
Desde el vamos está claro que no es “un presupuesto más”. Era el presupuesto que debía aparecer como portador del consenso entre el oficialismo y la oposición burguesa ante el FMI; pero que, por el contrario, volvió a generar dudas en la capacidad política del gobierno y los partidos políticos del establishment para conducir al país de rodillas al Fondo sin generar ruidos de inestabilidad.
Una vez más los tiempos se le van de las manos al gobierno, que pasó de anunciar un acuerdo plurianual para principios de diciembre para luego postergarlo hacia mediados de diciembre, y que ahora patea los plazos para marzo. Una jugada peligrosa que, de no adelantar los tiempos, hará coincidir el sapo del acuerdo con el FMI con el fin de las vacaciones, la vuelta de la vida normal, el trabajo y el hastío por la miseria salarial. Si el verano de enero y febrero le da la posibilidad al gobierno de cerrar el acuerdo al estilo “ojos que no ven corazones que no sienten”, marzo, por el contrario, será el reinicio de la vida laboral y de la vida política, con una sociedad de ánimos crispados, y un sector de la base social oficialista y fundamentalmente K en franca crisis con la idea de reventar al país para pagar la estafa de Macri.
La coyuntura inmediata del país ha quedado sin mayores modificaciones luego de la sesión del jueves. Pero desde el punto de vista político ha desnudado las enormes dificultades de los partidos del poder para domar la crisis en la que se encuentra Argentina. No quedan dudas que a la hora de votar la entrega del país al Fondo habrá amplio consenso desde Milei hasta Juntos, pasando por Cristina Kirchner y La Cámpora. Pero la realidad es que hoy, al cierre de un año pésimo, el gobierno le ha sumado un nuevo elemento de incertidumbre y deberá esperar al 2022 para dar una señal de unidad nacional de cara a un FMI que exige un acuerdo de todo el arco político para que la deuda se pague y el ajuste estructural se haga, gobierne quien gobierne.
La crisis que mete crisis
El fin de año transcurre sin demasiados sobresaltos, pero la crisis económica y social no deja de tener expresiones en la vida política por arriba: recientemente la prohibición del pago en cuotas de viajes al exterior puso al desnudo la escasez de divisas y cierto grado de desesperación del gobierno. También el aumento del monotributo generó bronca entre amplios sectores precarizados, luego la plaza oficialista y al día siguiente de la izquierda, marcaron dos posiciones bien diferenciadas respecto al FMI, una por pagar y la de la izquierda por rechazar un acuerdo con el Fondo y por el no pago. Por último, la reciente escenificación en el parlamento que muestra la incomodidad de la coalición gobernante y fundamentalmente del sector K a la hora de dar los pasos, iniciales pero necesarios, para ir al ataque directo al movimiento de masas y a las reformas estructurales que requiere el organismo de crédito.
La crisis del presupuesto no ha pasado de ser un evento súper-estructural, sin consecuencias inmediatas hacia abajo. Pero aún así, puso en primer plano los elementos de crisis de las coaliciones, tanto de Todos como de Juntos y la fragmentación al interior de la mismas; un hecho que no logró saldarse con los resultados electorales.
En el caso del Frente de Todos la cosa es bastante obvia. El sector K construyó un relato nacional, popular y anti neoliberal durante 12 años, y hoy está a un paso de consagrarse como empleado del FMI y convalidar, más allá de los discursos para la tribuna y las acusaciones en el marco del parlamento, la estafa de Macri. Por abajo, un sector social de masas que acompañó el proyecto “crecimiento con inclusión” del que hizo bandera Cristina durante sus mandatos y con el que es identificado el kichnerismo hasta el día de hoy, anhela que sus dirigentes logren que el sapo se convierta en miel, y el acuerdo con el FMI se postergue hasta el infinito, o se haga sin ajuste.
Pero las circunstancias han cambiado y el país se encuentra en una situación bien distinta a la década pasada. Hoy el kirchnerismo es parte del gobierno del ajuste y del acuerdo con el FMI. Cruje la imagen del kirchnerismo de las concesiones por el rol que efectivamente le toca jugar y que tributa en última instancia su rol de administrador de los asuntos de la burguesía que necesita el acuerdo con el Fondo. Y cruje porque las expectativas de su base social lo presionan, convencidos que el espectro del pasado K podría hacerse presente hoy…
De fondo, la carestía de la vida, la crisis social, la falta de trabajo, de perspectivas de futuro, los salarios pulverizados, la precarización laboral, sumado al agravamiento que traerá el acuerdo con el organismo de crédito, amenaza al kirchnerismo con perder a un sector de su base social. La posibilidad de una eventual ruptura de amplios sectores de su propia base es un hecho del que son conscientes sus dirigentes principales y es un tema debatido cotidianamente en los medios. Pero, y este es el límite inquebrantable, no tienen ni quieren un plan alternativo. Son una fuerza política del régimen y tributan a las necesidades de la burguesía, aún con su perfil propio que lo distingue de otras.
Junto con esto, el acuerdo con el Fondo aparece como una “solución” ante los inmensos pagos que tiene el país por delante, entre los que se encuentran los 1.900 millones de dólares que deberán pagarse este miércoles 22/12 y a partir del año que viene los vencimientos de capitales cuyos montos son aún más elevados (casi 20.000 millones de dólares cada año). Pero el kirchenrismo también es consciente de que un acuerdo como el que tienen que llevar adelante lo condicionará de cara al 2023 cuando sea hora de venderse nuevamente como un “gobierno del pueblo”.
Este mar de fondo es lo que explica, en última instancia, el discurso de Máximo Kirchner, quien atacó explícitamente a diputados de Juntos por el Cambio que estaban dispuestos a acompañar el presupuesto o abstenerse para facilitarles la obtención de una ley de presupuesto. Una maniobra poco clara –no fue a propósito, sino más bien expresión de la crisis K- que puso el énfasis en enrostrar la responsabilidad por la deuda de 45 mil millones de quienes fueron parte de la gestión de Macri y por la cual ahora deberá pagar el costo el gobierno de Alberto y Cristina K. La jugada le costó los votos ajenos que necesitaba, privando al oficialismo de una muestra de capacidad de gobierno frente al Fondo. Horas más tarde, Alberto Fernández tuvo que sentarse frente a Kristalina Georgieva, con quien tenía planificada una entrevista semanas antes, sin nada para ofrecer como muestra de acuerdo entre las fuerzas parlamentarias (aunque Kristalina lo apañó porque el Fondo no desea un nuevo default argentino que desate una cadena internacional de impagos).
Por su parte, la coalición de Juntos volvió a hacer exhibición de su fragmentación. Los resultados electorales estuvieron lejos de dar claridad de liderazgo de cara al 2023, y en la coalición neoliberal la disputa está al rojo vivo. A la división entre halcones (Macri y Bullrich) y palomas (Larreta y Vidal) se suma la división entre radicales con Gerardo Morales (nuevo presidente de la UCR) por un lado y Yacobitti por otro. Las diferencias cruzaron a Juntos por la ubicación que debían tener frente al presupuesto entre quienes apostaban a no dar quorum directamente; otros votar en contra para presionar al gobierno a que asuma un presupuesto de ajuste mayor y que el gobierno haga el trabajo sucio; otros abstenerse; otros plantear la vuelta a Comisiones para seguir negociando algunas concesiones para sus intendencias, gobernaciones e incluso universidades; y otros apoyar. Finalmente, sin quererlo el oficialismo les tendió una mano al abroquelarlos tras el ataque, a la vez que los privó de continuar negociando dádivas.
Desde el punto de vista formal, no sería la primera vez que un gobierno no logre hacer votar la Ley de Presupuesto, cuestión que el Poder Ejecutivo suele solucionar prorrogando el presupuesto del año actual y aumentándolo de manera unilateral mediante decretos de necesidad y urgencia. Una maniobra clásica que le permite a los oficialismos manejar presupuestos a discreción. Pero en este caso, habida cuenta de la necesidad de cerrar con el Fondo, los costos políticos son mayores.
La crisis no se ha desencadenado al momento con irrupciones de bronca por abajo. Pero situaciones como la de Chubut que ha llevado adelante una enorme movilización en las principales ciudades y que acaba de conquistar el enorme triunfo de la derogación de la ley que habilitaba la Mega Minería contaminante (que convive con la trampa de Arcioni de intentar forzar un plebiscito cuando la sociedad ya se ha expresado en las calles), son la muestra de que las relaciones de fuerza no han sido trastocadas en Argentina desde el Argentinazo a la fecha. La quema de la Casa de Gobierno y los cánticos que resuenan “que se vayan todos”, también dan muestra que el clima de pueblada que se ha vivido por estos días no se restringe exclusivamente a la defensa del agua de la provincia, sino que arrastra un malestar generalizado.
Más que nunca con la herramienta del frente único
En este marco, el Nuevo MAS viene de realizar un exitoso Plenario Nacional luego de 2 años de pandemia, y que ha mostrado un partido fortalecido por la audacia política de haber mantenido la actividad cotidiana en cada frente de actividad, y el desarrollo de nuevos frentes, sin descuidar por eso la salud de la militancia toda. Este partido se prepara para los desafíos que impondrá el gobierno en acuerdo con el conjunto de las fuerzas del régimen y la burocracia sindical para ir al ataque al movimiento de masas. Es por eso que hemos votado como una de los principales lineamientos políticos el impulso de frentes únicos políticos y de lucha que pongan a la izquierda como un polo alternativo y que dé respuestas a los sectores sociales desencantados con el gobierno y que deseen pelear contra el ajuste.
En este sentido, advertimos sobre el retroceso oportunista que significaría cuestionar o dividir el frente único desde el que convocamos a la movilización del 11 de diciembre pasado contra el acuerdo con el Fondo. Este espacio debe ser defendido a rajatabla y sin excusas como una herramienta para constituir un polo alternativo ante tamaña crisis, que podría significar ya no sólo algunos miles de votos para la izquierda, sino la posibilidad de constituir una fuerza más orgánica y que tenga poder de acción, atracción y movilización de sectores de masas de trabajadores y juveniles que hoy siguen apostando, aún con muchas dudas, al gobierno.
Nuestro partido se compromete a hacer todos los esfuerzos necesarios para impulsar acciones comunes y frentes únicos de cara a la crisis que se vive en el país, y junto con eso a ensanchar sus filas y a conquistar nuevas representaciones para ponerlas al servicio de las luchas que están por delante.






