El pasado fin de semana, los Estados Unidos escenificaron la polarización que recorre al país. Mientras el presidente Trump encabezaba un insólito y fastuoso desfile militar en Washington DC (lo cual no ocurría hacía décadas), millones de manifestantes tomaron las calles bajo el lema “No Kings” (“No a los reyes”), en clara señal de repudio al giro autoritario que expresa la Casa Blanca.
¡Son los derechos democráticos, estúpido!
Las protestas del 14 de junio fueron organizadas por el “Movimiento 50501”, cuyo significado es “50 estados, 50 protestas, un movimiento”. En el sitio web de la organización invitan a “defender la Constitución y acabar con las extralimitaciones del poder ejecutivo”.
Es un movimiento progresivo que defiende las conquistas democráticas de la sociedad estadounidense, las cuales están bajo asedio constante desde que Trump retornó al poder. Además, es abiertamente solidario con la población migrante perseguida por las redadas de ICE y, según se desprende de sus comunicados, expresan cierta percepción “clasista” en el abordaje de la situación política.
“Nuestro movimiento muestra al mundo que la clase trabajadora estadounidense no se quedará de brazos cruzados mientras los plutócratas destrozan sus instituciones democráticas y libertades civiles al tiempo que socavan el Estado de Derecho”, indican en la presentación de su movimiento.
Por este motivo, denominaron “No Kings” (“No a los reyes”) a la jornada de movilizaciones del 14 de junio, expresando su oposición al giro autoritario del actual gobierno estadounidense que, sistemáticamente, intenta avasallar las instituciones y cercenar gran parte de los derechos civiles.
La elección de la fecha no fue casual: coincidió con el Día de la Bandera, el 250° aniversario del ejército y el cumpleaños 79 de Donald Trump, por lo que el gobierno decidió realizar un enorme desfile militar en Washington DC.
En total, se contabilizaron dos mil actos en todo el país que congregaron a millones de manifestantes dispuestos a arruinar la celebración del magnate. La convocatoria, además, se potenció porque confluyó con la semi-rebelión popular que protagonizó la población latina en Los Ángeles, ciudad que en las últimas semanas se transformó en el epicentro de la resistencia contra la Casa Blanca. Las estimaciones de participación oscilan entre los 5 y 11 millones de personas. Independientemente del número exacto, no queda duda de que se trató de una jornada multitudinaria.
Por tal razón, se considera que “No Kings” es, hasta el momento, el mayor desafío callejero a la administración Trump 2.0, pues denota que el malestar contra el gobierno es nacional y abarca a muchos sectores de la sociedad que identifican que este es un gobierno de los de arriba contra los de abajo.
Muestra de lo anterior, son las declaraciones que brindó Erika Rice, 46, para quien esta fue su primera movilización en toda la vida. Asistió a la marcha motivada por el repudio que le generó la utilización de los militares para hacer las redadas contra los inmigrantes. “Usar a los militares aquí es una muestra repugnante de tratar de ejercer poder sobre el pueblo estadounidense y sobre los inmigrantes”, expresó.
En un sentido similar se pronunció José Azetcla, el cual participó de la movilización en Los Ángeles para rechazar la política migratoria de Trump. “No es duro, es malvado. No se separa a las familias», declaró a la prensa internacional.
En Filadelfia también se escucharon las consignas en solidaridad con los migrantes. “No al odio; no al miedo; los inmigrantes son bienvenidos aquí”, fueron algunos de los cánticos que realizaron los manifestantes. En el caso de Columbus, Ohio, en los carteles se llamaba a “deportar a Trump”.
Un desfile con derivas autoritarias
El mismo día en que se desarrollaron las protestas de “No Kings”, Trump realizó una exhibición de sus aspiraciones autoritarias. Para tal fin, organizó un pomposo desfile militar por la capital del país.
Esto no ocurría desde junio de 1991, cuando el entonces presidente George W. Bush celebró la victoria en la Guerra del Golfo, un hecho militar simbólico tras la debacle en Vietnam y el trauma político que supuso para la sociedad estadounidense.
A pesar de que la Casa Blanca impulsa un fuerte ajuste presupuestario que afecta al sistema de salud y otros servicios estatales, no tuvo reparo en despilfarrar una fortuna para financiar el desfile militar. Se estima que el gobierno federal derrochó 45 millones de dólares para garantizar la presencia de 6600 soldados, 50 helicópteros, aviones militares, paracaidistas y carros de combate.
Según informa The New Yorker, para hacer el espectáculo más grandilocuente se mandó a representar cada conflicto de la historia militar de los Estados Unidos, motivo por el cual los organizadores alquilaron vestuarios especiales a Hollywood que cumplían con los estándares de cada época (la guerra revolucionaria, la guerra civil, las dos guerras mundiales, Vietnam, Corea y la Guerra del Golfo).
Lo anterior no es un hecho inocente; por el contrario, se inscribe en el “plan” de la actual administración de apoyarse en el ejército para desarrollar su agenda reaccionaria a nivel interno.
A diferencia de otras grandes potencias, en los Estados Unidos las fuerzas armadas no tienen tradición de intervenir en la vida interna. Trump quiere cambiar eso, como demostró con el despliegue de militares para sofocar las protestas contras las deportaciones en Los Ángeles. Quiere naturalizar que hombres con traje militar circulen por las calles, ya sea cazando migrantes o aplacando protestas.
De acuerdo al historiador Kenneth Jackson, en los Estados Unidos el ejército solamente fue utilizado en dos ocasiones para tratar asuntos internos. El primer caso fue durante la Guerra Civil, con el objetivo de controlar un enorme motín en la ciudad de Nueva York. Posteriormente, en los años sesenta del siglo pasado, fue empleado para garantizar que se cumpliera con la integración en las escuelas del sur del país.
“Se supone que los militares deben permanecer fuera de la política y no actuar porque alguien tiene una u otra opinión política, esa es una importante tradición estadounidense. Y lo que Trump ha hecho es socavar los equilibrios tradicionales al nombrar a personas que no son distinguidas para los cargos”, declaró en una entrevista para La Nación.
Los de abajo comienzan a levantar la voz contra Trump
Hasta hace unas semanas, al leer cualquier noticia sobre los Estados Unidos la sensación era desalentadora. Los titulares nos saturaban con las bravuconadas de Trump y sus disputas geopolíticas, además de sus constantes ataques contra los pueblos del mundo y los explotados en su propio país. Para decirlo de forma sucinta, era mucho palacio y poca plaza.
Ahora, por el contrario, la percepción es diferente. No es para menos: ¡los de abajo levantaron la voz y tomaron las calles! Esto es lo que demuestra la semi rebelión popular contra la “migra” que arrancó en Los Ángeles y alimentó una multitudinaria jornada de “No Kings” por todo el país.
Lo anterior no debe dar paso a análisis facilistas. La polarización política es asimétrica y el clima político en los Estados Unidos aún es bastante reaccionario. Pero queda claro que la realidad es más rica de lo que parece a primera vista y que la lucha de clases continúa.
La reversibilidad dialéctica está inscrita como una potencialidad en la actual etapa. Los golpes reaccionarios y autoritarios pueden desencadenar respuestas por abajo en un sentido contrario.
Esto lo está experimentando Trump en persona, al ver como sus redadas brutales contra los migrantes están generando una poderosa reacción por abajo. Asimismo, es una demostración de la importancia de tomar las banderas democráticas (junto con las económicas o sindicales) para luchar contra la extrema derecha.
Una lección que la izquierda revolucionaria tiene que tener presente para ubicarse en el mundo actual y no incurrir en análisis unilaterales que, inevitablemente, conducen al pesimismo y al escepticismo con respecto a la lucha de clases.




