Enfrentar el ajuste y frenar a la reacción

El terremoto del atentado a CFK movió toda la estantería política del país. Una vez pasado, la atención mediática y política está puesta en cómo tratan de poner todo de nuevo en su lugar. Lo que no se puede volver a acomodar es todo lo recortado por Massa, lo acordado con el FMI, el ajuste implementado mientras se hablaba de otra cosa.

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Cada nuevo evento que conmueve la opinión pública, que obliga a todo el mundo a distraerse de la existencia de Massa aunque sea por algunas horas, es un buen momento para hacer los deberes con el FMI. La vida de las mayorías trabajadores empeora día a día, eso es lo único realmente predecible de la situación argentina, lo único sostenido en el tiempo, lo único con lo que todo el personal político y mediático capitalista está de acuerdo.

El atentado y después

Respecto al significado del atentado, el día de la masiva movilización de respuesta decíamos: “Las libertades democráticas se conquistaron con sangre. Desde la lucha contra la dictadura militar, la organización obrera a partir de los 80, las marchas de los 24 de marzo, la conquista de los juicios a los genocidas, el 2001… El derecho a la movilización, al voto, a la organización son cosas que no se pueden no defender.

El atentado contra CFK es un ataque a todo eso y trasciende a su persona. A la vez, no es un rayo en cielo sereno. Hace años que en Argentina hay una campaña derechista para criminalizar los cortes de calle, los reclamos populares, los sindicatos y los movimientos de desocupados. A la clase capitalista le gustaría poder borrar del país su molesta rebeldía permanente. El propio peronismo, más tímidamente, viene siendo parte de esa campaña.

Como la década kirchnerista fue una de dar para no perder más por parte del Estado capitalista, de conquistas de quienes hicieron  la rebelión del 2001, una parte de la derecha identifica a Cristina con los sindicatos, con la movilización, con las libertades democráticas.

También, por supuesto, franjas importantes de trabajadores y sectores populares, que por eso la defienden como referente y dirigente suya. Rechazar al ataque a CFK, lo mismo que a su persecución judicial, es defender el derecho de esos miles o millones a elegir a sus propios líderes. La izquierda solo puede arrancarle esa influencia con el convencimiento. Por ejemplo, denunciando y enfrentando el ajuste de Massa…

El responsable, pese a que muchos lo presenten como ‘un loco suelto’, tiene por sus características el perfil propio de un simpatizante de la extrema derecha. Con un brazo tatuado con simbología nazi, su perfil de resentido que responsabiliza por su situación a trabajadores que luchan y sectores populares empobrecidos es típico de la extrema derecha internacional, de los simpatizantes de Trump y Bolsonaro… El rol de la nueva derecha es darles una organización, una bandera, un programa a esos ‘locos sueltos’”.

Los giros en las condiciones de la lucha política y social se cocinan a fuego lento, incluso los aparentemente más bruscos. Un giro a la derecha en Argentina, que permita a los trumpistas y bolsonaristas criollos (los Bullrich y los Milei) llegar a gobernar, que le dé rienda suelta a su violencia contra la clase trabajadora y sus conquistas, podía tener al atentado por punto de partida. Si quedaba el antecedente de que los grupos de extrema derecha pueden actuar con impunidad, sin una respuesta masiva ni más ni menos que ante un intento de asesinato a CFK, podríamos haber pasado de una situación en el que su marginalidad delirante siguiera siendo delirante pero comenzara a dejar de ser marginal.

El dato es que eso no pasó. La movilización del 2 de septiembre, con su masividad, puso contra las cuerdas cualquier intento de avanzada de ese tipo. Por el momento, el freno a la extrema derecha en Argentina fue puesto. Sin embargo, el peligro bolsonarista en Brasil podría soltar el freno y poner el acelerador.

El gobierno y las instituciones de la democracia capitalista se recompusieron de la confusión inicial y todo pareciera volver a los rumbos de antes. Con la mira en las elecciones, ahora las operaciones mediáticas, los shows y el uso electoral del atentado son cosa de todos los días de un lado y del otro de “la grieta”. El Frente de Todos y Juntos pueden así volver a su zona de confort, hablar de lo que los divide y no de lo que los pone de acuerdo: el ajuste contra los trabajadores y las mayorías populares.

No hay que perder de vista, sin embargo, que el atentado ocurrió y que es peligroso “normalizarlo”. La extrema derecha está a la defensiva pero no está escrito que así vaya a ser por siempre, ni siquiera por meses.

El ajuste le abre paso a la reacción

El desplome del salario, el peso aplastante de los cambios permanentes de las listas de precios, los trabajos cada vez más precarios son el día a día. Sentir cotidianamente las consecuencias de los recortes recientes de Massa se sumarán a ese día a día. Hubo ajuste y crisis con Macri, lo hay también con el Frente de Todos. La mayoría no puede ni imaginarse un futuro en el que se salga de esta situación, ni siquiera uno que no sea aún peor.

Una parte de la clase trabajadora, de los miembros de las organizaciones sociales, de las clases medias “progresistas” identifica sus luchas y sus conquistas con el kirchnerismo. Que la fuerza política en la que depositaron sus esperanzas sea la que los ajusta, la que defrauda todas sus expectativas, la que hace todo lo contrario a sus promesas, tiene entre amplios sectores el efecto de la desmoralización política.

La imagen que dejaron las elecciones pasadas puede ilustrarlo. Frente a un gobierno “progresista” que ajusta y una oposición gorila que ajusta, millones de votantes del peronismo en 2019 no tomaron la decisión de buscar otra alternativa; se quedaron en sus casas. La pasividad le abrió paso al triunfo electoral de un macrismo que parecía muerto en vida. ¿Por qué? Porque el gobierno consiguió instalar en la cabeza de millones que no se puede hacer nada, que la postración frente al ajuste y el acuerdo con el FMI es lo único posible.

En ese marco, sectores marginales y exasperados (tanto de clases medias como “lúmpenes”) encuentran la solución en las recetas delirantes de la derecha. Pueden incluso embanderarse en la lucha contra los verdugos de las inmensas mayorías pese a defender a otros peores. El fascismo en su momento también hizo demagogia contra “los poderosos” pese a ser un feroz defensor de los dueños de la sociedad.

La indiferencia por no ver alternativas también es una fuerza política peligrosa.

Y, sin embargo, no todo está dicho. El ajuste no está pasando sin resistencia. Las rebeliones docentes en el interior del país, la pelea contra el ajuste en discapacidad, la larga lucha de los obreros del Neumático son ejemplos de que nada está cerrado en Argentina. Y no es más que el comienzo: el ajuste apenas se está comenzando a sentir, recién empezó su implementación y lo que la inmensa mayoría vive hoy es un deterioro económico que el ajuste solo puede empeorar.

El 2 de septiembre, incluso, puso en evidencia que hay miles y miles que están dispuestos a pelear pero que no apoyan el ajuste del gobierno, a lo sumo lo aceptan como una calamidad contra la que no pueden hacer nada. No por nada la “misa” oficialista tuvo un impacto casi nulo y no logró movilizar a los que marcharon frente al atentado.

A los pies del FMI y los capitalistas

Massa, mientras tanto, sigue con su agenda como si nada pasara. Pareciera que cada paso económico que da no fuera más que un problema técnico a ser resuelto en una cómoda oficina, algo que no tiene efecto alguno en la vida de millones. Primero se reunió con los sojeros y les dio lo que pedían, después se fue a Washington a reunirse con el FMI, con el Tesoro yanqui, con el BID, con el Banco Mundial, para también asegurarles que les dará lo que quieren.

La primera gran medida de Massa como superministro fue el recorte de 210 mil millones de pesos en partidas de educación, infraestructura, salud… Luego, la entrega del “dólar soja” a los patrones del campo. Las cosas son matemáticas, de suma cero: les da más pesos por cada dólar a los sojeros mientras recorta a los salarios docentes, a las escuelas, los hospitales, la inversión en desarrollo. Los pesos que se van de un lado se van al otro.

Los principales grupos capitalistas de Argentina están satisfechos con Massa, pero ahora entienden que pueden estar todavía más satisfechos. Ahora piden la extensión del “dólar soja” por más tiempo (en principio iba a ser para las liquidaciones de dos meses) y que haya también un “dólar maíz”. Los bolsillos que ya están muy llenos se llenan más con o sin atentado, con o sin conmoción política, con o sin turbulencias.

Luego están los patrones de Washington. Que el FMI esté satisfecho no es nunca, jamás, una buena noticia. Georgieva se mostró satisfecha con la política fiscal de Massa diciendo: “Recibí con beneplácito su fuerte compromiso e impulso para lograr las metas del programa -que se mantendrán sin ser alteradas- y los concluyentes avances logrados en áreas fundamentales que incluyen: el marco macroeconómico, que se actualizó para reflejar la evolución económica reciente y el difícil contexto internacional”. “Los parámetros fiscales y las políticas subyacentes para asegurar los objetivos de déficit primario existentes del 2,5% del PIB en 2022 y del 1,9% del PIB en 2023, con énfasis en una mejor orientación de los subsidios a la energía, transporte y agua, junto con una mejor priorización del gasto y manejo estricto del presupuesto”.

En los próximos meses se comenzará a entender un poco más lo que significan las magníficas palabras que hablan de una “mejor orientación de los subsidios”. Las boletas de luz, de gas y de agua hablarán muy claramente. Cada peso más de luz es un peso ahorrado para pagar la deuda fraudulenta con el Fondo, cada peso más de gas es uno se usa para financiar el “dólar soja”, cada peso más de agua será usado por Massa para comprar el apoyo y el beneplácito del FMI y los capitalistas del campo.

Ganar las calles en la Argentina y Brasil contra el ajuste y la reacción

Al otro lado de la frontera, una parte del ajuste pasó. Hay sectores de la clase trabajadora desmoralizados, pero la última palabra no está dicha. La estabilidad económica se compró pisoteando décadas de conquistas de los trabajadores y los sectores populares. La mayoría se quiere sacar de encima a Bolsonaro, pero como éste es el que gana la calle mientras el PT invita a quedarse en las casas, existe el peligro que el presidente fascistoide pase a segunda vuelta.

Hacia las elecciones del 2 de octubre, la tensión del aire se corta con tijeras. Todas las encuestas dan a Lula por ganador, pero ninguna lo ubica por encima del 50% de los votos. No importa la diferencia que tenga sobre Bolsonaro, si no tiene la mitad más uno de los votos habrá segunda vuelta. Y si la polarización crece, el gobierno podría intentar desconocer las elecciones, imponerse en el poder desconociendo la voluntad popular.

Hasta voceros de la clase capitalista advierten sobre ese peligro. Muchos ven avecinarse una puesta en escena como la del Capitolio estadounidense el 6 de enero del 2021. Pero también es verdad que no está escrito que un zarpazo anti democrático no desate una movilización de masas contra él.

Si para los que enfrentan a Bolsonaro la movilización argentina del 2 de septiembre fue como una bocanada de aire fresco, en Argentina el peligro bolsonarista puede tener graves y duraderas consecuencias. En las elecciones brasileras hay más en juego que todo lo que hay dentro de las fronteras de Brasil.

Que los trabajadores de Argentina enfrenten el ajuste, que las movilizaciones masivas logren frenar a la reacción, son también un impulso para derrotar al Bolsonaro brasilero y a todos los Bolsonaro de otros países con otros nombres.

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