El rearme nuclear, los conflictos interimperialistas y la posibilidad de una catástrofe

La carrera por la modernización y ampliación de los arsenales nucleares está en pleno auge, alimentada por la creciente rivalidad entre potencias, los conflictos regionales y el colapso de la arquitectura institucional internacional. Desde Washington hasta Moscú, desde Tel Aviv hasta Pyongyang, el planeta se encuentra avasallado por la amenaza atómica como parte constitutiva del orden mundial actual.

Un mundo cada vez más cerca del abismo

A ochenta años del primer bombardeo atómico sobre Hiroshima, la amenaza del armamento nuclear no solo no ha desaparecido, sino que se ha transformado en un peligro renovado y cada vez más tangible. La humanidad sigue habitando, como advirtió Günther Anders, el umbral de su autodestrucción, empujada por la lógica destructiva del capitalismo y su expresión más mortífera: el armamento nuclear.

Actualmente, nueve Estados poseen armas nucleares: Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel. Se estima que hay más de 13.000 ojivas nucleares en el mundo, de las cuales aproximadamente el 90% está en manos de Estados Unidos y Rusia.

Estos arsenales no solo son vastos, sino que su poder destructivo ha evolucionado enormemente desde la Segunda Guerra Mundial. Las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki serían consideradas hoy como dispositivos de baja potencia. “Las fuerzas productivas […] ya no son tales fuerzas productivas sino más bien fuerzas destructivas”, escribieron Marx y Engels en La ideología alemana, para subrayar cómo el desarrollo tecnológico bajo el capitalismo se vuelve una amenaza existencial.

Los arsenales actuales incluyen tanto armas estratégicas de largo alcance como armas nucleares tácticas, más pequeñas pero igualmente peligrosas. La modernización de estos sigue en marcha. Estados Unidos y Rusia invierten miles de millones de dólares en renovar sus sistemas de lanzamiento, submarinos nucleares, misiles intercontinentales y bombas aéreas.

Rusia, por ejemplo, en los últimos años ha realizado ejercicios de una “respuesta nuclear masiva”, bajo supervisión directa de Putin, en los que se probaron misiles intercontinentales Yars y misiles desde submarinos nucleares. La guerra en Ucrania ha devuelto al centro del tablero la amenaza atómica.

La central nuclear de Zaporizhzhia, la más grande de Europa con seis reactores, ha sido blanco de ataques cruzados entre Rusia y Ucrania. Por el momento, se ha evitado una catástrofe de radiación, pero su consideración como objetivo demuestra el nivel de irresponsabilidad criminal en un conflicto donde la vida de millones se juega sobre la lógica de los intereses geopolíticos.

El caso de Israel e Irán también ilustra la inestabilidad global. Israel, con un arsenal nunca reconocido oficialmente, ha lanzado recientemente una ofensiva directa sobre instalaciones militares y nucleares iraníes bajo el pretexto de evitar que la República Islámica acceda al arma nuclear. Pero estas acciones, lejos de prevenir la proliferación, parecen empujar a Irán a acelerar su programa atómico como medio de disuasión.

De esta forma, el espectro de la amenaza nuclear se renueva. El Reloj del Apocalipsis, que de forma simbólica señala las probabilidades de aniquilación de la humanidad, se colocó este año a 89 segundos de la media noche. Esta marca, la más cercana en los 78 años de su existencia, está basada en gran parte por el aumento del peligro nuclear.

¿Una nueva carrera armamentista?

La evidencia es contundente: sí estamos frente a una nueva carrera armamentista nuclear, impulsada por las principales potencias del mundo en un contexto de agudización de disputas interimperialistas. Este proceso no sólo replica la lógica de la Guerra Fría, sino que la actualiza con nuevas tecnologías, actores regionales en ascenso y una creciente descomposición del orden internacional.

El rearme no es un fenómeno casual ni preventivo. Es el resultado directo de la crisis del sistema capitalista global, cuyas potencias centrales buscan reposicionarse militarmente en medio de una creciente competencia por recursos, mercados y hegemonía geopolítica.

Los Estados Unidos, por ejemplo, invierten cientos de miles de millones en la modernización de su arsenal nuclear. Bajo el gobierno de Biden se ratificaron los programas de renovación de los misiles balísticos intercontinentales (ICBM), submarinos nucleares clase Columbia y bombarderos B-21, a la vez que se expandió la cobertura de la OTAN y su doctrina “global” (más allá del Atlántico Norte). Rusia, por su parte, ha iniciado también un proceso de rearme, amenazando abiertamente con el uso de armas nucleares.

La lógica del rearme no se limita a las grandes potencias. El caso de Israel es ilustrativo: bajo la excusa de evitar que Irán acceda a la bomba, ha lanzado una ofensiva directa sobre instalaciones científicas y militares iraníes: los “ataques israelíes hicieron retroceder a Irán a nivel técnico, pero políticamente lo acercan a las armas nucleares”.

En este marco, la OTAN, que se había replegado parcialmente tras el fin de la Guerra Fría, se ha expandido nuevamente hacia Europa del Este, rearmando a sus Estados miembros e incorporando a nuevos países como Suecia y Finlandia. En paralelo, China moderniza su arsenal nuclear y lanza submarinos de nueva generación, mientras India y Pakistán mantienen una carrera armamentista mutua alimentada por nacionalismos reaccionarios.

Trump y el regreso de la inestabilidad nuclear

En el centro de la crisis internacional se encuentra Estados Unidos, la potencia imperialista hegemónica desde la Segunda Guerra Mundial, y la única que ha usado armas nucleares contra población civil. Ese legado de barbarie, que comenzó con Hiroshima y Nagasaki, persiste en el presente bajo nuevas formas: amenazas abiertas, modernización de arsenales y una doctrina táctica cada vez más agresiva.

Con unas 3.700 ojivas, bases militares distribuidas en todo el planeta y una industria armamentista colosal, Estados Unidos mantiene el arsenal más poderoso del mundo. Pero su liderazgo está siendo cuestionado por el ascenso de China en el terreno económico, la relativa recuperación militar de Rusia y el cuestionamiento a su hegemonía en cada vez más planos de la realidad.

En este contexto, la figura de Donald Trump ha encarnado con claridad la deriva más peligrosa del imperialismo yanqui. Durante su primera presidencia desmanteló o debilitó varios tratados clave de control de armas nucleares, como el Tratado INF (Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio), y se retiró del acuerdo nuclear con Irán (JCPOA). Ahora, en su segundo mandato esgrime amenazantemente su poderío.

La era Trump representa una ruptura con el frágil equilibrio posterior a la Guerra Fría. “La guerra tiende naturalmente hacia los extremos”, y Trump contribuye a radicalizar el escenario internacional, dando luz verde al rearme global, provocando a China en Taiwán y alimentando tensiones con Irán e incluso con aliados europeos de la OTAN, a los que fustiga constantemente para aumentar sus presupuestos militares al 5% del PIB.

Estados Unidos no puede desligarse de su historia. El ataque nuclear a Japón en 1945 fue una acción ejemplificadora con la que buscaba posicionarse como potencia indiscutida, “no importaba si esto se hacía a costa de cientos de miles de asesinados (mejor dicho:¡para que fuera ejemplificadora era necesaria una matanza en masa!)”. Esa misma lógica brutal se reproduce hoy bajo formas más comedidas (por el momento), pero igual de criminales.

No se puede ignorar que sigue siendo la principal amenaza nuclear para la humanidad. Su historial de guerras, su supremacismo militar y su complejo industrial-militar lo convierten en un actor profundamente desestabilizador. El trumpismo, lejos de ser una anomalía, es la expresión descarnada del imperialismo en el inicio de una nueva época.

Rusia: rearme, guerra y un imperialismo en reconstrucción

Rusia es el país con mayor cantidad de armas nucleares en el mundo, según datos del Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI). Posee unas 4.300 ojivas nucleares y una de las capacidades militares estratégicas más amplias del planeta. Pero lo más alarmante es que bajo el régimen de Vladimir Putin, el armamento nuclear ha pasado de ser un elemento de disuasión a convertirse en una amenaza abierta y constante en el tablero geopolítico.

Desde el inicio de la guerra en Ucrania, el Kremlin ha recurrido sistemáticamente a la amenaza nuclear como herramienta de presión política y militar. En septiembre de 2022, Putin declaró abiertamente: “Si la integridad territorial de nuestro país se ve amenazada, por supuesto que usaremos todos los medios a nuestra disposición para proteger a Rusia”. Estas amenazas han sido reiteradas a lo largo del conflicto, particularmente cuando Rusia sufre reveses militares.

En octubre de ese mismo año, Rusia realizó maniobras de una “respuesta nuclear masiva”, incluyendo el lanzamiento de misiles balísticos intercontinentales y misiles de crucero desde bombarderos Tu-95 y submarinos en el Mar de Barents. Estas acciones no solo buscaban mostrar poderío frente a sus propias debilidades militares, sino advertir a la OTAN y a Occidente sobre los límites que Moscú no estaría dispuesto a tolerar.

Rusia es un imperialismo en reconstrucción, con una política exterior abiertamente expansionista: “lo que se está viendo en el terreno militar es que a Rusia le fracasó redondamente la idea que la ocupación de Ucrania podría ser un paseo […], sus fuerzas armadas están demostrando ineptitud en el terreno lo que tiende a llevar los desarrollos al extremo: de ahí el creciente peligro nuclear”.

Esta lógica es doblemente peligrosa. Por un lado, muestra que la degradación militar del Estado ruso no elimina el peligro, sino que lo agrava: la posibilidad de que Rusia recurra a un ataque nuclear no deriva de su fortaleza, sino de su debilidad. Por otro lado, el chantaje atómico de Putin normaliza la idea del uso de armas nucleares, reduciendo el umbral estratégico para una eventual catástrofe.

China: modernización nuclear y ambiciones imperialistas

China se proyecta como uno de los actores clave en la reconfiguración geopolítica del siglo XXI. Su crecimiento económico sostenido (aunque ralentizado en los últimos tiempos), su influencia tecnológica y comercial, y su creciente protagonismo militar la colocan en la primera línea de las potencias globales. Se trata del ascenso de una nueva potencia capitalistas con aspiraciones imperialistas bajo nuevas formas estatales-burocráticas, nacionalistas y represivas.

En materia nuclear, está inmersa en la modernización de su arsenal. Según estimaciones recientes, su número de ojivas supera las 600, con proyecciones que indican que podría duplicarlas en los próximos años. Además, ha desarrollado nuevos sistemas de misiles balísticos intercontinentales, submarinos de propulsión nuclear y bombarderos. Así, busca consolidarse como parte de una “tríada nuclear”, junto a Estados Unidos y Rusia.

Aunque el discurso oficial del régimen de Xi Jinping insiste en el carácter “defensivo” de su doctrina nuclear, los hechos muestran otra realidad. China multiplica sus ejercicios militares cerca de Taiwán, sus patrullajes en el Mar Meridional y sus alianzas con potencias como Rusia e Irán: “Xi Jinping tiene muchas razones para mantenerse en un segundo plano pero también para apoyar en silencio a Putin porque lo suyo también es pisotear derechos nacionales y democráticos de la clase trabajadora”.

China no ha sido parte activa de tratados de desarme como el START o el INF, y su hermetismo le permite avanzar en el rearme sin el escrutinio internacional. Al mismo tiempo, promueve una retórica nacionalista beligerante, como se evidenció tras la visita de Nancy Pelosi a Taiwán en 2022, que desencadenó maniobras militares masivas. Aunque el conflicto con Estados Unidos por ahora no ha estallado, la disputa por el estrecho de Taiwán puede convertirse en el próximo escenario de guerra entre potencias nucleares.

Europa: entre la subordinación a la OTAN y el rearme imperialista

Europa, lejos de ser un continente pacifista, como a menudo se proclama, forma parte activa del esquema de disuasión nuclear global. Tres Estados poseen armas nucleares: Reino Unido, Francia (como potencias nucleares reconocidas) y Alemania (aunque no tiene armas propias, participa de la “disuasión nuclear compartida” de la OTAN). Además, países como Bélgica, Países Bajos e Italia almacenan bombas nucleares estadounidenses en su territorio, lo que extiende la amenaza atómica a casi todo el continente.

El rearme europeo no es una respuesta “defensiva” al expansionismo ruso o al caos global, sino parte de una nueva carrera armamentista imperialista, que acompaña la crisis del orden mundial liderado por Estados Unidos y la OTAN. Con la creciente incertidumbre que deja la política errática de la gestión trumpista, la subordinación total a Estados Unidos se ha puesto en duda. El imperialismo clásico europeo se encuentra en una encrucijada: sostener su condición de aliado menor de la potencia norteamericana o emprender un camino propio. En este contexto, han abierto la discusión de reactivar sus propias capacidades destructivas.

El Reino Unido mantiene un arsenal de aproximadamente 225 ojivas nucleares, desplegadas en su mayoría en submarinos Trident. En 2021, el gobierno de Boris Johnson anunció un aumento del límite máximo de ojivas por primera vez en décadas, lo que indica un giro claro hacia el rearme. Esta decisión fue justificada como una “necesidad de disuasión” ante amenazas rusas y chinas, aunque en el fondo responde a la necesidad del Reino Unido de reposicionarse como potencia global tras el Brexit. El gobierno laborista actual mantiene prácticamente la misma senda.

Francia, por su parte, cuenta con unas 290 ojivas y mantiene una doctrina de “disuasión estratégica autónoma”. Aunque menos subordinada a Estados Unidos que otras potencias de la OTAN, Francia forma parte integral del dispositivo militar occidental, y bajo el gobierno de Macron se ha impulsado una narrativa de “Europa de la Defensa” que en realidad legitima el fortalecimiento de las capacidades bélicas continentales. La burguesía francesa busca recuperar protagonismo internacional y el rearme nuclear es un componente clave de ese proyecto imperialista.

Por otra parte, Berlín no posee armas nucleares propias, pero aloja bombas estadounidenses en bases como Büchel, bajo el programa de “nuclear sharing” de la OTAN. Alemania también participa en los preparativos para modernizar estos arsenales, y ha anunciado un aumento sin precedentes en su presupuesto militar, incluyendo la compra de aviones F-35 capaces de transportar armas atómicas. Esto marca el retorno explícito del militarismo alemán en el siglo XXI, algo que debería encender todas las alarmas.

Como señala Roberto Sáenz, la OTAN ha aprovechado la guerra en Ucrania “para relanzar la carrera armamentística amén de expandir dicha alianza militar a más y más países además de la nueva doctrina “extra zona” de la misma”. Lejos de garantizar la paz, este proceso aumenta el riesgo de una guerra total, incluso nuclear, en el corazón de Europa. No hay seguridad posible en un continente armado hasta los dientes bajo la lógica de la “disuasión”.

Potencias regionales, conflictos latentes y el caso de Irán

Más allá de las potencias nucleares centrales, existen otros Estados que también poseen o desarrollan armas nucleares, y que representan peligrosos focos de conflicto regional con implicaciones globales. Se trata de India, Pakistán, Corea del Norte e Israel, así como del programa nuclear de Irán, que aún no ha producido armas atómicas, pero podría avanzar en ese camino.

India y Pakistán mantienen una de las rivalidades interestatales más peligrosas del planeta, con dos potencias nucleares enfrentadas desde hace décadas por el conflicto de Cachemira. Ambos países poseen entre 180 y 170 ojivas respectivamente, y han desarrollado capacidades de lanzamiento por tierra, mar y aire. Sus doctrinas incluyen la posibilidad de uso en caso de guerra total o incluso en situaciones de escalada limitada.

La situación es especialmente crítica por la fragilidad política de sus Estados, los nacionalismos extremistas (como el hindú promovido por Modi en India) y la frecuente tensión militar en la frontera. Cualquier enfrentamiento entre ambas potencias podría escalar rápidamente hacia un intercambio nuclear regional de consecuencias catastróficas.

Corea del Norte es uno de los países que más abiertamente ha utilizado el desarrollo de armas nucleares como herramienta de disuasión. Se estima que posee entre 50 y 60 ojivas nucleares y ha realizado múltiples pruebas atómicas y lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales.

Israel es el único Estado nuclear de Medio Oriente, aunque jamás lo ha reconocido oficialmente. Se estima que posee alrededor de 90 ojivas, y ha adoptado una política de “ambigüedad estratégica” para mantener su hegemonía regional. Esta capacidad le permite actuar con total impunidad, como se evidenció en la reciente “Operación León Naciente”, con la que bombardeó instalaciones nucleares iraníes y asesinó a científicos y altos mandos militares sin una declaración formal de guerra.

Netanyahu lanzó un ataque que puede conducir a una guerra abierta. Y dado el carácter fascista del gobierno israelí actual, no se puede descartar el uso de armamento atómico. Además, mientras ataca a Irán, continúa perpetrando un genocidio contra el pueblo palestino, utilizando la atención internacional sobre Irán para intensificar la represión en Gaza y Cisjordania.

Por su parte, Irán no posee armas nucleares, pero ha desarrollado un programa atómico avanzado. Según estimaciones recientes, cuenta con más de 400 kg de uranio enriquecido al 60%, lo que lo sitúa cerca del umbral técnico para producir una bomba. Los ataques israelíes no han eliminado sus capacidades, y lo más grave es que le han dado argumentos al régimen iraní para avanzar hacia la obtención de estas armas.

Estos focos muestran que el problema del armamento nuclear ya no es exclusivo de las potencias tradicionales, sino que se ha diseminado como consecuencia de la descomposición del orden internacional. El mundo avanza hacia una situación donde cada crisis regional puede convertirse en una chispa para una catástrofe global.

Desarme nuclear, contra la barbarie imperialista

El desarrollo, modernización y proliferación del armamento nuclear son el resultado directo y necesario del modo de producción capitalista en su fase imperialista, que convierte avances científicos en una herramienta de destrucción masiva, subordinando el conocimiento humano a la lógica de la ganancia, la dominación y la guerra.

La humanidad se encuentra hoy más cerca de lo que estuvo en décadas del abismo nuclear. Esa amenaza no proviene solo de Estados Unidos o Rusia, sino de una multiplicidad de Estados armados, gobiernos reaccionarios y alianzas militares como la OTAN, dispuestos a escalar hasta el exterminio si eso garantiza su posición.

La lógica de la escalada militar nuclear está completamente normalizada, diseminada y lista para activarse ante cualquier crisis, accidente o provocación. Y con la emergencia de figuras como Trump, la posibilidad de un uso deliberado deja de ser una fantasía lejana para convertirse en una posibilidad tangible y escalofriante.

No hay salida dentro del marco actual de Estados-nación armados, tratados vacíos y diplomacias hipócritas. No basta con abogar por el “desarme” en abstracto ni confiar en la ONU o en acuerdos entre potencias. Así lo demuestra la experiencia. El desarme nuclear sólo es posible si se desmonta el entramado imperialista a la cabeza del capitalismo global. Como lo advirtió Rosa Luxemburgo ante la Primera Guerra Mundial, la disyuntiva es clara: socialismo o barbarie.

Frente a esto, no hay neutralidad posible. El rearme nuclear es una trampa mortal para los pueblos del mundo, una huida hacia adelante del capitalismo que solo puede conducir a nuevas catástrofes. La única salida posible es terminar con el imperialismo, desmantelar sus alianzas militares y luchar por un socialismo internacionalista que ponga la técnica y el desarrollo al servicio de la vida y no de la muerte.

En ese sentido, la lucha por el desarme nuclear es inseparable de la lucha por la revolución socialista internacional. Solo una humanidad liberada de la lógica del capital puede hacer de la energía nuclear una fuerza para el bienestar, y no una amenaza permanente de aniquilación.

Rechazamos la hipocresía de las potencias que se proclaman defensoras de la paz mientras multiplican sus arsenales. Rechazamos el chantaje atómico, la brutalidad genocida del sionismo israelí y el creciente militarismo europeo. Rechazamos también las falsas alternativas que se alinean acríticamente con unos imperialismos contra otros. Nuestra alternativa es la de los pueblos, la de la clase obrera internacional. Es la única capaz de poner fin a esta barbarie atómica y de abrir paso a un mundo donde la vida valga más que los misiles.

Seremos directos: Te necesitamos para seguir creciendo.

Manteniendo independencia económica de cualquier empresa o gobierno, Izquierda Web se sustenta con el aporte de las y los trabajadores.
Sumate con un pequeño aporte mensual para que crezca una voz anticapitalista.

Me Quiero Suscribir

Sumate a la discusión dejando un comentario:

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí