La lucha contra el negacionismo en la situación política argentina

El acto negacionista de Victoria Villarruel es un intento de romper con el "consenso democrático" conquistado con la lucha en las calles desde 1983. La movilización por Memoria, Verdad y Justicia después de las PASO.

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La lucha contra el negacionismo en la situación política argentina

Claro que el negacionismo no es nada nuevo, e incluso como política de Estado intentó ganar cuerpo en la historia reciente durante el gobierno de Macri, sin éxitos significativos. Pero tampoco sin llegar a cuestionar de manera tan profunda los consensos democráticos que rigen en el país desde 1983, como sí propone Villarruel con su activismo pro-genocidas.

Estas nuevas aguas corridas a la derecha por las que navega la política nacional no dejan de ser, por ahora, signo de una coyuntura y no todavía de una situación: habrá que ver si se confirma y se estabiliza, o si por el contrario se desdibuja, una vez que conozcamos el resultado electoral de octubre y en parte aun más importante por la reacción social que pueda suscitar.

En este nuevo escenario, las corrientes políticas buscan adaptarse a un panorama político que plantea nuevas tareas, no sólo para los partidos del sistema, sino también para la izquierda. El acto de Villarruel fue una de las primeras pruebas al respecto.

Un desafío por derecha al consenso burgués

El acto negacionista y pro-dictadura encabezado por Villarruel fue un intento de cuestionar de manera profunda los consensos políticos sobre los que funciona la política Argentina no sólo desde 2001, sino incluso desde 1983, cuando cayó el régimen militar genocida.

Detrás del eufemismo de «homenajear a las víctimas del terrorismo» lo que hay de manera muy poco velada es una lisa y llana reivindicación del genocidio («justificado» precisamente por la supuesta «guerra» contra los «terroristas») expresado sin ir más lejos en la propia figura de Villarruel: una abogada defensora de Genocidas, asidua visitante de Jorge Rafel Videla en la cárcel y con lazos con el oscuro entramado que rodea al represor Miguel Etchecolatz.

Dicho cuestionamiento dejó muy incómodos a las dos principales fuerzas políticas del país: la derecha «tradicional» agrupada mayoritariamente en el macrismo, y también al peronismo, sobre todo en su versión progresista.

Una mirada superficial podría hacer creer que los macristas -con Patricia Bullrich a la cabeza- deberían haberse subido sin más al barco del negacionismo que capitanea Villarruel. Pero no fue así: nadie del Pro (menos de los radicales) coqueteó con el acto, no porque no les gustaría hacerlo sino porque hay una serie de razones, algunas inmediatas y otras más de fondo, que se lo impiden.

Bullrich intentó desestimar la cuestión, argumentando que se trata de un tema «viejo» y quitándole importancia. Es verdad que ella en particular tiene una incomodidad con el tema por su pasado en la organización Montoneros. Pero fue toda la cúpula del Pro y de la alianza JxC la que evitó posicionarse al respecto. Incluso algunas figuras que mantienen cierta relación con el tema salieron a delimitarse del acto, como Graciela Fernández Meijide, hoy una figura claramente alineada a la derecha y el macrismo, actualmente devenida en promotora de la «teoría de los dos demonios», pero que en su momento contó con cierto prestigio al haber integrado la comisión investigadora que elaboró el informe Nunca Más.

¿Cómo debe entenderse este titubeo y en algunos casos tibio rechazo de figuras del macrismo al acto de Villarruel? Es verdad, como decíamos, que cuando Macri ocupó la Casa Rosada también hubo manifestaciones negacionistas, aunque estas nunca pasaron de lo declarativo. Y también es verdad que, si se les inyectara el suero de la verdad, el 90% de la runfla neoliberal asquerosa agrupada bajo el nombre de «macrismo» reivindicaría el golpe de Estado si pudiera. Pero no son esas las coordenadas bajo las que pudo surgir y crecer el Pro, como partido de derecha neoliberal tradicional en la Argentina post-2001, ni Juntos por el Cambio como alianza que nuclea a macristas, radicales y otros agrupamientos de derecha y centro-derecha.

Ese negacionismo culposo que se expresa en la admiración de Macri por Milei se expresó también en que Villarruel pudo hacer su acto nada menos que en la legislatura porteña del «moderado» Larreta, lo que expresa, a su vez, una tensión fenomenal de la que probablemente tangamos muchos síntomas en el futuro cercano: la ultraderecha de Milei cuestiona el consenso burgués por derecha, pero son esas mismas instituciones burguesas las que potencialmente lo incuban y permiten su desarrollo, incluso aunque las principales formaciones políticas burguesas no pretendan ir hacia esos extremos hoy. En este punto no puede haber ni un gramo de ingenuidad sobre algún supuesto «freno institucional» a los zarpazos reaccionarios que proponen y propondrán Milei y compañía. Lo que nos conecta directamente con el debate con el progresismo.

La vía muerta del cretinismo institucional

Si el acto negacionista de Villarruel fue un primer ensayo de lo que puede venir, el kirchnerismo y el progresismo no pasaron la prueba. Llamaron abiertamente a no movilizar, aunque algunos sectores minoritarios, no orgánicos, que mantienen reflejos democráticos elementales, lo hizo igualmente.

La política fue lisa y llanamente tratar de desestimar y quitarle toda importancia a la cuestión. Para eso, el kirchnerismo se valió de las declaraciones de Estela de Carlotto, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, quien declaró que el acto «no tenía ninguna importancia» y que «no había que darle entidad».

Bajo esa misma consigna, con la excusa de «no darle entidad a los negacionistas» el kirchnerismo no movilizó contra Villarruel. Fue en la misma semana en la que tampoco lo hizo por el aniversario del intento de asesinato contra Cristina Kirchner. Un cretinismo inmovilizante y una parálisis política que los hacen incapaz de moverse incluso para repudiar el atentado contra la vida de su propia líder.

Párrafo aparte para el hecho de que el acto tenía entidad en sí mismo al tratarse de una pro-genocida que sacó el 30% de los votos a nivel nacional y que tiene serias chances de convertirse en la próxima vicepresidenta del país. ¿Qué más se necesita para salir a las calles?

Más allá de que da la sensación de que el kirchnerismo aun no se recupera del tremendo cachetazo electoral -lo que se expresa también en el silencio atronador de CFK hasta el momento- la lógica de no movilizar contra la derecha, intentando encauzar todo hacia lo electoral es una vía muerta y criminal. No sólo porque le abre el camino a los fachos y los negacionistas al quitarle el cuerpo a la pelea concreta, sino porque termina siendo contraproducente incluso para su táctica electoral. Si Milei-Villarruel tienen vía libre para instalar su agenda reaccionaria esto difícilmente mejore las chances electorales del peronismo, más bien al contrario.

Se trata de una vergonzosa política de capitulación hacia la derecha, arrodillándose frente a la frialdad del calendario electoral y las instituciones que hoy le dan vía libre a Milei y los fachos, en vez de intervenir políticamente en la pelea que se abre en la nueva situación que irremediablemente, sin desconocer el contexto electoral, se jugará cada vez más en el terreno callejero.

Una izquierda rutinaria o una que se prepare para las luchas

El único sector que llamó de manera unívoca a salir a las calles fue la izquierda y las organizaciones independientes agrupadas en el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia. Una acción de principios, de reivindicación de la lucha por justicia por los 30.000 y de castigo a los responsables del genocidio.

Sin embargo, lamentablemente, no toda la izquierda tomó la fecha con la seriedad que lo ameritaba. Las fuerzas del FIT-U, como reticentes también a que la situación política trascienda lo electoral, tuvieron una participación más bien formal, en particular el PTS, quien prefirió no movilizarse con fuerza y participó de la acción con un rutinarismo alarmante.

Esto va en consonancia con la subestimación manifiesta que las fuerzas del FIT-U han expresado en las últimas semanas hacia el peligro real que representa Milei, incluso hasta evitando nombrarlo en sus intervenciones. Es un oportunismo penoso que denuncia el ajuste del gobierno pero no advierte que dicho ajuste le abre el camino a la ultraderecha de Milei.

Por su parte, el Nuevo MAS puso en pie una gran columna partidaria que fue una de las principales de toda la movilización. En esta coyuntura reaccionaria -pero todavía indefinida-, más que nunca es necesario organizarse con una política independiente, denunciando sin tapujos el criminal ajuste que lleva adelante el gobierno, pero también el peligro y la necesidad de estar en la calle que significa el ascenso (por ahora sólo electoral) de Milei-Villarruel. La coyuntura plantea desafíos que son inéditos para la historia reciente del país, lo que exige más que nunca encarar la situación de manera militante.

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