas para combatir la letal enfermedad.
El desarrollo de esa solidaridad puede surgir espontáneamente, a flor de piel, pero para hacerla consciente y transformarla en un apellido que deje su herencia a través de las generaciones, que trascienda y se cristalice en avances sostenidos en la conciencia, desde la trinchera de los socialistas revolucionarios debemos bregar para que esa espontaneidad se transforme en un paso adelante sostenido, duradero, consciente.
Ese paso adelante de ayudar al otro es el primero dado hacia la comprensión de la necesidad de unidad de los de abajo para derrotar a nuestros opresores. En esa acción solidaria hay un tributo de pertenencia a la clase obrera y de crítica al gobierno de turno y al sistema. Porque el Estado no sólo aparece ante nuestros ojos cuando reprime a los que protestan como los trabajadores del frigorífico Penta, sino que aparece cuando no satisface nuestras necesidades mínimas de subsistencia y asistencia de la salud. Y eso queda transparente, visible, cuando éstas se presentan en primera fila, son acuciantes, de vida o muerte. Aparece el Estado burgués con menos intermediaciones: las fuerzas represivas en las calles, la salud vaciada, las obras sociales colapsadas, el/la trabajador/a precarizado/a totalmente desprotegido.
Podemos no llegar a comprenderlo fácilmente ni menos aún en poco tiempo. Pero de lo que estamos seguros es que sin esa marca de agua inicial solidaria no podremos avanzar en construir ninguna organización que se precie de revolucionaria y socialista hasta el final.
Por eso nuestras tareas solidarias en esta pandemia son humanas, políticas y profundamente revolucionarias, porque vamos hacia los trabajadores, las mujeres y la población más desprotegida para que sobrevivan a esta pandemia capitalista y, en esa lucha por la vida, por la vida de nuestra clase y sus aliados, ayudar a elevar su conciencia para que su solidaridad cotidiana adquiera el apellido que ayude a su emancipación: obrera y socialista.






